viernes, 8 de agosto de 2014

Azucareros del Este a la final, gracias al 1-0 histórico felizmente recordado por su hinchada


Aquel sábado 23 de enero del 1993 el Francisco Micheli estalló de algarabía. El equipo de casa, Toros del Este, pasaba a la serie final.

Por Iván Ottenwalder

El sábado 23 de enero de 1993 es una fecha con un valor incalculable para los fanáticos de los Toros del Este. Habían logrado un sueño: clasificaron a la final del béisbol dominicano, tras vencer en un partido de desempate a los míticos Tigres del Licey, con pizarra de 1-0.

Alegría en el camerino romanense.
El Estadio Francisco Micheli fue un lleno total aquella tarde del sábado 23. El partido había empezado a las 4:00 p.m., se vio parado por la lluvia en un momento y los lanzadores abridores de ambos conjuntos, Miguel Jiménez, por Licey y el veterano José Ventura, por los Toros, mostraron un efectivo control de pitcheo.

La noche del día anterior, en el Quisqueya, el equipo capitalino impuso su ofensiva y ganó con un 12-9. Los bates romanenses asustaron y por poco les remontaban. Ese resultado provocó un empate en el segundo puesto del Round Robin (10-8) y hubo que echar el definitivo, pero ya no en el Quisqueya, sino en el Micheli de La Romana.

Ambas escuadras se daban por ganadoras horas antes del choque del sábado. Los Tigres tenían a su favor la historia: la mística ganadora, saber ganar los partidos cruciales y, sobre todo, clasificarse en condiciones precarias, pues su historial estaba repleto de hazañas así. Los Toros, hombre a hombre inferiores a su adversario, pero de corazones gigantes, solo tenían como ventaja jugar en casa el juego de decisivo. Y la casa les llegó al corazón.

Los Toros, también llamados Azucareros del Este, habían disputado su primera final en 1985, en su segunda temporada de existencia. Fueron derrotados por los Tigres en cinco juegos (4-1). Ahora el destino se ponía antojadizo y los enfrentaba de nuevo, no en una final, pero si en un culminante para llegar a ella.
Bañados en cerveza.

Al arranque de aquel memorable juego todo fue cero a cero. Completado apenas el primer tercio el cielo se rajó en aguas. Hubo que poner lonas hasta que la lluvia cesó. Jiménez y Ventura lanzaban bien. Llegó el quinto de Licey, que según dice la leyenda no hay quintos malos para los azules, pero Ventura les pegó el cero. Si para alguien fue buena la quinta entrada sería para los Toros. En el cierre de esta ligaron una carrerita, y esa UNA terminaría marcando un hito para la historia de la franquicia azucarera y del béisbol dominicano. ¿Cómo la hicieron? Pues se la fabricaron a Jiménez. El lanzador azul boleó a Víctor Rosario. Una vez corriendo en la primera base Rosario se fue al robo. El receptor liceísta Gilberto Reyes dejó escapar el pitcheo de Jiménez y Rosario no solo se estafó la segunda, sino que llegó a la tercera. A Lou Frazier le tocaba su turno de batear, pero falló, y de manera ridícula, con rodado de pitcher a primera. Rosario, anclado en tercera, no podía anotar. Pero llegó el momento para un hijo del pueblo: Domingo Cedeño. Sentía un compromiso con su afición  y lo quiso cumplir. En efecto lo hizo. Disparó un sencillo remolcador al jardín derecho y Rosario esta vez si pudo pisar la goma. Los de casa tomaban la delantera 1-0 y el público enloquecía. Ellos, como sus jugadores, querían el boleto a la final para disputarla contra las Águilas Cibaeñas.

Al centro, el vicepresidente dominicano Carlos Morales.
No hubo más carreras para los Toros, pero los episodios pasaban y los Tigres tampoco anotaban, y ese simple 1-0 podría ser suficiente para que se quedaran fuera. Los fans azules, que desde Santo Domingo fueron en masas a presenciar ese juego, empezaban a mortificarse. Su equipo era poderoso pero el poderío no les estaba sirviendo de nada. José Ventura los mantenía en cero hasta el octavo. En esa entrada Ventura fue sustituido por el relevista Pedro Martínez Aquino. El dirigente taurino, Rafael “Prendalinda” Santana, había tomado esa decisión.

