Por Iván Ottenwalder
Era el verano del año 2005 y laboraba para la revista
deportiva Sólo Deportes, del periódico Listín Diario. Una tarde, luego de
almorzar, y tomando en cuenta que no tenía mucha carga laboral durante el resto
de la jornada, decidí dar un paseo. Fui de compras a la tienda La Sirena,
ubicada en la avenida Mella, en el Distrito Nacional. Una vez allí, me decidí
por adquirir un bulto de viajero y una mochila, pues como mochilero al fin…
No todo se quedó ahí. Me llegó a la memoria los
recuerdos de mi niñez, los juguetes de mi infancia y, obedeciendo a mi
consciencia, me dirigí al departamento de juguetería de la famosa tienda
capitalina.
No bien acababa de entrar divisé en el horizonte una
caja negra de un juego educativo. Mis ojos quedaron impregnados de curiosidad.
Me acerqué más y más. Cuando llegué donde el objeto que me atrajo como un imán,
lo palpé. Leí aquel texto inscrito en la caja negra: "Cada palabra cuenta". Se trataba de un pasatiempo educativo de la
marca Mattel llamado SCRABBLE.
Permanecí inquietamente parado y observando la caja,
leía y requeteleía lo que tenía escrito. Me era difícil contenerme; de manera
compulsiva miraba más y más aquel juego. ¿Tenía vida aquella caja? ¿Quería
decirme algo? Después de pensarlo tantas veces me marché. Me fui a pagar el
bulto y la mochila. Lo que no pude negar es que, sin saber cómo, alguna fuerza
poderosa externa ya me había provocado un golpe de impacto.
Luego de regresar a mi trabajo, lo más lejos que tenía,
era que regresaría una semana después a la misma tienda.
Una semana después
Efectivamente, justo en siete días y en horas de la
tarde, ya estaba nuevamente en el área de juguetes de La Sirena, frente a
frente a la caja de scrabble. Se repitió la misma escena de la semana pasada:
miraba la caja, la tocaba, meditaba. Finalmente, sin estresar más mis neuronas,
tomé el juego de scrabble y fui a pagarlo. ¡Misión cumplida! Acababa de
adquirir el pasatiempo que luego me enloquecería por los siglos de los siglos.
En Listín Diario
Al llegar esa tarde al periódico le mostré a mis
compañeros de trabajo Frank Manzueta, Daniel Santana, Wi Hen Fung, Mayobanex,
Mylen Ng y Seily Ruiz, el producto recién comprado.
Todos quisieron verlo y, obvio, algunos emitieron sus
opiniones. “Ese juego es para gente elitista”, dijo Wi Hen; “eso se juega
tomando té, ja ja, ja”, bromeó Frank Manzueta; “¡ay que chulo se ve! …Iván
enséñanos a jugar eso cuando tú aprendas”, me expresó Mylen.
La ansiedad por llegar a casa se apoderaba de mí.
Tenía ganas de destapar la caja y leer el instructivo de aprendizaje del
scrabble.
En casa
Al primero que le mostré el juego fue a mi padre. “Yo
orita voy a leer las instrucciones”, me dijo. En efecto, la leyó, pero cinco
días más tarde. Estudió el instructivo dos veces para luego comentarme “Hum,
eso es muy complicado para mí”.
Yo también lo estudié dos veces, y aprendí.
Recuerdo mis primeras dos partidas de scrabble, aunque
no el resultado. Ocurrió en aquel verano y fue contra mi primo Óliver Núñez,
quien había ido a dormir a casa esa noche.
Entre dos principiantes con escaso repertorio de
vocabulario y sin muchos niveles estratégicos, triunfó el que jugó menos mal:
Óliver.
Otoño del 2006, ReDeLetras
Como siempre llegaba del trabajo a casa a las seis de
la tarde, usualmente me conectaba en la computadora de mi padre.
Una de aquellas tardes se me prendió el foco y se me
ocurrió indagar en la Web acerca de alguna página donde pudiese jugar scrabble
de forma online. Entonces encontré el sitio www.redeletras.com.
Recuerdo mis primeras 15 partidas gratuitas en que las
perdí casi todas. Esa fue mi primera experiencia escrablera virtual.
Debo reconocer que ReDeLetras ha sido desde aquel año
una escuela donde aprendí a jugar el verdadero scrabble, con sus reglas
correctas.
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