miércoles, 15 de julio de 2020

Iván Ottenwalder pasa balance a su 2020 (1)

(Enero – julio 2020)

 
Por Iván Ottenwalder

Otro año en el que no esperaría nada a cambio sería el naciente 2020. De eso estaba plenamente convencido durante los primeros días de enero. Aunque, debo ser honesto y reconocer que, al menos en 2019, sí me ocurrieron algunas cosas buenas. Eso quedó explicado en el capítulo titulado Iván Ottenwalder pasa balance a su 2019.

Mi secreción salivosa nasal por semanas disminuye, por semanas se recrudece. Vivo el día a día solo apostando a que el tiempo ponga las cosas en su lugar y termine en algún momento destapando el asunto. Mantengo el uso de spray nasal, pero solo en ocasiones, no todos los días. Con lo costosa de la medicina hoy en día apenas me valgo del Hyderax 25 mg, Feltran (haloperidol en gotas) y la crema de Clobetazol. Una buena nueva, no recuerdo si ya lo había dicho en otra entrega, es que llevo más de dos años sin la necesidad de tomar Omeprazol. La gastritis y el reflujo gástrico de aquellos años 2015, 2016 y 2017 han dicho adiós por siempre. Puedo confesar que aquellos fantasmas se han ido.

En el ámbito laboral he seguido en el mismo lugar de trabajo y devengando el mismo salario. Trabajé en tres procesos electorales como sustituto de secretario por parte de la Junta Central Electoral: el interrumpido de febrero y los exitosos de marzo y julio. Me pagaron por mis servicios.

Para el mes de febrero me fue entregada la tableta digital que me saqué en la rifa de la fiesta navideña en diciembre de 2019. He pensado venderla, postura que aún mantengo. Entiendo que, con mi laptop y celular Samsung Galaxy J6, me basta para lo que realmente necesito.

Aún no la he vendido, pero no me desesperaré. Las cosas ocurrirán como tengan que ocurrir y punto.

Desde mediados de marzo, y debido a la pandemia del coronavirus, he estado laborando desde casa. Mando mis tareas laborales por correo electrónico y listo. La empresa para la que laboro me sigue pagando mi mensualidad con toda normalidad. Pago mis cuentas vía digital sin necesidad de hacer colas en los bancos.

Relación turbulenta con Yajaira

El 10 de enero Yaya y yo nos habíamos arreglado. Todo por iniciativa mía, cosa de la que al final terminaría lamentándome. Cada vez que ella quería algo, sobre todo monetario, me lanzaba algún que otro mensaje por whatsapp. Nunca le interesó ir a mi casa y, cada vez que le tocaba el asunto de sexo, se escudaba en la excusa de las secuelas que le habían dejado el accidente de la primavera de 2019. “No sea pendejo, no sea maricón, si ella no le dá la nalga, déjela”, me aconsejó su madre en enero.

Le había confesado a doña Yolanda que la razón por la que regresaba con Yajaira era porque todavía una parte de mí la quería. “Bueno, usted es un héroe pa seguí con ella, sabiendo que no le ha dado el culo, jejejeje”, se destornilló de la risa mientras tomábamos café una tarde.

La reconciliación con Yajaira aparentaba ir de viento en popa. Aunque seguía sacándome dinero por cualquier cosa se mostraba cariñosa y amorosa. Volvieron los besos y abrazos, conocí a su hermana Alejandra, quien fue muy simpática. Ella, militar del ejército, estudia Relaciones Públicas y posee una boutique de ropas y otros artículos. Llegué a comprarle una bonita lámpara eléctrica y un paquete de buenas medias deportivas. A finales de enero, Yajaira se antojó de un vestido y tuve que comprárselo. Asimismo, se antojaba de otros atuendos de la boutique. Cada vez que le pillaba uno de sus frecuentes malestares, ya fuera estomacal, fiebre, sinusitis, tenía que hacerme cargo de los gastos. Cuando fue al nutricionista y le indicaron análisis, también tuve que correr con la cuenta. Asombrosa o milagrosamente siempre me quedaba un pequeño margen para el ahorro. De no haber Yajaira el dinero en depósito hubiese sido mayor.

