Por Iván Ottenwalder
En toda liga beisbolera alrededor del mundo han existido las malas rachas, equipos con largo tiempo
sin ganar un campeonato. Eso ha pasado en los Estados Unidos de
América, México, Japón, Venezuela y en cualquier otra latitud donde se
juegue béisbol.
Todo
buen conocedor de la historia del béisbol de las Grandes Ligas sabe
perfectamente que cuando los Cachorros de Chicago se alzaron con el
título de Serie Mundial en 2016 tenían hasta ese entonces 108 años sin
campeonar. Cuando los Medias Rojas de Boston se titularon monarcas en
2004 contaban 86 campañas sin saborear la miel de la victoria. Los
Medias Blancas de Chicago tuvieron que soportar 88 temporadas en blanco
hasta levantar el trofeo de banderitas en 2005. Todos estos equipos
padecieron sequías muchos más largas que las Estrellas Orientales de
República Dominicana, conjunto que vino a poner fin a su pesadilla de 50 años sin ganar el campeonato de béisbol otoño- invernal en la estación 2018-19.
Pero,
¿a qué viene el asterisco, como bien señalo en el título de este tema,
que le he colgado al reciente campeonato obtenido por el equipo de San
Pedro de Macorís?
Ante
todo, quiero dejar dicho, que al igual que los hinchas de las Estrellas
y de muchos simpatizantes de otras escuadras del béisbol dominicano,
deseaba con ansiedad que el longevo equipo oriental ganara su anhelado
tercer título y diera término a cincuenta años de derrotas, angustias y sufrimientos. Sin ser estrellista fui capaz, a partir de 2006, de retirarle mi apoyo a las Águilas Cibaeñas, equipo de mi adolescencia y adultez, y prestárselo al team
oriundo de la Sultana del Este. Fue un apoyo prestado, siempre lo dejé
claro ante amigos, familiares y conocidos. Afirmaba constantemente que
una vez los paquidermos culminaran su mala racha y ganaran el título,
regresaría nuevamente a las Águilas Cibaeñas. Todo estaba bien claro.
Justo
es reconocer que las Estrellas ganaron la serie regular de la temporada
2018-19 en buena lid, siendo incluso los primeros en clasificarse al
round robin semifinalista. Y justo debemos aplaudir también la sensacional manera en que los Toros del Este, escuadra de La Romana, consiguió clasificarse en la cuarta posición, rebasándoles a las Águilas Cibaeñas, los campeones de la contienda 2017-18, en la última semana de la vuelta regular.
Al Todos contra Todos avanzaron
las Estrellas Orientales, Tigres del Licey, Leones del Escogido y Toros
del Este. Como es costumbre desde hace varias temporadas, una vez
finalizada la regular, se procedió a la realización de un draft, donde los conjuntos clasificados escogen a peloteros de los equipos eliminados con el fin de fortalecerse en la etapa semifinal. Claro está, que solo los peloteros dispuestos a reforzar a otros pueden participar en dicho draft. A nadie se le obliga.
Todas
las novenas se reforzaron bien, pero la que a mi juicio mejor se
fortaleció, fue la de los Toros del Este, al adquirir dos piezas
valiosísimas como el catcher
Francisco Peña y el inicialista Ronnie Rodríguez, ambos de las
descalificadas Águilas del Cibao. Los de San Pedro se hicieron de los
servicios del infielder Abiatal Avelino y el jardinero José Sirí, dos buenas selecciones procedentes de los Gigantes del Cibao.
El Round Robin
Todo aquel que presenció el inicio del Round Robin de la temporada pasada jamás olvidará
el empuje y la gallardía que venían mostrando los Toros del Este,
escuadra que empezó a repartir palos y a dominar a sus rivales con un
eficiente pitcheo. Rápidamente llegaron a tener récord de seis victorias
y una sola derrota. Todo individuo que tenga buena memoria siempre lo recordará. Se veían inspirados, imbatibles, fuera de serie, dueños de un show time que
en nada envidiaba al de los Yanquis de New York (conjunto de Grandes
Ligas) de los 90 y al de los Ángeles Lakers (equipos de baloncesto de la
NBA) de los 80. Sin ánimos de exagerar los Toros lucían, no solamente
un equipo diferente al de la regular, sino una maquinaria dispuesta a
marcar una leyenda y sembrar un mito.
¿Pero qué pasó luego en aquella semifinal de cuatro y sobre todo cuando el buque de los Toros del Este navegaba viento en popa?
Pues,
paulatinamente varias piezas estelares de los conjuntos Licey, Escogido
y de los mismos Toros fueron impedidos de seguir jugando en el torneo
por mandato de sus organizaciones del béisbol de los Estados Unidos, es
decir, de las Grandes Ligas. ¿Los alegatos? La consabida fatiga extrema o
alguna pequeña lesión, insignificante, de solo dos o tres días. Justo
en ese momento en que los Toros marchaban de primero, con seis y uno,
los refuerzos Francisco Peña y Ronnie Rodríguez, que se hallaban en un
buen momento productivo,
contribuyendo por la causa romanense, fueron imposibilitados de
continuar en la ronda de Robin (Round Robin). El equipo naranja tuvo
que contratar los servicios del extranjero Juan Apodaca para la posición
de receptor hasta el final. En el caso de la primera base utilizaron
algún que otro jugador de la banca. Y no solo eso, sino que también fue
parado Cristian Adames por una pequeña lesión que no reflejaba mucha
gravedad. Así también pasó con Steven Moya, a quien apenas se le
permitió accionar en un solo partido.
