sábado, 29 de febrero de 2020

Los años maravillosos del Dimargo Country Club, una época para nunca olvidar

Gracias a mi familia llegaron a disfrutar del club Zahíra, Indira y Luisito, hijos de la famosa artista Vickiana; las bellas y atractivas chicas Aury y Kathy Paz, así como Wasang y Pepo, todos nietos de nuestra vecina doña Viola; Carlitos, Charmery y Andrés Luna, hijos de don Carlos Luna y doña María; Miguel Abraham (El Gordo), Giovanny, Lalo, Nano y Milton; Napoleón Núñez, su esposa Rosa y sus hijos Patricia, Albania y Polonchy. Seguramente se me están escapando algunos de la lista, por eso diré “y otros más”.



Por Iván Ottenwalder



Corría el verano de 1985, época de vacaciones escolares, cuando una tarde mi padre llegó a casa trayéndonos una sorpresa para todos nosotros. Entiéndase como todos nosotros al círculo familiar compuesto por mi madre, Carlos, yo y, obviamente, el que traía la sorpresa, mi padre.


Facundo Ottenwalder, sonriente pero siempre con su característica calma, nos mostraba cuatro carnets que nos acreditaba como socios del Dimargo Country Club, un club de reciente creación fundado por el empresario turístico Diógenes Marino Gómez.



Tanto Carlos como mi madre y yo no pudimos esconder nuestras alegrías, era inmensa. Mi padre también nos mostró varios brochures repletos de imágenes y textos alusivos al nuevo club capitalino. Todo se veía impecable y fantástico, como dirían los mexicanos, bien padrísimo.

Diógenes Marino Gómez (foto de 2004)


Por obra y gracia de la buena economía de mi progenitor mi hermano, mi madre y yo, que nunca habíamos sido socios de club alguno en esto que llamamos vida, pasábamos a serlo del Dimargo. Si señores, nos igualábamos en ese preciso instante a varios amigos y familiares que tenían membresía en otros clubes. Ya no necesitaríamos de la generosidad de Frank y Mirtha para que nos invitaran a Casa de España ni tampoco seríamos víctimas de la envidia que sentíamos de algunos vecinos socios de Arroyo Hondo, Los Prados o Naco. En ese momento sentíamos que éramos gente.



Recuerdo muy bien la primera tarde de aquel verano que mi padre nos llevó a mí y a Carlos a bañarnos en la piscina del club. El Dimargo Country Club era grandioso. Contaba con un play tanto para béisbol como softball, varias canchas de tenis y baloncesto, áreas de aparcamientos de vehículos, hermosos jardines, una linda piscina con dos grandes trampolines, restaurantes, cafetines, zona para jugar tenis de mesa, un gran salón para fiestas, discoteca, área de juegos para niños, gimnasio para hombres y mujeres, entre otros atractivos.



Carlos y yo nos bañamos por espacio de hora y media en la alberca del club. Cerca había una cafetería donde vendían pizzas, refrescos, jugos y otros insumos, pero conociendo a nuestro padre sabíamos que este no nos brindaría nada. Facundo Ottenwalder, nuestro progenitor, siempre se ha caracterizado por ser un hombre serio, honesto, incorruptible, pero, al mismo tiempo, tacaño, más duro que un codo. Y no es que no tuviera dinero para comprarnos a Carlos y a mí sendos pedazos de pizza y dos refrescos, sí tenía dinero, de hecho, su economía era saludable aunque no ganase una fortuna, lo que pasa que el viejo era, y es todavía, muy tacaño. Bien recuerdo de las tantas veces que nos acompañó al club y NUNCA nos brindó un delicioso refrigerio de los que preparaban en Dimargo. 
 