Noveno del susto

Licey, cuando aún creía, pero la derrota le llegó.
Los Tigres del Licey tuvieron su última hora en el noveno. Su historia siempre ha estado llena de milagros y a eso apostaban para el final. El drama comenzó contra Martínez Aquino. El fino bateador zurdo, José Offerman, pegó hit al prado derecho. La hinchada azul se paraba de los asientos, aplaudía y se emocionaba. Félix José, hombre de poder, iba al bate. A Martínez Aquino no le quedaba de otra que lanzarle. Para ser más exactos, no tenía más opciones que inspirarse y sacar temple de donde fuese …Y lo consiguió. Dominó al peligroso José con rodado a tercera base, para una doble matanza de las buenas, vía 5-4-3. Dos OUTS, los fans liceístas ahora se sentaban y se deprimían  …los de los Toros, la gran mayoría, ensordecían con su bulla.

Aún quedaba juego. Faltaba un out para eliminar a los felinos. Henry Rodríguez, zurdo, no quiso entregarlo y disparó indiscutible por la derecha. Aplausos paulatinos de los fanáticos azules, medio cabizbajos pero medio creyentes todavía. Quedaba vida en el bate de Silvestre Campusano, buen chocador de bolas. Martínez Aquino tuvo que volver a su auto terapia. Trabajó a Campusano con varios lanzamientos, hasta que le tiró el incómodo que lo abanicó. Los Toros lo habían logrado. Avanzaban a la gran final. El público romanense estalló en euforia y se lanzó al terreno de juego a festejar con sus peloteros. La emoción era enloquecedora.

Gilberto Reyes, agobiado por la tristeza.
Domingo Cedeño, el hombre del hit de la victoria no pudo contener la alegría en el camerino. “No podría definir la emoción que siento, soñaba con hacer algo grande para esta tierra y me salió ese sencillo impulsador”, declaró ahogado de júbilo a periodistas del vespertino El Nacional. “Pues soy de La Romana y mi pueblo necesitaba de mí”, agregó el jugador al prestigioso medio capitalino.

Aquella noche La Romana pareció ser el pueblo más feliz de la República Dominicana. Su gente no durmió y la gozadera señoreó por todos sus rincones. 










FUENTE: Periódico El Nacional, 24 de enero de 1993.


jueves, 7 de agosto de 2014

Temporada baloncesto del Distrito Nacional 1975

Por Iván Ottenwalder

Imágenes de acción de la temporada de baloncesto distrital del año 1975.


Pura intensidad debajo del tablero.




















Jugada de donqueo.




















Tiro a distancia.




















Adrenalina pura.




















Volcada soberbia.




















Se quiere deshacer del balón.





















Fotos del equipo Eugenio Perdomo en aquella campaña del 1975.




A encestar la bola.




















Pifias.




















Agresividad ofensiva.




















Eugenio Perdomo ataca; San Lázaro defiende.





















FUENTE: Periódico El Nacional, julio y agosto del 1975.

Astros de Montecarlo, campeones baloncesto distrital 1975

Por Iván Ottenwalder

La temporada de baloncesto del Distrito Nacional de 1975 tuvo un dueño: los Astros de Montecarlo.

Al prinicipio, este equipo criollo no tenía una sede fija, eran algo así como los Trotamundos de Harlem. Luego de que campeonaran en septiembre del 75, fijaron su sede en el barrio de Ciudad Nueva.

El primer paso fue clasificar a la final.

Jugdores Astros festejan su pase a la final.





























...Y en la final derrotaron a Naco en 6 partidos (4-2).



Acción defensiva por parte de Naco.



















Astros a la ofensiva y Naco a la defensa.






























Campeones Astros de Montecarlo, frente al Palacio de los Deportes.















Nadie mejor que el campeón.




















Se la lucieron por lo alto.



















Publicidad de la época.
























FUENTE: Periódico El Nacional, septiembre de 1975.

sábado, 26 de julio de 2014

Águilas Cibaeñas y la Serie del Caribe de 1997. Tony Peña se sacó de la alineación


Ocurrió durante la Serie del Caribe de 1997 y también lo hizo Félix Fermín. Ambos entendían que era la mejor manera para que el equipo de las Águilas ganara.

Por Iván Ottenwalder

Técnicamente fue Mike Quade, mánager de las Águilas Cibaeñas, representantes de la República Dominicana en la Serie del Caribe del año 1997, quien sacó de la alineación del equipo a Tony Peña, sustituyéndolo por un novato que apenas empezaba a dar sus primeros pasos en el béisbol, Guillermo García. Pero lo cierto es que fue el mismo Peña, una leyenda de la pelota dominicana y valioso catcher de las Grandes Ligas, quien le pidió a su dirigente que lo sentara en la banca. ¿La razón? En los primeros dos partidos de aquel clásico, en que las Águilas perdieron ambos, no estaba produciendo para su equipo …peor aún, daba la impresión de que el bate le pesaba, cuando en 8 turnos se fue en blanco, para un penoso promedio de .000. Félix Fermín, su compañero de escuadra de muchísimos años, quien pasaba por una situación parecida, también hizo lo mismo.

