Gracias a mi
familia llegaron a
disfrutar del club Zahíra, Indira y Luisito, hijos de la famosa
artista Vickiana; las bellas y atractivas chicas Aury y Kathy Paz,
así como Wasang y Pepo, todos nietos de nuestra vecina doña Viola;
Carlitos, Charmery y Andrés Luna, hijos de don Carlos Luna y doña
María; Miguel Abraham (El Gordo), Giovanny, Lalo, Nano y Milton;
Napoleón Núñez, su esposa Rosa y sus hijos Patricia, Albania y
Polonchy. Seguramente se me están escapando algunos de la lista, por
eso diré “y otros más”.
Por Iván Ottenwalder
Corría el verano de 1985, época de vacaciones escolares, cuando una
tarde mi padre llegó a casa trayéndonos una sorpresa para todos
nosotros. Entiéndase como todos nosotros al
círculo familiar compuesto por mi madre, Carlos, yo y, obviamente,
el que traía la sorpresa, mi padre.
Facundo
Ottenwalder, sonriente pero siempre con su característica calma, nos
mostraba cuatro carnets que nos acreditaba como socios del Dimargo
Country Club, un club de reciente creación fundado por el empresario
turístico Diógenes Marino Gómez.
Tanto
Carlos como mi madre y yo no pudimos esconder nuestras alegrías, era
inmensa. Mi
padre también nos mostró varios brochures repletos de imágenes y
textos
alusivos al nuevo club capitalino. Todo se veía impecable y
fantástico, como dirían los
mexicanos,
bien padrísimo.
Por
obra y gracia de la buena economía de mi progenitor mi hermano, mi
madre y yo, que nunca habíamos sido socios de club alguno en esto
que llamamos vida, pasábamos a serlo del Dimargo. Si
señores, nos igualábamos en ese preciso instante a varios amigos y
familiares que tenían membresía en otros clubes. Ya no
necesitaríamos de la generosidad de Frank y Mirtha para que nos
invitaran a Casa de España ni tampoco seríamos víctimas de la
envidia que sentíamos
de
algunos vecinos socios de Arroyo Hondo, Los Prados o Naco. En
ese momento sentíamos que éramos gente.
Recuerdo
muy bien la primera tarde de aquel verano que mi padre nos llevó a
mí y a Carlos a bañarnos en la piscina del club. El Dimargo Country
Club era grandioso. Contaba con un
play
tanto para béisbol como softball,
varias canchas de tenis y baloncesto, áreas de aparcamientos de
vehículos, hermosos jardines, una linda piscina con dos grandes
trampolines, restaurantes, cafetines, zona
para
jugar
tenis
de mesa, un gran salón para fiestas, discoteca, área de juegos para
niños, gimnasio para hombres y mujeres, entre otros atractivos.
Carlos
y yo nos bañamos por espacio de hora y media en la alberca del club.
Cerca había una cafetería donde vendían pizzas, refrescos, jugos y
otros insumos, pero conociendo a nuestro padre sabíamos que este no
nos brindaría nada. Facundo Ottenwalder, nuestro progenitor, siempre
se ha caracterizado por ser un hombre serio, honesto, incorruptible,
pero, al mismo tiempo, tacaño, más duro que un codo. Y no es que no
tuviera dinero para comprarnos a Carlos y a mí sendos pedazos de
pizza y dos
refrescos,
sí
tenía dinero, de hecho, su economía era saludable aunque no ganase
una fortuna, lo que pasa que el viejo era, y es todavía, muy tacaño.
Bien
recuerdo de las tantas veces que nos acompañó al club y
NUNCA
nos brindó un delicioso refrigerio de los que preparaban en Dimargo.
