(Enero
– julio 2020)
Por
Iván Ottenwalder
Otro
año en el que no esperaría nada a cambio sería el naciente 2020.
De eso estaba plenamente convencido durante los primeros días de
enero. Aunque,
debo ser honesto y reconocer que, al menos en 2019,
sí me ocurrieron algunas cosas buenas. Eso
quedó explicado en el capítulo titulado Iván
Ottenwalder pasa balance a su 2019.
Mi
secreción salivosa nasal por semanas disminuye, por semanas se
recrudece. Vivo el día a día solo apostando a que el tiempo ponga
las cosas en su lugar y termine en algún momento destapando el
asunto. Mantengo el uso de spray nasal, pero solo en ocasiones, no
todos los días. Con lo costosa de la medicina hoy en día apenas me
valgo del Hyderax
25 mg, Feltran (haloperidol en gotas) y la crema de Clobetazol. Una
buena nueva, no recuerdo si ya lo había dicho en otra entrega, es
que llevo más de dos años sin la necesidad de tomar Omeprazol. La
gastritis y el reflujo gástrico de aquellos años 2015, 2016 y 2017
han dicho adiós por siempre. Puedo confesar que aquellos fantasmas
se han ido.
En
el ámbito laboral he seguido en el mismo lugar de trabajo y
devengando el mismo salario. Trabajé en tres procesos electorales
como sustituto de secretario por parte de la Junta Central Electoral:
el interrumpido de febrero y los exitosos de marzo y julio. Me
pagaron por mis servicios.
Para
el mes de febrero me fue entregada la tableta digital que me saqué
en la rifa de la fiesta navideña en
diciembre de 2019. He
pensado venderla, postura que aún mantengo. Entiendo que, con mi
laptop
y
celular Samsung
Galaxy J6, me basta para lo que realmente necesito.
Aún
no la he vendido, pero no me desesperaré. Las cosas ocurrirán como
tengan que ocurrir y punto.
Desde
mediados de marzo, y
debido a la pandemia del coronavirus, he
estado laborando desde casa. Mando mis tareas laborales por correo
electrónico y listo. La empresa para la que laboro me sigue pagando
mi mensualidad con
toda normalidad.
Pago
mis cuentas vía digital sin necesidad de hacer colas en los bancos.
Relación
turbulenta con Yajaira
El
10 de enero Yaya y yo nos habíamos arreglado. Todo por iniciativa
mía, cosa de la que al final terminaría lamentándome. Cada
vez que ella quería algo, sobre todo monetario, me lanzaba algún
que otro mensaje por whatsapp.
Nunca
le interesó ir a mi casa y, cada vez que le tocaba el asunto de
sexo, se escudaba en la excusa de las secuelas que le habían
dejado el accidente de la primavera de 2019. “No
sea pendejo, no sea maricón, si ella no le dá la nalga, déjela”,
me aconsejó su madre en enero.
Le
había confesado a doña Yolanda que la razón por la que regresaba
con Yajaira era porque todavía una parte de mí la quería. “Bueno,
usted es un héroe pa seguí con ella, sabiendo que no le ha dado el
culo, jejejeje”, se destornilló de la risa mientras tomábamos
café una
tarde.
La
reconciliación con Yajaira aparentaba ir de viento en popa. Aunque
seguía sacándome dinero por cualquier cosa se mostraba cariñosa y
amorosa. Volvieron los besos y abrazos, conocí a su hermana
Alejandra, quien fue muy simpática. Ella,
militar del ejército, estudia Relaciones Públicas y posee una
boutique de ropas y
otros artículos. Llegué a comprarle una bonita lámpara eléctrica
y un paquete de buenas medias deportivas. A finales de enero, Yajaira
se antojó de un vestido y tuve que comprárselo. Asimismo, se
antojaba de otros atuendos de la boutique. Cada vez que le pillaba
uno de sus frecuentes malestares, ya fuera estomacal, fiebre,
sinusitis, tenía que hacerme cargo de los gastos. Cuando fue al
nutricionista
y le indicaron análisis, también tuve que correr con la cuenta.
