domingo, 4 de septiembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 2)



Por Iván Ottenwalder

Al ver la nula efectividad en los fármacos prescritos por el otorrino del Centro Médico Real, decidí entonces tomar otra decisión. Aquel galeno me había fallado dos veces en el año, mientras mi salud seguía resquebrajándose. En alrededor de un mes y medio había perdido como 9 libras. Para el 7 de abril contaba con 157 libras y para principios de febrero mi pesaje era de 166. También estaba harto de los mareos, abatimientos, hormigueos corporales e inapetencias ocasionales. Independientemente de para qué fin viniera a nacer en este mundo, aquello no lo merecía.

Fue entonces cuando el viernes 8 de abril, después de más de dos años, hice turno para volver a consultar a mi antiguo otorrino en el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades. Tenía una fe ciega en que él daría con mi caso. Desde hacía semanas ya venía imaginando que quizás lo mío se tratase de una bacteria alojada en una de las amígdalas. Había investigado en Internet sobre lo que eran los estreptococos y estafilococos. Sin ser médico, daba casi por sentado de que estaba siendo afectado por una de esas dos bacterias.

Después de esperar por casi media hora llegó mi turno de entrar al consultorio. Lo saludé con una broma de buen gusto: “El buen paciente a su médico vuelve”. El doctor se rió y después de un saludo muy afable me pidió que le contara sobre mi visita.

Le hablé de mi terrible molestia y dolor en la amígdala derecha. También sobre las fluctuaciones de mis glóbulos blancos y rojos de acuerdo a mis últimos hemogramas de febrero y marzo. Como todo un sabio profesor, pues también lo ha sido de Anatomía en una universidad, me explicó la diferencia que puede haber entre una inflamación y una infección. Sobre las fluctuaciones entre mis glóbulos blancos y rojos, las cuales pudo visualizar en los hemogramas de los meses anteriores que les llevé, me refirió visitar a una hematóloga. Luego me realizó un chequeo completo, oídos, nariz y garganta. Empleó una paleta e iluminación para observar todas las amígdalas. Le hizo un poquito de presión a la palatina derecha y me quejé de dolor. “Ya, tranquilo Iván”. Primero me prescribió una jugosa cantidad de pruebas bucofaríngeas para realizármelas dentro de siete días y en ayunas. Esto debido a que aún tenía los efectos de la azitromicina en mi organismo y era necesario que estuviera libre de antibióticos para el día de los análisis. Para el dolor me prescribió unas efectivas pastillas las cuales me sentaron muy bien. Solo debería tomarlas en caso de dolor, nomás.

“Vete tranquilo Iván. Cuando tengas los análisis que te indiqué me los traes. Si la hematóloga te prescribe algunos, te los hace todos juntos el mismo día. Tú verás que eso tiene solución”, me aseguró.

Salí del consultorio con un aura muy positiva. “Este hombre sabe de lo suyo y tengo un pálpito de que esta vez sí me voy a recuperar”, fue mi monólogo.

Si el especialista del Real hubiese procedido en mi caso de esa misma manera, es posible que me hubiese curado y mantenido como paciente por mucho tiempo. Desgraciadamente en República Dominicana la medicina aún tiene muchas debilidades y no todos los médicos escudriñan como se debe.

Consulta con la hematóloga

Para el martes 12 de abril acudí al Centro de Oncología Médica (CECANOT) para la consulta con la hematóloga que me había referido mi otorrino. Arribé al hospital bien temprano, a eso de las 8 de la mañana, e hice turno. La especialista llegaría cercana a las 9:00 a.m.

“Iván, puedes pasar, ya la doctora está adentro”, me indicó la secretaría de la recepción. Una vez dentro nos saludamos. Le informé por quién iba referido y por qué estaba allí. Ella me tomó mis datos generales y me hizo preguntas correspondientes a mi historial clínico. Luego de ese proceso introductorio, vino entonces otra sesión de preguntas. Aquella mujer, delgada y preciosa mulata, me realizó variadas preguntas en torno a mi estado de salud actual.

Finalizado aquel interrogatorio me condujo a una camilla para realizarme una evaluación general  …hasta me checó todas las amígdalas. Me comentó que no las veía tan feas, que de seguro mi caso tendría solución. Por lo demás, me halló en perfecto estado. “Por mí, hasta te recomendaría que practiques cualquier clase de deporte que gustes”, me manifestó. De todos modos me anotó en una hoja timbrada una numerosa cantidad de análisis sanguíneos para que me los realizara, preferiblemente, el mismo día que las pruebas bucofaríngeas prescritas por el otorrino. Por último, agregó que no me indicaría medicamentos porque a su entender yo estaba muy bien.

Acordé llevarle los resultados en la semana próxima

Las pruebas sanguíneas y bucofaríngeas

El jueves 14 de abril, temprano en la mañana y sin nada en el estómago, ya que debía estar en ayunas, me encaminé al laboratorio para que me realizaran todos los análisis, los prescritos por el otorrino y por la hematóloga.