Félix Fermín y Tony Peña con el trofeo del Caribe.
Tony Peña, receptor y Félix Fermín, shortstop, ya en el ocaso de sus carreras beisboleras, habían llegado como defensores titulares de sus posiciones a aquella serie caribeña que se disputó en la ciudad de Hermosillo, México.

Guillermo García, el novato que hizo hizo historia.
Ambos veteranos ya tenían una amplia experiencia en Series del Caribe anteriores. Nunca la ganaron con las Águilas. Esas Águilas, campeonas de patio, que cuando ganaban el torneo de aquí (de su país), no ganaban el de allá (el del Caribe). La del 97 Peña y Fermín la querían, la deseaban de corazón, pero al final, más pudo la lógica de la razón y ¿por qué no? también el sentido común, si se puede decir, que el afán desmedido de jugar para echar a perder. Ellos amaban como locos a las Águilas, jugaban por la franela, eran emblemas de este equipo, pero entendieron que les había llegado su tiempo, la vida útil de peloteros se les había agotado.

Para Quade la decisión no fue fácil, pero accedió a la petición de los veteranos. A partir del tercer juego de la serie colocó en la receptoría a Guillermo García y a Neifi Pérez en el campocorto. Los ídolos Peña y Fermín, otrora bateadores productivos y brillantes defensores en sus posiciones, pasaban a ser relegados a la banca, como cualquier otro prospecto común y corriente cargado de sueños y ambiciones por jugar.

“No pude batear en cuando estuve jugando, entonces yo mismo recomendé al mánager Quade para que me dejara en la banca. Lo mismo hizo Félix Fermín. Solo queremos ganar y si así es la mejor manera, entonces que sea”, había explicado Tony Peña a la prensa dominicana.
Luis Polonia, cargado en hombros.

A partir del tercer partido el equipo comenzó a producir como una maquinaria demoledora. Todo encajaba a la perfección. García tronó con el madero y jugó una defensa fuera de serie, haciendo recordar los batazos de poder y la receptoría guante de oro del Tony Peña de los 80. Neifi Pérez, con su espectacular defensa, parecía el Félix Fermín de las magistrales atrapadas en las paradas cortas. Otros se desenvolvieron como si fuesen envidiables figuras de las Grandes Ligas. José Offerman, jugaba como el más fino y confiado primera base; Tony Batista, cuando bateaba, era el poderoso Chipper Jones y Luis Polonia, de baja estatura, el gigante y peligroso Paul O’Neill.

Fans aguiluchos recibieron a su equipo en el aeropuerto.
Después de las dos primeras derrotas ante Puerto Rico y Venezuela, las Águilas de la República Dominicana triunfaron en su últimos cuatro desafíos y se coronaron campeonas por primera vez en la Serie del Caribe. Aunque el equipo despertó en materia ofensiva (bateo colectivo de .306), pues de su mal pitcheo mejor ni hablar (5.77 de efectividad en sus lanzadores), lo cierto es que el sacrificio de Peña y Fermín, de sacarse del equipo, fue determinante. Si Tony Peña no salía de la alineación, Guillermo García, quien produjo 3 jonrones, 8 remolcadas y .348 de bateo, no hubiese jugado y, por ende, esos impresionantes números, además de no haber existido, hubiesen hecho falta para ganar. Si Fermín no pedía banca, Neifi no habría salvado al equipo quisqueyano con una jugada inolvidable en el quinto partido ante Venezuela.

Tal vez sea difícil para muchos entenderlo de esa manera, pero si Peña y Fermín decidían jugar el torneo caribeño hasta el final, probablemente la anemia ofensiva de ambos se hubiese extendido y generado terribles complicaciones a las Águilas de Dominicana. La llave para abrirle las puertas al campeonato aguilucho la tenían ellos. Con ellos se ganaba o se perdía. Prefirieron el rumbo de la banca. Quade eligió a los suplentes.

FUENTE: Periódicos El Nacional y Última Hora, febrero del 1997.

jueves, 24 de julio de 2014

¿Qué ves, pelota dominicana o de Grandes Ligas?



