jueves, 14 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 15)

El jueves 13 de julio decidí regresar al consultorio dental, pues ya no estaba en disposición de seguir aguantando tantas recurrencias e inflamaciones en las encías afectadas. Llegué poco después de las tres de la tarde y ya para las cuatro había llegado mi turno. La especialista me checó las encías. Me dijo que la enferma era solo la que estaba encima de la corona dental.

Por Iván Ottenwalder

El martes 11 de julio y con la referencia indicada por la otorrinolaringóloga me dirigí a la consulta la con la gastroenteróloga en el Centro Médico UCE. Hice mi turno desde las 3:20 de la tarde hasta la hora de llegada de la especialista de las vías digestivas.

Llegado el momento entré de primero al consultorio. La doctora me tomó los datos generales y me realizó algunas preguntas de rigor sobre mis antecedentes clínicos. Las respondí todas, algunas con brevedad y otras con detalles.

Antes de examinarse me tomó la presión la cual se hallaba estable dentro de los rangos. Luego me auscultó los órganos con el estetoscopio  y finalmente me hizo presión en varias zonas de mi barriga y abdomen para determinar si sentía dolor. No los sentía en absoluto.

Después de finalizado el chequeo me hizo la indicación para la prueba cardiovascular y, finalmente, la de la gastroendoscopía con biopsia. La especialista se había quedado con la referencia de la otorrino en la que especificaba que el paciente Iván Ottenwalder padecía de gastritis universal y reflujo gástrico del duodeno según el último estudio gastroendoscópico del año 2016. En el informe también diagnosticaba faringitis y laringitis aguda.

La gastroenteróloga anexó la prescripción de la endoscopía  a un croquis donde precisaba la clínica donde me harían el estudio. Me explicó que debía estar en ayunas ese día. La fecha la acordaríamos en otro instante.

Prueba cardiovascular

Ese mismo día, al salir del consultorio de la gastroenteróloga, indagué sobre la existencia de un cardiólogo para realizarme el estudio del corazón y la presión. Hallé información sobre uno que laboraba en uno de los edificios de la UCE. Hablé con su secretaria y fijé cita para el día siguiente en horas vespertinas.

El miércoles 12 en la tarde hice la visita al cardiólogo para el chequeo. Luego de un breve interrogatorio de rigor me realizó la evaluación. Al final me dijo que mi corazón y presión estaban en estado óptimos. Escribió su informe y se lo llevé de inmediato a la médica del estómago e intestino. Ella lo vio y me recomendó llevarlo el día de la endoscopía, acordada para el sábado de la semana posterior. También me devolvió mi paraguas que por olvido había dejado en su consultorio la tarde anterior.

De nuevo a la odontóloga

El jueves 13 de julio decidí regresar al consultorio dental, pues ya no estaba en disposición de seguir aguantando tantas recurrencias e inflamaciones en las encías afectadas. Llegué poco después de las tres de la tarde y ya para las cuatro había llegado mi turno. La especialista me checó las encías. Me dijo que la enferma era solo la que estaba encima de la corona dental. “¿Pero no eran las dos encías, esas que cubren las dos últimas muelas de la parte superior derecha?”, le pregunté sorprendido. Ella me respondió que la placa solo había mostrado infecciones en una sola. “¡Tú la viste Iván?! ¿Tú creíste que eran las dos últimas? No, era solo la que está encima de la coronita. Lo que pasa que tenía dos puntos de infecciones, pero era solo una”, me explicó la dentista.

Luego de recostarme en la camilla de los pacientes empezó el proceso. Primero la fuerte anestesia por toda el área circundante a la coronita y después el proceso de arrancamiento el cual duró como 20 minutos ya que hubo que romper pedazo a pedazo para finalmente extraer lo que quedaba de raíz. Efectivamente, estaba infectado. “Mira acá. Esa es la infección. Ahí la ves en estos dos lados y en el fondo de la raíz dental”, me mostró la odontóloga con la muela inservible en la palma de su mano.

La especialista dio unos cuantos puntos de sutura en el hueco donde antes estaba la coronita y raíz dental.

¿Y como diablos esa encía llegó a inflamarse?

Lo más que puedo revelar sobre esto son apenas sospechas. Lo que siempre me preocupó fue que desde febrero de 2016 esa encía se veía muy alterada en contraste con la de su par en el lado izquierdo, que lucía normal. Nunca le presté atención a aquel detalle, pero fue en noviembre de ese año cuando una odontóloga de AMERIDENT, antes de realizarme una limpieza profunda, me comentó que cerca de la coronita dental habían algunas plaquitas bacterianas y un poco de sarro alrededor. Fue en ese mismo instante que recordé aquello de la alteración de esa encía. Para el mes de marzo del 2017 parte de esta se me había hinchado más todavía y producido dolor en la pieza dental. Me exprimí aquel bulto inflamatorio y brotó líquido apestoso. A los pocos días de haber visitado la dentista se produjo otra inflamación. La siguiente recurrencia fue en junio del presente año, cuando la doctora le tomó una placa a la zona afectada. Pero la última de todas, la que colmó mi paciencia, fue a principios de julio.