Durante la década de los 80 residíamos en el Barrio Los Maestros, primero en el Residencial San Pablo (1980-1982) y luego en la vivienda número 13 de la calle Jesús Salvador (desde 1982 hasta el divorcio de mis padres en 1992, razón por la cual mi madre y yo hicimos tienda aparte mientras Carlos y mi padre se quedaron viviendo en la casa, todo por común acuerdo con mi madre). Mi hermano, quien durante su adolescencia fue el chico most popular del barrio, regó la voz a todo pulmón, contándole a todos sus panas que nuestra familia era socia del club Dimargo. Yo también lo conté a mis amiguitos, que eran menos. A partir de los años 1986, 87 y 88 nuestra familia invitó al club a muchos vecinos del barrio, así como a otras amistades y familiares. Gracias a nosotros llegaron a disfrutar del club Zahíra, Indira y Luisito, hijos de la famosa artista Vickiana; las bellas y atractivas chicas Aury y Kathy Paz, así como Wasang y Pepo, todos nietos de nuestra vecina doña Viola; Carlitos, Charmery y Andrés Luna, hijos de don Carlos Luna y doña María; Miguel Abraham (El Gordo), Giovanny, Lalo, Nano y Milton; Napoleón Núñez, su esposa Rosa y sus hijos Patricia, Albania y Polonchy. Seguramente se me están escapando algunos de la lista, por eso diré “y otros más”.



Ciertamente que fueron momentos maravillosos que varios amigos y seres queridos disfrutaron con nosotros. Esa gente nunca lo ha olvidado y nos lo agradece por siempre.



Campamento de verano de 1987



Por dos semanas asistí a un campamento de verano organizado por el club de Dimargo. Para ser llano y preciso, no sobresalí prácticamente en nada. Aprovechaba con mucho entusiasmo las clases de natación, que me resultaron fáciles, debido a que había aprendido a nadar en el club de Aqua-Flamberg un año atrás. En lo concerniente a béisbol, baloncesto, karate y otras disciplinas fui un cero a la izquierda, un fracaso. Todas las tardes, antes de abordar el bus de regreso a casa, solía ducharme en una de las bañeras del club, de esas dispuestas para el público. Durante los 10 días de campamento me llevaba un jabón, dentro de la mochila, listo para usar a eso de las seis de la tarde, cuando tomaba mi baño en el área de ducha. De esa forma, me ahorraba el baño de casa. Poco después, abordaba la guagua que me dejaba en mi morada.


El campamento finalizó sin pena ni gloria, ni siquiera dejé huellas, ni siquiera una novia o algún amigo para el futuro. En mi humilde opinión, considero que mi madre, quien me había pagado ese campamento, botó su dinero. Sin embargo, sí hubo otros momentos dignos de satisfacción vividos en ese maravilloso club: las veces que fuimos en grupos con los amigos del barrio, para citar un ejemplo. Cómo olvidar a las bellas y atractivas Aury y Kathy, las chicas most popular de todo el vecindario luciendo sus hermosos trajes de baños; las travesuras de Wasang y Pepo; las cherchas y bromas de Carlos, Lalo, Giovanny, Carlitos y El Gordo… Tampoco podré dejar de mencionar los agradables momentos que compartimos con Napolén, Rosa y sus hijos Albania, Patricia y Polonchy. Y jamás olvidar a mi gran amigo de infancia Carlos Andrés Luna, hoy en día un profesional brillante que ha alcanzado un éxito económico satisfactorio. Otro de los tantos amigos del ayer que triunfaron económicamente, mientras que yo, con casi 45 años de edad, me he quedado estancado. Pero él no tiene la culpa de esto, quizás mi error estuvo en haber elegido Periodismo como carrera profesional. ¿Qué grandeza económica me ha dado la Comunicación Social? ¿Una casa? NO. ¿Un gran sueldo? NO. ¿Un premio meritorio? NO. No hay que ser un estúpido para darse cuenta si uno ha fracasado en una cosa o no. Los hechos hablan por sí mismo. Durante mi adultez he tenido que vivir o en casa de mi madre o en la de mi padre. ¿Y eso por qué? Porque NUNCA en mi puta existencia he devengado un salario de lujo y, por otro lado, soy un imbécil para los negocios.