Previo al día de los enamorados se antojó de unos brackets dentales. Me mostró una oferta de brackets que había en la clínica Dental Chic por tan solo 3,500 pesos. “Tú sabe que ante yo usaba bracket dentales, tú lo has visto en mis fotos de hace muchos años, lo que pasa que me los quité porque me molestaban mucho”, me explicó. Muy bien, le prometí que sí, que le daría su regalo.

Telefoneé a Dental Chic y programé la cita para el sábado 15 de febrero a las 10 de la mañana. Nos vimos a las nueve en el parqueo del edificio donde reside su hermana. Ese día, y aún esto me sigue dando vueltas en la cabeza, ella amaneció con un humor de perra. Inventó que yo había checado los mensajes por whatsapp de una conversación con su madre un día antes cuando en verdad lo que sucedió fue que doña Yolanda telefoneó desde su móvil a Yajaira y me la puso al oído. Aquella maña, en que nos encontramos, me habló como fiera, no quería que me le acercara mucho. Me pidió en tono mandón que le comprara unos platanitos y una botella de agua en un colmado cercano. Cuando le pedí un poco de platanitos me contestó con muy mal genio que no me daría nada. “¡TÚ NO DESAYUNATE, COÑO!”. Por más que intenté explicarle que no era cierto aquello de revisar sus mensajes nunca me creyó, de nada valió mi defensa. Pedí un taxi cerca de la calle Caonabo y este arribó en cinco minutos. Entramos y le expliqué la dirección al taxista. El vehículo se puso en marcha. Durante el trayecto y bajo el consabido de que ella era mi novia, le puse mi mano encima de una de sus piernas. “¡NO ME JODA COÑO, NO ME PONGA LA MANO!”, me gritó, me miró mal y volteó su cara de amargura. Nos pasamos toda la ruta sin dirigirnos la palabra hasta que al final llegamos a la clínica dental.

Para no cansar el cuento tengo para decir que se pasó toda la bendita mañana con una carota del culo. Por cualquier cosa me insultaba delante de la gente y me avergonzaba. Le pagué la panorámica dental, una doctora la evaluó y le halló como seis caries. También le diagnosticaron otro problema por el cual habría que practicarle dos pequeñas cirugías, no tan costosas pero que correrían por mi cuenta en una próxima cita. Nos fuimos en otro taxi. Dentro del vehículo otra vez mostró su carota de culo. Solo por hacer un chiste me amenazó con pegarme par de bofetadas. “Iván, te doy do galleta. ¡Ayyyy coooño!”, me amenazó con su habitual lenguaje barrial.

En el camino se antojó de comer pollo en Kentucky. Le dije al taxista que se detuviera en un fast food de la avenida Núnez de Cáceres y, después de pagarle su tarifa, nos desmontamos. Entramos, mi amargada novia y yo, al restaurante de pollo. Pedimos nuestros servicios, los pagué con tarjeta de crédito, ubicamos una mesa y nos sentamos. La desgraciada no dejaba de mirar a cada hombre, fornido o aparente que entraba al restaurante, haciéndome quedar como un perfecto comemierda.

Ese momento de almuerzo nos la pasamos discutiendo. Yo, tratando de bajar lo más posible mi voz; ella, elevando su tono. Terminó de comer y salió de primero; yo la seguí después. Tomamos un carro público y nos encaminamos hasta Downtown Center. Entramos al famoso mall. Ella aprovechó para comprar un chip para su celular, ese que yo le había regalado de navidad. Luego se antojó de entrar al supermercado Carrefour y escoger una funda de pan y una caja de cereal para su adorada Lya, artículos que terminé pagando. Mientras anduvimos caminando por la plaza no se cansaba de echarle el ojo a los chicos de la high class, vergüenza que a veces no entiendo como aguanté. Ella se empecinó en tratarme ese día como a una mierda. Finalmente, salimos y tomamos otro vehículo público en ruta hacia la Caonabo. Luego caminamos hasta el parqueo del edificio. Nos sentamos en un banco y de nuevo empezó la discusión. Me pidió 100 pesos y le dije que no tenía. Ella, toda una arrogante, subió al apartamento. Yo, me marché hacia mi morada.

