jueves, 14 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 15)

El jueves 13 de julio decidí regresar al consultorio dental, pues ya no estaba en disposición de seguir aguantando tantas recurrencias e inflamaciones en las encías afectadas. Llegué poco después de las tres de la tarde y ya para las cuatro había llegado mi turno. La especialista me checó las encías. Me dijo que la enferma era solo la que estaba encima de la corona dental.

Por Iván Ottenwalder

El martes 11 de julio y con la referencia indicada por la otorrinolaringóloga me dirigí a la consulta la con la gastroenteróloga en el Centro Médico UCE. Hice mi turno desde las 3:20 de la tarde hasta la hora de llegada de la especialista de las vías digestivas.

Llegado el momento entré de primero al consultorio. La doctora me tomó los datos generales y me realizó algunas preguntas de rigor sobre mis antecedentes clínicos. Las respondí todas, algunas con brevedad y otras con detalles.

Antes de examinarse me tomó la presión la cual se hallaba estable dentro de los rangos. Luego me auscultó los órganos con el estetoscopio  y finalmente me hizo presión en varias zonas de mi barriga y abdomen para determinar si sentía dolor. No los sentía en absoluto.

Después de finalizado el chequeo me hizo la indicación para la prueba cardiovascular y, finalmente, la de la gastroendoscopía con biopsia. La especialista se había quedado con la referencia de la otorrino en la que especificaba que el paciente Iván Ottenwalder padecía de gastritis universal y reflujo gástrico del duodeno según el último estudio gastroendoscópico del año 2016. En el informe también diagnosticaba faringitis y laringitis aguda.

La gastroenteróloga anexó la prescripción de la endoscopía  a un croquis donde precisaba la clínica donde me harían el estudio. Me explicó que debía estar en ayunas ese día. La fecha la acordaríamos en otro instante.

Prueba cardiovascular

Ese mismo día, al salir del consultorio de la gastroenteróloga, indagué sobre la existencia de un cardiólogo para realizarme el estudio del corazón y la presión. Hallé información sobre uno que laboraba en uno de los edificios de la UCE. Hablé con su secretaria y fijé cita para el día siguiente en horas vespertinas.

El miércoles 12 en la tarde hice la visita al cardiólogo para el chequeo. Luego de un breve interrogatorio de rigor me realizó la evaluación. Al final me dijo que mi corazón y presión estaban en estado óptimos. Escribió su informe y se lo llevé de inmediato a la médica del estómago e intestino. Ella lo vio y me recomendó llevarlo el día de la endoscopía, acordada para el sábado de la semana posterior. También me devolvió mi paraguas que por olvido había dejado en su consultorio la tarde anterior.

De nuevo a la odontóloga

El jueves 13 de julio decidí regresar al consultorio dental, pues ya no estaba en disposición de seguir aguantando tantas recurrencias e inflamaciones en las encías afectadas. Llegué poco después de las tres de la tarde y ya para las cuatro había llegado mi turno. La especialista me checó las encías. Me dijo que la enferma era solo la que estaba encima de la corona dental. “¿Pero no eran las dos encías, esas que cubren las dos últimas muelas de la parte superior derecha?”, le pregunté sorprendido. Ella me respondió que la placa solo había mostrado infecciones en una sola. “¡Tú la viste Iván?! ¿Tú creíste que eran las dos últimas? No, era solo la que está encima de la coronita. Lo que pasa que tenía dos puntos de infecciones, pero era solo una”, me explicó la dentista.

Luego de recostarme en la camilla de los pacientes empezó el proceso. Primero la fuerte anestesia por toda el área circundante a la coronita y después el proceso de arrancamiento el cual duró como 20 minutos ya que hubo que romper pedazo a pedazo para finalmente extraer lo que quedaba de raíz. Efectivamente, estaba infectado. “Mira acá. Esa es la infección. Ahí la ves en estos dos lados y en el fondo de la raíz dental”, me mostró la odontóloga con la muela inservible en la palma de su mano.

