Aquel partido decisivo lo perdieron en casa ante los Leones del Escogido 7-2.
Por Iván Ottenwalder
Hace casi 19 años el equipo de
béisbol de La Romana, los Toros del Este, escenificó uno de sus partidos más
dramático e intenso de toda su vida. En juego estaba el boleto a la serie final
de la temporada 1996-97 para medirse a las Águilas Cibaeñas, quienes se habían
clasificado tres días antes.
José Lima (izq) y Ricky Pickett, pitchers. |
Un día antes de aquella cita con
la historia (22 de enero) los Toros humillaron al Escogido en el Estadio
Quisqueya, con pizarra de 16-5. La hinchada roja, dueña de casa, que había
pagado la boleta para ver clasificar a su equipo, tuvo que conformarse con soportar
la zurra. Pero al menos quedaba un mañana, solo uno, ahora en casa del
contrario y sin márgenes para errores.
Aires ganadores y euforia se
respiraban en la afición taurina. Dos años atrás, contienda 1994-95, su equipo
se había titulado campeón ante las Águilas. Dos más atrás (1992-93), contra el
mismo rival, fueron finalistas. Desde la estación 1990-91 la novena morada se
mantenía clasificando hacia las eliminatorias, ofreciendo loables y titánicas
batallas a sus oponentes, excepto la de 1995-96, en que terminaron última
posición y el Round Robin se les negó.
Una épica batalla
Ruddy Pemberton, cargado por sus compañeros. |
Alfonseca no cumplió su misión.
En el inicio de la segunda entrada boleó al novato David Ortiz Arias y al joven
sensación José Guillén. Luego, Arquímedez Pozo tocó de sacrificio y avanzó a
sus compañeros escarlatas. El dirigente taurino, Del Crandall, caminó al
montículo y cambió de lanzador. Trajo a Wilson Heredia para lanzarle a Ángelo
Encarnación, quien le hizo contacto a uno de sus pitcheos y le conectó hit
remolcador de dos carreras. Los Leones tomaban el comando del desafío; la
hinchada de los Azucareros, pues así les llamaban a los Toros en la década de
los 80 y principios de los 90, callaba. Pero todo, de momento.
Los dueños de casa acortaron
ventaja en el cierre del cuarto capítulo, 2-1, por obra y gracia de Danny
Bautista que pegó doble al jardín izquierdo, y de Jorge Brito, que lo empujó
con sencillo. Los fans romanenses empezaban a entusiasmarse, pero José Lima
volvió a retomar su control y mantuvo en delantera al Escogido hasta que se
completaron seis innings de juego.
En el cierre del octavo sí de
verdad llegó el entusiasmo al Micheli, esta vez ensordecedor, cuando los Toros
empataron el match 2-2. Junior Félix, con un sólido imparable que remolcó a
Wilton Guerrero (corría en segunda base), puso a vibrar de emoción a todos los
fanáticos bovinos. Ahora que nadie estaba ganando ni perdiendo de repente el
duelo se tornaba en una cuestión de honor, en una cruenta obsesión por fabricar
al menos una carrerita que pusiera a uno de los dos en ventaja.
El out en la goma y otras oportunidades desperdiciadas
Si hubo uno que estuvo más cerca
de pasar a la final fueron los Toros. Posibilidades de dejar en el terreno a
sus contrarios tuvieron varias. Una de ellas, en el cierre de la novena entrada,
cuando los Azucareros colocaron corredores en tercera y primera base con tan
solo un out. No anotaron; el lanzador Ricky Pickett, quien había entrado en rol
de relevo por los Leones, retiró con rodado al pitcher a Wilton Guerrero y con rolata
al campo corto al veterano Juan Tito Bell.
Celebración en el camerino escogidista. |
¡Hasta las bailarinas de los rojos gozaron! |
Episodio 14. Escogido explota su ofensiva
Cuando el reloj marcaba más de la
una de la madrugada al equipo oriental se le habían agotado sus mejores
lanzadores. Los que les quedaban eran mediocres. El dirigente Crandall ya no
tenía para más y tuvo que confiar en uno de esos serpentineros no confiables.
Le entregó la bola al inexperto Jesús Aquino para encargarse de la situación.
Primero se le embasó Neifi Pérez y después enfrentó con poco éxito al novato
Juan Melo, quien le conectó un contundente triple por la banda derecha,
impulsando a Pérez y poniendo a los rojos a la delantera 3-2. Crandall lo dejó
en el montículo, pero solo para transferir intencionalmente al peligroso Raúl
Mondesí, solo a ese hombre. Luego lo sustituyó por otro pitcher ineficiente:
Américo Peguero. Lo había traído para enfrentar a Ruddy Pemberton y fue éste
quien, sin sentirse subestimado, le pegó un cruel jonrón por el bosque
izquierdo, válido para tres vueltas y aumentar la distancia, 6-3 a favor del
equipo capitalino.
La humillación no se detuvo ahí.
Se extendió. Peguero transfirió a David Ortiz y a José Guillén. El mánager de
los vapuleados romanenses se llevó a Peguero y trajo a Felipe Castillo, otro
mal lanzador. Castillo fue recibido con sencillo de Sergio Méndez que remolcó a
Ortiz con la séptima raya del Escogido. El partido ahora estaba 7 a 2.
Así quedó la pizarra. Los Toros
fueron al bate a agotar su última oportunidad, pero nada, Pickett, como un valeroso
caballo de guerra o cuan glorioso titán, los dominó sin dificultades cuando se
cumplían 5 horas y 25 minutos de partido. Eso duró el desafío. Las manecillas
del reloj daban la 1:45 de la madrugada.
El Escogido, dirigido por Samuel
Mejía, se había clasificado hacia la final con foja de 10 partidos ganados y 9
perdidos.
Domingo Cedeño y su sentimiento de culpa
“Admito que me tocó antes de poder
anotar. Fue un error de mi parte”, fueron las palabras de lamento del infielder
Domingo Cedeño a los reporteros del diario Última Hora (medio desaparecido
desde hace muchos años).
Domingo Cedeño. |
En verdad Cedeño no estaba contento
consigo mismo por su mal corrido de base. Al igual que todos sus compañeros la
frustración se había apoderado de él. Durante varias temporadas había sido un
pelotero entregado por la mejor causa de su conjunto. Era de los que sufría por
la franela. En un decisivo partido del Round Robin de 1993, ante Licey, empujó
la carrera ganadora que llevó a su escuadra a la final; en 1995, en la final
que ganaron ante las Águilas, bateó sobre los .500 puntos de promedio y, en la campaña
1995-96, fue líder en bateo con .419. Pero ahora, dentro del dogaut de su
equipo, el recargo de culpa le arropaba la consciencia. Con las hazañas de años anteriores Cedeño fue todo júbilo,
ahora, era la tristeza personificada. Sea como sea un error humano lo comete
cualquiera, hasta los más heroicos atletas.
Fuentes: Periódicos El Siglo, El Nacional y Última Hora, enero de 1997.
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