El especialista me examinó primero la garganta, luego la nariz y finalmente los oídos. Una vez más repitió el mismo proceso. Finalmente concluyó diciendo “usted está excelentemente bien, perfecto. Venga le voy a indicar algo”. No podía comprender nada de aquel veredicto. “¿Entonces y las molestias faríngeas? ¿Y aquel diagnóstico de la médica anterior cuando me detectó laringitis y faringitis aguda?”, le pregunté a manera de insistencia al experto de oídos, nariz y garganta. “Usted no tiene nada de eso”, me contestó. Intenté mostrarle algunos estudios que me realizaron en meses anteriores. “Guárdelos, no los necesito. Con el chequeo completo que le hice ya basta”, me respondió reciamente y cortante.
Por Iván Ottenwalder
El viernes primero de septiembre fui a laborar normal como todos los días. El día anterior había solicitado un permiso a mi jefe. Él ha estado al tanto de mi situación clínica en el tiempo que lleva como director del departamento en que laboro. Le había informado de mi cita médica a partir de las 9 de la mañana y me concedió el permiso.
A eso de las 9:20 llegué a la sala de consulta del especialista que me había referido la doctora anterior. Este también laboraba en el Centro Médico Universidad Central del Este (UCE). Cuando me dirigí a su secretaria le pasé mi carnet médico y me dijo que mi turno era el número 12 y que apenas iban por el primero. Me senté a esperar con paciencia y calma.
La sala de espera estaba repleta de pacientes con distintas condiciones. Observé a un niño con problemas severos de adenoides respirando con dificultad. Emitía unos ruidos horribles. Su madre, con quien entablé conversación, me contó toda la historia del pequeño. “Me lo van a operar porque ya nada funciona y eso le está haciendo mucho daño”, me dijo.
Para ser honesto nunca en mi vida había observado un caso de adenoides en infantes. Pero el que más me impactó fue el de una chica mulata, muy bonita y atractiva, a quien le habían practicado 5 cirugías, una de amígdalas y cuatro de cuerdas vocales. Su madre, quien le acompañaba, me relató gran parte de la historia. “Ella tiene problemas serios con las cuerdas vocales, se las han operado cuatro veces y le sacaron las amígdalas hace poco. Mire como está que no puede hablar casi nada, pero en cuestión de uno o dos meses vuelve y recupera la voz de lo más normal. En las últimas ocasiones el doctor la ha tratado con unas inyecciones de botox”, explicó.
De veras que me chocó bastante el caso de esa adolescente. Tan, pero tan joven, y padeciendo de esos crueles achaques. Por un instante reflexioné un poco acerca de mí. Dentro de mi mente me hice algunas preguntas tales como esta: “¿te gustaría estar así Iván?” “¿Tendrías algún tipo de inconvenientes si un día tuvieras una pareja con ese tipo de condición?” “¿Estaría a su lado siempre?” “¿Fuera la número uno de tu vida?”. Mi sopesada respuesta interna fue que sí, absolutamente, sin ningún problema; bajo la única condición de que no quiero tener hijos, solo eso.
Durante mi existencia he visto incluso casos de chicas y mujeres adultas con defectos físicos notorios. Alguna con medio rostro quemado, otra con una negra mancha cercana a la comisura de la boca, una con vitiligo y a todas las he visto bellas e interesantes. Me importa que en República Dominicana y otras naciones todavía queden remanentes de personas, adultas y jóvenes, que discriminan y rechazan a ese tipo de seres humanos. Me tiene sin cuidado.
Otro cuadro que me tocó presenciar fue el de un adolescente tipo roquero quien, según me contó, venía padeciendo sinusitis crónica frontal, esfenoidal y etmoidal. “No sé qué van hacer conmigo”, exclamó.