Durante la década de los 80 residíamos en el Barrio Los Maestros,
primero en el Residencial San Pablo (1980-1982) y luego en la
vivienda número 13 de la calle Jesús Salvador (desde 1982 hasta el
divorcio de mis padres en 1992, razón por la cual mi madre y yo
hicimos tienda aparte mientras Carlos y mi padre se quedaron
viviendo en la casa, todo por común acuerdo con mi madre). Mi
hermano, quien durante su adolescencia fue el chico most popular
del barrio, regó la voz a todo pulmón, contándole a todos sus
panas que nuestra familia era socia del club Dimargo. Yo también lo
conté a mis amiguitos, que eran menos. A partir de los años 1986,
87 y 88 nuestra familia invitó al club a muchos vecinos del barrio,
así como a otras amistades y familiares. Gracias a nosotros llegaron
a disfrutar del club Zahíra, Indira y Luisito, hijos de la famosa
artista Vickiana; las bellas y atractivas chicas Aury y Kathy Paz,
así como Wasang y Pepo, todos nietos de nuestra vecina doña Viola;
Carlitos, Charmery y Andrés Luna, hijos de don Carlos Luna y doña
María; Miguel Abraham (El Gordo), Giovanny, Lalo, Nano y Milton;
Napoleón Núñez, su esposa Rosa y sus hijos Patricia, Albania y
Polonchy. Seguramente se me están escapando algunos de la lista, por
eso diré “y otros más”.
Ciertamente que fueron momentos maravillosos que varios amigos y
seres queridos disfrutaron con nosotros. Esa gente nunca lo ha
olvidado y nos lo agradece por siempre.
Campamento de verano de 1987
Por dos semanas asistí a un campamento de verano organizado por el
club de Dimargo. Para ser llano y preciso, no sobresalí
prácticamente en nada. Aprovechaba con mucho entusiasmo las clases
de natación, que me resultaron fáciles, debido a que había
aprendido a nadar en el club de Aqua-Flamberg un año atrás. En lo
concerniente a béisbol, baloncesto, karate y otras disciplinas fui
un cero a la izquierda, un fracaso. Todas las tardes, antes de
abordar el bus de regreso a casa, solía ducharme en una de las
bañeras del club, de esas dispuestas para el público. Durante los
10 días de campamento me llevaba un jabón, dentro de la mochila,
listo para usar a eso de las seis de la tarde, cuando tomaba mi baño
en el área de ducha. De esa forma, me ahorraba el baño de casa.
Poco después, abordaba la guagua que me dejaba en mi morada.
El campamento finalizó sin pena ni gloria, ni siquiera dejé
huellas, ni siquiera una novia o algún amigo para el futuro. En mi
humilde opinión, considero que mi madre, quien me había pagado ese
campamento, botó su dinero. Sin embargo, sí hubo otros momentos
dignos de satisfacción vividos en ese maravilloso club: las veces
que fuimos en grupos con los amigos del barrio, para citar un
ejemplo. Cómo olvidar a las bellas y atractivas Aury y Kathy, las
chicas most popular de todo el vecindario luciendo sus
hermosos trajes de baños; las travesuras de Wasang y Pepo; las
cherchas y bromas de Carlos, Lalo, Giovanny, Carlitos y El Gordo…
Tampoco podré dejar de mencionar los agradables momentos que
compartimos con Napolén, Rosa y sus hijos Albania, Patricia y
Polonchy. Y jamás olvidar a mi gran amigo de infancia Carlos Andrés
Luna, hoy en día un profesional brillante que ha alcanzado un éxito
económico satisfactorio. Otro de los tantos amigos del ayer que
triunfaron económicamente, mientras que yo, con casi 45 años de
edad, me he quedado estancado. Pero él no tiene la culpa de esto,
quizás mi error estuvo en haber elegido Periodismo como carrera
profesional. ¿Qué grandeza económica me ha dado la Comunicación
Social? ¿Una casa? NO. ¿Un gran sueldo? NO. ¿Un premio meritorio?
NO. No hay que ser un estúpido para darse cuenta si uno ha fracasado
en una cosa o no. Los hechos hablan por sí mismo. Durante mi adultez
he tenido que vivir o en casa de mi madre o en la de mi padre. ¿Y eso por qué?
