sábado, 19 de noviembre de 2016

George Bell y el mísero partido que jugó con los Toros del Este en torneo 1991-92



La Romana fue todo alegría y escándalo cuando la mañana del viernes 29 de noviembre de 1991 los medios de comunicación de todo el país anunciaron el debut de George Bell para el partido de las 8 de la noche en el Estadio Francisco Micheli frente a las Estrellas Orientales. Casi 10 mil personas reventaron el parque de béisbol romanense. El pueblo era una locura.
 

Por Iván Ottenwalder
 
Desde finales de los años 80 del siglo pasado el ex pelotero dominicano y de las grandes ligas estadounidense de béisbol, George Bell, no se cansaba de anhelar y prometer a los cuatro vientos sus intenciones de jugar pelota con uno de los equipos de la región este de República Dominicana: Estrellas Orientales o Toros del Este.

George Bell, al centro, con dos compañeros de equipo.
Como palabras que se las llevaba la brisa Bell duró casi 3 años manifestando sus deseos, según él, de corazón.

Los fanáticos se hacían expectativas. Los de las Estrellas se preguntaban “¿jugará con nosotros?” “Hey, si es así no nos gana nadie”. Los de La Romana, aficionados a los Azucareros, también se planteaban todo tipo de ilusiones. Pero al final de cuentas Bell nunca jugaba. Prensa (escrita, radio y televisión) y fanaticada quedaban con las caras largas, siempre apostando para un tal vez en la próxima temporada.

Pero eventualmente el día y la hora tenían que llegar. Bell, quien se había mudado de su natal San Pedro de Macorís hacia La Romana, tomó la decisión en el otoño de 1991 de entrar a juego con los Toros del Este.

La Romana fue todo alegría y escándalo cuando la mañana del viernes 29 de noviembre de 1991 los medios de comunicación de todo el país anunciaron el debut de George Bell para el partido de las 8 de la noche en el Estadio Francisco Micheli frente a las Estrellas Orientales. Casi 10 mil personas reventaron el parque de béisbol romanense. El pueblo era una locura.
 
La buena nueva de aquel acontecimiento fue que Bell bateó de 4-1, conectó un doble y anotó una carrera. Otra, que los bovinos, dueños de casa, ganaron el desafío contra los elefantes, 6-2. Pero también hubo una mala nueva: ese sería el único partido en que Bell vería acción en el torneo 1991-92. 

Jugaba por amor a los fanáticos, le confesó a los medios de prensa una vez concluido el partido. Aunque no especificó la cantidad de encuentros que jugaría con el equipo, dejo entrever que les ayudaría en sus aspiraciones clasificatorias. “No tengo pensado aún la cantidad de partidos en que participaré, pues deseo darle las mayores oportunidades de que mi gente me vean jugar y ayudar a los Azucareros en sus aspiraciones”, informó el bateador designado a unos de los reporteros del periódico El Nacional que había acudido al estadio aquella inolvidable noche cargada de ensueños para los aficionados de los Toros.

No cumplió con sus desinteresadas intenciones. Los fans taurinos no volvieron a verlo jugar más, y si el conjunto se clasificó para las eliminatorias de enero, no fue gracias a él, sino al nutrido grupo de jóvenes prospectos y a unos pocos veteranos que se encargaron valientemente de esa loable misión.

George Bell
Su promesa al dirigente Jeff Cox también fueron palabras vagas. De nada sirvió haberle dicho a la prensa “solo estoy pensado jugar y así se lo he hecho saber al dirigente Jeff Cox”. De nuevo volvía a incumplir, primero a los fanáticos y después a su mánager.

Esa efímera participación de Bell, de apenas un mísero partido, fue su última en el béisbol dominicano.

