domingo, 25 de septiembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 6)



Amén de toda la notable mejoría sentía una molestia extraña en la amígdala lingual derecha. Decidí escribirle un correo electrónico al doctor que me extirpó las palatinas la semana anterior. Hasta le telefoneé para explicarle. 


Por Iván Ottenwalder

Tanto el domingo 17 como el lunes 18 de julio seguía con los problemas para tragar por la parte céntrica de mi garganta. Cada vez que lo intentaba sentía una sensación de ahogo insoportable. Pero a partir del martes 19 se me ocurrió una idea: todo lo que comiese (yogur, helado, compota o sopa) lo deglutiría poquito a poquito por las partes laterales, izquierda y derecha de la boca. Así empecé a tener mejores resultados. Incluso, ya para el miércoles 20, estaba tragando un poco mejor por el centro y podía hablar sin la necesidad de recurrir al bolígrafo y a los papelitos desplegables. Eso sí, parecía un ñato cuando hablaba, pues aún tenía flema atrapada en la nariz y garganta.

Imagen genérica de una amígdala lingual.
Cuando sentía ganas de toser o estornudar tenía que reprimírmelas por el miedo a que se me lastimara de nuevo parte de la zona cauterizada por la operación. Mi padre, en tono áspero y severo, me recomendaba que “con una cucharada de miel todos los días esa vaina se me sanaría pronto”. Muy bien, aunque no estaba del todo seguro de su consejo, le complací. Fui a la cocina, busqué el pote de miel de abejas y me serví la cucharada. Me la tragué de dos bocados. Entonces explosionó la bomba. Me atacó una sensación de asfixia que me hizo correr al baño. Tuve unos sofoques tan anormales que más bien parecían rebuznos de asno. Doña nieves, la sirvienta, se asustó: “tranquiló Iván, ya se le va a pasá, tranquilo.” Los rebuznos siguieron por unos buenos minutos hasta que por fin pude toser con fuerza y cesaron. ¡Tamaño susto! Y todo por llevarme de mi papá, para evitar que éste me aleccionara y creara otro sentimiento de culpa, de los tantos que me había creado en la vida, desde la niñez hasta la adultez.  “Mira lo que ha pasado”, le señalé. Su respuesta, como si no se hubiese enterado de nada, fue que eso no era verdad, que eran inventos míos. Preferí cortar la conversación de raíz porque era inútil.

Sensación de molestia en la lingual derecha

Amén de toda la notable mejoría sentía una molestia extraña en la amígdala lingual derecha. Decidí escribirle un correo electrónico al doctor que me extirpó las palatinas la semana anterior. Hasta le telefoneé para explicarle.

Primer correo electrónico fechado del 19 de julio:

Doctor, es Iván Ottenwalder, su paciente. Yo quiero verlo la semana que viene, el martes, si es preciso. De momento mi recuperación va buena y rápida y ya empiezo a tragar como un campeón. Aún estoy defecando heces negras, que espero recuperen su color normal pronto.

Mire, por otro lado, yo no me percaté de una cosa: detrás de la lengua, donde están las amígdalas linguales, siento una molestia, como si la derecha estuviese inflamada o infectada, que sé yo. Yo pensé que eso tenía que ver solo con las palatinas, que ya no existen, por eso quiero una revisada a esa zona. Sé que ya usted no opera y eso lo comprendí a la perfección, pero al menos quiero verle la semana que viene, le pagaré la consulta, para que me chequee las tonsilas linguales, y de paso los oídos y la nariz completa, aunque de estas no siento nada malo. Si usted considera que debe medicarme en caso de ver alguna afección en la parte derecha de las amígdalas linguales, medíqueme algo efectivo, se lo agradeceré. Por lo demás, todo va bien.

Abrazos.

No recibí respuesta. Pero al día siguiente, miércoles 20, le llamé a su celular para contarle lo referente al correo del día anterior. Me contó que un hermano suyo había muerto y que esta semana no trabajaría en consulta. Le dije que le visitaría la semana próxima.

No le había contado sobre la molestia de la lingual derecha a nadie, solo al doctor y a Alicia, una compañera de trabajo. No quería preocupar a nadie y mucho menos a personas que no solían concederme el más mínimo crédito cuando les hablaba de mi condición de salud.