Había tomado el día libre para esos fines. Nunca en mi vida me habían realizado tantas pruebas bucofaríngeas, pero estaba consciente que eran necesarias para determinar el tipo de patógeno del cual estaba siendo víctima. Me frotaron muchos largos hisopos por las zonas de mi faringe y por las amígdalas palatinas. Sentía cosquilleos, pero los resistí. Ya para las 10 de la mañana todos los estudios estaban realizados.

Para el lunes 18 fui al laboratorio a recoger mis resultados. Todos estaban normales, excepto uno. Y ese uno era lo que yo venía suponiendo como una posibilidad. Se trataba de un estreptococo tipo A.  Se los llevé al otorrino esa misma mañana. Los vio todos uno a uno y exclamó: “Iván, ¡pero tú estás más bien que Lola! Lo que tú tienes es solamente un estreptococo A”.
 
Le había recordado que la azitromicina que me había prescrito el otro especialista no me había funcionado. “Eso no te iba sé na”, me contestó. “Te voy indicar algo más fuerte llamado ZINAT, de 500 mg.  y el AERIUS, que creo que lo conoces porque te lo había puesto hace unos cuantos años”, agregó.

Me entregó la receta, especificándome como tomar los fármacos. Me pidió que volviera la semana próxima para evaluarme de nuevo.

Esa misma noche inicié el tratamiento y sentí una mejora paulatina. En los días siguientes más aún. También regresé donde la hematóloga para llevarle los resultados que me había prescrito. Los encontró muy bien, salvo los eosinófilos y reticulocitos, ligeramente altos. En cuanto al estreptococo tipo A me comentó que lo superaría perfectamente. No me indicó ningún fármaco debido a que no lo consideraba necesario.

Para el 22 de abril, día de mi cumpleaños, fui al cine con mi hermano a ver una película sobre la vida de Bobby Fischer, el ajedrecista estadounidense campeón mundial de 1972. Ese tipo de filmes no eran los favoritos de Carlos, pero a mí me encantan. La miró por complacerme, por ser mi aniversario de vida número 41.

A la semana siguiente regresé donde el especialista para una chequeo general. Me encontró las tonsilas muy mejores. Y era cierto, ya que aquellos síntomas molestosos se habían ido. “Me voy a enfocar ahora en desinflamar esa amígdala”, me explicó. Me prescribió la lisozima de 250 mg., el AERIUS 5mg. por tres meses, un FLUCONAZOL de 150 mg. por dos semanas (una pastilla en cada una) y algunas recomendaciones: tomar 3 litros de agua al día, hacer gargarismos de manzanilla y realizar enjuagues bucales. Le conté que deseaba volar a La Habana para principios de junio. “Me gustaría verte antes de que te vayas”, me sugirió. De modo que me puso una cita para finales de mayo, días antes de mi vuelo.

El maravilloso mes de mayo

Después de aquella cita médica tan oportuna aproveché la tarde del día para hacerme de los fármacos prescritos en una farmacia cercana a casa. Inicié esa segunda fase del tratamiento que me sentó bastante bien. Aquel otorrinolaringólogo, tan consagrado a su profesión, que a diario llegaba más temprano de la cuenta a su consultorio, que protegía a todos sus pacientes por igual, indicándoles numerosas pruebas, siempre amparado en el estricto rigor científico, se había ganado mi respeto y admiración desde aquel 2011 en que, por una infección de oído, me había prescrito un cultivo de secreción para determinar el tipo de hongo que había pillado aquella vez.

Mayo fue un mes maravilloso, muy distinto a las pesadillas sufridas en febrero, marzo y principios de abril. Ya no sentía el picor en la amígdala derecha, ni la hediondez, ni esos pinchazos al oído derecho que eran productos de la infección bacteriana. Mis días corrían llenos de felicidad. Fui al banco a retirar el dinero para comprar mi boleto aéreo a Cuba por 11 días (del 2 al 12 de junio). Asistía a mi lugar de trabajo cargado de mucho entusiasmo y mi cerebro cada vez generaba mejores iniciativas. Le escribía por correo a todas mis amistades cubanas del scrabble de lo bien que me sentía de salud. Comía con buen apetito y retomaba mis caminatas vespertinas  de dos horas diarias. Todo me estaba saliendo a pedir de boca.

Última cita: lunes 30 de mayo

El lunes 30 de mayo, en horas de la mañana, asistí a la cita prevista con el otorrino. Todo sería para un chequeo general antes de marcharme de vacaciones hacia La Habana.

“¿Cómo te has sentido Iván?”, me preguntó. Le respondí que como nuevo. Me condujo al sillón para evaluarme. Primero me checó los oídos, luego los orificios nasales y por último la garganta. “Iván, ¡pero tú estás muy bien, ya del otro lado!”, exclamó. Me deseó un feliz viaje y unas vacaciones muy plácidas. También me recomendó seguir haciendo las gárgaras, tomando mucha agua y el AERIUS por el tiempo que faltaba.

“Iván, espero que me vengas a ver como en 20 años”, bromeó y nos despedimos con un apretón de manos.


Continuará…

1 comentario: