Para
noviembre y diciembre de 2018 solía repetir a los cuatro puntos
cardinales que el 2019 sería un año en que no esperaría nada a
cambio. Así de sencillo, al 2019 lo llamaría como el año del nada
a cambio. Serían doce meses en que no esperaría cambios en mi
salud, específicamente en lo concerniente al escozor y dolor en la
zona del paladar superior derecho y la secreción nasal que esto me
provocaba; tampoco esperaría alguna mejoría económica, sorpresas
en el amor u otro tipo de ventura.
Sí
estaba consciente y seguro de que otras cosas irían para bien. La
deuda del apartamento de mi madre se achicaría considerablemente, lo
mismo que la contraída con un famoso banco dominicano a raíz de un
préstamo que tomé en septiembre de 2017 y la garantía, gracias a
mis ahorros, de que volaría a Panamá o, en su defecto, a La Habana,
capital
de Cuba,
en el verano.
Sorprendentemente,
ocurrieron
algunos hechos favorables desde el mes de abril. Le aumentaron un 5%
a mi salario, poca cosa, pero peor hubiese sido nada. Tuve
márgenes de ahorros satisfactorios, y eso desde principio de año.
Aunque
no logré viajar al mundial del scrabble en Panamá, por razones ya
expuestas en un capítulo anterior, si conseguí volar a La Habana,
Cuba. Allí, además de jugar partidas de fogueos y un torneo el
sábado 14 de septiembre,
pude
concretar una meta que estaba pendiente: conocer el teatro cubano.
Para mi disfrute presencié dos funciones. También, gracias a Enma
Morris y Arturo Alonso, visité dos veces el Bar El Tun Tun, llegando
a conocer a los famosos artistas
Ray
Fernández y Kamankola.
En
el orden financiero, además de los buenos ahorros, pude reducir
considerablemente la deuda de mi madre con el Estado. Ya solo se debe
por su apartamento el monto de 71 mil 500 pesos.
Para
agosto pude negociar con una institución una iguala de 10,000 pesos
como corrector de una revista de circulación trimestral. Los 10 mil
obviamente que me serán pagados cada tres meses. Hubiese preferido
una iguala mensual, me hubiese convenido más, pero, las
oportunidades en este puto planeta son escasas y hay que saberlas
atrapar vengan como vengan.
También
logré sacarme en la rifa de la fiesta de mi trabajo una tableta
digital.
Aspecto
sentimental
Mi
vida sentimental, si se quiere, ha sido una mierda, así como lo
están leyendo ustedes, apreciados lectores. Un montón de aventuras
efímeras, algunas de las cuales, me han dejado amargo sabor y mal
recuerdo. Pero ya habrá un capítulo especial para abordar este
asunto. Sin embargo, y asombrosamente, a los pocos días de haber
regresado de La Habana, Yajaira decidió corresponderme.
Aquella
chica, o mejor dicho, mujer de 35 años, la había conocido por enero
de 2018. Es una flaca de tez blanca, no tan atractiva de cuerpo y
rostro, pero a mí me gustó
e impactó. Así de simple y
extraños son
mis caprichos. Me empeciné tanto con ella que, dos meses después,
me
la encontré de nuevo. Ella residía en aquel entonces en el piso de
su hermana Alejandra, tenía tres hijos, dos vivían con ella y uno
en Bonao. Conversamos en confianza sobre nosotros. Me atraían sus
preciosos tatuajes, en
una de sus piernas y en la espalda. Me había dicho que laboraba en
un salón de belleza ganando una miseria, que le gustaba el arte de
cocinar, que se había casado tres veces en su vida y que de cada
matrimonio tuvo un hijo. “Quiero estar sola por el momento, tampoco
quiero tener más hijos, ya con los que tengo es suficiente”, me
reveló. Antes
de despedirnos le pedí su número de whatsapp y
gustosamente me lo dio. Duré varios días platicando con ella vía
celular, le repetía lo atractiva que era y lo tanto que me gustaba.
A ella le gustaba pero siempre me decía “corazón, vamos a
conocernos mejor”. Los días y meses pasaban pero ella nunca estaba
dispuesta para que nos viéramos nuevamente y nos conociéramos
mejor. Siempre tenía una excusa o evasiva. Hubo un día que ya mis
mensajes de whatsapp
no
eran contestados. La localicé por Facebook, le escribí por el chat
de esa red social y allí me respondió. Me había dicho que ya su
número había cambiado y que estaba viviendo en Puerto Plata
trabajando para un casino. Le pregunté por la paga y me dijo que
buena pero que el trabajo era muy agotador y la cansaba mucho. Le
reiteré nuevamente lo tanto que me atraía,
volviendo a su manida respuesta de que teníamos que conocernos. “No
podremos conocernos si casi nunca coincidimos”, le
expresé. “Bueno
sí, es verdad, pero podemos ser amigos corazón”, me respondió.
“Lo siento Yaya, pero no puedo verte de otra manera, no sé cómo
me pasó, pero me enamoré de ti y me gustas demasiado. Mejor me
retiraré de tu camino. Nunca serás mía”, le expliqué. “Bueno,
si tú lo dices”, contestó.
Días
antes del 24 de diciembre de 2018 quise saber de Yajaira y le escribí
por Facebook. Me había dicho que ya estaba aburrida de estar allí,
en
Puerto Plata.
Le pregunté qué desearía en este momento si le dieran a elegir. Su
respuesta: “estar con mi familia y mis hijos en la capital pasando
la navidad y año nuevo, pero necesito seiscientos pesos, trescientos
y pico por el pasaje del autobús y al menos que me quede algo para
pagar guaguas y carros públicos” Le di mi palabra de que se los
conseguiría. “¿Me
lo puedes mandar por Caribe Express,
corazón?”, me preguntó y luego agregó “mejor envíame 1,000
pesos porque así le llevo un regalo a la niña”. “De acuerdo
preciosa, pero ¿qué día te regresas a Santo Domingo?”, la
interrogué de nuevo. “Quiero regresar el 24 temprano en la
mañana”, respondió.
Le dije que lo diera todo por hecho, que así sería y, el 23 en
horas de la tarde, fui a Caribe Express a depositarle sus mil pesos.
Era la segunda vez en mi vida que enviaba una remesa. La primera,
ocurrió en septiembre de 2017 cuando le envíé
100 dólares a Carolina Fernández,
dueña del hostal La Hamaca Paraguaya, en
Asunción, Paraguay, para fines de reservación. Después,
en diciembre del 2018, me tocaba enviar una remesa local a la chica
que más me gustaba en el momento.
Yajaira
me dio su nuevo número de whatsapp
y
seguimos la conversación. Le
pregunté qué
tipo de negocio elegiría en su vida para ganarse el sustento
dignamente. Me dijo que un salón con spa, que ese era el mundo que
le gustaba. “Desgraciadamente
no soy un hombre millonario que pudiera ponerte un negocio de ese
tipo”, le dejé saber. Le fui sincero todo el momento, explicándole
sobre lo que devengaba en mi trabajo, mis compromisos económicos y
planes. “Pero, de todos modos, quiero verte cuando llegues. Por
favor Yajaira, quiero que nos veamos. Mira que la última vez fue en
marzo de 2018 y tengo muchas ganas”, le pedí. “Claro que sí,
corazón, te lo prometo y gracias por todo. Por el favor tuyo
voy a cenar con mi familia y mis niños el 24. No voy a estar donde
mi hermana, sino en Haina, que es donde vive mi madre”, me
dejó saber.
Diciembre
de 2018 llegaba a su fin y supe que Yaya la había pasado feliz con
sus seres queridos. El 2019, año del nada a cambio, empezaba pero
ella no me escribía. Así transcurrió enero hasta que, en febrero,
recibí una llamada suya a mi celular. “Oh, y esa sorpresa, no
contaba con ella”, exclamé. “Yo te dije que te llamaría. Mira,
estoy acá en el apartamento de la Caonabo. Ven para que hablemos un
rato ...y mira, ¿tú le puedes traer media cajetilla de Nacional
mentolado a mi mamá? Por favor”, me pidió. “Claro que sí, y te
llevaré una Coca Cola, como la última vez que hablamos, que me
pediste una”, le contesté.
Me
vestí, fui
primero al cafetín de la estación Texaco a comprar lo prometido y
luego caminé
rumbo al parqueo del edificio donde vivía Yajaira. Ella
no había bajado. Voceé hasta la ventana del tercer piso donde asomó
su madre: “¿tú ere Iván?”, me preguntó. “Si señora, estoy
aquí”, le respondí. “Espera, que ella se está bañando y se va
a vestir”, me explicó
Quién
bajó primero fue Steven, un chico de 15 años, sobrino de Yaya e
hijo de Alejandra.
Fue muy simpático y se sentó a hablar conmigo. Para ser honesto,
ese niño me cayó
bastante
bien.
Finalmente
bajó Yajaira. Nos saludamos con un efusivo abrazo y, de
la
emoción, hasta la levanté un poco. Luego
nos dimos un beso, pero no de lleno en la boca, sino en la orilla de
nuestros labios. Le entregué la funda con la media Nacional y la
Coca Cola. “Steven, ve y llévale los cigarrillos a mami, Iván y
yo nos bebemos el refresco”, le ordenó al sobrino. Por fin me
sentía cerca de mi chica favorita. Hablamos, le eché mi brazo por
las espalda. Me contó que no regresaría a Puerto Plata, que
prefería estar cerca de su
familia.
Le robé un beso en la mejilla. “Sabes que me gustas mucho y me
muero por ti”, le confesé por enésima vez. “Me atraen tus
piernas, tus tatuajes, toda tu figura. Eres la mujer perfecta”, le
expresé mis subjetivos sentimientos, pues, a decir verdad, Yajaira
es una flacucha, coqueta, es verdad, pero nada de cuerpo atractivo ni
hermosas piernas. Lo
que sucede es que ella me gustaba y quería conquistarla. Mientras
seguíamos platicando, bien juntitos, le moví parte de su blusa y le
besé uno de sus hermosos tatuajes. “No he visto tatuajes más
seductores que los tuyos”, le manifesté. “Mira, ya, que viene mi
niña, tranquilízate”,
me pidió. En efecto, en ese preciso instante esta hizo presencia.
“Ella es mi hija, Lya”, me la presentó. Madre e hija platicaron
un pequeño rato y
luego
la pequeña se marchó. Finalmente, Yajaira me dijo que se regresaría
para Haina a eso de las 7 de la noche y que necesitaba pasaje. Le
dije que solo contaba con cien pesos. “Sí, ven dámelos. Mira, nos
volvemos a ver pronto, ¿okey? Voy a hablar un rato con la vecina.
Cuídate”. Nos abrazamos de nuevo y nos besamos en la comisura de
los labios. La levanté nuevamente de la emoción.
Me
marché a casa y vine a saber de ella un mes después, en marzo. Le
había escrito por whatsapp.
“Estoy
aquí en la Caonabo, donde mi hermana. Estoy sola con los niños”,
me dijo. “Y mira a vé
lo que tú hace que aquí no hay gá pa’ cociná y no tenemo qué
comé”, me exigió en tonó mandón. Le pregunté
si con 500 pesos era suficiente y me dijo que sí. “¿Cuándo tú
me lo va a traé?”, me preguntó y le dije que por la tarde.
A
eso de los cuatro de la tarde, sonó mi celular y era ella. “Mira,
¿tú no dique venía pacá a traeme el dinero del gá? Yo te estoy
eperando. Tú sabe que aquí no hay na que comé”, me recodó en
tono imperativo.
Me
vestí y tomé rumbo hacia el norte de la avenida Caonabo, hasta
llegar al parqueo de su casa. Allí me esperaba. Nos abrazamos y la
besé en la comisura de sus labios. Conversamos un rato, coqueteamos
con el roce de cuerpo y manos. La besé en la mejilla y me dijo
“mira, mi niño está allí sentado en la escalera, aquí no”. Le
di los 500 pesos y le pregunté qué iba a comer. “No sé, cómprame
un picapollo con papas”, me pidió. Le sugerí que fuéramos a
Pollo Victorina y aceptó, con la condicionante de que invitara a Lya
y Alexander, sus pequeños vástagos. “De acuerdo, andando”, la
animé. Llamó a sus niños para que fuéramos a comer a Victorina. A
pura dificultad cruzamos la 27 de febrero ya que el tránsito
vehicular estaba insoportable. Caminamos hasta llegar al famoso
restaurante. Yaya y yo vimos el menú y sugerí un combo de 900 pesos
con refresco. El pedido tardó como 10 minutos. Una vez entregado lo
llevé a la mesa y empezamos a comer. Yajaira se divirtió con unas
ocurrencias bien graciosas de su hija que hasta yo me reí. “Muy
bonita tu niña, amor”, le susurré a Yaya. “Claro, eso es lo que
se busca, se parece a su mamá”, me respondió. “Y eso, que tú
estás buenísima”, le devolví el susurró. “Mira, cállate,
aquí no”, me dijo suavemente, golpeándome levemente con su
pierna.
Al
terminar de digerir los alimentos empacamos los residuos. “Se lo
vamo a llevar a Kalimán”, le dijo ella a sus niños. “¿Quién
es Kalimán?”, pregunté. “Es el perro que tenemos en la casa de
Haina”, respondió Alexander. “Siempre le llevamos comida”,
agregó.
Salimos
del restaurante, cruzamos la avenida y llegamos
al parqueo de su casa.
Una vez allí
Yayaira se despide de mí: “Iván, nos vemos, voy a subí con los
niños. Yo te tiró por el celular, me prometió”. Me tendió su
mano y se la besé; ella se sonrió como asombrada. “Tú
sabe que tengo que resolvé lo del gá. Yo te tiro por whatsapp”,
me prometió, pero no lo cumplió. Yajaira no volvió tirarme por
whatsapp hasta mediados de mayo, mes en que tuvo un accidente que le
fracturó la pierna derecha, la pelvis y pie derecho. Primero lo hizo
por Facebook. “Hola, ¿cómo estás?”, me saludó. “¿Qué
quieres, fantasma del pasado? Me dijiste la última vez que me
tirarías por whatsapp y nunca lo hiciste. Me quedé esperando”,
le reclamé. “Oye, tuve un accidente en un motor y estoy con un
yeso en la pierna. Te voy a mandar una foto por Facebbok para que la
veas”, y de inmediato me llegó la imagen. Era verdad lo del yeso.
“Necesito un favor tuyo. Quiero que me consigas 1,000 pesos y me
los envíes por Caribe Express, como la otra vez, ¿te acuerdas? Es
que tengo que comprar algunas medicinas y no tengo mucho dinero;
además, debo ir a la consulta la semana que viene y no tengo seguro
médico. Por favor, corazón”, me rogó tras explicame su
situación. Le pregunté qué pasaba con su celular y me dijo que se
lo habían robado pero que ya tenía otro y, de inmediato, me dio su
nuevo número. “De acuerdo, te pondré la plata pero quiero que
sepas que no me gustó que dejaras de hablarme todo este tiempo”,
le hice saber. “Yo te expliqué ya, corazón lo que me pasó”, se
defendió pero sin convencerme.
Al
otro día de la conversación le envié la remesa de mil pesos. “Ya
tienes tu dinero, vé y búscalo”, le dije. “Gracias corazón, le
diré a mami que lo pase a recoger. Tú verá que nos vamos a juntá
pronto”, me garantizó.
Una
semana más tarde, me escribió por whatsapp: “corazón, mándame
mil pesos más, please”, me rogó. Y así pasaron varias
semanas en las que yo le enviaba giros del mil pesos y, en una
ocasión, hasta 1,500.
En
el mes de julio, ya le habían quitado el yeso, pero cojeaba al
caminar. Me llamaba constantemente para que le comprara un paquetico
de internet para su celular. Yo, gentilmente lo hacía. Una noche de
julio me telefoneó desde Haina para pedirme que le comprara una cena
a sus niños. “Amor, ¿tú puede comprale una cena a mis hijos, a
Lya y Alexander? Ellos tienen hambre, están solos en el apartamento
de mi hermana y no tienen nada que comer. Tú va y toca la puerta,
ellos te abren”, me pidió en tono penoso. “Amor, ahora estoy
atrapado en la lluvia, ni siquiera estoy en casa, lo siento, con
mucho gusto lo hiciera, pero la lluvia no me deja avanzar”, le
mentí a propósito, aunque fuera verdad la situación de sus niños.
No me había llegado la fecha de pago aún.
Días
más tarde, un domingo como a las 12 del mediodía, Yaya me llama por
whatsapp para decirme que ella y Alexander no han comido nada, que
por favor les comprara algo de comer en Jade. “Estoy aquí, en el
apartamento de la Caonabo”, me explicó. Así lo hice: les compré
un chofán y un sandwish de jamón y queso y se los llevé a piso de
Alejandra.
Yajaira
estaba sentada en un mueble de la sala y al lado tenía las muletas.
Me senté a su lado y le dije: “por fin te puedo ver”, y le besé
la mano dos veces. Hablamos un ratito, pero luego ella me dijo que
tenía que marcharme, porque su hermana podía llegar y que a ella no
le gustaría ver un hombre en su casa. “Por favor, no dejes de
llamarme”, le imploré. “Tranquilo corazón, yo te tiro pa que tú
vuelva esta tarde y hablemos mucho. Mira, tenemos que hablá
seriamente de nuestra relación, tenemo que sentano a hablá,
¿oíste?. Yo te tiro a tu celular”, me prometió pero, como en
tantas ocasiones, tampoco cumplió.
