Cuando terminó el chequeo, aproveché el momento para expresar mi resolución definitiva: “Doctor, esta vez he venido en plan definitivo y algo radical. Quiero que me opere las amígdalas linguales y me drene toda esa flema en Cirugía. Ya no puedo siquiera expulsar moco; mi nariz está muy tapada y prefiero que nos vayamos a lo más práctico. He gastado mucha plata en antibióticos, antiinflamatorios, sprays nasales y otras tantas medicinas en un año y medio. Considero que lo que esos fármacos no hicieron en tanto tiempo, ya no lo harán”.
Por Iván Ottenwalder
El día de la resonancia magnética fue el sábado 24 de junio en uno de los más prestigiosos centros de imágenes diagnósticas de Santo Domingo. Mi padre me acompañó aquel día por la mañana. Era mi segunda resonancia magnética en toda mi vida. La otra, de columna cervical, había sido hace dos años, en otro centro hospitalario.
Para la resonancia nuclear de cuello con contraste me acostaron dentro de un tubo por unos 25 o 30 minutos aproximadamente. No podía mover mi cuello ni tragar saliva, cosa que pude cumplir a la perfección en el tiempo de duración del estudio.
Terminado el procedimiento tomé mis pertenencias y me encaminé a la recepción donde me informaron que el resultado estaría listo para el lunes a las 5 de la tarde. Acordé con mi progenitor para que pasara a buscarlo y llevármelo a mi lugar de trabajo el martes 27 en horas matutinas. Un día antes, el lunes 26, me sentí aquejado de molestias en mi cuello. Sentía como que se me hinchaba y, al mismo tiempo, una congestión nasal severa. Desde mediados de mayo todo arrancó de forma sorpresiva, dificultades para drenar por la nariz, síntomas ocasionales de mareítos, náusea que me salía desde la tonsila lingual derecha, fatiga y debilidad corporal. Estos síntomas eran muy parecidos a los de la primavera del año anterior, con la excepción de que al menos esta vez el apetito no lo estaba perdiendo.
Durante casi todo el lunes me las pasé con la sensación de cuello hinchado e inflamación de la lingual derecha. De cualquier modo seguía al pie de la letra tomándome los medicamentos prescritos por mi médico, aunque ya no fuesen la solución definitiva al asunto.
No solo el lunes, también varios días de la semana anterior y antepasada venía afrontando las mismas molestias. En ocasiones no podía hacer esfuerzos por hablar muy alto, en otras, me pillaba la náusea. Era a base de puro estoicismo que podía mantener la calma. Todavía sigue siendo así. Esto que cuento no se lo deseo a nadie en la faz de la Tierra.
Martes 27, la resonancia
Un poco pasada las 11 de la mañana mi padre llegó a mi lugar de trabajo para entregarme los resultados. Media hora antes ya me había informado vía telefónica que mi caso había sido diagnosticado tan solo como sinusitis. Cuando leí el diagnóstico completo vi que no era tan solo una sinusitis común y corriente, sino una de tipo esfenoidal - maxilar. Según lo descrito mi seno esfenoides estaba cargado de flema, los etmoides parcialmente con mucosidad y los maxilares también con moco.
Aunque me satisfizo por un lado el resultado me indigné por otro. Mi doctor no me había erradicado debidamente el problema sinusítico después de tantos antibióticos, sprays nasales y antiinflamatorios desde finales de noviembre. Lo que para principios de mayo supuse estaba casi curado, en verdad no lo fue. ¿Entonces quiere decir que estoy arropado de flemas nasales? Sí. Desde finales de 2011 hasta el día de hoy siempre me he preguntado por qué no era capaz de drenar moco abundante por la nariz como en los viejos tiempos. ¿Por qué antes era tan fácil y ahora cuando flemo es apenas de a chines y en ocasiones? Precisamente es el mismo otorrino de ahora el que me estaba tratando aquella sinusitis de 2011 y principios de 2012. De todos modos, acudí a la consulta para llevarle la prueba de Zinc pendiente más la resonancia magnética.
En la consulta
Ejemplo de amígdalas linguales que no sirven. |
Me examinó las amígdalas linguales con una paleta. Cuando me las frotó y movió con el instrumento sentí molestias fuertes. “Tranquilo a ver”, me decía, pero yo no podía contener el malestar. En la derecha sentí molestia nauseabunda; en la izquierda, apenas muy poquito. Y así se atrevió el galeno a pregonar victoria, diciendo que yo estaba muy mejor. Entonces cuando terminó el chequeo, aproveché el momento para expresar mi resolución definitiva: “Doctor, esta vez he venido en plan definitivo y algo radical. Quiero que me opere las amígdalas linguales y me drene toda esa flema en Cirugía. Ya no puedo siquiera expulsar moco; mi nariz está muy tapada y prefiero que nos vayamos a lo más práctico. He gastado mucha plata en antibióticos, antiinflamatorios, sprays nasales y otras tantas medicinas en un año y medio. Considero que lo que esos fármacos no hicieron en tanto tiempo, ya no lo harán”.
