sábado, 25 de mayo de 2019

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 35)

A lo largo de la historia de la medicina se ha demostrado que ha habido casos muy extraños y complejos que han sido un quebradero de cabeza para muchos médicos. Es cierto que esos casos han sido aislados, pero si los sumamos arrojarían una buena cifra. En escasas ocasiones se han producido casos clínicos en que los aparatos (rayos X, tomografías, resonancias, sonografías) no han sido del todo precisos detectando anomalías o defectos.


Por Iván Ottenwalder   

Marzo, abril y mayo fueron un más de lo mismo, nada de empeorar pero nada de mejorar.  Dependiendo del mismo spray nasal para la secreción sin fin. Para mi alergia de piel, muy estable en lo que va año, he seguido con el Atarax 25 mg. En 2016 y 2017 usaba un montón de medicamentos para no mejorar. Desde 2018 hasta la fecha menos fármacos para que todo continúe tal cual.  

En lo particular sigo manteniendo mi posición firme de que el escozor hiper molestoso en el hueso maxilar superior derecho es el causante de mi desgraciada secreción sin fin, así como de la amargura del agua cuando la ingiero. Me importa una mierda mayúscula que mil panorámicas dentales del coño no cachen el problema que realmente me agobia. Lo juraría por Dios y con la mano derecha encima de la biblia de que es tal cual como lo digo. Nada me va a intimidar ni me hará torcer mi brazo. No tengo el más mínimo problema en hundir un buque, sin importar su tamaño, si me veo con todas la de perder y ni siquiera la mínima de ganar o empatar. También mantengo mi convicción firme y sólida de que la malnacida de Maribel, quien me contagió aquella infección bacteriana a principios de 2016, que me hizo perder las amígdalas palatinas, dos piezas dentales y me creó un afta bucal, tristemente detectado tardíamente (a finales de 2017), fue también la causante de que ese hueso maxilar superior derecho se me deformara e hinchara. Solo hay que compararlos a simple vista, tanto el izquierdo (el sano) como el derecho (donde siento el escozor profundo, no superficial) para darse cuenta de la notable asimetría. Y en esto no voy aceptar argumentos de que el cuerpo humano está lleno de asimetrías, pues, esas que vienen de nacimiento, son mínimas e imperceptibles, muy diferente a las que se producen con el tiempo por una lesión o deformación 

Mi situación es algo así como vivir un infierno en la tierra, irme a la cama de noche y despertarme cada mañana moqueando secreción salivosa hasta más no poder por ambos orificios nasales. Para el que no sepa lo que significa esto, mejor ni se lo deseo.  

He llegado a la firme conclusión de que, así como el dogma de fe de las religiones puede ser un arma peligrosa y de doble filamento, lo mismo ocurre con la ciencia médica cuando muchos doctores creen ciegamente en lo que diga su aparato. A lo largo de la historia de la medicina se ha demostrado que ha habido casos muy extraños y complejos que han sido un quebradero de cabeza para muchos médicos. Es cierto que esos casos han sido aislados, pero si los sumamos arrojarían una buena cifra. En escasas ocasiones se han producido casos clínicos en que los aparatos (rayos X, tomografías, resonancias, sonografías) no han sido del todo precisos detectando anomalías o defectos. Esto se debe a que en raras ocasiones el defecto puede estar alojado en una zona muy recóndita donde las imágenes no llegan o que dicho defecto sea tan poco visible y por eso la dificultad para detectarlo. El asunto es que, quiérase  o no, el problemita molesta y le hace daño al paciente.  

Para los médicos el paciente no es más que un número frío, uno más del montón, y por eso, la mayoría de las veces, lo tratan por salir del paso. Y cuando se producen casos complejos, de esos que les tuercen el pulso y no hallan la forma de resolverlo, entonces se les ocurre la “genial idea” de referir al paciente a un psicólogo o psiquiatra. Yo no pienso verle la cara a ninguno de los dos; estoy firmemente convencido de mi posición, posición que juraría todas las veces del mundo, por Dios, por la salud de mi madre y por el scrabble, mi adorado pasatiempo educativo. Cuando me expreso de esa manera sé por qué lo estoy haciendo. Jamás iría a molestar a un urólogo a sabiendas de que mi próstata está bien, ¿cierto? Nunca me he quejado ni de la vesícula, tiroides, vista o presión. Me quejé del estreñimiento en 2015 y en junio de 2017, pero, una vez controlado, nunca más he molestado a un gastroenterólogo para ese fin. Tampoco he vuelto a quejarme de la amígdala lingual derecha, pues, esta me ha dejado en paz desde la primavera de 2018. Yo mejor que nadie conozco mi organismo, porque es el mío.  

