martes, 26 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 18)

El especialista me examinó primero la garganta, luego la nariz y finalmente los oídos. Una vez más repitió el mismo proceso. Finalmente concluyó diciendo “usted está excelentemente bien, perfecto. Venga le voy a indicar algo”. No podía comprender nada de aquel veredicto. “¿Entonces y las molestias faríngeas? ¿Y aquel diagnóstico de la médica anterior cuando me detectó laringitis y faringitis aguda?”, le pregunté a manera de insistencia al experto de oídos, nariz y garganta. “Usted no tiene nada de eso”, me contestó. Intenté mostrarle algunos estudios que me realizaron en meses anteriores. “Guárdelos, no los necesito. Con el chequeo completo que le hice ya basta”, me respondió reciamente y  cortante.

Por Iván Ottenwalder

El viernes primero de septiembre fui a laborar normal como todos los días. El día anterior había solicitado un permiso a mi jefe. Él ha estado al tanto de mi situación clínica en el tiempo que lleva como director del departamento en que laboro. Le había informado de mi cita médica a partir de las 9 de la mañana y me concedió el permiso.

A eso de las 9:20 llegué a la sala de consulta del especialista que me había referido la doctora anterior. Este también laboraba en el Centro Médico Universidad Central del Este  (UCE). Cuando me dirigí a su secretaria le pasé mi carnet médico y me dijo que mi turno era el número 12 y que apenas iban por el primero.  Me senté a esperar con paciencia y calma.

La sala de espera estaba repleta de pacientes con distintas condiciones. Observé a un niño con problemas severos de adenoides respirando con dificultad. Emitía unos ruidos horribles. Su madre, con quien entablé conversación, me contó toda la historia del pequeño. “Me lo van a operar porque ya nada funciona y eso le está haciendo mucho daño”, me dijo.

Para ser honesto nunca en mi vida había observado un caso de adenoides en infantes. Pero el que más me impactó fue el de una chica mulata, muy bonita y atractiva, a quien le habían practicado 5 cirugías, una de amígdalas y cuatro de cuerdas vocales. Su madre, quien le acompañaba, me relató gran parte de la historia. “Ella tiene problemas serios con las cuerdas vocales, se las han operado cuatro veces y le sacaron las amígdalas hace poco. Mire como está que no puede hablar casi nada, pero en cuestión de uno o dos meses vuelve y recupera la voz de lo más normal. En las últimas ocasiones el doctor la ha tratado con unas inyecciones de botox”, explicó.

De veras que me chocó bastante el caso de esa adolescente. Tan, pero tan joven, y padeciendo de esos crueles achaques. Por un instante reflexioné un poco acerca de mí. Dentro de mi mente me hice algunas preguntas tales como esta: “¿te gustaría estar así Iván?” “¿Tendrías algún tipo de inconvenientes si un día tuvieras una pareja con ese tipo de condición?” “¿Estaría a su lado siempre?” “¿Fuera la número uno de tu vida?”. Mi sopesada respuesta interna fue que sí, absolutamente, sin ningún problema; bajo la única condición de que no quiero tener hijos, solo eso.

Durante mi existencia he visto incluso casos de chicas y mujeres adultas con defectos físicos notorios. Alguna con medio rostro quemado, otra con una negra mancha cercana a la comisura de la boca, una con vitiligo y a todas las he visto bellas e  interesantes. Me importa que en República Dominicana y otras naciones todavía queden remanentes de personas, adultas y jóvenes, que discriminan y rechazan a ese tipo de seres humanos. Me tiene sin cuidado.

Otro cuadro que me tocó presenciar fue el de un adolescente tipo roquero quien, según me contó, venía padeciendo sinusitis crónica frontal, esfenoidal y etmoidal. “No sé qué van hacer conmigo”, exclamó.
Diagnóstico en junio de 2016

Ya faltando pocos minutos para la una de la tarde la secretaria del doctor me avisó que yo sería el próximo paciente en entrar al consultorio. Al poco rato se apersonó en la sala de espera una señora reclamando que ella era la número 11 y que, por consiguiente, el próximo turno era el suyo y no el mío. La secretaría le informó que independientemente de eso era yo quien debía entrar primero ya que me había dado su palabra. “Ya le había dicho al señor que era él que iba”, le explicó. En ese instante me detuve a reflexionar bien las cosas y decidí ceder mi turno. Le dije a la secretaría que le concedería mi turno a la señora, pues era cierto que ella estaba primero que yo, solo que se había movilizado por un buen rato. La paciente me lo agradeció: “Gracias señor. Usted mismo lo sabe. A usted lo vi cuando llegó temprano como a las 9 y pico de la mañana. Yo estaba sentada en la sala de allá afuera”, corroboró la señora con satisfacción.

  • ¿Usted durará poco o mucho allá dentro? -  pregunté a la dama.
  • Será poco tiempo, usted verá. Lo mío será rápido. Es solo a llevarle unos estudios al doctor - aseguró la señora.
  • Espero que Dios me dé un gran premio por haber sido justiciero - expresé levantando un poco más la voz.

Esperar un turno más no me preocupaba lo más mínimo. Pasase lo que pasase yo sería atendido por el galeno.

La dama entró al consultorio y, tal cual me lo aseguró, así mismo fue. Apenas como 10 minutos y había terminado. “Dígame señor, ¿duré  mucho o poco?”, me preguntó sonriente. Yo asentí con la cabeza y le devolví la sonrisa.

Una vez dentro del consultorio saludé brevemente al nuevo otorrino. Sin hacerle perder mucho tiempo y como lo tenía planificado le fui al grano:

“Estoy aquí porque tengo 1 año y ocho meses con inflamaciones recurrentes de amígdala lingual derecha . Médicos van, médicos vienen; antibióticos van y vienen; antiinflamatorios van y vienen; antialérgicos de los mejores van y vienen. ¿Los síntomas? picor constante, se me irrita de forma descontrolada, náuseas ocasionales, sensaciones de desmayos y abatimientos. Ya quiero que esta pesadilla llegue a su fin”, le especifiqué a manera de resumen al galeno.