Transcurrieron
varios días hasta llegar el mes de agosto. Fue ahí cuando me
escribió por Facebook para pedirme que nos viéramos en La Sirena
del kilómetro 12 de la Independencia. “Mañana corazón. Yo te
aviso”, me informó. Llegó el día y le escribí: “me dijiste
que por la mañana, voy saliendo”. Ella respondió: “ahora no
amor, mejor esta tarde, como a las siete, en la entrada principal”.
Perfecto, a las siete estaba esperándola en la puerta principal de
La Sirena y no llegaba. La esperé como por dos horas, y eso porque
soy paciente y generoso. Al dar las ocho de la noche y no aparecer me
regresé a mi casa.
Semanas
más tarde, mientras descansaba en mi habitación a eso de las 11
de la noche, sonó mi celular y era ella: “corazón, ¿cómo te va?
Soy yo, Yajaira. Te estoy llamando del celular de una amiga. Me fui
de la casa de mi mamá, me pelié
con ella y estoy viviendo en casa de una amiga, se llama Yuri. Mira,
voy a vé
si me consigo un trabajo y me mudo sola a viví, así tú podrá
visitame to las veces que tú quieras y te puedo prepará una comida
y atendete bien. Mira, yo quiero, por favor, que tú me haga una
compra en el supermercado, mañana,
pa ayudá un poco a mi amiga. Tú puede vení el domingo y yo te
cocino algo pa ti. Quiero
que nos veamos en el Olé de Haina. Es cerca, tú coge una guagua en
el 12 y le dice al chofer. Él te deja ahí mismo”. Le dije que sí,
que aceptaba, pero el
día
pautado, jueves 29 de agosto, me
inventé una excusa de que tenía fiebre para no acudir al
compromiso. Entendía que Yajaira había sido muy ingrata e injusta
después de lo bien que me había comportado con ella. Así lo pensé
el jueves, pero, el viernes 30, cambié de opinión y le pregunté si
podíamos vernos en La Sirena del 12 después de las 10 de la
mañana. “Ok, corazón, voy a ver si consigo el dinero de pasaje”,
me dijo. Más tarde me anuncia que sí, que allá me esperaría. Como
a las 11 de la mañana llegué al famoso mall
y
allá estaba ella, desarreglada y algo feíta. Nos saludamos con un
abrazo y beso en la mejilla. Me explicó que había llegado en un
motor, que el marido de Yuri la había traído pero que él cobraba
porque era motoconchista y que eran doscientos pesos. Fui a un cajero
automático a retirar los docientos y dárselos. El
motoconchista o lo que fuese se marchó y me quedé a solas con la
chica de mis sueños. Yajaira
y yo entramos al supermercado, ella tomó un carrito de compras y
anduvimos por los pasillos. En el área de ropa de hombre tomé unos
pantaloncillos y medias;
ella tomó unas medias para llevárselas a su niño. Seguimos
andando y ella se antojaba de muchos artículos, eso sí, siempre
buscando los más baratos, supuestamente para no afectar mucho mis
bolsillos. La pasamos divertidos. Le echaba el brazo y se dejaba;
discretamente le tocaba su trasero y también se dejaba; le robaba
algunos
besitos
por la mejilla y a ella le gustaban. Se
reía de mis finos piropos: “eres una chica de ensueño sacada de
un cuento de hadas”, “tienes un cuerpo de modelo al estilo miss
universe”,
“eres lo mejor que ha pasado por mi vida”;
“mis parejas anteriores no te dan ni por los pies”, entre otros.
A
veces la besaba por el cuello y me decía “oye, delante de la gente
no, ¿tú no vé que aquí hay mucha gente? Tate tranquilo, en otro
lugar sí, pero aquí no”.
Al
terminar de abastecerse fuimos al área de caja y pagué. La cuenta
hizo como 2,300 pesos. Ella pidió una funda gigantesca para empacar
lo que le había comprado. Le invité un café y aceptó. En el
cafetín de La Sirena nos sentamos a tomarlos. Le
dije que pensaba mucho en ella. “Sí, quiero que sigas soñando
conmigo todas las noches”, me respondió con desgano. “Yaya, ¿hay
algo en mí que no te gusta? Eres libre de decírmelo, no me
molestaría en nada. Sabes que siempre te lo he preguntado”, le
dije. Ella solo atinó a decir:
“habla más bajito, ¡tú
no vé que hay mucha gente y nos oyen!”
Terminado
el café nos fuimos. Ya
afuera, llamó a un motoconchista para que la llevara a la parada de
guaguas que
estaba
bien cercana. Nos despedimos, me abrazó y
nos besamos en la comisura de los labios. El momento de los besitos
de lleno en la
boca
aún no había llegado, pero llegaría.
El
sábado 31 de agosto Yajaira me tiró por el whatsapp
de
Yuri. “Corazón, ¿cómo te va? Mira, quiero que vengas a comer
este
domingo
después de las doce. Yo voy a estar aquí y mi amiga te a va dá la
dirección. Quiero
que nos veamos”, me pidió con
voz dulce. Me
entusiasmé
tanto, no lo niego: por vez primera iba a probar la comida de Yaya.
Aquello no ocurrió. El domingo 1 de septiembre a
eso de las 10 de la mañana le escribí por whatsapp
a
Yuri, primero preguntando por Yajaira y luego por su dirección. Yuri
me dijo que Yajaira había salido desde temprano pero que regresaría
pronto. “Venga pacá Iván, ella viene en cualquier momento. Mi
casa está a su disposición y Yaya quiere cocinale algo de comé. Es
fácil llegá: toma una guagua en el kilómetro 12 de la
Independencia y
tú me tira a mi celular pa yo decile al chofer donde dejate”, me
explicó.
Tal
como me instruyó Yuri así lo hice. Llegué a la parada de guaguas
del 12 de la Independencia, la
telefoneé, le pasé el celular al cobrador y ella le explicó a
éste. Al terminar de hablar el chofer me devolvió mi teléfono y me
invitó a subir: “suba, patrón, ya yo sé donde dejalo”.
El
trayecto duró como 30 minutos debido a los tapones. Al llegar el
chofer me indicó: “mire patrón, ahí en ese salón está la
amiga suya esperándolo. Vaya
con Dio”.
Yuri
me voceó desde el balcón de un segundo piso donde estaba su
saloncito de belleza. “Iváaaaannnnn,
aquí arriba”, me indicó. Subí y nos saludamos. “¿Cómo
le va señor Iván? Venga,
siéntese. Yajaira
no ha llegado tovadía y son la una de la talde, pero yo le voy
averiguá, tranquilo”, me explicó. Le dije que la esperaría solo
una hora. Yuri marcó a los whatsapps
de algunas amistades preguntando por Yajaira, a
mengano, a fulano, y nada de Yaya. “Mira, ¿tú sabe dónde ta
Yaya? ¿Tú no la ha vito por casa de Yolanda?”, preguntaba
insistentemente pero nada de información. El reloj marcó las dos de
la tarde y le dije a Yuri que esperaría una hora más, pero dieron
las tres y nada se sabía de la mujer a quien definía como chica
de ensueño sacada de un cuento de hadas.
Finalmente
me fui. Abordé un motoconcho que me dejó en la parada de guaguas.
El cobrador me dijo que eran 25 pesos y le dejé 40. “Déjelos así,
vayan en paz”, le dije. “Gracia patrón, Dio le bendiga”, me
agradeció el motorista. Tomé una guagua rumbo al 12 de la
Independencia. Al llegar, entré a La Sirena y almorcé. Luego, me
marché hacia mi casa.
A
eso de las seis de la tarde recibí un mensaje de whatsapp.
Era
Yajaira. “Ay corazón, peldóname, se me presentó un problema con
la niña que está donde mami en Haina, peldóname Iván”, se
excusó en
tono desesperado.
La
rabia que yo tenía no era pequeña. Le
reclamé todo el tiempo de espera y la culpé por el plantón. “Yaya,
duré dos horas en el salón de tu amiga. Ella preguntando a diestra
y siniestra dónde tú estabas y yo, como un estúpido. Me hiciste
quedar como un perfecto idiota, como un comemierda. Mira, mañana
lunes, un avión espera por mí, me voy para Cuba, me voy a
desentender por dos semanas de este país y para colmo no pude verte
hoy, y tanto que me prometiste que me ibas a cocinar este domingo”,
le
expliqué en tono airado. No era para menos.
Al
día siguiente, 2 de septiembre, volé hacia La Habana. Dos días
después, revisando mi whatsapp,
veo
un mensaje de Yaya y lo escucho: “amor, ya te expliqué lo que
pasó, no te ponga así, tú verá,
cuando tú venga vamo a hablá. Tú sabe que yo te quiero”.
No
sabía si creerle o no. De todos modos me sentí más relajado.
Retorné
a Santo Domingo el domingo 15 de septiembre como lo tenía planeado.
Aquella
tarde no pude dormir en el apartamento de mi padre ya que Hilton
Cabral, su compadre, estaba ocupando mi habitación y aún le
faltaban unos días para regresarse a Florida. De
tal manera que dormí cinco noches en el sucio apartamento de mi
madre. Al
menos allí había internet, menos mal. Podía conectarme y platicar
con Yaya vía whatsapp. Me informó que ya tenía un celular pero no
chip, de modo que seguiría usando el de Yuri hasta nuevo aviso.
Día
de las Mercedes, 24 de septiembre
El
martes 24 de septiembre es feriado en la República Dominicana. Se
celebra el Día de la Virgen de las Mercedes. Un día antes, lunes
23, había cobrado mi sueldo y decidí ir a Jumbo a comprarme
algunas cosas. Yajaira me había enviado varios mensajes días antes.
Me pedía que le hiciera otra compra para llevar a casa de Yuri. “Tú
sabe corazón, que la mamá de Yuri me está exigiendo que colabore
con algo en su casa. Hata me quiere cobral el alquiler
de la habitación donde estoy dulmiendo. Quiero que nos veamos en
Jumbo. Dime si quiere que yo vaya”, me preguntó. “Claro amor, yo
estaré
acá en Jumbo, pero por favor, no vengas en un motor, mira que
tuviste un accidente y tu pierna no está del todo recuperada. No
quiero que te pase algo malo”, le expresé mi preocupación. “Ta
bien, yo voy a vé si consigo pasaje”, me dijo. Ella, de todas
formas, hizo el viaje de Haina a Jumbo en un motor. La
esperé sentado en el área de comida de
esa plaza
por cerca de 30 minutos. Finalmente, se apareció, supuestamente con
un primo de Yuri, un moreno simpático, medio
atolondrado, pero simpaticón.
Yaya
y yo nos abrazamos y me besó en la
mitad de mis labios. “¿Cómo te siente? Déjame sentame un rato pa
que hablemos”, se acomodó. También lo hizo el motoconchista. “No
te preocupe, que él me trajo de gratis, no tienes que pagarle nada”,
me informó. Ella, al igual que la vez en La Sirena, estaba
desarreglada y feíta. De todos modos le correspondí cuando agarro
mis manos entre las suyas. Después de unos minutos entramos al
supermercado. Ella tomó un carrito de los grandes y andamos por los
pasillos. Le dijo
al motorista que andaba con nosotros “mira, enamórate, que aquí
hay mucha mujere”. Yo le tomé la palabra a mi chica: “si amigo,
enamórese, usted está solo, mientras que yo estoy amarrao”, lo
insté. El muchacho se sonrió y nos dejó solos por un instante.
Mientras andábamos por los pasillos Yajaira se antojaba a diestra y
siniestra de un montón de cosas. Le compró un set de champú y
acondicionador, una
caja de lasaña y un
cereal
de
Kellogg´s a
su adorable Lya. “Pa
hacele una pasta a mi niña, corazón”, me
explicó.
De
las góndolas agarró
embutidos, arroz, habichuelas, dos galones de champú, jugos,
cervezas Presidente, pan, plátanos,
yucas, papas, una lata de leche en polvo y
otros tantos artículos.
Cierto
también fue que mientras ella se animaba a coger artículos de las
góndolas yo me dedicaba a abrazarla por detrás, a besarle sus
mejillas, a decirle “quiero casarme contigo”. Ella me respondía
“cómprame el anillo, nos casamos y me mudo contigo”. Le
decía “eres la chica perfecta, estás como tú quieres” y se
reía de incredulidad y asombro.
Como
la vez anterior ella se dejaba tocar de mí:
su espalda, sus delgaditos brazos, la besaba en el cuello y le
repetía que era la chica de ensueño sacada de un cuento de hadas.
Tres meses más tarde, en diciembre, llegué a decirle que era una
princesa del mundo mágico de Disney. Pero
no nos adelantemos aún, pues estamos todavía en septiembre.
Ya
al final, cuando ella no tenía más que escoger,
fuimos al área de caja. ¿La cuenta? 5,100 pesos, tres mil pesos más
que la otra vez. Con
un largo suspiro pasé la tarjeta de crédito y pagué la compra.
Ella pidió una funda gigantesca para entrar todos sus artículos.
Luego marchamos al área de comida porque mi chica de ensueño tenía
hambre. Le compré un pequeño combo en la pizzería Papa John´s,
del cual comieron ella y el motorista. Me
había sentado a su lado y le acariciaba una de sus piernas. “Me
gustan tus piernas amor”, le dije, aunque
en verdad eran dos canillas bien flacas.
“Ven
come, coge de mi plato”, me animaba Yajaira. “Sílvete
refreco también”, me convidaba, como
si fuese
ella quien lo
hubiese comprado todo.
Mientras
masticaba pizza, le echaba el brazo por atrás, y le besaba la mano.
Ya
al terminar, agarramos rumbo al sótano, área de parqueo, donde
estaba estacionada la moto del supuesto pariente de Yuri. Una vez en
el aparcamiento a Yaya se le ocurre la idea de buscar otra funda
gigantesca y para ello se inventó la excusa de que la que la que
tenía se le había roto. Yo fui su cómplice, lo mismo que el
motorista. Mientras mi chica subía de
nuevo al supermercado, a buscar otra funda grandota, el motorista y
yo nos quedamos platicando. “¿Uté
e venezolano, patrón?”, me preguntó. Le respondí que no, que era
dominicano, solo que mi acento era diferente. Me preguntó también
cómo había conocido a Yajaira. Le conté parte de la historia y se
echó
a reír. “Ella
e
buena gente, e bacana
con to el mundo. Bueno, ojalá y se case con ella”, me
expresó en un tono que noté sincero.
Yajaira
(su nombre, se me olvidaba decir, es sin h intercalada, porque así
la declararon al nacer) regresó
con otra funda de las grandotas y el motorista aprovechó para buscar
su moto. Ayudé
a Yaya
a
acomodar
algunos artículos en la nueva funda. Ya todo listo me dijo
“abrázame”, y nos besamos por primera vez de lleno en los
labios. Nos dimos dos besos más y nos abrazamos fuerte por largos
segundos. La
iniciativa esta vez había sido suya.
Luego
de los besos, Yaya
me había dicho que quería arreglarse en el salón, que por favor le
consiguiera 500 pesos. Subí
al cajero automático y los retiré. Bajé y se los entregué. “Te
quiero amor”, la besé y me correspondió.
Cuando
el motorista llegó, la ayudé a levantar la pesada fundota de la
compra. Yajaira se montó en el motor, con
la funda encima de sus cansadas piernas, pero
antes, nos repetimos otra dosis de besos: dos más en la boca.
¡Cuánto me había costado besar a mi preciosa chica por primera
vez!
“¿No
te pesa mucho amor?”, le pregunté. “No
corazón, estoy acostumbrada a esto”, me dijo. El
motor se puso en marcha y se fueron. Yaya me soltaba besos desde
lejos. Yo también hice lo mismo.
Finalmente
regresé a mi casa, con mi funda en manos.
Durante
aquella tarde de compras en Jumbo Yajaira me había revelado que el
papá de Alexander había muerto joven. También me había mostrado
fotos de su tercer hijo, el que tuvo con un hombre en Bonao, en 2012.
En
los días siguientes,
Yajaira y yo conversábamos
todos los días por whatsapp.
Finalmente,
pudo conseguir un chip para su teléfono y ya no dependía del de
Yuri. Poco tiempo después, para inicio de octubre, había vuelto a
casa de su madre en Haina. “Corazón,
volví a casa de mi mamá. Mi papá me llamó de Nueva Yol y me pidió
que volviera. Él estuvo enfermo pero ya está mejor. Mi mamá
también tenía mucho dolore en una de su pierna, pero ya está
mejor”, me explicó. “Oye, si Yuri te llama y te pregunta si yo
me junté contigo, dile que sí. Yo le dije que me había juntao
contigo y que vivíamos juntos”, me reveló. “De acuerdo
preciosa, así le diré si llama”, le prometí.
“Tú
sabe mi amol, en casa de Yuri son uno degracio. La compra que tú me
hicite en Jumbo se la comieron en esa casa y a mí no me dejaron casi
na. Son uno muelto e hambre. Cuando yo quería buscá algo no
encontraba pa mí”, me confesó en tono de tristeza.
“Donde
tú
mamá esa compra hubiese rendido más”, le dije. “Si mi amol, son
uno hijo e la gran puta. ¿Tú conoce a mi mamá?”, me preguntó.
“Si preciosa, la conocí en febrero de este año cuando fui a verte
al apartamento de tu hermana y ella me saludó por la ventana.
Aquella vez le llevé, porque me lo pediste, una cajetilla de
cigarrillos”, le recordé. “Wao, que memoria tú tiene”, se
sorprendió.
