Amén
de toda la notable mejoría sentía una molestia extraña en la amígdala lingual
derecha. Decidí escribirle un correo electrónico al doctor que me extirpó las
palatinas la semana anterior. Hasta le telefoneé para explicarle.
Por Iván
Ottenwalder
Tanto el domingo 17 como el lunes 18 de
julio seguía con los problemas para tragar por la parte céntrica de mi
garganta. Cada vez que lo intentaba sentía una sensación de ahogo insoportable.
Pero a partir del martes 19 se me ocurrió una idea: todo lo que comiese (yogur,
helado, compota o sopa) lo deglutiría poquito a poquito por las partes laterales,
izquierda y derecha de la boca. Así empecé a tener mejores resultados. Incluso,
ya para el miércoles 20, estaba tragando un poco mejor por el centro y podía
hablar sin la necesidad de recurrir al bolígrafo y a los papelitos
desplegables. Eso sí, parecía un ñato cuando hablaba, pues aún tenía flema
atrapada en la nariz y garganta.
Imagen genérica de una amígdala lingual. |
Cuando sentía ganas de toser o
estornudar tenía que reprimírmelas por el miedo a que se me lastimara de nuevo parte
de la zona cauterizada por la operación. Mi padre, en tono áspero y severo, me
recomendaba que “con una cucharada de miel todos los días esa vaina se me
sanaría pronto”. Muy bien, aunque no estaba del todo seguro de su consejo, le
complací. Fui a la cocina, busqué el pote de miel de abejas y me serví la
cucharada. Me la tragué de dos bocados. Entonces explosionó la bomba. Me atacó
una sensación de asfixia que me hizo correr al baño. Tuve unos sofoques tan
anormales que más bien parecían rebuznos de asno. Doña nieves, la sirvienta, se
asustó: “tranquiló Iván, ya se le va a pasá, tranquilo.” Los rebuznos siguieron
por unos buenos minutos hasta que por fin pude toser con fuerza y cesaron.
¡Tamaño susto! Y todo por llevarme de mi papá, para evitar que éste me
aleccionara y creara otro sentimiento de culpa, de los tantos que me había
creado en la vida, desde la niñez hasta la adultez. “Mira lo que ha pasado”, le señalé. Su
respuesta, como si no se hubiese enterado de nada, fue que eso no era verdad,
que eran inventos míos. Preferí cortar la conversación de raíz porque era
inútil.
Sensación
de molestia en la lingual derecha
Amén de toda la notable mejoría sentía
una molestia extraña en la amígdala lingual derecha. Decidí escribirle un
correo electrónico al doctor que me extirpó las palatinas la semana anterior.
Hasta le telefoneé para explicarle.
Primer correo electrónico fechado del 19
de julio:
Doctor, es Iván Ottenwalder, su paciente. Yo quiero
verlo la semana que viene, el martes, si es preciso. De momento mi recuperación
va buena y rápida y ya empiezo a tragar como un campeón. Aún estoy defecando
heces negras, que espero recuperen su color normal pronto.
Mire, por otro lado, yo no me percaté de una cosa:
detrás de la lengua, donde están las amígdalas linguales, siento una molestia,
como si la derecha estuviese inflamada o infectada, que sé yo. Yo pensé que eso
tenía que ver solo con las palatinas, que ya no existen, por eso quiero una
revisada a esa zona. Sé que ya usted no opera y eso lo comprendí a la
perfección, pero al menos quiero verle la semana que viene, le pagaré la
consulta, para que me chequee las tonsilas linguales, y de paso los oídos y la
nariz completa, aunque de estas no siento nada malo. Si usted considera que
debe medicarme en caso de ver alguna afección en la parte derecha de las
amígdalas linguales, medíqueme algo efectivo, se lo agradeceré. Por lo demás,
todo va bien.
Abrazos.
No recibí respuesta. Pero al día
siguiente, miércoles 20, le llamé a su celular para contarle lo referente al
correo del día anterior. Me contó que un hermano suyo había muerto y que esta
semana no trabajaría en consulta. Le dije que le visitaría la semana próxima.
No le había contado sobre la molestia de
la lingual derecha a nadie, solo al doctor y a Alicia, una compañera de
trabajo. No quería preocupar a nadie y mucho menos a personas que no solían
concederme el más mínimo crédito cuando les hablaba de mi condición de salud.