Asombrosa
o milagrosamente siempre me quedaba un pequeño margen para el
ahorro. De no haber Yajaira el dinero en depósito hubiese sido
mayor.
Previo
al día de los enamorados se
antojó de unos brackets dentales. Me mostró una oferta de brackets
que había en la clínica Dental Chic por tan solo 3,500 pesos. “Tú
sabe que ante yo usaba bracket dentales, tú lo has visto en mis
fotos de hace muchos años,
lo que pasa que me los quité porque me molestaban mucho”, me
explicó. Muy bien, le prometí
que sí, que le daría su regalo.
Telefoneé
a Dental Chic y programé la cita para el sábado 15 de febrero a las
10 de la mañana. Nos vimos a las nueve en el parqueo del edificio
donde reside su hermana. Ese día, y aún esto me sigue dando vueltas
en la cabeza, ella amaneció con un humor de perra. Inventó que yo
había checado los mensajes por whatsapp
de una conversación con su madre un día antes cuando en verdad lo
que sucedió fue que doña Yolanda telefoneó desde su móvil a
Yajaira y me la puso al oído. Aquella maña, en que nos encontramos,
me habló como fiera, no quería que me le acercara mucho. Me pidió
en tono mandón que le comprara unos platanitos y una botella de agua
en un
colmado cercano. Cuando le pedí un poco de platanitos me contestó
con muy mal genio que no me daría nada. “¡TÚ NO DESAYUNATE,
COÑO!”. Por más que intenté explicarle que no era cierto aquello
de revisar sus mensajes nunca me creyó, de nada valió mi defensa.
Pedí un taxi cerca de la
calle Caonabo y este arribó en cinco minutos. Entramos
y le expliqué la dirección al taxista. El vehículo se puso en
marcha. Durante el trayecto y bajo el consabido de que ella
era mi novia,
le puse mi mano encima de una de sus piernas. “¡NO ME JODA COÑO,
NO ME PONGA LA MANO!”, me gritó, me miró mal y volteó su cara de
amargura. Nos pasamos
toda la ruta sin dirigirnos la palabra hasta que al final
llegamos a la
clínica dental.
Para
no cansar el cuento tengo para decir que se pasó toda la bendita
mañana con una carota del culo. Por cualquier cosa me insultaba
delante de la gente y me avergonzaba. Le pagué la panorámica
dental, una doctora la evaluó y le halló como seis caries. También
le diagnosticaron otro problema por el cual habría que practicarle
dos pequeñas cirugías, no tan costosas pero que correrían por mi
cuenta en una próxima cita. Nos
fuimos en otro taxi. Dentro del vehículo otra vez mostró su carota
de culo. Solo por hacer un chiste me amenazó con pegarme par de
bofetadas. “Iván, te doy do galleta. ¡Ayyyy coooño!”, me
amenazó con su habitual lenguaje barrial.
En
el camino se antojó de comer pollo en Kentucky. Le dije al taxista
que se detuviera en un fast
food
de la avenida Núnez de Cáceres y, después de pagarle su tarifa,
nos desmontamos. Entramos, mi amargada novia y yo, al restaurante de
pollo. Pedimos nuestros servicios, los pagué con tarjeta de crédito,
ubicamos una mesa y nos sentamos. La desgraciada no dejaba de mirar a
cada hombre, fornido
o aparente que
entraba al restaurante, haciéndome
quedar como un perfecto comemierda.
Ese
momento de almuerzo nos la pasamos discutiendo. Yo, tratando de bajar
lo más posible mi voz; ella, elevando su tono. Terminó
de comer y salió de primero;
yo la seguí después. Tomamos un carro público y nos encaminamos
hasta Downtown
Center.