La especialista dio unos cuantos puntos de sutura en el hueco donde antes estaba la coronita y raíz dental.

¿Y como diablos esa encía llegó a inflamarse?

Lo más que puedo revelar sobre esto son apenas sospechas. Lo que siempre me preocupó fue que desde febrero de 2016 esa encía se veía muy alterada en contraste con la de su par en el lado izquierdo, que lucía normal. Nunca le presté atención a aquel detalle, pero fue en noviembre de ese año cuando una odontóloga de AMERIDENT, antes de realizarme una limpieza profunda, me comentó que cerca de la coronita dental habían algunas plaquitas bacterianas y un poco de sarro alrededor. Fue en ese mismo instante que recordé aquello de la alteración de esa encía. Para el mes de marzo del 2017 parte de esta se me había hinchado más todavía y producido dolor en la pieza dental. Me exprimí aquel bulto inflamatorio y brotó líquido apestoso. A los pocos días de haber visitado la dentista se produjo otra inflamación. La siguiente recurrencia fue en junio del presente año, cuando la doctora le tomó una placa a la zona afectada. Pero la última de todas, la que colmó mi paciencia, fue a principios de julio.

No quiero lucir injusto ni mucho menos inmisericorde, pero una vez más voy a acusar a Maribel. Mis sospechas de nuevo apuntan hacia ella. Aquella chica infeliz y de apestoso aliento bucal con la que tuve sexo y cometí la torpeza de besarme con ella varias veces entre finales de enero y principios de febrero de 2016, bien pudo haberme infectado, no solo la amígdala palatina derecha, sino también aquella encía y, ¿quién sabe?, si de paso la lingual derecha, que siempre se inflama y de la cual brotan mis síntomas ocasionales de náuseas. La naturaleza suele ser más sabia de lo que se cree y el tiempo poner las cosas en su justo lugar.

Ocho días después de la extracción dental volví al consultorio para que me descosieran los puntos. Antes de retirarme le pregunté a la médica si no existía posibilidad alguna de que esa encía volviese otra vez a infectarse e inflamarse. Su respuesta fue un “yo no creo. Después que te saqué la raíz dental y se vio que la infección estaba allí, es muy difícil que eso vuelva a ocurrir”. Le creí, me despedí cortésmente y me retiré.

Día de la gastroendoscopía

El sábado 22 de julio temprano en la mañana mi padre me acompañó al hospital para el estudio gastroendoscópico. Llegamos a eso de las 7 de la mañana. La puerta del hospital estaba cerrada y tuvimos que esperar al menos media hora hasta que el encargado de seguridad la abriera. Había mucha gente esperando afuera.

Ya dentro de aquel centro especializado en estudios endoscópicos y colonoscópicos dos recepcionistas empezaron a recibir nuestros números y carnets médicos. Yo era el número 13, el de la mala suerte, según la cábala, aunque no suelo perder mi tiempo pensando en esas supersticiones. Durante mi infancia, en los años 80, viví en una casa número 13; el consultorio de la otorrino a la que he estado visitando desde principios de julio es también número 13. Viernes 13 fue una de mis películas de terror favoritas. Es difícil que ser humano alguno en el planeta pueda evadir en algún momento de su existencia ese número, aunque se comenta que en los Estados Unidos gran parte de su población le rehuye al 13. Inclusive, hay personas que no se atreven a comprar o a alquilar una vivienda con dicho número. Bueno, ese no es mi caso.

Casi dos horas después, cuando me llamaron por el 13, me acerqué donde la joven recepcionista quien me pidió mi seguro médico y cédula. Ella notó que yo estaba estornudando mucho y botando secreción por la nariz. Me preguntó si tenía gripe. Le respondí que sí. “¡Ah pues usted no puede hacerse ese estudio hoy porque le van a poner anestesia!”, exclamó. Le contesté, “en ese caso pues que se me posponga la endoscopía para otro momento, pero que no me dejen sin realizarme ése estudio que es vital para mí”. La joven entonces sugirió llamar a la anestesióloga para que me evaluara y lo considerara luego. Acepté la propuesta, pero mantuve mi posición de que si no podía ser ese día me realizaran la gastroendoscopía en otra fecha. “Sin nada no me quiero quedar, por favor”, manifesté.

