Por Iván Ottenwalder
En mi familia,
como en casi todas las familias dominicanas, el dominó es el juego insignia de
los hogares. Es una cultura muy ancestral que se ha transmitido por los siglos
de los siglos dominicanos, de padres a hijos. Es raro quien no lo juegue en la
acera de una avenida, en la esquina de una calle, en un barrio y colmadón. En
fin, hasta en el lugar más recóndito de la República Dominicana, se escuchará
el bullicio de la gente, que rabiosamente en la sangre, llevan este pasatiempo.
Pareciera que
el dominó, que en este siglo XXI camina lerdo, haya resistido en este país a
las inclemencias de los tiempos modernos. En otras sociedades del planeta juegos
como el ajedrez, scrabble y rummikub acaparan una atención espectacular,
mientras el dominó va en declive. La explicación por la que diferentes juegos educativos
no proliferan satisfactoriamente en la República Dominicana debe
circunscribirse, no solo a lo cultural, sino también a otros factores, entre
ellos: poca promoción y estrategia de mercado, escasa integración de los
padres, que son los que deben transmitirle la enseñanza de estos pasatiempos a
sus hijos y, sobre todo, la pobreza cultural que arropa hoy día a este pueblo.
El ajedrez,
hay que reconocerlo, es en la actualidad, el que más avance ha logrado entre
los juegos educativos, y esto gracias a la buena labor difusiva y de propaganda
llevada a cabo por la Federación Dominicana de Ajedrez. Hace alrededor de cinco
años, no se veían tantos ajedrecistas en las calles, escuelas y centros
comerciales de la República Dominicana; hoy sí.
Sobre mí,
puedo afirmar lo siguiente: soy un perfecto imbécil en el dominó y un tonto sin
estrategia en el ajedrez. De lo primero pueden dar testimonio cientos y miles
de compatriotas a los cuales he hecho perder como frente, y de lo segundo, mi
primo Luis Emilio, quien, durante un par de partidas de ajedrez que sostuvimos,
se dio cuenta de lo penoso de mis movidas de fichas, al punto de hacer una pausa,
mirarme fijamente a los ojos y preguntarme “Iván, ¿tú sabías que en el ajedrez
hay que anticipar la jugada del contrario?” Él tuvo razón. Le contesté que en
verdad el ajedrez no me gustaba tanto. “No lo vivo, no lo siento, primo”,
admití.
Por las razones
explicadas anteriormente, me quedo con mi juego favorito, ese que conocí por
accidente en el verano del 2005, a ese que siempre le he puesto ganas: mi único
e indiscutible scrabble. Gracias a este maravilloso juego gramatical, hoy día
puedo decir ‘llevo una disciplina de competición en la sangre’.
Sin dudas, los
comentarios que la gente tiene de mí en el scrabble no son los mismos que en el
dominó y ajedrez. Mayoría absoluta reconoce mi buen nivel estratégico y entrega
total por el juego de palabras cruzadas. A decir verdad, solo me importa que me
recuerden como el Iván estrella del scrabble, no como el fracasado del dominó y
ajedrez.
En octubre del
2014 tengo una cita con el destino. Viajaré al XVIII Mundial de Scrabble que se
efectuará en La Habana, Cuba. Jugaré en el torneo Extraordinario y espero, asimismo, animarme a competir en la Copa
FISE. Iré con todo lo que tengo, a dejar mi pellejo y cerebro en el tablero.