miércoles, 18 de octubre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 19)

Luego de revisarme la encía consideró que esta aún no había cicatrizado muy bien. Me palpó cierta parte de ella y sentí molestia. Luego de aplicarme un ejercicio respiratorio, tomar aire por la nariz y expulsarlo por la misma, observó que no pude botarlo por el lado derecho. “No puedes por ese lado, ¿verdad?”, me preguntó. Asentí con la cabeza. También le expliqué que por lo regular siempre moqueo del lado izquierdo, y en pocas ocasiones del derecho. Volví a reiterar lo del sabor amargo del agua y de los jalones y ardores en el área donde una vez estuvo la última muela de la zona superior derecha. Consideró la posibilidad de que hubiera una comunicación entre el seno maxilar derecho y esa encía. “Es posible de que no esté pasando aire”, agregó la galena. Algo parecido había opinado la odontóloga general días atrás.

Por Iván Ottenwalder

Dos semanas después de que la odontóloga de Amerident me retirara los puntos de sutura seguía sintiendo molestias en la zona donde antes estaba la muela del juicio, entre ellas ardor y algo de dolor. Le escribí por correo mail a mi odontóloga y ella me contestó que me checaría la encía, pero, que si el problema afectaba al seno maxilar ya tendría que visitar a un cirujano maxilo-facial.

El lunes 25 de septiembre en horas de la mañana asistí al consultorio dental. Cuando llegó mi turno la periodoncista me invitó a recostarme en la camilla reclinable. Chequeó la encía para luego considerar que no la veía tan mal. Yo insistí en lo del ardor y jalones ocasionales. “Entonces, debes visitar a un cirujano maxilo-facial porque puede que haya alguna conexión con el seno maxilar que te esté afectando y produciendo los síntomas que mencionas”, me sugirió. Le hablé también sobre mis secreciones líquidas que nunca llegaban a su fin y de la sinusitis maxilar detectaba por una resonancia magnética en junio de este año. “Es posible, si es así como dices, que tu problema sea tratado de forma conjunta por un cirujano maxilo-facial y un otorrino; pero te digo, ya esto escapa a mi radio de acción”, se sinceró conmigo.

Ese mismo día, en horas de la tarde, planifiqué una cita en la clínica dental Salud Bucal.  Me la agendaron para las 4:50 de la tarde.


Desde las 3:40 estuve en sala de espera hasta que una odontóloga general me viera. Llegado mi turno entré al consultorio. Antes de que la galena me evaluara le hice una síntesis de todo: malestar en la encía, inflamación, sabor amargo del agua que ingiero desde hacía más de año y medio, las secreciones líquidas y el exceso de saliva que se me acumula en la garganta diariamente. En pocas palabras, mis problemas sin fin, por los cuales varios médicos me han tenido drogado a base de un montón de fármacos desde hacía un año y 8 meses; problemas que nunca eran curados en su totalidad. La odontóloga me hizo una evaluación y me preguntó cuándo me habían extraído la última muela de la zona bucal superior derecha. Le conté que hacía más de dos semanas. Ella observó que aún no estaba bien cicatrizada. Luego de algunas preguntas generales dijo que me referiría a donde un cirujano maxilo-facial y luego donde una otorrinolaringóloga. Me prescribió una panorámica general y dos radiografías de lado y lado, una para el derecho y otra para el izquierdo. Al salir de la consulta me planificaron una cita con una especialista en cirugías de encías y senos maxilares para el jueves 28 de septiembre.

Día de la cita con la cirujana maxilo-facial

El jueves 28 de septiembre a las cinco de la tarde llegó el momento de ver a la especialista referida. Ya la doctora anterior le había anticipado sobre mi caso, de modo que, gran parte de lo que le expliqué ya lo sabía.

Luego de revisarme la encía consideró que esta aún no había cicatrizado muy bien. Me palpó cierta parte de ella y sentí molestia. Luego de aplicarme un ejercicio respiratorio, tomar aire por la nariz y expulsarlo por la misma, observó que no pude botarlo por el lado derecho. “No puedes por ese lado, ¿verdad?”, me preguntó. Asentí con la cabeza. También le expliqué que por lo regular siempre moqueo del lado izquierdo, y en pocas ocasiones del derecho. Volví a reiterar lo del sabor amargo del agua y de los jalones y ardores en el área donde una vez estuvo la última muela de la zona superior derecha. Consideró la posibilidad de que hubiera una comunicación entre el seno maxilar derecho y esa encía. “Es posible de que no esté pasando aire”, agregó la galena. Algo parecido había opinado la odontóloga general días atrás.

Finalmente me prescribió un antibiótico a tomar por siete días y me pidió regresar en dos semanas aproximadamente. Le expliqué que viajaría a Asunción durante la fecha del 7 al 15 de octubre y que volvería al consultorio días después. Ella estuvo de acuerdo.

“Vamos a ver si con este antibiótico la encía te cicatriza, de lo contrario te hago la cirugía”, me explicó. El fármaco se trataba de ácido clavulánico más amoxicilina, un producto que desde el 2016 lo había tomado en par de ocasiones, pero que nunca sanó de raíz malestar alguno.

Aproveché para preguntarle si no me iba a indicar alguna tomografía de senos maxilares y ella contestó que no era necesario. También le pregunté si el seguro médico cubría ese tipo de cirugías y en caso necesario cuánto pagaría de diferencia. Respondió “creo que sí, pero lo de la diferencia a pagar ya eso lo saben en caja, pues ellos manejan los precios”.

