Hay que sanear los entornos universitarios retirando los drinks y colmadones.
Por Iván
Ottenwalder
En la República Dominicana,
como ya es común, toda tendencia negativa nace un día. Al principio, por no ser
de gran magnitud, no se le presta la debida atención. Esta va, con el pasar de los años, tomando cuerpo y,
finalmente, llega un momento que se convierte en una fea problemática.
Recuerdo, cuando estudiaba en la Universidad Católica
de Santo Domingo, en el segundo lustro de la década de los años 90, a los universitarios que
frecuentaban el colmado El Dogaut, cercano
a dicha universidad. A partir de las seis de la tarde llegaban estudiantes a
tomarse sus tragos, cervezas y ron, mayormente. Esto no ocurría solamente los
viernes, sino cualquier día de la semana. Podía ser un miércoles, martes o
hasta un lunes.
El Dogaut fue ganando cada vez más adeptos
dentro del estudiantado de la universidad. “Vamo
pal Dogaut”, era el grito de moda, aunque no de todos, si de una gran
representación estudiantil. Ya en otras instituciones universitarias de la
capital se reflejaba la misma situación, aunque no a niveles preocupantes como
los de hoy.
Con la llegada del siglo XXI se ponen de moda
en el país las tiendas de bebidas alcohólicas, conocidas como drinks. Los estudiantes, ya corrompidos
por culpa de la proliferación de colmadones en las cercanías de sus
universidades, se convirtieron rápidamente en
target o blanco de público ideal. De modo que, los drinks, comenzaron a asentarse
por los alrededores de estas academias de estudios.
Desde hace prácticamente un mes el periódico El
Caribe viene publicando una serie de reportajes denunciando la magnitud de este
mal. Y cierto que es un mal, pues todo ente racional, dominicano o de cualquier
otro rincón del mundo, debe entender que la universidad es una entidad
educativa creada para investigar, para producir conocimiento y nuevas ideas, en
fin, para formar profesionales competentes e innovadores que respondan a las
exigencias del presente y futuro.
Los entornos universitarios deben producir
entes de soluciones y cambios, no alcohólicos y borrachos, que nada le
aportarán a la nación.
Ahora el gobierno analiza y discute el tema,
las instituciones del Estado se echan la culpa unas a otras. En lo que se
pierde el tiempo los colmadones y drinks siguen en su mismo lugar.
Es cierto que una mayoría aplastante de nuestra
juventud estudiantil está podrida, mucha de ella sin una dosis de juicio. Los
dueños de los centros de bebidas podrán alegar que los muchachos de las
universidades son adultos y responsables de sus actos. No deja de ser cierto,
pero tampoco lo deja de ser que toda autoridad gubernamental o stablishment
político tiene como misión proteger a su gente, a sus estudiantes
universitarios incluidos, de toda degradación o putrefacción social. No estoy
proponiendo con esto el fomento de seres angelicales, que no los existen en
ninguna parte, pero si de seres humanos mejor orientados y con las herramientas
necesarias para generar un país de luces y avances y no de atraso.
Lo más idóneo por parte del Estado sería tomar
una decisión oportuna cuanto antes. Hay varias alternativas: llegar a un
acuerdo con los propietarios de colmadones y drinks, comprándoles sus locales;
motivarlos a que se muden para otros espacios, siempre alejados de las
universidades o, en caso extremo (ojalá no suceda), cerrarles sus negocios si
se oponen al diálogo.
Cada ciudadano debería hacer un ejercicio
sencillísimo. Plantearse cual será el derrotero de la República Dominicana,
de los niños de hoy, de los nietos y biznietos del mañana. Si dejamos todo tal
cual está, diez, veinte, treinta, cuarenta y cincuenta años después, el caos
será peor y los países del primer mundo, con toda la razón, seguirán
considerándonos “Estado Fallido”, país incapaz de resolver sus propios
desórdenes.
Pareciera, o da la impresión, de que vivimos en
una sociedad donde todos nos conocemos y nadie puede abrir la boca porque cada
quien tiene cola que pisar. No somos más que infelices víctimas producto de la
podredumbre engendrada de antaño. Claro está, podredumbre a la que nunca se le
ha prestado la debida atención.
Estamos ante un momento cumbre para tomar
cartas en el asunto. Tenemos un gobierno con una gran aceptación ciudadana, sin
parangón en la historia. No tomar las medidas necesarias, AHORA, podría cobrarnos
terribles facturas en el porvenir.