Por Iván Ottenwalder

Si existe un conglomerado humano aficionado al béisbol y que sabe mucho sobre este deporte, es el dominicano. En la República Dominicana el juego de pelota, como también se le conoce a esta disciplina, es sinónimo de religión. Es cultura, idiosincrasia.

En la mayor parte de la población el tiempo de ocio gira en torno al béisbol. Se puede decir que vivimos en un medio social beisbolcéntrico. Si vamos a una fiesta encontramos puesto en el televisor un partido de béisbol. Lo mismo ocurre en la casa del amigo, de un familiar, en un colmado, en un bar o cualquier centro de diversión.

Ya para febrero y marzo casi todos añoran que llegue abril, el inicio de la temporada de Grandes Ligas. Para septiembre, los fans piden a gritos octubre, que es el mes de arranque de la temporada otoño-invernal de béisbol dominicano. Tanto uno como otro evento se sigue con una pasión desbordante.

Cada quien tiene su equipo, allá como acá. Los que nunca han viajado a los Estados Unidos de Norteamérica tienen como sueño, presenciar un juego en uno de los estadios de las Mayores, en el que sea. Ese es un anhelo al que muchos aspiran; para conseguirlo, deben viajar.

Desde finales de 1983 he seguido las incidencias del béisbol dominicano y desde 1986 hasta la actualidad, el de Grandes Ligas. En lo que a mí concierne, considero que toda esa experiencia como seguidor del béisbol tuvo un balance positivo. Gracias a este adquirí conocimientos, vivencias, amigos, laboré en una revista deportiva (desde 2006 fuera de circulación), me metí en debates en los que gané y perdí, obtuve alegrías y lágrimas. Para ser honesto, no me arrepiento de lo aquello vivido. Lo viví y es lo que importa.

Cuando retrocedo en la máquina del tiempo y me traslado a la década de los 80 (siglo XX) recuerdo aquellos niños y jóvenes que solían renegar del béisbol dominicano en favor del de las Grandes Ligas. Ellos no eran unos verdaderos renegados. Fueron unos liceístas, aguiluchos o escogidistas que, cuando a sus equipos les iba muy mal, daban como respuesta, a todo aquel que les mortificara con alguna cuerda, “yo no veo pelota dominicana, solo veo la de Grandes Ligas”. No fueron una ni dos veces que escuché de labios de amigos míos un “Iván, tú sabes que yo no veo la pelota de aquí. La pelota de aquí es una porquería. Yo miro la buena, la de allá afuera, la de Grandes Ligas”. Si por el contrario, a sus equipos les iba de viento en popa, se convertían en los fans más furibundos del béisbol dominicano. De repente surgía el amor a la escuadra.

¿Y qué explicación puede tener este tipo de actitud que aún perdura?

La más simple de todas: al fanático dominicano no le gusta perder. Es como si dijera, por ejemplo “si, soy liceísta hasta la tasa, pero si me equipo va mal, para que no se burlen de mí, diré que no veo la pelota de acá”. Un tanto igual actúa el hincha escogidista, aguilucho y, en menor proporción, el de los Toros, las Estrellas y los Gigantes. Este tipo de actitud también la reflejan en cuanto al béisbol de las Grandes Ligas y el baloncesto de la NBA. Los aficionados quisqueyanos se alinean en torno al o los conjuntos que, en un momento dado, van ganando. En los años 80 era muy común verlos apoyar a los Dodgers de Los Ángeles y Azulejos de Toronto, pero aquella vez no porque fueran escuadras ganadoras, sino por la cantidad de peloteros dominicanos que militaban allí. A medida que la presencia de jugadores dominicanos se fue haciendo más notoria y común en casi todos los conjuntos, post 1990 hasta el presente, la preferencia de la afición nuestra también cambió. Atlanta ganó muchos adeptos desde 1991, los Medias Rojas de Boston y Yanquis de Nueva York un tanto igual al final de ese decenio. Hasta la fecha, estas dos últimas son las novenas beisboleras con más público en el territorio dominicano.

En la NBA la realidad no ha sido distinta. Cuando los Ángeles Lakers y Boston Celtics señoreaban en los 80, los dominicanos se volcaron hacia ellos. Con los emergentes chicos malos de Detroit Pistons (1989-1990) la afición de dividió y, entre 1991-1998, la era en que los Chicago Bulls y Michael Jordan ganaron seis títulos, se produjo un fenómeno interesante: la fanaticada estaba prácticamente 50/50 por ciento entre los pros y anti Jordan. ¡Vaya, ese es el precio de la fama por ser el mejor!