Al salir de la consulta fui al área a concertar una cita para el miércoles 18 de octubre.

Al salir de la clínica me planteé algunas preguntas:

Suponiendo que con el antibiótico la encía cicatrice, pero que los dolores y jalones aún persistan, ¿qué pasará en ese caso? ¿Me dará de alta la doctora así nomás? ¿Se produciría un tranque de juego que degenere en la palabra de ella contra la mía? ¿Seguiría prescribiéndome medicinas ya infuncionales en mi caso? ¿Me referiría a un otorrino? ¿Para qué si ya he visto tantos? ¿Me va a decir que mi problema es alérgico y que vaya a donde un alergista? ¿Para qué si ya la vacuna inmunológica contra ácaros no me funcionó y tuve que dejarla luego de un año y ocho meses? ¿Será este el problema sin fin? Entonces, ¿para qué vivir en esas condiciones deplorables? ¿Me van repetir los mismos idiotas de siempre que es mental todo esto? ¿Sí? ¿Son mentales estos estornudos interminables? ¿Esta sinusitis y moqueos que nunca finalizan? ¿Estos jalones y dolores episódicos en mi encía? ¿Por qué mis senos nasales son como un barril sin fondo, mientras se limpian vuelven y se congestionan de mucosidad constante? ¿Por qué todos los putos días de mi vida así? ¿No existe la posibilidad de drenar y sanseacabó? ¿Para qué más larga al asunto? ¿Para qué pasarme la vida gastando plata y viéndole las caras a los médicos? ¿Por qué el mismo círculo vicioso?

Ya va un año y diez meses viviendo la misma porquería sin fin, comiendo la misma mierda. Primero, amigdalitis, luego que faringitis, después la sinusitis que no se termina de erradicar y, para colmo, los jalones, dolores y ardores en mi encía. ¿Por qué no me revisan todos los senos maxilares de una vez por todas?

Quiero confesar que por culpa de la sinusitis sin fin ya estoy sintiendo hasta vergüenza con mis compañeros de trabajo, familiares y pocos amigos. Siento vergüenza por algo de lo cual no tengo la culpa, pero reconozco lo molestoso que es para ellos verme constantemente estornudando y moqueando con un pañuelo en manos. No han sido pocas las veces que algún compañero o compañera de labor se ha impacientado ante mi horrible situación. ¿De qué han valido tantos antialérgicos y aerosoles nasales que un médico del Centro de Otorrinolaringología y Especialidades me ha prescrito? ¿Me curó el problema de cuajo? NO.

Durante mi viaje a Paraguay

El sábado 7 de octubre a la una de la tarde tomé un avión rumbo al Aeropuerto de Tocumen en Panamá para luego abordar otro con destino a Asunción, capital de Paraguay, donde sería celebrado el XXI Mundial de Scrabble en Español. Durante el primer trayecto, Santo Domingo - Panamá, me la pasé secretando la misma flema líquida molestosa. Llegué a disculparme con el señor que ocupaba el asiento de al lado. Era un brasileño que también haría escala en Panamá para luego tomar un aeroplano con destino a Río de Janeiro. Le había contado sobre mi eterno malestar pero también sobre el viaje que mi padre había realizado a esa ciudad dos semanas atrás. Le dije que mi progenitor había estudiado medicina veterinaria en Sao Paulo en los años 60 del siglo pasado. Después de ahí seguimos dialogando por una rato más.

Ya en el próximo avión, con destino a Asunción, tuve a mi lado a una pareja de esposos. Supongo que eran más jóvenes que yo. Viajaban con su pequeño bebé de pocos meses. En ese trayecto de viaje, de más de cinco horas, también me las pasé con el pañuelo en manos sacudiéndome la nariz a diestro y siniestro. Sentí mucho apuro por los jóvenes de al lado, el mismo que he sentido en casi dos años por mis compañeros de trabajo, amigos y familiares.

Casi a las 12:00 am llegué a Asunción. En el Aeropuerto Internacional Silvio Pettirossi me recibió Carlos Romero, presidente del Asociación Cultural y Deportiva de Scrabble Paraguay. De igual forma me la pasé estornudando y moqueando dentro de su auto durante el trayecto de Luque a Hernandarias. Ya una vez en el hostal Hamaca Paraguaya decidí darme una ducha tibia y dormir largo y tendido.

Para no extender más el asunto voy a testimoniar que durante mi estadía en Asunción no fueron pocos los días que me las pasé mocando y estornudando sin cesar. Todas las noches en el hostal, pero, más aún, el viernes 13 en casa de Rocío Rodríguez, una ingeniera civil que reside en una mansión situada en un barrio de gente rica y millonaria de Asunción. Rocío también se decanta por el scrabble y suele jugar todas las semanas en la asociación de escrablistas. Aquella noche ella y su marido habían invitado a un pequeño grupo de personas a cenar, entre ellas, a unas señoras argentinas, una pareja de uruguayos, Juan Ghiorzi, Víctor Fernández y yo.

La cena fue espléndida, digna de un manjar de reyes, pero mi jodida secreción de mierda, estornudos y dolores ocasionales en la encía, no se detenían. Sentí vergüenza y apuro por mis amistades escrableras allí presentes.

