viernes, 1 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 14)

La médica me informó que iba a tratar mi caso en varios ciclos. El primero, con levofloxacina y un antiinflamatorio-antialérgico por tan solo 5 días. Luego me hablaría sobre el otro ciclo a llevar. Le dejé saber mi preocupación acerca de la mucha plata que había gastado en medicamentos desde año y medio y mi deseo vehemente porque mi capítulo llegue a su final. “Si usted hace lo que yo le digo verá que todo se resuelve”, me aseguró.

Por Iván Ottenwalder

El jueves 29 de junio acudí a otro clínica, el Centro Médico Universidad Central del Este (UCE), para visitar a una especialista en materia de otorrinolaringología. Ya mi decisión estaba tomada y consideré era al momento del cambio de médico.

El Centro Médico UCE había sido el primer hospital de mi infancia. Desde 1980, hasta aproximadamente principios de 2004, era la única clínica a la que frecuentaba. Mi historia clínica iba muy estrechamente relacionada con ese hospital. Mis primeros médicos fueron de allí. Mi pediatra durante la infancia, mi primer neumólogo, mi primer dentista, mi primera dermatóloga y, hasta mi primer otorrinolaringólogo, laboraron durante muchos años en ese viejo hospital.

Las razones por las cuales en las últimas dos décadas tuve que cambiar de galenos fueron varias:  mi neumólogo había dejado de recibir mi seguro médico en 2001, mi otro neumóloga, que en septiembre de 2002 me había internado a raíz de varias crisis asmáticas, ya no hallaba la forma de controlar mi asma; mi dentista se había pensionado en 2007, lo mismo que aquel viejo otorrino que en par de ocasiones (2009 y 2010) me había curado exitosamente dos casos de otitis.

Sin embargo, aquel 29 de junio, luego de una larga espera, la secretaria de la que sería mi nueva doctora, nos dijos a todos los pacientes que a la especialista se le había presentado una emergencia y que la disculparan. Por ese motivo, decidí entonces aguantarme hasta el lunes 3 de julio.

3 de julio, día de la cita

Después de esperar un buen rato llegó mi turno de entrar a donde la especialista. Me tomó informaciones generales y luego me preguntó “¿qué usted se siente?” De inmediato le hice un poco de historia sobre mi caso, especialmente sobre mi amígdala lingual derecha y la sinusitis maxilo-esfenoidal. Le conté en especial acerca del tiempo que tenían mis recurrencias de garganta. Ella me indicó que tomara el asiento de los pacientes para evaluarme. Antes que nada me preguntó si yo padecía de reflujo gástrico. “Mire, cuando a los pacientes se le complica el reflujo gástrico, el cuadro de amigdalitis y sinusitis suele ser más complejo debido a que todos esos gases que suben a la garganta afectan peor al enfermo”. Fui sincero revelarle que sí, que padecía reflujo desde el 2015 pero que mi caso era moderado. Aunque en verdad no le conté sobre las dos amenazas estomacales que me pillaron en este 2017, la primera en marzo y la segunda a mediados de mayo por la cual tuve que visitar a un gastroenterólogo. Tampoco le hablé sobre el estreñimiento que me agarró en mayo y que fue luego cediendo en las semanas siguientes. Quizás, le fui sincero a medias, pero no del todo. Si retrocedo la historia reciente a mayo de este año, en verdad fue un problema estomacal lo que me agarró primero antes de que la garganta se me afectara nuevamente. Tan solo me había limitado a decirle que mi reflujo y gastritis estaban controlados. “¿Están controlados usted dice?”, me preguntó de nuevo. Luego la especialista de nariz, oídos y garganta me checó los oídos, los cuales halló bien y, por último, la garganta. “La tienes muy reseca y la pared se ve como pelada. Si la prueba más reciente que usted me enseñó muestra que es sinusitis maxilo-esfenoidal, es posible que su caso se trate de goteo posterior. Me voy a enfocar arriba, en el esfenoide”. Luego me preguntó: “¿usted no sufre de gastritis?”. Le contesté que sí, pero que también era moderada. Sin embargo, no le dije que mi última endoscopía, en marzo de 2016, revelaba que tenía gastritis universal y reflujo gástrico del duodeno. Me explicó que también una gastritis fuerte puede provocar que los gases lleguen a la garganta y provoquen molestias. Lo que sí le había informado a la otorrina fue sobre mis náuseas recurrentes, sensación de fatiga, mareítos e inflamación constante de la tonsila  lingual derecha, que en efecto, era todo verdad.

