jueves, 8 de septiembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 3)



Para mí, honestamente no era algo agradable tener que abandonar a mi especialista, al otorrino que mejor me conocía, que siempre había tratado mis afecciones de forma exitosa, amparado en el estricto rigor científico profesional.


Por Iván Ottenwalder

Para principios de junio, específicamente el día 2, tenía mi vuelo reservado para volar hacia La Habana, Cuba. El Internacional Cuba Scrabble que estaba previsto a desarrollarse en el mes de marzo, para la fecha de Semana Santa, terminó siendo aplazado para noviembre. De modo que en esta ocasión, a diferencia del 2015, no participaría en el torneo internacional cubano, sino en un nacional mensual, el correspondiente a junio.


Aunque fuese a competir a un torneo de menor envergadura, ya todo estaba decidido. Un avión esperaría por mí el jueves 2, a la una y treinta de la tarde.

El miércoles 1, justo al mediodía, me llamaron de la agencia Cubana de Aviación para informarme que el vuelo CU-201 había sido cancelado y que en su lugar volaría en otro, pero para el viernes 3 en horario de la tarde.

No tendría inconvenientes en saber esperar un día más. Aunque a veces no entendemos por qué ocurren las cosas, luego me enteraría, gracias a unas cubanas que viajaron el mismo día 3, que el avión CU-201, un viejo modelo ANTONOV, se había dañado y que no se sabía con exactitud si lo iban a sacar definitivamente de circulación o a reparar.

Ese mismo viernes, amén de que pude viajar, acaeció algo inesperado: mi amígdala derecha empezó a exudarse y paulatinamente regresó la apestosa halitosis a mi garganta que había dado por superada semanas atrás. Temprano por la mañana notaba los síntomas, pero ya tenía un boleto comprado y no estaba dispuesto a perder mi vuelo ni mis ansiadas vacaciones. Quería jugar scrabble con mis amigos, en el torneo y en los entrenamientos. En República Dominicana esta práctica se me hace imposible dado el poco interés que muestran los dominicanos por los pasatiempos educativos. El que vive en este país suele estar encadenado al mismo círculo vicioso de siempre: jugar Dominó, parlar mucho de política, béisbol, bebidas alcohólicas, mujeres y otras cuantas francachelas. Los cristianos evangélicos, que tampoco son muy dados al cultivo intelectual, se limitan a frecuentar mucho su iglesia, leer ansiosamente la biblia y convencer a otros para que se conviertan al evangelio. En pocas palabras, ni los mundanos ni los que se autoproclaman ser los verdaderos cristianos, sienten afición por hábitos como el scrabble. Prácticamente no lo conocen, y quienes lo jugaron alguna vez, en la infancia o adolescencia, luego se desentendieron de éste y lo arrinconaron en algún rincón de la vivienda. Muchos alegan no tener tiempo para practicarlo. Lo mismo pasa con el Rumikub, el UNO y Pictionary. Bueno, al menos hay uno que está calando un poco en las juventudes de las clases medias y altas: el juego de Pokemón. También el ajedrez ha ido proliferando un poco y ya abundan algunos escasos clubes del conocido juego ciencia.

El estreptococo en La Habana.

Durante toda mi existencia jamás había recibido en unas vacaciones un regalito tan repugnante y aciago como la amigdalitis estreptocócica. Esa afección, que había remitido por casi mes y medio, me acompañó desde el avión el viernes 3 de junio y no me dejó en paz en los 10 días de estancia habanera. Los antibióticos y antiinflamatorios prescritos por mi otorrino del Centro Médico de Otorrinolaringología y Especialidades surtieron un buen efecto, pero por poco tiempo. Aquella bacteria se había alojado en mis amígdalas y negado a largarse. Con ese tipo de malestar tuve que lidiar durante mis diez días habaneros.


De poco sirvió el apoyo que me brindó mi entrañable amiga escrablera cubana, Odalys Figuerola, quien me acompañó a una unidad de atención primaria para que una médica general me checara la garganta. La doctora, paleta y foco en manos, me observó todas las tonsilas y su diagnóstico fue que la derecha estaba muy exudada y con plaquitas de pus. Me indicó tomar tres azitromicinas de 500 mg. (una diaria), hacer gargarismos con té de manzanilla y un antibiograma una vez llegase a Santo Domingo. La primera pastilla solo me mejoró por un día, pero al siguiente, aquella afección volvió. Nada pudieron hacer por mí la segunda ni la tercera.

A pesar de la inflamación, el picor y el mal aliento, pude jugar todo el scrabble que me vino en ganas, quemar la fiebre que no pude en Santo Domingo desde junio del 2015 cuando Wagner Méndez y yo jugamos por última vez.

De vuelta en Santo Domingo

Una vez de regreso en Santo Domingo tuve que acudir, tres días más tarde, donde mi especialista. Él me examinó la garganta. “Yo creo que ya tú tienes un boleto ganado para una cirugía”, consideró. Estuve de acuerdo en ello, pues no quería seguir con esta terrible zozobra llamada amigdalitis estreptocócica. Lo primero que hizo fue indicarme una combinación de antibióticos más un antiinflamatorio para tomar por 10 días. Me pidió verme de nuevo en la semana siguiente para prescribirme los análisis y entregarme la hoja de cotización de honorarios y demás gastos por cirugía.