De repente cabe hacernos varias preguntitas. ¿Por qué esos impedimentos justo en las eliminatorias? ¿Por qué esas medidas de MLB afectaron mayormente a
peloteros de los Leones, Tigres y Toros y no a los de las Estrellas de
Oriente? ¿Por qué, para colmo, a los Toros del Este, una vez
clasificados a la gran final, les paran a otros estelares como Hunter Pence y Teóscar Hernández? ¿Es que no bastó con impedir a Adames, Peña, Rodríguez y Moya? ¿Qué se buscaba con todo esto?
Es
cierto que nadie, ni este redactor, tiene pruebas contundentes para
hablar de un hipotético complot que le allanara el camino a las
Estrellas Orientales en procura de alcanzar su anhelado campeonato y
romper el maleficio de los 50 años sin ganar. Solo quedan las dudas, las sospechas, nomás.
Las Estrellas, aprovechando aquella coyuntura señalada, lograron clasificarse en primera posición, derechitas
a la gran final y con la ventaja de localía. Los Toros, en cambio,
debieron jugar un partido de desempate con los Leones para así obtener
su boleto a la finalísima. Dicho boleto fue ganado con mucho sufrimiento
al derrotar a los melenudos (4-3) en Santo Domingo.
Es
cierto que deseaba el triunfo de las Estrellas y el fin de aquella
pesadilla de cinco décadas. Lo anhelaba, sobre todo por esos niños y
jóvenes estrellistas que nunca habían visto ganar a su equipo;
por San Pedro de Macorís, pueblo donde nació el béisbol dominicano y
donde han surgido numerosos peloteros que fueron leyendas en Grandes
Ligas. Quería ese triunfo, no les miento, pero ¿en esas condiciones?
¡NUNCA!
Muchas
veces imaginé a las Estrellas ganar la serie final en condiciones
difíciles, sufridas, con un esfuerzo descomunal y heroico, pero jamás
producto de aquel regalo, porque así debo llamarlo: aquella coyuntura
que impidió jugar a peloteros destacados de los demás conjuntos y que
más perjudicó al romanense, debe nombrársele de esa manera, un regalo
caído del cielo. En total los Toros perdieron en aquella ronda de Robin a
seis jugadores. He aquí de nuevo los nombres: Francisco Peña, Ronnie
Rodríguez, Cristian Adames, Steven Moya, Teóscar Hernández y Hunter Pence. Con todos ellos se aplicó el severo “ni un juego más”. A sus vecinos de San Pedro de Macorís apenas le pararon a Abiatal Avelino, solo a UNO. ¿Y Robinson Canó? Sobre el deseo manifestado por este jugador de vestir la franela verde prefiero no conceder la más mínima credibilidad. Desde la serie regular se las pasó dando respuestas a la prensa de que entraría a juego en el Round Robin. En fin, se convirtió en el foco de atención de los medios de comunicación. ¿Y todo para qué? Para que en definitiva no jugara. Muchos flashes, prensa y bla bla bla.
Cuando la serie final entre Estrellas y Toros favorecía a los primeros, 4-1, fue que vino a decir que ya sí, que podía jugar porque había pagado una póliza a su equipo de Grande Ligas, Mets de New York, por si se lesionaba ¡Vaya valentía! Así, hasta Chochueca entraba a juego. Sin embargo, Canó nunca jugó.
Los elefantes ganaron aquella serie final en seis partidos (5-1). No les vedaron a José Sirí, a Fernando Tatis Junior, a Junior Lake, a Miguel Sanó ni a su staff de buenos pitchers abridores y cerradores. Jugaron con su equipo COMPLETO.
Los
Toros, con seis piezas estelares menos, difícilmente darían una buena y
gallarda batalla a sus rivales. Cuando la final se hallaba 2-1,
favoreciendo a los petromacorisanos, la gerencia taurina, en un
desespero de última hora, contrató a dos bateadores venezolanos que
terminaron siendo el hazmerreír por su nula producción ofensiva. Las Estrellas finalmente campeonaban ante un oponente de poca consideración. Aquellos Toros, diezmados y fracasados, no eran ni espejo de aquellos que iniciaron la semifinal a todo vapor, con un espíritu de guerra indomable y, sobre todo, con jugadores de mucho respeto. Para la final solamente habían quedado como piezas de valor Jordany Valdespín, Alexis Casilla y el pitcher Raúl Valdez. Así, no se podía ganar el título.
Algo
que también me sorprende es que la mayoría de periodistas dominicanos
no se atrevieran a plantearse preguntas. Entiendo, porque lo sé y me
percaté, que la mayor parte de la prensa nacional, exceptuando la de La
Romana, estaba a favor del conjunto verde. Muchos de ellos querían, “por el bien del béisbol dominicano”, que las
Estrellas ganaran el ansiado título deseado por su fanaticada. Es
verdad que producía pena, lástima, aquello de los 50 años sin ganar,
pero eso no era culpa de nadie, solo de la franquicia oriental. El deber de esa gerencia era
luchar por el campeonato, pero no por un campeonato ganado en
condiciones desiguales y desventajosas, sino por una corona obtenida en
igualdad de condiciones, en mejor lid. Si los paquidermos le hubiesen
ganado la final a unos Toros intactos, completitos, yo, humildemente, me
hubiese quitado el sombrero y aplaudido hasta más no poder.
Las
Estrellas seguramente merecían una corona, pero jamás en ese tipo de
condiciones miserables. Por eso declaro con mucha fuerza a los cuatro
vientos: ¡LE COLOCO UN ASTERISCO A ESE CAMPEONATO!
No me uno al circo.