Días
más tarde volvíamos a conversar por whatsapp. Cada cinco días le
compraba un paquetito de internet que me costaba 150 pesos. El
servicio le duraba cinco días. Una
tarde le confesé mis deseos y le
pregunté:
“Preciosa, ¿tú no consideras que ya que nos conocemos mejor, que
nos tenemos más confianza, sea la hora de que lo hagamos? Quiero que
hagamos el amor”.
“Iván,
tú sabe lo
que me pasó. A mi se me había fracturao una pierna, el pie, la
pelvis y, aunque no tenga el yeso, todavía se me hincha el pie a
cada rato y me dan esos dolores fuelte en la pielna. Hace pocos días
tuve fiebre y me dolía mucho la cabeza. Tú y yo lo vamos hacer pero
no ahora”, me garantizó.
Otro
día me habló de que no tenía un colchón cómodo para dormir, que
sí le podía comprar uno. “¿Cuánto cuesta?”, quise saber. “Mi
amol, como 7 mil u ocho mil pesos”, me contestó. “Eso es
demasiado Yaya, he gastado mucho últimamente y, no te lo quería
decir, pero la compra de cinco mil pesos que te hice en Jumbo le dio
muy duro a mi tarjeta”, me sinceré con ella. “Mi amol, pue tu me
hubiera dicho pa cogé meno en el supermercado. ¿Pol
qué no me lo dijite?”, se defendió.
Al
final de cuentas le prometí ayudarla con tres mil pesos para cuando
cobrara mi sueldo. “Okey corazón, lo que tú pueda”, y aceptó
mis términos.
En
octubre pagaron bien tarde en mi trabajo y Yajaira se desesperaba
porque no tenía sus tres mil a manos. Finalmente,
un día después del pago, le avisé y nos juntamos en La Sirena del
12 a
eso de las siete de la noche. Ella llegó puntual, nada arreglada y
muy feíta. “Hola Iván” y nos abrazamos. Caminamos y entramos al
supermercado, pues le quería
dar el dinero pero en el cafetín. Así
lo hice. Ella me besó
dos veces en mis labios. “Tengo
que irme corazón, el motorista me está cobrando 200 pesos y si lo
hago esperar me cobra más. Él está allá afuera”, me explicó y
salimos del cafetín. “Déjame ver algunas ropas, amor, solo
a ver”, se
antojó. “Mira que lindo este vestido. Quiero que me lo compres en
diciembre, ¿okey? El vestido y el reloj para diciembre, ya tú sabe”
y me besó de nuevo. “Te
ves riquísima amor, tengo ganas de comerte”, le expresé. “Qué
va, no he ido al salón y estoy fea”, se
quejó. “Mira,
acompáñame allá afuera que el motorista me está esperando y si lo
hago esperar me cobra más”, me recordó de nuevo.
La
acompañé a la salida. Nos despedimos con un
abrazo
y besitos en los labios. Ella
abordó el motor y se marchó. Con
la moto
en movimiento ella no se cansaba de lanzarme más
besos
de lejitos. Yo
también me regresé a mi casa.
Un
día después Yaya me escribe por whatsapp para decirme que su
celular estaba defectuoso, que la pantalla pestañeaba mucho y que lo
mandaría a reparar. Al
día siguiente ella me escribe por whatsapp a eso de las 10 de la
mañana. “Amor, disculpa, te hablo en una hora, estoy elaborando
unas cartas en este momento”, le dije. “Okey corazón”, fue su
respuesta.
Esa
misma tarde, ya desesperado por el constante pedir y pedir de
Yajaira, fui a la iglesia de por mi casa. Hablé con Dios en privado
y le dije “Padre, ella me gusta, y mucho, pero si tú consideras
que debes alejarla de mi vida, por favor, hazlo. Tú eres el soberano
y yo acepto tu decisión, sea cual sea”.
Pasaron
como quince días y Yajaira no había vuelto a dirigirme la palabra.
Pensé que el Creador había escuchado mi petición que hasta las
gracias por anticipado se las dí. Pero,
dos días después, sonó mi celular. Era ella pero no cogí la
llamada. Al otro día, un sábado, me escribe por el chat de
Facebook: “te he estado llamando a tu celular. El mío se dañó y
estoy usando el de la niña que me vino a visitar el fin de semana”.
La saludé y ella me reclamó: “¿qué te pasa conmigo, ya ni
siquiera me llamas?” Luego me explicó su problema: “necesito 500
pesos. Tengo que imprimir unos currículos, me están haciendo
gestiones por conseguirme trabajo. Mi hermana también me quiere
ayudar, pero necesito los
currículos y fotocopias de mi cédula. Dime si me vas ayudar o no”,
quiso saber con exactitud. Le dije que sí, que contara con ello.
“Okey, nos juntamos en La Sirena del 12. Primero
me voy a bañar y, cuando esté lista, te tiro a tu celular para que
vayas saliendo”, me explicó.
Pasaron
veinte minutos y llegó su mensaje: “voy saliendo, nos vemos en La
Sirena”. Salí de casa en ruta al famoso mall.
Llegué primero, pero, unos minutitos después, ella hizo presencia.
Estaba arregladita y bien maquillada. Su pelo también lucía
diferente. “Fui
al salón ayer y por eso el pelo está más bonito”, me dijo. “Oye,
quiero me brindes dos pequeñas (cervezas Presidente) que estoy un
poco estresada y quiero relajarme”, agregó.
Primero
pasé por un cajero automático a retirar ochocientos pesos, los
quinientos de ella, más trescientos
por
las cervecitas que les compraría
más el pasaje para su retorno. Pensamos qué sitio sería el ideal
para las cervezas. Ella sugirió un colmadón al cruzar la avenida;
yo sugerí un lugar más tranquilo: el segundo piso del
multicentro. De
modo que subimos por la escalera eléctrica agarraditos de mano. La
besé y ella me correspondió. “Te quiero mucho”, le manifesté.
Encontramos una mesa y nos sentamos. “Déjame entrar
al billar y preguntar por los precios de las cervezas”, le dije,
pero ella me siguió atrás. Al entrar y preguntar por
los precios el
dependiente de mostrador me dice: “ciento
veinte la pequeña y ciento
sesenta y cinco
la grande”. Le
expliqué a Yaya que era preferible la grande ya que rendía más.
Ella aceptó y pagué por la bebida. Salimos del billar y nos
sentamos en la mesa que habíamos ocupado antes. “Sabes que no tomo
alcohol, de modo que te
la
tomas tú sola”,
le dije.
Hablamos un buen rato. Nos besamos mucho. “Tu boca huele a
cigarrillo, ¿tú fumas?”, le pregunté. “Sí, pero uno o dos al
día, ¿por qué, eso te molesta?”, se inquietó. “Para nada
muñeca, no tengo problemas con eso. Sabes
que me gustas y te quiero de igual manera”, le hice saber.
Ella
me habló de su hermana, que era cabo del ejército, de sus hijos, de
sus deseos de trabajar el año próximo (2020). “Tú sabe que toy
desempleada corazón, y necesito trabajá pa ayudá a mi hermana y mi
mamá con los niños. Los hijos míos viven en casa de Alejandra pero
ellos me visitan todas las semanas en Haina”, me
informó. “Mira,
quiero que antes de irme me le compres un helado a Lya, es que quiero
llevarle algo a la niña”, añadió. Le dije que le daría cien
pesos más, para que se lo compre por su casa, pues, si lo compraba
en La Sirena, se le derretiría en el camino. Seguimos
platicando y la besaba por su mejilla; también le moví un poco su
blusa y me preguntó: “qué quieres ver, mi tatoo?”. “Si
amor, me fascinan tus tatuajes”, le respondí. Ella me dijo que
pronto se haría otro: de un ancla, “que representa estabilidad”.
Logré moverle un poco su atuendo y encontrar su tatoo detrás del
hombro derecho. Se lo besé. “Me
lo hice en honor a mi hermanito que murió a los quince años. Era
muy enfermizo”, me explicó. “Desde los veintisiete años uso
tatuajes”, me confesó. Nos
besamos de nuevo. Ella tomó el celular y nos tiramos dos selfies,
uno
de ellos,
besándonos. “Quiero que me las mandes a mi Facebook, por favor”,
le pedí. “Voy a ver como
lo hago”,
me respondió. “Quiero
que nos juntemos de nuevo aquí mañana, ¿crees que puedas?”, me
hizo la invitación. “Ya veré, pues tengo un compromiso con mi
madre en la tarde”, le informé. “Pero después del compromiso tú
vienes y nos juntamos de nuevo aquí, por
favor”, insistió. “Tú me dejas saber y me tiras por Facebook”,
agregó.
Ella
terminó de ingerir su cerveza y nos fuimos echados del brazo.
Bajamos las escaleras y nos besamos nuevamente. “Mira, el helado de
Lya, acuérdate”, me recordó. Le di cien pesos: “se lo compras
allá” y agregué: “amor, quiero que le hables bien de mí a tus
hijos. Diles que soy buena gente”.
“Ya lo hice amor y ellos hablan muy bien de ti, sobre todo la
niña”, me
reveló.
Caminamos
hasta la Luperón. Nos despedimos con un tierno abrazo y un lindo
besito. “Iván, hasta aquí. Yo llegó sola a la parada, nos
vemos” y me besó de nuevo.
El
domingo 24 de noviembre vi unos mensajes perdidos en mi celular y era
de ella. El 25 me llamó desde el celular de su hermana Alejandra.
“Iván, es Yajaira, hola. Te te estaba llamando ayer para que
vinieras a verme a la casa de mi hermana y pasáramos un rato pero no
me respondiste. Mira,
me quiero regresá a Haina pero necesito el dinero del taxi”. Le
pregunté cuánto le cobraba un taxi hasta Haina y me dijo que
setecientos pesos, cosa que me hallé exagerada ya que ese poblado no
queda tan lejos desde la calle Caonabo. “Iván, eso es lo que
siempre cobran desde aquí, anda y pregunta para que veas”, afirmó.
“Mira, le voy a preguntar a mi hermana que está aquí conmigo:
´Alejandra, ¿cuánto es que cobra un Uber hasta la casa de mami en
Haina, setecientos no es verdad?´”, y
Alejandra la secundó respondiendo “setecientos Yaya, dile eso a
Iván”.
Le
expliqué a Yajaira que no había cobrado mi sueldo, cosa que era
verdad, que por favor le pidiera el dinero a su hermana y que yo se
lo pagaba cuando cobrase. “Okey corazón, le voy a pedí mil pa
quedame con algo ...¡tú
sabe que no tengo trabajo!”, sentenció
el asunto.
Me
dijo que fuera a verla un ratito antes de irse, cosa que hice. Cuando
llegué al parqueo nos abrazamos. “Dime ¿y no le trajite na a Lya?
Ella
siempre me pregunta ´¿mami, Iván no me va a traé algo?´” Le
recordé que no había cobrado todavía. “Mira, cómprame uno
Converse pa diciembre”, me pidió de regalo, y me dijo que hablara
con su hermana, que ella los vendía a buen precio. “Llámala
al mismo número por el que te tiré orita. Ese es su whatsapp”, me
explicó. “Hablaré con Alejandra a ver que precio me pone”, le
prometí. “Si amol, pol favol, te quiero”, me abrazó, le
correspondí y nos dimos un besito.
Me
marché a casa y agregué el número de whatsapp de Alejandra a mi
celular. Entonces la saludé, identificándome y dejándole saber que
le pagaría los mil pesos a más tardar cuando cobrara. También le
pregunté por los tenis y ella me habló de los precios y que les
llegarían muy pronto. Le platiqué sobre mi relación con Yajaira,
lo
mucho que la quería y que jamás haría algo que la dañe o
perjudique. Le confesé que si algún día formase un hogar me
gustaría que fuera con ella y sus niños. Alejandra me reveló que
estaba ansiosa porque Yaya trabajara para así poder ayudar a los
niños porque
ella estaba cargando sola con su propio hijo y los dos de su hermana.
Me
informó sobre la tienda de ropas que pensaba montar y que también
vendería prendas de vestir de hombres. Le
hablé sobre mi profesión, lugar de trabajo, picoteos extras y de
los 3,000 pesos en bonos de compra que le regalaría a Yajaira para
diciembre. “Ay,
gracia Iván, Yaya no tiene trabajo y eso me tiene preocupada”, me
expresó. Le dije de lo que sabía sobre su hermana que, a pesar de
los errores cometidos, y de que no fuera universitaria, al menos ella
podía hacer varios oficios, como cajera, vendedora de ropa, cocinera
y asuntos relacionados con salones de belleza. “Yajaira
me ha contado parte de su vida, tres matrimonios reventados, tres
niños, uno en Bonao, fracasos laborales y desempleo. Ella ha sufrido
mucho Alejandra”, me sinceré.
Alejandra,
como ya lo sabía, me había dicho que era cabo del ejército y que
apenas tenías tres años en el ejercicio. Luego,
a través de su madre, Yolanda, supe que tenía otro trabajo en
una empresa.
Por
la noche Yajaira me llamó a través del móvil de una amiga para que
conversáramos.
Le dije lo
que
había hablado
con su hermana, que ya me había informado sobre el precio de los
tenis. “Cuando
me caiga el doble sueldo te los compraré. También te regalaré tres
mil pesos. Confía en mí”, le aseguré. “Gracia corazón. Mira,
quiero que tú venga a la cena del 24 aquí en Haina. Va a estar mi
familia: mami, los niños, Alejandra y Steven. No
me haga plane pa ese día”, me
comprometió.
“Amor,
sabes que te voy a ayudar dentro de mis posibilidades, pero quiero
que trabajes. De todos modos te seguiré ayudando, amén de mis
limitaciones económicas, pero quiero que te hagas de un empleo”,
me sinceré con mi chica favorita. “Amén,
corazón. Dios mediante”, me respondió.
“Mira
corazón, ¿tú me va a comprá el vestido y los areticos, no es
verdad”, me preguntó. “Claro que sí, amor, pero llévame suave.
Todo eso va, pero llévame suave”, le aseguré. “Claro mi amol,
cuando tú pueda, claro”, me respondió en tono meloso.
El
miércoles 27 pasé en horas de la tarde a llevarle los mil pesos a
Alejandra. Lya me abrió la puerta del apartamento y le dije que
venía a traerle los mil pesos a su tía. “Ella no está ahora”,
contestó. “Mi niña, disculpa”, intervino su abuela. “Oh,
señor Iván, venga y entre, démelos, yo se los guardo. Alejandra no
está aquí ahora. Ella tuvo que salir por asuntos de trabajo. Venga
entre y siéntese”, me invitó. Conversamos
buen rato sobre
Yajaira y sobre mí. Le dejé saber mis buenas intenciones todo este
tiempo que he compartido relación sentimental con Yaya. Yolanda me
habló de los niños, de Alejandra, del accidente que había tenido
Yajaira, “que
no fue
en un motor, fue
que
ella se cayó por la escalera”,
me
explicó, y de
inmediato hizo una señal de silencio, con su dedo índice, porque no
quería que Lya supiera toda la verdad.
Yolanda
me relató que era de Bonao, al igual que el papá de Yaya y
Alejandra, pero que sus hijas nacieron y se criaron en Haina. Me
dijo que tuvo un primer matrimonio, del cual tuvo otros hijos. “De
Yajaira te puedo decir que nació en 1984, Alejandra años después.
Yaya tuvo su primer hijo joven, a los 18 años ...bueno usted lo
conoce, Alexander. Su padre murió de un cáncer, un enfisema
pulmonar. Después, ella volvió a casarse con otro muchacho, y
tuvieron a Lya. Se divorciaron y su último matrimonio fue con un
tipo de Bonao, con el que tuvo hasta ahora su último hijo. Pero
ese vive en Bonao, con el papá y la madrastra. Ella
todavía es fértil, no se ha operado aún.
Cocina
muy bueno, no sé si usted ha probado su comida”, me
preguntó, terminando su relato.
La
señora Yolanda también me contó que su esposo vivía en los
Estados Unidos y que pronto a ella le saldrían sus documentos de
residencia. “Espero irme el año que viene, Dios mediante”,
expresó. Me
dijo que la niña era muy buena estudiante pero el varón no tanto,
que este había repetido un curso porque había reprobado. Me habló
de Steven, el único hijo de Alejandra. “Ellos son buenos
muchachos, Iván, Alejandra
y yo los hemos críado, tanto al de ella como a los de Yajaira. Le
hemos dado mucha formación de hogar. Ellos me obedecen cuando les
hablo, lo mismo que a Alejandra”, me explicó e hizo una pausa para
buscarme un poco de café. “Está recién colado”, me dijo.
Mientras tomaba mi café apareció Alexander quien me saludó: “¿cómo
te va, Iván?” “Todo bien chico, y ese basquet ¿cómo va?”, le
pregunté. “Arrollando, durísimo”, me contestó y salió fuera
de la casa. “Su vida es el basquetbol, eso es lo que más le
gusta”,
me
informó Yolanda.
Después
de un rato le pregunté si necesitaban que la próxima vez le trajera
algo, ya fuese un jugo, cigarrillos, vegetales, lo que fuese. “Si
usted quiere, lo que pueda. Yo solo fumo Nacional mentolado”, me
contestó. Le prometí visitarla al día siguiente, jueves 28, y
llevarle un jugo de naranja, apio, algunas verduras y sus
cigarrillos. “Gracia mijo, Dio te lo pague”, me agradeció.
Finalmente me despedí y salí del apartamento. Bajé las escaleras
y, ya caminando
por el parqueo veo la mano de Alexander levantada, diciéndome adiós.
Estaban los tres niños, Alexander, Steven y Lya sentados en los
bancos de cementos. Atiné a escuchar cuando Alex le decía a su
hermanita y al primito: “él es buena gente, se puede confiá
en
él”.