Es increíble como en seis años, 1985-1991, nos convertimos en una de las familias más solicitadas, todo gracias al Dimargo Country Club. Y en ello también influyó el very popular de mi hermano, el más admirado y querido por todos los adolescentes de la Jesús Salvador y otras calles cercanas. El chico del Subarú, el muchachón del que todos querían ser como él, fue determinante en todo ese arrastre.



El chico más popular



Cada 1ro de agosto, cuando Carlos cumplía años, la casa número 13 de la Jesús Salvador era un toque de queda, sin embargo, los 22 de abril, fecha de mi cumpleaños, pasaban sin pena ni gloria. Las mejores fiestas caseras se llevaban a cabo en mi casa cuando Carlos estaba de cumpleaños. Aquellas gozaderas se extendían hasta las tres de la madrugada. Recuerdo cuando la noche del 1ro de agosto de 1987, en casa de Sofía, una novia que tuvo, le prepararon tamaña fiesta sorpresa. Aquella noche se bailó muchísimo, se gozo al máximo. Lily, mi primera amiga de infancia, que desde hacía años no me dirigía mucho la palabra, se las pasó bailando con Guillermito; Luisina, con otros chicos; Patricia con Lalo (estaban casi de novios en ese momento), Albania con algún que otro chico. Para ser honesto, en la sala y el área de comedor de la casa de Sofía no cabía una persona más. Ni siquiera se podía caminar bien de lo mucho que éramos.


No está de más recordar que las bellas Aury y Kathy se robaron el show en la fiesta. TODOS hacían turnos por bailar merengues con ellas.



La popularidad juvenil que vivió Carlos me atrevo a compararla con la de los chicos very populars de esas películas de aventuras estadounidenses. Sus amigos lo veían como el gran modelo, sus novias le adoraron.



Aury y Kathy, nietas de doña Viola, habían nacido en los Estados Unidos, no sé si en New York o Boston. Desde que se mudaron a Santo Domingo, por el año 1986, rápidamente se convirtieron en las chicas más apetecibles para los chicos del barrio, opacando al resto de las muchachas. Giovanny, El Gordo, Lalo, Carlitos, Nano, los estudiantes de séptimo y octavo curso del CEDI y, hasta mi propio hermano, TODOS deseaban tener amores con alguna de ellas. Aquello, sin lugar a discusión, fue una época dorada, para nunca olvidar.



El triste final



La vida del majestuoso y alegre Dimargo Country Club llegó hasta el año 1991. Su propietario, Diógenes Marino Gómez, había caído en desgracia política con el gobierno dominicano del período 1990-1994. Su desgracia llegó al punto de perder, no solo su club, sino todos sus negocios. Hoy, ese señor, deambula por las calles de Santo Domingo como todo un miserable pobretón, durmiendo donde le coja la noche, ya sea en la sala de emergencia de un hospital o cualquier otro lugar, claro, siempre que alguien le brinde techo, por supuesto.



Aquellos que fuimos socios del famoso club capitalino, perdimos nuestras membresías. De un sopetón pasamos a ser socios de nada. Para ser honesto, fuimos los grandes perdedores.



Los terreros que una vez pertenecieron al Dimargo Country Club hoy son propiedad de la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA).



Solo deseo, como periodista y humano al fin, que si no es la justicia dominicana, que sea la divina quien termine de poner las cosas en su justo lugar.


Señor Diógenes Marino Gómez, Iván Ottenwalder, este relator, no olvida aquel valioso y efímero legado que una vez usted poseyó. En mi memoria, siempre recordaré al Dimargo Country Club como el mejor club social del cual fui socio alguna vez en mi vida. ¡Gracias por siempre!

2 comentarios:

  1. me fascina la historia de dimargo. me gustaria que alguien le hiciese un documental.\

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  2. Yo también estuve en el campamento del Dimargo en 1987. con 11 años de edad.

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