La próxima vez que nos vimos fue el jueves 20 de febrero. Nos encontramos en el parque del edificio donde reside su hermana. Andaba acompañada de sus dos hijos, Alex y Lya, y su sobrina Yazmín. Aquella tarde, la recuerdo como un maremoto de personas. Oleadas de gente de todas las edades venían de una de las tantas manifestaciones de protestas que durante toda la semana se realizaban en la Plaza de la Bandera, frente al edificio de la Junta Central Electoral. Caminar con desahogo era prácticamente imposible en aquellos días. La ciudadanía protestaba masivamente contra la JCE, por haber anulado las elecciones municipales del 16 de febrero.

Yajaira apenas me saludó con un beso en la comisura de mi labio. Habíamos acordado que le haría una compra en el supermercado y luego iríamos a Downtown Center a cenar. Nos fuimos caminando. Un escuadrón, compuesto por Yazmín, Lya, Alex, Steven y otro grupo de niños, nos acompañaba. Llegamos al supermercado Bravo. Yaya empezó a coger productos y arrojarlos en el carrito de compras. Le había anticipado de favor que la compra no superara los 2,500 pesos. Al final, cuando fui a pagar, el monto hizo poco más de 3,200. Una vez más se había pasado de lista.

El batallón de niños nos ayudó a cargar con las fundas. De nuevo a pie fuimos andando. Ya cuando íbamos a medio camino Yaya me dice que yo pude haber pedido un taxi, que le duele el pie, que no le gusta caminar mucho. Tratando de hacer un chiste simpático y, sabiendo lo poco dada al ejercicio físico que era ella, le respondí que caminar le haría bien, que lo tomara como ejercicio para sus pulmones. Aquello fue como provocar al mismísimo demonio. “¡MAMAGUEEEEEEEVOOOOOOO! COÑO, MAMAGUEVO, CÓMO TÚ ME DICE ESO, COÑO, DEGRACIAO. ALÉJATE DE MÍ, COÑO. NO TE QUIERO VE CELCA, MAMAGUEVO”. Escuchar aquella sinfonía de insultos me hizo entrar en pánico y silencio. Tuve que alejarme de ella y dejarla sola. Como 10 minutos más tarde ya todos habíamos llegado. Yaya y su escuadrón subieron las cargadas fundas de compra, incluyendo la que traía en mis manos. Minutos después bajaron todos. Los amigos de Lya y Alex se marcharon. Yaya se había calmado, y llamó a un taxi de la compañía InDriver. Lo abordamos. Del escuadrón solo vendrían sus hijos, la sobrina y Steven. Llegamos a Downtown Center. Una vez allí subimos al área de restaurantes. Yajaira y yo pedimos en Kentucky mientras que los niños ordenaron hamburguesas en Wendy’s. Cenamos. Una vez saciados los apetitos nos quedamos mirando las vitrinas de las tiendas. Luego abordamos un taxi que nos llevó hasta nuestro destino. Le pagué al chófer y nos desmontamos. Me despedí de la mala novia y sus pequeños familiares. Al llegar a casa me duché y luego, más relajado, le mandé varios mensajes por whatsapp. Le expresaba lo mal que me había sentido por su maltrato hacia mí. Discutimos y luego nos despedimos hasta el otro día. Estaba plenamente decidido a terminar con ella.

El viernes 21 de febrero, tras finalizar varias tareas en mi trabajo, aproveché para enviarle otro mensaje por whatsapp, expresándole mi determinación a romper mi relación con ella. Me telefoneó para pedirme, de favor, que mejor habláramos, que “por teléfono no es la manera adecuada de acabar una relación”. Acordamos reunirnos por la Caonabo, cercano al apartamento de su hermana, a eso de las seis de la tarde.

Dadas las seis platicamos en el lugar acordado. Ella se ha defendido y me ha pedido perdón por los insultos de ayer. Llegamos a un acuerdo. Le dije que mensualmente le daría 1,500 pesos mensuales para su compra de alimentos así como también terminaría de pagarle todo su tratamiento dental en proceso. Hicimos las paces. Nos dimos par de besitos. “Lo de hacer el amor será pronto, no te preocupes”, me prometió. Nos despedimos y me marché tranquilo a casa.

El sábado 22 nos juntamos temprano en el piso de su hermana. Habíamos acordados ir al dentista. Yajaira debía acudir al odontólogo para la pequeña cirugía en una de sus encías. Lya, Stevens y Yazmín para un simple chequeo. Tanto la operación de Yaya como las evaluaciones a Lya y Stevens serían pagadas de mi bolsillo. El chequeo a Yazmín iría por cuenta de su padre. Tomamos un taxi de InDriver camino a Dental Chic.