Durante los días de la licencia médica me
pasaba casi siempre frente a mi computador y leyendo el periódico El País, del España. En otros, echaba
mis caminatas en horas de la tarde y visitaba la iglesia San Pío X, tratando de
llevar una relación armoniosa con Dios. No soy de aquellos que creen que para
ir a misa tiene que ser estrictamente el domingo. ¡Para nada! Yo puedo ir un
martes, miércoles o el día que sea, y entiendo que he cumplido con la divinidad
celestial. En aquellos días los huecos que me quedaron tras la cirugía de las
palatinas iban cada vez cicatrizando con éxito. Una buena tarde pude escupir de
un sopetón mucha flema amarillenta que estuvo acumulada en mi garganta. Eso me
alivió bastante. También podía sacudirme la nariz sin tanta dificultad. Sin
embargo, la molestia en la tonsila lingual derecha, aquellos pinchazos en esa
zona y la halitosis, aún permanecían latentes. Aunque podía tragar mejor por la
parte céntrica tenía que hacerlo despacio y con el vaso de agua o jugo al lado,
ya que regularmente me atoraba.
Cuando regresé a la consulta como 10
días después le pedí al especialista que me revisara la garganta completa. Se
me había pasado recordarle que me checara las dos linguales. El galeno apenas
se enfocó en observarme las zonas de las palatinas que iban cicatrizando mucho
mejor, y era cierto, eso no se negaba. Me recomendó que hiciera gárgaras con
bicarbonato de sodio todos los días, aunque no me especificó cuántas veces. Me
dirigí a una farmacia cercana a comprar el bicarbonato. Esa misma noche, en casa,
di inicios a mis sesiones de gárgaras, las cuales tuvieron una duración de poco
más de un mes. ¿Los efectos? Cero.
Los gargarismos me relajaban la
molestia, pero no la curaban. La hediondez y picor en la lingual derecha, no en
la izquierda, iban de mal en peor. Por otro lado, el cicatrizado de las
palatinas marchaba de viento en popa. Sin embargo, ya no podía seguir callando,
me creyeran o no, me tildaran de paranoico o no. Tenía que empezar a hablar y
contarle tanto a mi madre, hermano y amistades sobre lo que me estaba
ocurriendo. A mi padre se lo diría de último, ya que era el más reacio e
intransigente de todos.
Segundo
correo al otorrino
El 5 de agosto le redacté otro correo
electrónico al cirujano de cabeza y cuello que me había operado. Bueno, digo
cirujano de cabeza y cuello porque todos los otorrinolaringólogos son
especialistas en ese campo de la cirugía. El correo decía lo siguiente:
Buenos días:
En un correo anterior le había explicado que detrás de
la lengua, que también hay amígdalas, algo me sigue molestando en la parte
derecha. Yo creo que es la amígdala lingual derecha. La última vez que le
visité, la semana pasada, usted no utilizó la paleta para revisarme esas áreas.
Todavía en la zona lingual derecha tengo halitosis y la siento como si
estuviera como cortada e inflamada. Por favor, yo quiero que me revise las dos
amígdalas linguales. Hágalo por mí, para estar tranquilo. Le prometo dejarlo en
paz luego. Por lo demás, el proceso de cicatrizado ha ido muy bien, he podido
tragar alimentos suaves y líquidos de manera normal, pero, para deglutir
alimentos un pocos sólidos por la parte céntrica me añugo constantemente y
tengo que tener el vaso de agua o jugo al lado. Sé que ya usted se retiró del
área de cirugía, pero al menos revíseme las dos linguales. Cualquier cosa, si
es que esa tonsila lingual derecha está muy fea, ya me encargaría de buscar a
otro especialista. Solo una vez más doctor y le dejo tranquilo, pero revíseme
esas zonas.
Abrazos,
Iván.
Fui a su consultorio el miércoles 24 de
agosto para que me checase las dos linguales. Efectivamente, notó que la
derecha estaba inflamada. También me revisó los oídos, aunque se le olvidó escudriñarme
las fosas nasales, como también se lo había pedido.
