sábado, 10 de septiembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 4)

Me llevaron sentado en una silla de ruedas a la habitación donde debí permanecer por cerca de 8 horas hasta que me dieran de alta. Mi padre estaba allí. Una enfermera me había aconsejado que no hablara mucho. Sentía dos agujeros dentro de mi zona bucofaríngea …y era cierto, las dos palatinas ya no estaban allí. Las linguales estaban intactas. Desconozco si el cirujano me las habría chequeado antes de rajar y sacar las palatinas. Pero aparentemente no las habría checado en aquel momento, como tampoco lo hizo cuando le visité por primera vez a finales de junio.


Por Iván Ottenwalder

El 11 de julio visité a un cardiólogo de la Clínica Gómez Patiño para lo de la prueba cardiovascular. El especialista del corazón, luego de hacerme algunas preguntas sobre mis antecedentes clínicos, procedió a examinarme. Al final del estudio me dijo que debería ir al neumólogo y que lo iba a sugerir en el formulario de evaluación. El galeno llenó el documento y en el encasillado de las observaciones recomendaba que el paciente Iván Ottenwalder visitara primero a un neumólogo antes del proceso quirúrgico. Por lo demás todo estaba bien. “Tu corazón está en perfecto estado. Te puedes operar perfectamente bien. Pero quiero que vayas primero al neumólogo. Te conviene”, me aconsejó.
 
El martes 12 le llevé la evaluación cardiológica al otorrino. Él la leyó rápidamente, obviando la sugerencia sobre referirme a un neumólogo antes del procedimiento quirúrgico pautado para el jueves 14. Agarró aquel documento y, junto a los análisis de sangre hechos dos semanas atrás, los grapó y metió en un sobre. “Tómalo y tráelo el día de la operación temprano por la mañana”, me pidió.

Aunque reconociendo que aquel hombre era un sujeto volátil, había decidido operarme con él por razones económicas, no porque fuese el médico de mi simpatía. Sus honorarios eran de apenas 20 mil pesos y los demás gastos fueron cubiertos en su totalidad por mi seguro. De los 20 mil del especialista solo tuve que pagar 12 mil, ya que la aseguradora me cubrió 8 mil pesos.

Visita al neumólogo

Un día antes de la operación, el miércoles 13, tomé la decisión de visitar a mi neumólogo en el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades. Desde 2004 me había tratado con aquel profesional quien pudo controlar mi asma por unos buenos años. La última vez que le visité fue en marzo de 2015, una semana antes de mi primer viaje a Cuba.

El motivo de mi visita fue para que me realizara una espirometría, pues la última que me hizo fue en la primavera del 2011 y cuyos resultados habían sido satisfactorios. También le hablé de mi cirugía pactada para el día siguiente.

Le había explicado al doctor que la operación sería en la Clínica Gómez Patiño, pero que en verdad hubiese preferido que fuese en Otorrinolaringología y Especialidades, con mi especialista que laboraba en ese mismo centro hospitalario. “Ha sido por culpa de la huelga y este hospital me cotizó la operación en 90,300 pesos, mientras que en la otra solo tendré que pagar 12 mil. Me ha dolido mucho esta decisión, pues el otorrino que mejor ha tratado mis patologías y sensibilidades ha sido de este centro”, le conté.

La espirometría

Esta vez no me había ido muy bien. Tuve problemas para tomar el aire y botarlo dentro del tubo en varias ocasiones. Después de dos buenas espirometrías en 2007 y
2011 había desmejorado bastante. El neumólogo me preguntó si estaba congestionado. Le respondí que sí y de inmediato buscó un inhalador Ventolín para descongestionarme.

“Iván, no te operes mañana, por favor. Mejor pospón esa cirugía para dentro de seis días. Es que no quiero que te ocurra algo malo. Es bueno que llegues sano al quirófano. Quiero repetirte la espirometría para la semana próxima. Por el momento te voy a indicar un antialérgico y una Elixofilina para que lo tomes por siete días. Tú verás que ya en seis o siete días te podrás operar perfectamente bien”, me suplicó como un gran amigo.

“Dile al médico que te va a operar que me llame por teléfono, que quiero hablar con él. Dale mi tarjeta que ahí está mi número anotado”, me pidió.