Jamás olvidaré aquel hecho tan vergonzoso que desencadenaría días más tarde en otra discusión verbal. Yajaira le había dado su número de whatsapp al taxista. Al principio pensé que solo lo haría para que éste tuviera su número de contacto en caso de emergencia. Así lo creí y hasta expresé: “claro amor, es bueno que tengas el número de un taxista por cualquier emergencia”. Ella, en vez de secundarme, respondió lo siguiente: “No, no es por eso, lo que pasa que él es un hombre muy dinámico y divertido y me agradan los hombres dinámicos y divertidos”. Me sentí en ese instante el comemierda más grande del universo.

Al llegar a la clínica dental hablamos con la recepcionista. Yaya entró de primero, poco después Lya, Stevens y Yazmín. A mi novia le practicaron la cirugía prevista; los críos recibieron la buena noticia de que sus dientes estaban en perfecto estado. Una hora duraron con Yaya en el quirófano dental. Al terminar, ella no podía casi hablar. Salimos de la clínica. Ella me pasó la receta para que me hiciera cargo de los medicamentos, cosa que hice cuando regresamos a la vivienda de su hermana. Fui a una farmacia y se los compré. También un pequeño helado. Se los llevé dentro de un bolso plástico. Yolanda, su madre, me lo agradeció eternamente. Eran más de las doce meridiano. La buena señora me invitó a que me quedara a comer. Acepté, a sabiendas de que tenía comida en casa. Almorcé y le di las gracias.

Me marché a casa. Antes de salir Yaya me dijo que me llamaría por whatsapp para que regresara en la tarde.

A eso las cinco y treinta volví a casa de Alejandra. Yaya me esperaba. Llamó por whatsapp al mismo taxista de la mañana quien pasó a recogerla. Lya y Yazmím le acompañarían en su viaje de regreso a Haina. Cargaron con la compra de supermercado que les hice dos días antes y, por supuesto, también pagué el taxi.

Al marcharse yo también hice lo mismo.

Ya en casa empecé a reflexionar sobre esa conducta tan anómala de Yajaira. Tomé mi celular y, con cierto dejo de frialdad macabra, le mandé varios mensajes de voz.
Le decía que si ella decidía empatarse con el taxista aquel “no contara más conmigo ni con mi ayuda monetaria”. Le recordé una vez más el trato basura que ella venía dándome. “Si te vas de parranda con ese taxista, ten por seguro que será él quien cargue con todos tus gastos. Si él te lo mete por el trasero, olvídate de que existe Iván Ottenwalder. Te conozco Yayita, sé que siempre buscas argumentos idiotas para no hacerlo conmigo. Bien bien, pues estás advertida. Jamás te levantaría la mano para pegarte, eso nunca. Pero que te quede claro, si te vas con él, Iván se larga de tu vida para siempre. No te lo repito más”.

Yajaira no volvería a dirigirme la palabra hasta tres días después.

El martes 25 de febrero estaba realizando mis tareas laborales con toda normalidad cuando sonó mi celular. Era ella. Me habló en tono enojado. Estaba irritada conmigo por la retahíla de mensajes de voces del pasado sábado. Me dijo que Lya, su niña, escuchó todo lo que le había dicho. “Lo siento por la niña, ella no tiene la culpa, solo tú la tienes”, le contesté. “No me arrepiento de haberte dicho todo aquello. No sabes lo basura que me hiciste sentir la semana anterior, desde la vez del supermercado hasta cuando te pusiste a flirtear con el taxista delante de mí, como si acaso yo fuera pura mierda”, agregué. Ella se defendió por los codos. “Iván, ese tipo es ordinario. Yo no me voy a meté en amore con un tipo así. Además, a mí no me gustan los hombre negro”, argumentó. No le creí y salí con un contraargumento: “¿Si no te gustan los negros como entonces tienes dos hijos morenos cuyos padres también lo eran?” Volvió a la defensiva, esta vez explicando que los papás de Alex y Lya no eran muy negros, que eran negros claros. ¡Tamaña estupidez!

