Por Iván
Ottenwalder
Al ver la nula efectividad en los
fármacos prescritos por el otorrino del Centro Médico Real, decidí entonces
tomar otra decisión. Aquel galeno me había fallado dos veces en el año, mientras
mi salud seguía resquebrajándose. En alrededor de un mes y medio había perdido
como 9 libras. Para el 7 de abril contaba con 157 libras y para principios de
febrero mi pesaje era de 166. También estaba harto de los mareos, abatimientos,
hormigueos corporales e inapetencias ocasionales. Independientemente de para qué
fin viniera a nacer en este mundo, aquello no lo merecía.
Fue entonces cuando el viernes 8 de
abril, después de más de dos años, hice turno para volver a consultar a mi
antiguo otorrino en el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades. Tenía
una fe ciega en que él daría con mi caso. Desde hacía semanas ya venía
imaginando que quizás lo mío se tratase de una bacteria alojada en una de las
amígdalas. Había investigado en Internet sobre lo que eran los estreptococos y estafilococos.
Sin ser médico, daba casi por sentado de que estaba siendo afectado por una de
esas dos bacterias.
Después de esperar por casi media hora
llegó mi turno de entrar al consultorio. Lo saludé con una broma de buen gusto:
“El buen paciente a su médico vuelve”. El doctor se rió y después de un saludo
muy afable me pidió que le contara sobre mi visita.
Le hablé de mi terrible molestia y dolor
en la amígdala derecha. También sobre las fluctuaciones de mis glóbulos blancos
y rojos de acuerdo a mis últimos hemogramas de febrero y marzo. Como todo un
sabio profesor, pues también lo ha sido de Anatomía en una universidad, me explicó
la diferencia que puede haber entre una inflamación y una infección. Sobre las
fluctuaciones entre mis glóbulos blancos y rojos, las cuales pudo visualizar en
los hemogramas de los meses anteriores que les llevé, me refirió visitar a una
hematóloga. Luego me realizó un chequeo completo, oídos, nariz y garganta.
Empleó una paleta e iluminación para observar todas las amígdalas. Le hizo un
poquito de presión a la palatina derecha y me quejé de dolor. “Ya, tranquilo Iván”.
Primero me prescribió una jugosa cantidad de pruebas bucofaríngeas para
realizármelas dentro de siete días y en ayunas. Esto debido a que aún tenía los
efectos de la azitromicina en mi organismo y era necesario que estuviera libre de
antibióticos para el día de los análisis. Para el dolor me prescribió unas
efectivas pastillas las cuales me sentaron muy bien. Solo debería tomarlas en
caso de dolor, nomás.
“Vete tranquilo Iván. Cuando tengas los
análisis que te indiqué me los traes. Si la hematóloga te prescribe algunos, te
los hace todos juntos el mismo día. Tú verás que eso tiene solución”, me
aseguró.
Salí del consultorio con un aura muy
positiva. “Este hombre sabe de lo suyo y tengo un pálpito de que esta vez sí me
voy a recuperar”, fue mi monólogo.
Si el especialista del Real hubiese
procedido en mi caso de esa misma manera, es posible que me hubiese curado y mantenido
como paciente por mucho tiempo. Desgraciadamente en República Dominicana la
medicina aún tiene muchas debilidades y no todos los médicos escudriñan como se
debe.
Consulta
con la hematóloga
Para el martes 12 de abril acudí al Centro
de Oncología Médica (CECANOT) para la consulta con la hematóloga que me había
referido mi otorrino. Arribé al hospital bien temprano, a eso de las 8 de la
mañana, e hice turno. La especialista llegaría cercana a las 9:00 a.m.
“Iván, puedes pasar, ya la doctora está
adentro”, me indicó la secretaría de la recepción. Una vez dentro nos saludamos.
Le informé por quién iba referido y por qué estaba allí. Ella me tomó mis datos
generales y me hizo preguntas correspondientes a mi historial clínico. Luego de
ese proceso introductorio, vino entonces otra sesión de preguntas. Aquella
mujer, delgada y preciosa mulata, me realizó variadas preguntas en torno a mi
estado de salud actual.
Finalizado aquel interrogatorio me condujo
a una camilla para realizarme una evaluación general …hasta me checó todas las amígdalas. Me
comentó que no las veía tan feas, que de seguro mi caso tendría solución. Por
lo demás, me halló en perfecto estado. “Por mí, hasta te recomendaría que
practiques cualquier clase de deporte que gustes”, me manifestó. De todos modos
me anotó en una hoja timbrada una numerosa cantidad de análisis sanguíneos para
que me los realizara, preferiblemente, el mismo día que las pruebas bucofaríngeas
prescritas por el otorrino. Por último, agregó que no me indicaría medicamentos
porque a su entender yo estaba muy bien.
Acordé llevarle los resultados en la
semana próxima
Las
pruebas sanguíneas y bucofaríngeas
El jueves 14 de abril, temprano en la
mañana y sin nada en el estómago, ya que debía estar en ayunas, me encaminé al laboratorio
para que me realizaran todos los análisis, los prescritos por el otorrino y por
la hematóloga.
