jueves, 19 de abril de 2018

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 27)

En marzo volví a retomar las pruebas a repetición para la detección del sabor amargo del agua ingerida. Esta vez descubrí que no solo por la zona de la amígdala lingual derecha siento el sabor metálico del agua, sino también en el área del paladar derecho y parte del hueso maxilar que luce asimétrico, deformado y donde antes colgaban dos muelas. El asunto, a mi juicio, puede aparentar más complejo todavía. No sé si habrá solución alguna pero lo cierto es que es muy molestoso ingerir el agua con un sabor tan amargo. Incluso, hay días en que la puedo sentir más amarga que otros. El problema es que no existen aparatos capaces de detectar la amargura del agua ingerida por los humanos. 

Por Iván Ottenwalder  

Desde finales del mes de febrero he tenido días en que la secreción nasal se me recrudece y días en que cede notablemente. He tenido momentos en que me da la impresión de que esta se quiere detener definitivamente pero algo no la deja. Los escupitajos me vuelven por instantes y me desaparecen por otros. Los pinchazos muchas veces los siento en la zona de la tonsila lingual derecha y en otras como si fuera por el paladar y la cercanía de todo ese hueso maxilar derecho donde antes colgaban dos muelas. Y he llegado a pensar que tantos los pinchazos, sabor amargo del agua y la secreción nasal sin fin, están relacionadas entre sí. La medicina dominicana no me ha resuelto el asunto. Nadie niega que sea complejo, quizás hasta para los profesionales médicos de otras latitudes también lo sea. De todos modos, el problema es el siguiente: Yo sigo comiendo mierda por culpa de esta porquería. No he vuelto a tener aquellas horribles inflamaciones faríngeas desde el verano anterior, y eso es bueno, pero tampoco debe ser un aliciente para el conformismo. Hay otros problemas troncales que resolver. 
 
El pasado 20 de febrero decidí redactar un correo para el otorrinolaringólogo al que estaba visitando. En éste le expuse mi posición al respecto de lo que consideraba prudente. El texto decía así: 

Doctor, es Iván Ottenwalder. 

No le voy a quitar mucho tiempo. Telefoneé a Plaza de la Salud. Los alergólogos de allá solo trabajan con el seguro del Banco del Reservas, y para poseer ese plan hay que ser empleado de Banreservas. No es mi caso. 

He estado contemplando algunas opciones alternativas, porque obvio, no quiero botar mi dinero como aquella vez con el alergólogo de la Clínica San Rafael, cuyas vacunas me empeoraron en vez de mejorarme. Podría hacer unos ahorros en todo este año y contemplar ver un alergista para 2019, en vista de que esos tratamientos son muy caros. Otra opción sería que se me haga una prueba ANTI - IGE, que podría en mi caso ser más certera que las pruebas cutáneas de los alergólogos. Otra opción, y esto lo cuento por experiencia propia: las inyecciones de hidrocortisona me son efectivas contra la IGE. Cuando me las han puesto en Emergencia de alguna clínica debido a mi asma, a los pocos días de realizarme una IGE, noto que esta se reduce entre 800 y 900 UI/ML. Le voy a ser honesto: quiero algo más práctico y rápido y no durar unos jodidos 4 o 5 años vacunado con un antígeno que ya la ciencia ha demostrado posee efectos secundarios y hasta letales. Insisto, y el derecho como paciente me asiste: ¿por qué no hacerme mejor una prueba ANTI - IGE? Luego, en caso de tratamiento, yo exigiría como garantía que cada mes se me repita la prueba de IGE para así determinar si dicho tratamiento funciona o no. Si bajan los niveles se continúa, si los niveles suben, pues se desecha el tratamiento. Esa sería mi condición y garantía. Nadie exigirá garantías para mí si no las exijo yo primero.  

Me lo voy a pensar dos veces antes de precipitarme. Ya una vez boté como 100 mil pesos en un alergólogo (años 2014 y 2015) y no quiero otra historia similar. 

Feliz tarde.

El galeno no me respondió a este mensaje.  