Diagnóstico en septiembre de 2017
“Ven, vamos a revisarte para allá atrás”, y me indicó el asiento para examinar a los pacientes. Aquella zona estaba provista de un sofisticado equipo de videolaringoscopía. El especialista me examinó primero la garganta, luego la nariz y finalmente los oídos. Una vez más repitió el mismo proceso. Finalmente concluyó diciendo “usted está excelentemente bien, perfecto. Venga le voy a indicar algo”. No podía comprender nada de aquel veredicto. “¿Entonces y las molestias faríngeas? ¿Y aquel diagnóstico de la médica anterior cuando me detectó laringitis y faringitis aguda?”, le pregunté a manera de insistencia al experto de oídos, nariz y garganta. “Usted no tiene nada de eso”, me contestó. Intenté mostrarle algunos estudios que me realizaron en meses anteriores. “Guárdelos, no los necesito. Con el chequeo completo que le hice ya basta”, me respondió reciamente y  cortante. Le expliqué que yo no quería sentir más aquella molestia de un año y ocho meses y le pedí que me extirpara las tonsilas linguales. “Es que no hay que extirparlas”, me respondió secamente. Al final esperé a ver lo que anotaba en una receta que, luego de sellarla, me la entregó. Me indicó lo mismo que he tomado por cajas desde principios de 2016 hasta el presente: lisozima de 250 mg. “Es lo único que le puedo indicar”, dictaminó. Más abajo de la prescripción, donde se leía la palabra Diagnóstico, había escrito FARINGITIS RECURRENTE. Agarré dicha prescripción y me retiré del consultorio sin despedirme. Si el galeno tenía razón, pues a ver si tantas dosis de lisozima terminan de matarme la faringitis recurrente diagnosticada. Lo que sí puedo afirmar es, que desde el año 2016, dicho fármaco no lo ha hecho.

Otra vez en el odontólogo

El mismo día que salí de la consulta con el otorrinolaringólogo empecé a tomar la medicación prescrita: la eterna lisozima de 250 mg. Sin embargo, tuve a los pocos días que comprar un antialérgico debido a que por sí sola la lisozima no podía mitigar la irritación y el picor. Todo comenzó a marchar mejor, pero, otro imprevisto ocurrió: la última muela de la zona superior derecha, a esa que tantas veces se le partían los empastes, volvió a botar un pedazo. Telefoneé a mi odontóloga para concertar una cita pero me dijo que no laboraría el jueves debido a las amenazas de que el huracán Irma golpeara a la República Dominicana. Eso lo pude comprender a la perfección. Aquellos días fueron de mucho pánico  e histeria para toda la población, pero todo quedó en eso, pánico e histeria, pues al final el ciclón no afectó al país en la forma que mucha gente vaticinó. Decidí entonces telefonearla a su celular el viernes por la mañana. Pudimos comunicarnos pero me informó que no trabajaría tampoco ese día, que la otra semana. Finalmente decidí visitar la clínica dental Amerident, donde tantas veces me han tratado. Lo hice el viernes por la tarde al salir de mi trabajo. Primero me realizaron una panorámica dental y esperé a que me viera un odontólogo. Cuando llegó mi turno le conté el motivo de mi visita. Le expliqué sobre la muela a la que tantas veces se le rompían los empastes, asimismo acerca de la encía que cubría la raíz dental de dicha muela que me producía escozor constante. Me la checó detenidamente y lo confirmó. “Uju. Ahí había tratamiento de canal desde hace mucho, pero ya ese diente no sirve”, comentó. “Y por qué te sacaron la muela del al lado?”, me preguntó. Le relaté sobre una infección recurrente que había llegado a la raíz dental y que de paso hubo que extraerlo todo. Le conté sobre las numerosas inflamaciones de aquella encía y como me explotaba las bolsitas, en ocasiones de pus, que se me formaban alrededor. “Eso fue un absceso que tú tuviste”, me contestó el especialista. Luego del chequeo me indicó que fuese a facturación a que me informaran sobre lo que tendría que pagar para luego extraerme lo que quedaba de aquello que alguna vez fue una pieza dental. Así lo hice. El seguro médico me cubrió bastante y pagué poca cosa.

Una hora después me llamaron para que entrara al consultorio. Luego de algunas preguntas de rigor el dentista procedió a inyectarme anestesia local antes de iniciar la extirpación de la pieza. El proceso comenzó lento. Al principio escupí un hilillo de sangre negruzca y minutos después terminó con éxito de sacarme la muela. Volví a escupir un poco más y luego el galeno me suturó la zona de la extracción. Me pidió volver dentro de cinco días a retirarme los puntos y me prescribió un antiinflamatorio de nombre Diclo -K también a usar por cinco días.

Tal como lo indicado cinco días después regresé a la clínica dental para el retiro de los puntos. Esta vez no me recibió el doctor que me sacó la muela, sino una dentista más joven. Antes de descoserme los puntos le conté que la encía aún me la veía hinchada y alterada. Ella me la evaluó. Me dijo que no la veía tan alterada, que estaba así debido a la cirugía de la semana anterior. Insistí que aún sentía el picor constante que no se me quitaba por nada y le pedí que por favor me tomara al menos una radiografía para comprobar. Me respondió que no me la haría porque no la veía alterada y que eso era debido a la extracción. De nada valió que le explicara que antes de la extirpación la encía estaba igual de hinchada. Decidí aceptar, aunque no conforme con su veredicto, y dejar al tiempo que se encargue de dar la respuesta exacta. La odontóloga me prescribió un enjuague y un spray bucal que ya tantas veces he venido utilizando. “Usted verá que dentro de un tiempo, digamos tres semanas o un mes esa inflamación se va y el picor se le quitará”, me aseguró la especialista. Me retiré tranquilo y sin opinar.