No quiero lucir injusto ni mucho menos inmisericorde, pero una vez más voy a acusar a Maribel. Mis sospechas de nuevo apuntan hacia ella. Aquella chica infeliz y de apestoso aliento bucal con la que tuve sexo y cometí la torpeza de besarme con ella varias veces entre finales de enero y principios de febrero de 2016, bien pudo haberme infectado, no solo la amígdala palatina derecha, sino también aquella encía y, ¿quién sabe?, si de paso la lingual derecha, que siempre se inflama y de la cual brotan mis síntomas ocasionales de náuseas. La naturaleza suele ser más sabia de lo que se cree y el tiempo poner las cosas en su justo lugar.

Ocho días después de la extracción dental volví al consultorio para que me descosieran los puntos. Antes de retirarme le pregunté a la médica si no existía posibilidad alguna de que esa encía volviese otra vez a infectarse e inflamarse. Su respuesta fue un “yo no creo. Después que te saqué la raíz dental y se vio que la infección estaba allí, es muy difícil que eso vuelva a ocurrir”. Le creí, me despedí cortésmente y me retiré.

Día de la gastroendoscopía

El sábado 22 de julio temprano en la mañana mi padre me acompañó al hospital para el estudio gastroendoscópico. Llegamos a eso de las 7 de la mañana. La puerta del hospital estaba cerrada y tuvimos que esperar al menos media hora hasta que el encargado de seguridad la abriera. Había mucha gente esperando afuera.

Ya dentro de aquel centro especializado en estudios endoscópicos y colonoscópicos dos recepcionistas empezaron a recibir nuestros números y carnets médicos. Yo era el número 13, el de la mala suerte, según la cábala, aunque no suelo perder mi tiempo pensando en esas supersticiones. Durante mi infancia, en los años 80, viví en una casa número 13; el consultorio de la otorrino a la que he estado visitando desde principios de julio es también número 13. Viernes 13 fue una de mis películas de terror favoritas. Es difícil que ser humano alguno en el planeta pueda evadir en algún momento de su existencia ese número, aunque se comenta que en los Estados Unidos gran parte de su población le rehuye al 13. Inclusive, hay personas que no se atreven a comprar o a alquilar una vivienda con dicho número. Bueno, ese no es mi caso.

Casi dos horas después, cuando me llamaron por el 13, me acerqué donde la joven recepcionista quien me pidió mi seguro médico y cédula. Ella notó que yo estaba estornudando mucho y botando secreción por la nariz. Me preguntó si tenía gripe. Le respondí que sí. “¡Ah pues usted no puede hacerse ese estudio hoy porque le van a poner anestesia!”, exclamó. Le contesté, “en ese caso pues que se me posponga la endoscopía para otro momento, pero que no me dejen sin realizarme ése estudio que es vital para mí”. La joven entonces sugirió llamar a la anestesióloga para que me evaluara y lo considerara luego. Acepté la propuesta, pero mantuve mi posición de que si no podía ser ese día me realizaran la gastroendoscopía en otra fecha. “Sin nada no me quiero quedar, por favor”, manifesté.

A los 10 minutos me llamó la anestesióloga, invitándome a entrar a la sala de evaluación. Primero me indicó recostarme en una camilla, una enfermera me colocó un suero y luego la experta en anestesiología me auscultó. “No tienes gripe”, afirmó. Le dije que quizás lo mío era alguna alergia. Me hizo algunas preguntas de rigor: la edad, enfermedades de las que padezco, si fumaba, entre otras. Terminado el breve interrogatorio se procedió al estudio gastroendoscópico. En ese momento había entrado en la habitación la gastroenteróloga que me prescribió el estudio una semana y media antes.

Me tomaron la presión, todo normal y luego me anestesiaron. Dormí como un lirón. Al despertar ya estaba en otra sala, la de recuperación. La enfermera me retiró el suero y mi padre me ayudó a salir caminando hasta afuera, pues me sentía un poco mareado. Se me pasó rápido. Pocos minutos después la doctora se me acercó para explicarme que el estudio estaría listo el lunes 31 de julio, que mi estómago no estaba tan mal, apenas una gastritis moderada y que no había reflujo. Agregó que luego hablaría con mi otorrino sobre el caso.

¡Increíble! ¿En verdad había superado el reflujo gástrico? Lo hubo en octubre de 2015 y marzo de 2016, cuando me habían practicado los dos últimos estudios! Tengo las pruebas en casa bien guardaditas. De todos modos es mejor que espere hasta el lunes 31 porque habrá que ver ahora la magnitud de mi gastritis y si no he salido positivo al helicobácter pilory. Ya lo tuve en los primeros dos meses de 2015.

Minutos más tarde mi padre y yo nos marchamos. Él había pagado la cuenta de mi estudio con su tarjeta de crédito y le prometí que una vez llegáramos a casa le daría el dinero en efectivo. En verdad yo estaba preparado con mi tarjeta crediticia para pagar el monto. Él se me había adelantado mientras yo estuve dentro de la habitación para la evaluación.

Continuará...

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