Ahora viene la pregunta obligada: ¿qué diablos hizo el antibiótico? ¿Acaso no me ha seguido jalando y molestando la encía esa? ¿O será el seno maxilar que colinda con esta? Sea lo que sea algo está jodiendo en esa zona.

Regresé a Santo Domingo el domingo 15 de octubre pasada las tres de la tarde. La historia fue igual: mucho moqueo y estornudos en los aviones, tanto en el que voló de Asunción a Panamá como en el que abordé hasta la capital de República Dominicana.

Síntomas de fatiga y más flaco

En los últimos tres días mi cuadro clínico no ha mejorado, todo lo contrario, ha empeorado. Ahora sumémosle a todo lo anterior síntomas de fatiga, sensaciones de desmayo, temblores de fiebre, de desmayo y pérdida de peso. Me veo flaco en el espejo y hasta en las fotos que me tomaron la semana anterior. Prefiero ni siquiera ir a la báscula para no decepcionarme.

Ayer tarde visité la iglesia católica cercana a mi casa  y no pude estar tranquilo por culpa de los abominables síntomas de mierdas que siempre me acosan. Salí como tres veces afuera por respeto al sacerdote y a la feligresía.

Continuará...

viernes, 6 de octubre de 2017

Países donde podría llegar el mundial de scrabble en español

Naciones como Perú, Ecuador y Guatemala, que cuentan con asociaciones de scrabble fuertemente establecidas, podrían ser candidatas idóneas para el montaje de un mundial de palabras cruzadas en América. En Oriente Próximo no se puede descartar a Israel, una nación multicultural donde el scrabble en español se ha mantenido con solidez gracias a la asociación Iscrabel (Scrabble de Israel), creada hace varios años por el finado Sergio Aronson, que en paz descanse.

Por Iván Ottenwalder

A lo largo de la historia el mundial de scrabble en lengua castellana ha sido montado en 11 países y en 16 ciudades sedes diferentes. Desde 1997, en que el magno evento de las palabras cruzadas fue celebrado en Madrid, hasta el actual 2017, en que se efectuará en Asunción, capital de Paraguay, han transcurrido 21 años ininterrumpidos. Todo ese tiempo ha significado una historia cargada de enormes vivencias, emociones, fracasos y, por qué no, secretos inconfesables.

Sin contar el mundial venidero han sido 20 años coronando campeones y subcampeones, donde numerosos participantes han debutado y mostrado lo mejor de su vocabulario y repertorio estratégico. Veinte años donde han sonado las bolsas de letras; donde se han colocado un infinidad de palabras; donde los relojes han corrido sin cesar en cuenta regresiva. Veinte años para la nostalgia, la alegría, los abrazos, las lágrimas, las fotos, los videos, la amistad. Veinte años donde aquel scrabble creado por Alfred Mosher Butts y perfeccionado por James Brunot, y que ha sido traducido a numerosos idiomas, ha terminado siendo el mayor de los ganadores.

Ahora en la XXI edición es el turno de Asunción como sede mundialista. El Gran Hotel Paraná será el escenario de juego por una semana, del 8 al 15 de octubre, donde competirán los mejores del mundo. Los no clasificados aún tendrán la posibilidad de conseguirlo, si pasan la prueba de fuego del Torneo Extraordinario, una competición a 7 rondas donde quienes finalicen entre los mejores 5 o 6 puestos avanzarán al mundial clásico  individual, o sea, al certamen principal o batalla estelar.

La Federación Internacional de Scrabble en Español (FISE), la entidad que rige todo el espectro del juego de las palabras cruzadas en castellano es quien elige y fija las sedes de caras al futuro. En 2016 el anfitrión fue la ciudad de Lille, en Francia y para el 2018 lo será Estados Unidos de Norteamérica. Ya habrá que ver cuáles serán las ciudades que monten las próximas citas mundialistas. 


Países con posibilidades

Naciones como Perú, Ecuador y Guatemala, que cuentan con asociaciones de scrabble fuertemente establecidas, podrían ser candidatas idóneas para el montaje de un mundial de palabras cruzadas en América. En Oriente Próximo no se puede descartar a Israel, una nación multicultural donde el scrabble en español se ha mantenido con solidez gracias a la asociación Iscrabel (Scrabble de Israel), creada hace varios años por el finado Sergio Aronson, que en paz descanse.

Dependiendo de la evolución del juego gramática en otros países de América Latina, podría entonces considerarse otras sedes en el porvenir. Pero en lo que todo eso tarda en ocurrir, volvamos a nuestro presente, y empecemos disfrutar al máximo  este XXI Primer Mundial de Scrabble en Español que bien merecido se lo ha ganado Asunción, una ciudad donde el scrabble se mantiene y cobra auge año tras año.

¡La fiesta de las letras acaba de comenzar!

martes, 26 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 18)

El especialista me examinó primero la garganta, luego la nariz y finalmente los oídos. Una vez más repitió el mismo proceso. Finalmente concluyó diciendo “usted está excelentemente bien, perfecto. Venga le voy a indicar algo”. No podía comprender nada de aquel veredicto. “¿Entonces y las molestias faríngeas? ¿Y aquel diagnóstico de la médica anterior cuando me detectó laringitis y faringitis aguda?”, le pregunté a manera de insistencia al experto de oídos, nariz y garganta. “Usted no tiene nada de eso”, me contestó. Intenté mostrarle algunos estudios que me realizaron en meses anteriores. “Guárdelos, no los necesito. Con el chequeo completo que le hice ya basta”, me respondió reciamente y  cortante.

