Por Iván
Ottenwalder
Desde aquel severo “No seas cochino, la basura al zafacón” de principios de los años 80 hasta la
concienzuda frase de alcalde Roberto Salcedo “La ciudad más limpia es la que
menos se ensucia”, de siglo XXI, numerosas campañas y eslóganes televisivos, en
procura de crear una ciudadanía más consciente y que no arroje basuras en las
calles del Distrito Nacional, han fracasado. Años van y años vienen y la mala
educación de la gente ha seguido llevándose las victorias. Las calles, no solo
del Distrito, sino también de otras ciudades, siguen tan asquerosas por el
infinito cúmulo de basuras vertidas por sus pobladores, lástima decir,
dominicanos, como tú y yo.
Este mal aparenta que no tendrá control ni
paliativo. La gente, la inmensa mayoría que ensucia las ciudades, como la
ínfima minoría que aún tiene principios y la deposita en el basurero, se han
resignado. “Esto no lo arregla nadie”, es el Padrenuestro de cada día como
excusa. La cobardía interna y el nulo accionar ganan más terreno y señorean en la República Dominicana.
Los muy avezados pensadores nuestros, aunque
pocos, abogan por medidas correctivas como la multa, otros, que aún permanecen
tontos, insisten en la campaña de concienciación o en los valores del hogar. Lo
primero que hay que dejar claro es, que las campañas de concientización o los
valores del hogar en ninguna parte del mundo han dado resultados sino se
aplican medidas correctivas. Claro, es luego de las leyes sancionadoras que los
entes sociales crean consciencias.
En nuestro país (es el mío también, aunque
disiento de él en numerosos aspectos) el recargo de culpa lo llevamos TODOS.
Los villanos somos todos. Todos nosotros, que como colectivo humano, somos muy
dados al aseo personal, que nos duchamos muchas veces al día, que criticamos a
los haitianos y europeos que se bañan poco o expiden un mal olor, hemos sido
los causantes de este monstruo de asquerosidad que nos arropa y nos define como
uno de los países donde se arroja más basuras en las calles.
Y esos culpables habitan por doquier: en los
barrios pobres, de clase media y de ricos. No hay distinciones académicas: así
como un analfabeto tira un vaso plástico en la acera, lo mismo hace un profesional,
incluyendo que poseen maestrías, diplomados o doctorados. Del mismo modo que un
grupo de patanes, luego de la borrachera, dejan varias botellas de cerveza
sobre el asfalto o el césped de un parque, así mismo proceden los estudiantes
de universidades caras y viejos teóricos que privan en sabelotodo. Tan mal
actúa un pobre infeliz al que catalogan de chopo
como un jevito que conduce un auto de lujo o una yipeta llena de mujeres. Igual
dañino es uno como el otro.
Nos quejamos, despotricamos, pero no predicamos
con el ejemplo. Hasta a las mujeres más hermosas de la televisión, esas
denominadas megadivas, les importa un
pepino la limpieza de la ciudad. Insultamos al alcalde porque nos ha quitado
los zafacones, cosa cierta, pero tampoco nos empoderamos exigiéndole que los
reponga. NUNCA en mi vida he visto una marcha protesta donde la gente reclame
que les coloquen basureros en las calles o avenidas. ¿Pero reconocemos que
estamos en el deber de arrojarla en el cesto? El cambio no va solo para los
alcaldes (ellos tendrán una gran cuota de responsabilidad), también lo va para
toda esa colectividad humana llamada dominicanos
y dominicanas.
Tirar los desperdicios al basurero no nos
cuesta un centavo, es gratis. La recogida de basura por parte de los camiones de
los ayuntamientos si hay que pagarla, pero es un costo muy barato …yo diría,
baratísimo. Es solo cuestión de que aprendamos a manejar mejor nuestras
finanzas, independientemente de que merezcamos aumentos salariales en nuestros
lugares de trabajo.
¿Serías tú parte del
cambio?
Piénsalo. Si desde hoy decides mantener limpio
tu entorno y no arrojarle más basura, ya estás dando un primer paso de avance.
¿Que tus familiares o panas te van ver como un tipo raro, quedao, chopo, detrás del último? ¿Y qué? ¿Te preocupa el qué
dirán? ¿Te es difícil aprender a mantener una decisión? Ellos no te van a
matar, pues nadie en su sano juicio quiere caer preso. Despreocupa.
Antes de 1999 yo solía arrojar desperdicios en las
calles y aceras. Un día apele al introyecto. En aquel proceso intervinieron
consejos de pocos buenos amigos que me hicieron entrar en reflexión.
Entiendo que tenemos muchos elementos en
contra, sobre todo el de los malos padres que no nos enseñan acerca del
correcto valor de la limpieza del hogar, urbana y rural. Somos víctimas de un
putrefacto sistema social.
Por mi parte, solo me queda dejar este tema colgado
en el ciberespacio, esperando que muchos y muchas tropiecen con él y lo lean. A
paso lento quizás logremos un milagro. Si les pido a todos: dejemos el dedo
acusador a un lado. El cambio compete a toda la ciudadanía dominicana.