Volví a retomar el asunto del sexo y le hice saber que si me hubiese empatado con otra hace mucho lo hubiese conseguido. ¡PUE BÚCATE OTRA COÑO, MAMAGUEVO!”, me gritó. “Muy bien, así lo quieres. Lo nuestro se acaba y me buscaré otra. Sabes también, que si lo prefiero, puedo visitar una casa de cita, pagarle a una y me la follo como si nada del mundo”, le respondí con mucha calma.

MAMAGUEVO, TÚ TE TA VOLVIENDO LOCO. ¡TÚ NO SABE QUE YO SOY TU NOVIA PA TÚ VENÍ A HABLAME ASÍ! NO TE APURE, QUE YO SÉ DONDE TÚ VIVE. TÚ Y YO NOS ENCONTRAMO COÑO. ¿TÚ QUIERE QUE VAYA A TU CASA Y TE DE DO GALLETA, COÑO?” Así, cargada de ira y amenazas, fue su contestación.

No estaba dispuesto a aguantar más. Le dejé saber que, si no teníamos sexo, le cortaría el agua y la luz, es decir, que dejaría de regalarle dinero. Fue entonces cuando cedió. Me propuso que lo hiciéramos, pero dentro de una cabaña y que me protegiera con un condón. Ya nos pondríamos de acuerdo, pero tendría que esperar que ella se recuperara del dolor aún persistente por la cirugía dental de días atrás.

El sábado 29 de febrero volvimos a Dental Chic. Esta vez en compañía de Lya y Stevens. A Yaya le descosieron los puntos de sutura. Se sentía mejor. A los niños, que también deseaban ponerse brackets, hubo que realizarles panorámicas dentales. Yo las pagué las dos. El dinero por la de Stevens me sería reembolsado por su madre, Alejandra. Según los médicos, la dentadura de los críos estaba en óptimas condiciones, pero, por razones que ahora no recuerdo, explicaron que aún no era el momento de colocárselos. Le recordaron a Yajaira sobre las caries a erradicar. Dijo que se las trataría en otra clínica, pero que los brackets se los haría con ellos. Finalmente, nos regresamos en un taxi al apartamento de la Caonabo. Yo no subí. Nos despedimos hasta la tarde.

A eso de los seis de la tarde nos encontramos en el apartamento. Le regalé el dinero para el taxi y nos despedimos. Apenas un abrazo.

Cuatro días después, el miércoles 4 de marzo, tuve cita en el consulado americano. Todo salió como lo deseaba: obtuve el visado por 10 años.

Ese mismo día, en horas de la tarde, vía whatsapp, Yaya me pide de favor que le pagué el recibo de la luz. “Tú sabe corazón, que yo toy aquí, en la casa de Haina. Me llegó la factura de quinientos y pico de peso. Yo no tengo trabajo y si no la pago me la coltan”, me explicó y me envío una foto de dicha factura. Me dirigí a una estación de EDESUR cercana a mi casa y se la pagué. Fotografié el recibo de pago y se lo remití a su whatsapp. “Gracia mi amol, te amo”, me respondió junto a unos emoticones de besos. Lo que no me imaginaba era, que a partir de ese entonces, me haría cargar con esa factura todos los meses. Ya, desde principio de año, también le pagaba el gas de cocina. Todo eso con el argumento de que su familia no la ayudaba, de que me tenía solo a mí.

La querían echar de la casa

Desde febrero Yajaira y Osvaldo estaban de riña. Su hermano, que en el pasado había construido la casa de Haina, se fue a pasar varios días allí. Le exigía encarecidamente a su hermana que se largara de la vivienda. Le contaba a su padre, don Alejandro, vía whatsapp, que Yajaira no hacía el más mínimo esfuerzo por superarse, que se las pasaba con amigotes de colmado bebiendo alcohol todas las noches y juntándose con unos tipejos drogadictos. Yajaira me rogaba que le consiguiera al menos cinco mil pesos para comprar 100 blocks y un saco de cemento y así construir una habitación donde dormir. Le prometí regalarle 20 mil. “Con esa plata, puedes hacerte de muchos más materiales: más blocks, sacos de cemento, varillas... no dará para todo, pero sí para un gran avance. Eso sí, la mano de obra tendrá que pagarla tu familia, no yo”, le dije bien claro.