Entramos
al famoso mall. Ella aprovechó para comprar un chip para su celular,
ese que yo le había regalado de navidad. Luego se antojó de entrar
al supermercado Carrefour y escoger una funda de pan y una caja de
cereal para su adorada Lya, artículos que terminé pagando. Mientras
anduvimos caminando por la plaza no se cansaba de echarle el ojo a
los chicos de la high
class,
vergüenza que a veces
no entiendo como aguanté. Ella se empecinó en tratarme ese día
como a
una
mierda. Finalmente,
salimos y tomamos otro vehículo público en ruta hacia la Caonabo.
Luego caminamos hasta el parqueo del edificio. Nos sentamos en un
banco y de nuevo empezó la discusión. Me pidió 100 pesos y le dije
que no tenía. Ella, toda una arrogante, subió al apartamento. Yo,
me marché hacia mi morada.
La
próxima vez que nos vimos fue el jueves 20 de febrero. Nos
encontramos en el parque del edificio donde reside su hermana. Andaba
acompañada de sus
dos
hijos,
Alex y Lya, y su sobrina Yazmín.
Aquella
tarde, la recuerdo como un maremoto de personas. Oleadas de gente de
todas las edades venían de una de las tantas manifestaciones de
protestas que durante toda la semana se realizaban en la Plaza de la
Bandera, frente al edificio de la Junta Central Electoral. Caminar
con desahogo era prácticamente imposible en aquellos días. La
ciudadanía protestaba masivamente contra la JCE, por haber anulado
las elecciones municipales del 16 de febrero.
Yajaira
apenas me saludó con un
beso en la comisura de mi labio. Habíamos acordado que le haría una
compra en el supermercado y luego iríamos a Downtown Center a cenar.
Nos
fuimos caminando. Un escuadrón, compuesto por Yazmín, Lya, Alex,
Steven y otro grupo de niños, nos acompañaba. Llegamos al
supermercado Bravo. Yaya empezó a coger productos y arrojarlos en el
carrito de compras. Le había anticipado de
favor
que la compra no superara los 2,500 pesos. Al final, cuando fui a
pagar, el monto hizo poco más de 3,200. Una vez más se había
pasado de lista.
El
batallón de niños nos
ayudó
a cargar con las fundas. De nuevo a pie fuimos andando. Ya cuando
íbamos a medio camino Yaya me dice que yo
pude
haber pedido un taxi, que le duele el pie, que no le gusta caminar
mucho. Tratando de hacer un chiste simpático y, sabiendo lo poco
dada al ejercicio físico que era ella, le respondí que caminar le
haría bien, que lo tomara como ejercicio para sus pulmones. Aquello
fue como provocar al mismísimo demonio. “¡MAMAGUEEEEEEEVOOOOOOO!
COÑO, MAMAGUEVO, CÓMO TÚ ME DICE ESO, COÑO, DEGRACIAO. ALÉJATE
DE MÍ, COÑO. NO TE QUIERO VE CELCA, MAMAGUEVO”. Escuchar
aquella sinfonía de insultos me hizo entrar en pánico y silencio.
Tuve que alejarme de ella y dejarla sola. Como 10 minutos más tarde
ya todos habíamos llegado. Yaya y su escuadrón subieron las
cargadas fundas de compra, incluyendo la que traía en mis manos.
Minutos
después bajaron todos. Los amigos de Lya y Alex se marcharon.
Yaya se había calmado, y llamó a un taxi de la compañía InDriver.
Lo abordamos. Del escuadrón solo vendrían sus hijos, la sobrina y
Steven. Llegamos a Downtown Center. Una vez allí subimos al área
de restaurantes. Yajaira y yo pedimos en Kentucky mientras que los
niños ordenaron hamburguesas en Wendy’s. Cenamos.
Una vez saciados los apetitos nos quedamos mirando las vitrinas de
las tiendas. Luego abordamos un taxi que nos llevó hasta nuestro
destino. Le pagué al chófer y nos desmontamos. Me despedí de la
mala novia y sus pequeños familiares. Al
llegar a casa me duché y luego, más relajado, le mandé varios
mensajes por
whatsapp.