Por Iván Ottenwalder

El viernes primero de septiembre fui a laborar normal como todos los días. El día anterior había solicitado un permiso a mi jefe. Él ha estado al tanto de mi situación clínica en el tiempo que lleva como director del departamento en que laboro. Le había informado de mi cita médica a partir de las 9 de la mañana y me concedió el permiso.

A eso de las 9:20 llegué a la sala de consulta del especialista que me había referido la doctora anterior. Este también laboraba en el Centro Médico Universidad Central del Este  (UCE). Cuando me dirigí a su secretaria le pasé mi carnet médico y me dijo que mi turno era el número 12 y que apenas iban por el primero.  Me senté a esperar con paciencia y calma.

La sala de espera estaba repleta de pacientes con distintas condiciones. Observé a un niño con problemas severos de adenoides respirando con dificultad. Emitía unos ruidos horribles. Su madre, con quien entablé conversación, me contó toda la historia del pequeño. “Me lo van a operar porque ya nada funciona y eso le está haciendo mucho daño”, me dijo.

Para ser honesto nunca en mi vida había observado un caso de adenoides en infantes. Pero el que más me impactó fue el de una chica mulata, muy bonita y atractiva, a quien le habían practicado 5 cirugías, una de amígdalas y cuatro de cuerdas vocales. Su madre, quien le acompañaba, me relató gran parte de la historia. “Ella tiene problemas serios con las cuerdas vocales, se las han operado cuatro veces y le sacaron las amígdalas hace poco. Mire como está que no puede hablar casi nada, pero en cuestión de uno o dos meses vuelve y recupera la voz de lo más normal. En las últimas ocasiones el doctor la ha tratado con unas inyecciones de botox”, explicó.

De veras que me chocó bastante el caso de esa adolescente. Tan, pero tan joven, y padeciendo de esos crueles achaques. Por un instante reflexioné un poco acerca de mí. Dentro de mi mente me hice algunas preguntas tales como esta: “¿te gustaría estar así Iván?” “¿Tendrías algún tipo de inconvenientes si un día tuvieras una pareja con ese tipo de condición?” “¿Estaría a su lado siempre?” “¿Fuera la número uno de tu vida?”. Mi sopesada respuesta interna fue que sí, absolutamente, sin ningún problema; bajo la única condición de que no quiero tener hijos, solo eso.

Durante mi existencia he visto incluso casos de chicas y mujeres adultas con defectos físicos notorios. Alguna con medio rostro quemado, otra con una negra mancha cercana a la comisura de la boca, una con vitiligo y a todas las he visto bellas e  interesantes. Me importa que en República Dominicana y otras naciones todavía queden remanentes de personas, adultas y jóvenes, que discriminan y rechazan a ese tipo de seres humanos. Me tiene sin cuidado.

Otro cuadro que me tocó presenciar fue el de un adolescente tipo roquero quien, según me contó, venía padeciendo sinusitis crónica frontal, esfenoidal y etmoidal. “No sé qué van hacer conmigo”, exclamó.
Diagnóstico en junio de 2016

Ya faltando pocos minutos para la una de la tarde la secretaria del doctor me avisó que yo sería el próximo paciente en entrar al consultorio. Al poco rato se apersonó en la sala de espera una señora reclamando que ella era la número 11 y que, por consiguiente, el próximo turno era el suyo y no el mío. La secretaría le informó que independientemente de eso era yo quien debía entrar primero ya que me había dado su palabra. “Ya le había dicho al señor que era él que iba”, le explicó. En ese instante me detuve a reflexionar bien las cosas y decidí ceder mi turno. Le dije a la secretaría que le concedería mi turno a la señora, pues era cierto que ella estaba primero que yo, solo que se había movilizado por un buen rato. La paciente me lo agradeció: “Gracias señor. Usted mismo lo sabe. A usted lo vi cuando llegó temprano como a las 9 y pico de la mañana. Yo estaba sentada en la sala de allá afuera”, corroboró la señora con satisfacción.

  • ¿Usted durará poco o mucho allá dentro? -  pregunté a la dama.
  • Será poco tiempo, usted verá. Lo mío será rápido. Es solo a llevarle unos estudios al doctor - aseguró la señora.
  • Espero que Dios me dé un gran premio por haber sido justiciero - expresé levantando un poco más la voz.

Esperar un turno más no me preocupaba lo más mínimo. Pasase lo que pasase yo sería atendido por el galeno.

La dama entró al consultorio y, tal cual me lo aseguró, así mismo fue. Apenas como 10 minutos y había terminado. “Dígame señor, ¿duré  mucho o poco?”, me preguntó sonriente. Yo asentí con la cabeza y le devolví la sonrisa.

Una vez dentro del consultorio saludé brevemente al nuevo otorrino. Sin hacerle perder mucho tiempo y como lo tenía planificado le fui al grano:

“Estoy aquí porque tengo 1 año y ocho meses con inflamaciones recurrentes de amígdala lingual derecha . Médicos van, médicos vienen; antibióticos van y vienen; antiinflamatorios van y vienen; antialérgicos de los mejores van y vienen. ¿Los síntomas? picor constante, se me irrita de forma descontrolada, náuseas ocasionales, sensaciones de desmayos y abatimientos. Ya quiero que esta pesadilla llegue a su fin”, le especifiqué a manera de resumen al galeno.