Durante los días de la licencia médica me pasaba casi siempre frente a mi computador y leyendo el periódico El País, del España. En otros, echaba mis caminatas en horas de la tarde y visitaba la iglesia San Pío X, tratando de llevar una relación armoniosa con Dios. No soy de aquellos que creen que para ir a misa tiene que ser estrictamente el domingo. ¡Para nada! Yo puedo ir un martes, miércoles o el día que sea, y entiendo que he cumplido con la divinidad celestial. En aquellos días los huecos que me quedaron tras la cirugía de las palatinas iban cada vez cicatrizando con éxito. Una buena tarde pude escupir de un sopetón mucha flema amarillenta que estuvo acumulada en mi garganta. Eso me alivió bastante. También podía sacudirme la nariz sin tanta dificultad. Sin embargo, la molestia en la tonsila lingual derecha, aquellos pinchazos en esa zona y la halitosis, aún permanecían latentes. Aunque podía tragar mejor por la parte céntrica tenía que hacerlo despacio y con el vaso de agua o jugo al lado, ya que regularmente me atoraba.

Cuando regresé a la consulta como 10 días después le pedí al especialista que me revisara la garganta completa. Se me había pasado recordarle que me checara las dos linguales. El galeno apenas se enfocó en observarme las zonas de las palatinas que iban cicatrizando mucho mejor, y era cierto, eso no se negaba. Me recomendó que hiciera gárgaras con bicarbonato de sodio todos los días, aunque no me especificó cuántas veces. Me dirigí a una farmacia cercana a comprar el bicarbonato. Esa misma noche, en casa, di inicios a mis sesiones de gárgaras, las cuales tuvieron una duración de poco más de un mes. ¿Los efectos? Cero.

Los gargarismos me relajaban la molestia, pero no la curaban. La hediondez y picor en la lingual derecha, no en la izquierda, iban de mal en peor. Por otro lado, el cicatrizado de las palatinas marchaba de viento en popa. Sin embargo, ya no podía seguir callando, me creyeran o no, me tildaran de paranoico o no. Tenía que empezar a hablar y contarle tanto a mi madre, hermano y amistades sobre lo que me estaba ocurriendo. A mi padre se lo diría de último, ya que era el más reacio e intransigente de todos.

Segundo correo al otorrino

El 5 de agosto le redacté otro correo electrónico al cirujano de cabeza y cuello que me había operado. Bueno, digo cirujano de cabeza y cuello porque todos los otorrinolaringólogos son especialistas en ese campo de la cirugía. El correo decía lo siguiente:

Buenos días:

En un correo anterior le había explicado que detrás de la lengua, que también hay amígdalas, algo me sigue molestando en la parte derecha. Yo creo que es la amígdala lingual derecha. La última vez que le visité, la semana pasada, usted no utilizó la paleta para revisarme esas áreas. Todavía en la zona lingual derecha tengo halitosis y la siento como si estuviera como cortada e inflamada. Por favor, yo quiero que me revise las dos amígdalas linguales. Hágalo por mí, para estar tranquilo. Le prometo dejarlo en paz luego. Por lo demás, el proceso de cicatrizado ha ido muy bien, he podido tragar alimentos suaves y líquidos de manera normal, pero, para deglutir alimentos un pocos sólidos por la parte céntrica me añugo constantemente y tengo que tener el vaso de agua o jugo al lado. Sé que ya usted se retiró del área de cirugía, pero al menos revíseme las dos linguales. Cualquier cosa, si es que esa tonsila lingual derecha está muy fea, ya me encargaría de buscar a otro especialista. Solo una vez más doctor y le dejo tranquilo, pero revíseme esas zonas.

Abrazos,

Iván.

Fui a su consultorio el miércoles 24 de agosto para que me checase las dos linguales. Efectivamente, notó que la derecha estaba inflamada. También me revisó los oídos, aunque se le olvidó escudriñarme las fosas nasales, como también se lo había pedido.

No consideró la posibilidad de cirugía. Me contó que era una inflamación, que tal vez se había producido tras el proceso post- operatorio. Los oídos estaban bien. Me recetó para las linguales una inyección llamada Alin Depot, la cual debían ponérmela en la nalga.