Le pregunté al doctor como estuvo la edad funcional de mis pulmones en el estudio, pero él prefirió no darme el resultado hasta que regresara la semana próxima. Tenía la nariz congestionada, echando secreción, y también estornudos.

Una vez me retiré del consultorio, salí a la calle y abordé un autobús en la avenida 27 de Febrero. Busqué mi celular dentro de un bolsillo del pantalón y telefoneé al otorrino de la Gómez Patiño que me operaría al día siguiente.

“Doctor, es Iván Ottenwalder. Le estoy llamando porque acabo de salir de una consulta con mi neumólogo. Me ha hecho una espirometría, en la cual no salí bien, y sugiere que posponga mi cirugía para dentro de siete días. Me ha dicho que quiere hablar con usted y me ha dado una tarjeta con su número telefónico para entregársela”, le relaté todo lo sucedido.

“No, no, no, no. Yo no opero más pacientes después de esta semana. Ya la semana que viene me retiro del área de cirugía y no opero a un paciente más. O te operas mañana o ve a ver lo que haces, pero ya mañana es mi último día como cirujano”, me respondió alarmado.

“Doctor, pero es que mi neumólogo no me haya bien. Me encontró sofocado y tuvo que echarme aire con un espray para el asma, además de que me ha puesto un tratamiento por siete días. Él dice que la semana próxima me conviene más”, le insistí.

“¡Pero eso se resuelve con una inyección! Ehhh, mira, mañana es el último día que opero, ya he rebotado como a diez pacientes. Decide lo que tú vas a hacer. Después de mañana no opero a nadie más”, me enfatizó con determinación e incomodidad.

Poco después del mediodía compré los medicamentos prescritos por el neumólogo en una farmacia por la avenida Tiradentes y luego me marché a casa.

Como a las tres de la tarde visité al otorrino en la Gómez Patiño. Fui a reiterarle la sugerencia de mi neumólogo. Pero el especialista en oídos, nariz y garganta, se mantenía igual de intransigente. Al final terminé aceptando la inyección que me indicó, cuyo nombre se me la olvidado ahora.

Salí del consultorio y reflexioné en el camino. No me pondría esa inyección, pues ya había empezado a ingerir los fármacos del neumólogo. Me dije a mí mismo que ya no me quedaba de otra, que aquel tipo era de los escasos otorrinolaringólogos que estaban aceptando el seguro médico y que no desperdiciaría la oportunidad de que me sacaran esas hediondas e hipertróficas amígdalas. También odié con todas mis fuerzas a la muchacha aquella del mal aliento de la cual tenía mis sospechas. Si no la hubiese besado, si no hubiese tenido sexo con ella, esta hediondez e infección de mierda, jamás hubiese ocurrido, pensaba a cada instante. Yo también admití parte de la culpa por haberme fijado en esa infeliz, en aquella pobre frustrada, que quizás su pírrico e indignante presupuesto mensual no le alcanzaban ni para un mísero enjuague bucal, y mucho menos para visitar a un odontólogo o médico de la garganta. Me sentía como un comemierda. Para colmo, a mi mente llegaban como ráfagas las hirientes y duras palabras de mi enemigo intelectual cuando me decía: “Eso te pasa porque eres un putero. Todo tu dinero te lo gastas en putas”. Pero eso no era así. Aquel pasado de prostitutas ocasionales ya lo había dejado atrás hacía tres años y medio.

Lo más terrible de esta batalla era que la estaba llevando a cabo solo. Ni siquiera un mísero familiar se dignaba en acompañarme a una de mis tantas citas médicas. Ni mi madre, en la bancarrota y muy ocupada en su miserable tiendita de fármacos veterinarios; ni el terco y duro de mi padre, que solo se limitaba a decir que estaba cansado y viejo. Mi hermano, ni hablar. Él también pasa por situaciones financieras difíciles que mejor ni mencionar. Yo era lo menos importante entre el cúmulo de problemáticas de los demás

El día de la cirugía

El jueves 14 de julio, temprano en la mañana, se efectuaría la operación. Mi padre me acompañó a la clínica. Lo hizo por el requisito de los hospitales de que en casos de cirugía el paciente debería ir acompañado de un familiar. Solo así.