Para el período 2000-2010, como los Lakers fueron los más ganadores, para allá cogió el fanático dominicano promedio; aunque debemos reconocer, que también ganaron simpatías los Celtics, Heats y Spurs. En 2013 y 2014 Heats y Spurs concitaron los mayores vítores, producto de las finales que ambos conjuntos disputaron en esos años.

Dime quién es el que más gana y te diré de quién soy.

sábado, 5 de julio de 2014

Prefiero a mi enemigo ideológico que a mis amigos entre comillas

Sin proponérselo me ha dado a conocer en el mundo del scrabble. Por eso, se ha ganado mi respeto.

Por Iván Ottenwalder



Quiero empezar la ocasión haciéndome varias preguntas: ¿Qué es mejor, una pandilla de amigos oportunistas o un enemigo ideológico que me acosa como fiero detractor? ¿Quién me suma, quién me resta? ¿Quién me está dando más importancia? ¿Quién, sin proponérselo, me da a conocer en un entorno que en gran medida es compatible conmigo? ¿Quién, si no es que ya lo ha hecho, me está sacando del anonimato?



La respuesta a todas esas inquietudes: el enemigo e implacable detractor.



¿Y esta locura? ¿De dónde ha salido este tipo? Esas son las preguntas que seguramente saldrán del pensamiento de quienes me están leyendo en este instante.



Para que conozcan mejor sobre mi filosofía de vida es preciso dejar claro que, más que amigos tengo conocidos, o personas con uno o varios puntos de vista en común. Lo que entendemos como amistad, no es más que una forma de interacción o convivencia, si se quiere, entre personas, movidas por un fin o fines específicos. Amistad es la nomenclatura que le hemos dado a esas interacciones humanas. A juicio de muchos escépticos la amistad ha sido una temática de constante debate y no son pocos quienes la entrecomillan.


Sobre mi caso particular puedo confesar haber vivido momentos agradables y desagradables en cuanto a interacciones sociales. En varios instantes me he creído poseedor de un bastión de amigos, de gente que me quería mucho, cuando, en verdad, todo aquello era pura interacción circunstancial, como de circunstancias está lleno este mundo. Muchos fueron amigos entre comillas, así: “amigos”. A esos entrecomillados les endoso el mote de oportunistas, pero no voy a perder horas innecesarias de tecleo relatando sus falsedades y cinismos, mejor prefiero loar al mejor de mis enemigos históricos.

No quiero decir con esto que dicho enemigo ideológico, como señalé al inicio, sea en el trasfondo un gran amigo. No lo es. Al fin y al cabo, es mi terrible detractor, un trapiche contra todo cuanto comento.

¿Y quién es ese enemigo ideológico al que tanto protege Iván?

Invito a la escasa concurrencia de mis lectores a que me hagan esa pregunta. Como respuesta les dejo el suspenso. Me reservaré su nombre, pero si diré lo necesario sobre el personaje en cuestión.


La historia empezó a inicios del 2008, consecuencia de un tema que elaboré, y que fue producto de un eterno debate: No abolir la Q. En aquel tema justificaba el mantenimiento intacto de la Q tal cual, sin ningún tipo de modificación en el juego de scrabble, contrario a lo que opinaban otros, de que esta letra representaba un problema para los atriles de los jugadores, ya que, para formar palabras con ella, era necesario contar con la U y una vocal como la E o la I. Los que disentían alegaban que la lógica sería unificar la Q con la U, creando así un dígrafo QU, para acabar, de una vez por todas, con el eterno trauma que nos produce esta letra que, además de cambiarla constantemente, cuando no la podemos jugar, en innumerables ocasiones se nos queda al final de la partida, restándonos 5 puntos. Añadían, que con el dígrafo QU, que solo existe en la versión catalana de scrabble, aquel tormentoso nivel de dificultad desaparecería, pues, con una E o I, fáciles de ubicar en el tablero o de conseguir en la bolsa de fichas, lo podríamos colocar con más facilidad

Aquel tema fue publicado en el portal www.scrabble-santandreu.com, cuyo editor es el español y apreciable amigo Santiago Rosales. De inmediato, y como era de esperarse, aparecieron los detractores. Octavian Mocanu, (rumano y experto en scrabble español y catalán) fue uno de ellos. El innombrable, que luego se convertiría en mi enemigo ideológico, fue el más implacable.