Le expresaba lo mal que me había sentido por su maltrato hacia mí.
Discutimos y luego nos despedimos hasta el otro día. Estaba
plenamente decidido a terminar con ella.
El
viernes 21 de febrero, tras finalizar varias tareas en mi trabajo,
aproveché para enviarle otro mensaje por whatsapp,
expresándole mi determinación a romper mi relación con ella. Me
telefoneó para pedirme, de favor, que mejor habláramos, que “por
teléfono no es la manera adecuada de acabar una relación”.
Acordamos reunirnos por
la Caonabo, cercano al apartamento de su hermana, a
eso de las seis de la tarde.
Dadas
las seis platicamos en el lugar acordado. Ella se ha defendido y me
ha pedido perdón por los insultos de ayer. Llegamos a un acuerdo.
Le dije que mensualmente le daría 1,500 pesos mensuales para su
compra de alimentos así como también terminaría de pagarle todo su
tratamiento dental en proceso. Hicimos las paces. Nos dimos par de
besitos. “Lo
de hacer el amor será pronto, no te preocupes”, me prometió.
Nos
despedimos y me marché tranquilo a casa.
El
sábado 22 nos juntamos temprano en el piso de su hermana. Habíamos
acordados ir al dentista. Yajaira debía acudir al odontólogo para
la pequeña cirugía en una de sus encías. Lya, Stevens y Yazmín
para un simple chequeo. Tanto la operación de Yaya como las
evaluaciones a Lya y Stevens serían pagadas de mi bolsillo. El
chequeo a Yazmín iría por cuenta de su padre. Tomamos un taxi de
InDriver camino
a Dental Chic.
Jamás
olvidaré aquel hecho tan vergonzoso que desencadenaría días más
tarde en otra discusión
verbal. Yajaira
le había dado
su
número de whatsapp
al taxista. Al principio pensé que solo lo haría para que
éste
tuviera su número de contacto en caso de emergencia. Así
lo creí y
hasta
expresé:
“claro amor, es bueno que tengas el número de un taxista por
cualquier emergencia”. Ella, en vez de secundarme,
respondió lo siguiente: “No, no
es por eso, lo que pasa que él es un hombre muy dinámico y
divertido y
me agradan los hombres dinámicos y divertidos”. Me sentí en ese
instante el comemierda más grande del universo.
Al
llegar a la clínica dental hablamos con la recepcionista.
Yaya entró de primero, poco después Lya, Stevens y Yazmín. A mi
novia le practicaron la cirugía prevista; los
críos
recibieron la buena noticia de que sus dientes estaban en perfecto
estado. Una hora duraron con Yaya en el quirófano dental. Al
terminar, ella no podía casi hablar. Salimos de la clínica. Ella me
pasó la receta para que me hiciera cargo de los medicamentos, cosa
que hice cuando regresamos a la vivienda de su hermana. Fui a una
farmacia y se los compré. También un pequeño helado. Se los llevé
dentro de un bolso plástico. Yolanda, su madre, me lo agradeció
eternamente. Eran más de las doce meridiano.
La buena señora me invitó a que me quedara a
comer.
Acepté, a sabiendas de que tenía comida en casa. Almorcé y le di
las gracias.
Me
marché a casa. Antes de salir Yaya me dijo que me llamaría por
whatsapp para que regresara en la tarde.
A
eso las cinco y treinta volví a casa de Alejandra. Yaya me esperaba.
Llamó por whatsapp al mismo taxista de la mañana quien pasó a
recogerla. Lya y Yazmím le acompañarían en su viaje de regreso a
Haina. Cargaron con la compra de supermercado que les hice dos días
antes y, por supuesto, también pagué el taxi.
Al
marcharse yo también hice lo mismo.