Conclusiones

Desde el 2016 hasta acá en que he visitado tantos otorrinolaringólogos, el diagnóstico ha sufrido algunas variaciones. Primero aquel del médico del Centro de Otorrinolaringología y Especialidades indicando que padecía amigdalitis crónica lingual y palatina y que por tal motivo había que operar; luego, por razones de costos tuve que buscar un  médico de otra clínica y contarle mi situación. Éste comete la torpeza, por no leer ni examinar bien, de extirparme tan solo las palatinas y dejarme las linguales intactas. Cuando regresé meses después a donde el doctor que había diagnosticado el problema y contarle lo sucedido, éste me examina y  determina que no, que las linguales no había que sacarlas, que tan solo había que desinflamarlas. Llegué a mejorar bastante como por cinco meses hasta que el problema volvió y explotó. Después de tres citas le pido al otorrino que me opere la amígdalas linguales y pongamos fin al asunto. Éste argumenta que no estaba del todo seguro si ese sería el caso. Decido cambiar de doctor y visitar a una especialista en el Centro Médico Universidad Central del Este (UCE). Luego de par de consultas diagnosticó faringitis y laringitis aguda. Pocos días después tuve que visitar la odontóloga, pues, debido a una infección de encía hubo que extraerme una muela. La infección había llegado a la raíz dental. Pasado más de un mes la otorrino me evalúa de nuevo y se pregunta para sí misma: “no sé qué le vamos a indicar a Iván”. Entonces es cuando decide preguntarme: “¿En verdad usted quiere operarse eso?”, refiriéndose a las amígdalas linguales. Le expliqué largo y detallado el porqué  lo deseaba. Ella me refiere por escrito a donde otro especialista para fines de evaluación, pero antes me explica que el método más adecuado para operar amígdalas linguales es con cirugía láser. Dos días después visité al otro médico quien me evalúa y concluye que yo estaba perfecto, pero en su diagnóstico escribe FARINGITIS RECURRENTE.

Por lo anterior ya expuesto es necesario planteándome preguntas como las siguientes:

  • ¿Por qué esas variaciones en los diagnósticos?
  • ¿Se puede curar de raíz la faringitis aguda y recurrente?
  • ¿Por qué ese escozor ya sea amigdalítico, laringítico o faríngeo nunca termina de desaparecer?
  • ¿Han tenido algo que ver las encías problemáticas? ¿Habrá sido esa la raíz del asunto? Aún queda una encía que, comparándola con su contraparte, todavía se ve alterada.
  • ¿Por qué llevo más de dos meses con tantas secreciones nasales después de tantos medicamentos tomados?
  • Y la gastritis, ¿se me curará algún día en su totalidad?
  • ¿Viviré toda mi vida con estas mierdas de malestares? ¿No existe alguna manera de que lleguen a su fin?

No es verdad que tantas jodiendas juntas pueden ser mentales. No he tenido ningún inconveniente en reconocer cuando algo ha sanado. Cuando he mejorado de la alergia de la piel y el asma no he tenido problemas en admitirlo; cuando sanó la última de mis otitis en 2011 tampoco. Cuando he mejorado del estómago, lo mismo; cuando sentí el alivio luego de la extirpación de un nódulo benigno en la mejilla derecha en 2008 dejé de quejarme para siempre; cuando me sacaron la muela debajo de la encía infectada también reconocí la sanación. Pero tampoco puedo estar dándole créditos a medicinas que no han curado en lo más mínimo. Por ejemplo, cuando decidí en octubre de 2015 suspender por mi propia cuenta la vacuna de inmunoterapia, fue porque aquella porquería indicada por aquel alergista a quien visitaba entre 2014 y 2015, simplemente no funcionó en un año y 8 meses de tratamiento. Desde aquel momento he jurado no volver a inyectarme vacunas inmunológicas nunca más en mi vida, además de lo costosísimas que son. Aquello fue un montón de dinero y tiempo perdido.

No puedo estar diciendo un sí cuando lo cierto es que un asunto no ha sido erradicado de raíz. Los enjuagues y spray bucales me han calmado malestares pero no sanado rotundamente la última encía afectada. No puedo decir que se me curó la molestosa secreción cuando todavía la tengo. Solo deseo con vehemencia que el Padre Tiempo, sabio al fin, dé sus respuestas a todo.

Voy a creerle ciegamente al último otorrinolaringólogo que me evaluó y aseguró que yo estaba perfecto y que lo mío era tan solo faringitis recurrente. Volaré en octubre a Asunción a competir en el mundial de scrabble en español. Espero que no ocurra ningún percance antes o allá, pues un especialista de la otorrinolaringología avanzada dictaminó “usted está excelentemente bien, perfecto”.

Continuará...

sábado, 23 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 17)

Luego de la evaluación la especialista de oídos, nariz y garganta me preguntó con un dejo de sinceridad: “En verdad, ¿ya usted quiere operarse eso?”. Mi respuesta no fue parca. Le expliqué con lujos de detalles lo que ya he venido diciendo a gritos desde hace mucho, aquello del año y 8 meses, de los fármacos de ultra generación ya inefectivos a estas alturas, de todas las gárgaras realizadas, de todos los médicos visitados, en fin.

Por Iván Ottenwalder

La tarde del 29 de agosto  me he dirigido al consultorio de la otorrinolaringóloga en el Centro Médico UCE. Luego de saludarle empezamos a conversar. Le hablé sobre mis avances en cuanto al drenaje de mis mucosidades nasales, de las libritas que había engordado, de lo hablado con la gastroenteróloga quien me hallaba mucho mejor luego de las medicaciones estomacales, pero también le conté la parte la mala de película: la amígdala lingual seguía igual de mal, inflamada, irritada, me picaba molestosamente a cada momento. Le informé sobre los temblores de fiebre que padecí toda una madrugada en que aquella tonsila estuvo peor. Le comenté que la lisozima ya no me hacía efecto a pesar de las cápsulas que me había indicado más todas las cajas que desde la primavera de 2016 me he venido tomando. Lo mismo le comenté de todos los antialérgicos tragados desde aquella fecha hasta el presente año: desloratadina, Lukast e hidroxicina. De los antibióticos: Azitromicina, Zinat, Augmentin, Clindamicina, en fin, lo mejor de lo mejor elaborado por la industria farmacéutica mundial.

Lisozima de 250 mg.
“Doctora, ¿qué he tomado, qué no he tomado para esa tonsila ya resentida que se resiste a ceder?”, le pregunté.