La promesa de los 20 mil pesos la cumplí. Se los conseguí a finales de marzo, en tiempos de cuarentena por el coronavirus. “Espero, que una vez reabran las ferreterías, hagas una buena compra de materiales de construcción. Será el gran inicio para que construyas una habitación y un baño bien decentes. Después, para 2021, yo te conseguiré otra partida de dinero”, le garanticé.

Días antes de que en el país se decretara el estado de emergencia por el Covid -19, Yajaira tuvo una entrevista de trabajo, así me contó, en una compañía de productos de belleza. Me aseguró que le había ido bien y que luego le darían respuesta. Pero, la respuesta nunca llegó porque, dos o tres días después, se decretó la cuarentena nacional y muchos negocios cerraron temporalmente.

Los últimos meses, antes de la ruptura, me las pasaba pagándole sus cuentas. A continuación el desglose:

- RD$1,500.00 mensuales para su comprita en el supermercado
- RD$500.00 mensuales para el pago del cilindro de gas
- Casi 600 pesos mensuales por la tarifa de electricidad
- Un paquetito de internet semanal para su celular (150 pesos x 4 semanas = RD$600.00)

En mayo se antojó de tener telecable y me pidió dos mil quinientos pesos para abrir un contrato. Se los conseguí a finales de ese mes. Me pidió que le regalara cinco mil pesos para comprar un paquete de ropas y revenderlas. Se los negué, y esto porque ya su hermana la estaba ayudando en ese sentido. Como también le negué un mueble, que le estaban vendiendo en cinco mil quinientos pesos. “No puedo darte más de lo que puedo. No soy un hombre rico, y ya te conseguí, por un micro préstamo de 20 mil pesos, el dinero para los materiales de tu casa, que espero me los muestres cuando los compres”.


Doña Yolanda me advierte de nuevo

Para finales de junio Yajaira me contaba que se había peleado con su madre y que pensaba irse de la casa, que por favor la ayudara con el alquiler de una pieza . Le respondí que mi presupuesto no aguantaría para tanto, de modo que no podría tenderle una ayuda. “Trata de arreglarte con ella. Mira que ahora estás vendiendo ropa por tu casa, estás haciendo algo más de dinero. Dale calor a ese negocio que tienes junto con tu hermana”, le aconsejé. Me pidió que no le mencionara a su mamá, que ella no la aguantaba más y que se iría de la casa. No volví a tocarle más el asunto.

Días antes de aquel último encuentro, durante un cursillo impartido por la JCE de caras a las elecciones del 5 de julio, conocí a otra mujer. Su nombre, Fiordaliza. De 40 años de edad y piel mulata. Nos amistamos tras una larga conversación al finalizar aquel cursillo. Divorciada y con tres hijos. Se había convertido a evangélica por la depresión que le produjo el divorcio hacía varios años y, desde hacía cinco, laboraba para la compañía eléctrica EDESUR. ¡Para la misma EDESUR en la que venía pagando las facturas de electricidad de Yajaira! ¡Cuántas coincidencias tiene la vida!

Ya por mi cabeza rondaban otros planes. Pensaba reducirle la partida de dinero a Yajaira, con el objetivo de que esta se desanimara, terminara mandándome a la mierda y así tener el campo abierto para enfocarme en la otra amiga. Una jugada maestra muy bien calculada.

Para principios de julio, antes de las elecciones, me había comunicado con Yolanda, vía whatsapp. Por curiosidad quería saber qué había ocurrido entre ella y Yajaira, por qué se habían peleado nuevamente. La buena señora se sinceró y lo sopló todo. Me había revelado que Yajaira estaba viviendo con otro hombre, “con un chulo que le dá dinero”, que singaba todas las noches con ese tipo, solo cuando le llevaba dinero u otra cosa de valor. “No sea pendejo Iván, no sea maricón, Yajaira no sirve, e una lacra. Es una tipa antisocial. Se la pasa bebiendo y metiendo droga con unos tipos raro que la vienen buscar to las noches. No sea pendejo, no le dé un chele más”. Me contó que, últimamente, Yajaira no estaba pagando la luz ni el gas, que me estaba robando mi dinero. Cuando le informé sobre los 20 mil pesos que le había regalado a su hija para los materiales de construcción me respondió: “ella no ha comprao na. Seguro se lo metió en droga”. Y volvió a recordarme: “ella lo está engañando. No quiere darle la nalga porque usted no le gusta. Así me lo dijo, que solo quería pelarlo. Abra los ojos, no se deje engañá, Yajaira no es buena mujer para usté”.