No consideró la posibilidad de cirugía. Me
contó que era una inflamación, que tal vez se había producido tras el proceso
post- operatorio. Los oídos estaban bien. Me recetó para las linguales una
inyección llamada Alin Depot, la cual debían ponérmela en la nalga.
Después de despedirme arranqué a la
farmacia a comprar el producto. No tan lejos de casa, en la sala de urgencias
del Centro Médico Real, una enfermera me la inyectó.
Esa misma noche le conté todo a mi
padre, tal cual. Su respuesta fue el silencio, nada de preocupación, nada de
afectividad.
Sentí mejorías tan solo por dos días. Ya
para el fin de semana regresó la hediondez a mi garganta, sobre todo en la zona
de la lingual derecha …y también los pinchazos. Aquellos pinchazos que tanto
menciono no solo me afectaban la tonsila derecha, sino también el oído derecho.
Una vez investigué por Internet que cerca de las amígdalas linguales se
encontraban los conductos auditivos. ¿Sería por eso?
Continuaba haciendo las gárgaras de
bicarbonato de sodio; cuando no, las de manzanilla o de agua salada con vinagre.
Nada de nada me funcionaba. La faringe se me había inflamado más. ¡Ahora es que
había molestias para ratos!
Dada mi preocupación el sábado 3 de
septiembre le mandé otro correo electrónico al doctor, esta vez con copia
carbónica a mi madre. Decía así:
El Alin Depot que usted me prescribió solo me funcionó
por dos días. Lo malestares, halitosis y picor en la lingual derecha siguen ahí
latentes. He hecho las gárgaras del bicarbonato de sodio y todo en balde. He
perdido el apetito y me han atacado brotes de rinitis alérgicas severas,
secreciones y estornudos.
Saludos.
A la semana
siguiente me aparecí de nuevo en el consultorio. Nadie de mi familia podía
disponer del más mínimo tiempito posible para acompañarme. Sus faenas laborales
eran demasiados intensas y había asuntos más urgentes que resolver. “Quizá eso
de la inflamación y la halitosis ta solo en tu mente, Iván”, era el diagnóstico
sin revisión ni estudios de rigor revelado por mi hermano Carlos.
De todos modos, y sólo en esta batalla,
volví al consultorio del otorrino a la semana siguiente. Me revisó de nuevo las
dos linguales. Sentí molestia cuando hizo presión con la paleta sobre la
tonsila derecha. Me dijo que estaba muy irritada aunque no se veía infectada y que
me indicaría un antialérgico. Por mi estado de preocupación le pedí que me
indicara algunos análisis, algún cultivo y la prueba del Estreptococo A Rápido,
en la que había salido positivo en abril de este año. Me complació apenas al
indicarme un cultivo de faringe. “Ve y háztelo ahora y cuando lo tengas listo
me lo traes”, me pidió. Le pregunté, “¿doctor, pero ese tipo de pruebas
bucofaríngeas no se realizan en ayunas?”. Me respondió que eso no tenía nada
que ver. Bien, como no soy médico, le creí. Caminé hacia un laboratorio cercano
a que me tomaran la muestra. En tres días estaría lista, me dijo la
bioanalista.
Reflexioné profundamente durante el
resto de la tarde. Me pregunté a mí mismo por qué no me quejaba de otra parte
de mi organismo y solo de esa. Era sencillo, porque de momento solo en esa
zona, la de las tonsilas linguales, y solo la parte derecha, era que sentía
molestia. Nomás. Mi hermano no me creía cuando le tocaba el tema y entendí el
porqué. Él pensaba que solo existían dos amígdalas, las palatinas. Desconocía
que detrás de la lengua también había dos, llamadas linguales. Tuve que
explicarle que a diferencia de las primeras para observar las segundas había
que utilizar una paleta y un foco con buena iluminación.
Mi decisión final, ya pensada y
repensada, fue regresar al día siguiente al Centro de Otorrinolaringología y
Especialidades a donde el otorrino que mejor me había tratado el problema. No
esperaría más. El resultado del cultivo lo pasaría a recoger en la fecha
indicada.
Un detalle que tampoco podía dejar escapar
era mi flaqueza. Aún no recuperaba mi pesaje. Seguía estancado en 147 libras.
Un día antes de la operación, casi dos meses atrás, contaba con 159.
Continuará…