Luego de la evaluación la especialista de oídos, nariz y garganta me preguntó con un dejo de sinceridad: “En verdad, ¿ya usted quiere operarse eso?”. Mi respuesta no fue parca. Le expliqué con lujos de detalles lo que ya he venido diciendo a gritos desde hace mucho, aquello del año y 8 meses, de los fármacos de ultra generación ya inefectivos a estas alturas, de todas las gárgaras realizadas, de todos los médicos visitados, en fin.

La doctora me explicó que la mejor solución para operar las linguales era con el procedimiento de rayo láser. “Es lo más seguro y efectivo y evita cualquier tipo de sangrado”, me reveló. Anteriormente ya había leído sobre ese tipo de cirugías láser, cuya función es quemar todas las capas de las amígdalas linguales hasta desaparecerlas  por completo. En cambio, con el bisturí, hay que practicar cisuras y desprendimientos estrictamente precisos donde se corre el riesgo de lastimar al paciente, ya sea afectándole las cuerdas vocales, la lengua u otro tejido. Me comentó que un colega del hospital era el único que hacía ese procedimiento, pues él poseía el aparato láser para esa clase de cirugías. “El a veces lo presta o lo alquila a uno de sus amigos, pero por lo regular casi siempre lo tiene. También trabaja con los seguros médicos”, agregó.

Una de mis preguntas que quise hacerle fue sobre mis adenoides, cómo las encontraba. Me explicó que para eso había que hacer un estudio de imágenes para observarlas con precisión. Ella me lo prescribió y me hice el estudio esa misma tarde en el mismo hospital. Me informaron en el área de rayos X que se me entregaría el resultado al día siguiente. después de las 10 de la mañana.

Al día siguiente

El miércoles 30 de agosto fue para mí un día más del montón como casi todos los demás. Llegué a mi trabajo bien temprano y realicé mis asignaciones matutinas, incluyendo las pendientes del día anterior. En mi hora de receso, a eso de la una de la tarde, me dirigí al hospital a recoger mis resultados. Todo estaba en orden; no había patología alguna.

A las 3:30 me encaminé al hospital para llevarle el estudio a la otorrino. Llegué bien temprano y fui el primero en la lista de pacientes por atender. Ya casi a las 5 de la tarde la secretaría de la galena me indicó que podía pasar al consultorio. Salude sonriente y de buen ánimo a la especialista. Me senté, abrí mi mochila y saqué el sobre con la radiografía junto a la hoja diagnóstica. Se la mostré. Observó todo con detenimiento para luego confesar “sí, no tienes nada, pero esta radiografía estuvo mal hecha. Te la hicieron de un solo lado y debió ser de los dos y con la boca muy abierta”, señaló y gesticuló abriendo su boca bien grande a manera de ejemplo. Sin embargo, no me la indicó de nuevo. Tomó una de sus hojas de prescripción médica y anotó mi referimiento a donde el colega suyo que opera las amígdalas linguales con láser. “Él trabaja los lunes, miércoles y viernes solo por las mañanas. Dile a mi secretaria que te dé su número para que lo telefonees y hagas una cita con él. Le enseñas este referimiento que te voy a dar”, me indicó. El mismo decía lo siguiente:

Refiero al señor Iván Ottenwalder con fines de evaluación y tratamiento.

Minutos más tarde telefoneé la secretaria de aquel doctor y tomé apuntes: días en que labora, horario y número de consultorio.

Pronto me tocaría conocer y platicar con ese nuevo otorrinolaringólogo. Pero iré preparado para lo directo. Cuando me pregunte qué usted se siente o por qué viene, le iré al grano y sin rodeos. Lo haré todo de la manera más precisa posible y menos cansona. Ya en mi cerebro he ensayado cómo hacerlo.

En verdad no quería otro cambio de médico, pero lo he comprendido. La otorrino que me había atendido en los últimos meses no opera amígdalas linguales, solamente ése a quien me ha referido. De modo que ¡a contar mi viacrucis de nuevo! Solo que esta vez seré directo y más específico. No me quiero pasar el resto de mis días sobremedicado por una porquería que ya no tiene arreglo.

Por el momento, una vez más esta historia,

Continuará...

lunes, 18 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 16)

Le pregunté por las imágenes de mis senos nasales y me dijo que aparentemente se veían todos muy limpios, que la flema que tenía era muy ínfima. Al menos esto sí se podía considerar satisfactorio. Sin embargo, tuve que serle sincero en comentarle la realidad de mis tonsilas linguales que, aunque ya no igual que en mayo y junio, aún seguían inflamándose, en especial, la derecha, mi talón de Aquiles, mi sufrimiento de más de año y medio.

Por Iván Ottenwalder

El lunes 31 de julio, como estaba pautado, fui a recoger mis resultados de la gastroendoscopía que me fue realizada una semana atrás.

Pasada las cuatro de la tarde entré al consultorio de la especialista. Ella me explicó que tenía apenas una gastritis leve y que no había reflujo gástrico. Tampoco helicobácter pylori. Miré las imágenes de la gastritis y el diagnóstico escrito, pero ¿qué leí además en dicho resultado? Veamos:

  • Del estómago se dice que se refleja mucosa hiperémica en cuerpo y antro.

  • Del duodeno se menciona mucosa duodenal ligeramente hiperémica. Reflujo biliar presente.

  • Gastritis atrófica crónica leve

Dos elementos que no estuvieron presentes en mis endoscopías de octubre del 2015 y marzo del 2016: reflujo biliar y el empeoramiento de la gastritis, que en 2015 había sido apenas levemente moderada, en 2016 universal y ahora ¿crónica leve? O esa, esto quiere decir que se agudizó en vez de aminorarse. No veo esto como un aliciente para el conformismo. Estamos hablando de una gastritis que paulatinamente sigue empeorando en lugar de reducirse y mejorar.

La gastroenteróloga me comentó que ese reflujo no era por ácido y que con la medicación que me prescribiría se podía corregir el problema. “¿Se puede erradicar?”, le pregunté. Ella contestó que sí que con un tratamiento por 28 días era posible. Qué interesante, en dos años que llevo padeciendo gastritis nunca se me ha erradicado.

Me indicó dos productos que mi seguro médico no me los cubrió: ZOLTUM 40 mg. y VIPRASEN PLUS 25  mg. El primero es un pantoprazol a utilizar por 28 días tomando una pastilla una hora antes del desayuno y el segundo un agente procinético digestivo a tomar dos cápsulas por 20 días.