Ya
en casa empecé a reflexionar sobre esa conducta tan anómala de
Yajaira. Tomé mi celular y, con cierto dejo de frialdad macabra, le
mandé varios mensajes de voz.
Le
decía que si ella decidía empatarse con el taxista aquel “no
contara más conmigo ni con mi ayuda monetaria”. Le recordé una
vez más el trato basura que ella venía dándome. “Si te vas de
parranda con ese taxista, ten por seguro que será él
quien cargue con todos tus gastos. Si él
te lo mete por el
trasero,
olvídate de que existe Iván Ottenwalder. Te conozco Yayita, sé que
siempre buscas argumentos idiotas para no hacerlo conmigo. Bien bien,
pues estás advertida. Jamás te levantaría la mano para pegarte,
eso nunca. Pero que te quede claro, si te vas con él, Iván
se
larga de tu vida para siempre. No te lo repito más”.
Yajaira
no volvería a dirigirme la palabra hasta tres días después.
El
martes 25 de febrero estaba realizando mis tareas laborales con toda
normalidad cuando
sonó mi celular. Era ella. Me habló en tono enojado. Estaba
irritada conmigo por la retahíla de mensajes de voces del pasado
sábado. Me dijo que Lya, su niña, escuchó todo lo que le había
dicho. “Lo siento por la niña, ella no tiene la culpa, solo tú la
tienes”, le contesté. “No me arrepiento de haberte dicho todo
aquello. No sabes lo basura que me hiciste sentir la semana anterior,
desde la vez del supermercado hasta cuando te pusiste a flirtear con
el taxista delante de mí, como si acaso yo fuera
pura mierda”, agregué. Ella se defendió por los codos. “Iván,
ese tipo es ordinario. Yo no me voy a meté en amore con un tipo así.
Además, a mí no me gustan los hombre negro”, argumentó. No le
creí y salí con un contraargumento: “¿Si no te gustan los negros
como entonces tienes dos hijos morenos cuyos padres también lo
eran?” Volvió a la defensiva, esta vez explicando que los papás
de Alex y Lya no eran muy negros, que eran negros claros. ¡Tamaña
estupidez!
Volví
a retomar el asunto del sexo y le hice saber que si me hubiese
empatado con otra hace mucho lo hubiese conseguido. “¡PUE
BÚCATE OTRA COÑO, MAMAGUEVO!”, me gritó. “Muy bien, así lo
quieres. Lo nuestro se acaba y me buscaré otra. Sabes también, que
si lo prefiero, puedo visitar una casa de cita, pagarle a una y me la
follo como si nada del mundo”, le
respondí con mucha calma.
“MAMAGUEVO,
TÚ TE TA VOLVIENDO LOCO. ¡TÚ NO SABE QUE YO SOY TU NOVIA PA TÚ
VENÍ A HABLAME ASÍ! NO TE APURE, QUE YO SÉ DONDE TÚ VIVE. TÚ Y
YO NOS ENCONTRAMO COÑO. ¿TÚ QUIERE QUE VAYA A TU CASA Y TE DE DO
GALLETA, COÑO?” Así, cargada de ira
y amenazas,
fue su contestación.
No
estaba dispuesto a aguantar más. Le dejé saber que, si no teníamos
sexo, le cortaría el agua y la luz, es decir, que dejaría de
regalarle dinero. Fue entonces cuando cedió. Me propuso que lo
hiciéramos, pero dentro de una cabaña y que me protegiera con un
condón. Ya
nos pondríamos de acuerdo, pero tendría
que esperar que ella se recuperara del dolor aún persistente por la
cirugía dental de días atrás.
El
sábado 29 de febrero volvimos a Dental Chic. Esta vez en compañía
de Lya y Stevens. A Yaya le descosieron los puntos de sutura. Se
sentía mejor. A los niños, que
también deseaban ponerse brackets, hubo
que realizarles panorámicas dentales. Yo las pagué las dos. El
dinero por la de Stevens me sería reembolsado
por su madre, Alejandra. Según
los médicos, la dentadura de los críos estaba en óptimas
condiciones, pero,
por
razones que ahora no recuerdo,
explicaron
que aún
no era el momento de
colocárselos.