Llegamos temprano a la Gómez Patiño, a eso de las 6:30 de la mañana. En el área de facturación mostré el sobre con los resultados previamente realizados. Llené un formulario, lo firmé y mi padre hizo lo mismo cuando le expliqué que también tenía que hacerlo. Finalmente, me colocaron una pulsera plástica en una de mis muñecas y una enfermera me acompañó a una sala de espera llena de camas. A mi padre le había entregado mi mochila, celular, billetera y llaves de la casa para que me los cuidara. No podía entrar con esos objetos al área de espera.

Dentro de aquella antesala me indicaron lo que tenía que hacer: desvestirme y colocarme una bata que cubriría todo mi cuerpo. Me colocaron un suero y me pidieron que esperara mi turno después que operaran a dos niños.

La operación incompleta

Llegado mi turno un enfermero me encaminó al quirófano. Me acostaron en la camilla, tomaron mi presión y anestesiaron. Caí en un sueño total. Cuando abrí los ojos ya estaba operado. ¡Ni cuenta me había dado!

Me llevaron sentado en una silla de ruedas a la habitación donde debí permanecer por cerca de 8 horas hasta que me dieran de alta. Mi padre estaba allí. Una enfermera me había aconsejado que no hablara mucho. Sentía dos agujeros dentro de mi zona bucofaríngea …y era cierto, las dos palatinas ya no estaban allí. Las linguales estaban intactas. Desconozco si el cirujano me las habría chequeado antes de rajar y sacar las palatinas. Pero aparentemente no las habría checado en aquel momento, como tampoco lo hizo cuando le visité por primera vez a finales de junio.

Aún sabiendo de las recomendaciones de no hablar mucho, me puse a parlar con mi padre y luego con mi madre cuando esta fue a verme al cuarto donde estaba alojado. Me llevó un helado y jugo de manzana. Encendió el televisor, pero aquella programación me aburría, de modo que no le presté atención y mejor preferí leer unos de los ejemplares del diario El País que tenía guardado en mi mochila.

La visita de mi madre duró casi dos horas. Ella tenía compromisos y tuvo que retirarse.

A eso de las 4 de la tarde el otorrino fue a verme a la habitación. Habló conmigo y con mi padre, a quien le entregó la licencia médica en la cual me prescribía descanso por 15 días. También me indicó un analgésico y una penicilina benzatínica para que me la inyectasen solo en caso de fiebre.

Minutos más tarde se armó una bronca en la habitación que estaba frente a la mía. Una pareja de esposos discutían airadamente y se caían a golpes por una discusión sobre el cuidado de su hija que estaba recién operada. “Papi, mami, por favor, no peleen”, les imploraba la pequeña infante. Pude escuchar desde mi cama aquella bochornosa escena. Luego me enteraría que los padres de la niña la habían dejado sola en su habitación, mientras ellos dirimían sus conflictos en una fiscalía.

Para las 6:30 de la tarde la hora de recoger había llegado. Mi padre salió al parqueo a esperarme en su vehículo, una yipeta Hyundai Santa Fe modelo 2003. Un enfermero me llevó en una silla de ruedas hacia donde estaba el vehículo de mi progenitor. En verdad yo podía caminar de lo más normal, pero por cuestiones de rigor acepté la ayudantía y hasta dejé una propina.

En casa

Una vez en casa traté de llevar un ritmo de vida normal. Me senté en una silla y encendí mi laptop por un instante. Más tarde llegaron mi madre y mi tía Mirtha quien me trajo yogures, varios cubos de helados y compotas. No podía comer nada sólido en esos 15 días, solo puros líquidos y alimentos muy blandos.

Para las 9 de la noche me dio ganas de ir a la cama. Mi tía, mi madre y yo conversamos por un ratito hasta que el sueño empezó a doblegarme. “Duerme boca arriba por unos cuantos días mi hijo, acuérdate que estás recién operado”, me recomendó mi mamá. Para mi desgracia, no le presté mucha atención a su consejo, pues ni siquiera el otorrino me lo había recomendado cuando fue a verme a la habitación de la clínica. Pensé que dormir boca abajo no me afectaría en nada mi operada garganta.