Me contó que Yaya le había lanzado una pedrada que le lastimó el brazo. Que iría a la Policía a denunciarla, a solicitar una orden de alejamiento contra ella. Finalmente, me pidió que no dijera nada de lo hablado, que borraría todos los mensajes de voces de la conversación y me instó a hacer lo mismo. Le di mi palabra.

Yo, de lo más calmado, contaba ahora con la coartada perfecta para romper definitivamente con aquella que una vez llamé chica de ensueño sacada de un cuento de hadas. Me frotaba las manos y saboreaba mi tranquilidad.

La ruptura

Un día después de las elecciones, lunes 6 de julio, Yajaira ha telefoneado a mi celular. Eran más de la siete de la tarde. Me ha dicho que estaba en el apartamento de su hermana, que Lya me quería saludar. Me la pasa. Le pregunté a la chiquilla cómo le iba en sus estudios. Me respondió que había aprobado el curso. Quise saber si se estaba cuidando bien durante el tiempo de pandemia. También pregunté por su hermano Alex y su primo Stevens. Me asegura que sí y que su hermano y primo estaban muy bien. Después de felicitarla por aprobar el curso le deseé todo lo mejor en la vida. Yajaira vuelve al teléfono, solo para decirme “ya tú sabe, toy aquí en el apartamento, cuando tú quiera ven”. Colgué.

No bien pasó un minuto cuando le escribí rápidamente par de mensajes por whatsapp: “No vuelvas a llamarme más”, “Ni me escribas”. Al poco rato sonó mi teléfono. Era ella. Estaba airada. “¿TÚ HABLATE CON MI MAMÁ? ¿QUÉ FUE LO QUE TE DIJO?”. Le contesté que no había hablado en lo absoluto con ella. “Oye lo que te voy a decí, mi mamá ta enemiga mía y de Alejandra. ¿Qué fue lo que ella te dijo?”. Con una calma pasmosa volví a responderle no haber hablado nada con Yolanda. Trancó el teléfono. Otro mensaje mío por whatsapp: “Solo tú sabrás si tienes tu consciencia limpia”. Luego el de ella: “Piense lo que uté quiera mamaguevazo, qué me importa a mí”. Por último, le mandé otra nota de voz, para dejarle saber que le cortaba definitivamente el agua y la luz, que si quería plata que se buscara un chulo que se la diera. También le conté que desde hace dos semanas venía empatándome con otra chica, con más criterio de lo que debe ser una relación y un hogar, “no como tú, que no tienes criterio”.

De esa manera acabó por siempre mi fallida e infuncional relación con Yajaira. No más ella en mi vida, hasta nunca.

Otra buena noticia durante lo que va de 2020 es que la deuda de mi madre con la Administración de Bienes Nacionales ha seguido achicándose. Cuando la asumí en verano de 2016 se debía poco más de 206 mil pesos por su apartamento. Hoy, julio de 2020, apenas se deben 50 mil y pico. Sin discusión alguna, ¡un gran bajón! Y ese gran bajón tiene una explicación: mi determinación inquebrantable por saldar hasta el último céntimo que se deba por esa vivienda. ¡Si Dios quiere!

A mi juicio, mis mejores ases jugados fueron, primero, la obtención de la visa americana, dos semanas antes de que el Consulado Americano cerrase sus puertas debido al Covid-19 y, segundo, haber roto con Yajaira, una mujer que no me aportaría nada constructivo a mi vida. Haber conocido a Fiordaliza fue como el principio del fin en mi relación con la hainera.

En verdad todavía no hay nada en concreto entre Fior y yo. Apenas hemos salido dos veces. La primera, a Plaza Acrópolis, y la segunda, a Ágora Mall. Solo roces y cogederas de manos. Los besos y lo que pueda venir después, quizás tengan que esperar. Esperar a que la pandemia pueda ser mitigada en República Dominicana. Otro factor a tomar en cuenta es que ni ella ni yo seamos despedidos de nuestros empleos. Una buena relación sentimental debe ir de la mano con la productividad económica de ambos. El trabajo y los ingresos dan sostén y buen desarrollo a la relación. Lo demás, cuento de camino.

Padre Tiempo, sabio al fin, hablará.