Le
recordaron a
Yajaira sobre
las caries a erradicar. Dijo
que se las trataría en otra clínica, pero que los brackets
se
los haría con ellos. Finalmente, nos regresamos en un taxi al
apartamento de la Caonabo. Yo
no subí. Nos despedimos hasta la tarde.
A
eso
de los seis de la tarde nos encontramos en el apartamento. Le regalé
el dinero para el taxi y nos despedimos. Apenas un abrazo.
Cuatro
días después, el miércoles 4 de marzo, tuve cita en el consulado
americano. Todo salió como lo deseaba: obtuve el visado por 10 años.
Ese
mismo día, en horas de la tarde, vía
whatsapp,
Yaya me pide de favor que le pagué el recibo de la luz. “Tú sabe
corazón,
que yo toy aquí, en la casa de Haina. Me llegó la factura de
quinientos y pico de peso. Yo no tengo trabajo y si no la pago me la
coltan”, me explicó y me envío una foto de dicha factura. Me
dirigí a una estación de EDESUR cercana a mi casa y se la pagué.
Fotografié el recibo de pago y se lo remití a su whatsapp.
“Gracia mi amol, te amo”, me respondió junto a unos emoticones
de besos. Lo que no me
imaginaba era, que a partir de ese entonces,
me haría cargar con esa factura todos los meses. Ya,
desde principio de año, también le pagaba el gas de cocina. Todo
eso con el argumento de que su familia no la ayudaba, de que me tenía
solo a mí.
La
querían echar de la casa
Desde
febrero Yajaira y Osvaldo estaban de riña. Su hermano, que en el
pasado había construido la casa de Haina, se fue a pasar varios días
allí.
Le
exigía encarecidamente a
su hermana que
se largara de la vivienda. Le contaba a su
padre, don Alejandro, vía whatsapp, que Yajaira
no hacía el más mínimo esfuerzo por superarse, que se las pasaba
con amigotes de colmado bebiendo alcohol todas las noches y
juntándose con unos tipejos drogadictos. Yajaira
me rogaba que le consiguiera al menos cinco mil pesos para comprar
100 blocks y un saco de cemento y así construir una habitación donde dormir. Le prometí regalarle 20 mil. “Con
esa plata, puedes hacerte de muchos más materiales: más blocks,
sacos de cemento, varillas... no
dará para todo, pero sí para un gran avance. Eso sí, la mano de
obra tendrá que pagarla tu familia, no yo”, le dije bien claro.
La
promesa de los 20 mil pesos la cumplí. Se los conseguí a finales de
marzo, en tiempos de cuarentena por el coronavirus. “Espero, que
una vez reabran las ferreterías, hagas una buena compra de
materiales de construcción. Será el gran inicio para que construyas una habitación y un baño bien decentes. Después, para
2021, yo te conseguiré otra partida de dinero”, le garanticé.
Días
antes de que en el país se decretara el estado de emergencia por el
Covid -19, Yajaira tuvo una entrevista de trabajo, así me contó, en
una compañía de productos de belleza. Me aseguró que le había ido
bien y que luego le darían respuesta. Pero, la respuesta nunca llegó
porque, dos o tres días después, se decretó la cuarentena nacional
y muchos negocios cerraron temporalmente.
Los
últimos meses, antes de la ruptura, me las pasaba pagándole sus
cuentas. A continuación el desglose:
-
RD$1,500.00 mensuales para su comprita en el supermercado
-
RD$500.00 mensuales para el pago del cilindro de gas
-
Casi 600 pesos mensuales por la tarifa de electricidad
-
Un paquetito de internet semanal para su celular (150 pesos x 4
semanas = RD$600.00)
En
mayo se antojó de tener telecable y me pidió dos mil quinientos
pesos para abrir un contrato. Se los conseguí a finales de ese mes.
