Por Iván Ottenwalder
“La educación es el
gran motor del desarrollo personal. Es a través de la educación como la hija de
un campesino puede convertirse en una médica, el hijo de un minero puede
convertirse en el jefe de la mina, o el hijo de trabajadores agrícolas puede
llegar a ser presidente de una gran nación”
―
Nelson Mandela.
Nada más cierto
que lo planteado por el Premio Nobel de
la Paz, Nelson Mandela (fallecido en 2013), víctima del inhumano sistema
Apartheid que lo mantuvo en prisión por tres décadas y luego presidente de su
país, la República de Sudáfrica (1994-1999).
Aunque no se
puede negar que en la República Dominicana se han producido casos parecidos, a
los que citó Mandela en aquella frase, no menos cierto es que, si no se le
presta la atención necesaria a la problemática del abandono y deserción escolar
la posibilidades de que muchos niños, niñas y adolescentes puedan alcanzar un
desarrollo socioeconómico en el porvenir, se volverán más remotas. Sin embargo,
es preciso aclarar la diferencia conceptual entre deserción y abandono. El
primero hace referencia a los alumnos que se inscriben al inicio de un año
escolar, se retiran sin haberlo terminado, pero vuelven a inscribirse en el
siguiente año lectivo. En el abandono los estudiantes se retiran de la escuela
o colegio en un nivel específico, sin terminarlo, o bien no continúan al año
próximo, quedando fuera del sistema educativo.
Un caso digno
de estudio es que hasta el año 2010 un 64% de los adolescentes del sexo
masculino y un 20% del femenino, desertaron de las aulas por razones económicas,
según datos del IX Censo Nacional de Población y Vivienda 2010 recopilados en el
boletín Panorama Estadístico N° 64 del Departamento de Investigaciones de la
Oficina Nacional de Estadística (ONE). Solo en el nivel básico, de un total de
45.9% de desertores, el 37.5% desertaba antes concluir este ciclo educativo. Quienes
lo terminaban eran apenas un 8.4%, pero sin continuar la educación media.
Una
interrogante que deberíamos plantearnos sería ¿Qué pasará con ese 37.5% que no concluyó nivel básico más ese 8.4% que
no siguió en educación media? Podríamos pensar que devendrán en mano de
obra barata, por cierto, muy mal pagada y contribuirían con la agudización del
éxodo migratorio, yéndose a trabajar fuera del país, precisamente en oficios de
baja remuneración, aunque mejor pagados que los de acá …y en dólares.
Futuro
país
Esos dejadores
de sus estudios lamentablemente tendrán poco que aportar al desarrollo
sostenible que necesita el país para dejar el subdesarrollo. Más deserción o
abandono podría equivaler en el futuro a menos profesionales entes de cambio,
menos dominicanos y dominicanas con propuestas e iniciativas para solucionar
los males que nos agobian, más proliferación de la delincuencia, más hombres con
posibilidades de reclutarse en el narcotráfico y más mujeres a riesgo de
insertarse en formas de trabajo no decente, inclusive el trabajo sexual. Asimismo,
más pobreza cultural y más violencia de género, producto de las brechas
educativas, ignorancia y la dependencia económica y falta de autonomía de las
mujeres. En conclusiones, se nos puede complicar el caos, más del que ya
tenemos.
Las autoridades
educativas deben llevar la voz cantante para combatir el flagelo de la
deserción y abandono escolar en un país en el mundo llamado República
Dominicana. Si más jóvenes terminan la escuela, más aumentarían las
posibilidades de que continúen con el próximo peldaño, que es la universidad.
Habrían más razones para que esa adolescencia crea en algo, tenga un norte en
la vida, un por qué luchar. Los focos de delincuencia juvenil podrían achicarse,
y ya no por la fuerza policial, sino por efecto de la educación. Para ello es
necesario que los jóvenes de nivel medio no cuelguen los aperos estudiantiles
(mochilas, libros, cuadernos, bolígrafos, etc.). Nuestros lectores podrían ahora
preguntarse: ¿Pero cómo detener la
avalancha de deserción y abandono si en el año 2010 un 16% de los estudiantes
varones y hembras del bachillerato no lo finalizó?
De varias
formas. Una de ellas es la creación de fuentes de empleos que integren al mercado
laboral a más dominicanos y dominicanas (quienes en su gran mayoría son
personas con hijos e hijas en las escuelas) y un mayor compromiso tanto de las
academias de estudios como de los padres y madres en procura de mitigar con
éxito el abandono y deserción en las aulas. Otra alternativa, y que personas
expertas han sostenido, es la de reorientar el modelo de enseñanza, enfocándolo
hacia la investigación y no solo a la memorización, como históricamente ha
ocurrido en los planteles educativos nuestros. Es decir, hacer el sistema más
atractivo para los alumnos y alumnas. Enseñarles técnicas de investigación cualitativas
y cuantitativas, a ser personas más analíticas y críticas sobre ciertos
contenidos, incentivarles a la lectura de libros, periódicos y revistas. Hay
que enamorarlas del sistema, no que lo vean como algo que les desestimule.
A
provincias más pobres, más desertores
Parece haber
cierta relación entre las provincias más pobres del país con los mayores
porcentajes de deserción estudiantil. Según la misma fuente las provincias Pedernales
(13.1%), Barahona (8.3%), San Juan de la Maguana (7.7%), Elías Piña (6.5%) y
Baoruco (6.4%), requieren de atención más urgente por parte de las autoridades porque
son las que poseen mayores deserciones.
La deserción,
junto al abandono escolar, tiende a acentuar las brechas educativas y producir
las condiciones propicias para la emigración. El desarrollo provincial debe ir
de la mano con el de su capital humano y, por supuesto, con el de su niñez y
adolescencia. Si queremos alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio
(ODM) hay que seguir invirtiendo el 4% del Producto Interno Bruto (PIB) en la
educación escolar (primaria, básica y media), no solo en cobertura, sino
también en calidad. Y, por supuesto, sin descuidar los planes que se tengan para
enfrentar la deserción y el abandono.
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