A los 10 minutos me llamó la anestesióloga, invitándome a entrar a la sala de evaluación. Primero me indicó recostarme en una camilla, una enfermera me colocó un suero y luego la experta en anestesiología me auscultó. “No tienes gripe”, afirmó. Le dije que quizás lo mío era alguna alergia. Me hizo algunas preguntas de rigor: la edad, enfermedades de las que padezco, si fumaba, entre otras. Terminado el breve interrogatorio se procedió al estudio gastroendoscópico. En ese momento había entrado en la habitación la gastroenteróloga que me prescribió el estudio una semana y media antes.

Me tomaron la presión, todo normal y luego me anestesiaron. Dormí como un lirón. Al despertar ya estaba en otra sala, la de recuperación. La enfermera me retiró el suero y mi padre me ayudó a salir caminando hasta afuera, pues me sentía un poco mareado. Se me pasó rápido. Pocos minutos después la doctora se me acercó para explicarme que el estudio estaría listo el lunes 31 de julio, que mi estómago no estaba tan mal, apenas una gastritis moderada y que no había reflujo. Agregó que luego hablaría con mi otorrino sobre el caso.

¡Increíble! ¿En verdad había superado el reflujo gástrico? Lo hubo en octubre de 2015 y marzo de 2016, cuando me habían practicado los dos últimos estudios! Tengo las pruebas en casa bien guardaditas. De todos modos es mejor que espere hasta el lunes 31 porque habrá que ver ahora la magnitud de mi gastritis y si no he salido positivo al helicobácter pilory. Ya lo tuve en los primeros dos meses de 2015.

Minutos más tarde mi padre y yo nos marchamos. Él había pagado la cuenta de mi estudio con su tarjeta de crédito y le prometí que una vez llegáramos a casa le daría el dinero en efectivo. En verdad yo estaba preparado con mi tarjeta crediticia para pagar el monto. Él se me había adelantado mientras yo estuve dentro de la habitación para la evaluación.

Continuará...

viernes, 1 de septiembre de 2017

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 14)

La médica me informó que iba a tratar mi caso en varios ciclos. El primero, con levofloxacina y un antiinflamatorio-antialérgico por tan solo 5 días. Luego me hablaría sobre el otro ciclo a llevar. Le dejé saber mi preocupación acerca de la mucha plata que había gastado en medicamentos desde año y medio y mi deseo vehemente porque mi capítulo llegue a su final. “Si usted hace lo que yo le digo verá que todo se resuelve”, me aseguró.

Por Iván Ottenwalder

El jueves 29 de junio acudí a otro clínica, el Centro Médico Universidad Central del Este (UCE), para visitar a una especialista en materia de otorrinolaringología. Ya mi decisión estaba tomada y consideré era al momento del cambio de médico.

El Centro Médico UCE había sido el primer hospital de mi infancia. Desde 1980, hasta aproximadamente principios de 2004, era la única clínica a la que frecuentaba. Mi historia clínica iba muy estrechamente relacionada con ese hospital. Mis primeros médicos fueron de allí. Mi pediatra durante la infancia, mi primer neumólogo, mi primer dentista, mi primera dermatóloga y, hasta mi primer otorrinolaringólogo, laboraron durante muchos años en ese viejo hospital.

Las razones por las cuales en las últimas dos décadas tuve que cambiar de galenos fueron varias:  mi neumólogo había dejado de recibir mi seguro médico en 2001, mi otro neumóloga, que en septiembre de 2002 me había internado a raíz de varias crisis asmáticas, ya no hallaba la forma de controlar mi asma; mi dentista se había pensionado en 2007, lo mismo que aquel viejo otorrino que en par de ocasiones (2009 y 2010) me había curado exitosamente dos casos de otitis.