Me
pidió que le regalara
cinco mil pesos para comprar un paquete de ropas y revenderlas. Se
los negué, y esto porque ya su hermana la estaba ayudando en ese
sentido. Como también le negué un mueble,
que le estaban vendiendo en cinco mil quinientos pesos. “No
puedo darte más de lo que puedo. No soy un hombre rico, y ya te
conseguí, por un micro préstamo de
20 mil pesos, el
dinero
para los materiales de tu casa, que espero me los muestres
cuando
los compres”.
Doña
Yolanda me advierte de nuevo
Para
finales de junio Yajaira me contaba que se había peleado con su
madre y que pensaba irse de la casa, que por favor la ayudara
con el alquiler de una pieza . Le respondí que mi presupuesto no
aguantaría para tanto, de modo que no podría tenderle una ayuda.
“Trata de arreglarte con ella. Mira que ahora estás vendiendo ropa
por tu casa, estás haciendo algo más de dinero. Dale calor a ese
negocio que tienes junto con tu hermana”, le aconsejé. Me pidió
que no le mencionara a su mamá, que ella
no la aguantaba más y que se iría de la casa. No volví a tocarle
más el asunto.
Días
antes de aquel último encuentro, durante un cursillo impartido por
la JCE de caras a las elecciones del 5 de julio, conocí
a otra mujer. Su nombre, Fiordaliza. De 40 años de edad y piel
mulata. Nos amistamos tras una larga conversación al finalizar aquel
cursillo. Divorciada y con tres hijos. Se había convertido a
evangélica por
la depresión que le produjo el divorcio hacía varios años y, desde
hacía cinco, laboraba para la compañía eléctrica EDESUR. ¡Para
la misma EDESUR en la que venía pagando las facturas de electricidad
de Yajaira! ¡Cuántas coincidencias tiene la vida!
Ya
por mi cabeza rondaban otros planes. Pensaba
reducirle la partida de dinero a Yajaira, con el objetivo de que esta
se desanimara, terminara mandándome a la mierda y así tener el
campo abierto para enfocarme
en la otra amiga.
Una
jugada
maestra muy bien calculada.
Para
principios de julio, antes de las elecciones, me había comunicado
con Yolanda, vía whatsapp.
Por curiosidad quería saber qué había ocurrido entre ella y
Yajaira, por qué se habían peleado nuevamente. La buena señora se
sinceró y lo sopló todo. Me había revelado que Yajaira estaba
viviendo con otro hombre, “con un chulo que le dá dinero”, que
singaba todas las noches con ese tipo, solo cuando le llevaba dinero
u otra cosa de valor. “No sea pendejo Iván, no sea maricón,
Yajaira no sirve, e una lacra. Es una tipa antisocial. Se la pasa
bebiendo y metiendo droga con unos tipos raro que la vienen buscar to
las noches.
No sea pendejo, no le dé un chele más”. Me contó que,
últimamente, Yajaira no estaba pagando la luz ni
el gas, que me estaba robando mi dinero. Cuando le informé sobre los
20 mil pesos que le había regalado a su hija para los materiales de
construcción me respondió:
“ella no ha comprao na. Seguro se lo metió en droga”. Y volvió
a recordarme: “ella
lo está engañando. No
quiere darle la nalga porque usted no le gusta. Así me lo dijo, que
solo quería pelarlo. Abra
los ojos, no se deje engañá, Yajaira no es buena mujer para
usté”.
Me
contó que Yaya le había lanzado una pedrada que le lastimó el
brazo. Que iría a la Policía a denunciarla, a solicitar una orden
de
alejamiento
contra ella. Finalmente, me pidió que no dijera nada de lo hablado,
que borraría todos los mensajes de voces de la conversación y me
instó a hacer lo mismo. Le
di mi palabra.