Esa
noche Yajaira no me llamó. Me había dicho anteriormente que su
celular no tenía arreglo y tenía que valérselas
usando alguno prestado, fuese el
de
una amiga o
el
de
Johnny, su primo hermano. La
última vez que estuvimos en La Sirena del 12 nos habíamos lamentado
de no poder vivir juntos. “Tú sabes preciosa, no puedo meter una
pareja en el apartamento de mi padre, no me lo aceptaría; en el de
mi madre, menos, esa es más intransigente. De vivir solo hace ratos
nos hubiésemos juntado. Qué chulo sería que nos bañemos en la
misma ducha, durmamos en la misma cama. Siempre me preocuparía por
ti, también de los niños; te tendría tus botellas vinos y cervezas
todas las noches ...también tus cigarrillos que,
aunque fumas poco, pero sé que te gustan”,
le expliqué. “Diablo
sí, que injusticia, yo hace rato que quiero mudame contigo, pero tú
no puede llevame”, se lamentó.
Conocía
sobre los achaques de Yaya, no solo los intensos
dolores
musculares como consecuencias
del accidente
de mayo que
la tuvo en muletas por algo más de un mes, también
su sinusitis frontal y
las arañitas en los ojos, asunto que me lo confesó ella misma
cuando nos conocimos en 2018. Para
ser honesto, la sinusitis, aunque
medicable,
nunca se le sanaba, quizás
por
su condición de tomadora empedernida. La misma Yolanda, su
madre,
me lo confesaría dos
semanas
después: “Yajaira es una alcohólica enferma”.
El
jueves 28 de noviembre, en
horas de la tarde, fui al supermercado a comprar el jugo de naranja,
los vegetales y luego, en otro negocio, la cajetilla de Nacional
mentolado. Se
las llevé a Yolanda. En ese momento tenía una visita, pero, de
igual manera, me invitó a entrar. “Siéntate, él es un viejo
amigo”,
me
lo presentó. “Mira, él es un amigo de Yajaira”, le dijo al
visitante. “Gracia
mijo, voy a dejá lo que trajite en la cocina”,
y puso la funda de la compra en una despensa. Luego
regresó y nos pusimos los tres a hablar: el señor invitado, la
señora Yolanda y yo. Tras
unos veinte minutos el invitado se marchó y quedamos platicando
Yolanda y yo. Alexander
salió de su habitación, “hola Iván”, y se
marchó.
Lya también me saludó y, finalmente, Steven. Le mencioné a la
señora sobre algunas personalidades de Bonao que he conocido en mi
vida y ella también las conocía a la perfección con muchos
detalles.
Minutos
más tarde me dijo que llamaría a Yajaira para anunciarle que yo
estaba en su casa. Así lo hizo. Marcó un número y preguntó
“Johnny, ¿Yajaira ta ahí? Pónmela por favor”. “Aló, Yaya,
aquí ta el amigo tuyo, Iván. Anjá, sí, epera”, y me pasó el
teléfono. “Ella quiere hablá contigo”. Agarré el celular y me
lo pegué al oído: “corazón, ¿cómo tú ta? Mira, ven pacá pa
Haina. Quiero que venga ahora pa que me haga compañía que toy
sola”, me pidió Yajaira. “Preciosa, mira, ya es muy tarde, está
por oscurecer, mejor otro día”, le respondí. “No no no no,
quiero que tú venga pacá ahora. Ven pacá, te toy diciendo. Quiero
que tú te conmigo. Oye, ven acá, te toy diciendo, mami
te va a decí donde cogé la guagua y quedate, ven pacá ahora”, me
ordenó con insistencia y terminé aceptando.
“Vaya, aproveche, que las oportunidades son calvas”, me animó
Yolanda y
de inmediato me anotó en un papel un número para llamar a Yaya
cuando llegara a la parada del 17 de Haina.
En
Haina
Eran
las 6:40 de la tarde cuando salí en ruta a la estación de guaguas
del kilómetro 12 de la Independencia. Antes pasé por el cajero
automático a retirar doscientos pesos y por un colmado a comprar una
tarjeta de llamada. Una vez en la parada de minibuses le digo al
chófer que voy a la parada del 17 de Haina. “Suba señol, allá lo
dejamo. Yo le aviso”, me contestó con la amabilidad característica
de los chóferes y cobradores de guaguas.
El
trayecto fue largo, debido a los endemoniados tapones. Yaya
me telefoneó del celular de Johnny: “¿Pol dónde tú va?” Le
dije que todavía no había llegado y
que había un fuerte tapón. “Mira, acuéldate, en la parada del
17, como te dijo mami”, me lo recalcó.
Cuando
el vehículo llegó a Haina le pregunto al cobrador si había llegado
y este me respondió “todavía no, falta. Yo le aviso”. Ya
cuando se habían desmontado casi todos los pasajeros el chófer me
dice “venga pacá lante patrón, póngase cómodo, que ya casi tamo
llegando. Así
lo hice, moviéndome al asiento delantero, al lado del chófer.
“¿E
la primera vé que uté
viene a Haina?”, me pregunta. Le respondí que hace unos meses
había venido, pero que no recordaba mucho. “Mi novia me está
esperando”, le expliqué. “Ahhh, ¿y uté e venezolano? Se lo
pregunto por el acento, por la folma como habla”, se interesa en
saber. Le respondo que no, que es mi acento y que me sentaba cómodo
hablar así. “Ahhh, okey, pero uté
parece de allá afuera, no de este paí”, comentó. “Así me
dicen todos”, le contesto.
Finalmente
llegamos a la parada del 17. “E aquí patrón, llegamo”,
me dijo. “Gracias amigo”, me despido y desmonto. Marqué al
celular del primo de Yaya para dejarle saber que había llegado. Como
cinco minutos después una voz me llama: “Iváaaaaannnn,
aquí”. Era ella. Venía acompañada de su primo y de un perro
realengo y demacrado. Nos saludamos con un beso en la boca y un
fuerte abrazo. Su
primo me saludó y nos dimos un apretón de manos. Caminamos hacia la
casa de mi pareja. “¿Ese es Kalimán?”, le preguntó a Yajaira,
señalando al perro. “Siii, ese mimo. Siempre viene detrá de mí,
pa donde quiera que coja”, me contesta muerta de risa. “Me
acuerdo cuando lo mencionaste aquella vez en Pollo Victoria”, le
recuerdo. Tras
caminar unos minutos, doblamos una esquina. Johnny se quedó en su
casa y ella, Kalimán y yo seguimos hacia nuestro destino.
Yajaira
vivía en una casa de un piso que
lucía muy abandonada. Las paredes estaban descascaradas. Me invitó
a sentar y me dijo que no me brindaba algo porque no tenía. Nos
acomodamos en dos mecedoras, nos dimos par de besos y platicamos un
poquito. “Ay Dio, no he cenao na eta noche. Tengo hambre. ¿Tú no
tiene dinero pa yo compra algo?”, me
preguntó. Le dije que apenas había venido con doscientos pesos y
que los necesitaba para el pasaje de estos días. “Coño, Iván, ¡y
tú viene aquí y no me trae dinero!”, se quejó en tono molesto.
“Mi amor, si tú quieres vamos a un cajero y yo te busco algo de
plata para que comas”, traté
de tranquilizarla. Aceptó, pero con la condición de que fuéramos
en un motoconcho porque sería peligroso ir a pie hasta allá.
“Mira
coño, yo te palto to lo diente aquí mimo. Ven, vamo a salí y a
bucá a un motorita”, me riño y salimos. Mientras anduvimos le
eché el brazo por la espalda y me lanzó otro boche: “Mira, no
quiero besito de hombre arrancao, coño. Dépegate de mí”. Luego
se rió y me dijo “tú sabe que te quiero, pero toy quillá
contigo.
Caminamos
hasta una calle y ella llamó a un amigo motorista. Le pidió que nos
llevara a donde estaban los cajeros automáticos. “Okey, pero
déjame cambiame de ropa, voy primero a mi casa y regreso”, nos
dijo.
Durante
la espera, como de diez minutos, le dije a Yaya: “mi amor, coño,
este barrio me asusta, me da miedo ...y más a esta hora. ¡Cómo tú
me haces
venir aquí de noche!”. Ella
me clava la mirada y me grita: “¡MIRA, COÑO, CÁLLATE, SI NO
QUIERE QUE TE DO GALLETA DELANTE DE LA GENTE AQUÍ MIMO”. Luego
suaviza la voz para calmarme: “mira, ese motoconchita e evangélico,
yo lo conozco”.
El
motorista evangélico llegó. Yaya se subió a la moto y se sentó
en el medio; yo, detrás de ella. “Agárrate de mí, agarra
a tu mami por atrá, que ya vamo a arracá”, me ordenó mi
chica.
El
motor se puso en marcha. Con
la moto en movimiento, besaba la mejilla de Yaya, lo mismo que su
cuello y hombro. Ella, con su tigueraje característico, le dice al
motoconchista: “mira, él es mi novio, nos vamo a casá pronto, él
y yo nacimo el uno para el otro, yo soy la chica de su sueño, ¿no e
veldá corazón?”, voltea la cara y me pregunta. “Estás
riquísima amor; estás como tú quieres”, la halago, aunque en
verdad estaba muy desarreglada. Llegamos
a una zona de cajeros automáticos, me desmontó de la moto, pero
antes, Yaya me pregunta: “Iván, ¿cuánto tú va a retirá y
cuánto tú me va a da?”. Le digo “mil pesos”. Estuvo de
acuerdo y fui a un cajero de Banreservas a retirar la plata, mientras
ella y el motoconchista me esperaban. Retiré como 1,500 pesos: mil
para ella y quinientos para mi.
Regresé,
me senté en la moto y arrancamos. El motorista me preguntó si yo
era venezolano. Le
dije que no, que era mi acento que sonaba así. Una vez que llegamos
y
nos desmontamos Yaya
me dice: “tiene que dale cien
peso: lo do pasaje tuyo y mío de ida y los dos de vuelta”. Abrí
mi billetera y se los entregué. El motorista me dio las gracias y
nos deseó que la pasáramos bien.
“Ven,
vamo al colmado, que voy a comprá un vino”, me ordena. Dentro del
establecimiento me manda a sentar en una silla: “SIÉNTATE AHÍ,
SIÉNTATE AHÍ HATA QUE YO TE DIGA”. Entonces le dirige la palabra
a uno de los colmaderos: “Oye tú, dame un vino ahí, rápido”.
El colmadero le entrega un vino de mala calidad, uno llamado Vino
tinto La Fuerza. Luego me mira y me dice en tono mandón: “saca
lo cualto, rápido, que tengo que pagá, pa no rompete to lo diente
aquí mimo”.
Me
entrega la botella y me pide que la lleve. “No la deje caé pa no
matate, agárrala bien” y caminamos hasta su maltrecha casa.
Viéndolo
desde un punto de vista simpático y gracioso a veces he pensado que
Dios, desde lo más alto de su morada, permitió esta relación para
así tener con qué divertirse y reírse a carcajadas. Ahora quizás
entienda por qué aquella vez no me quiso alejar a Yaya de mi camino.
Una
vez en su casa Yaya guarda la botella de vino y toma una silla. Me
invita a que agarre otra y nos sentemos en el patio. “Vamo a
sentano aquí corazón”, me dice. Beso sus labios de nuevo y ella
me corresponde y abraza. Le digo que la quiero mucho, pero que no
me gustó la forma como me habló. “Era relajando mi amol. E que me
siento bien contigo y te quiero”, me expresa. “Este barrio me da
miedo querida, debí haber venido más temprano, no tan tarde”, le
digo una vez más. “Mi amol, ¡pero aquí es que yo vivo! ¿Qué tú
quiere? ¡Tú no tiene tampoco donde mudame!”, me explica y con
toda la razón.
Ella
regresa al balcón y busca una botella de mamajuana, una bebida
alcohólica muy famosa en este país. Se sienta a mi lado y me pide
que le preste el celular para llamar a una amiga. Luego de terminar
de hablar me lo devuelve. Me cuenta también que su hermana Alejandra
le consiguió algunas ropas de paca para vender. “La gente ha
venido hoy a comprar, pero tú sabe, quiere que se lo dejen fiao
hasta el 15 o el 30”, me explica. “Quiero que tú venga el
domingo a pásate el día conmigo. Vamo a ir a una playita cerca por
aquí”, me ruega. Le digo que mi madre estará de cumpleaños ese
día. “Ay Dio, pue yo te digo cuando vuelva, ta bien”, se
lamenta. Me recuerda lo del 24 de diciembre: “mira, quiero que tú
te conmigo el 24 en la noche. No sé donde será la cena si aquí o
en la casa de Alejandra, pero yo te aviso”.
Platicamos
por más tiempo. Le eché el brazo y ella se me pegó. Nos dimos más
besos. Colocaba mi mano sobre sus piernas. “Me gusta mucho tu
cuerpo, amor. Tu figura es bonita, tus pies, tus senos, todo, eres
una mis universo”, la
halagué. Ella se sonrojo y me mostró sus pequeñas tetas. Se las
toqué. “Yo pensaba que tú me habías
invitado
acá porque querías tener un momento más íntimo, en tu habitación,
por
ejemplo”, le dije. “Mi amol, yo te dije que mi colchón no silve
y yo no puedo metete en la habitación de mi mamá, porque su cama es
de ella. Un
día, cuando yo vaya a tu casa, lo hacemo en la habitación tuya”,
me explicó y besó de nuevo.
Llegaban
de momento escasos clientes a preguntarle a Yaya por la ropa que
estaba vendiendo. Ella
se las mostraba. Luego llegó Johnny, su primo, y se sentó a hablar
con nosotros. Él me decía que trabajaba como chófer de un camión
para una zona franca y que vivía con su esposa e hijos. Me mostró
en
su celular
la foto de su primera mujer y luego la de la actual. Yajaira
llenaba
otra vez su vaso de mamajuana
y
bebía. Le brindó también a Johnny. “A Iván no le brindo porque
él no toma”, le explicó. “Entonce, ¿no va a vení el domingo,
corazón?”, me
preguntó de nuevo. “Tengo compromiso, yo te lo dije”, le
recordé. Le conté a su primo sobre mi profesión, lugar de trabajo,
donde vivía y otros detalles. Ya a eso de las nueve y media le dije
a mi pareja que me tenía que ir porque se me hacía tarde y tenía
que trabajar mañana viernes. Ella y Johnny me acompañaron hasta la
parada del 17. En el trayecto Yaya se agarraba de mi brazo, supongo
que quería lucírsela
delante de toda la gente del barrio.
Luego nos
agarramos de manos. Llegamos a la parada de minubuses, con
Kalimán
detrás de nosotros. Me
besé con mi chica y nos abrazamos por unos largos segundos. Pasó
una guagua y se detuvo. “Mira chofel, él va pal 12, déjalo allá
mismo”, le pidió Yaya al conductor. Nos despedimos y nos dimos
otro beso en los labios. Me monté en la destartalada guagua y esta
se puso en marcha. Llegué en pocos
minutos al 12. Ya no había tapones. Luego abordé un carro público
en la avenida Isabel Aguiar hasta llegar a la Esquina Caliente. Allí
tomé otro hasta la San Pío X y, finalmente, caminé hasta casa.
Luego
de bañarme y ponerme el pijama le escribí un mensaje a Yolanda.
“Mire señora, buenas noches. Le voy a ser honesto: a mi me gusta
estar con Yaya, yo la quiero, pero Haina es un lugar
que me da miedo. Tanto motores y ruidos
que enloquecen a cualquiera. Por
eso yo no quería ir de noche. Hubiese preferido que fuese otro día
y más temprano, pero Yaya no lo entendió así. No tengo problemas
en ir allá, solo que prefiero que la próxima vez sea por la mañana
o temprano en la tarde”.
Doña
Yolanda me respondió: “Tranquilo Iván. Lo que pasa que usted no
estaba acostumbrado a ese lugar. El motoconcho es el medio de
transporte más común en Haina y
la gente vive muy en bulla, pero no es tan así de peligroso como lo
pintan.
Es verdad, la próxima vez usted va más temprano y sale más
temprano. Lo
que pasa que cuando a Yajaira se le mete algo en la cabeza se pone
arrogante y le gusta imponerse sobre la gente. Pero usted la conoce y
la ha comprendido mejor que muchos”.
Las
palabras de su madre me tranquilizaron y me relajé.
A
los
pocos minutos Yaya me telefoneaba del celular de Johnny. “Corazón,
¿llegaste bien?”, se interesó en saber. Hablamos
por cerca de 20 minutos. Me dijo que a Johnny le había caído muy
bien y que deseaba que fuéramos al cine, él junto a su esposa e
hijos y yo con ella. “Tú solamente tiene que pagame a mí,
corazón; Johnny le paga a su esposa y sus hijos”, me
explicó. Me
preguntó cuándo le entregaría los bonos de compra que le prometí,
que cuándo me pagarían el
doble sueldo y
la iguala que tenía con otra empresa porque quería resolver muchas
cosas. “Tú ere mi marío, amol, tú lo sabe. Tengo
que
comprale
regalos a mis niños, a Lya y a Alexander, polque
Alejandra no puede sola”, me hizo saber. Le expliqué que siempre
la ayudaría dentro de mis posibilidades, que no era un ricachón o
millonario y que deseaba con vehemencia que se consiguiera un trabajo
para el 2020. “Siempre te ayudaré dentro de mis limitaciones, pero
quiero que trabajes, querida. Y quiero que sepas, que no importa lo
mal que te haya ido en la vida, lo desgraciada que haya sido esta
contigo, pero quiero que entiendas,
y medítalo, que siempre hay un mañana. Siempre hay algo por
qué luchar y en
qué creer. Tú
estás viva, no estás acabada todavía. A pesar del tiempo, de tus
problemas y achaques, aún conservas tu belleza”,
le
dije, tratando de hacerla razonar. “Gracia
corazón, amén. Tú sabe, a mí me da mucha gripe y muchos dolores
de cabeza bien fuelte. También en el pie y mi pierna. Cuando me
pongo así, me tiró en la
cama
y me acueto. Tomo mucho calmantes pa
los dolores”, se sinceró conmigo. Le recordé que siempre sería
mi chica de ensueño sacada de un cuento de hadas. “Te amo, mi
amol. Tú y yo vamo a viví momentos muy felice”, me ilusionó.