Diagnóstico en septiembre de 2017
“Ven, vamos a revisarte para allá atrás”, y me indicó el asiento para examinar a los pacientes. Aquella zona estaba provista de un sofisticado equipo de videolaringoscopía. El especialista me examinó primero la garganta, luego la nariz y finalmente los oídos. Una vez más repitió el mismo proceso. Finalmente concluyó diciendo “usted está excelentemente bien, perfecto. Venga le voy a indicar algo”. No podía comprender nada de aquel veredicto. “¿Entonces y las molestias faríngeas? ¿Y aquel diagnóstico de la médica anterior cuando me detectó laringitis y faringitis aguda?”, le pregunté a manera de insistencia al experto de oídos, nariz y garganta. “Usted no tiene nada de eso”, me contestó. Intenté mostrarle algunos estudios que me realizaron en meses anteriores. “Guárdelos, no los necesito. Con el chequeo completo que le hice ya basta”, me respondió reciamente y  cortante. Le expliqué que yo no quería sentir más aquella molestia de un año y ocho meses y le pedí que me extirpara las tonsilas linguales. “Es que no hay que extirparlas”, me respondió secamente. Al final esperé a ver lo que anotaba en una receta que, luego de sellarla, me la entregó. Me indicó lo mismo que he tomado por cajas desde principios de 2016 hasta el presente: lisozima de 250 mg. “Es lo único que le puedo indicar”, dictaminó. Más abajo de la prescripción, donde se leía la palabra Diagnóstico, había escrito FARINGITIS RECURRENTE. Agarré dicha prescripción y me retiré del consultorio sin despedirme. Si el galeno tenía razón, pues a ver si tantas dosis de lisozima terminan de matarme la faringitis recurrente diagnosticada. Lo que sí puedo afirmar es, que desde el año 2016, dicho fármaco no lo ha hecho.

Otra vez en el odontólogo

El mismo día que salí de la consulta con el otorrinolaringólogo empecé a tomar la medicación prescrita: la eterna lisozima de 250 mg. Sin embargo, tuve a los pocos días que comprar un antialérgico debido a que por sí sola la lisozima no podía mitigar la irritación y el picor. Todo comenzó a marchar mejor, pero, otro imprevisto ocurrió: la última muela de la zona superior derecha, a esa que tantas veces se le partían los empastes, volvió a botar un pedazo. Telefoneé a mi odontóloga para concertar una cita pero me dijo que no laboraría el jueves debido a las amenazas de que el huracán Irma golpeara a la República Dominicana. Eso lo pude comprender a la perfección. Aquellos días fueron de mucho pánico  e histeria para toda la población, pero todo quedó en eso, pánico e histeria, pues al final el ciclón no afectó al país en la forma que mucha gente vaticinó. Decidí entonces telefonearla a su celular el viernes por la mañana. Pudimos comunicarnos pero me informó que no trabajaría tampoco ese día, que la otra semana. Finalmente decidí visitar la clínica dental Amerident, donde tantas veces me han tratado. Lo hice el viernes por la tarde al salir de mi trabajo. Primero me realizaron una panorámica dental y esperé a que me viera un odontólogo. Cuando llegó mi turno le conté el motivo de mi visita. Le expliqué sobre la muela a la que tantas veces se le rompían los empastes, asimismo acerca de la encía que cubría la raíz dental de dicha muela que me producía escozor constante. Me la checó detenidamente y lo confirmó. “Uju. Ahí había tratamiento de canal desde hace mucho, pero ya ese diente no sirve”, comentó. “Y por qué te sacaron la muela del al lado?”, me preguntó. Le relaté sobre una infección recurrente que había llegado a la raíz dental y que de paso hubo que extraerlo todo. Le conté sobre las numerosas inflamaciones de aquella encía y como me explotaba las bolsitas, en ocasiones de pus, que se me formaban alrededor. “Eso fue un absceso que tú tuviste”, me contestó el especialista. Luego del chequeo me indicó que fuese a facturación a que me informaran sobre lo que tendría que pagar para luego extraerme lo que quedaba de aquello que alguna vez fue una pieza dental. Así lo hice. El seguro médico me cubrió bastante y pagué poca cosa.

Una hora después me llamaron para que entrara al consultorio. Luego de algunas preguntas de rigor el dentista procedió a inyectarme anestesia local antes de iniciar la extirpación de la pieza. El proceso comenzó lento. Al principio escupí un hilillo de sangre negruzca y minutos después terminó con éxito de sacarme la muela. Volví a escupir un poco más y luego el galeno me suturó la zona de la extracción. Me pidió volver dentro de cinco días a retirarme los puntos y me prescribió un antiinflamatorio de nombre Diclo -K también a usar por cinco días.

Tal como lo indicado cinco días después regresé a la clínica dental para el retiro de los puntos. Esta vez no me recibió el doctor que me sacó la muela, sino una dentista más joven. Antes de descoserme los puntos le conté que la encía aún me la veía hinchada y alterada. Ella me la evaluó. Me dijo que no la veía tan alterada, que estaba así debido a la cirugía de la semana anterior. Insistí que aún sentía el picor constante que no se me quitaba por nada y le pedí que por favor me tomara al menos una radiografía para comprobar. Me respondió que no me la haría porque no la veía alterada y que eso era debido a la extracción. De nada valió que le explicara que antes de la extirpación la encía estaba igual de hinchada. Decidí aceptar, aunque no conforme con su veredicto, y dejar al tiempo que se encargue de dar la respuesta exacta. La odontóloga me prescribió un enjuague y un spray bucal que ya tantas veces he venido utilizando. “Usted verá que dentro de un tiempo, digamos tres semanas o un mes esa inflamación se va y el picor se le quitará”, me aseguró la especialista. Me retiré tranquilo y sin opinar.

