Antes los liceístas no apoyaban a las Águilas
en la Serie del
Caribe; ahora son los aguiluchos que le pagan a Licey con la misma moneda.
Por Iván
Ottenwalder
Durante mucho tiempo en la República Dominicana
ha sido muy común escuchar comentarios tales como “si Licey va a la Serie del Caribe yo no lo
apoyo”, “para que ganen las Águilas allá afuera que gane otro equipo, pues yo
no quiero saber de esos malditos aguiluchos”. Es un odio deportivo pero ancestral,
que data de los años 70, fecha en que se retoma la celebración de la Serie del Caribe, evento que
se había interrumpido entre 1960 y 1970.
Supongamos que en este momento un extranjero
cualquiera, español, nicaragüense o mexicano me preguntase el por qué de ese
rencor cuando se trata de representar a su propio país. Para responderle a su
interesante inquietud tendría que apelar precisamente a la historia, al génesis
de todo.
Ese génesis al parecer podría remontarse a los años
70, una verdad a medias, pero del todo no es así. El origen es más antiguo y
hay que buscarlo en los 50, específicamente a partir de 1952, cuando las
Águilas Cibaeñas y Tigres del Licey se enfrascaron en una emocionante final la
cual fue ganada por los cibaeños. Era la primera vez que un conjunto de béisbol
de Santiago de los Caballeros vencía a uno de la capital en series finales. Nadie lo podía creer
y esto causó mucho asombro. Los fans aguiluchos no solo celebraron su corona
obtenida sino que se dieron a la tarea de mortificar y burlarse de los derrotados
hinchas liceístas. Los aficionados a Licey nunca lo perdonarían.
Al año siguiente, en 1953, aquellos equipos
volvieron a enfrentarse en la gran final. Esa vez el triunfo fue para los
liceístas; las cuerdas y burlas la recibieron los vencidos aguiluchos. Once años
transcurrirían para que Águilas y Licey volvieran a verse las caras en la
final. Aquello ocurrió en la temporada 1963-64. En una serie pactada al mejor
de un 9-5 el equipo santiaguense ganó los primeros tres partidos. Sus
entusiastas aficionados ya se creían ganadores. Se lo creyeron pero no lo
consiguieron. Licey remontaría y ganaría cinco juegos consecutivos y alzaría el título. El desconsuelo fue enorme para los aguiluchos, desconsuelo que
alimentaría sed de venganza.
Década del 70
El decenio de los años 70 representó el regreso
de la Serie del
Caribe y el renacer de la rivalidad aguilucho-liceísta. Pero lo más lejos y
patético que se podía pensar era que los fanáticos de uno y otro conjunto
llegaran al extremo de odiarse y desearse lo peor en caso de que uno
representase al país en el clásico caribeño.
En seis ocasiones durante esa década los
archienemigos se enfrascaron cara a cara en el playoff final de la pelota dominicana, con tres coronas para
cada uno. En el clásico caribeño los Tigres del Licey obtuvieron 4 cetros y las
Águilas cero. A partir de las dos primeras contiendas caribeñas ganadas por los
azules, 1971 y 1973, la prensa liceísta, radicada en Santo Domingo,
conjuntamente con la gerencia de Relaciones Públicas de los Tigres, desplegaron
todo un aparataje mediático con el objetivo de hacerles ver a los dominicanos
que Licey era el único equipo nacional que nos representaba con dignidad en
playas extranjeras, trayéndole al país el título de la Serie del Caribe. Además,
aprovecharon las malas actuaciones de las Águilas en dicho evento, sobre
todo cuando el país fue anfitrión en 1972 y 1976, para vender la imagen de que
las Águilas era un conjunto que nos hacía pasar vergüenza y que un equipo así
no era digno de representarnos en la llamada pequeña serie mundial latinoamericana.
Esta campaña jugó su papel y provocó la indisposición de muchos fans liceístas
de apoyar a la República Dominicana
si el representante eran las Águilas Cibaeñas. La cuestión era peor si los
aguiluchos les ganaban la final a los Tigres, como sucedió en 1971-72, 1975-76
y 1977-78. Como toda acción provoca una reacción los hinchas de las cuyayas
también pagaron con la misma moneda. El odio se recrudecía dependiendo de quien
de los dos ganara el campeonato local y posteriormente asistiera a la Serie del Caribe. Se degeneró en
el infantil absurdo de que "si tú no quieres que mi equipo gane por el país yo
tampoco quiero que gane el tuyo". Era muy común ver a los dominicanos liceístas
respaldar al representante campeón de Venezuela, México o Puerto Rico y no a
las Águilas Cibaeñas de la República
Dominicana. Si los representantes del país eran los felinos
entonces los aguiluchos se ponían a favor de los demás contrincantes latinos.