Las
cosas de la vida suelen ser muy extrañas. Tuvo Yajaira que tener el
accidente aquel en que se le jodió la pierna, la pelvis y el pie,
para
ella meterse en amores conmigo. En caso contrario, quizás jamás
hubiese ocurrido. Aunque
ya no tiene el yeso y camina bien, en ocasiones cojea, producto de
las secuelas. Cuando le pillan esos terribles
dolores,
se malhumora, y
es capaz de ofender a cualquiera.
Terminada
la conversación con Yajaira, me fui a dormir hasta el otro día.
Volvimos
a platicar por
whatsapp el
sábado 30 de noviembre y domingo
1 de diciembre. Me
había dicho el sábado que estaba muy agripada.
Volvimos
a chatear el sábado 7 de diciembre por la tarde. Esta vez ella usó
el celular de Lya, su hija.
Le
pregunté cuándo le llegarían los tenis a su hermana. Me dijo que
muy pronto y que me los dejaría en buen precio. “Oye corazón, la
niña quiere también unos, no sé si tú se los
puedas comprar”, me
dijo. “De acuerdo, compraré dos pares, unos para ti y otros para
la niña. También te regalaré tres mil pesos para que te compres
algo. Pero, quería preguntare si
no le vas a comprar nada a Alexander. Él también querrá un regalo.
¿Por qué no le compras algo con los tres mil que te daré?”, le
pregunté. “Claro que sí, corazón, yo le voy a comprá su regalo,
pero también falta el regalo del pai. Cómprale tú también un
regalo”, me
lanzó la directa. Le dije
que no había problemas y le pregunté que quería Alexander. “El
está aquí conmigo, tú sabe que mis niños vinieron desde ayel a
visitame.
Déjame preguntale”, y le preguntó a Alex. “Corazón, a mi niño
se le dañó su celular y tiene mucho tiempo si uno. Él me dice que
está juntando el dinero pa comprá uno y que le faltan como cuatro
mil peso”, me contó. Le dije que solo podía ayudarlo con mil
quinientos ya que gastaría mucha plata para diciembre. “Ta
bien mi amol, Alex dice que sí, que le regale
lo mil quiniento”, me
respondió. “Dile
a tus niños que ellos pueden ver en mí a un gran amigo y que les
doy las gracias por haberme aceptado”, le
expresé. “Ay gracia, corazón. Ello tan aquí, oyeron lo que tú
dijite.
Ellos también te dan las gracia”, y
en seguida escuché la voz de
Alex y Lya: “gracia Iván, gracia Iván”.
Le
dejé saber a mi chica que cuando me depositaran el doble sueldo la
llamaría al celular de Johnny. Le daría sus tres mil pesos y los
cuatro mil por los dos pares de tenis. “Todo lo que te he
prometido, te lo daré, cuenta con mi palabra”, le garanticé.
“También, corazón, acuéldate del vestido y los areticos que te
dije”, me recordó. “Sí, todo eso va, puedes dormir tranquila”,
le
aseguré. Así,
luego
de un “te quiero mi amol” y un “te quiero muñeca” terminó
la ciber conversación.
El
martes 10
de diciembre
por la noche le mandé un mensaje de voz a Lya, diciéndole que ya
tenía los 3,000 pesos de Yajaira, que
se los daría mañana, día 11. Pero
quien respondió fue Alexander. Me informó que Yaya estaba en Haina
y que Lya y su abuela andaban por el supermercado. “Yo
le doy el mensaje a mi abuela cuando llegue pa que hable
contigo”, me aseguró.
Alex,
como bien había señalado en párrafos anteriores, era huérfano de
padre. Fue
la misma doña Yolanda, días después, quién me relató
sobre aquel pasado. “El
papá de Alex era un drogadicto y lo golpeaba muchísimo cuando este
era
muy
pequeñito. Él
y Yaya no vivían juntos. Ese tipo fumaba droga como cosa loca y
golpeaba de manera inmisericorde al niño.
Alejandra y yo lo hemos criado; lo mismo que a Lya. Nosotras le hemos
criado los
hijos a Yajaira.
El de Bonao, como le conté, vive con su papá y la madrastra”.
Le
pregunté a Alex cómo andaba en el colegio, si le iba bien. Le
aconsejé que por nada de la vida dejara sus estudios, que él podía
disfrutar su vida al máximo haciendo todo lo que le gustara, pero
que jamás descuidara sus notas. Él me lo agradeció y me dijo que
este año le estaba yendo bien en la escuela. En
ese instante llegó su abuela y le
dijo: “mamá, Iván quiere hablá contigo, él
ta conectao ahora”.
Le
conté a Yolanda que ya tenía listo para mañana el dinero que le
prometí a Yaya y que por favor le avisara. “Ta
bien, ta bien, yo le digo”, y
nos quedamos hablando un rato más.
El
miércoles 11 de diciembre, en horas de la tarde, fui al supermercado
a comprarme algunas cosas. Recordé que a Yaya le gustaba el vino
tinto y le compré uno español, pero de los más asequibles a mi
bolsillo. De
algo estaba seguro: ese vino sería mucho mejor que el Tinto
La Fuerza
que ella compraba en el colmado de por su casa.
Regresé
a casa y almacené mi compra, una parte en la nevera y otra en la
despensa. Después
tomé el celular y hablé con Yolanda. Ella
me dijo que no sabía nada aún de Yajaira, que le preguntaría a una
amiga en Haina. Poco
tiempo transcurrió y su madre me dijo que la estaban localizando.
“Si uté
quiere puede ir
a Haina ahora y llevarle el dinero”, me sugirió.
Le respondí que no tenía el más mínimo problema en
ir hasta allá, pero que deseaba estar seguro para no dar un viaje en
balde. “Ah, pue déjeme vé si logro localizala. Yo le digo en un
rato”, me contestó.
Media
hora después suena mi teléfono y era Yolanda. “Mire, ella ta
aquí, acaba de llegá, venga”, me informa. “Muy bien, voy para
allá. Le llevo también una botella de vino, voy saliendo”, le
respondo. Antes de colgar el celular escucho la voz de Yajaira que
interrumpe:
“¿qué e lo que él ta diciendo?”, y le quita el teléfono a su
madre. “Hola,
¿tú ta en tu casa? Mira, ven pacá, toy aquí en la casa de mi
helmana”,
me dice. “Oye, yo quiero pizza”, agregó después.
Le prometí que sí, que comeríamos pizza también.
En
unos minutos arribé. Yolanda me abrió la puerta y
entré. Yajaira,
que estaba sentada, se paró del sofá y me abrazó. Esta vez solo me
puso la comisura de sus labios, pero la besé de igual forma. Tomé
asiento y pedí un vaso de agua. Le mostré a Yaya la botella de vino
que le había traído. “¿Ese vino e de buena calida?”, me
preguntó en
tono severo.
“Claro, es bueno, lee
la
etiqueta.
Es
un vino español”, le respondí.
Yolanda
me sirvió una tasa de café y le di las gracias. Le dije que aún no
había conocido a su otra hija, Alejandra. “Ella trabaja mucho y
llega tarde, pero uté
la va a conocé pronto. Ella tiene un caractel fuerte, pero es muy
simpática”,
me
explicó.
“Mira,
¿y no le trajite na a Lya?”, me preguntó Yaya.
Le recordé que le regalaría unos tenis Converse muy pronto. “Más
te vale coño, polque te caigo a galleta aquí mimo”, me respondió.
“Tus galletas serían delicias para mí”, contesté muerto de
risa. Yolanda también se rió, lo mismo que Yaya. “Tú sabe que e
relajando Iván”, me
dijo mi chica y se sentó a mi lado. Le eché el brazo y se dejó. La
besé en el hombro, en su mejilla. Ella recostó su cabeza sobre mi
hombre izquierdo. “Te quiero mucho”, le
dije.
Alexander
salió de su habitación y me saludó: “dime,
Iván, cómo va to”. Le
respondí que todo bien y nos dimos un pequeño abrazo. “Y
ese básquet, cómo anda”, le pregunto. “Bien bien”, responde.
Le pregunto
en qué aspecto de juego es mejor, si anotando o defendiendo. Me
dice:
“bajando bola y metiéndosela
en la cara
a to el mundo”. Va
a la cocina a buscar jugo y regresa a su habitación.
“Mira
¿y a qué pizzería vamo ahí?”, me
pregunta Yajaira. Sugerí
Papa John’s
de la avenida Bolívar, que no era tan lejos, aunque había que
coger carro público para llegar. “Quiero que pasemo primero por
Downtown
Center. Solo a mirá no a comprá na”, me explica,
tratando de convencerme. Le
dije que la complacería.
Yaya
le pide a Lya que se aliste para salir, lo mismo que a Alex. Este
último se niega. “Yo no voy pallá coño, no voy a salí”,
contesta en tono violento e incómodo. No sé por qué. De lo que
siempre me he dado cuenta es que Alexander nunca le dice mami
o mamá
a Yajaira, simplemente la
llama por
Yaya.
Yajaira
me enseña unos relojes digitales por el internet del celular de la
niña y me pide que le compre uno de setecientos cincuenta pesos. “Lo
voy a pedí ahora mismo. Mañana tú viene aquí y me trae el dinero.
Mira, ya lo pedí”, y pincha un botón que dice buy. “¡E
pa que tú me vea bonita con ese relojito Iván!”
En
lugar de Alex fue Steven, hijo de Alejandra, quien nos acompañó.
Yajaira, Lya, Steven y yo habíamos decidimos hacer el viaje. Cuando
íbamos cerca, por la Caonabo, Yaya me pregunta si no era más cómodo
ir a Jumbo, pues, allí también había un restaurant de Papa
John’s. Lo
pensé bien y le concedí la razón. Así que caminamos hasta llegar
a la Luperón. Allí esperamos una
guagua por
cerca de 15 minutos. Cuando divisamos una la detuve con una seña de
mano. La abordamos. En poco rato habíamos llegado a
Jumbo.
Yo, como es obvio, había pagado los pasajes. Nos desmontamos y
entramos al famoso mall.
“Iván, vamo a entrá primero a las tiendas ...solo a ver ...a
ver”, me dijo Yajaira, agarrándome del brazo, pero en su mirada
conocía perfectamente
su astucia. Ella
quería que le comprara unas luces de adorno navideñas, pero no vio
alguna
que le gustase. Observamos un montón de baratijas por diferentes
pasillos.
“En caso de que coja algo será algo barato”, me prometió. Cerca
de un árbol de navidad había un pote de spray de espuma blanca.
Ella lo tomó y empezó a retozar rociándonos de
espuma
a todos. Primero llevó la niña, luego Steven y, de último, yo.
“Jajajajajajajajaja, mira como se ven, jajajajajaja”,
se destornillaba de risas.
Los
niños se fueron a andar por otro pasillo mientras mi chica y yo nos
quedamos solos. Le eché el brazo y se dejó. Ella se me pegaba a mi
cuerpo e intenté robarle un besito. Me volteó la cara. “Mira, tú
ta loco, los niños pueden andar por ahí viéndonos”, me dijo.
Seguimos
caminando y ella se preguntaba por Lya y Steven. Finalmente los
encontramos. Vimos el área de juguetes.
Yaya, Steven y la niña se alejaron a ver otras góndolas de adornos
baratos. De repente llega Lya y me dice que su mamá me busca. “Qué
tú ta viendo, Iván?”, me pregunta la niña. “Miro aquellos
juegos de scrabble. No sé si ya sabías que ese es mi pasatiempo
favorito”, le digo. “Ah, se ven chulos. Mi favorito es el
monopolio”, me
responde. “Vamos a ver si los vemos”, la animo a que los
busquemos. “Míralo aquí, ese”, me lo muestra. Lo miro y checo
el precio: 1,500 pesos. “¿Tú no tienes en tu casa?”,
le pregunto. “No”, me responde. “Hagamos algo, para enero yo te
lo voy a comprar. Te lo prometo”, le aseguré y nos fuimos hasta
donde estaban Yaya y Steven.
Yaya
quiso que la acompañara al área de calzados. Vio unas chancletas
estilo hawaianas que les fascinaron. Observó varios colores y
preguntó mi opinión. “Me gustan las amarillas para ti”, opiné.
“Esas son las que en verdad me gustan”, concordó conmigo. Se me
pegó y me agarró del brazo. “Mira, y son baratas, solo cuestan
795. Las
voy a coger”, y de inmediato las puso dentro del carrito de
compras. Me llevó agarrado de manitos por otros pasillos y cogió
otras baratijas. Luego vio un especial de dos por uno en champú head
and shoulders y
me convenció para que los comprara. “Uno para ti y uno para mí”,
los cogió y entro al carrito. Se me pegó nuevamente a mi cuerpo y
puso una de sus manos sobre mi pecho. La abracé y ella se
dejó. Algo
en mi interior me decía que ella había sufrido mucho en sus
antiguos matrimonios, cosa que luego constaté por información
de la señora Yolanda.
Anduvimos
por otro pasillo y Yaya se animó de unos jabones Dove. Los vio todos
y me preguntó cuáles serían los mejores. “Siempre uso el Dove
white, porque es el mejor para mi piel”, comenté. Ella agarró
tres Dove white y los depositó
en el carrito. Se antojó también de unos areticos de mala muerte,
de 90 pesos. Finalmente nos dirigimos al área de caja a pagar.
“Iván, me ta doliendo la cabeza y el pie otra vez, me
toy sintiendo mal. Vamo a pagá, depué compramo la pizza y nos la
llevamos”, me dijo con preocupación. Pagué la cuenta. Entre las
chucherías, las chancletas, los jabones y los champúes, me hizo
1,800 pesos. Caminamos hacia la pizzería Papa
John’s y pregunté por alguna oferta. El dependiente de mostrador
me dijo que había un dos por uno en pizza mediana con refresco
incluido
por solo 900 pesos. Yajaira
y los niños estuvieron de acuerdo y lo pagué. “En quince minutos
estará lista”, me dijo el vendedor.
“Vamo
a sentano en una
mesa que toy cansada y me duele la cabeza”, indicó Yajaira. Le
entregué los tres mil pesos prometidos y le dije
que bajaría al cajero a buscar el dinero del taxi. “Mira, Lya
quiere helado”, me pidió con exigencia Yaya. Le dije que cuando
regresara del cajero. Bajé al sótano y retiré como trescientos
pesos. Cuando regresé no
encontré
a
mi grupo en
la mesa y
estuve buscándolos con la mirada. Los divisé por Helados Bon. Mi
chica me hizo una seña con la mano. Fui hasta allá. “Ya le pagué
el helado a los niños”, me contó. Volvimos
otra vez hacia Papa John’s.
La
pizza ya estaba lista. El vendedor nos las mostró en sus cajas
y las tapó de nuevo. “Llévala tú Iván, me voy a sentá otro
rato”, me pidió Yajaira. Así lo hice, sin embargo, una vez en la
mesa, sentí el deseo de abrir de nuevo las cajas para verlas. Así
lo hice. Yaya se incomodó conmigo y me echó un boche delante de los
niños: “COÑO IVÁN, PA QUE TÚ ABRE LAS CAJA DE NUEVO, ¿TÚ
NO VITE ESA DO PIZZA YA? Vengan
muchacho, vamono y vamo a dejalo solo, coño”, les indicó a Steven
y Lya, haciendo
alarde de que se iba.
¡Cómo si acaso fuera ella la que iba a pagar el taxi!
Les
caí atrás, cargando
las dos cajas de pizza y nos juntamos de nuevo en una estafeta de
Apolo Taxi. Pregunté por el precio de una ruta hasta la Caonabo.
Yaya
intervino: “dile
que es en la Caonabo, pero hasta el restaurant Machu Pichu”. Un
señor nos dijo que eran 200 pesos. Yajaira me preguntó si me
parecía bien y le
dije
que sí. Entonces salimos al parqueo para abordar el carro. “Móntate
alante Iván, que yo me voy con los niños atrás”, me indicó
Yaya. Así lo hicimos. Yaya le repitió al taxista que nos dejara en
el restaurant Machu Pichu y me preguntó: “¿tú has comido ahí
alguna vez Iván?”. Le
dije que una sola vez en mi vida, hacía como ocho años. “Nosotro
hemos comido mucho allí: mi hermana, Steven y mis hijos. Antes,
Alejandra nos invitaba”, me
contó. Yajaira
volvía a quejarse del pie y la cabeza. “Ay, me duele. Mira Iván,
tú va a subí con nosotro. Le voy a decí a mi mamá que
te dé dos pedazo de pizza y luego te va. Yo me voy a acotá.
Alejandra puede llegá
y a vece se pone muy aburría”, me
sugirió.
Llegamos
al parqueo del edificio. Pagué al taxista y nos desmontamos. Subimos
al
tercer piso.