Yo,
de lo más calmado, contaba
ahora con
la coartada perfecta para romper definitivamente con aquella que una
vez llamé chica
de ensueño sacada de un cuento de hadas. Me
frotaba las manos y saboreaba mi tranquilidad.
La
ruptura
Un
día después de las elecciones, lunes 6 de julio, Yajaira ha
telefoneado a mi celular. Eran más de la siete de la tarde. Me ha
dicho que estaba en el apartamento de su hermana, que Lya me quería
saludar. Me la pasa. Le pregunté a la chiquilla cómo le iba en sus
estudios. Me respondió que había aprobado el curso. Quise saber si
se estaba cuidando bien durante el tiempo de pandemia. También
pregunté por su hermano Alex y su primo Stevens. Me asegura que sí
y que su hermano y primo estaban muy bien. Después de felicitarla
por aprobar el curso le deseé todo lo mejor en la vida. Yajaira
vuelve al
teléfono, solo para decirme “ya tú sabe, toy aquí en el
apartamento, cuando tú quiera ven”. Colgué.
No
bien pasó
un minuto
cuando le escribí rápidamente
par
de mensajes por whatsapp:
“No vuelvas a llamarme más”, “Ni me escribas”. Al poco rato
sonó
mi teléfono. Era ella. Estaba airada. “¿TÚ HABLATE CON MI MAMÁ?
¿QUÉ FUE LO QUE TE DIJO?”. Le contesté que no había hablado en
lo absoluto con ella. “Oye lo que te voy a decí, mi mamá ta
enemiga mía y de Alejandra. ¿Qué fue lo que ella te dijo?”. Con
una calma pasmosa volví a responderle no haber hablado nada con
Yolanda. Trancó el teléfono. Otro mensaje mío por whatsapp: “Solo
tú sabrás si tienes tu consciencia limpia”. Luego el de ella:
“Piense lo que uté quiera mamaguevazo, qué me importa a mí”.
Por
último, le mandé otra nota de voz, para dejarle saber que le
cortaba definitivamente el agua y la luz, que si quería plata que se
buscara un chulo que se la diera. También le conté que desde hace
dos semanas venía empatándome con otra chica, con más criterio de
lo que debe ser una relación y un hogar, “no como tú, que no
tienes criterio”.
De
esa manera acabó por siempre mi fallida e infuncional relación con
Yajaira. No más ella en mi vida, hasta nunca.
Otra
buena noticia durante lo que va de 2020 es
que la deuda de mi madre con la Administración de Bienes Nacionales
ha seguido achicándose. Cuando la asumí en verano de 2016 se debía
poco más de 206 mil pesos por su apartamento. Hoy, julio de 2020,
apenas se deben 50 mil y pico. Sin discusión alguna, ¡un gran
bajón! Y ese gran bajón tiene una explicación: mi determinación
inquebrantable por saldar hasta el último céntimo que se deba por
esa vivienda. ¡Si Dios quiere!
A
mi
juicio, mis mejores ases jugados fueron, primero, la obtención de la
visa americana, dos semanas antes de que el Consulado Americano
cerrase sus puertas debido al Covid-19 y, segundo, haber roto con
Yajaira, una mujer que no me aportaría nada constructivo a mi vida.
Haber conocido a Fiordaliza fue como el principio del fin en
mi relación con la hainera.
En
verdad todavía no hay nada en concreto entre Fior y yo. Apenas hemos
salido dos veces. La primera, a Plaza Acrópolis, y la segunda, a
Ágora Mall. Solo roces y cogederas de manos. Los besos y lo que
pueda venir después, quizás tengan que esperar. Esperar a que la
pandemia pueda ser mitigada en República Dominicana. Otro factor a
tomar en cuenta es que ni ella ni yo seamos despedidos de nuestros
empleos. Una buena relación sentimental debe ir de la mano con la
productividad económica de ambos. El
trabajo y los ingresos dan sostén y buen desarrollo a la relación.
Lo demás, cuento de camino.
Padre
Tiempo, sabio al fin, hablará.
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