Años 80, etapa no
superada
A pesar de todo hubo una minoría de aguiluchos,
como mis padres, que supo perdonar y respaldar, aunque sin mucho entusiasmo, a
la escuadra azul en el clásico de febrero de 1983, 1984 y 1985. Mi hermano Carlos,
aguilucho furibundo, no. Me acuerdo como se alegraba de la derrota liceísta en la Serie del Caribe del 84. Aún
me quedaba mucho por ver en la vida.
En los torneos de 1985-86 y 1986-87 las Águilas
volvieron a ser campeones y a representar a la nación en el Caribe. Recuerdo
perfectamente como mis amiguitos liceístas del colegio y muchos vecinos del
barrio Los Maestros gozaban con saña los reveses aguiluchos en las del Caribe
del 86 y 87. Aún no olvido como mi profesora de quinto de primaria, Moraima
Mora, tras la derrota aguilucha en el 87 me decía “ves, Iván, que las Águilas
lo único que saben hacer es pasar vergüenza allá afuera, si fuera Licey de
seguro hubiésemos puesto al país en alto y traído el título”. Tampoco borro de
mi memoria cuando en febrero de ese año, Ricardo, un amigo de infancia, fue a
casa a mostrarme, en tono burlón, una caricatura de un periódico en la que
figuraba un águila golpeada y desplumada. En la prensa capitalina resucitó el
manido de que las Águilas solo iban a la del Caribe a perder y pasar vergüenza,
que el nuestro era un equipo fucú y que no merecía ganar siquiera el torneo
local.
Confieso, fui creciendo en ese entorno, sin
poder entender tantas incongruencias de aguiluchos y liceístas. El odio entre
unos y otros en la pelota de patio podía ser explicable, pero no cuando se
trataba de representar la bandera nacional.
Para colmo de los colmos, cuando los Leones del
Escogido ganaron la del Caribe (en 1988)
que se había efectuado para la ocasión en Santo Domingo, los aficionados
liceístas nos sacaron en cara, a los aguiluchos claro, que hasta el Escogido
era capaz de triunfar en la Serie
del Caribe y nosotros no. No bastaba solamente festejar el triunfo
dominicano, sino mortificar a los fans de las Águilas.
El Escogido volvió a ganar el cetro caribeño en
1990 y la absurdez liceísta contra los aguiluchos, además de innecesaria, se
hacía más insoportable.
Década de los 90, del
trauma a la gloria
En 1991 Licey volvió a representar a la nación
en la del Caribe, celebrada en Miami, y la ganó. Se puso de moda en las
juventudes simpatizantes de los azules y rojos, obviamente que con la ayuda certera de la
prensa mediática, que Licey y Escogido eran los equipos más asperísimos y
bacanos y que las Águilas eran los más chopos. Lo sorprendente de todo es que
los aguiluchos no teníamos cómo defendernos de esos ataques, pues en efecto,
nunca ganábamos la del Caribe.
Llegó el 1993, las Águilas habían ganado el
campeonato nacional y regresaban al clásico caribeño, celebrado en México. A pesar de haber
perdido sus dos primeros partidos lograron remontar y ganar cuatro en línea y
forzar a los Cangrejeros de Santurce, de Puerto Rico, a un partido decisivo
para determinar el campeón. Santurce campeonó y las Águilas tuvieron que
conformarse con el segundo puesto. Los ataques y burlas de los “patriotas”
liceístas continuaban. Ricky, un compañero de estudios en tercero de
bachillerato, se pasó el resto del año dándome cuerda por el revés cibaeño.
Licey ganó la del Caribe del 1994 de forma
invicta. Las Águilas, representando al país en el clásico del 1996, y con un
equipo muy poderoso al que le llamaban el Dream team dominicano, perdió en
territorio quisqueyano, quedando en tercer lugar. Ya me la estaba creyendo, que
nuestro equipo era chopísimo, que solo Licey y Escogido podían ganar la del
Caribe por el país. Aquella máxima, sostenida por la poderosa prensa capitalina
y las juventudes liceístas y escogidistas, cada vez ganaba más
credibilidad. Resignadamente lo aceptaba.
Lo más lejano que tenían los aficionados azules
y rojos, pero mucho más los azules, era que la pesadilla aguilucha estaba por
llegar a su final. Así ocurrió en febrero de 1997, pero el camino no fue fácil.