“Cuando entre le dice a mami que te dé dos pedazo de pizza y
te va. Es que Alejandra e muy aburría”, me recalcó. Una vez
dentro del apartamento Yajaira se sentó en el sofá aquejada del
dolor. “Mami, no aguanto este dolor. Dale do pedazo de pizza a Iván
que él se va”. Le
ordena.
Mientras
Yolanda parte dos pedazos de pizza para entrarlos en una funda
plástica, me siento al lado de Yaya y le echó el brazo por la
espalda. “Recuesta tu cabeza sobre mi hombro”, le pido y lo hace.
Le acaricio la cabeza y la espalda. “Venga Iván, acá están los
pedazos de pizza”,
me dice la madre de Yaya. Me
paro
del sofá, tomo
la funda con las pizzas y regreso donde Yaya a despedirme. Me abraza
por unos segundos, y luego un beso en la comisura de los labios.
Termino
yéndome. Ya cuando iba por el parqueo doña Yolanda me hace una
señal de adiós con la mano.
El
jueves 12 en
horas de la mañana le escribí a Yajaira por whatsapp. Le pregunté
cómo se sentía y me dijo que algo mejor. Le recordé que pasaría
en la tarde por casa de su hermana a dejarle los 750 pesos del reloj
del cual se había antojado. También
le hice saber lo mal que me sentí en el Jumbo cuando me dio el boche
delante de los niños y me respondió: “Ay, peldóname corazón,
es que me dolía la cabeza y el pie y eso me pone de mal humol”. Me
dijo que iría al salón por la tarde y que luego nos veríamos para
que le entregara el dinero. Le pregunté por los dos selfies que nos
habíamos tirado aquella
vez en
La Sirena del 12
y me contestó:
“tú sabe que ese celulal se dañó
y se peldió todo, mi amol. Yo no tengo teléfono y siempre estoy
usando uno prestado”. Después
me dijo que iba a desayunar y se tendería de nuevo en la cama para
descansar el pie.
Por
la tarde, luego de salir del trabajo, pasé por la casa de su
hermana. Solo estaban Yolanda y los niños. “Yajaira y Alejandra
están ahora en un salón por aquí cerca. Ellas no tardan en venir”,
me aseguró la madre de Yaya. Fue a la cocina y me buscó una tasa de
café recién hecho. Se
sentó nuevamente en un mueble y me habló sobre Alejandra. Me contó
que ella también era divorciada y que Steven era su único hijo.
“Alejandra tiene dos trabajos, uno en el Ejército y el otro en una
compañía. Ella
fue operada de la vesícula en octubre, no sé si lo sabía”, me
explicó. Le dije que Yajaira me lo había contado. “Alejandra
fuma mucho, como un murciélago, pero bebe moderado; Yajaira es lo
contrario, fuma poco pero bebe mucho. Ella
es una alcohólica y arrogante, nunca dura mucho con los hombres pol
prepotente que es ...y ningún celular le dura mucho. Yo no sé por
qué. Yo le he regalao vario celulare y nunca le duran. No sé si es
que ella lo vende por dinero. Yo la ayudo con dinero a cada rato;
Alejandra también. El papá, que vive en Nueva Yol, me manda remesa
y yo siempre le doy algo a Yajaira. Esa mujel ha tenío un montón
de celulare y todo dique se le dañan. Mire, yo tengo tres años con
el mío y no se me ha dañao nunca”, me relató. “Déjeme vé si
Yajaira ta en el salón
todavía”, y le puso un mensaje. “Mira, aquí ta Iván, vino a
traete un dinero de un reloj que tú quiere, que sé yo”, le dijo a
su hija.
Yajaira
llegó en poco rato y nos saludó. Solo me besó en la comisura de
mis labios. “Ando rápida polque toy bucando una
redecilla pa mi pelo que
tengo que volvé al salón”,
me explicó. Le preguntó a Lya dónde estaba su redecilla y ella no
supo. Luego entró a la habitación y
tampoco la halló. Solo encontró una que estaba un poco rota. “Na,
me llevo eta”, me dirigió la palabra. “Mira, Alejandra me invitó
eta noche a la fiesta de su trabajo y no tengo un vestido. Ella dice
que me va a bucá uno. A mi no me gutan ninguno de eso que tan ahí
sobre la silla”, me dijo. Luego de contarle que tenía el dinero
para su reloj me pidió que la acompañara abajo para que se lo
diera. Le dije que tenía un billete de mil y que lo cambiaría en el
colmado. Ella me dijo que no eran 750, sino 850, porque había que
pagar cien pesos por el envío. Entré
al colmado, cambié el billete y les di los 850. Nos despedimos. Esta
vez no quiso abrazo ni beso. “No quiero beso aquí delante de la
gente. Mira,
yo te tiro eta tarde por whatsapp”, me prometió. “Pero si irás
a la fiesta de tu hermana será imposible que nos veamos”, le
respondí. “Eso no e ahora, eso e eta noche. De aquí a la sei yo
te tiro”, volvió a asegurarme.
Yaya
no me puso mensajes durante la tarde del jueves. Fue el viernes, como
a las siete de la noche, a
través del celular de la mamá, que me habló. Esa
vez solo para decirme que ya Alejandra había mandado a encargar los
dos pares de Converse y que le podía dejar el dinero lo más pronto
posible. “Son cuatro mil, dos mil cada pal.
Si
ella no está, tú se lo deja a mi mamá”, me indicó.
Ciertamente
que ya notaba algo diferente en Yajaira. Ni
siquiera
había vuelto a invitarme a su casa en Haina. Tampoco
le pedía
prestado el celular a Johnny para chatear conmigo, cosa
que a finales de noviembre y principios de diciembre sí solía
hacer.
El
domingo 15
de
diciembre, como a las seis de la tarde, me
telefoneó desde
el celular de su madre para decirme si al menos le podía comprar un
celular barato, aunque fuese de dos mil o tres mil pesos, y así
poder hablar todos los días. Le prometí que se lo compraría para
después del 20. Volvimos
a platicar a partir de las ocho
de la noche, pero esta vez ella usaría el celular de Johnny,
ya
que Yolanda se había regresado al apartamento de su otra hija.
Volvió
a preguntarme si le compraría el celular. Le
dije que sí, que uno barato como me había dicho. “Mi amol, mejol
cómprame un aparato bueno, que valga la pena, algo que sea como tú”,
me
dijo en tono salamero. “¿Y cómo soy yo, amor?”, quise saber.
“Tú ere una pelsona muy especial, de larga duración, pa to mi
vida. ¿Polque
tú va a sé pa to mi vida, no e veldá
corazón?”, me preguntó con insistencia. “Quiero
ser para toda tu vida, ando buscando estabilidad y quiero encontrarla
contigo”, le comenté. “Yo también mamol, yo
también quiero estabilidad. A mí me fue muy mal con los hombre que
tuve ante, pero tú ere diferente, tú ere muy especial y quiero que
seas mío hasta que me muera”, me dijo. “¿Te hicieron daño los
hombres de tus matrimonios anteriores? ¿Te agredieron físicamente?”,
le pregunté tratando de indagar. “No mi amol, no me dieron golpe
pero no era lo que yo esperaba, no era lo que yo creía. Y, pol
favol, no me pregunté eso polque me trae mal recueldo. Mira, ya me
toy sintiendo triste recordando cosas pol tú ta haciéndome esa
pregunta. No me vuelva a preguntá
eso, pol favol. En lo adelante solo seremo tú y yo. Ese pasado ya no
cuenta. Solo cuentas tú para mí. Dime si puedo confiá en ti,
dímelo ahora, polque toy en ti ¿oíste?”,
me
preguntó. “Si amor, puedes confiar en mí para toda tu vida.
Nosotros podremos tener un millón de defectos, pero
siempre quiero que nos entendamos bien y que nos aceptemos tal cuales
somos”, le contesté. “Mi
amol, en una relación no importan los defectos, lo que hay que hacé
es buscar soluciones”, respondió.
Le recordé que aunque no gane un gran salario siempre buscaría la
forma de ayudarla y que le pedía a Dios un trabajo para ella en
2020. “Gracia, corazón, pero tú sabe, yo te quiero a ti. A mi no
me impolta tu salario, eres tú”, me dijo. Le
dije que le buscaría un celular que valga la pena pero que no me
fuese tan costoso. “Si mi amol, puede sé un celulal de cuatro o
cinco mil peso, pero cómpralo en una tienda de Claro, y quiero ir
contigo a compralo. No
vaya sin mí”, me exigió. Le pedí que me enviara una foto suya y
me mandó dos: una de ella sola y otra de ella con su primo Johnny.
Le
recordé que para enero le compraría el juguete que le prometí a la
niña, “así como el vestido que viste en La Sirena en octubre. Te
quedará lindo”. Me dijo que me amaba y que jamás se separaría de
mí. Le dejé saber que me gustaría formar un hogar con ella. “Claro
corazón, pero para toda la vida”, me respondió.
A
eso de las 11 de la noche Yajaira se despediría
de mí porque Johnny iría a buscar el celular.
Lunes
16
de diciembre: Yolanda me cuenta toda
la
verdad
El
lunes 16 de diciembre por la mañana
doña
Yolanda me envía un
preciosísimo
mensaje amistoso
por
whatsapp. Le
pregunto cómo se ha sentido de su pierna, pues ella también padece
de fuertes dolores, pero es debido a sus várices, en cambio, los de
Yaya, han sido secuelas de su accidente, en mayo de 2019.
Me
había contado que
cuando el día está lluvioso y húmedo el dolor se le agudiza aún
más. Le
dije lo preocupado que estuve aquella noche que Yajaira estuvo muy
aquejada de los dolores del pie, la pierna y la cabeza y que temía
que su problema fuera para largo. En ese instante ella y yo
intercambiamos varios mensajes de voz.
“Mire,
Yajaira es una alcohólica, se la pasa bebiendo y así nunca se va a
saná.
Esa
muchacha ni siquiera hace oficio. Se acuesta tardísimo, bebiendo, y
siempre me deja mi cama con ese maldito olor a alcohol. Ya
uté le ha regalao mucho, le va a regalá los bonos de compra, unos
tenis ...que no se lo merece, porque esa muchacha es una malcriada
...¿y también le va a regalá un celular? Dígale que no, que su
presupuesto no aguanta más.
No
le regale más nada, ya uté
ha hecho mucho por ella, y yo se lo agradezco, Iván. No
le siga dirigiendo la palabra. Yajaira lo que quiere es su dinero.
Abra
los ojos ...y mire, que es mi hija y sufro mucho por ella. Alejandra
y yo le hemos criados sus dos hijos. Y el que ella tuvo en Bonao la
Fiscalía se lo quitó porque es una alcohólica enferma. A ella le
abrieron un expediente como alcohólica empedernida allá en Bonao, y
por eso, su
otro hijo,
vive con el papá y la madrastra. No
se le
ocurra casase con Yajaira ni formar un hogar con ella: Yajaira no es
mujer de un hogar. A esa muchacha le gusta mandar a los hombres y es
una prepotente. A mí me ha volado encima pa dame golpe. Mire, no
quiero que uté le diga a ella
que yo le dije todo esto. Por
favor, no me meta en problema con esa muchacha, Iván. Yo le digo
todo esto polque usted es un caballero y se le nota que es un hombre
serio”, me pidió Yolanda luego de su breve relato.
“Yolanda,
duerma tranquila, no le diré nada de esta conversación a Yajaira.
Puede
confiar en mí. Y gracias por contarme la verdad, aunque me duela. Yo
terminaré con ella en enero, pero, todo lo que le había prometido,
se lo voy a regalar en
este diciembre. Los verdaderos amigos son aquellos que se dicen la
verdad. Déjeme hacer las cosas a mi manera, por favor. Yo le daré
lo prometido. En enero, terminaré con ella, aunque me duela”,
le manifesté.
“Mire,
esa muchacha se levanta tardísimo y e pa ise a bebé ron y llega a
la casa borracha. Ese accidente que ella tuvo, no fue en un motor
como ella le dijo, sino que taba borracha y se cayó por la escalera.
Ella vivía aquí donde Alejandra y a vece se iba de noche y llegaba
a la hora que le daba la gana. Yo vivía en Haina e hice un acueldo
con ella: que se quedara
a viví en
mi
casa de Haina y yo me vine a eta, donde
Alejandra. Mire Iván, lo peol de todo es que el primo, Johnny, y
otro amigo, Kelvin, en vé de ayudala la invitan a bebé to la noche.
Cuando ella se fue de mi casa, en agosto, que se fue a la casa de
Yuri, un maldito cuerazo, fue porque yo la aconsejaba
de que no tomara tanto, de que a la larga eso le iba hacé daño.
Pero se incomodó conmigo y se fue a la casa de la vagabunda de Yuri.
Despué, como en octubre, yo la fui a buscar y me la llevé a mi
casa. Fue ahí que yo le propuse dejala sola en la casa de Haina y yo
venime a viví con Alejandra. Esa mucha es una víbora Iván, no se
la recomiendo como esposa ni a uté ni a ningún hombre. Mire, el
papá de la niña, de Lya, le daba mucho golpe a Yajaira, la golpeaba
mucho y eso eran uno maldito escándalo. Al final ella lo paltía en
la cara y él se iba con otra mujel que tenía”, me
confesó la buena señora y en ese momento se me salieron algunas
lágrimas por los ojos.
“El
marido que ella tuvo en Bonao, tampoco era muy buena espina. Ese le
pegaba cuelno y
también la dejó por otra, y la Fiscalía le quitó el hijo a Yaya
por alcohólica. Y
bien que se le dijo que ese tipo no era bueno”, me reveló.
“Yajaira
ya no tiene arreglo, eso es un palo torcío. Ella no quiere
superarse”, agregó.
Le
sugerí a Yolanda velar por el cuidado de su hija, que entre ella y
Alejandra trataran de convencerla y llevarla a Alcohólicos Anónimos,
una institución que ha rescatado a muchas personas de la adicción
al alcohol. “Pero
ella tiene que estar convencida de que lo necesita, nada es
obligado”, le dije.
No
sé si Yolanda tenía conocimiento alguno de Alcohólicos Anónimos,
de todos modos, le hablé sobre
lo
poco que sabía de aquella institución, regeneradora
de enfermos alcohólicos. Le
dije lo que ya sabía de algunos achaques de Yaya, su sinusitis
eterna y
arañitas en sus ojos. “Mire
Yolanda, si Yaya sigue dándole duro a la botella es muy difícil que
sus males se curen o aminoren. Por eso le sugiero que usted, como
madre, y Alejandra, como su hermana, traten de ayudarla en lo que
puedan”, me sinceré.
“Alejandra
me ha dicho
que Yajaira ya está alcoholizada. Sus hijos son el alcohol”, me
reveló.
Cuando
le hice la observación de que Alexander nunca le decía mamá,
sino Yaya,
doña Yolanda me contestó que no solo era el niño, sino también la
niña. “Ellos, los dos, la llaman por su nombre, no
le dicen mami”,
me confesó.
Me
contó que para noviembre Alejandra le había mandado mil pesos a
Yaya
para
que esta cambiara su cédula con otra dirección. “Alejandra había
hablado con unos amigos en el Ayuntamiento del Distrito para
conseguirle un empleo a Yajaira en el que solo tenía que ir dos o
tres veces a la semana y firmar unos papeles, pero, para eso, Yaya
tenía que cambiar la dirección de su cédula. Eso costaba mil
pesos. ¿Sabe usted lo que hizo Yajaira con esos mil pesos? Se los
bebió de alcohol”, me relató Yolanda en tono indignado.
“Termine
con ella, por favor. Si después de lo que le conté usté quiere
seguí junto con ella, allá a uté, pero depué no diga que no se lo
dije”, se sinceró
la señora. “Yajaira
no le para a ningún
hombre,
cuando dice ‘me voy andá’ no hay quien la pare. Esa muchacha no
e buena pa uté formá un hogar. Mejor no lo haga. No se la
recomiendo a uté ni a nadie. Alejandra
y yo hemos luchado mucho por ella”, me reiteró la señora.
Esa
tarde, luego del trabajo, pasé al apartamento de Alejandra a
entregarle a Yolanda los cuatro mil pesos por los dos pares de tenis,
los de Yaya y los de Lya. Yolanda, aunque no estuvo muy de acuerdo,
me los recibió. Saludé a Steven, que estaba allí y, más tarde, a
Lya. La
señora me tenía preparada una gran tasa de café y conversamos como
por veinte minutos. Luego me despedí, ya que tenía que irme a casa.
Yolanda me quiso retener por más tiempo. “Pero no se vaya todavía,
quédese un rato más”, me pidió. Le contesté que tenía que ir a
comer y resolver otras cosas durante la tarde. De
modo que, con un “feliz tarde Steven” y otro “feliz tarde Lya”,
me marché.
El
martes 17 de diciembre recibo
un “hola” por escrito de un número de teléfono desconocido.
“¿Cómo estás? Es Yajaira”. Le
respondo que bien
y le pregunto
“¿y
tú?”,
“toy
bien”, me
contesta y agrega:
“mira,
te estoy llamando del whatsapp de una amiga. Ella
me prestará su teléfono pa yo podé hablé contigo”. Me contó
que su hermana le aconsejó no comprar el reloj de 750 pesos ya que,
según ella, eso era un fraude. “Alejandra me dijo que me lo
compraría y que usara los 850 que me diste para pagar la luz de la
casa, acá en Haina. Teníamos como
sei
mese de atraso y fui a la compañía pa hacé un contrato de pago. Ya
debemos menos, y tenemos luz en la casa”, me informó.