Amígdala lingual hipertrófica. |
Diagnóstico del otorrino (en amarillo) en junio de 2016. |
Ya en un momento dado me hizo dos propuestas, la primera, realizarme una endoscopía de laringe en ayunas para examinar exclusivamente las tonsilas linguales; la otra, que se sometiera mi caso ante una junta de médicos, donde se conociera la opinión de los demás doctores y la de él. Sin embargo, fui estúpido al no reclamar que también la mía sería necesaria. No me defendí como debía. Mi respuesta en cambio fue que mi caso ya tenía año y medio dando vueltas y que yo estaba gastando dinero en fármacos que ya solo hacían un remache pero no curaban el problema de raíz. También le reclamé: “primero usted dijo el verano pasado que las linguales había que sacarlas junto con las palatinas, pero luego que me operaron las palatinas en otra clínica, por las razones que ya usted conoce, ahora dice que no, que las linguales hay que dejarlas. Tengo la prueba original y fotocopias guardadas de su diagnóstico de junio de 2016”. Y con relación a la endoscopía de laringe le recordé que a finales de noviembre de 2016 ya él me había realizado una, cosa que comprobó en su computador. Entonces sugirió realizarme otra para fines comparativos. No me pareció buena la idea de que me hicieran ese estudio otra vez. ¿Para qué? Ya conocía su juego. Él se iba a hacer el loco para afirmar que todo estaba bien, como ya se lo estaba haciendo otras veces, incluyendo esa misma tarde cuando me checó las linguales y no quiso admitir el problema, aunque luego se contradijo cuando reconoció su preocupación por tantas inflamaciones en esa amígdala derecha. Parece que también se le olvidaba que el 7 de junio del año en curso, cuando regresé a consulta, se vio en la obligación de medicarme de nuevo al ver lo súper inflamada que estaba la lingual derecha. Recuerdo cuando me dijo esa tarde que no tomara mucha agua porque me la empeoraba. Me había sugerido que esa noche me tomara una sopa licuada y, que en vez de agua mejor bebiera algo que tuviera sales minerales, como Gatorade. Al día de hoy puedo confesar que todavía por tomar suficiente agua se me hincha esa amígdala derecha. También se me acumulan residuos de comida en esa zona ¿Y eso por qué? No es normal, pero sucede.
Prácticamente le imploré que le pusiera broche de oro a mi caso con la cirugía definitiva, que de seguro ya no tendría que volver más, no solo a su consultorio, sino a la misma clínica. Él se rió a medias y con cierto aire semejante al cinismo, volviendo a rallar en los argumentos anteriores de la preocupación, de la inversión, que no estaba muy seguro (aunque sí lo estuvo en junio del 2016), de la endoscopía de laringe, etc.
Otro recurso inútil e infuncional fue cuando me sugirió prepararme una fórmula para hacer duchas faríngeas con mi máquina irrigadora faríngeo-nasal que él mismo me recomendó comprar en septiembre del 2016, pero los resultados siempre fueron insatisfactorios. Le respondí que cada vez que hacía las irrigaciones faríngeas me producía náuseas en las amígdalas linguales. “¿Te da náuseas?”, me preguntó como si yo fuese un tonto. Parece que él no recordaba muy bien cuando en octubre del 2016 llevé aquel aparato a su consultorio, donde me mostró cómo realizar el proceso y, en medio del ensayo, las duchas faríngeas me produjeron náuseas en la garganta y fue él mismo que me preguntó preocupado aquella vez: “¿qué pasa Iván, te da náuseas?”.
Nos quedamos en silencio por espacio de unos segundos y ya para zanjar el asunto, porque quería irme, le dije que iba a pensar lo de la propuesta y que le daría mi respuesta en cualquier momento. “Piénsalo Iván”, me respondió antes de salir.
Por diplomacia fue que le dije que pensaría lo de su propuesta, pero en verdad no volveré más a su consultorio. No me agrada la idea de una junta de médicos donde no se conozca mi opinión, solo la de él y sus demás colegas que no han padecido mis sufrimientos ni tampoco tratado mi caso. Entonces, ¿qué haré? Buscar otro u otra especialista. ¿Dónde? Ya lo averiguaré.
De momento, hasta que no haya una solución total y definitiva a este problema, esta historia no tendrá su fin.
Continuará...
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