En la final de la campaña 1996-97 las Águilas habían
vencido por barrida de 4-0 a los Leones del Escogido. El destino a
disputar la Serie
del Caribe de 1997 era el Estadio Héctor Espino, en Hermosillo, México. En ese
mismo escenario, diez años atrás (1987), a las Águilas se les había escapado el
campeonato de las manos. Luego de haber ganado sus primeros cuatro desafíos
perdieron tres seguidos, el último ante los Criollos de Caguas, que de paso se
alzó con el cetro.
Pero la del 97 no sería la del 87 y la historia
se escribiría de otra manera. Las Águilas iniciaron sufriendo, perdiendo sus
dos primeros desafíos. Algunos de mis amigos liceístas ya celebraban, el
consabido de “ustedes solo pasan vergüenza” volvía aflorar. A pesar de la
adversidad, los aguiluchos creíamos. Tendríamos que perder tan solo un juego más para
ser eliminados, pero ese UNO, para beneplácito nuestro, no llegó; todo lo
contrario, hicimos el milagro. Pudimos regresar y, con una bestial ofensiva de
los bates aguiluchos y un pitcheo que ya iba mejorando, nuestro equipo triunfó
en los últimos cuatro partidos y se consagró campeón caribeño. El drama de
terror había terminado. La hinchada aguilucha se lanzó a la calles a celebrar.
No era para menos. Era el fin de la pesadilla, de las burlas, de los ataques,
del sambenito en la espalda.
Hay que reconocer que al día siguiente la
prensa capitalina se comportó con altura. Los nuevos monarcas del Caribe
recibieron todos los elogios y los mejores titulares en las secciones deportivas de los diarios. En la televisión y radio, por igual. Enojarse por la
victoria del enemigo, también dominicano, hubiese sido el peor de los
sinsentidos.
Los aguiluchos fuimos al aeropuerto a recibir a
nuestros campeones. Algunos liceístas y fans de otros equipos también se nos
unieron en la celebración. Varios liceístas, sin proponérselo, estaban
expresando sus disculpas a las Águilas del Cibao.
Las Águilas volvieron a repetir en la del
Caribe del 1998 y se convirtieron en la única escuadra en la historia en ganar
este evento por dos años consecutivos. Los liceístas ya eran más comprensivos,
aunque la rivalidad de patio seguiría siendo igual de titánica como hasta hoy.
Siglo XXI, más odian
los aguiluchos
Cuando parecía que con los triunfos caribeños
de las Águilas del 97 y 98 las heridas habían cicatrizado, la situación se
tornó más ridícula. Muchos liceístas, exceptuando a una minoría, no tenían
problemas en apoyar a las Águilas en la Serie del Caribe, pero la reciprocidad no se reflejaba en el bando contrario. Cuando en 2004 Licey fue el representante caribeño por el
país, una avalancha de aguiluchos decidió no respaldar al equipo dominicano.
“Yo a ese equipo no lo voy apoyar”, “Ay, ojalá Licey pierda”, solían expresar
los fans de las Águilas, que ya no tenían por qué sentirse tan dolidos, pues su
novena beisbolera también había señoreado en las del Caribe del 2001 y 2003.
Los Tigres ganaron en 2004 y los aguiluchos decidieron no participar en el festejo
de sus compatriotas. Ni siquiera los felicitaron.
Licey representó a los dominicanos en el
clásico del 2006, el cual perdieron ante los Leones de Caracas, de Venezuela. Mayoría
aplastante aguilucha lo vitoreó en grande. En el 2007 las Águilas triunfaron en Puerto Rico
y muchos liceístas celebraron en bares y colmados el triunfo del país con sus
archienemigos locales. No sucedió lo mismo en 2008, cuando la del Caribe fue
escenificada en Santiago de los Caballeros. Para aquella ocasión, República
Dominicana, como país sede, tuvo dos representantes, debido a que en Puerto Rico no se celebró torneo otoño-invernal en la estación 2007-2008. Por tal motivo se completó el hueco faltante con el conjunto subcampeón dominicano, que había sido Licey. En efecto, esto fue un golpe de suerte y coyuntural que benefició a la escuadra felina.
Los Tigres ganaron el título caribeño, llegando a vencer en dos importantes partidos a sus compatriotas Águilas del Cibao. Durante la serie fue
notable observar como la hinchada aguilucha
vitoreaba a las selecciones mexicana y venezolana cuando estas enfrentaban a Licey.
Partiendo del 2014, y como pinta el panorama,
no sería errado suponer que estas dos tradicionales fanaticadas seguirán
rivalizando en el béisbol local. Pero cuando se trate de representar a la
nación en la del Caribe, los aguiluchos tendrán que aprender a dejar un poco atrás
el infantilismo.
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