Conclusiones

Desde el 2016 hasta acá en que he visitado tantos otorrinolaringólogos, el diagnóstico ha sufrido algunas variaciones. Primero aquel del médico del Centro de Otorrinolaringología y Especialidades indicando que padecía amigdalitis crónica lingual y palatina y que por tal motivo había que operar; luego, por razones de costos tuve que buscar un  médico de otra clínica y contarle mi situación. Éste comete la torpeza, por no leer ni examinar bien, de extirparme tan solo las palatinas y dejarme las linguales intactas. Cuando regresé meses después a donde el doctor que había diagnosticado el problema y contarle lo sucedido, éste me examina y  determina que no, que las linguales no había que sacarlas, que tan solo había que desinflamarlas. Llegué a mejorar bastante como por cinco meses hasta que el problema volvió y explotó. Después de tres citas le pido al otorrino que me opere la amígdalas linguales y pongamos fin al asunto. Éste argumenta que no estaba del todo seguro si ese sería el caso. Decido cambiar de doctor y visitar a una especialista en el Centro Médico Universidad Central del Este (UCE). Luego de par de consultas diagnosticó faringitis y laringitis aguda. Pocos días después tuve que visitar la odontóloga, pues, debido a una infección de encía hubo que extraerme una muela. La infección había llegado a la raíz dental. Pasado más de un mes la otorrino me evalúa de nuevo y se pregunta para sí misma: “no sé qué le vamos a indicar a Iván”. Entonces es cuando decide preguntarme: “¿En verdad usted quiere operarse eso?”, refiriéndose a las amígdalas linguales. Le expliqué largo y detallado el porqué  lo deseaba. Ella me refiere por escrito a donde otro especialista para fines de evaluación, pero antes me explica que el método más adecuado para operar amígdalas linguales es con cirugía láser. Dos días después visité al otro médico quien me evalúa y concluye que yo estaba perfecto, pero en su diagnóstico escribe FARINGITIS RECURRENTE.

Por lo anterior ya expuesto es necesario planteándome preguntas como las siguientes:

  • ¿Por qué esas variaciones en los diagnósticos?
  • ¿Se puede curar de raíz la faringitis aguda y recurrente?
  • ¿Por qué ese escozor ya sea amigdalítico, laringítico o faríngeo nunca termina de desaparecer?
  • ¿Han tenido algo que ver las encías problemáticas? ¿Habrá sido esa la raíz del asunto? Aún queda una encía que, comparándola con su contraparte, todavía se ve alterada.
  • ¿Por qué llevo más de dos meses con tantas secreciones nasales después de tantos medicamentos tomados?
  • Y la gastritis, ¿se me curará algún día en su totalidad?
  • ¿Viviré toda mi vida con estas mierdas de malestares? ¿No existe alguna manera de que lleguen a su fin?

No es verdad que tantas jodiendas juntas pueden ser mentales. No he tenido ningún inconveniente en reconocer cuando algo ha sanado. Cuando he mejorado de la alergia de la piel y el asma no he tenido problemas en admitirlo; cuando sanó la última de mis otitis en 2011 tampoco. Cuando he mejorado del estómago, lo mismo; cuando sentí el alivio luego de la extirpación de un nódulo benigno en la mejilla derecha en 2008 dejé de quejarme para siempre; cuando me sacaron la muela debajo de la encía infectada también reconocí la sanación. Pero tampoco puedo estar dándole créditos a medicinas que no han curado en lo más mínimo. Por ejemplo, cuando decidí en octubre de 2015 suspender por mi propia cuenta la vacuna de inmunoterapia, fue porque aquella porquería indicada por aquel alergista a quien visitaba entre 2014 y 2015, simplemente no funcionó en un año y 8 meses de tratamiento. Desde aquel momento he jurado no volver a inyectarme vacunas inmunológicas nunca más en mi vida, además de lo costosísimas que son. Aquello fue un montón de dinero y tiempo perdido.

No puedo estar diciendo un sí cuando lo cierto es que un asunto no ha sido erradicado de raíz. Los enjuagues y spray bucales me han calmado malestares pero no sanado rotundamente la última encía afectada. No puedo decir que se me curó la molestosa secreción cuando todavía la tengo. Solo deseo con vehemencia que el Padre Tiempo, sabio al fin, dé sus respuestas a todo.

Voy a creerle ciegamente al último otorrinolaringólogo que me evaluó y aseguró que yo estaba perfecto y que lo mío era tan solo faringitis recurrente. Volaré en octubre a Asunción a competir en el mundial de scrabble en español. Espero que no ocurra ningún percance antes o allá, pues un especialista de la otorrinolaringología avanzada dictaminó “usted está excelentemente bien, perfecto”.

Continuará...

sábado, 23 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 17)

Luego de la evaluación la especialista de oídos, nariz y garganta me preguntó con un dejo de sinceridad: “En verdad, ¿ya usted quiere operarse eso?”. Mi respuesta no fue parca. Le expliqué con lujos de detalles lo que ya he venido diciendo a gritos desde hace mucho, aquello del año y 8 meses, de los fármacos de ultra generación ya inefectivos a estas alturas, de todas las gárgaras realizadas, de todos los médicos visitados, en fin.

