Después
de mi última consulta con el otorrinolaringólogo, en el Centro de
Otorrinolaringología y Especialidades, me he tomado al pie de la letra los
medicamentos y me he practicado las duchas faríngeas con el aparato irrigador
faríngeo nasal. ¿El resultado? Todo igual. Las mismas inflamaciones o
irritaciones sin control y la molestosa hediondez.
Por Iván
Ottenwalder
En esta nueva entrega quiero dejar claro
un asunto. La razón de publicar esta sucesión de capítulos no obedece a ningún
afán compulsivo por joder. Tampoco comercial, pues no ando buscando que algún
estudio cinematográfico me compré esta historia a cambio de una buena millonada
suma de dinero. Honestamente, no es ese mi objetivo. Mi único propósito es que
estas continuas inflamaciones de mi amígdala lingual lleguen a su fin. Desde
hace casi diez meses he tomado diferentes tipos de antibióticos y
antiinflamatorios, he hecho gárgaras de todo tipo (manzanilla, bicarbonato de
sodio, agua salada con vinagre), enjuagues bucales con distintas soluciones,
etc. El resultado, NADA.
Quiero apelar además a la sinceridad y
manifestar por esta vía que mi mayor deseo, con todas mis fuerzas lo digo, es
que esta pesadilla culmine y poderle dar un fin definitivo a toda esta saga de
capítulos que ya van por el octavo. Pero mientras este tormento continúe, no me
quedarán más opciones que seguir escribiendo y publicando más capítulos.
Dicha pesadilla, porque no puedo
llamarle de otra manera, tiene diferentes nombres: amigdalitis lingual,
inflamaciones e irritaciones recurrentes y descontroladas en la tonsila lingual
derecha junto a una halitosis apestosa que emana precisamente de esa región
bucofaríngea y no cesa. Y no solo eso, también otros síntomas acompañantes:
sensaciones de fatiga y abatimiento. Así mismo, como si me sintiera un hombre
sin fuerzas y abatido por el tiempo. Estos síntomas son ocasionales y pueden
llegar en el momento que menos lo espero.
Después de mi última consulta con el
otorrinolaringólogo, en el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades, me
tomado al pie de la letra los medicamentos y me he practicado las duchas
faríngeas con el aparato irrigador faríngeo nasal. ¿El resultado? Todo igual.
Las mismas inflamaciones o irritaciones sin control y la molestosa hediondez.
El domingo 6 de noviembre mi hermano
Carlos me telefoneó a mi viejo celular para preguntarme cómo me sentía. Le
detallé todas mis afecciones sin esconderle nada. Me preguntó que si no había
pensado visitar a un odontólogo, pues la halitosis podría tratarse de un
problema bucal. Le respondí que lo había contemplado con anterioridad y que
visitaría algún especialista de la odontología la semana próxima, o sea, la del
7 al 13 del mismo mes. Lo haría al menos, para descartar alguna posibilidad.
Visita
al centro odontológico
El lunes 7 de noviembre, en horas de la
tarde, visité el centro odontológico Amerident, una moderna clínica dental
situada en la Plaza Merengue. Alegué que iba por un chequeo dental. Me mandaron
al área de rayos X para que me realizaran una radiografía panorámica completa a
toda mi dentadura. Luego, tuve que esperar a que una especialista me llamara
por un número.
Llegado el momento de entrar al consultorio
una odontóloga me checó la dentadura completa. Me contó que la radiografía en
sentido general no estaba mal, pero que había algunas plaquitas bacterianas y
un poco de sarro alrededor de una coronita que me habían implantado en otra
clínica dental el año pasado. Me dijo que mi caso ameritaba de una periodoncia
profunda en toda mi dentadura, la cual se practicaría en dos citas.
Pude pactar la primera consulta para el
día siguiente en horas de la mañana. La doctora inició con los maxilares
inferiores izquierdo y derecho, es decir, la parte dental de abajo. Le estuve
hablando sobre mi eterna halitosis que ya se prolongaba por casi diez meses sin
nada que la erradicase. También le expliqué sobre mis consultas con los
distintos otorrinolaringólogos a los que había visto en este año y acerca del
tratamiento actual, el cual no estaba logrando los efectos sanatorios sobre mi
resentida amígdala lingual derecha. Me preguntó si había visitado a un
gastroenterólogo y le contesté que me habían practicado endoscopía el pasado
mes de marzo y no hubo helicobácter pylori, solo un pequeño reflujo gástrico. Con la de marzo era la tercera endoscopía que
me realizaban en toda mi existencia. Solo en la primera, el 31 de enero de 2015,
di positivo al helicobácter, pero después de ahí, nunca más. Por cierto aquella
bacteria fue exitosamente eliminada en apenas un mes de tratamiento.
Al terminar la primera sesión de la
periodoncia me prescribió una receta consistente en un enjuague bucal llamado
Perio-Clor, una pasta dental de nombre Pyodent y el uso de hilo dental a
emplear luego de cada comida. “Ya verás como con este tratamiento por 21 días
vas a mejorar de tu halitosis”, me aseguró. Le creí a ciegas, suponiendo que
quizás tuviera la razón.
Una semana después, martes 15 de
noviembre en horas de la mañana, volví a su consultorio. Antes de empezar a
trabajarme la dentadura de arriba le confesé que la halitosis aún seguía viva.
