Por
Iván Ottenwalder
Corría
el verano de 1983, mi hermano Carlos y yo estábamos de vacaciones.
Como en años anteriores nuestros padres nos enviaron a San José
Adentro, un campito atrasado e inhóspito de la provincia Santiago de
los Caballeros.
Para
aquella época en San José todavía no había llegado la luz
eléctrica y mi abuelo Facundo contaba con una pequeña planta de
electricidad, la cual encendía a partir de las 7 de la noche y la
apagaba como a las 9 p.m. Tampoco llegaba el agua del CORAASAN, el
acueducto de Santiago.
Nuestro
verano en San José duró como dos meses. Recuerdo aquellos momentos
en que Carlos y Alex, este último hijo de crianza de mis abuelos
Facundo y Girita, se levantaban todas las mañanas, a partir de las
5.00 a.m, a ordeñar las vacas, mientras yo me quedaba dormido hasta
las siete. Aquel desayuno rural compuesto por plátanos, yuca,
tortillas de huevos, leche recién ordeñada o tisana, jamás lo
podré olvidar. Lo mismo que aquel arroz con habichuelas rojas,
carne de pollo y ensalada, todo producido en la finca de Facundo
Primitivo Ottenwalder, mi abuelo paterno. ¡Cómo olvidar aquel sazón
que le daba Victoria, la eterna cocinera, a esos alimentos! De cena
comíamos prácticamente lo mismo que por la mañana: plátanos,
yucas, tortillas de huevos, aguacate, leche caliente o agua, porque,
eso sí, mi abuelo era tan raro que NUNCA le interesó en que se nos
preparara jugos naturales, limón o naranja, durante las horas de
comida. Recuerdo perfectamente cuando, tras preguntarle el porqué
nunca nos servían jugos, nos reñía: “¡jugo de queeeeeee! Aquí
lo que se va a bebé e aaaagua”. Así de simple zanjaba el asunto.
Bastante
fresco en mi memoria conservo como Carlos, Alex y yo nos divertíamos
deslizándonos por alguna bajada montañosa sentados sobre grandes
hojas de yaguas. Aquello sí que era fascinante. Pero jamás podré
olvidar aquel episodio que me movió a la envidia, y fue el
siguiente:
Una
mañana a Carlos y a Alex se les cogió con jugar a los fumadores,
pero no con cigarrillos de verdad, sino utilizando unos finos palitos
de un árbol que ahora no recuerdo. Eran unos palitos delgaditos y
ahuecados por dentro, con hoyitos en ambos extremos. Carlos y Alex
solían encender en el viejo fogón de la cocina dichos palitos por
uno de los extremos. Una vez hecho esto se daban a la tarea de
fumarlos. Yo quería hacer lo mismo, pero no me lo permitían porque,
a juicio de ellos, yo era muy chiquito “y lo niño chiquito no
juegan a eso Iván”. Me lo tenían prohibido no solo mi hermano y
mi primo, también mis abuelos y la cocinera. Fue tanto lo que jodí
y deseé por varios días que, una tarde, a eso de las siete, mi
abuela Girita perdió la paciencia.
-
¿Qué
es lo que tú quiere, dime, fumá? Espérame aquí, vengo ahora,
me pidió mi abuela. Esta se dirigió a uno de los aposentos, abrió
un armario y extrajo de una cajetilla de Montecarlo un cigarrillo.
Fue caminando hasta la cocina, lo encendió por la punta y me lo
entregó en mis manos. “Anda, fumátelo y quítate esas ganas que
tienes”, me instó. Yo, un pequeño mocoso de tan solo 8 años de
edad, obedecí y agarré el cigarrillo, me lo puse en la boca y ….a
fumar. ¡Me
fumé
un cigarrillo de verdad con todo y su nicotina!
Con
una calma pasmosa me fumé aquel cigarrillito de verdad que
Alex y Carlos parecían
niños de pecho ante mí. Mientra
ellos fumaban unos de mentiras, yo me divertía con uno real.