Mi padre recibe huésped: otra vez su compadre 

El 24 de febrero por la noche mi padre entró a mi habitación a informarme de que su compadre, Hilton Cabral, estaba en el país y que se quedaría unos días en el apartamento. Me pidió, al igual que en febrero del año pasado, que le cediera mi dormitorio por unos días hasta que se regresara a Florida. No tuve de otra. El piso donde vivimos mi padre y yo es de apenas dos habitaciones, la de él y la mía. Tuve al día siguiente, domingo 25, que empacar algunas ropas y accesorios y trasladarme al apartamento de mi madre, aquel donde señorea el polvo, la hediondez y la mugre. No tenía alternativas en el momento. ¡De nuevo a la atmósfera irrespirable!  

Indicación de la inmunoterapia que no funcionó.
Es cierto que mi progenitora no anda muy bien económicamente y la plata que genera su tiendecita veterinaria no le da para muchas cosas, mucho menos para pagar una sirvienta. Sin embargo, sí podría, en el menor de los casos, pagarle a una muchacha de limpieza para que al menos vaya una vez a la semana a desempolvar, barrer y trapear el mugriento piso. Algo sería algo, sin duda alguna. Lo malo de esto es que ella se resiste también a dar ese paso. Yo, en condición de hijo, le he propuesto supervisar a dicha muchacha mientras limpie la casa, pero ni siquiera así lo acepta. “¿Tienes miedo de que te roben? ¿Es eso? No te preocupes, yo superviso como todo un militar a quien te limpie el apartamento para que no te robe”. Para ser honesto, ni siquiera ese argumento me ha funcionado. Es como si hablara con una mula muy terca. 

En el apartamento de mi madre 

La semana que me hospedé en casa de mi madre fue horrenda. El polvo, la hediondez y la mugre revolotearon mi alergia que al menos en casa de mi padre estaba más controlada. Una vez regresé a casa de mi progenitor empecé paulatinamente a mejorar.  

Mes de marzo 

Volví a retomar las pruebas a repetición para la detección del sabor amargo del agua ingerida. Esta vez descubrí que no solo por la zona de la amígdala lingual derecha siento el sabor metálico del agua, sino también en el área del paladar derecho y parte del hueso maxilar que luce asimétrico, deformado y donde antes colgaban dos muelas. El asunto, a mi juicio, puede aparentar más complejo todavía. No sé si habrá solución alguna pero lo cierto es que es muy molestoso ingerir el agua con un sabor tan amargo. Incluso, hay días en que la puedo sentir más amarga que otros. El problema es que no existen aparatos capaces de detectar la amargura del agua ingerida por los humanos. Un otorrinolaringólogo o cirujano maxilo-facial puede alegar que lo mío es psicosis o paranoia. Sería su palabra contra mía. Pero, en lo que se alarga el asunto, quedaría ante los médicos como el gran derrotado y paranoico. Tendría que pasarme el resto de mis putos días soportando el sabor amargo del agua.

También algunas mañanas, cuando me despierto, siento una sensación como pegajosa y nauseabunda en la zona del paladar derecho. Esto, antes del 2017, nunca me ocurría. Son muchas las sospechas que tengo sobre mi trío de malestares: pinchazos, amargura del agua y secreción nasal sin fin. 

Yo no cuánto tiempo viviré en esta Tierra, pero mientras habite en ella seguiré contando las historias, las que me favorezcan y hasta las que me desfavorezcan. Así lo he hecho desde que me convertí en bloguero-escritor hace buen tiempo. Cuando las cosas me han salido bien las he dicho por esta vía, pero no puedo callar cuando salen mal. Estaría entonces distorsionando los hechos. 

Es verdad que al mundo no tiene por qué preocuparle lo que me ocurra a y a mi familia, pero tampoco pienso convertirme en el mártir de la impotencia y el sufrimiento. No pienso seguir comiendo mierda en honor a la diplomacia. Quizás, con tanto escribir, no consiga lo que busque, pero al menos tendré la dignidad de no haber callado por temor a la verdad. ¡Mi historia quedará contada y punto! 

Continuará...