Diagnóstico en junio de 2016 |
Ya faltando pocos minutos para la una de la tarde la secretaria del doctor me avisó que yo sería el próximo paciente en entrar al consultorio. Al poco rato se apersonó en la sala de espera una señora reclamando que ella era la número 11 y que, por consiguiente, el próximo turno era el suyo y no el mío. La secretaría le informó que independientemente de eso era yo quien debía entrar primero ya que me había dado su palabra. “Ya le había dicho al señor que era él que iba”, le explicó. En ese instante me detuve a reflexionar bien las cosas y decidí ceder mi turno. Le dije a la secretaría que le concedería mi turno a la señora, pues era cierto que ella estaba primero que yo, solo que se había movilizado por un buen rato. La paciente me lo agradeció: “Gracias señor. Usted mismo lo sabe. A usted lo vi cuando llegó temprano como a las 9 y pico de la mañana. Yo estaba sentada en la sala de allá afuera”, corroboró la señora con satisfacción.
- ¿Usted durará poco o mucho allá dentro? - pregunté a la dama.
- Será poco tiempo, usted verá. Lo mío será rápido. Es solo a llevarle unos estudios al doctor - aseguró la señora.
- Espero que Dios me dé un gran premio por haber sido justiciero - expresé levantando un poco más la voz.
Esperar un turno más no me preocupaba lo más mínimo. Pasase lo que pasase yo sería atendido por el galeno.
La dama entró al consultorio y, tal cual me lo aseguró, así mismo fue. Apenas como 10 minutos y había terminado. “Dígame señor, ¿duré mucho o poco?”, me preguntó sonriente. Yo asentí con la cabeza y le devolví la sonrisa.
Una vez dentro del consultorio saludé brevemente al nuevo otorrino. Sin hacerle perder mucho tiempo y como lo tenía planificado le fui al grano:
“Estoy aquí porque tengo 1 año y ocho meses con inflamaciones recurrentes de amígdala lingual derecha . Médicos van, médicos vienen; antibióticos van y vienen; antiinflamatorios van y vienen; antialérgicos de los mejores van y vienen. ¿Los síntomas? picor constante, se me irrita de forma descontrolada, náuseas ocasionales, sensaciones de desmayos y abatimientos. Ya quiero que esta pesadilla llegue a su fin”, le especifiqué a manera de resumen al galeno.
Diagnóstico en septiembre de 2017 |
“Ven, vamos a revisarte para allá atrás”, y me indicó el asiento para examinar a los pacientes. Aquella zona estaba provista de un sofisticado equipo de videolaringoscopía. El especialista me examinó primero la garganta, luego la nariz y finalmente los oídos. Una vez más repitió el mismo proceso. Finalmente concluyó diciendo “usted está excelentemente bien, perfecto. Venga le voy a indicar algo”. No podía comprender nada de aquel veredicto. “¿Entonces y las molestias faríngeas? ¿Y aquel diagnóstico de la médica anterior cuando me detectó laringitis y faringitis aguda?”, le pregunté a manera de insistencia al experto de oídos, nariz y garganta. “Usted no tiene nada de eso”, me contestó. Intenté mostrarle algunos estudios que me realizaron en meses anteriores. “Guárdelos, no los necesito. Con el chequeo completo que le hice ya basta”, me respondió reciamente y cortante. Le expliqué que yo no quería sentir más aquella molestia de un año y ocho meses y le pedí que me extirpara las tonsilas linguales. “Es que no hay que extirparlas”, me respondió secamente. Al final esperé a ver lo que anotaba en una receta que, luego de sellarla, me la entregó. Me indicó lo mismo que he tomado por cajas desde principios de 2016 hasta el presente: lisozima de 250 mg. “Es lo único que le puedo indicar”, dictaminó. Más abajo de la prescripción, donde se leía la palabra Diagnóstico, había escrito FARINGITIS RECURRENTE. Agarré dicha prescripción y me retiré del consultorio sin despedirme. Si el galeno tenía razón, pues a ver si tantas dosis de lisozima terminan de matarme la faringitis recurrente diagnosticada. Lo que sí puedo afirmar es, que desde el año 2016, dicho fármaco no lo ha hecho.