Al
finalizar el cigarrillo, ya este se había vuelto más chico, mi
abuela me preguntó: “¿dime, te gustó? ¿Quieres otro? ¿Ya eres
feliz?”. Mi respuesta: “no abuela, ta bien, ya no quiero más.
Esto pone a tosé a uno”.
Mi
hermano, al ver el episodio aquel le preguntó: “mama Girita, ¿pol
qué uté hizo eso? Uté no tiene que dale un cigarrillo a Iván. Yo
se lo voy a contá a papi y a mami cuando vengan”.
-
Carlitos, mijo, era para que él viera que fumar no es
bueno. Pero ustedes tuvieron la culpa por estar retozando con esos
palitos viejo, haciendo de fumadores. Él quería hacer lo mismo,
le explicó la madre de mi padre.
Final
de las vacaciones. Mi madre se enoja con mi abuela
Ya
a finales de agosto mis padres, Facundo y Marisol, fueron un fin de
semana a San José con la intención, obviamente, de dormir unos días
allá y traernos de vuelta a Santo Domingo. Ya era hora, pues las
clases empezarían dentro de poco y tanto Carlos como yo debíamos
volver a la escuela.
Lo
primero que hizo mi hermano mayor, como era de suponer, fue contarle
aquel capítulo del cigarrillo a mi madre. “Mami, se fumó un
cigarrillo de veldá y mamá Girita fue quien se lo dio. Anda
pregúntale”. Como era de esperar, mi madre se enojo de mala
manera.
-
Mamá Girita, ¿cómo a usted se le ocurre darle un cigarrillo a
Iván para que lo fumara. Usted no debió hacer eso. MIRE, ¡NO
LO VUELVA A HACER NUNCA MÁS DOÑA GIRITA! IVÁN APENAS ES UN NIÑO.
¡NO DEBIÓ NUNCA DARLE ESE CIGARRILLO A ESE BICHO VIEJO!
-
Marisol, es que ya nos tenía desesperado a todos. Yo lo que quería
que él se diera cuenta que fumar no es bueno. Lo
que pasa es que Carlos y Alex se pusieron a retozar fumando dizque en
unos palitos e Iván se sintió envidioso. Yo, para que él se
sintiera tranquilo, le busqué un cigarrillo de los de
Cun, se lo prendí y entregué. Después que se fumó
ese no quiso fumar más, le confesó mi abuela.
-
Doña Girita es que no. ¡NO, NO Y NO! NO DEBIÓ NUNCA USTED DARLE
ESE CIGARRILLO, ESO LE PUDO HABER HECHO DAÑO. ¿USTED ESTÁ LOCA
MAMÁ GIRITA? No lo vuelva a hacer, por
favor.
Entonces,
mi
progenitora buscó
mi rostro y me clavó la mirada: mira,
y tú, que sea la última vez
que me entere que tú andas fumando cigarrillo. ¿Oíste
muchachito? Te lo advierto.
Y
así
culminó la historia. Nunca más en mi vida cogí un cigarrillo, ni
de juego. A pesar de todo, el destino intentó varias veces
ponerme trampas, para ver si en
otra ocasión
volvía a fumarme uno. Amigos de la universidad llegaron a brindarme
algún cigarrillo y yo se los rechazaba. Amigos de Carlos también lo
intentaron. Yo, astuto al fin, me daba cuenta de todo. Sabía que si
aceptaba fumarme un cigarrillo, Carlitos, un antiguo amigo de
infancia, que también fumaba, y fuma todavía, le iría con el
chisme a mi hermano Carlos y a don Facundo, mi padre, quien, durante
su juventud, también fue fumador.
Y
ya para finalizar, quiero que mis apreciados lectores sepan, porque
mi público quiere saber, que durante mi fracasada vida sentimental
he tenido parejas, aunque de corta duración, que también han fumado
y fuman todavía. ¿Eso me molesta? Para nada. Si una chica o mujer
me gusta, me importa tres pepinos que fume o ingiera alcohol, aunque
yo ni fume ni beba.
A
una pareja jamás le reclamaré porque fume, beba o use tatuajes, lo
único que le pediría es que me quiera, que seamos buena pareja y
más nada. Y con esta última reflexión este capítulo queda
cerrado.