Porque NUNCA en mi puta existencia he devengado un salario de lujo y,
por otro lado, soy un imbécil para los negocios.
Es increíble como en seis años, 1985-1991, nos convertimos en una
de las familias más solicitadas, todo gracias al Dimargo Country
Club. Y en ello también influyó el very popular de mi
hermano, el más admirado y querido por todos los adolescentes de la
Jesús Salvador y otras calles cercanas. El chico del Subarú, el
muchachón del que todos querían ser como él, fue determinante en
todo ese arrastre.
El chico más popular
Cada 1ro de agosto, cuando Carlos cumplía años, la casa número 13
de la Jesús Salvador era un toque de queda, sin embargo, los 22 de
abril, fecha de mi cumpleaños, pasaban sin pena ni gloria. Las
mejores fiestas caseras se llevaban a cabo en mi casa cuando Carlos
estaba de cumpleaños. Aquellas gozaderas se extendían hasta las
tres de la madrugada. Recuerdo cuando la noche del 1ro de agosto de
1987, en casa de Sofía, una novia que tuvo, le prepararon tamaña
fiesta sorpresa. Aquella noche se bailó muchísimo, se gozo al
máximo. Lily, mi primera amiga de infancia, que desde hacía años
no me dirigía mucho la palabra, se las pasó bailando con
Guillermito; Luisina, con otros chicos; Patricia con Lalo (estaban
casi de novios en ese momento), Albania con algún que otro chico.
Para ser honesto, en la sala y el área de comedor de la casa de
Sofía no cabía una persona más. Ni siquiera se podía caminar bien
de lo mucho que éramos.
No está de más recordar que las bellas Aury y Kathy se robaron el
show en la fiesta. TODOS hacían turnos por bailar merengues con
ellas.
La popularidad juvenil que vivió Carlos me atrevo a compararla con
la de los chicos very populars de esas películas de aventuras
estadounidenses. Sus amigos lo veían como el gran modelo, sus novias
le adoraron.
Aury y Kathy, nietas de doña Viola, habían nacido en los Estados
Unidos, no sé si en New York o Boston. Desde que se mudaron a Santo
Domingo, por el año 1986, rápidamente se convirtieron en las chicas
más apetecibles para los chicos del barrio, opacando al resto de las
muchachas. Giovanny, El Gordo, Lalo, Carlitos, Nano, los estudiantes
de séptimo y octavo curso del CEDI y, hasta mi propio hermano, TODOS
deseaban tener amores con alguna de ellas. Aquello, sin lugar a
discusión, fue una época dorada, para nunca olvidar.
El triste final
La vida del majestuoso y alegre Dimargo Country Club llegó hasta el
año 1991. Su propietario, Diógenes Marino Gómez, había caído en
desgracia política con el gobierno dominicano del período
1990-1994. Su desgracia llegó al punto de perder, no solo su club,
sino todos sus negocios. Hoy, ese señor, deambula por las calles de Santo Domingo como todo un miserable pobretón, durmiendo donde le coja
la noche, ya sea en la sala de emergencia de un hospital o cualquier
otro lugar, claro, siempre que alguien le brinde techo, por supuesto.
Aquellos que fuimos socios del famoso club capitalino, perdimos
nuestras membresías. De un sopetón pasamos a ser socios de nada.
Para ser honesto, fuimos los grandes perdedores.
Los terreros que una vez pertenecieron al Dimargo Country Club hoy
son propiedad de la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA).
Solo deseo, como periodista y humano al fin, que si no es la justicia
dominicana, que sea la divina quien termine de poner las cosas en su
justo lugar.
Señor
Diógenes Marino Gómez, Iván Ottenwalder, este relator, no olvida
aquel valioso y efímero legado que una vez usted poseyó. En mi
memoria, siempre recordaré al Dimargo Country Club como el mejor
club social
del
cual fui socio alguna vez en mi vida. ¡Gracias por siempre!