Sin embargo, aquel 29 de junio, luego de una larga espera, la secretaria de la que sería mi nueva doctora, nos dijos a todos los pacientes que a la especialista se le había presentado una emergencia y que la disculparan. Por ese motivo, decidí entonces aguantarme hasta el lunes 3 de julio.

3 de julio, día de la cita

Después de esperar un buen rato llegó mi turno de entrar a donde la especialista. Me tomó informaciones generales y luego me preguntó “¿qué usted se siente?” De inmediato le hice un poco de historia sobre mi caso, especialmente sobre mi amígdala lingual derecha y la sinusitis maxilo-esfenoidal. Le conté en especial acerca del tiempo que tenían mis recurrencias de garganta. Ella me indicó que tomara el asiento de los pacientes para evaluarme. Antes que nada me preguntó si yo padecía de reflujo gástrico. “Mire, cuando a los pacientes se le complica el reflujo gástrico, el cuadro de amigdalitis y sinusitis suele ser más complejo debido a que todos esos gases que suben a la garganta afectan peor al enfermo”. Fui sincero revelarle que sí, que padecía reflujo desde el 2015 pero que mi caso era moderado. Aunque en verdad no le conté sobre las dos amenazas estomacales que me pillaron en este 2017, la primera en marzo y la segunda a mediados de mayo por la cual tuve que visitar a un gastroenterólogo. Tampoco le hablé sobre el estreñimiento que me agarró en mayo y que fue luego cediendo en las semanas siguientes. Quizás, le fui sincero a medias, pero no del todo. Si retrocedo la historia reciente a mayo de este año, en verdad fue un problema estomacal lo que me agarró primero antes de que la garganta se me afectara nuevamente. Tan solo me había limitado a decirle que mi reflujo y gastritis estaban controlados. “¿Están controlados usted dice?”, me preguntó de nuevo. Luego la especialista de nariz, oídos y garganta me checó los oídos, los cuales halló bien y, por último, la garganta. “La tienes muy reseca y la pared se ve como pelada. Si la prueba más reciente que usted me enseñó muestra que es sinusitis maxilo-esfenoidal, es posible que su caso se trate de goteo posterior. Me voy a enfocar arriba, en el esfenoide”. Luego me preguntó: “¿usted no sufre de gastritis?”. Le contesté que sí, pero que también era moderada. Sin embargo, no le dije que mi última endoscopía, en marzo de 2016, revelaba que tenía gastritis universal y reflujo gástrico del duodeno. Me explicó que también una gastritis fuerte puede provocar que los gases lleguen a la garganta y provoquen molestias. Lo que sí le había informado a la otorrina fue sobre mis náuseas recurrentes, sensación de fatiga, mareítos e inflamación constante de la tonsila  lingual derecha, que en efecto, era todo verdad.

La médica me informó que iba a tratar mi caso en varios ciclos. El primero, con levofloxacina y un antiinflamatorio-antialérgico por tan solo 5 días. Luego me hablaría sobre el otro ciclo a llevar. Le dejé saber mi preocupación acerca de la mucha plata que había gastado en medicamentos desde año y medio y mi deseo vehemente porque mi capítulo llegue a su final. “Si usted hace lo que yo le digo verá que todo se resuelve”, aseguró.

Luego de terminada la consulta me fui a una farmacia a comprar los fármacos indicados, los cuales el seguro médico me los cubrió y apenas pagué una diferencia de trescientos y tantos pesos.