A principios de 2014 le creí ciegamente a un alergólogo, uno de los mejores del país, para llevar un tratamiento de vacunas de inmunoterapia. ¿Funcionó? NO. No me funcionó al sexto mes, fecha en la que supuestamente el paciente debe sentirse como si estuviera sano; mucho menos a los 20 meses (un año y ocho meses). Por eso tomé la decisión de suspenderlo por cuenta propia. ¡Y eso, aquel alergista me había condenado a 4 años de vacunas! Si no funcionó, al sexto mes, ni tampoco al año y ocho meses, mucho menos lo haría en los años que faltasen. Por aquella mala experiencia jamás volvería a colocarme esa porquería de antígeno. No me trataría ni con el mejor alergista del mundo, sea gringo, japonés, coreano, ruso, de donde sea.  

Estoy firmemente convencido de que mi caso no compete a otorrinolaringólogos, sino a cirugía maxilo-facial. Es cierto que un especialista de esa área me drenó los senos maxilares en noviembre de 2017, pero se quedó alicorto, pues, no pudo eliminar el escozor molestoso y el sabor amargo del agua que me aquejan del lado derecho. Tampoco fue capaz de abordar la hinchazón del hueso maxilar superior derecho ni la secreción molestosa del día a día. Entonces, me preguntó: ¿para qué mierda sirvió aquella cirugía? La ciencia médica dominicana, mediocre hasta más no poder, debería indemnizarme económicamente y devolverme toda la plata gastada en medicinas, consultas y cirugías desde el año 2016 hasta el presente. Pero claro, entiendo que sus representantes se van a defender con un uñas y dientes, degenerando el asunto en el ya harto y famoso “tu palabra contra la mía”. Ellos tienen abogados poderosos y marrulleros.  

Cantidad de médicos visitados desde 2016, año en que surgió el problema: 

Año 2016 
2 hematólogos 
2 otorrinolaringólogos 
2 odontólogos 

Año 2017 
3 otorrinolaringólogos 
3 odontólogos 
1 cirujano maxilo-facial 

Año 2018 
2 otorrinolaringólogos 
1 odontólogo 

Ya no seguiré visitando otorrinos, a razón de que todo rallaría en un más de lo mismo: “vamos a ver tu nariz, oídos y garganta”, “hazte estos análisis y una tomografía de senos paranasales”, “tómate estos medicamentos por 10 días y ven a verme de nuevo”. ¡Se acabó el seguir dando vueltas en el mismo círculo vicioso y botar mi dinero! 

Una vez más seguiré apostando a vivir el día a día, sin esperar algo a cambio, ni de este año ni de los venideros.  


Continuará... 

domingo, 12 de mayo de 2019

República Dominicana, un país enemigo de la lectura

Acorde a los datos de la Encuesta Nacional de Hogares de Propósitos Múltiples 2016 (ENHOGAR-2016) solo el 48.4% de la población quisqueyana lee algún periódico, libro, revista o portal web. Del total de mujeres solo lee el 52.1% y de los hombres el 44.5%, representando una ligera ventaja para las representantes del género femenino.  


Por Iván Ottenwalder 

¿Qué razones de peso se tiene para pensar que la población dominicana, en su amplia mayoría, es una desinteresada de la lectura? ¿Qué tipo de estudios se han hecho que puedan arrojar luz al respecto? 

Desde el punto de vista del método de la observación cualquiera podría deducir, a leguas, que la mayoría de dominicanos y dominicanas no leen, porque simplemente casi nunca los vemos con un libro o revista a manos, ya sea en el autobús, el tren, la cola de los bancos, el área de la piscina o playa, o en cualquier otro espacio.  

Tampoco es notorio ver al dominicano/a promedio frecuentar las bibliotecas, hemerotecas o librerías de nuestro país.  