Otra vez en el odontólogo
El mismo día que salí de la consulta con el otorrinolaringólogo empecé a tomar la medicación prescrita: la eterna lisozima de 250 mg. Sin embargo, tuve a los pocos días que comprar un antialérgico debido a que por sí sola la lisozima no podía mitigar la irritación y el picor. Todo comenzó a marchar mejor, pero, otro imprevisto ocurrió: la última muela de la zona superior derecha, a esa que tantas veces se le partían los empastes, volvió a botar un pedazo. Telefoneé a mi odontóloga para concertar una cita pero me dijo que no laboraría el jueves debido a las amenazas de que el huracán Irma golpeara a la República Dominicana. Eso lo pude comprender a la perfección. Aquellos días fueron de mucho pánico e histeria para toda la población, pero todo quedó en eso, pánico e histeria, pues al final el ciclón no afectó al país en la forma que mucha gente vaticinó. Decidí entonces telefonearla a su celular el viernes por la mañana. Pudimos comunicarnos pero me informó que no trabajaría tampoco ese día, que la otra semana. Finalmente decidí visitar la clínica dental Amerident, donde tantas veces me han tratado. Lo hice el viernes por la tarde al salir de mi trabajo. Primero me realizaron una panorámica dental y esperé a que me viera un odontólogo. Cuando llegó mi turno le conté el motivo de mi visita. Le expliqué sobre la muela a la que tantas veces se le rompían los empastes, asimismo acerca de la encía que cubría la raíz dental de dicha muela que me producía escozor constante. Me la checó detenidamente y lo confirmó. “Uju. Ahí había tratamiento de canal desde hace mucho, pero ya ese diente no sirve”, comentó. “Y por qué te sacaron la muela del al lado?”, me preguntó. Le relaté sobre una infección recurrente que había llegado a la raíz dental y que de paso hubo que extraerlo todo. Le conté sobre las numerosas inflamaciones de aquella encía y como me explotaba las bolsitas, en ocasiones de pus, que se me formaban alrededor. “Eso fue un absceso que tú tuviste”, me contestó el especialista. Luego del chequeo me indicó que fuese a facturación a que me informaran sobre lo que tendría que pagar para luego extraerme lo que quedaba de aquello que alguna vez fue una pieza dental. Así lo hice. El seguro médico me cubrió bastante y pagué poca cosa.
Una hora después me llamaron para que entrara al consultorio. Luego de algunas preguntas de rigor el dentista procedió a inyectarme anestesia local antes de iniciar la extirpación de la pieza. El proceso comenzó lento. Al principio escupí un hilillo de sangre negruzca y minutos después terminó con éxito de sacarme la muela. Volví a escupir un poco más y luego el galeno me suturó la zona de la extracción. Me pidió volver dentro de cinco días a retirarme los puntos y me prescribió un antiinflamatorio de nombre Diclo -K también a usar por cinco días.
Tal como lo indicado cinco días después regresé a la clínica dental para el retiro de los puntos. Esta vez no me recibió el doctor que me sacó la muela, sino una dentista más joven. Antes de descoserme los puntos le conté que la encía aún me la veía hinchada y alterada. Ella me la evaluó. Me dijo que no la veía tan alterada, que estaba así debido a la cirugía de la semana anterior. Insistí que aún sentía el picor constante que no se me quitaba por nada y le pedí que por favor me tomara al menos una radiografía para comprobar. Me respondió que no me la haría porque no la veía alterada y que eso era debido a la extracción. De nada valió que le explicara que antes de la extirpación la encía estaba igual de hinchada. Decidí aceptar, aunque no conforme con su veredicto, y dejar al tiempo que se encargue de dar la respuesta exacta. La odontóloga me prescribió un enjuague y un spray bucal que ya tantas veces he venido utilizando. “Usted verá que dentro de un tiempo, digamos tres semanas o un mes esa inflamación se va y el picor se le quitará”, me aseguró la especialista. Me retiré tranquilo y sin opinar.