Había tomado el día libre para esos
fines. Nunca en mi vida me habían realizado tantas pruebas bucofaríngeas, pero
estaba consciente que eran necesarias para determinar el tipo de patógeno del
cual estaba siendo víctima. Me frotaron muchos largos hisopos por las zonas de
mi faringe y por las amígdalas palatinas. Sentía cosquilleos, pero los resistí.
Ya para las 10 de la mañana todos los estudios estaban realizados.
Para el lunes 18 fui al laboratorio a recoger
mis resultados. Todos estaban normales, excepto uno. Y ese uno era lo que yo
venía suponiendo como una posibilidad. Se trataba de un estreptococo tipo A. Se los llevé al otorrino esa misma mañana. Los
vio todos uno a uno y exclamó: “Iván, ¡pero tú estás más bien que Lola! Lo que tú
tienes es solamente un estreptococo A”.
Le había recordado que la azitromicina que
me había prescrito el otro especialista no me había funcionado. “Eso no te iba sé
na”, me contestó. “Te voy indicar algo más fuerte llamado ZINAT, de 500
mg. y el AERIUS, que creo que lo conoces
porque te lo había puesto hace unos cuantos años”, agregó.
Me entregó la receta, especificándome
como tomar los fármacos. Me pidió que volviera la semana próxima para evaluarme
de nuevo.
Esa misma noche inicié el tratamiento y
sentí una mejora paulatina. En los días siguientes más aún. También regresé
donde la hematóloga para llevarle los resultados que me había prescrito. Los
encontró muy bien, salvo los eosinófilos y reticulocitos, ligeramente altos. En
cuanto al estreptococo tipo A me comentó que lo superaría perfectamente. No me
indicó ningún fármaco debido a que no lo consideraba necesario.
Para el 22 de abril, día de mi
cumpleaños, fui al cine con mi hermano a ver una película sobre la vida de Bobby
Fischer, el ajedrecista estadounidense campeón mundial de 1972. Ese tipo de
filmes no eran los favoritos de Carlos, pero a mí me encantan. La miró por
complacerme, por ser mi aniversario de vida número 41.
A la semana siguiente regresé donde el
especialista para una chequeo general. Me encontró las tonsilas muy mejores. Y era
cierto, ya que aquellos síntomas molestosos se habían ido. “Me voy a enfocar ahora
en desinflamar esa amígdala”, me explicó. Me prescribió la lisozima de 250 mg.,
el AERIUS 5mg. por tres meses, un FLUCONAZOL de 150 mg. por dos semanas (una
pastilla en cada una) y algunas recomendaciones: tomar 3 litros de agua al día,
hacer gargarismos de manzanilla y realizar enjuagues bucales. Le conté que
deseaba volar a La Habana para principios de junio. “Me gustaría verte antes de
que te vayas”, me sugirió. De modo que me puso una cita para finales de mayo,
días antes de mi vuelo.
El
maravilloso mes de mayo
Después de aquella cita médica tan
oportuna aproveché la tarde del día para hacerme de los fármacos prescritos en
una farmacia cercana a casa. Inicié esa segunda fase del tratamiento que me
sentó bastante bien. Aquel otorrinolaringólogo, tan consagrado a su profesión, que
a diario llegaba más temprano de la cuenta a su consultorio, que protegía a
todos sus pacientes por igual, indicándoles numerosas pruebas, siempre amparado
en el estricto rigor científico, se había ganado mi respeto y admiración desde
aquel 2011 en que, por una infección de oído, me había prescrito un cultivo
de secreción para determinar el tipo de hongo que había pillado aquella vez.
Mayo fue un mes maravilloso, muy
distinto a las pesadillas sufridas en febrero, marzo y principios de abril. Ya
no sentía el picor en la amígdala derecha, ni la hediondez, ni esos pinchazos
al oído derecho que eran productos de la infección bacteriana. Mis días corrían
llenos de felicidad. Fui al banco a retirar el dinero para comprar mi boleto aéreo
a Cuba por 11 días (del 2 al 12 de junio). Asistía a mi lugar de trabajo
cargado de mucho entusiasmo y mi cerebro cada vez generaba mejores iniciativas.
Le escribía por correo a todas mis amistades cubanas del scrabble de lo bien
que me sentía de salud. Comía con buen apetito y retomaba mis caminatas vespertinas
de dos horas diarias. Todo me estaba
saliendo a pedir de boca.
Última
cita: lunes 30 de mayo
El lunes 30 de mayo, en horas de la
mañana, asistí a la cita prevista con el otorrino. Todo sería para un chequeo
general antes de marcharme de vacaciones hacia La Habana.
“¿Cómo te has sentido Iván?”, me
preguntó. Le respondí que como nuevo. Me condujo al sillón para evaluarme. Primero
me checó los oídos, luego los orificios nasales y por último la garganta. “Iván,
¡pero tú estás muy bien, ya del otro lado!”, exclamó. Me deseó un feliz viaje y
unas vacaciones muy plácidas. También me recomendó seguir haciendo las
gárgaras, tomando mucha agua y el AERIUS por el tiempo que faltaba.
“Iván, espero que me vengas a ver como
en 20 años”, bromeó y nos despedimos con un apretón de manos.
Continuará…
Ameno relato
ResponderEliminar