Pero la observación no es el único paso de todo análisis científico, también existen las encuestas, las cuales suelen arrojar resultados muy cercanos a la realidad estudiada. Y es precisamente la Encuesta Nacional de Hogares de Propósitos Múltiples 2016 (ENHOGAR-2016), realizada por la Oficina Nacional de Estadística (ONE), quien revela ese panorama desalentador sobre el hábito de lectura en la República Dominicana.  

Acorde a los datos del estudio solo el 48.4% de la población quisqueyana lee algún periódico, libro, revista o portal web. Del total de mujeres solo lee el 52.1% y de los hombres el 44.5%, representando una ligera ventaja para las representantes del género femenino. 

¿Pero qué cantidad de horas a la semana dedica esa población a la lectura? 

La misma ENHOGAR – 2016 lo explica bien claro: cinco horas y ocho minutos a la semana (5.8). Y si comparamos quiénes leen más entre hombres o mujeres las del sexo femenino van a la delantera ya que dedican 6.1 horas semanales a este hábito cultural, frente a 5.4 de los varones.  

En la zona urbana es donde más se lee, pero apenas lo hace un 53.1%, una cifra muy poco halagüeña, pues, tratándose de la población citadina, que se supone es la más educada y cuenta con mayores espacios culturales y mejores condiciones económicas, el porcentaje debería ser mucho mayor. Pero en la rural el panorama es más aterrador, ya que la cifra de lectores apenas alcanza un pírrico 34.7%. 

En países asiáticos como India, Tailandia y China su gente dedica una media entre 9 a 11 horas semanales al apasionante mundo de la lectura. En varias naciones europeas casi 7 y 8 horas a la semana. 

Excusas para no leer 

Por idiosincrasia, el dominicano promedio suele criticar los defectos del país, pero muy pocas veces ser parte de las soluciones. Es muy común escuchar al ciudadano de cualquier clase social despotricar los defectos de sus paisanos ya fuese por arrojar basura en la vía pública, escuchar música a todo volumen en horario nocturno, conducir un vehículo de forma imprudente, no pagar sus deudas y por no poseer la pasión por la lectura. Muchos de esos “detractores” actúan de igual manera y muy pocos, pero muy pocos, predican con el buen ejemplo.  

Ese prototipo de ciudadano “crítico” lo encontramos en cualquier lugar: en el trabajo, el colmadón, el restaurante, el café bar, el drink, la cola del banco, el carro público, el tren, el bus, el estadio de béisbol, etc. Es todo más y más de la misma porquería.   

Una de las razones que alegan muchas personas para no leer es el alto precio de los libros. Eso se puede comprender a medias, y digo a medias porque, así como los libros cuestan mucho en las librerías, no menos cierto es que también se puede acceder a ellos a través de los libreros ambulantes, bibliotecas e internet. Así también se pueden adquirir revistas especializadas en diferentes temas las cuales son muchos más baratas que los libros nuevos. Dichas revistas, que en su mayoría no sobrepasan de los 200 pesos, se pueden conseguir en plazas comerciales. Yo suelo comprarlas desde hace mucho tiempo. 

Los periódicos nacionales también disponen de contenido interesante en varias de sus secciones.  

Pero los que no tienen excusas para quejarse del precio de los libros son las personas de las clases medias y altas de República Dominicana. Esa gente que se da muy buenos gustos, a lo bien alto por cierto, bien pudiera ser el blanco de público ideal que abarrote las librerías todas las semanas. Ese debería convertirse en el segmento poblacional que llene de bote en bote las ferias del libro cada año. Esos son los dominicanos que deberíamos verlos leyendo, con libro, revista o periódico en mano, en sus tiempos de ocio, cola de los bancos, el avión, área de piscina o playa, restaurante, cafetería o en cualquier otro espacio. Eso no ocurre. Entonces, me pregunto: ¿qué está pasando? 