Quedé en volver a verle dentro de un mes.

Visita a la otorrinolaringóloga

Saliendo del consultorio de la especialista de las vías digestivas, tomé rumbo al de la experta en nariz, oídos y garganta.  Hice mi turno y no tuve que esperar mucho. A poco ratos entré y luego de saludar le mostré los resultados de la endoscopía. Lo único que le sorprendió era que yo tuviese reflujo biliar. “¿Pero tú tienes tu vesícula, verdad?”, me preguntó. Le contesté que sí. Le pregunté por las imágenes de mis senos nasales y me dijo que aparentemente se veían todos muy limpios, que la flema que tenía era muy ínfima. Al menos esto sí se podía considerar satisfactorio. Sin embargo, tuve que serle sincero en comentarle la realidad de mis tonsilas linguales que, aunque ya no igual que en mayo y junio, aún seguían inflamándose, en especial, la derecha, mi talón de Aquiles, mi sufrimiento de más de año y medio. “En ocasiones sensaciones de picor luego de comer, se irrita e inflama y, pocas veces, síntomas de náuseas en la lingual derecha”, le detallé a la médica. Le conté que el cuello se me había puesto rojo por la alergia y que eso lo relacionaba precisamente con el malestar de mis linguales. Le dejé saber además que eso me ponía de mal humor  y que ya estaba cansado de tantas recurrencias y que mejor deseaba una solución definitiva. “Ese problema constante de las linguales me agudiza mi dermatitis, mi asma y evita que mi problema de IGE, que bien debió haberse curado de raíz hace tiempo, se eleve o se reduzca muy poco. Quiero que con esto lleguemos a una solución final”, le expresé.

Dice una famosa frase que para un buen entendedor pocas palabras bastan. Si esa doctora es buena entendedora, sabrá muy bien a lo que me estaba refiriendo.

La otorrino decidió no recetarme nada mientras estuviera medicado para lo del estómago. Quedamos entonces que dentro de un mes volvería a verle para determinar en fin que se haría con mis amígdalas linguales.

Si me preguntan ahora mismo qué yo quiero, seguro que responderé “no más larga al asunto”. ¿Podría ser capaz  de aceptar al menos un ÚLTIMO tratamiento? Solo un último que no sea largo ni zozobrante. Y en caso de que este no funcione o de que funcione temporalmente, pero luego regrese el problema con mayor fuerza, entonces más razón tendré para pedir la cirugía.

No seré médico pero hay algo llamado sentido común, y este habla por sí solo. Lo que no ha sido capaz de curarse en más de año y medio, con los mejores fármacos del mercado, dudo absolutamente que se cure de raíz ahora.

No quisiera tener que cambiar de especialista otra vez y empezar una vez más desde cero. ¡Para nada!

Continuará...

jueves, 14 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 15)

El jueves 13 de julio decidí regresar al consultorio dental, pues ya no estaba en disposición de seguir aguantando tantas recurrencias e inflamaciones en las encías afectadas. Llegué poco después de las tres de la tarde y ya para las cuatro había llegado mi turno. La especialista me checó las encías. Me dijo que la enferma era solo la que estaba encima de la corona dental.

Por Iván Ottenwalder

El martes 11 de julio y con la referencia indicada por la otorrinolaringóloga me dirigí a la consulta la con la gastroenteróloga en el Centro Médico UCE. Hice mi turno desde las 3:20 de la tarde hasta la hora de llegada de la especialista de las vías digestivas.

Llegado el momento entré de primero al consultorio. La doctora me tomó los datos generales y me realizó algunas preguntas de rigor sobre mis antecedentes clínicos. Las respondí todas, algunas con brevedad y otras con detalles.

Antes de examinarse me tomó la presión la cual se hallaba estable dentro de los rangos. Luego me auscultó los órganos con el estetoscopio  y finalmente me hizo presión en varias zonas de mi barriga y abdomen para determinar si sentía dolor. No los sentía en absoluto.

Después de finalizado el chequeo me hizo la indicación para la prueba cardiovascular y, finalmente, la de la gastroendoscopía con biopsia. La especialista se había quedado con la referencia de la otorrino en la que especificaba que el paciente Iván Ottenwalder padecía de gastritis universal y reflujo gástrico del duodeno según el último estudio gastroendoscópico del año 2016. En el informe también diagnosticaba faringitis y laringitis aguda.

La gastroenteróloga anexó la prescripción de la endoscopía  a un croquis donde precisaba la clínica donde me harían el estudio. Me explicó que debía estar en ayunas ese día. La fecha la acordaríamos en otro instante.

Prueba cardiovascular

Ese mismo día, al salir del consultorio de la gastroenteróloga, indagué sobre la existencia de un cardiólogo para realizarme el estudio del corazón y la presión. Hallé información sobre uno que laboraba en uno de los edificios de la UCE. Hablé con su secretaria y fijé cita para el día siguiente en horas vespertinas.

El miércoles 12 en la tarde hice la visita al cardiólogo para el chequeo. Luego de un breve interrogatorio de rigor me realizó la evaluación. Al final me dijo que mi corazón y presión estaban en estado óptimos. Escribió su informe y se lo llevé de inmediato a la médica del estómago e intestino. Ella lo vio y me recomendó llevarlo el día de la endoscopía, acordada para el sábado de la semana posterior. También me devolvió mi paraguas que por olvido había dejado en su consultorio la tarde anterior.

De nuevo a la odontóloga

El jueves 13 de julio decidí regresar al consultorio dental, pues ya no estaba en disposición de seguir aguantando tantas recurrencias e inflamaciones en las encías afectadas. Llegué poco después de las tres de la tarde y ya para las cuatro había llegado mi turno. La especialista me checó las encías. Me dijo que la enferma era solo la que estaba encima de la corona dental. “¿Pero no eran las dos encías, esas que cubren las dos últimas muelas de la parte superior derecha?”, le pregunté sorprendido. Ella me respondió que la placa solo había mostrado infecciones en una sola. “¡Tú la viste Iván?! ¿Tú creíste que eran las dos últimas? No, era solo la que está encima de la coronita. Lo que pasa que tenía dos puntos de infecciones, pero era solo una”, me explicó la dentista.

