Aquel sábado 23 de enero del
1993 el Francisco Micheli estalló de algarabía. El equipo de casa, Toros del
Este, pasaba a la serie final.
Por Iván Ottenwalder
El sábado 23 de enero de 1993
es una fecha con un valor incalculable para los fanáticos de los Toros del
Este. Habían logrado un sueño: clasificaron a la final del béisbol dominicano,
tras vencer en un partido de desempate a los míticos Tigres del Licey, con
pizarra de 1-0.
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Alegría en el camerino romanense. |
El Estadio Francisco Micheli
fue un lleno total aquella tarde del sábado 23. El partido había empezado a las
4:00 p.m., se vio parado por la lluvia en un momento y los lanzadores abridores
de ambos conjuntos, Miguel Jiménez, por Licey y el veterano José Ventura, por
los Toros, mostraron un efectivo control de pitcheo.
La noche del día anterior, en
el Quisqueya, el equipo capitalino impuso su ofensiva y ganó con un 12-9. Los
bates romanenses asustaron y por poco les remontaban. Ese resultado provocó un
empate en el segundo puesto del Round Robin (10-8) y hubo que echar el
definitivo, pero ya no en el Quisqueya, sino en el Micheli de La Romana.
Ambas escuadras se daban por
ganadoras horas antes del choque del sábado. Los Tigres tenían a su favor la
historia: la mística ganadora, saber ganar los partidos cruciales y, sobre
todo, clasificarse en condiciones precarias, pues su historial estaba repleto
de hazañas así. Los Toros, hombre a hombre inferiores a su adversario, pero de
corazones gigantes, solo tenían como ventaja jugar en casa el juego de
decisivo. Y la casa les llegó al corazón.
Los Toros, también llamados
Azucareros del Este, habían disputado su primera final en 1985, en su segunda temporada
de existencia. Fueron derrotados por los Tigres en cinco juegos (4-1). Ahora el
destino se ponía antojadizo y los enfrentaba de nuevo, no en una final, pero si
en un culminante para llegar a ella.
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Bañados en cerveza. |
Al arranque de aquel memorable
juego todo fue cero a cero. Completado apenas el primer tercio el cielo se rajó
en aguas. Hubo que poner lonas hasta que la lluvia cesó. Jiménez y Ventura
lanzaban bien. Llegó el quinto de Licey, que según dice la leyenda no hay
quintos malos para los azules, pero Ventura les pegó el cero. Si para alguien
fue buena la quinta entrada sería para los Toros. En el cierre de esta ligaron
una carrerita, y esa UNA terminaría marcando un hito para la historia de la
franquicia azucarera y del béisbol dominicano. ¿Cómo la hicieron? Pues se la
fabricaron a Jiménez. El lanzador azul boleó a Víctor Rosario. Una vez
corriendo en la primera base Rosario se fue al robo. El receptor liceísta
Gilberto Reyes dejó escapar el pitcheo de Jiménez y Rosario no solo se estafó
la segunda, sino que llegó a la tercera. A Lou Frazier le tocaba su turno de
batear, pero falló, y de manera ridícula, con rodado de pitcher a primera.
Rosario, anclado en tercera, no podía anotar. Pero llegó el momento para un
hijo del pueblo: Domingo Cedeño. Sentía un compromiso con su afición y lo quiso cumplir. En efecto lo hizo.
Disparó un sencillo remolcador al jardín derecho y Rosario esta vez si pudo
pisar la goma. Los de casa tomaban la delantera 1-0 y el público enloquecía.
Ellos, como sus jugadores, querían el boleto a la final para disputarla contra
las Águilas Cibaeñas.
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Al centro, el vicepresidente dominicano Carlos Morales. |
No hubo más carreras para los
Toros, pero los episodios pasaban y los Tigres tampoco anotaban, y ese simple
1-0 podría ser suficiente para que se quedaran fuera. Los fans azules, que
desde Santo Domingo fueron en masas a presenciar ese juego, empezaban a
mortificarse. Su equipo era poderoso pero el poderío no les estaba sirviendo de
nada. José Ventura los mantenía en cero hasta el octavo. En esa entrada Ventura
fue sustituido por el relevista Pedro Martínez Aquino. El dirigente taurino,
Rafael “Prendalinda” Santana, había tomado esa decisión.
Noveno
del susto
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Licey, cuando aún creía, pero la derrota le llegó. |
Los Tigres del Licey tuvieron
su última hora en el noveno. Su historia siempre ha estado llena de milagros y
a eso apostaban para el final. El drama comenzó contra Martínez Aquino. El fino
bateador zurdo, José Offerman, pegó hit al prado derecho. La hinchada azul se paraba
de los asientos, aplaudía y se emocionaba. Félix José, hombre de poder, iba al
bate. A Martínez Aquino no le quedaba de otra que lanzarle. Para ser más
exactos, no tenía más opciones que inspirarse y sacar temple de donde fuese …Y
lo consiguió. Dominó al peligroso José con rodado a tercera base, para una
doble matanza de las buenas, vía 5-4-3. Dos OUTS, los fans liceístas ahora se sentaban
y se deprimían …los de los Toros, la
gran mayoría, ensordecían con su bulla.
Aún quedaba juego. Faltaba un
out para eliminar a los felinos. Henry Rodríguez, zurdo, no quiso entregarlo y
disparó indiscutible por la derecha. Aplausos paulatinos de los fanáticos
azules, medio cabizbajos pero medio creyentes todavía. Quedaba vida en el bate
de Silvestre Campusano, buen chocador de bolas. Martínez Aquino tuvo que volver
a su auto terapia. Trabajó a Campusano con varios lanzamientos, hasta que le
tiró el incómodo que lo abanicó. Los Toros lo habían logrado. Avanzaban a la
gran final. El público romanense estalló en euforia y se lanzó al terreno de
juego a festejar con sus peloteros. La emoción era enloquecedora.
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Gilberto Reyes, agobiado por la tristeza. |
Domingo Cedeño, el hombre del
hit de la victoria no pudo contener la alegría en el camerino. “No podría definir
la emoción que siento, soñaba con hacer algo grande para esta tierra y me salió
ese sencillo impulsador”, declaró ahogado de júbilo a periodistas del
vespertino El Nacional. “Pues soy de La Romana y mi pueblo
necesitaba de mí”, agregó el jugador al prestigioso medio capitalino.
Aquella noche La Romana pareció ser el
pueblo más feliz de la República Dominicana.
Su gente no durmió y la gozadera señoreó por todos sus rincones.
FUENTE: Periódico El Nacional, 24 de enero de 1993.