Volví el 21 de junio. La prescripción para hacerme los numerosos análisis más la hoja de cotización del proceso quirúrgico me fue entregada por el experto en oídos, nariz y garganta. Quedamos que una vez me hiciese todos los estudios y se los llevase junto a la hoja de cotización de gastos completada por la administración de la clínica, procederíamos a coordinar la fecha para la amigdalectomía lingual y palatina, como lo había perfectamente especificado, no solo en la hoja para fines de cotización, sino también en la referencia cardiovascular y la prueba pre anestésica.

Me acerqué a la administración del Centro Médico de Otorrinolaringología y Especialidades para me que llenaran la hoja de cotización. En 10 minutos ya me la tenían lista con los montos anotados. El total fue RD$90,300.00, suma que me pareció estratosférica y fuera del alcance de mis bolsillos. “Tiene que traé ese dinero ante de operate. Ya tú sabe, si te quiere operá debe traé esa cantida”, me explicó con desmesura e interés un empleado de vestimenta formal y corbata.

No rechisté nada pensando que quizás el seguro me calcularía unos buenos reembolsos. Visite la aseguradora pocos días después para que también me hicieran sus cálculos. Una representante me explicó que debido a que los otorrinolaringólogos estaban todos en huelga, para los casos de cirugías la ARS solo les reembolsaban a los asegurados del plan básico un 80% de los honorarios del médico y de los anestesiólogos. Pero ese 80% de reembolso era en base a los montos contratados de la ARS con la clínica donde me operaría. Por ejemplo, si los honorarios del galeno eran de 50 mil pesos y el monto contratado de la aseguradora con ese especialista era de apenas 8 mil pesos, lo que me reembolsarían a mí sería un 80% en base a los 8 mil, no a los 50 mil. Si la anestesiología era de 17,500 pesos pero el monto contratado de la ARS con la clínica era de 9 mil pesos, pues mi reembolso sería de un 80% en base a esos 9 mil, no en base a los 17,500. Al final, sacando cuentas, caí en la conclusión de que no me convendría. Me pasó por la cabeza en ese instante hablar con mi doctor y proponerle al menos que me medicara por siete u 8 meses hasta que juntara la plata para pagar el monto que me cotizaba el hospital. Pero no lo hice. Preferí preguntar a la representante si había algunos especialistas que trabajasen con el seguro. Ella me contó que en la Clínica Gómez Patiño había dos que sí lo recibían y me dio el nombre de uno de ellos. Al día siguiente visité la Gómez Patiño y le consulté.

Para mí, honestamente no era algo agradable tener que abandonar a mi especialista, al otorrino que mejor me conocía, que siempre había tratado mis afecciones de forma exitosa, amparado en el estricto rigor científico profesional. No importa la camada de análisis que me prescribiera. A mí me fascinaba su método. Él siempre me dejaba como nuevo a los pocos días de tratamiento. Con los demás otorrinos que he consultado, la historia desgraciadamente no ha sido igual.

Le conté al otorrinolaringólogo de la Gómez Patiño toda mi situación en pocas palabras. Le mostré la hoja timbrada con los elevados montos cotizados por el hospital donde, en primera instancia, pretendía operarme con mi médico. Le dije que esa era la razón por la que no podía operarme en aquel centro y había decidido acudir entonces a la Gómez Patiño por la cobertura del seguro. “En verdad, yo quería operarme con mi especialista, que me ha atendido desde 2011, pero ese precio está muy elevado y no me lo puedo costear”, le expliqué.

Diagnóstico del médico del Centro de Otorrinolaringología y Especialidades (subrayado en amarillo).
El galeno lo entendió. Me chequeó las dos amígdalas palatinas con el foquito de luz de su celular, pero me sorprendió que no me hiciera un estudio completo. Ni siquiera me evaluó las linguales, los oídos y las fosas nasales. Pero yo de tonto, y como no sabía en aquel momento cuáles eran las amígdalas linguales, me dejé llevar sin preguntar. Ese error de ambos, pero más de él como médico, terminaría luego creándome una situación incómoda. Él pudo haber leído con detenimiento la oración que decía Cotización promedio Cirugía (amigdalectomía lingual y palatina) en la hoja de cotización del otro centro hospitalario. Estaba todo bien claro. Antes de entrar a los montos detallados estaba perfectamente escrita aquella sentencia en formato digital.

Esos son los errores que jamás deberían ocurrir. Es cierto que ojeó aquel papel a locas, pero no es menos cierto que, por precaución, debió mandarme a sentar en el sillón de los pacientes y realizarme una evaluación completita, y más tratándose de un ser humano que lo visitaba por primera vez. Un médico no debe examinar a un paciente que le consulta por vez primera dizque con la iluminación de un celular.

El despistado especialista me prescribió algunos análisis para realizármelos cuanto antes. Me los hice a los pocos días y se los llevé. Luego me anotó en un papel timbrado la indicación para llevar a la aseguradora. También lo hice. Por último, me refirió a donde el cardiólogo para la prueba cardiovascular. Una vez realizada acordamos la cirugía para el jueves 14 de julio.

Dos semanas antes le había hecho una visita de cortesía a la secretaria de mi otorrino en Otorrinolaringología y Especialidades para explicarle sobre mi decisión tomada y lo mucho que lamentaba no poder operarme con él. Todo por razones económicas. Dentro de mi interior me dolía la decisión que había elegido …pero eran mis bolsillos.

Continuará…

1 comentario:

  1. Ay Iván si te contara las que he pasado con los cabrones médicos DE MEDICINA PRIVADA de mi país

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