Conclusiones
Desde el 2016 hasta acá en que he visitado tantos otorrinolaringólogos, el diagnóstico ha sufrido algunas variaciones. Primero aquel del médico del Centro de Otorrinolaringología y Especialidades indicando que padecía amigdalitis crónica lingual y palatina y que por tal motivo había que operar; luego, por razones de costos tuve que buscar un médico de otra clínica y contarle mi situación. Éste comete la torpeza, por no leer ni examinar bien, de extirparme tan solo las palatinas y dejarme las linguales intactas. Cuando regresé meses después a donde el doctor que había diagnosticado el problema y contarle lo sucedido, éste me examina y determina que no, que las linguales no había que sacarlas, que tan solo había que desinflamarlas. Llegué a mejorar bastante como por cinco meses hasta que el problema volvió y explotó. Después de tres citas le pido al otorrino que me opere la amígdalas linguales y pongamos fin al asunto. Éste argumenta que no estaba del todo seguro si ese sería el caso. Decido cambiar de doctor y visitar a una especialista en el Centro Médico Universidad Central del Este (UCE). Luego de par de consultas diagnosticó faringitis y laringitis aguda. Pocos días después tuve que visitar la odontóloga, pues, debido a una infección de encía hubo que extraerme una muela. La infección había llegado a la raíz dental. Pasado más de un mes la otorrino me evalúa de nuevo y se pregunta para sí misma: “no sé qué le vamos a indicar a Iván”. Entonces es cuando decide preguntarme: “¿En verdad usted quiere operarse eso?”, refiriéndose a las amígdalas linguales. Le expliqué largo y detallado el porqué lo deseaba. Ella me refiere por escrito a donde otro especialista para fines de evaluación, pero antes me explica que el método más adecuado para operar amígdalas linguales es con cirugía láser. Dos días después visité al otro médico quien me evalúa y concluye que yo estaba perfecto, pero en su diagnóstico escribe FARINGITIS RECURRENTE.
Por lo anterior ya expuesto es necesario planteándome preguntas como las siguientes:
- ¿Por qué esas variaciones en los diagnósticos?
- ¿Se puede curar de raíz la faringitis aguda y recurrente?
- ¿Por qué ese escozor ya sea amigdalítico, laringítico o faríngeo nunca termina de desaparecer?
- ¿Han tenido algo que ver las encías problemáticas? ¿Habrá sido esa la raíz del asunto? Aún queda una encía que, comparándola con su contraparte, todavía se ve alterada.
- ¿Por qué llevo más de dos meses con tantas secreciones nasales después de tantos medicamentos tomados?
- Y la gastritis, ¿se me curará algún día en su totalidad?
- ¿Viviré toda mi vida con estas mierdas de malestares? ¿No existe alguna manera de que lleguen a su fin?
No es verdad que tantas jodiendas juntas pueden ser mentales. No he tenido ningún inconveniente en reconocer cuando algo ha sanado. Cuando he mejorado de la alergia de la piel y el asma no he tenido problemas en admitirlo; cuando sanó la última de mis otitis en 2011 tampoco. Cuando he mejorado del estómago, lo mismo; cuando sentí el alivio luego de la extirpación de un nódulo benigno en la mejilla derecha en 2008 dejé de quejarme para siempre; cuando me sacaron la muela debajo de la encía infectada también reconocí la sanación. Pero tampoco puedo estar dándole créditos a medicinas que no han curado en lo más mínimo. Por ejemplo, cuando decidí en octubre de 2015 suspender por mi propia cuenta la vacuna de inmunoterapia, fue porque aquella porquería indicada por aquel alergista a quien visitaba entre 2014 y 2015, simplemente no funcionó en un año y 8 meses de tratamiento. Desde aquel momento he jurado no volver a inyectarme vacunas inmunológicas nunca más en mi vida, además de lo costosísimas que son. Aquello fue un montón de dinero y tiempo perdido.
No puedo estar diciendo un sí cuando lo cierto es que un asunto no ha sido erradicado de raíz. Los enjuagues y spray bucales me han calmado malestares pero no sanado rotundamente la última encía afectada. No puedo decir que se me curó la molestosa secreción cuando todavía la tengo. Solo deseo con vehemencia que el Padre Tiempo, sabio al fin, dé sus respuestas a todo.
Voy a creerle ciegamente al último otorrinolaringólogo que me evaluó y aseguró que yo estaba perfecto y que lo mío era tan solo faringitis recurrente. Volaré en octubre a Asunción a competir en el mundial de scrabble en español. Espero que no ocurra ningún percance antes o allá, pues un especialista de la otorrinolaringología avanzada dictaminó “usted está excelentemente bien, perfecto”.
Continuará...