Por Iván
Ottenwalder
Hay un país en el mundo donde la astucia y
zancadillas son virtudes para escalar a la cima; donde las mentiras disfrazadas
de verdades derrotan a las verdaderas verdades y honestidades, donde los
bullyings laborales son difíciles de demostrar, más cuando hay complicidades; donde
impera un modelo económico que induce al endeudamiento; donde los sin empleos y
personas con ideas creativas no encuentran oportunidades; donde las grandes
propuestas solo son tomadas en cuenta si vienen de un grupito específico y no
de cualquier empleado o ciudadano común y corriente; donde las apariencias
valen más que la singularidad y sencillez; donde los prejuicios se llevan en la
sangre; donde a mucha gente todavía les cuesta respetar la diversidad y donde
aún perviven la exclusión social y la marginación. Ese país se denomina
República Dominicana.
Hay un país en el mundo que, aunque des lo
mejor de ti, eso no te garantizará empleo estable ni éxito social o económico,
en cambio, muchos que se esfuerzan menos viven mejor que tú. En la década
pasada un exvecino que apodan “el montro” (así, mal escrito como está), me dijo:
“Iván, pero tú te ha comío lo libro la vida entera y yo no, pero yo toy ganando
ma dinero que tú (así, comiéndose las eses habla él como muchos dominicanos),
¿qué lo que ta pasando?" No quise responder, pero en efecto, él tenía razón,
ganaba más dinero que yo, y creo que aún es así. Lo que si puedo alegar es que
“el montro” no es profesional académico, nunca fue a la universidad. En este
maravillo país de bellezas naturales las becas no son tan fáciles de conseguir
dentro de las empresas o instituciones del Estado. Si eres un empleado de poca
monta (empleadito) no la consigues (salvo casos aislados); si perteneces al
reino de “los de arriba”, mejor dicho, si estás pegado con las altas instancias
o jerarquías, seguro que la tendrás. Josefina, otra exvecina, mientras laboró
para el Banco Popular Dominicano, solicitó en varias ocasiones una beca para
Guidito, su hijo mayor. “Ay, Iván, así es en todas partes en este jodido país.
Siempre a los hijos de los de arriba, de los ejecutivos y grandes gerentes, es
que les dan las becas; los chiquitos, solo soñamos”, me contó.
En este hermoso país caribeño, que lo es, los
estudiantes bachilleres por lo regular siempre eligen como presidente del curso
y de la promoción de fin de año, al alumno más bellaco, al very popular, al que está más buenazo, al que enloquece a todas las
chicas. En caso de ser hembra, a la que está más buenísima, a la que más gusta.
Por lo regular, ese o esa elegida por el voto del alumnado, suele ser, casi
siempre, uno (a) de los más desaplicados (as). Si la promoción resulta al final
un fiasco y los fondos desaparecen, no lográndose los planes programados, eso
no importa, pues lo que se quiere al final de cuentas “e salí de eta vaina y
graduano”.
En nuestro país están protegidos los hijos de
ricos y millonarios. Se ha dicho y redicho que en ciertas universidades famosas,
los profesores no pueden reprobar a esos muchachos. Hay que arreglarles las
calificaciones a como de lugar. Eso no ocurre con los alumnos de clase media y
baja, quienes si tienen que ganarse sus notas bien fajados. Si a uno de esos
chavales de familia adinerada los detiene la policía, ya sea por conducir en
estado de embriaguez o por consumo de droga, todo se resuelve con una llamada a
un coronel, general o capitán de la
Policía “…y me dejan a eso muchacho tranquilo”.
Ahora que en el país se aborda el tema del alza
salarial para las áreas pública y privada la población trabajadora tiene sus
expectativas. Los mismos actores de siempre, Gobierno, sindicalistas y
empresarios se sientan en la mesa a dialogar. Históricamente ha sido así, como
debe serlo. Lo malo de todo es que esa historia nunca ha sido muy gananciosa
para los trabajadores. Los aumentos de sueldos casi siempre resultan entre un
pírrico 15 o 30 por ciento, no correspondiéndose con la realidad inflacionaria,
mejor dicho, con el alto costo de la canasta básica. Esto sin dudas es también
victoria para tigueraje.
La delincuencia es otra de nuestras pesadillas.
La penetración del crimen organizado, el microtráfico de drogas y el desempleo
que asfixia a los más necesitados, terminan produciendo todo tipo de ratas
sociales. Los capos y atracadores, que se las juegan a todo o nada, asuelan las
calles del país, generando temor en la ciudadanía. En el caso de los maleantes,
incluyendo a los ya famosos menores, la policía por lo regular los arresta y
lleva a la cárcel. A los pocos días, ya están sueltos nuevamente. De nuevo
tigueraje gana, bondad pierde.
Un triunfo más en el palmarés de tigueraje,
aunque ocasional, pero triunfo al fin, se produce en la venta de mercancías
vencidas en los supermercados y colmados. Asimismo, en el cobro fraudulento de
la factura eléctrica, agua, teléfono y celular. Afortunadamente, Protecom
(Protección al Consumidor), quien ha venido haciendo buen trabajo desde su
creación, ha fallado en numerosas ocasiones, a favor de los clientes afectados.
Bueno que haya una oposición contra tigueraje …al menos en algo.
Y he aquí otros ganadores: los colmadones y
drinks. Muy poco ha valido, salvo algunos casos, la queja constante de vecinos
por la música alta procedente de esos centros de bebidas alcohólicas, donde se
reúnen a diario panas, amigotes y amigotas de tragos. La policía toma cartas en
el asunto, una o dos veces, pero luego termina rindiéndose. Otros miembros de
la gendarmería, suelen ser amigos de los dueños de esos negocios de expendio de
alcohol. Fin del partido, victoria para tigueraje.
Pero no se fíen, de los buenos cristianos
también hay quejas. Los feligreses de las iglesias evangélicas, autorizados por
la palabra de Dios, según sus pastores, se creen con la potestad de sembrar el escándalo
por cualquier barrio o rincón del país, con sus aleluyas, cánticos y prédicas.
Con el perdón del Padre Celestial, pero esto es otro revés para la tranquilidad
ciudadana. Tigueraje extiende racha ganadora.
En fin, son tantas las maneras en que tigueraje
vence las partidas que ya el apabullado buen
deber cívico y correctas normas de
convivencia no hallan la fórmula de cómo salir de ese abismo en que se
encuentran. Lo lamentable de todo es que, con un manido “estamos en República
Dominicana” o un “esto no lo arregla nadie”, se resuelven las cosas. “Así es
nuestro país”, afirman legiones …millones. ¡HURRA! ¡HURRA! ¡HURRA!
Todo se resuelve de tres maneras:
ResponderEliminar- "Estamos en República Dominicana"
- "Soy un padre de familia"
- "Los políticos están acabando con el país, vayan a quejarse de eso y déjenme tranquilo".