Cuando las mujeres apagaron la luz de mi dormitorio, cerraron la puerta y se marcharon, me recosté boca abajo, como siempre solía hacer. El desconocimiento sobre cómo dormir en casos post operatorios se apoderaba de mí.


Continuará…

jueves, 8 de septiembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 3)



Para mí, honestamente no era algo agradable tener que abandonar a mi especialista, al otorrino que mejor me conocía, que siempre había tratado mis afecciones de forma exitosa, amparado en el estricto rigor científico profesional.


Por Iván Ottenwalder

Para principios de junio, específicamente el día 2, tenía mi vuelo reservado para volar hacia La Habana, Cuba. El Internacional Cuba Scrabble que estaba previsto a desarrollarse en el mes de marzo, para la fecha de Semana Santa, terminó siendo aplazado para noviembre. De modo que en esta ocasión, a diferencia del 2015, no participaría en el torneo internacional cubano, sino en un nacional mensual, el correspondiente a junio.


Aunque fuese a competir a un torneo de menor envergadura, ya todo estaba decidido. Un avión esperaría por mí el jueves 2, a la una y treinta de la tarde.

El miércoles 1, justo al mediodía, me llamaron de la agencia Cubana de Aviación para informarme que el vuelo CU-201 había sido cancelado y que en su lugar volaría en otro, pero para el viernes 3 en horario de la tarde.

No tendría inconvenientes en saber esperar un día más. Aunque a veces no entendemos por qué ocurren las cosas, luego me enteraría, gracias a unas cubanas que viajaron el mismo día 3, que el avión CU-201, un viejo modelo ANTONOV, se había dañado y que no se sabía con exactitud si lo iban a sacar definitivamente de circulación o a reparar.

Ese mismo viernes, amén de que pude viajar, acaeció algo inesperado: mi amígdala derecha empezó a exudarse y paulatinamente regresó la apestosa halitosis a mi garganta que había dado por superada semanas atrás. Temprano por la mañana notaba los síntomas, pero ya tenía un boleto comprado y no estaba dispuesto a perder mi vuelo ni mis ansiadas vacaciones. Quería jugar scrabble con mis amigos, en el torneo y en los entrenamientos. En República Dominicana esta práctica se me hace imposible dado el poco interés que muestran los dominicanos por los pasatiempos educativos. El que vive en este país suele estar encadenado al mismo círculo vicioso de siempre: jugar Dominó, parlar mucho de política, béisbol, bebidas alcohólicas, mujeres y otras cuantas francachelas. Los cristianos evangélicos, que tampoco son muy dados al cultivo intelectual, se limitan a frecuentar mucho su iglesia, leer ansiosamente la biblia y convencer a otros para que se conviertan al evangelio. En pocas palabras, ni los mundanos ni los que se autoproclaman ser los verdaderos cristianos, sienten afición por hábitos como el scrabble. Prácticamente no lo conocen, y quienes lo jugaron alguna vez, en la infancia o adolescencia, luego se desentendieron de éste y lo arrinconaron en algún rincón de la vivienda. Muchos alegan no tener tiempo para practicarlo. Lo mismo pasa con el Rumikub, el UNO y Pictionary. Bueno, al menos hay uno que está calando un poco en las juventudes de las clases medias y altas: el juego de Pokemón. También el ajedrez ha ido proliferando un poco y ya abundan algunos escasos clubes del conocido juego ciencia.

El estreptococo en La Habana.

Durante toda mi existencia jamás había recibido en unas vacaciones un regalito tan repugnante y aciago como la amigdalitis estreptocócica. Esa afección, que había remitido por casi mes y medio, me acompañó desde el avión el viernes 3 de junio y no me dejó en paz en los 10 días de estancia habanera. Los antibióticos y antiinflamatorios prescritos por mi otorrino del Centro Médico de Otorrinolaringología y Especialidades surtieron un buen efecto, pero por poco tiempo. Aquella bacteria se había alojado en mis amígdalas y negado a largarse. Con ese tipo de malestar tuve que lidiar durante mis diez días habaneros.