Su última actuación completa en 1984-85

Antes de la miserable campaña 1991-92 en que bateó para .250 de promedio en apenas 4 turnos, la última participación completa de Bell aconteció en el campeonato 1984-85, vistiendo la franela de los Tigres del Licey. Aquella sí fue una temporada digna para la súper estrella. Jugó 51 partidos, promedió .295 en bateo, pegó 57 hits, 12 dobles, 3 triples, 5 jonrones y 27 carreras empujadas. En la serie final Tigres-Toros de aquel certamen, que ganaron los primeros, bateó .238, disparó 5 hits, un jonrón y remolcó 5 anotaciones en 21 turnos al cajón de los bateadores.
 
1983-84: su mejor campaña fue con los Azucareros

Como si fuese una paradoja de la vida la mejor temporada de George Bell en los anales del béisbol otoño-invernal fue precisamente con los Azucareros del Este. Ocurrió en el primer año de existencia de este conjunto, la contienda 1983-84. Bell produjo números de ensueños para jugador alguno en esta franquicia. 64 partidos jugados, 256 turnos al bate, 34 carreras anotadas, 81 hits, 13 dobles, 2 triples, 10 cuadrangulares y 40 carreras empujadas fueron su más exitosa carta de presentación. Comparada con la risible de 1991-92 de apenas un partido y un doble en 4 turnos al plato, estaríamos haciendo alusión a la famosa y desgastada frase que reza “de lo sublime a lo ridículo”.






Fuentes:
El Nacional de ¡Ahora!, diciembre 1984 y enero 1985.
El Nacional, noviembre 1991.

martes, 15 de noviembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 8)



Después de mi última consulta con el otorrinolaringólogo, en el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades, me he tomado al pie de la letra los medicamentos y me he practicado las duchas faríngeas con el aparato irrigador faríngeo nasal. ¿El resultado? Todo igual. Las mismas inflamaciones o irritaciones sin control y la molestosa hediondez. 


Por Iván Ottenwalder

En esta nueva entrega quiero dejar claro un asunto. La razón de publicar esta sucesión de capítulos no obedece a ningún afán compulsivo por joder. Tampoco comercial, pues no ando buscando que algún estudio cinematográfico me compré esta historia a cambio de una buena millonada suma de dinero. Honestamente, no es ese mi objetivo. Mi único propósito es que estas continuas inflamaciones de mi amígdala lingual lleguen a su fin. Desde hace casi diez meses he tomado diferentes tipos de antibióticos y antiinflamatorios, he hecho gárgaras de todo tipo (manzanilla, bicarbonato de sodio, agua salada con vinagre), enjuagues bucales con distintas soluciones, etc. El resultado, NADA.

Quiero apelar además a la sinceridad y manifestar por esta vía que mi mayor deseo, con todas mis fuerzas lo digo, es que esta pesadilla culmine y poderle dar un fin definitivo a toda esta saga de capítulos que ya van por el octavo. Pero mientras este tormento continúe, no me quedarán más opciones que seguir escribiendo y publicando más capítulos.

Dicha pesadilla, porque no puedo llamarle de otra manera, tiene diferentes nombres: amigdalitis lingual, inflamaciones e irritaciones recurrentes y descontroladas en la tonsila lingual derecha junto a una halitosis apestosa que emana precisamente de esa región bucofaríngea y no cesa. Y no solo eso, también otros síntomas acompañantes: sensaciones de fatiga y abatimiento. Así mismo, como si me sintiera un hombre sin fuerzas y abatido por el tiempo. Estos síntomas son ocasionales y pueden llegar en el momento que menos lo espero.

Después de mi última consulta con el otorrinolaringólogo, en el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades, me tomado al pie de la letra los medicamentos y me he practicado las duchas faríngeas con el aparato irrigador faríngeo nasal. ¿El resultado? Todo igual. Las mismas inflamaciones o irritaciones sin control y la molestosa hediondez.