Al llegar a casa reflexioné sobre varias cosas. Una de ellas es que, aunque le había enseñado el diagnóstico escrito de la resonancia magnética de hacía poco tiempo, no le mostré el cedé con las imágenes reales de dicho estudio. Imágenes que, según mi ex-otorrino, no se visualizaba flema en mis senos nasales, sino apenas un poquito en el esfenoides. Tal vez me arropó el desespero de tanto tiempo siendo medicado. Tal vez la desesperación por la molestia en la zona derecha de mi garganta sin solución alguna por el momento. Sobre lo otro que medité fue no haberle sido sincero del todo sobre mi reciente malestar estomacal. ¿Será posible que mi reflujo se me haya descontrolado desde mayo y sus gases me estuviesen provocando todas aquellas molestias faríngeas en la zona derecha y las sensaciones de hinchazón en todo mi cuello? ¿Por qué después de haber tomado ezomeprazol y pantoprazol todavía no me sentía con el estómago restaurado? Siendo justos, es posible que haya llegado a minimizar el problema de mi reflujo luego que semana y media después regresase otra vez el de garganta. ¿Por qué durante casi seis meses, de diciembre de 2016 hasta mediados de mayo de 2017 no llegué a sentir la más mínima molestia de garganta? Ahora entiendo porque la otorrino fue algo insistente en preguntarme sobre si padecía reflujo gástrico o gastritis. Fue precisamente después de que se me revoloteó el estómago cuando volvió el malestar amigdalítico. ¿Por qué no le conté sobre mi visita al gastroenterólogo en mayo? ¿Por qué no le informé sobre lo que me dijo aquel médico de las vías digestivas de posponer para después la gastroendoscopía? ¿Quizás haya tenido algo de razón la otorrino en haberme tocado el tema del estómago? Tal vez no debí radicalizarme en un solo punto y al menos considerar otro tipo de opinión. Hace un año y tres meses fue mi última gastroendoscopía y es probable que algo haya cambiado o quizás empeorado. Pero también debería preguntarme: ¿Por qué mi ex-otorrino al ver que mi garganta no cedía mucho no se planteó esa posibilidad? ¿Por qué no me hizo esa pregunta? ¿Por qué ella sí y él no? ¿Se le habrá escapado un detalle a él? ¿Habrá acertado ella?

Los cinco días del primer ciclo

Me he tomado al pie de la letra la medicación prescrita por la doctora. Es cierto que ya no siento esas sensaciones de cuello inflamado a ratos, pero sí la zona de la faringe derecha como irritada o raspada. He seguido drenando algunas flemas gracias al antibiótico, sobre todo, por las mañanas. Lo que habría que descubrir es el porqué de esa zona irritada y raspada. También he seguido tomándome el pantoprazol por las mañanas, media hora antes del desayuno, como me lo había prescrito el otorrino anterior. Estoy sintiendo a diario, y esto no es desde ahora, sino desde inicios de año, los sonidos de burbujas en mi estómago. ¿Por qué ese reflujo gástrico nunca termina de erradicarse?

De nuevo en la consulta

El lunes 10 regresé a la consulta donde la especialista de oídos, nariz y garganta. Esperé un buen momento, más de una hora hasta que llegó mi turno de pasar. Luego de saludar a la doctora le expliqué sobre el pendiente que tenía en mente aclararle. Primero le mostré el diagnóstico y las imágenes de mi último estudio gastro-endoscópico que se me practicó en marzo de 2016. También le enseñé el cede con las imágenes de la resonancia que no le había mostrado la semana anterior. Ella me contó que los cedés no funcionaban en su computador y que la mayoría de ellos se atascaban. Entonces le pedí e insistí que se lo llevara y visualizara en el ordenador electrónico de su casa. Ella lo aceptó. Envolvió el disco compacto en unos papeles para llevárselo y ver las imágenes de mis senos nasales en su hogar. Le dije además que mi médico anterior había visto dichas diapositivas y consideraba que mis senos nasales estaban prácticamente limpios, incluyendo el esfenoides al que, según él, sólo le quedaba muy poquita flema. La otorrino me garantizó que vería las imágenes y que me respondería sobre lo que ella mirase por correo electrónico.

Sobre mi estómago me sinceré al contarle sobre las dos amenazas estomacales que me habían pillado en este año, una en marzo y la otra a mediados de mayo. Fui específico cuando le dejé saber que a raíz del último revoloteo de mi reflujo gástrico fue que el problema de garganta me regresó con fuerza, luego de haber cedido por unos buenos meses. Me preguntó qué estaba tomando para el reflujo y le respondí que había ingerido desde ezomeprazol y sucralfato, recomendados por el gastroenterólogo y pantoprazol, por parte de mi ex-otorrino, pero que la garganta había comenzado a darme síntomas de molestias, de hinchazones recurrentes y náuseas.