Después de despedirme arranqué a la farmacia a comprar el producto. No tan lejos de casa, en la sala de urgencias del Centro Médico Real, una enfermera me la inyectó.

Esa misma noche le conté todo a mi padre, tal cual. Su respuesta fue el silencio, nada de preocupación, nada de afectividad.

Sentí mejorías tan solo por dos días. Ya para el fin de semana regresó la hediondez a mi garganta, sobre todo en la zona de la lingual derecha …y también los pinchazos. Aquellos pinchazos que tanto menciono no solo me afectaban la tonsila derecha, sino también el oído derecho. Una vez investigué por Internet que cerca de las amígdalas linguales se encontraban los conductos auditivos. ¿Sería por eso?

Continuaba haciendo las gárgaras de bicarbonato de sodio; cuando no, las de manzanilla o de agua salada con vinagre. Nada de nada me funcionaba. La faringe se me había inflamado más. ¡Ahora es que había molestias para ratos!

Dada mi preocupación el sábado 3 de septiembre le mandé otro correo electrónico al doctor, esta vez con copia carbónica a mi madre. Decía así:

Doctor.

El Alin Depot que usted me prescribió solo me funcionó por dos días. Lo malestares, halitosis y picor en la lingual derecha siguen ahí latentes. He hecho las gárgaras del bicarbonato de sodio y todo en balde. He perdido el apetito y me han atacado brotes de rinitis alérgicas severas, secreciones y estornudos.

Saludos.

A la semana siguiente me aparecí de nuevo en el consultorio. Nadie de mi familia podía disponer del más mínimo tiempito posible para acompañarme. Sus faenas laborales eran demasiados intensas y había asuntos más urgentes que resolver. “Quizá eso de la inflamación y la halitosis ta solo en tu mente, Iván”, era el diagnóstico sin revisión ni estudios de rigor revelado por mi hermano Carlos.

De todos modos, y sólo en esta batalla, volví al consultorio del otorrino a la semana siguiente. Me revisó de nuevo las dos linguales. Sentí molestia cuando hizo presión con la paleta sobre la tonsila derecha. Me dijo que estaba muy irritada aunque no se veía infectada y que me indicaría un antialérgico. Por mi estado de preocupación le pedí que me indicara algunos análisis, algún cultivo y la prueba del Estreptococo A Rápido, en la que había salido positivo en abril de este año. Me complació apenas al indicarme un cultivo de faringe. “Ve y háztelo ahora y cuando lo tengas listo me lo traes”, me pidió. Le pregunté, “¿doctor, pero ese tipo de pruebas bucofaríngeas no se realizan en ayunas?”. Me respondió que eso no tenía nada que ver. Bien, como no soy médico, le creí. Caminé hacia un laboratorio cercano a que me tomaran la muestra. En tres días estaría lista, me dijo la bioanalista.

Reflexioné profundamente durante el resto de la tarde. Me pregunté a mí mismo por qué no me quejaba de otra parte de mi organismo y solo de esa. Era sencillo, porque de momento solo en esa zona, la de las tonsilas linguales, y solo la parte derecha, era que sentía molestia. Nomás. Mi hermano no me creía cuando le tocaba el tema y entendí el porqué. Él pensaba que solo existían dos amígdalas, las palatinas. Desconocía que detrás de la lengua también había dos, llamadas linguales. Tuve que explicarle que a diferencia de las primeras para observar las segundas había que utilizar una paleta y un foco con buena iluminación.

Mi decisión final, ya pensada y repensada, fue regresar al día siguiente al Centro de Otorrinolaringología y Especialidades a donde el otorrino que mejor me había tratado el problema. No esperaría más. El resultado del cultivo lo pasaría a recoger en la fecha indicada.

Un detalle que tampoco podía dejar escapar era mi flaqueza. Aún no recuperaba mi pesaje. Seguía estancado en 147 libras. Un día antes de la operación, casi dos meses atrás, contaba con 159.


Continuará…

2 comentarios:

  1. Iván lo que noto es has prolongado tu problema. Ve pensando en darle un final

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  2. Lo siento, pero no pienso dar final hasta el día que no se me complete la cirugía que quedó pendiente. Si los médicos me quieren joder pues lo que hagan, al fin de cuentas, algún día nos largaremos de este mundo.

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