El domingo 6 de noviembre mi hermano Carlos me telefoneó a mi viejo celular para preguntarme cómo me sentía. Le detallé todas mis afecciones sin esconderle nada. Me preguntó que si no había pensado visitar a un odontólogo, pues la halitosis podría tratarse de un problema bucal. Le respondí que lo había contemplado con anterioridad y que visitaría algún especialista de la odontología la semana próxima, o sea, la del 7 al 13 del mismo mes. Lo haría al menos, para descartar alguna posibilidad.

Visita al centro odontológico

El lunes 7 de noviembre, en horas de la tarde, visité el centro odontológico Amerident, una moderna clínica dental situada en la Plaza Merengue. Alegué que iba por un chequeo dental. Me mandaron al área de rayos X para que me realizaran una radiografía panorámica completa a toda mi dentadura. Luego, tuve que esperar a que una especialista me llamara por un número.

Llegado el momento de entrar al consultorio una odontóloga me checó la dentadura completa. Me contó que la radiografía en sentido general no estaba mal, pero que había algunas plaquitas bacterianas y un poco de sarro alrededor de una coronita que me habían implantado en otra clínica dental el año pasado. Me dijo que mi caso ameritaba de una periodoncia profunda en toda mi dentadura, la cual se practicaría en dos citas.

Pude pactar la primera consulta para el día siguiente en horas de la mañana. La doctora inició con los maxilares inferiores izquierdo y derecho, es decir, la parte dental de abajo. Le estuve hablando sobre mi eterna halitosis que ya se prolongaba por casi diez meses sin nada que la erradicase. También le expliqué sobre mis consultas con los distintos otorrinolaringólogos a los que había visto en este año y acerca del tratamiento actual, el cual no estaba logrando los efectos sanatorios sobre mi resentida amígdala lingual derecha. Me preguntó si había visitado a un gastroenterólogo y le contesté que me habían practicado endoscopía el pasado mes de marzo y no hubo helicobácter pylori, solo un pequeño reflujo gástrico.  Con la de marzo era la tercera endoscopía que me realizaban en toda mi existencia. Solo en la primera, el 31 de enero de 2015, di positivo al helicobácter, pero después de ahí, nunca más. Por cierto aquella bacteria fue exitosamente eliminada en apenas un mes de tratamiento.
 
Al terminar la primera sesión de la periodoncia me prescribió una receta consistente en un enjuague bucal llamado Perio-Clor, una pasta dental de nombre Pyodent y el uso de hilo dental a emplear luego de cada comida. “Ya verás como con este tratamiento por 21 días vas a mejorar de tu halitosis”, me aseguró. Le creí a ciegas, suponiendo que quizás tuviera la razón.

Una semana después, martes 15 de noviembre en horas de la mañana, volví a su consultorio. Antes de empezar a trabajarme la dentadura de arriba le confesé que la halitosis aún seguía viva. “Ah, pue entonce uté debe visitá a un gastroenterólogo”, me expresó. Le conté que no creía que mi mal aliento viniese del estómago, ya que la halitososis estomacal por lo regular huele a excremento, a heces fecales, pero que la mía hedía más bien a algo parecido como la gingivitis. Parece que la facultativa no recordaba cuando 8 días antes le conté que me habían practicado endoscopía en marzo del presente año y no había hecho positivo al pylori.

Me retocó nuevamente la parte inferior de la dentadura y luego inició con la zona superior, derecha e izquierda. Volvió a insistir en que usara el hilo dental todos los días luego de las comidas. Lo he comprado y lo utilizaré, aunque esta vez no pienso creer como un ciego. Al terminar todo el proceso me deseó suerte con mi próxima consulta al otorrino.

Salí del consultorio cabizbajo, pues la esperanza que abrigaba de que tal vez el problema de halitosis hubiera sido únicamente dental se había desplomado. Mi mal aliento sigue en pie de guerra y ahora la única explicación que hallo es que éste sea  exclusivamente de garganta.