Por Iván Ottenwalder

La tarde del 29 de agosto  me he dirigido al consultorio de la otorrinolaringóloga en el Centro Médico UCE. Luego de saludarle empezamos a conversar. Le hablé sobre mis avances en cuanto al drenaje de mis mucosidades nasales, de las libritas que había engordado, de lo hablado con la gastroenteróloga quien me hallaba mucho mejor luego de las medicaciones estomacales, pero también le conté la parte la mala de película: la amígdala lingual seguía igual de mal, inflamada, irritada, me picaba molestosamente a cada momento. Le informé sobre los temblores de fiebre que padecí toda una madrugada en que aquella tonsila estuvo peor. Le comenté que la lisozima ya no me hacía efecto a pesar de las cápsulas que me había indicado más todas las cajas que desde la primavera de 2016 me he venido tomando. Lo mismo le comenté de todos los antialérgicos tragados desde aquella fecha hasta el presente año: desloratadina, Lukast e hidroxicina. De los antibióticos: Azitromicina, Zinat, Augmentin, Clindamicina, en fin, lo mejor de lo mejor elaborado por la industria farmacéutica mundial.

Lisozima de 250 mg.
“Doctora, ¿qué he tomado, qué no he tomado para esa tonsila ya resentida que se resiste a ceder?”, le pregunté.

Luego de la evaluación la especialista de oídos, nariz y garganta me preguntó con un dejo de sinceridad: “En verdad, ¿ya usted quiere operarse eso?”. Mi respuesta no fue parca. Le expliqué con lujos de detalles lo que ya he venido diciendo a gritos desde hace mucho, aquello del año y 8 meses, de los fármacos de ultra generación ya inefectivos a estas alturas, de todas las gárgaras realizadas, de todos los médicos visitados, en fin.

La doctora me explicó que la mejor solución para operar las linguales era con el procedimiento de rayo láser. “Es lo más seguro y efectivo y evita cualquier tipo de sangrado”, me reveló. Anteriormente ya había leído sobre ese tipo de cirugías láser, cuya función es quemar todas las capas de las amígdalas linguales hasta desaparecerlas  por completo. En cambio, con el bisturí, hay que practicar cisuras y desprendimientos estrictamente precisos donde se corre el riesgo de lastimar al paciente, ya sea afectándole las cuerdas vocales, la lengua u otro tejido. Me comentó que un colega del hospital era el único que hacía ese procedimiento, pues él poseía el aparato láser para esa clase de cirugías. “El a veces lo presta o lo alquila a uno de sus amigos, pero por lo regular casi siempre lo tiene. También trabaja con los seguros médicos”, agregó.

Una de mis preguntas que quise hacerle fue sobre mis adenoides, cómo las encontraba. Me explicó que para eso había que hacer un estudio de imágenes para observarlas con precisión. Ella me lo prescribió y me hice el estudio esa misma tarde en el mismo hospital. Me informaron en el área de rayos X que se me entregaría el resultado al día siguiente. después de las 10 de la mañana.

Al día siguiente

El miércoles 30 de agosto fue para mí un día más del montón como casi todos los demás. Llegué a mi trabajo bien temprano y realicé mis asignaciones matutinas, incluyendo las pendientes del día anterior. En mi hora de receso, a eso de la una de la tarde, me dirigí al hospital a recoger mis resultados. Todo estaba en orden; no había patología alguna.

A las 3:30 me encaminé al hospital para llevarle el estudio a la otorrino. Llegué bien temprano y fui el primero en la lista de pacientes por atender. Ya casi a las 5 de la tarde la secretaría de la galena me indicó que podía pasar al consultorio. Salude sonriente y de buen ánimo a la especialista. Me senté, abrí mi mochila y saqué el sobre con la radiografía junto a la hoja diagnóstica. Se la mostré. Observó todo con detenimiento para luego confesar “sí, no tienes nada, pero esta radiografía estuvo mal hecha. Te la hicieron de un solo lado y debió ser de los dos y con la boca muy abierta”, señaló y gesticuló abriendo su boca bien grande a manera de ejemplo. Sin embargo, no me la indicó de nuevo. Tomó una de sus hojas de prescripción médica y anotó mi referimiento a donde el colega suyo que opera las amígdalas linguales con láser. “Él trabaja los lunes, miércoles y viernes solo por las mañanas. Dile a mi secretaria que te dé su número para que lo telefonees y hagas una cita con él. Le enseñas este referimiento que te voy a dar”, me indicó. El mismo decía lo siguiente:

Refiero al señor Iván Ottenwalder con fines de evaluación y tratamiento.

Minutos más tarde telefoneé la secretaria de aquel doctor y tomé apuntes: días en que labora, horario y número de consultorio.

Pronto me tocaría conocer y platicar con ese nuevo otorrinolaringólogo. Pero iré preparado para lo directo. Cuando me pregunte qué usted se siente o por qué viene, le iré al grano y sin rodeos. Lo haré todo de la manera más precisa posible y menos cansona. Ya en mi cerebro he ensayado cómo hacerlo.