De poco sirvió el apoyo que me brindó mi entrañable amiga escrablera cubana, Odalys Figuerola, quien me acompañó a una unidad de atención primaria para que una médica general me checara la garganta. La doctora, paleta y foco en manos, me observó todas las tonsilas y su diagnóstico fue que la derecha estaba muy exudada y con plaquitas de pus. Me indicó tomar tres azitromicinas de 500 mg. (una diaria), hacer gargarismos con té de manzanilla y un antibiograma una vez llegase a Santo Domingo. La primera pastilla solo me mejoró por un día, pero al siguiente, aquella afección volvió. Nada pudieron hacer por mí la segunda ni la tercera.

A pesar de la inflamación, el picor y el mal aliento, pude jugar todo el scrabble que me vino en ganas, quemar la fiebre que no pude en Santo Domingo desde junio del 2015 cuando Wagner Méndez y yo jugamos por última vez.

De vuelta en Santo Domingo

Una vez de regreso en Santo Domingo tuve que acudir, tres días más tarde, donde mi especialista. Él me examinó la garganta. “Yo creo que ya tú tienes un boleto ganado para una cirugía”, consideró. Estuve de acuerdo en ello, pues no quería seguir con esta terrible zozobra llamada amigdalitis estreptocócica. Lo primero que hizo fue indicarme una combinación de antibióticos más un antiinflamatorio para tomar por 10 días. Me pidió verme de nuevo en la semana siguiente para prescribirme los análisis y entregarme la hoja de cotización de honorarios y demás gastos por cirugía.

Volví el 21 de junio. La prescripción para hacerme los numerosos análisis más la hoja de cotización del proceso quirúrgico me fue entregada por el experto en oídos, nariz y garganta. Quedamos que una vez me hiciese todos los estudios y se los llevase junto a la hoja de cotización de gastos completada por la administración de la clínica, procederíamos a coordinar la fecha para la amigdalectomía lingual y palatina, como lo había perfectamente especificado, no solo en la hoja para fines de cotización, sino también en la referencia cardiovascular y la prueba pre anestésica.

Me acerqué a la administración del Centro Médico de Otorrinolaringología y Especialidades para me que llenaran la hoja de cotización. En 10 minutos ya me la tenían lista con los montos anotados. El total fue RD$90,300.00, suma que me pareció estratosférica y fuera del alcance de mis bolsillos. “Tiene que traé ese dinero ante de operate. Ya tú sabe, si te quiere operá debe traé esa cantida”, me explicó con desmesura e interés un empleado de vestimenta formal y corbata.

No rechisté nada pensando que quizás el seguro me calcularía unos buenos reembolsos. Visite la aseguradora pocos días después para que también me hicieran sus cálculos. Una representante me explicó que debido a que los otorrinolaringólogos estaban todos en huelga, para los casos de cirugías la ARS solo les reembolsaban a los asegurados del plan básico un 80% de los honorarios del médico y de los anestesiólogos. Pero ese 80% de reembolso era en base a los montos contratados de la ARS con la clínica donde me operaría. Por ejemplo, si los honorarios del galeno eran de 50 mil pesos y el monto contratado de la aseguradora con ese especialista era de apenas 8 mil pesos, lo que me reembolsarían a mí sería un 80% en base a los 8 mil, no a los 50 mil. Si la anestesiología era de 17,500 pesos pero el monto contratado de la ARS con la clínica era de 9 mil pesos, pues mi reembolso sería de un 80% en base a esos 9 mil, no en base a los 17,500. Al final, sacando cuentas, caí en la conclusión de que no me convendría. Me pasó por la cabeza en ese instante hablar con mi doctor y proponerle al menos que me medicara por siete u 8 meses hasta que juntara la plata para pagar el monto que me cotizaba el hospital. Pero no lo hice. Preferí preguntar a la representante si había algunos especialistas que trabajasen con el seguro. Ella me contó que en la Clínica Gómez Patiño había dos que sí lo recibían y me dio el nombre de uno de ellos. Al día siguiente visité la Gómez Patiño y le consulté.

Para mí, honestamente no era algo agradable tener que abandonar a mi especialista, al otorrino que mejor me conocía, que siempre había tratado mis afecciones de forma exitosa, amparado en el estricto rigor científico profesional. No importa la camada de análisis que me prescribiera. A mí me fascinaba su método. Él siempre me dejaba como nuevo a los pocos días de tratamiento. Con los demás otorrinos que he consultado, la historia desgraciadamente no ha sido igual.