Diagnóstico clínico del otorrino en junio de 2016.
Sobre la posibilidad de que la hediondez pueda emanar del estómago, la descarto, y quiero ser una vez más reiterativo. En enero de 2015 salí positivo al pylori; en octubre del mismo año en que me hicieron de nuevo endoscopía, salí negativo pero con un pequeño reflujo gástrico y, en marzo del 2016, otra vez salí negativo a esa bacteria. La halitosis y problemas de amígdalas ya estaban haciendo sus efectos días antes de mi última exploración estomacal. Entonces, ¿para qué, si ya estoy muy evaluado de estómago, volver a la sala de endoscopía? ¿Y si salgo negativo una vez más al helicobácter? Otra vez tendré que rallar en lo mismo y aclarar que mi malestar radica exclusivamente en la amígdala lingual derecha, que esa es la región que siempre se me inflama e irrita y de la cual proviene la halitosis.

De mi parte seguiré medicándome hasta que se me agoten los fármacos, no quiero quedar luego como un terco o cabeza dura, como se dice en buen dominicano.  Pero ahora aprovecho para plantearme las siguientes preguntas obligadas: ¿Pasaré el resto de mi vida medicado sin resultados satisfactorios? ¿Duraré el resto de mis días, que no sé si serán muchos o pocos, practicándome irrigaciones faríngeas que apenas me desinflaman un poco la garganta para luego regresar a su estado de inflamación con halitosis incluida? ¿Quiero yo eso? Por supuesto que no.

¿Acaso no sería más sensato regresar a un quirófano y ponerle fin de una vez por todas a irritación, inflamación y hediondez de amígdala derecha? ¿Al final de cuentas no sería más recomendable que estar comprando medicamentos a cada momento, endeudándome y teniendo que perder jornadas laborales?

Tengo pruebas físicas y auténticas, originales y copias, para demostrar que el especialista que me trató las amígdalas durante los meses de abril, mayo y junio, había diagnosticado mi caso como amigdalitis crónica y recomendado la cirugía lingual y palatina, o sea, para las cuatro tonsilas. Dicha cirugía no me la pude practicar con ese galeno por los elevados costes que me había presupuestado la administración del Centro de Otorrinolaringología y Especialidades donde labora. Al final, me la practicaron en otro hospital, donde el facultativo que me operó cometió el error de extirparme solo las palatinas, dejando las linguales intactas. Precisamente por culpa también de las linguales esta agobiante saga, cuyo protagonista y víctima he sido yo, aún no termina.

En verdad he sido víctima dos veces: primero, de la huelga de los otorrinos, que no me permitió por razones económicas operarme con quien en verdad debía, y segundo, por el tonto descuido del médico de la Gómez Patiño que, aunque recibía mi plan médico, no me efectuó un estudio completo de garganta la primera vez que le consulté. Apenas me checó las palatinas con el foquito de un celular smartphone y más nada.

No le temo a un quirófano

Le puedo tener miedo a muchas cosas en la vida, pero jamás a un quirófano. Si el fin de todo esto dependiera de otra amigdalectomía, pues estoy dispuesto a que me la practiquen. Después de la operación incompleta cometida por aquel eficiente pero despistado otorrino de la Clínica Gómez Patiño, he estado ahorrando mes tras mes, contemplando la posibilidad de que tenga que regresar de nuevo a la sala de cirugía.

El viernes 25 del presente mes tengo consulta con el otorrino, precisamente con el mismo que me había diagnosticado el procedimiento de cirugía lingual y palatina en junio. Desde octubre, cuando le consulté de nuevo, ha considerado que con la medicación e irrigaciones faríngeas pueda sanar definitivamente. Sin embargo, han seguido pasando los días y cayendo muchas lluvias en Santo Domingo y mi garganta no termina de ceder.

Ojalá esto acabe, diez meses ya está bueno, pero en caso contrario seguirán llegando más capítulos, siempre con el no deseado final de,


Continuará…