La médica me informó que iba a tratar mi caso en varios ciclos. El primero, con levofloxacina y un antiinflamatorio-antialérgico por tan solo 5 días. Luego me hablaría sobre el otro ciclo a llevar. Le dejé saber mi preocupación acerca de la mucha plata que había gastado en medicamentos desde año y medio y mi deseo vehemente porque mi capítulo llegue a su final. “Si usted hace lo que yo le digo verá que todo se resuelve”, aseguró.

Luego de terminada la consulta me fui a una farmacia a comprar los fármacos indicados, los cuales el seguro médico me los cubrió y apenas pagué una diferencia de trescientos y tantos pesos.

Al llegar a casa reflexioné sobre varias cosas. Una de ellas es que, aunque le había enseñado el diagnóstico escrito de la resonancia magnética de hacía poco tiempo, no le mostré el cedé con las imágenes reales de dicho estudio. Imágenes que, según mi ex-otorrino, no se visualizaba flema en mis senos nasales, sino apenas un poquito en el esfenoides. Tal vez me arropó el desespero de tanto tiempo siendo medicado. Tal vez la desesperación por la molestia en la zona derecha de mi garganta sin solución alguna por el momento. Sobre lo otro que medité fue no haberle sido sincero del todo sobre mi reciente malestar estomacal. ¿Será posible que mi reflujo se me haya descontrolado desde mayo y sus gases me estuviesen provocando todas aquellas molestias faríngeas en la zona derecha y las sensaciones de hinchazón en todo mi cuello? ¿Por qué después de haber tomado ezomeprazol y pantoprazol todavía no me sentía con el estómago restaurado? Siendo justos, es posible que haya llegado a minimizar el problema de mi reflujo luego que semana y media después regresase otra vez el de garganta. ¿Por qué durante casi seis meses, de diciembre de 2016 hasta mediados de mayo de 2017 no llegué a sentir la más mínima molestia de garganta? Ahora entiendo porque la otorrino fue algo insistente en preguntarme sobre si padecía reflujo gástrico o gastritis. Fue precisamente después de que se me revoloteó el estómago cuando volvió el malestar amigdalítico. ¿Por qué no le conté sobre mi visita al gastroenterólogo en mayo? ¿Por qué no le informé sobre lo que me dijo aquel médico de las vías digestivas de posponer para después la gastroendoscopía? ¿Quizás haya tenido algo de razón la otorrino en haberme tocado el tema del estómago? Tal vez no debí radicalizarme en un solo punto y al menos considerar otro tipo de opinión. Hace un año y tres meses fue mi última gastroendoscopía y es probable que algo haya cambiado o quizás empeorado. Pero también debería preguntarme: ¿Por qué mi ex-otorrino al ver que mi garganta no cedía mucho no se planteó esa posibilidad? ¿Por qué no me hizo esa pregunta? ¿Por qué ella sí y él no? ¿Se le habrá escapado un detalle a él? ¿Habrá acertado ella?

Los cinco días del primer ciclo

Me he tomado al pie de la letra la medicación prescrita por la doctora. Es cierto que ya no siento esas sensaciones de cuello inflamado a ratos, pero sí la zona de la faringe derecha como irritada o raspada. He seguido drenando algunas flemas gracias al antibiótico, sobre todo, por las mañanas. Lo que habría que descubrir es el porqué de esa zona irritada y raspada. También he seguido tomándome el pantoprazol por las mañanas, media hora antes del desayuno, como me lo había prescrito el otorrino anterior. Estoy sintiendo a diario, y esto no es desde ahora, sino desde inicios de año, los sonidos de burbujas en mi estómago. ¿Por qué ese reflujo gástrico nunca termina de erradicarse?