Le conté al otorrinolaringólogo de la Gómez Patiño toda mi situación en pocas palabras. Le mostré la hoja timbrada con los elevados montos cotizados por el hospital donde, en primera instancia, pretendía operarme con mi médico. Le dije que esa era la razón por la que no podía operarme en aquel centro y había decidido acudir entonces a la Gómez Patiño por la cobertura del seguro. “En verdad, yo quería operarme con mi especialista, que me ha atendido desde 2011, pero ese precio está muy elevado y no me lo puedo costear”, le expliqué.

Diagnóstico del médico del Centro de Otorrinolaringología y Especialidades (subrayado en amarillo).
El galeno lo entendió. Me chequeó las dos amígdalas palatinas con el foquito de luz de su celular, pero me sorprendió que no me hiciera un estudio completo. Ni siquiera me evaluó las linguales, los oídos y las fosas nasales. Pero yo de tonto, y como no sabía en aquel momento cuáles eran las amígdalas linguales, me dejé llevar sin preguntar. Ese error de ambos, pero más de él como médico, terminaría luego creándome una situación incómoda. Él pudo haber leído con detenimiento la oración que decía Cotización promedio Cirugía (amigdalectomía lingual y palatina) en la hoja de cotización del otro centro hospitalario. Estaba todo bien claro. Antes de entrar a los montos detallados estaba perfectamente escrita aquella sentencia en formato digital.

Esos son los errores que jamás deberían ocurrir. Es cierto que ojeó aquel papel a locas, pero no es menos cierto que, por precaución, debió mandarme a sentar en el sillón de los pacientes y realizarme una evaluación completita, y más tratándose de un ser humano que lo visitaba por primera vez. Un médico no debe examinar a un paciente que le consulta por vez primera dizque con la iluminación de un celular.

El despistado especialista me prescribió algunos análisis para realizármelos cuanto antes. Me los hice a los pocos días y se los llevé. Luego me anotó en un papel timbrado la indicación para llevar a la aseguradora. También lo hice. Por último, me refirió a donde el cardiólogo para la prueba cardiovascular. Una vez realizada acordamos la cirugía para el jueves 14 de julio.

Dos semanas antes le había hecho una visita de cortesía a la secretaria de mi otorrino en Otorrinolaringología y Especialidades para explicarle sobre mi decisión tomada y lo mucho que lamentaba no poder operarme con él. Todo por razones económicas. Dentro de mi interior me dolía la decisión que había elegido …pero eran mis bolsillos.

Continuará…

domingo, 4 de septiembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 2)



Por Iván Ottenwalder

Al ver la nula efectividad en los fármacos prescritos por el otorrino del Centro Médico Real, decidí entonces tomar otra decisión. Aquel galeno me había fallado dos veces en el año, mientras mi salud seguía resquebrajándose. En alrededor de un mes y medio había perdido como 9 libras. Para el 7 de abril contaba con 157 libras y para principios de febrero mi pesaje era de 166. También estaba harto de los mareos, abatimientos, hormigueos corporales e inapetencias ocasionales. Independientemente de para qué fin viniera a nacer en este mundo, aquello no lo merecía.

Fue entonces cuando el viernes 8 de abril, después de más de dos años, hice turno para volver a consultar a mi antiguo otorrino en el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades. Tenía una fe ciega en que él daría con mi caso. Desde hacía semanas ya venía imaginando que quizás lo mío se tratase de una bacteria alojada en una de las amígdalas. Había investigado en Internet sobre lo que eran los estreptococos y estafilococos. Sin ser médico, daba casi por sentado de que estaba siendo afectado por una de esas dos bacterias.

Después de esperar por casi media hora llegó mi turno de entrar al consultorio. Lo saludé con una broma de buen gusto: “El buen paciente a su médico vuelve”. El doctor se rió y después de un saludo muy afable me pidió que le contara sobre mi visita.

