Por Iván
Ottenwalder
Recuerdo a la edad de 11 años, en octubre de
1986, como aquellos milagrosos Mets de Nueva York se salvaron de la derrota en
el sexto juego de la Serie Mundial.
Si perdían aquel memorable partido se acababa todo y los Medias Rojas de Boston
hubiesen sido los campeones. No ocurrió así, el equipo neoyorquino ganó, forzó
un séptimo juego en su parque del Shea Stadium y, con un empuje y
envalentonamiento indescriptibles, se impusieron ante los bostonianos,
titulándose campeones mundiales. Aquel famoso clásico de octubre de las Grandes
Ligas me lo tiré por televisión, ya que mis padres me habían dejado solo en
casa.
Aquello era la década de los 80 del siglo XX y
los Estados Unidos de Norteamérica eran la potencia número uno prácticamente en
todo. Inteligentemente sus medios de comunicación se encargaron de vender, al
igual que hoy, sus grandes hazañas políticas, deportivas, artísticas,
tecnológicas, educativas y de todo el quehacer profesional, como símbolo de
poder y grandeza. Los boxeadores Marvin Hagler, Sugar Ray Leonard, Thomas
Hearns y Mike Tyson; los Boston Celtics de Larry Bird y Los Ángeles Lakers de
Magic Johnson; sus estrellas del Tenis; de Fútbol Americano; los cantantes Michael
Jackson y Madonna; los famosos actores de Hollywood; las ropas de marca; juegos
educativos; Disney World; sus famosas y acreditadas universidades, las
computadoras de Apple e IBM, entre un bastión de cosas más, era considerado
como lo mejor del mundo. Para ser más exactos, aquello, no solo en EUA, sino para
gran parte de la humanidad, era el mundo.
¿Y acaso todo eso era cierto?
Para ser sinceros, es difícil dudar que no lo
fuera. Casi toda actividad en EUA cuenta con un gran respaldo logístico y
financiero. Los gobiernos y empresas estadounidenses invierten en su gente y lo
hacen con apego y responsabilidad. Eso puede explicar el por qué de tantos
genios, de tanta calidad y excelencia, de tanto predominio.
La historia de EUA, en diversos géneros, está
llena de grandezas. Por ejemplo, en deporte, el dominio absoluto en juegos
olímpicos durante muchas décadas; en literatura, los grandes escritores y
premios Pulitzer. En cada aspecto que se analice los estadounidenses brillan
por su dominio y presencia.
Creer en el mito, en
lo imposible
¡Vivan los sueños! ¡Arriba las utopías! Todo es
posible de alcanzar, hasta lo más impensable. El horizonte no tiene límites. En
EUA la mayoría de profesionales de la conducta humana, entrenadores deportivos,
políticos y gerentes empresariales llevan esto como una máxima. El “pon los
pies sobre la tierra” de América Latina no tiene cabida en el sueño americano.
En el país del Tío Sam lo que vale es soñar, ser creativos, locos
emprendedores. Al más de lo mismo hay
que derrotarlo con nuevas ideas. Es ahí donde deriva el mito de los Estados
Unidos.
Es obvio que en una nación donde los ciudadanos
posean un espíritu tan competitivo, así de competentes y espectaculares se
reflejarán sus resultados.
En el deporte
No pensar jamás, mientras aún haya posibilidad,
que la causa está perdida. La serie mundial ganada por los Mets a Boston es tan
solo un botón. Andre Agassi y Pete Sampras, en el Tenis, nunca dieron una
batalla por perdida y por eso, en la década de los 90 del siglo pasado, dominaron
el escenario tenístico mundial. Las hermanas Venus y Serena Williams, en esta
centuria, han dejado impresa su gallardía en el Tenis femenino. Michael Jordan,
considerado el mejor baloncestista de todos los tiempos de la NBA, ayudó a los Bulls de Chicago
a ganar seis campeonatos. Tiger Woods fue amo y señor del Golf. ¿Y quién no
recuerda a los Bravos de Atlanta (The Americas Team) de los 90?
Es evidente que mientras más atletas sean
entrenados para creer en lo imposible y en la magia, habrá más equipos de
místicas ganadoras. Al deportista de cualquier competición no solo basta con
trabajarle las habilidades y pulirle el talento, sino también la parte
emocional. Por eso es que en EUA siempre veremos jugadores y equipos fuera de
serie. En este mundial de fútbol pudimos observar como una selección
estadounidense venció a la de Ghana 2-1 y estuvo muy cerca de vencer a la de
Portugal cuando apenas faltaban algunos segundo para finalizar el partido.
Aquel juego finalizó empatado 2-2.
Si ahora, en octavos de finales, el onceno de
los Estados Unidos logra vencer en su disputa al favorito de Bélgica, de seguro
que los medios de comunicación del gigante norteño venderán esta proeza como
epopeya histórica …no importa si luego los eliminen en cuartos de finales. Las
plumas más brillantes de EUA se jactarán en resaltar ese hecho, de explicarle
al mundo algo así como “vencimos a un gigante y avanzamos a cuartos de finales.
Somos una selección en evolución y, es posible, que un gran sueño como la copa
del mundo no esté tan lejos como otros piensan. Si podremos”.
El soccer, como le llaman al fútbol los
gringos, cada vez gana más terreno entre el público y los que gustan practicar
este deporte en EUA. Muchas escuelas públicas y universidades poseen campos
para este deporte. La Major League
Soccer (MLS), que nació en 1993, se consolida como una de las ligas
futbolísticas más fuertes y rentables del continente americano.
Estados Unidos, además, ha ganado en cinco
ocasiones la Copa
de Oro de la Concacaf
(1991, 2002, 2005, 2007 y 2013) y disputó, en 2009, la final de la
Copa FIFA Confederaciones ante Brasil. El
revés fue por un gol, 2-3.
¿Acaso no refleja todo esto mística ganadora?
Naturalmente que sí. Independientemente de que seamos pro o anti EUA, el
raciocinio no se debe perder. Esos campeonatos, en un deporte como el fútbol,
que no es el más popular entre los estadounidenses, es otra buena explicación.
El atleta promedio de EUA, en cualquier
deporte, ha sido entrenado para la excelencia, para la perfección, pero sobre
todo, para creer, soñar en lo imposible, en el We still believe (Aún
creemos). Esa es la razón de los milagros, de los mitos y ensueños de esa gran
potencia mundial.
Yo también creo en el mito: sueño con ganar
muchos premios, trofeos y medallas en el scrabble en español. Por cierto, este
maravilloso juego de palabras, del cual se han vendido más de 150 millones de
unidades en todo el mundo y en varios idiomas, fue obra maestra de dos genios
estadounidenses que trascendieron, que vieron más allá del horizonte, que creyeron
y soñaron: Alfred Butts y James Brunot. Gracias a ellos, hoy tengo un
pasatiempo favorito. El scrabble es el número uno de mi vida.
I believe, too.