De nuevo en la consulta

El lunes 10 regresé a la consulta donde la especialista de oídos, nariz y garganta. Esperé un buen momento, más de una hora hasta que llegó mi turno de pasar. Luego de saludar a la doctora le expliqué sobre el pendiente que tenía en mente aclararle. Primero le mostré el diagnóstico y las imágenes de mi último estudio gastro-endoscópico que se me practicó en marzo de 2016. También le enseñé el cede con las imágenes de la resonancia que no le había mostrado la semana anterior. Ella me contó que los cedés no funcionaban en su computador y que la mayoría de ellos se atascaban. Entonces le pedí e insistí que se lo llevara y visualizara en el ordenador electrónico de su casa. Ella lo aceptó. Envolvió el disco compacto en unos papeles para llevárselo y ver las imágenes de mis senos nasales en su hogar. Le dije además que mi médico anterior había visto dichas diapositivas y consideraba que mis senos nasales estaban prácticamente limpios, incluyendo el esfenoides al que, según él, sólo le quedaba muy poquita flema. La otorrino me garantizó que vería las imágenes y que me respondería sobre lo que ella mirase por correo electrónico.

Sobre mi estómago me sinceré al contarle sobre las dos amenazas estomacales que me habían pillado en este año, una en marzo y la otra a mediados de mayo. Fui específico cuando le dejé saber que a raíz del último revoloteo de mi reflujo gástrico fue que el problema de garganta me regresó con fuerza, luego de haber cedido por unos buenos meses. Me preguntó qué estaba tomando para el reflujo y le respondí que había ingerido desde ezomeprazol y sucralfato, recomendados por el gastroenterólogo y pantoprazol, por parte de mi ex-otorrino, pero que la garganta había comenzado a darme síntomas de molestias, de hinchazones recurrentes y náuseas.

Luego del conversatorio ella me checó las amígdalas linguales y comprobó que en efecto seguía inflamada. Había escrito en una hoja de receta una referencia para llevársela al gastroenterólogo/a con quien decidiera tratarme el caso de mi reflujo. En la prescripción especificaba mi caso como faringitis y laringitis aguda y sugería la gastroendoscopía. Me dijo que en la UCE tenían gastroenterólogos que laboraban en horario tanto matutino como vespertino y me sugirió el nombre de una especialista. Tuve la opción de consultar tanto al doctor de la Clínica Independencia que me checó en el mes de mayo como a la referida por mi reciente otorrino. Tomé unos días para pensarlo.

Finalmente, la doctora me prescribió tres fármacos para utilizar, los cuales me los regaló: un aerosol nasal llamado NALOSAR, un mucolito de nombre MUCOFLUX y por último la LISOZIMA de 250 mg. El tratamiento sería solo por 10 días, nomás.

Llamada a la odontóloga en horas de la tarde

A eso de las dos de la tarde del mismo día había telefoneado a mi dentista para explicarle otra recurrencia en mi encía afectada la semana anterior. Le relaté sobre las postillas de pus que se habían formado sobre una de ellas, las cuales me exploté y brotó un líquido sanguinolento apestoso. “Duré casi dos días con un mal aliento en esa encía, mal aliento que hasta me avergonzaba”, añadí.

A decir verdad dos semanas atrás la odontóloga había tomado una placa sobre esa encía que cubre la coronita dental. El resultado: estaba infectada, aunque no tan inflamada. La especialista me había indicado antibióticos, antiinflamatorios, pasta dental y enjuague de la marca PYOCLOR, más otras sustancias que me proporcionó. Como siempre, los utilicé al pie de la letra, hasta que la semana pasada de nuevo se me inflamó y esa vez con pequeños puntitos de pus.

Esta historia,

Continuará...

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