Le hablé de mi terrible molestia y dolor en la amígdala derecha. También sobre las fluctuaciones de mis glóbulos blancos y rojos de acuerdo a mis últimos hemogramas de febrero y marzo. Como todo un sabio profesor, pues también lo ha sido de Anatomía en una universidad, me explicó la diferencia que puede haber entre una inflamación y una infección. Sobre las fluctuaciones entre mis glóbulos blancos y rojos, las cuales pudo visualizar en los hemogramas de los meses anteriores que les llevé, me refirió visitar a una hematóloga. Luego me realizó un chequeo completo, oídos, nariz y garganta. Empleó una paleta e iluminación para observar todas las amígdalas. Le hizo un poquito de presión a la palatina derecha y me quejé de dolor. “Ya, tranquilo Iván”. Primero me prescribió una jugosa cantidad de pruebas bucofaríngeas para realizármelas dentro de siete días y en ayunas. Esto debido a que aún tenía los efectos de la azitromicina en mi organismo y era necesario que estuviera libre de antibióticos para el día de los análisis. Para el dolor me prescribió unas efectivas pastillas las cuales me sentaron muy bien. Solo debería tomarlas en caso de dolor, nomás.

“Vete tranquilo Iván. Cuando tengas los análisis que te indiqué me los traes. Si la hematóloga te prescribe algunos, te los hace todos juntos el mismo día. Tú verás que eso tiene solución”, me aseguró.

Salí del consultorio con un aura muy positiva. “Este hombre sabe de lo suyo y tengo un pálpito de que esta vez sí me voy a recuperar”, fue mi monólogo.

Si el especialista del Real hubiese procedido en mi caso de esa misma manera, es posible que me hubiese curado y mantenido como paciente por mucho tiempo. Desgraciadamente en República Dominicana la medicina aún tiene muchas debilidades y no todos los médicos escudriñan como se debe.

Consulta con la hematóloga

Para el martes 12 de abril acudí al Centro de Oncología Médica (CECANOT) para la consulta con la hematóloga que me había referido mi otorrino. Arribé al hospital bien temprano, a eso de las 8 de la mañana, e hice turno. La especialista llegaría cercana a las 9:00 a.m.

“Iván, puedes pasar, ya la doctora está adentro”, me indicó la secretaría de la recepción. Una vez dentro nos saludamos. Le informé por quién iba referido y por qué estaba allí. Ella me tomó mis datos generales y me hizo preguntas correspondientes a mi historial clínico. Luego de ese proceso introductorio, vino entonces otra sesión de preguntas. Aquella mujer, delgada y preciosa mulata, me realizó variadas preguntas en torno a mi estado de salud actual.

Finalizado aquel interrogatorio me condujo a una camilla para realizarme una evaluación general  …hasta me checó todas las amígdalas. Me comentó que no las veía tan feas, que de seguro mi caso tendría solución. Por lo demás, me halló en perfecto estado. “Por mí, hasta te recomendaría que practiques cualquier clase de deporte que gustes”, me manifestó. De todos modos me anotó en una hoja timbrada una numerosa cantidad de análisis sanguíneos para que me los realizara, preferiblemente, el mismo día que las pruebas bucofaríngeas prescritas por el otorrino. Por último, agregó que no me indicaría medicamentos porque a su entender yo estaba muy bien.

Acordé llevarle los resultados en la semana próxima

Las pruebas sanguíneas y bucofaríngeas

El jueves 14 de abril, temprano en la mañana y sin nada en el estómago, ya que debía estar en ayunas, me encaminé al laboratorio para que me realizaran todos los análisis, los prescritos por el otorrino y por la hematóloga.

Había tomado el día libre para esos fines. Nunca en mi vida me habían realizado tantas pruebas bucofaríngeas, pero estaba consciente que eran necesarias para determinar el tipo de patógeno del cual estaba siendo víctima. Me frotaron muchos largos hisopos por las zonas de mi faringe y por las amígdalas palatinas. Sentía cosquilleos, pero los resistí. Ya para las 10 de la mañana todos los estudios estaban realizados.

Para el lunes 18 fui al laboratorio a recoger mis resultados. Todos estaban normales, excepto uno. Y ese uno era lo que yo venía suponiendo como una posibilidad. Se trataba de un estreptococo tipo A.  Se los llevé al otorrino esa misma mañana. Los vio todos uno a uno y exclamó: “Iván, ¡pero tú estás más bien que Lola! Lo que tú tienes es solamente un estreptococo A”.
 