Luego de recostarme en la camilla de los pacientes empezó el proceso. Primero la fuerte anestesia por toda el área circundante a la coronita y después el proceso de arrancamiento el cual duró como 20 minutos ya que hubo que romper pedazo a pedazo para finalmente extraer lo que quedaba de raíz. Efectivamente, estaba infectado. “Mira acá. Esa es la infección. Ahí la ves en estos dos lados y en el fondo de la raíz dental”, me mostró la odontóloga con la muela inservible en la palma de su mano.

La especialista dio unos cuantos puntos de sutura en el hueco donde antes estaba la coronita y raíz dental.

¿Y como diablos esa encía llegó a inflamarse?

Lo más que puedo revelar sobre esto son apenas sospechas. Lo que siempre me preocupó fue que desde febrero de 2016 esa encía se veía muy alterada en contraste con la de su par en el lado izquierdo, que lucía normal. Nunca le presté atención a aquel detalle, pero fue en noviembre de ese año cuando una odontóloga de AMERIDENT, antes de realizarme una limpieza profunda, me comentó que cerca de la coronita dental habían algunas plaquitas bacterianas y un poco de sarro alrededor. Fue en ese mismo instante que recordé aquello de la alteración de esa encía. Para el mes de marzo del 2017 parte de esta se me había hinchado más todavía y producido dolor en la pieza dental. Me exprimí aquel bulto inflamatorio y brotó líquido apestoso. A los pocos días de haber visitado la dentista se produjo otra inflamación. La siguiente recurrencia fue en junio del presente año, cuando la doctora le tomó una placa a la zona afectada. Pero la última de todas, la que colmó mi paciencia, fue a principios de julio.

No quiero lucir injusto ni mucho menos inmisericorde, pero una vez más voy a acusar a Maribel. Mis sospechas de nuevo apuntan hacia ella. Aquella chica infeliz y de apestoso aliento bucal con la que tuve sexo y cometí la torpeza de besarme con ella varias veces entre finales de enero y principios de febrero de 2016, bien pudo haberme infectado, no solo la amígdala palatina derecha, sino también aquella encía y, ¿quién sabe?, si de paso la lingual derecha, que siempre se inflama y de la cual brotan mis síntomas ocasionales de náuseas. La naturaleza suele ser más sabia de lo que se cree y el tiempo poner las cosas en su justo lugar.

Ocho días después de la extracción dental volví al consultorio para que me descosieran los puntos. Antes de retirarme le pregunté a la médica si no existía posibilidad alguna de que esa encía volviese otra vez a infectarse e inflamarse. Su respuesta fue un “yo no creo. Después que te saqué la raíz dental y se vio que la infección estaba allí, es muy difícil que eso vuelva a ocurrir”. Le creí, me despedí cortésmente y me retiré.

Día de la gastroendoscopía

El sábado 22 de julio temprano en la mañana mi padre me acompañó al hospital para el estudio gastroendoscópico. Llegamos a eso de las 7 de la mañana. La puerta del hospital estaba cerrada y tuvimos que esperar al menos media hora hasta que el encargado de seguridad la abriera. Había mucha gente esperando afuera.

Ya dentro de aquel centro especializado en estudios endoscópicos y colonoscópicos dos recepcionistas empezaron a recibir nuestros números y carnets médicos. Yo era el número 13, el de la mala suerte, según la cábala, aunque no suelo perder mi tiempo pensando en esas supersticiones. Durante mi infancia, en los años 80, viví en una casa número 13; el consultorio de la otorrino a la que he estado visitando desde principios de julio es también número 13. Viernes 13 fue una de mis películas de terror favoritas. Es difícil que ser humano alguno en el planeta pueda evadir en algún momento de su existencia ese número, aunque se comenta que en los Estados Unidos gran parte de su población le rehuye al 13. Inclusive, hay personas que no se atreven a comprar o a alquilar una vivienda con dicho número. Bueno, ese no es mi caso.

Casi dos horas después, cuando me llamaron por el 13, me acerqué donde la joven recepcionista quien me pidió mi seguro médico y cédula. Ella notó que yo estaba estornudando mucho y botando secreción por la nariz. Me preguntó si tenía gripe. Le respondí que sí. “¡Ah pues usted no puede hacerse ese estudio hoy porque le van a poner anestesia!”, exclamó. Le contesté, “en ese caso pues que se me posponga la endoscopía para otro momento, pero que no me dejen sin realizarme ése estudio que es vital para mí”. La joven entonces sugirió llamar a la anestesióloga para que me evaluara y lo considerara luego. Acepté la propuesta, pero mantuve mi posición de que si no podía ser ese día me realizaran la gastroendoscopía en otra fecha. “Sin nada no me quiero quedar, por favor”, manifesté.

A los 10 minutos me llamó la anestesióloga, invitándome a entrar a la sala de evaluación. Primero me indicó recostarme en una camilla, una enfermera me colocó un suero y luego la experta en anestesiología me auscultó. “No tienes gripe”, afirmó. Le dije que quizás lo mío era alguna alergia. Me hizo algunas preguntas de rigor: la edad, enfermedades de las que padezco, si fumaba, entre otras. Terminado el breve interrogatorio se procedió al estudio gastroendoscópico. En ese momento había entrado en la habitación la gastroenteróloga que me prescribió el estudio una semana y media antes.

Me tomaron la presión, todo normal y luego me anestesiaron. Dormí como un lirón. Al despertar ya estaba en otra sala, la de recuperación. La enfermera me retiró el suero y mi padre me ayudó a salir caminando hasta afuera, pues me sentía un poco mareado. Se me pasó rápido. Pocos minutos después la doctora se me acercó para explicarme que el estudio estaría listo el lunes 31 de julio, que mi estómago no estaba tan mal, apenas una gastritis moderada y que no había reflujo. Agregó que luego hablaría con mi otorrino sobre el caso.

¡Increíble! ¿En verdad había superado el reflujo gástrico? Lo hubo en octubre de 2015 y marzo de 2016, cuando me habían practicado los dos últimos estudios! Tengo las pruebas en casa bien guardaditas. De todos modos es mejor que espere hasta el lunes 31 porque habrá que ver ahora la magnitud de mi gastritis y si no he salido positivo al helicobácter pilory. Ya lo tuve en los primeros dos meses de 2015.