Pese a que fui víctima de un cerco de ataques, también recibí elogios por parte de gente que respaldó mi tesis. Mi emergente enemigo, con argumentos bien articulados aunque desenfrenado en la forma, se dio a la tarea de rebatir mi postura. Era natural que, basándome en que no existen postulados absolutos, me defendería. Ese fue nuestro primer debate, pero no sería el último.



Aquello no solo parecía un debate, sino una carnicería textual. Recibí del enemigo respuestas como “tonto”, “tu coeficiente intelectual no llega ni a 85”, “te odio” y “basura”. Al final, terminé pagándole con la misma moneda y, días más tarde, el editor de la página borró todos los comentarios ofensivos entre nosotros.



En 2010 volví a publicar otro tema en Santandreu: Cerrado o abierto ¿Cómo es mejor jugar? Lo que menos imaginaba ocurrió: quien me tenía como su jurado enemigo regresó de ultratumba para opinar. Respondió, ante todos los foristas, que hasta que no se tuvieran estrategias de quackle las opiniones como las del autor del tema no tendrían fundamentos. Cualquier cosa que dijera era bombardeada sin piedad.



Terminamos siendo los enemigos más extraños. Conversábamos, jugábamos scrabble online en ReDeLetras y debatíamos. Cuando disentía me denostaba de la manera más humillante y delante de todos los foristas escrableros de Facebook. Ni siquiera los elogios que le dispensaba los aceptaba. Expresiones como “subnormal”, “basura”, “demente”, “eres un comemierda”, las he recibido en los últimos años por parte de este genio nacido en una de las ciudades más importantes de España.

Paradojas de la vida, ha sido este opositor quien una vez me enseñó estrategias para jugar mejor al scrabble, quien me ha explicado como son los costos para competir en un mundial, cuánto cuesta el hotel, el taxi, en fin, cuánto es el promedio que yo debería gastar si un día me decidía a volar hacia el torneo mundialista. Es el enemigo quien, desde el otoño del 2013, me ha desafiado a resolver un complicado reto de palabras cruzadas partiendo de un escenario en que jugador A, de toda forma legal posible, debe vencer al jugador B, sin que haya la más mínima posibilidad de que B pueda triunfar. Ese reto lleva cuatro años y un mes. NADIE lo ha resuelto. He logrado avances, me lo ha manifestado, pero cuando creo tener la solución, me ha dicho, como siempre: “esa no es la respuesta correcta”.

Es un enemigo excepcional. Me ha recomendado buenas películas para verlas en el  Youtube, pues de cine tiene buen gusto. Hemos conversado sobre filosofía, ciencia, religión y ateísmo (es ateo furibundo y me llama “subnormal” cuando afirmo ser un creyente moderado). No tienes excusas, creyente = subnormal, me ridiculiza cuando le toco el asunto.

Es un ducho intelectual, experto en cálculos matemáticos y probabilidades estadísticas, capaz de determinar la frecuencia en que un número determinado de letras del scrabble o palabra específica pueda salir en el atril de un jugador.

Esos no son mis amigos

A pura simpleza mucha gente dirá que tener amigos es una mejor opción que tener enemigos. En la mayoría de los casos es así, pero hay situaciones suis generis, dignas de estudio, que rompen con esa lógica.

En la República Dominicana, donde vivo, nos venden como axioma que poseer muchos panas es lo mejor del mundo, por el coro, la gozadera, la bebedera de alcohol, la búsqueda de mujeres, ver el juego de pelota con los tígueres en la pantalla del colmadón, etc. Esos son panas que van y vienen. Cuando alguien cae en desgracia financiera o lo corren del trabajo o padece problemas de salud, la mayoría toma las de Villadiego y no te conozco.

Prefiero mil veces a mi enemigo, pues, aunque me odia, siempre me toma en cuenta cuando opino. Prefiero mil veces a mi enemigo que, sin proponérselo, me ha dado a conocer en el mundo del scrabble, convirtiéndose de paso en mi mejor relacionista público. Prefiero mil veces a mi enemigo que, sin darse cuenta y gracias a nuestros épicos debates, termina dándome ideas creativas. Por eso le admiro y se ha ganado mi respeto.

Antes que cegarme y odiarlo con desenfreno prefiero apelar a cuatro elementos: convicción, justicia, razonamiento y prudencia (C-J-R-P).

jueves, 3 de julio de 2014

Iván Ottenwalder, La Autoridad que más ama el SCRABBLE.

Por Iván Ottenwalder

Como todo una AUTORIDAD de su juego.
























































FUENTE: Mi cámara fotográfica.