Luego del conversatorio ella me checó las amígdalas linguales y comprobó que en efecto seguía inflamada. Había escrito en una hoja de receta una referencia para llevársela al gastroenterólogo/a con quien decidiera tratarme el caso de mi reflujo. En la prescripción especificaba mi caso como faringitis y laringitis aguda y sugería la gastroendoscopía. Me dijo que en la UCE tenían gastroenterólogos que laboraban en horario tanto matutino como vespertino y me sugirió el nombre de una especialista. Tuve la opción de consultar tanto al doctor de la Clínica Independencia que me checó en el mes de mayo como a la referida por mi reciente otorrino. Tomé unos días para pensarlo.

Finalmente, la doctora me prescribió tres fármacos para utilizar, los cuales me los regaló: un aerosol nasal llamado NALOSAR, un mucolito de nombre MUCOFLUX y por último la LISOZIMA de 250 mg. El tratamiento sería solo por 10 días, nomás.

Llamada a la odontóloga en horas de la tarde

A eso de las dos de la tarde del mismo día había telefoneado a mi dentista para explicarle otra recurrencia en mi encía afectada la semana anterior. Le relaté sobre las postillas de pus que se habían formado sobre una de ellas, las cuales me exploté y brotó un líquido sanguinolento apestoso. “Duré casi dos días con un mal aliento en esa encía, mal aliento que hasta me avergonzaba”, añadí.

A decir verdad dos semanas atrás la odontóloga había tomado una placa sobre esa encía que cubre la coronita dental. El resultado: estaba infectada, aunque no tan inflamada. La especialista me había indicado antibióticos, antiinflamatorios, pasta dental y enjuague de la marca PYOCLOR, más otras sustancias que me proporcionó. Como siempre, los utilicé al pie de la letra, hasta que la semana pasada de nuevo se me inflamó y esa vez con pequeños puntitos de pus.

Esta historia,

Continuará...

sábado, 26 de agosto de 2017

Cosas que algún día podrían ocurrir en el béisbol dominicano

Por Iván Ottenwalder

Como observador de la realidad beisbolera que he sido desde mi infancia, y tomando en cuenta de que nada es ni debe ser descartable en este apasionante deporte que une a los dominicanos, me he tomado la oportunidad de pensar un poco en aquello que, aunque pueda parecerle a muchos ficción, en verdad no tendría por qué serlo. Lo muy difícil no necesariamente tiene que ser imposible. Obviamente, los hitos son fenómenos muy extraños y escasos en la vida, por lo regular ocurren con muy poca frecuencia, quizás uno, tal vez dos, en un siglo. A continuación algunos casos insólitos jamás ocurridos en la final del béisbol dominicano, pero que el día más aciago para unos y más bendito para otros, podría  suceder.