Minutos más tarde mi padre y yo nos marchamos. Él había pagado la cuenta de mi estudio con su tarjeta de crédito y le prometí que una vez llegáramos a casa le daría el dinero en efectivo. En verdad yo estaba preparado con mi tarjeta crediticia para pagar el monto. Él se me había adelantado mientras yo estuve dentro de la habitación para la evaluación.

Continuará...

viernes, 1 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 14)

La médica me informó que iba a tratar mi caso en varios ciclos. El primero, con levofloxacina y un antiinflamatorio-antialérgico por tan solo 5 días. Luego me hablaría sobre el otro ciclo a llevar. Le dejé saber mi preocupación acerca de la mucha plata que había gastado en medicamentos desde año y medio y mi deseo vehemente porque mi capítulo llegue a su final. “Si usted hace lo que yo le digo verá que todo se resuelve”, me aseguró.

Por Iván Ottenwalder

El jueves 29 de junio acudí a otro clínica, el Centro Médico Universidad Central del Este (UCE), para visitar a una especialista en materia de otorrinolaringología. Ya mi decisión estaba tomada y consideré era al momento del cambio de médico.

El Centro Médico UCE había sido el primer hospital de mi infancia. Desde 1980, hasta aproximadamente principios de 2004, era la única clínica a la que frecuentaba. Mi historia clínica iba muy estrechamente relacionada con ese hospital. Mis primeros médicos fueron de allí. Mi pediatra durante la infancia, mi primer neumólogo, mi primer dentista, mi primera dermatóloga y, hasta mi primer otorrinolaringólogo, laboraron durante muchos años en ese viejo hospital.

Las razones por las cuales en las últimas dos décadas tuve que cambiar de galenos fueron varias:  mi neumólogo había dejado de recibir mi seguro médico en 2001, mi otro neumóloga, que en septiembre de 2002 me había internado a raíz de varias crisis asmáticas, ya no hallaba la forma de controlar mi asma; mi dentista se había pensionado en 2007, lo mismo que aquel viejo otorrino que en par de ocasiones (2009 y 2010) me había curado exitosamente dos casos de otitis.

Sin embargo, aquel 29 de junio, luego de una larga espera, la secretaria de la que sería mi nueva doctora, nos dijos a todos los pacientes que a la especialista se le había presentado una emergencia y que la disculparan. Por ese motivo, decidí entonces aguantarme hasta el lunes 3 de julio.

3 de julio, día de la cita

Después de esperar un buen rato llegó mi turno de entrar a donde la especialista. Me tomó informaciones generales y luego me preguntó “¿qué usted se siente?” De inmediato le hice un poco de historia sobre mi caso, especialmente sobre mi amígdala lingual derecha y la sinusitis maxilo-esfenoidal. Le conté en especial acerca del tiempo que tenían mis recurrencias de garganta. Ella me indicó que tomara el asiento de los pacientes para evaluarme. Antes que nada me preguntó si yo padecía de reflujo gástrico. “Mire, cuando a los pacientes se le complica el reflujo gástrico, el cuadro de amigdalitis y sinusitis suele ser más complejo debido a que todos esos gases que suben a la garganta afectan peor al enfermo”. Fui sincero revelarle que sí, que padecía reflujo desde el 2015 pero que mi caso era moderado. Aunque en verdad no le conté sobre las dos amenazas estomacales que me pillaron en este 2017, la primera en marzo y la segunda a mediados de mayo por la cual tuve que visitar a un gastroenterólogo. Tampoco le hablé sobre el estreñimiento que me agarró en mayo y que fue luego cediendo en las semanas siguientes. Quizás, le fui sincero a medias, pero no del todo. Si retrocedo la historia reciente a mayo de este año, en verdad fue un problema estomacal lo que me agarró primero antes de que la garganta se me afectara nuevamente. Tan solo me había limitado a decirle que mi reflujo y gastritis estaban controlados. “¿Están controlados usted dice?”, me preguntó de nuevo. Luego la especialista de nariz, oídos y garganta me checó los oídos, los cuales halló bien y, por último, la garganta. “La tienes muy reseca y la pared se ve como pelada. Si la prueba más reciente que usted me enseñó muestra que es sinusitis maxilo-esfenoidal, es posible que su caso se trate de goteo posterior. Me voy a enfocar arriba, en el esfenoide”. Luego me preguntó: “¿usted no sufre de gastritis?”. Le contesté que sí, pero que también era moderada. Sin embargo, no le dije que mi última endoscopía, en marzo de 2016, revelaba que tenía gastritis universal y reflujo gástrico del duodeno. Me explicó que también una gastritis fuerte puede provocar que los gases lleguen a la garganta y provoquen molestias. Lo que sí le había informado a la otorrina fue sobre mis náuseas recurrentes, sensación de fatiga, mareítos e inflamación constante de la tonsila  lingual derecha, que en efecto, era todo verdad.

La médica me informó que iba a tratar mi caso en varios ciclos. El primero, con levofloxacina y un antiinflamatorio-antialérgico por tan solo 5 días. Luego me hablaría sobre el otro ciclo a llevar. Le dejé saber mi preocupación acerca de la mucha plata que había gastado en medicamentos desde año y medio y mi deseo vehemente porque mi capítulo llegue a su final. “Si usted hace lo que yo le digo verá que todo se resuelve”, aseguró.

Luego de terminada la consulta me fui a una farmacia a comprar los fármacos indicados, los cuales el seguro médico me los cubrió y apenas pagué una diferencia de trescientos y tantos pesos.