Muchos profesionales dominicanos no se actualizan con los nuevos avances del saber. Es cierto que muchos se hacen de una profesión universitaria y hasta de una buena maestría, sin embargo, se les olvida que después del título, máster, doctorado o PhD hay que continuar leyendo información actualizada sobre su área de conocimiento. No es cuestión de decir “yo fui a la univelsidá e hice una maetría. A mí no hay que hablame mielda ni mandame a leé”. Expresiones de ese tipo son muy comunes en muchos colectivos profesionales dominicanos. En verdad nadie debe mandar al otro a que coja los libros y se queme las pestañas, es cada profesional a sí mismo quien debe mandarse a leer, a actualizarse con información avanzada en la rama del saber de su competencia. El problema es que hay muchos ciudadanos que no lo están haciendo.  

Se necesita de más repertorio 

Si una persona quiere llegar a ser buen lector no debería limitarse solamente a leer temas de su profesión, sino también alguna otra temática que le pueda llamar la atención. Así por ejemplo un médico, abogado, mercadólogo, ingeniero, informático, banquero, etc., puede tomarse la libertad de navegar en otro tipo de lectura, llámese historia, novela literaria, biografías, ensayos, poesía, ciencia ficción o lo que considere. Esa diversidad es lo que realmente ayuda a desarrollar una cosmovisión de la vida más amplia, respetando y tolerando las diferentes culturas, filosofías y puntos de vistas de cada ser humano. Es lo que nos enseña a trascender, a cuestionarnos, a aprender de los reveses.
  
Como autor de este tema confieso: no deseaba haber llegado al extremo de escribirlo ni publicarlo. Para mí hubiese sido una alegría gigantesca si la mayoría poblacional dominicana fuese buena lectora y con otros niveles educativos. Pero la realidad es diferente y, simplemente, no me gusta lo que veo. Como ente social que se plantea preguntas constantemente, en los últimos años he llegado a la siguiente conclusión: deduzco, y quizás esté equivocado, que el padre ideólogo de la patria dominicana, Juan Pablo Duarte, hubiese deseado para su país una sociedad con los niveles de civilización parecido a lo que hoy es Costa Rica, Islandia, Dinamarca o Canadá. Esto no es más que una inferencia a la que he llegado, no una verdad absoluta. Solo mi verdad.  

¿Cómo cambiar la realidad? 

La situación debe cambiar no solo en la escuela, sino también en el hogar. La mayoría de dominicanos no se decanta por la lectura, y eso incluye a los papás y mamás. Los niños de hoy se crían en un entono no amigable con la lectura impresa, pero sí afín con los aditamentos electrónicos como celulares, tabletas, y laptops. Gracias al internet estos gadgets son capaces de proporcionar un abanico de conocimiento bien amplio con información rápida para los usuarios. A través de ellos también se pueden descargar libros en el formato PDF y leerlos en pantalla o, si se quiere, hasta imprimirlos. El problema es que el niño, adolescente y adulto dominicano, que no le interesa leer mucho, prefiere mil veces dedicar largas horas al chat, a los canales de músicas o a descargar películas y videojuegos en lugar de leer una buena revista o libro digital. Peor aún, ni siquiera aprovechan los audiolibros, bien conocidos como los libros hablados, herramienta en la que el usuario no tiene siquiera que gastarse su vista, simplemente, escuchar la narración. 

A mi juicio, si se quiere fomentar la cultura lectora en los niños dominicanos, debe incentivárseles a que lean sobre sus temáticas preferidas. A la niña que le guste la ciencia ficción, que se le motive y le faciliten las condiciones para que se cultive en ese género. Si a un pequeñín le fascinan los temas de historia, pues que lo trabajen en esa área. Lo mismo diría para quienes sean apasionados a los comics, novelas literarias, biología, temas deportivos o cualquier otro de su agrado. De esa forma se estaría creando una sociedad de niños lectores, cada uno en su tema favorito. Si, con el pasar de los años, esos niños deciden agregar otro tipo lectura a su repertorio de conocimiento, pues, que se les apoye de igual manera.  

Es un error creer que toda persona debe leer lo mismo que los demás. Aunque existen lectores que leen sobre distintas áreas del conocimiento, es preciso que se sepa, que esa gente tiene una larga trayectoria en el hábito de lectura. No se trata de novatos que empezaron hace dos o tres días, sino de veteranos con una larga vida, entregada en cuerpo y alma a los libros, periódicos, revistas y lecturas digitales. Lo primero es crear la afición por leer; lo demás, vendrá por añadidura.