Le había recordado que la azitromicina que me había prescrito el otro especialista no me había funcionado. “Eso no te iba sé na”, me contestó. “Te voy indicar algo más fuerte llamado ZINAT, de 500 mg.  y el AERIUS, que creo que lo conoces porque te lo había puesto hace unos cuantos años”, agregó.

Me entregó la receta, especificándome como tomar los fármacos. Me pidió que volviera la semana próxima para evaluarme de nuevo.

Esa misma noche inicié el tratamiento y sentí una mejora paulatina. En los días siguientes más aún. También regresé donde la hematóloga para llevarle los resultados que me había prescrito. Los encontró muy bien, salvo los eosinófilos y reticulocitos, ligeramente altos. En cuanto al estreptococo tipo A me comentó que lo superaría perfectamente. No me indicó ningún fármaco debido a que no lo consideraba necesario.

Para el 22 de abril, día de mi cumpleaños, fui al cine con mi hermano a ver una película sobre la vida de Bobby Fischer, el ajedrecista estadounidense campeón mundial de 1972. Ese tipo de filmes no eran los favoritos de Carlos, pero a mí me encantan. La miró por complacerme, por ser mi aniversario de vida número 41.

A la semana siguiente regresé donde el especialista para una chequeo general. Me encontró las tonsilas muy mejores. Y era cierto, ya que aquellos síntomas molestosos se habían ido. “Me voy a enfocar ahora en desinflamar esa amígdala”, me explicó. Me prescribió la lisozima de 250 mg., el AERIUS 5mg. por tres meses, un FLUCONAZOL de 150 mg. por dos semanas (una pastilla en cada una) y algunas recomendaciones: tomar 3 litros de agua al día, hacer gargarismos de manzanilla y realizar enjuagues bucales. Le conté que deseaba volar a La Habana para principios de junio. “Me gustaría verte antes de que te vayas”, me sugirió. De modo que me puso una cita para finales de mayo, días antes de mi vuelo.

El maravilloso mes de mayo

Después de aquella cita médica tan oportuna aproveché la tarde del día para hacerme de los fármacos prescritos en una farmacia cercana a casa. Inicié esa segunda fase del tratamiento que me sentó bastante bien. Aquel otorrinolaringólogo, tan consagrado a su profesión, que a diario llegaba más temprano de la cuenta a su consultorio, que protegía a todos sus pacientes por igual, indicándoles numerosas pruebas, siempre amparado en el estricto rigor científico, se había ganado mi respeto y admiración desde aquel 2011 en que, por una infección de oído, me había prescrito un cultivo de secreción para determinar el tipo de hongo que había pillado aquella vez.

Mayo fue un mes maravilloso, muy distinto a las pesadillas sufridas en febrero, marzo y principios de abril. Ya no sentía el picor en la amígdala derecha, ni la hediondez, ni esos pinchazos al oído derecho que eran productos de la infección bacteriana. Mis días corrían llenos de felicidad. Fui al banco a retirar el dinero para comprar mi boleto aéreo a Cuba por 11 días (del 2 al 12 de junio). Asistía a mi lugar de trabajo cargado de mucho entusiasmo y mi cerebro cada vez generaba mejores iniciativas. Le escribía por correo a todas mis amistades cubanas del scrabble de lo bien que me sentía de salud. Comía con buen apetito y retomaba mis caminatas vespertinas  de dos horas diarias. Todo me estaba saliendo a pedir de boca.

Última cita: lunes 30 de mayo

El lunes 30 de mayo, en horas de la mañana, asistí a la cita prevista con el otorrino. Todo sería para un chequeo general antes de marcharme de vacaciones hacia La Habana.

“¿Cómo te has sentido Iván?”, me preguntó. Le respondí que como nuevo. Me condujo al sillón para evaluarme. Primero me checó los oídos, luego los orificios nasales y por último la garganta. “Iván, ¡pero tú estás muy bien, ya del otro lado!”, exclamó. Me deseó un feliz viaje y unas vacaciones muy plácidas. También me recomendó seguir haciendo las gárgaras, tomando mucha agua y el AERIUS por el tiempo que faltaba.

“Iván, espero que me vengas a ver como en 20 años”, bromeó y nos despedimos con un apretón de manos.


Continuará…