Es
increíble que, sin habérmelo propuesto, le haya resuelto un
problema a la familia de Yajaira, asunto que, no estaba en mi
libreto. Todo
comenzó con los 850 pesos que le regalé a mi chica para que
comprara el relojito digital del cual se había antojado. No compró
el reloj, por el consejo de su hermana, y la posterior sugerencia de
esta de que usara esa plata para pagar algunos meses de atraso.
Le
dije a Yaya que visitaría Altice y Claro a ver algunos modelos
de
celulares. “Yo quiero ir
contigo, corazón”, me pidió. “Claro
que sí”, le dije. También
le conté que el miércoles 18 sería la fiesta navideña en mi
trabajo, que trataría de conectarme para hablar con ella. Seguimos
la plática por un rato más hasta
que tuvo que devolverle el celular a su amiga. “Adiós chica de
ensueño. Eres una princesa del mundo mágico de Disney. Te quiero”,
me despedí. Ella me respondió con dos emoticonos virtuales: uno de
besitos y otro de corazones.
Al
día siguiente, durante la fiesta del trabajo, mi chica y yo
conversamos por whatsapp. Ella me pedía que le pusiera un paquetico
de cinco días de internet al celular de Carolina. “Es de Altice”,
me
dijo. “Cuando salga de la fiesta paso por
una tienda de Altice y se lo
pongo”,
le
prometí. Así
lo hice. También aproveché para ver algunos modelos de celulares a
los cuales les tiré fotos con la cámara de mi móvil. Al llegar a
casa chateé con Yaya y le mostré las fotos de los modelos que había
visto. No le gustaron ni el Alcatel ni el ZTE.
Ella prefería LG o Huawei. “Amor,
cómprame algo que valga la pena para que hagas una buena inversión”,
me sugirió. La convencí de que le compraría algún modelo valorado
entre cuatro mil a cinco mil pesos. Ella estuvo de acuerdo. “Y si
no encuentras lo que yo quiero me puedes comprar lo que tú puedas
amor”, me dejó saber. Entre otras cosas que platicamos ese día le
dije que jamás le levantaría la mano, que
nunca la golpearía,
y
que no me molestaba en lo absoluto que ella me controlara o
reclamara. Que
todo eso lo aceptaba porque la amaba. Terminamos
de hablar como a las 11 de la noche cuando me dijo que tenía que
poner el celular a cargar.
El
viernes 20 volvimos a conversar. Le
había contado que vi dos modelos LG, uno valorado en 3,200 pesos y
otro en 4,200, pero este último, de una versión más reciente. Le
mostré las imágenes de los dos modelos. Ella me
reiteró “quiero
ir contigo
a la tienda para verlo y escogerlo”.
Estuve de acuerdo. También me recordó que su niño, Alexander,
estaba de cumpleaños, que le felicitara porque estaba esperando el
regalo que le había prometido, o sea, los 1,500 pesos. Le
escribí a Lya por whatsapp preguntando sobre Alex. Ella me dijo que
él estaba en su casa, “pero yo estoy donde mi papá ahora
y me voy a pasar unos días por aquí. Llama a mi abuela porque Alex
está de cumpleaños hoy. Felicítalo”.
Al
día siguiente, sábado
21 de diciembre, Yajaira
me escribió temprano en la mañana para
preguntarme
si felicité a su niño. También me contó que se sentía con mucha
gripe y no tenía ganas de salir, que mejor le comprara el celular,
pero que antes le tirara una foto y se la enviara. Por la tarde me
dirigí a una tienda de Claro en Bella Vista Mall a comprar el
celular para Yaya. Me lo probaron para que verificara que estaba
funcionando bien. Le tomé una foto con la
cámara de mi
celular y se la envié a mi chica. “Está
bien, me gusta. Está bonito”, sentenció. Lo pagué. Le expliqué
a la vendedora que mi novia quería un duplicado de su número
anterior y me contestó: “para eso tiene que venir ella misma a una
tienda principal y comprar un chip más un duplicado”.
Eso mismo le expliqué a Yajaira y lo entendió. Le dije que otro día
le compraría el protector de pantalla y un forro
para su nuevo teléfono. También le pareció buena la idea. Pagué
la cuenta y me hizo 4,200 pesos. Luego, subí al segundo piso, a un
área especial para que
me envolvieran en un
papel de regalo el móvil de mi pareja. Escogí una envoltura de
papel roja, y compré una tarjetita. En esta escribí
Feliz
Navidad
y, al abrirla, unas cortas palabras: Yaya:
Gracias por los momentos bonitos, aunque pocos, han sido
maravillosos. Te quiero, Iván.
Retiré
del cajero automático mil quinientos pesos, el regalo prometido a
Alexander. Salí de la plaza y me dirigí a mi vivienda. Le escribí
por whatsapp a Yaya para informarle que ya había llegado y tenía su
regalo en mis manos. También le dije que la semana próxima me
entregarían los bonos de compra de Jumbo y le regalaría el
equivalente a tres mil. “También
quiero pasar por casa de tu hermana a dejarle los 1,500 pesos a
Alex”, agregué. “Ve ahora, que mi hermana está ahí. Tú se lo
deja a ella”, me indicó.
Me
dirigí al apartamento de la Caonabo. Toqué
el timbre y nada. Toqué la puerta y tampoco. Con celular en mano le
puse un mensaje a Yajaira diciéndole que nadie me abría la puerta.
Ella marcó al teléfono de su hermana y después me dijo: “no te
vaya, ya te van abrí”. En poco rato alguien abrió la puerta. Era
Alejandra, envuelta en una toalla y descalza. Parece que había
salido del baño al recibir la llamada de Yaya. La saludé: “soy
Iván. ¿Tú eres Alejandra?” Ella me respondió con una bella
sonrisa: “sí, cómo está?”, me devolvió el saludo. Me disculpé
por haber llegado en ese momento, por ser tan inoportuno cuando ya
estaba lista para la ducha y me dijo “eso no es nada”, con otra
bella sonrisa. Le conté que había venido a traerle los mil
quinientos pesos prometidos a Alexander. “¿Puedo
pasar?”, le pregunté. “Si claro”, me contestó. Entré a la
sala y me senté en el mueble. Abrí mi billetera, saqué los 1,500
pesos y se los entregué en sus manos. “Déselos a Alex y dígale
que le felicito dos veces, por su cumpleaños y por la navidad. Y me
disculpa otra vez por haber
llegado en este momento tan inadecuado”, le expresé. “No es
nada”, me respondió, mostrándome
de nuevo
su bella sonrisa. Salí
de su apartamento. “Chao, gracias” y me retiré.
Llegué
a casa, tomé mi celular y me puse a platicar de nuevo con Yaya.
“Amor,
te he cumplido al pie de la letra. No te he fallado”, le expresé.
“Sí,
vas bien, vas bien ...pero mira, ¿tú no me va a comprá algo de
ropa? Falta el vestido todavía...”, me recordó. “Claro que el
vestido te lo compraré amor, pero dame tiempo. Eso va pronto”,
también le recordé. Le
dije que nunca en mi vida le había comprado un celular a una chica y
que ella había sido la primera. “Si, ¡no me digas!”, me
contestó en tono incrédulo. “Bueno, preciosa, ya eso de creerlo o
no depende de ti. Yo no puedo obligar a que me crean, ya eso depende
del otro si me quiere creer o no”, le expliqué en tono calmoso.
“Okey,
okey ...mira, ¿y cuándo vamo hacé el amol, cuándo será la
primera vé?”, me sorprendió con la pregunta que desde hace tiempo
andaba esperando. Si en octubre
fui yo quién se lo planteé, esta vez, fue ella.
“Amor,
lo haremos muy pronto”, le aseguré. Quizás mi respuesta no fue la
adecuada. Ella quizás
esperaba
una más contundente, algo
para hoy, en el right
now.
Tal
vez debí haberle dicho “toma un taxi hasta La Sirena del 12 y
desde ahí caminamos hasta la cabaña”. Obvio, que no podía ser en
su casa de Haina porque doña Yolanda estaba allí pasándose el fin
de semana.
Seguimos
conversando por unos minutitos hasta que tuvo que devolverle el
celular a su amiga Carolina.
El
lunes 23 de diciembre me entregaron los bonos de compra de Jumbo, un
total equivalente a RD$6,500.00. Pocos minutos después Yajaira se
había comunicado conmigo por whatsapp y le di la buena nueva. Ella
me pidió que nos viéramos en Jumbo de la Luperón en horas de la
tarde. Pero no contenta del todo me pidió que le comprara un vestido
y le pagara el salón porque quería pasar la noche del 24 de
diciembre en Bonao con algunos miembros de su familia. Le dije que el
vestido tendría que esperar para enero debido a toda la plata que
había gastado durante el mes. Fue allí donde supongo comenzó el
principio del final. Nos fuimos en discusión. Ella fue capaz de
decirme que yo NUNCA la había ayudado con dinero. Tuve que llenarme
de paciencia y recordarle todas las veces que la socorrí
económicamente, a pesar de mi limitado presupuesto. Le recordé
como, gracias a mi generosidad, le conseguí mil pesos en diciembre
de 2018 para que se viniera de Puerto Plata a Santo Domingo a pasar
las navidades con sus seres queridos; cuando le regalé el dinero del
gas para la casa de su hermana en marzo del 2019 y, de paso, la
invité a ella y sus niños a cenar. Le refresqué la memoria cuando,
a raíz de su accidente, en mayo, me comporté como todo un caballero
y nunca escatimé para enviarle dinero por Caribe Express. Nunca le
dije NO cuando ella me pedía plata para comprar medicamentos o pagar
una consulta médica, ya que no tenía seguro médico. Le recordé
las dos compras de supermercado, una en La Sirena (más de dos mil
pesos) y la otra en Jumbo (5,100 pesos), a finales de agosto y de
septiembre de 2019. Le refresqué su cerebrito cuando le mencioné
sobre los tres mil pesos que le regalé a finales de octubre, los
RD$500.00 para imprimir unos currículos vitaes más otros
RD$1,000.00 para un taxi y algo más en el mes de noviembre. También
los tres mil pesos que le regalé cuando cobré mi doble sueldo; la
compra de 1,800 que le hice en Jumbo cuando fuimos acompañados de
Lya y Steven; los 850 pesos por un reloj digital que se antojó y que
luego no compró; los tres mil pesos en bonos de compra y un celular
marca LG valorado en RD$4,100.00. Y después de todo eso, ¿merecía
que ella me dijera aquel soberano disparate de que nunca la había
ayudado con dinero? Yajaira se irritó y me gritó. Me dijo que me
devolvería todo lo que le había regalado, que eso era malo estar
sacándole en cara a una mujer todo lo dado y amenazó con romper la
relación amorosa que teníamos. De nuevo me llené de paciencia y le
dije: “Mira Yaya, si quieres botarme, lo puedes hacer ahora mismo,
soy un buen perdedor. Si es tu decisión, pues tómala, y te
agradezco por los momentos bonitos, aunque pocos, fueron
maravillosos. Me siento agradecido por el trato que me ha dado tu
familia. Tu madre es una dama, lo mismo que tu hermana, y me siento
también agradecido de tus hijos por haberme aceptado, pero de
verdad, si quieres botarme, lo puedes hacer ahora mismo, soy un
caballero y buen perdedor. La vida continúa”. Su respuesta,
previamente haberse contradicho, ralló de nuevo a la defensiva: “no
e eso Iván, es que eso se ve feo andá sacando en cara lo que tú le
regala a tu pareja, eso es malo. Me sentí muy triste con lo que me
dijiste”. Mi contesta, casi al borde del llanto y tratando de que
retornara la calma, fue la siguiente: “está bien amor, perdona por
lo que dije, de verdad lo siento, pero por favor, no digas que yo no
te he regalado nada, que eso me hizo sentir muy mal. Sabes que te
quiero y te lo he demostrado, sobre todo en los momentos más
difíciles que has tenido en este año, pero no vuelvas a decirme eso
que me partes el alma”. Su respuesta fue un mísero “Ok”.
En
horas de la tarde, a eso de las cinco, volvimos a conversar.
Acordamos vernos en Jumbo de la Luperón como a las 7 de la noche. Le
había sugerido de favor que no viniese en un motor, que mejor lo
hiciera en dos guaguas. “Sabes como te pones cuando te dan esos
dolores en la pierna y el pie; no quiero que te pase algo malo. No me
lo perdonaría”, le expliqué. “No ta bien, voy a vé si le pido
dinero prestao a alguien ...pero Iván, ¿si yo quiero ir en un motol
o en un taxi, ¿cuál e el problema, dime? ¿tú me va a decí que no
lo puede pagá?”, me contestó con enojo. “No amor, no es eso,
pero considera mi bolsillo, por favor”, quise hacerla entrar en
razón pero me devolvió soberano boche: “ya sé por donde ibas, ya
sé por donde ibas: MIRA, SI A MI ME DA LA GANA DE IME EN UN MOTOL O
EN TAXI, ME VOY EN UN TAXI O EN UN MOTOL, ¿OKEY?”. Me serené para
responderle: “vale, vale, está bien, retiro lo dicho”. Entonces
vino su respuesta intimidante: “AH, MENOS MAL, MENOS MAL”.
Media
hora más tarde Yaya me escribe desde el celular de su amiga para
preguntarme si puedo ir al Hipermercado OLE de Haina “... y no
olvides llevar el celular y los bonos”, me exige. “Claro que los
llevaré. Esa es la razón por la que voy para allá”, le dije.
“Okey, cuando llegues me avisas”, me responde.
Me
alisté, me encaminé a la parada de minibuses del kilómetro 12 de
la Independencia y abordé uno. Le dije al cobrador que me quedaría
en el OLE de Haina. “Allá
lo dejamo jefe”, me dijo.
Checo
mi celular y leo un mensaje: “¿Ya llegaste?”, me pregunta Yaya.
“Aún
no”, respondo. Arribé como en veinte minutos a mi destino. La
estuve esperando por cerca de media hora con
su regalo en manos. Finalmente, la alcanzo a ver en un motoconcho,
pero no sola. Lya, su niña, venía con ella.
Me
lució muy graciosa
aquella escena, muy
a lo funny:
el motorista conduciendo; Lya, muy alegre y sonriente en el medio, y
Yajaira, su madre, detrás. Ambas,
hija y madre, se desmontan. La niña me saluda: “hola Iván”, y
le extiendo mi mano; Yaya me abraza y me besa en la comisura de mis
labios. Yajaira
le dice al motorista que no se marche, que las espere un buen rato,
en lo que conversábamos. Mi chica se quería sentar, pero estaba
indecisa y no sabía dónde. Yo sugerí que ocupáramos una de las
mesas de Pala Pizza. “No importa, amor, si hay que consumirles
algo, pues yo lo compro. No tenemos otro sitio mejor”, le expliqué.
Entramos a Pala Pizza y ordené una pizza de seis pedazos. Luego,
Lya, Yaya y yo ocupamos una mesa al aire libre. Ya
cómodos en nuestros asientos le hice entrega de mi regalo: tres mil
pesos en bonos de compra en Jumbo y el celular. “Feliz navidad,
muñeca. Gracias por los bonitos y divertidos momentos”, le
expresé. Yaya, sonriente,
abrió el sobre donde estaban los bonos y se los mostró a la niña:
“mira
Lya, mañana le voy a comprá ropa a ti y a Alex”. Mientras
platicábamos Yaya rosaba mi pierna con la suya y colocaba su brazo
sobre el mío. Puse mi mano sobre la suya y se dejó. Nos
las agarramos. Después me paro de la silla y voy al mostrador a
preguntar cuántos minutos
le faltaba a la pizza: “quince
minutos”, responde una empleada. Voy
a mi mesa y le digo a Yaya que faltan 15 minutos.
Durante
toda mi vida siempre he dicho que no quiero tener hijos, posición
que aún mantengo, sin embargo, voy a reconocer que cuando estoy con
Yaya, su niña y, en raras ocasiones, Alexander, siento el deseo de
formar un hogar, pero junto a ellos. He llegado, no solo a adorar a
mi chica, sino también a sus críos. Jamás en mi puta y fracasada
existencia pensé que esto me ocurriría. Así es la vida, burla del
destino o lo que fuese, pero así es y nomás.
Yajaira
no ha sido la mejor de las pocas novias que he tenido, pero ha sido a
la quien le he expresado mis mayores sentimientos, la única a la que
le he hecho regalos, a la que he apoyado en momentos difíciles. Sus
hijos, Alexander y Lya, que no son sangre de mi sangre, he llegado a
quererlos como se quiere a un amigo, como un buen padrastro puede
llegar a querer a unos hijastros ...y no es verdad que todos los
padrastros tengan que ser necesariamente malos. Nunca
en mi vida le había hecho regalos de
navidad a
unos niños, NUNCA. Y lo hice de buena fe, todo por el amor que le
profeso a una mujer que no me dedica tanto tiempo. No
entiendo por qué a Padre Tiempo se le antojó en 2019 ponerme este
tipo de prueba, darme esta
dura
lección. ¿Qué
buscaba con ello?
Transcurrido
los 15 minutos nos entregaron la pequeña pizza, la pagué en
efectivo y nos retiramos. Yaya fue a buscar al motorista y me dijo
“tiene que dale 150 peso, los dos pasaje de Lya y mío de ida, los
dos de vuelta y cincuenta peso por el tiempo que él tuvo que
esperar”. Le entregué los ciento cincuenta al motoconchista.