En verdad no quería otro cambio de médico, pero lo he comprendido. La otorrino que me había atendido en los últimos meses no opera amígdalas linguales, solamente ése a quien me ha referido. De modo que ¡a contar mi viacrucis de nuevo! Solo que esta vez seré directo y más específico. No me quiero pasar el resto de mis días sobremedicado por una porquería que ya no tiene arreglo.

Por el momento, una vez más esta historia,

Continuará...

lunes, 18 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 16)

Le pregunté por las imágenes de mis senos nasales y me dijo que aparentemente se veían todos muy limpios, que la flema que tenía era muy ínfima. Al menos esto sí se podía considerar satisfactorio. Sin embargo, tuve que serle sincero en comentarle la realidad de mis tonsilas linguales que, aunque ya no igual que en mayo y junio, aún seguían inflamándose, en especial, la derecha, mi talón de Aquiles, mi sufrimiento de más de año y medio.

Por Iván Ottenwalder

El lunes 31 de julio, como estaba pautado, fui a recoger mis resultados de la gastroendoscopía que me fue realizada una semana atrás.

Pasada las cuatro de la tarde entré al consultorio de la especialista. Ella me explicó que tenía apenas una gastritis leve y que no había reflujo gástrico. Tampoco helicobácter pylori. Miré las imágenes de la gastritis y el diagnóstico escrito, pero ¿qué leí además en dicho resultado? Veamos:

  • Del estómago se dice que se refleja mucosa hiperémica en cuerpo y antro.

  • Del duodeno se menciona mucosa duodenal ligeramente hiperémica. Reflujo biliar presente.

  • Gastritis atrófica crónica leve

Dos elementos que no estuvieron presentes en mis endoscopías de octubre del 2015 y marzo del 2016: reflujo biliar y el empeoramiento de la gastritis, que en 2015 había sido apenas levemente moderada, en 2016 universal y ahora ¿crónica leve? O esa, esto quiere decir que se agudizó en vez de aminorarse. No veo esto como un aliciente para el conformismo. Estamos hablando de una gastritis que paulatinamente sigue empeorando en lugar de reducirse y mejorar.

La gastroenteróloga me comentó que ese reflujo no era por ácido y que con la medicación que me prescribiría se podía corregir el problema. “¿Se puede erradicar?”, le pregunté. Ella contestó que sí que con un tratamiento por 28 días era posible. Qué interesante, en dos años que llevo padeciendo gastritis nunca se me ha erradicado.

Me indicó dos productos que mi seguro médico no me los cubrió: ZOLTUM 40 mg. y VIPRASEN PLUS 25  mg. El primero es un pantoprazol a utilizar por 28 días tomando una pastilla una hora antes del desayuno y el segundo un agente procinético digestivo a tomar dos cápsulas por 20 días.

Quedé en volver a verle dentro de un mes.

Visita a la otorrinolaringóloga

Saliendo del consultorio de la especialista de las vías digestivas, tomé rumbo al de la experta en nariz, oídos y garganta.  Hice mi turno y no tuve que esperar mucho. A poco ratos entré y luego de saludar le mostré los resultados de la endoscopía. Lo único que le sorprendió era que yo tuviese reflujo biliar. “¿Pero tú tienes tu vesícula, verdad?”, me preguntó. Le contesté que sí. Le pregunté por las imágenes de mis senos nasales y me dijo que aparentemente se veían todos muy limpios, que la flema que tenía era muy ínfima. Al menos esto sí se podía considerar satisfactorio. Sin embargo, tuve que serle sincero en comentarle la realidad de mis tonsilas linguales que, aunque ya no igual que en mayo y junio, aún seguían inflamándose, en especial, la derecha, mi talón de Aquiles, mi sufrimiento de más de año y medio. “En ocasiones sensaciones de picor luego de comer, se irrita e inflama y, pocas veces, síntomas de náuseas en la lingual derecha”, le detallé a la médica. Le conté que el cuello se me había puesto rojo por la alergia y que eso lo relacionaba precisamente con el malestar de mis linguales. Le dejé saber además que eso me ponía de mal humor  y que ya estaba cansado de tantas recurrencias y que mejor deseaba una solución definitiva. “Ese problema constante de las linguales me agudiza mi dermatitis, mi asma y evita que mi problema de IGE, que bien debió haberse curado de raíz hace tiempo, se eleve o se reduzca muy poco. Quiero que con esto lleguemos a una solución final”, le expresé.

Dice una famosa frase que para un buen entendedor pocas palabras bastan. Si esa doctora es buena entendedora, sabrá muy bien a lo que me estaba refiriendo.

La otorrino decidió no recetarme nada mientras estuviera medicado para lo del estómago. Quedamos entonces que dentro de un mes volvería a verle para determinar en fin que se haría con mis amígdalas linguales.

Si me preguntan ahora mismo qué yo quiero, seguro que responderé “no más larga al asunto”. ¿Podría ser capaz  de aceptar al menos un ÚLTIMO tratamiento? Solo un último que no sea largo ni zozobrante. Y en caso de que este no funcione o de que funcione temporalmente, pero luego regrese el problema con mayor fuerza, entonces más razón tendré para pedir la cirugía.

No seré médico pero hay algo llamado sentido común, y este habla por sí solo. Lo que no ha sido capaz de curarse en más de año y medio, con los mejores fármacos del mercado, dudo absolutamente que se cure de raíz ahora.

No quisiera tener que cambiar de especialista otra vez y empezar una vez más desde cero. ¡Para nada!

Continuará...