Al llegar a casa reflexioné sobre varias cosas. Una de ellas es que, aunque le había enseñado el diagnóstico escrito de la resonancia magnética de hacía poco tiempo, no le mostré el cedé con las imágenes reales de dicho estudio. Imágenes que, según mi ex-otorrino, no se visualizaba flema en mis senos nasales, sino apenas un poquito en el esfenoides. Tal vez me arropó el desespero de tanto tiempo siendo medicado. Tal vez la desesperación por la molestia en la zona derecha de mi garganta sin solución alguna por el momento. Sobre lo otro que medité fue no haberle sido sincero del todo sobre mi reciente malestar estomacal. ¿Será posible que mi reflujo se me haya descontrolado desde mayo y sus gases me estuviesen provocando todas aquellas molestias faríngeas en la zona derecha y las sensaciones de hinchazón en todo mi cuello? ¿Por qué después de haber tomado ezomeprazol y pantoprazol todavía no me sentía con el estómago restaurado? Siendo justos, es posible que haya llegado a minimizar el problema de mi reflujo luego que semana y media después regresase otra vez el de garganta. ¿Por qué durante casi seis meses, de diciembre de 2016 hasta mediados de mayo de 2017 no llegué a sentir la más mínima molestia de garganta? Ahora entiendo porque la otorrino fue algo insistente en preguntarme sobre si padecía reflujo gástrico o gastritis. Fue precisamente después de que se me revoloteó el estómago cuando volvió el malestar amigdalítico. ¿Por qué no le conté sobre mi visita al gastroenterólogo en mayo? ¿Por qué no le informé sobre lo que me dijo aquel médico de las vías digestivas de posponer para después la gastroendoscopía? ¿Quizás haya tenido algo de razón la otorrino en haberme tocado el tema del estómago? Tal vez no debí radicalizarme en un solo punto y al menos considerar otro tipo de opinión. Hace un año y tres meses fue mi última gastroendoscopía y es probable que algo haya cambiado o quizás empeorado. Pero también debería preguntarme: ¿Por qué mi ex-otorrino al ver que mi garganta no cedía mucho no se planteó esa posibilidad? ¿Por qué no me hizo esa pregunta? ¿Por qué ella sí y él no? ¿Se le habrá escapado un detalle a él? ¿Habrá acertado ella?

Los cinco días del primer ciclo

Me he tomado al pie de la letra la medicación prescrita por la doctora. Es cierto que ya no siento esas sensaciones de cuello inflamado a ratos, pero sí la zona de la faringe derecha como irritada o raspada. He seguido drenando algunas flemas gracias al antibiótico, sobre todo, por las mañanas. Lo que habría que descubrir es el porqué de esa zona irritada y raspada. También he seguido tomándome el pantoprazol por las mañanas, media hora antes del desayuno, como me lo había prescrito el otorrino anterior. Estoy sintiendo a diario, y esto no es desde ahora, sino desde inicios de año, los sonidos de burbujas en mi estómago. ¿Por qué ese reflujo gástrico nunca termina de erradicarse?

De nuevo en la consulta

El lunes 10 regresé a la consulta donde la especialista de oídos, nariz y garganta. Esperé un buen momento, más de una hora hasta que llegó mi turno de pasar. Luego de saludar a la doctora le expliqué sobre el pendiente que tenía en mente aclararle. Primero le mostré el diagnóstico y las imágenes de mi último estudio gastro-endoscópico que se me practicó en marzo de 2016. También le enseñé el cede con las imágenes de la resonancia que no le había mostrado la semana anterior. Ella me contó que los cedés no funcionaban en su computador y que la mayoría de ellos se atascaban. Entonces le pedí e insistí que se lo llevara y visualizara en el ordenador electrónico de su casa. Ella lo aceptó. Envolvió el disco compacto en unos papeles para llevárselo y ver las imágenes de mis senos nasales en su hogar. Le dije además que mi médico anterior había visto dichas diapositivas y consideraba que mis senos nasales estaban prácticamente limpios, incluyendo el esfenoides al que, según él, sólo le quedaba muy poquita flema. La otorrino me garantizó que vería las imágenes y que me respondería sobre lo que ella mirase por correo electrónico.

Sobre mi estómago me sinceré al contarle sobre las dos amenazas estomacales que me habían pillado en este año, una en marzo y la otra a mediados de mayo. Fui específico cuando le dejé saber que a raíz del último revoloteo de mi reflujo gástrico fue que el problema de garganta me regresó con fuerza, luego de haber cedido por unos buenos meses. Me preguntó qué estaba tomando para el reflujo y le respondí que había ingerido desde ezomeprazol y sucralfato, recomendados por el gastroenterólogo y pantoprazol, por parte de mi ex-otorrino, pero que la garganta había comenzado a darme síntomas de molestias, de hinchazones recurrentes y náuseas.

Luego del conversatorio ella me checó las amígdalas linguales y comprobó que en efecto seguía inflamada. Había escrito en una hoja de receta una referencia para llevársela al gastroenterólogo/a con quien decidiera tratarme el caso de mi reflujo. En la prescripción especificaba mi caso como faringitis y laringitis aguda y sugería la gastroendoscopía. Me dijo que en la UCE tenían gastroenterólogos que laboraban en horario tanto matutino como vespertino y me sugirió el nombre de una especialista. Tuve la opción de consultar tanto al doctor de la Clínica Independencia que me checó en el mes de mayo como a la referida por mi reciente otorrino. Tomé unos días para pensarlo.

Finalmente, la doctora me prescribió tres fármacos para utilizar, los cuales me los regaló: un aerosol nasal llamado NALOSAR, un mucolito de nombre MUCOFLUX y por último la LISOZIMA de 250 mg. El tratamiento sería solo por 10 días, nomás.

Llamada a la odontóloga en horas de la tarde

A eso de las dos de la tarde del mismo día había telefoneado a mi dentista para explicarle otra recurrencia en mi encía afectada la semana anterior. Le relaté sobre las postillas de pus que se habían formado sobre una de ellas, las cuales me exploté y brotó un líquido sanguinolento apestoso. “Duré casi dos días con un mal aliento en esa encía, mal aliento que hasta me avergonzaba”, añadí.

A decir verdad dos semanas atrás la odontóloga había tomado una placa sobre esa encía que cubre la coronita dental. El resultado: estaba infectada, aunque no tan inflamada. La especialista me había indicado antibióticos, antiinflamatorios, pasta dental y enjuague de la marca PYOCLOR, más otras sustancias que me proporcionó. Como siempre, los utilicé al pie de la letra, hasta que la semana pasada de nuevo se me inflamó y esa vez con pequeños puntitos de pus.

Esta historia,

Continuará...