“Gracia patrón”, me contestó este. Yaya me besó en la comisura
de mis labios y me abrazó. Le extendí la mano a Lya para despedirme
de ella. “Mira,
¿pol qué tú no me da algo más pa comprale un refreco a Lya?”,
me preguntó Yaya en tono
mandón. “Ya
lo que me queda es de pasaje”, le respondí con
suavidad.
La
niña se montó de nuevo en la moto, luego
Yajaira. Le robo
a
mi
chica
un besito en plena mejilla. En verdad, ella se lo dejó dar. Con
el motor en marcha Lya
me sonríe, y me hace la señal de adiós con la manita. Le
hago la señal de adiós con mi
mano
a ella y a su mamá. Camino
hacia una de las calles y abordo una guagua, de retorno al 12 de la
Independencia.
Yaya
no volvió a dirigirme la palabra hasta el jueves 26 de diciembre. Ni
siquiera me envió un “Feliz Navidad” desde algún celular
prestado la noche del 24 de diciembre. Ella
siempre ha querido que todo se haga a su medida. Cuando se le antoja
ponerme como una mierda lo hace; cuando quiere ser cariñosa,
también. Siempre ha decidido dónde y cuándo nos veremos, cada
vez
que necesita
algo. Sabe
que soy débil con ella, por eso se las ingenia en como
manipularme, incluso, utilizando a su bella Lya. Siempre
he tenido la palabra y el tono perfecto cuando me riñe, la excusa
adecuada, aunque la culpable haya sido ella. Sabe
que no soy patán, que jamás le levantaría la mano para lastimarla;
quizás por eso se me impone, con su malcriadez o astucia, pero se
impone.
Ella
tuvo una infancia difícil. Veía como su padre golpeaba a su madre
inmisericordemente durante los años 80 y 90 del siglo pasado. Su
primera pareja, el padre de Alex, era un drogadicto. Yolanda me
cuenta que Yaya y él no vivían juntos. Su segundo esposo, el padre
de Lya, la golpeaba sin compasión y le pegaba los cuernos con otra.
Su tercer marido, un tipo de Bonao, también
le era infiel con otra. Y eso ha sido lo que le ha tocado vivir a la
chica de ensueño sacada del cuento de hadas. Ella puede ser
venenosa, malvada, pero su historia, sobre todo la sentimental, nunca
ha sido color de rosas. De repente, surge un Iván Ottenwalder,
diferente a todo lo anterior, y quizás no lo sabe asimilar. No
estaba preparada para ello.
El
26 de diciembre, desde el whatsapp de Carolina, Yaya se comunica
conmigo. Yo
estaba en ese momento en Jumbo, haciendo la compra con mis bonos.
-
Hola,
me saluda.
-
Hola, estoy ahora en Jumbo. Feliz navidad,
le respondo.
-
¿Qué haces en el Jumbo?, me
pregunta
-
De compras, usando mis bonos,
le explico
-
Veo
que estás muy indiferente conmigo. Si no quieres hablar conmigo, no
hables, bye,
se enoja y
volvimos a platicar horas más tarde.
Cuando
llego a casa se lo hago saber y le digo que me iba a dar una ducha.
“¿Qué
me compraste?”, me pregunta y luego agrega: “¿fuiste a comprar
con tus bonos, ya los gastaste o qué?”. Le cuento que los gasté
todos y le preguntó que hizo con los suyos. Su respuesta: “le
compré ropa a mis hijos, no me compré NADA
para mí, todo a mis hijos”.
Le
prometí que para enero le compraría algún vestido o pantalón.
“Iván, ¡pero tú me dijiste que para el 31 me lo ibas a comprar!
Yo pasaré el 31 donde mi familia en la Caonabo y necesito algo que
ponerme”, me recuerda. “¿Y qué hiciste el 24?”, le pregunto.
“En Bonao. Me fui así con lo que tenía, sin ningún vestido, ni
siquiera pude ir
al salón”, me contesta en tono de inconformidad y reclamo.
Cuando
le pregunté por qué en Bonao no tomó un celular prestado para
llamarme y al
menos desearme
feliz navidad, me dijo que estaba enojada y con mucha gripe. Lo
entendí todo: por no haberle comprado su vestido ni pagarle el
salón, se la desquitó la noche del 24, decidiendo no llamarme.
El
domingo 29 de diciembre ella vuelve a hablar conmigo. Esta vez por el
messanger de Facebook, desde el celular que le había regalado.
-
Hola,
me dice.
-
Hello, ¿qué cuentas?,
le respondo.
-
Bien ¿y tú?,
me contesta.
Le
cuento como me había ido en la semana, que iba a trabajar en las
elecciones del 16 de febrero y en las de mayo y que me las iban a
pagar. Le prometí que la ayudaría en cada picoteo que consiguiese.
Al
ver que no me respondía le pregunté por qué se quedaba callada.
Ella me dice que tiene problemas familiares pero que no se lo cuente
a nadie. Le pregunté si se había peleado de nuevo con su madre y
me responde que no. En
ese instante le explico: “es posible, que un deudor, me pague algo
que me debe. De ser así, te compro el vestido. Créeme, Yaya. No sé
si haya sido una de tus mejores parejas, pero siempre te he dicho la
verdad, y dentro de mis limitaciones te he ayudado. Y sí me enamoré
de ti, y lo digo con orgullo”.
Entonces,
rompe con su silencio y me cuenta que una amiga le está vendiendo un
vestido y unas zapatillas por dos mil pesos. “¿Tú tienes para
eso?”, me pregunta. Le dije que le daría dos
mil quinientos “para que te quedes con alguito de dinero”. Me
pide que se los
entregue mañana, lunes 30.
-
¿Y
qué harás esta noche? ¿Cómo están los niños?,
me preocupo saber.
-
Nada,
me voy acostar, que le estaba echando comida al perro. Los niños
están bien, gracias a Dios,
me responde.
-
Mis
sentimientos hacia ti no han cambiado. A veces, cuando duras dos o
tres días sin hablarme, pienso lo peor. Me habías preguntado la
semana pasada que cuándo haríamos el amor por primera vez. Te dije
que
cuando tú lo desees. Y para que veas lo mucho que te quiero y
protejo, me haré una prueba de VIH para que veas que soy un hombre
sano y que jamás te haría daño,
le
expresé.
-
Ok,
fue su mísera respuesta.
30
de diciembre
El
lunes 30 de diciembre, bien temprano en la mañana, saludo a la chica
de ensueño. También le preguntó por lo que pasó con su familia ya
que me había contado que tenía problemas con ella. “Después te
digo”, me contesta.
Entre
lo tanto que hablamos me había contado que iría al mercado con su
madre para comprar los alimentos que llevarían el 31 a casa de
Alejandra. También me había pedido que le dejara los dos mil
quinientos pesos con su hijo Alexander hoy por la tarde.
Ya
con la ciber conversación en calor me
antojo en
decirle lo siguiente:
-
Yaya,
tu me decías la semana pasada que yo estaba indiferente contigo, y
eso no era verdad, sin embargo, yo noto que quién
está indiferente conmigo eres tú.
-
No
digas eso. Sabes que te quiero,
me
respondió.
Por
la tarde, a eso de las siete, pasé por la Caonabo a entregarle los
2,500 pesos a Alex, quien andaba en compañía de un amigo. Hablamos
un rato. “¿Cómo anda ese básquet?”, le pregunto. “Mal,
le fue malísimo hoy”, responde su amigo en tono jocoso. “Sí, me
fue mal, no metí mi una”, me contesta. “Oye, ella viene pacá
mañana, ya tú sabe”, me
informa, refiriéndose a su madre. Le
digo:
“si ella quiere hago mi presencia mañana por aquí”, y me
despido. “Ya
tú sabes, chau, nos
vemos”, y me marcho.
Por
la noche Yaya y yo platicamos un poquito más. Me preguntó si había
cenado y
qué
haría mañana, a lo que le contesté que sí y que el 31 la pasaría
con mi familia. Ella me dijo que no estaba segura si cenaría en casa
de su hermana. “En
caso de que no podamos vernos, al menos felicítame de año nuevo”,
le pedí como si se tratase de un favor aunque, en el fondo, lo que
deseaba era compartir con ella al menos dos o tres horas el 31 de
diciembre, independientemente me invitara a su cena navideña o no.
Le
había manifestado mis tres desos para el 2020: “que me den la visa
americana, que no me boten de mi trabajo y que Yajaira consiga un
buen empleo”. Me respondió con un amén
como
agradecimiento.
En
verdad, de un ser humano tan bipolar como Yajaira, cualquier cosa era
posible. Podía olvidarse de mi por unos buenos días así
como volverme a buscar por alguna que otra necesidad económica. A
veces dudaba mucho de sus sentimientos; en otras, confiaba. No
sé si sus besos fueron fingidos, pero, quiérase o no, en ese
sentido me igualé con sus tres maridos anteriores. En lo único que
llevaba desventaja era que aquellos la habían follado varias veces,
mientras yo NI UNA. Todavía no había concretado mi fantasía. Es
cierto que deseaba realizar el amor con ella, pero jamás dejarla.
31
de diciembre y
otra vez quedo como idiota
El
martes 31 de diciembre la
pasé mayormente en casa. Yajaira, que me había dicho que me tiraría
por el chat de Facebook, jamás lo hizo, ni por la mañana ni por la
tarde.
A
eso
de las cinco de la tarde salí a echar una caminata, más bien a
platicar con el viejo año 2019 que ya casi agonizaba y manifestarle
mi agradecimiento por todas las cosas buenas que me dio, a pesar de
haberle llamado, desde su inicio, el
año del nada a cambio.
Pues
bien, ese año del nada a cambio, del que nada esperaba, me trajo
algunas sorpresas inesperadas: un pírrico aumento salarial, otro
viaje a La Habana, en el cual pude satisfacer metas que en 2016
habían quedado inconclusas; buenos ahorros y
reducciones de deudas;
una iguala de 10 mil pesos, aunque trimestral, qué pena que no fue
mensual, con otra empresa; una tableta digital obtenida en una rifa
y, obvio, haberme empatado sentimentalmente
con
Yajaira.
En
verdad, el año 2019 se había ganado algo de mi respeto, no así el
anterior 2018, al que con toda mi razón pudiera llamarle ¡HIJO
DE PUTA! Sin
embargo, amén de lo bien que 2019 se comportó conmigo, no todo
terminó muy bien la noche del 31 de diciembre. A
Yaya no le importé siquiera una mierda aquel día. Ni siquiera se
dignó en chatearme, en invitarme a pasar dos horas por su casa,
fuese en Haina o en la Caonabo, en
pocas palabras, en saber de mí. Al ver que daban las 10 de la noche
y
no me escribía le solté unos mensajes de textos, no ofensivos, pero
sí bien duros. A continuación los mensajes:
-
Yaya, no sé dónde tu estés ahora, pero si tú ya no deseas ver más
mi cara, pudiste habérmelo dicho antes. Ni siquiera un feliz navidad
me dijiste el 24 y tampoco me has dirigido la palabra hoy 31 de
diciembre. Si ya no te intereso ni te gusto me lo puedes dejar saber
ahora mismo.
-
Te dije una vez, sé perder y no me importa que me boten. Eso sí,
tampoco me pidas que quedemos como amigos, que no lo voy a aceptar.
Luego,
a las 12:31 minutos de la madrugada, fue que ella me envío un
mensaje: “Feliz
año nuevo”.
Mi próximo fue: “Ni
24 ni 31 lo pude pasar contigo. O
tú no quisiste”.
Poco
después arrecié con otros
mensajes de reclamo:
Y
he aquí, quizás, el más duro de todos, el que tal vez pude
habérmelo ahorrado, pero dada la cólera e impotencia que sentía,
lo solté sin reparo alguno:
-
Tú no quieres a nadie. En ti no hay sentimientos. Juegas con los
hombres. Ayer fueron otros; hoy, soy yo.
Yajaira
no volvería a responderme hasta el 10 de enero de 2020, luego de
ofrecerle una disculpa por mis duras palabras el pasado
31 de diciembre de 2019. Eso sí, mantuve mis
argumentos
anteriores,
dejándole saber lo ofendido que me sentí por no haberme tenido más
en cuenta la víspera del año nuevo. A
seguidas, el mensaje reconciliador:
-
Después de reflexionarlo durante toda una semana, me he dado cuenta
que mis palabras fueron muy duras hacia ti. Lo siento y perdóname,
pero me sentí indignado e incómodo. Al menos pudiste haberme
invitado, no digo a la cena, pero sí a pasar un rato por la mañana
o por la tarde. Con eso me hubiese conformado. Sé que yo también
pude haberte llamado por la mañana y por la tarde, pero tampoco lo
hice. De nuevo te digo, lo siento y perdóname si mis palabras te
hirieron en algo.
Sorprendentemente
Yajaira, que
aquella tarde estaba en cama, aquejada de una terrible diarrea,
aceptó mis disculpas con todo el cariño del mundo, sin ningún tipo
de enfado. Me había explicado que el 31 no fue a casa de su hermana
y que los dolores del pie le habían regresado con fuerza aquella
noche. Me preguntó por mi padre, a quien nunca ha visto ni en
retrato y
me habló
de los dos días con problemas estomacales que
no soportaba.
Me dijo que necesitaba de un suero y algunas pastillas que le había
indicado el doctor. Naturalmente, la pobre mujer desempleada, víctima
en gran parte de sus propios errores, rechazada por gran parte de su
propia familia y, para colmo, ahora enferma de otro achaque, recurría
nuevamente a
Supermán,
personaje
que, por obra de La
Providencia
o no sé qué, aparecía nuevamente
para
socorrerla. Y
así mismo fue, a través de Lya, su preciosa adorada que iría esa
tarde a visitarla, le hice llegar 400 pesos. Doña
Yolanda, que me había visto por el balcón me llamó: “pero mijo,
ven sube a darme el abrazo de año nuevo, tú me tienes botada, no te
quedes ahí”. No le podía decir que no a la buena señora. Subí,
nos
saludamos con un abrazo y platicamos. Y fue cierto, según me lo
explicó Yolanda, aquello de que Yaya no estuvo en el piso de
Alejandra el 31 de diciembre, como también lo de la diarrea. “Esa
muchacha bebe sin control, por eso e que nunca se sana”, me confesó
una vez más. Dos semanas más tarde también me enteraría que
Yajaira padecía de problemas con los riñones. ¡Otro
achaque más en su score
y todavía quedaba
una parte de mí que la seguía
queriendo!
La
vida loca puede traer sus consecuencias. Yaya,
desde muy joven, ha llevado un estilo de vida muy desenfrenado: ha
gozado al máximo, ingerido alcohol a diestro y siniestro y sin
comedimiento, ha tenido sexo desmedido, un sinnúmero de trasnoches,
cero universidad y hoy en día, pocas ganas por insertarse al mundo
laboral. Sus
años dorados de desenfreno hoy se reflejan en sus problemas de
salud: migrañas severas, sinusitis frontal, arañitas en los ojos,
malestares en los riñones y
dolores en el pie como consecuencias del accidente en la primavera
pasada.
Yajaira,
la chica de ensueño sacada
del cuento de hadas, creció en un hogar disfuncional. La misma
Yolanda me lo confesó el 10 de diciembre:
“El
que era eposo mío, Alejandro, me daba mucho golpe, polque
no quería que yo trabajara. Y me daba delante de las niña y del
hijo varón que tuvimos. Yo me había dejado de él
pero nunca nos divolciamo. Él vive en Nueva Yol y me dice que este
año me saldrán los papele para ime a viví a Etados Unido ...Pero
yo no voy a viví con él, sino en casa de un amigo de la familia de
hace muchos año”.
No
solo haber crecido en un hogar disfuncional afectó el sano
desarrollo de mi pareja, para su desgracia, su primer esposo fue un
drogadicto ...y ella también fue adicta, según su madre. El tipo
murió de un enfisema pulmonar. Luego, vino su segundo marido, el
padre de Lya, quien la golpeaba mucho. Por último, el marido de
Bonao, que terminó engañándola con otra.
Yajaira
todavía es una mujer joven, 35 años, aunque no con el brillo de
antes pero aún conserva parte de su belleza. Víctima de sus propios
errores, de los duros golpes de
la vida y de
los propinados por
los puños salvajes de sus
parejas
del pasado. Enemiga
de los estudios y amante del desenfreno, sin embargo, sus
mortificadores achaques hoy le
han torcido un poco el pulso. Quiérase o no, poco a poco la van
doblegando.
He
venido tratando con una mujer bipolar, cuyos signos, he
percibido sin ser médico,
podrían estar casi rallando en la esquizofrenia. Solo
me doy cuenta en la forma como me trata y habla en ocasiones,
haciéndome
sentir como una basura.
Cuando
he pensado en dejarla, algo me detiene, o mi consciencia diciéndome
que no me aloque, que de nada me serviría buscarme otra si tengo a
Yaya entre ceja y ceja, que
del mismo modo voy a sufrir; que
me de
un tiempo, que me lo piense dos veces, que nada me garantiza que
luego dure dos o tres largos
años
sin conseguir alguna hembra que valga la pena.
Debo
sopesarlo muy bien, con mucho cuidado. Yo
fui el que la enamoró, el que luchó por conquistarla, conociendo
casi todos sus defectos. Soy, al menos ella me dice, el que no le
debe fallar, el diferente a los anteriores, el chico especial que
desea para toda su vida. Su intensidad amorosa ya no me parece la
misma, sin embargo, el 24 de enero, en
Haina, ha
besado mis labios, antes
de que yo
abordara
el
minibús de regreso al kilómetro 12 de la Independencia.
No quiero creerle, pero se
las juega, como si me conociera tal
como
la palma de su mano.
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