“Ah, pue entonce uté debe visitá a un gastroenterólogo”, me expresó. Le conté
que no creía que mi mal aliento viniese del estómago, ya que la halitososis
estomacal por lo regular huele a excremento, a heces fecales, pero que la mía
hedía más bien a algo parecido como la gingivitis. Parece que la facultativa no
recordaba cuando 8 días antes le conté que me habían practicado endoscopía en
marzo del presente año y no había hecho positivo al pylori.
Me retocó nuevamente la parte inferior
de la dentadura y luego inició con la zona superior, derecha e izquierda. Volvió
a insistir en que usara el hilo dental todos los días luego de las comidas. Lo
he comprado y lo utilizaré, aunque esta vez no pienso creer como un ciego. Al
terminar todo el proceso me deseó suerte con mi próxima consulta al otorrino.
Salí del consultorio cabizbajo, pues la
esperanza que abrigaba de que tal vez el problema de halitosis hubiera sido
únicamente dental se había desplomado. Mi mal aliento sigue en pie de guerra y
ahora la única explicación que hallo es que éste sea exclusivamente de garganta.
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Diagnóstico clínico del otorrino en junio de 2016. |
Sobre la posibilidad de que la hediondez
pueda emanar del estómago, la descarto, y quiero ser una vez más reiterativo.
En enero de 2015 salí positivo al pylori; en octubre del mismo año en que me
hicieron de nuevo endoscopía, salí negativo pero con un pequeño reflujo
gástrico y, en marzo del 2016, otra vez salí negativo a esa bacteria. La
halitosis y problemas de amígdalas ya estaban haciendo sus efectos días antes
de mi última exploración estomacal. Entonces, ¿para qué, si ya estoy muy
evaluado de estómago, volver a la sala de endoscopía? ¿Y si salgo negativo una
vez más al helicobácter? Otra vez tendré que rallar en lo mismo y aclarar que
mi malestar radica exclusivamente en la amígdala lingual derecha, que esa es la
región que siempre se me inflama e irrita y de la cual proviene la halitosis.
De mi parte seguiré medicándome hasta
que se me agoten los fármacos, no quiero quedar luego como un terco o cabeza
dura, como se dice en buen dominicano. Pero ahora aprovecho para plantearme las
siguientes preguntas obligadas: ¿Pasaré el resto de mi vida medicado sin
resultados satisfactorios? ¿Duraré el resto de mis días, que no sé si serán
muchos o pocos, practicándome irrigaciones faríngeas que apenas me desinflaman un
poco la garganta para luego regresar a su estado de inflamación con halitosis incluida?
¿Quiero yo eso? Por supuesto que no.
¿Acaso no sería más sensato regresar a
un quirófano y ponerle fin de una vez por todas a irritación, inflamación y hediondez
de amígdala derecha? ¿Al final de cuentas no sería más recomendable que estar
comprando medicamentos a cada momento, endeudándome y teniendo que perder
jornadas laborales?
Tengo pruebas físicas y auténticas,
originales y copias, para demostrar que el especialista que me trató las
amígdalas durante los meses de abril, mayo y junio, había diagnosticado mi caso
como amigdalitis crónica y recomendado la cirugía lingual y palatina, o sea,
para las cuatro tonsilas. Dicha cirugía no me la pude practicar con ese galeno
por los elevados costes que me había presupuestado la administración del Centro
de Otorrinolaringología y Especialidades donde labora. Al final, me la
practicaron en otro hospital, donde el facultativo que me operó cometió el
error de extirparme solo las palatinas, dejando las linguales intactas.
Precisamente por culpa también de las linguales esta agobiante saga, cuyo
protagonista y víctima he sido yo, aún no termina.
En verdad he sido víctima dos veces:
primero, de la huelga de los otorrinos, que no me permitió por razones
económicas operarme con quien en verdad debía, y segundo, por el tonto descuido
del médico de la Gómez Patiño que, aunque recibía mi plan médico, no me efectuó
un estudio completo de garganta la primera vez que le consulté. Apenas me checó
las palatinas con el foquito de un celular smartphone y más nada.
No
le temo a un quirófano
Le puedo tener miedo a muchas cosas en
la vida, pero jamás a un quirófano. Si el fin de todo esto dependiera de otra
amigdalectomía, pues estoy dispuesto a que me la practiquen. Después de la
operación incompleta cometida por aquel eficiente pero despistado otorrino de
la Clínica Gómez Patiño, he estado ahorrando mes tras mes, contemplando la
posibilidad de que tenga que regresar de nuevo a la sala de cirugía.
El viernes 25 del presente mes tengo
consulta con el otorrino, precisamente con el mismo que me había diagnosticado el
procedimiento de cirugía lingual y palatina en junio. Desde octubre, cuando le
consulté de nuevo, ha considerado que con la medicación e irrigaciones faríngeas
pueda sanar definitivamente. Sin embargo, han seguido pasando los días y cayendo
muchas lluvias en Santo Domingo y mi garganta no termina de ceder.
Ojalá esto acabe, diez meses ya está
bueno, pero en caso contrario seguirán llegando más capítulos, siempre con el no deseado final de,
Continuará…