Luego de la evaluación la especialista de oídos, nariz y garganta me preguntó con un dejo de sinceridad: “En verdad, ¿ya usted quiere operarse eso?”. Mi respuesta no fue parca. Le expliqué con lujos de detalles lo que ya he venido diciendo a gritos desde hace mucho, aquello del año y 8 meses, de los fármacos de ultra generación ya inefectivos a estas alturas, de todas las gárgaras realizadas, de todos los médicos visitados, en fin.
Por Iván Ottenwalder
La tarde del 29 de agosto me he dirigido al consultorio de la otorrinolaringóloga en el Centro Médico UCE. Luego de saludarle empezamos a conversar. Le hablé sobre mis avances en cuanto al drenaje de mis mucosidades nasales, de las libritas que había engordado, de lo hablado con la gastroenteróloga quien me hallaba mucho mejor luego de las medicaciones estomacales, pero también le conté la parte la mala de película: la amígdala lingual seguía igual de mal, inflamada, irritada, me picaba molestosamente a cada momento. Le informé sobre los temblores de fiebre que padecí toda una madrugada en que aquella tonsila estuvo peor. Le comenté que la lisozima ya no me hacía efecto a pesar de las cápsulas que me había indicado más todas las cajas que desde la primavera de 2016 me he venido tomando. Lo mismo le comenté de todos los antialérgicos tragados desde aquella fecha hasta el presente año: desloratadina, Lukast e hidroxicina. De los antibióticos: Azitromicina, Zinat, Augmentin, Clindamicina, en fin, lo mejor de lo mejor elaborado por la industria farmacéutica mundial.
Lisozima de 250 mg. |
“Doctora, ¿qué he tomado, qué no he tomado para esa tonsila ya resentida que se resiste a ceder?”, le pregunté.
Luego de la evaluación la especialista de oídos, nariz y garganta me preguntó con un dejo de sinceridad: “En verdad, ¿ya usted quiere operarse eso?”. Mi respuesta no fue parca. Le expliqué con lujos de detalles lo que ya he venido diciendo a gritos desde hace mucho, aquello del año y 8 meses, de los fármacos de ultra generación ya inefectivos a estas alturas, de todas las gárgaras realizadas, de todos los médicos visitados, en fin.
La doctora me explicó que la mejor solución para operar las linguales era con el procedimiento de rayo láser. “Es lo más seguro y efectivo y evita cualquier tipo de sangrado”, me reveló. Anteriormente ya había leído sobre ese tipo de cirugías láser, cuya función es quemar todas las capas de las amígdalas linguales hasta desaparecerlas por completo. En cambio, con el bisturí, hay que practicar cisuras y desprendimientos estrictamente precisos donde se corre el riesgo de lastimar al paciente, ya sea afectándole las cuerdas vocales, la lengua u otro tejido. Me comentó que un colega del hospital era el único que hacía ese procedimiento, pues él poseía el aparato láser para esa clase de cirugías. “El a veces lo presta o lo alquila a uno de sus amigos, pero por lo regular casi siempre lo tiene. También trabaja con los seguros médicos”, agregó.
Una de mis preguntas que quise hacerle fue sobre mis adenoides, cómo las encontraba. Me explicó que para eso había que hacer un estudio de imágenes para observarlas con precisión. Ella me lo prescribió y me hice el estudio esa misma tarde en el mismo hospital. Me informaron en el área de rayos X que se me entregaría el resultado al día siguiente. después de las 10 de la mañana.
Al día siguiente
El miércoles 30 de agosto fue para mí un día más del montón como casi todos los demás. Llegué a mi trabajo bien temprano y realicé mis asignaciones matutinas, incluyendo las pendientes del día anterior. En mi hora de receso, a eso de la una de la tarde, me dirigí al hospital a recoger mis resultados. Todo estaba en orden; no había patología alguna.
A las 3:30 me encaminé al hospital para llevarle el estudio a la otorrino. Llegué bien temprano y fui el primero en la lista de pacientes por atender. Ya casi a las 5 de la tarde la secretaría de la galena me indicó que podía pasar al consultorio. Salude sonriente y de buen ánimo a la especialista. Me senté, abrí mi mochila y saqué el sobre con la radiografía junto a la hoja diagnóstica. Se la mostré. Observó todo con detenimiento para luego confesar “sí, no tienes nada, pero esta radiografía estuvo mal hecha. Te la hicieron de un solo lado y debió ser de los dos y con la boca muy abierta”, señaló y gesticuló abriendo su boca bien grande a manera de ejemplo. Sin embargo, no me la indicó de nuevo. Tomó una de sus hojas de prescripción médica y anotó mi referimiento a donde el colega suyo que opera las amígdalas linguales con láser. “Él trabaja los lunes, miércoles y viernes solo por las mañanas. Dile a mi secretaria que te dé su número para que lo telefonees y hagas una cita con él. Le enseñas este referimiento que te voy a dar”, me indicó. El mismo decía lo siguiente:
Refiero al señor Iván Ottenwalder con fines de evaluación y tratamiento.
Minutos más tarde telefoneé la secretaria de aquel doctor y tomé apuntes: días en que labora, horario y número de consultorio.
Pronto me tocaría conocer y platicar con ese nuevo otorrinolaringólogo. Pero iré preparado para lo directo. Cuando me pregunte qué usted se siente o por qué viene, le iré al grano y sin rodeos. Lo haré todo de la manera más precisa posible y menos cansona. Ya en mi cerebro he ensayado cómo hacerlo.
En verdad no quería otro cambio de médico, pero lo he comprendido. La otorrino que me había atendido en los últimos meses no opera amígdalas linguales, solamente ése a quien me ha referido. De modo que ¡a contar mi viacrucis de nuevo! Solo que esta vez seré directo y más específico. No me quiero pasar el resto de mis días sobremedicado por una porquería que ya no tiene arreglo.
Por el momento, una vez más esta historia,
Continuará...
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