  • Que un noveno juego de una serie final sea ganado por el equipo local en el último episodio gracias a simple balk, anotando en carrera el corredor que estaba corriendo en la antesala.
  • Que el equipo local haya realizado el último out para ganar la corona en el noveno partido, pero que el conjunto oponente apele la decisión del árbitro y solicite la revisión. Que durante la misma los árbitros se reúnan y determinen que la jugada no había sido out, sino safe. Imagínense lo que significaría eso para los jugadores y fanáticos que ya se habían lanzado al terreno de juego a celebrar. Cambiar la decisión podría tener ciertas implicaciones: discusiones acaloradas con los colegiados, broncas entre fanáticos, pero, lo más sorprendente aún sería, que el equipo que recibió el fallo a favor, el visitante, termine entonces ganando el campeonato en extrainnings.
  • Que el equipo local termine ganando el campeonato de la siguiente manera: abajo en el marcador por una diferencia de dos carreras en el último inning, dos outs y bases limpias; que logren llenar las almohadillas de la forma que sea, y que el siguiente bateador dispare triple remolcador de tres y ¡final del partido! Analicemos cuán grande sería la decepción para el conjunto visitante que estuvo a ley de un solo out para campeonar y no lograrlo.
  • Que el conjunto visitante se halle ganando 4-0 en el último episodio del noveno partido de la final y pierda de la siguiente forma: Después de dos outs y bases limpias sus lanzadores se descontrolen y otorguen 8 bases por bolas consecutivas y terminen perdiendo 5-4 y, de paso, la posibilidad de ser campeones. ¡Los dueños de casa ganadores!
  • Que el conjunto visitante llegue a la última entrada del noveno partido ganando por una carrera y pierda de esta manera: Después de dos outs los locales llenan las bases y el lanzador de los visitantes lanza dos wild pitches, anotando los dueños de casa dos carreras y titulándose campeones.
  • Que el equipo local esté ganando en el último episodio del noveno partido de la final por cinco carreras y pierda antes los visitantes de esta forma: Después de dos outs el próximo bateador de los visitantes conecte elevado fácil al jardín central y que el defensor de la posición deje caer la bola. Ya tenemos uno en base. ¿Pero qué sucede luego? El pitcher de los dueños de casa se descontrola y le caen a palos. El dirigente lo sustituye por otro pero también este último es castigado ofensivamente. Resulta que los los visitantes toman la delantera del partido y terminan ganándolo debido a que los homeclubs no hayan hecho carreras en su última oportunidad. Solo supongan lo que sería para los fanáticos de los locales haber sucumbido en esa condición.
  • Que un noveno partido de la serie final sea decidido en la entrada número 18° o 20°, ganando el que sea.
  • Que un equipo, luego de perder sus primeros 4 partidos, consiga ganar 5 en forma seguidas y titularse campeón, para mayor sorpresa, en la casa del contrario.

Podrían haber otras formas espeluznantes en las que un equipo gane o pierda un campeonato en el más emotivo o traumático de los casos. Lo cierto es que en el béisbol, como en cualquier otro deporte, nada está definido hasta que no se concrete la victoria. Naturalmente, nadie quiere perder en forma escalofriante.

viernes, 11 de agosto de 2017

La final de la bronca de 1977 entre San Lázaro y Naco

Aquella serie final del baloncesto del Distrito Nacional fue suspendida por la Liga a raíz de un lamentable incidente entre los jugadores de Naco y San Lázaro durante el segundo tiempo del cuarto partido. Los baloncestistas de ambas escuadras se fueron a los golpes a diestro y siniestro por varios minutos. Cuando aparentemente se habían calmado los ánimos y todo estaba casi listo para la reanudación del encuentro, se produjo un tranque entre los dirigentes de ambos conjuntos. Los árbitros habían determinado que Naco tendría la posesión del balón, pero el coach de los lazareños, Fernando Teruel, no aceptó esa decisión, proponiendo en su lugar que se lanzara el balón el aire entre los dos equipos. El dirigente Alejandro Abreu, de Naco, discrepó sobre la sugerencia de Teruel. Ahí se trancó la serie la cual fue declarada como inconclusa. 

San Lázaro aventajaba la serie, 2-1. Naco dominaba el cuarto partido 68-67 antes del zafarrancho. 

Por Iván Ottenwalder 

Primer juego
17 de agosto 
San Lázaro ganó 98-92

















































Segundo juego
18 de agosto
San Lázaro vence de nuevo, 82-80

Jugadas de acción





 











































































































































































Tercer juego
19 de agosto
Naco gana su primero, 88-85

Jugadas de acción 







































































































































































































































































Cuarto juego
20 de agosto
Naco estaba ganando 68-67


Jugadas de acción












































































































...Y ocurrió la bronca























































Fuentes:
El Nacional de ¡Ahora! Agosto de 1977
Última Hora. Agosto de 1977

Agradecimiento:
Área de hemeroteca de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña.