lunes, 6 de julio de 2020

Iván Ottenwalder pasa balance a su 2019


Por Iván Ottenwalder

Para noviembre y diciembre de 2018 solía repetir a los cuatro puntos cardinales que el 2019 sería un año en que no esperaría nada a cambio. Así de sencillo, al 2019 lo llamaría como el año del nada a cambio. Serían doce meses en que no esperaría cambios en mi salud, específicamente en lo concerniente al escozor y dolor en la zona del paladar superior derecho y la secreción nasal que esto me provocaba; tampoco esperaría alguna mejoría económica, sorpresas en el amor u otro tipo de ventura.

Sí estaba consciente y seguro de que otras cosas irían para bien. La deuda del apartamento de mi madre se achicaría considerablemente, lo mismo que la contraída con un famoso banco dominicano a raíz de un préstamo que tomé en septiembre de 2017 y la garantía, gracias a mis ahorros, de que volaría a Panamá o, en su defecto, a La Habana, capital de Cuba, en el verano.

Sorprendentemente, ocurrieron algunos hechos favorables desde el mes de abril. Le aumentaron un 5% a mi salario, poca cosa, pero peor hubiese sido nada. Tuve márgenes de ahorros satisfactorios, y eso desde principio de año. Aunque no logré viajar al mundial del scrabble en Panamá, por razones ya expuestas en un capítulo anterior, si conseguí volar a La Habana, Cuba. Allí, además de jugar partidas de fogueos y un torneo el sábado 14 de septiembre, pude concretar una meta que estaba pendiente: conocer el teatro cubano. Para mi disfrute presencié dos funciones. También, gracias a Enma Morris y Arturo Alonso, visité dos veces el Bar El Tun Tun, llegando a conocer a los famosos artistas Ray Fernández y Kamankola.

En el orden financiero, además de los buenos ahorros, pude reducir considerablemente la deuda de mi madre con el Estado. Ya solo se debe por su apartamento el monto de 71 mil 500 pesos.

Para agosto pude negociar con una institución una iguala de 10,000 pesos como corrector de una revista de circulación trimestral. Los 10 mil obviamente que me serán pagados cada tres meses. Hubiese preferido una iguala mensual, me hubiese convenido más, pero, las oportunidades en este puto planeta son escasas y hay que saberlas atrapar vengan como vengan.

También logré sacarme en la rifa de la fiesta de mi trabajo una tableta digital.

Aspecto sentimental

Mi vida sentimental, si se quiere, ha sido una mierda, así como lo están leyendo ustedes, apreciados lectores. Un montón de aventuras efímeras, algunas de las cuales, me han dejado amargo sabor y mal recuerdo. Pero ya habrá un capítulo especial para abordar este asunto. Sin embargo, y asombrosamente, a los pocos días de haber regresado de La Habana, Yajaira decidió corresponderme.

Aquella chica, o mejor dicho, mujer de 35 años, la había conocido por enero de 2018. Es una flaca de tez blanca, no tan atractiva de cuerpo y rostro, pero a mí me gustó e impactó. Así de simple y extraños son mis caprichos. Me empeciné tanto con ella que, dos meses después, me la encontré de nuevo. Ella residía en aquel entonces en el piso de su hermana Alejandra, tenía tres hijos, dos vivían con ella y uno en Bonao. Conversamos en confianza sobre nosotros. Me atraían sus preciosos tatuajes, en una de sus piernas y en la espalda. Me había dicho que laboraba en un salón de belleza ganando una miseria, que le gustaba el arte de cocinar, que se había casado tres veces en su vida y que de cada matrimonio tuvo un hijo. “Quiero estar sola por el momento, tampoco quiero tener más hijos, ya con los que tengo es suficiente”, me reveló. Antes de despedirnos le pedí su número de whatsapp y gustosamente me lo dio. Duré varios días platicando con ella vía celular, le repetía lo atractiva que era y lo tanto que me gustaba. A ella le gustaba pero siempre me decía “corazón, vamos a conocernos mejor”. Los días y meses pasaban pero ella nunca estaba dispuesta para que nos viéramos nuevamente y nos conociéramos mejor. Siempre tenía una excusa o evasiva. Hubo un día que ya mis mensajes de whatsapp no eran contestados. La localicé por Facebook, le escribí por el chat de esa red social y allí me respondió. Me había dicho que ya su número había cambiado y que estaba viviendo en Puerto Plata trabajando para un casino. Le pregunté por la paga y me dijo que buena pero que el trabajo era muy agotador y la cansaba mucho. Le reiteré nuevamente lo tanto que me atraía, volviendo a su manida respuesta de que teníamos que conocernos. “No podremos conocernos si casi nunca coincidimos”, le expresé. “Bueno sí, es verdad, pero podemos ser amigos corazón”, me respondió. “Lo siento Yaya, pero no puedo verte de otra manera, no sé cómo me pasó, pero me enamoré de ti y me gustas demasiado. Mejor me retiraré de tu camino. Nunca serás mía”, le expliqué. “Bueno, si tú lo dices”, contestó.

Días antes del 24 de diciembre de 2018 quise saber de Yajaira y le escribí por Facebook. Me había dicho que ya estaba aburrida de estar allí, en Puerto Plata. Le pregunté qué desearía en este momento si le dieran a elegir. Su respuesta: “estar con mi familia y mis hijos en la capital pasando la navidad y año nuevo, pero necesito seiscientos pesos, trescientos y pico por el pasaje del autobús y al menos que me quede algo para pagar guaguas y carros públicos” Le di mi palabra de que se los conseguiría. “¿Me lo puedes mandar por Caribe Express, corazón?”, me preguntó y luego agregó “mejor envíame 1,000 pesos porque así le llevo un regalo a la niña”. “De acuerdo preciosa, pero ¿qué día te regresas a Santo Domingo?”, la interrogué de nuevo. “Quiero regresar el 24 temprano en la mañana”, respondió. Le dije que lo diera todo por hecho, que así sería y, el 23 en horas de la tarde, fui a Caribe Express a depositarle sus mil pesos. Era la segunda vez en mi vida que enviaba una remesa. La primera, ocurrió en septiembre de 2017 cuando le envíé 100 dólares a Carolina Fernández, dueña del hostal La Hamaca Paraguaya, en Asunción, Paraguay, para fines de reservación. Después, en diciembre del 2018, me tocaba enviar una remesa local a la chica que más me gustaba en el momento.

Yajaira me dio su nuevo número de whatsapp y seguimos la conversación. Le pregunté qué tipo de negocio elegiría en su vida para ganarse el sustento dignamente. Me dijo que un salón con spa, que ese era el mundo que le gustaba. “Desgraciadamente no soy un hombre millonario que pudiera ponerte un negocio de ese tipo”, le dejé saber. Le fui sincero todo el momento, explicándole sobre lo que devengaba en mi trabajo, mis compromisos económicos y planes. “Pero, de todos modos, quiero verte cuando llegues. Por favor Yajaira, quiero que nos veamos. Mira que la última vez fue en marzo de 2018 y tengo muchas ganas”, le pedí. “Claro que sí, corazón, te lo prometo y gracias por todo. Por el favor tuyo voy a cenar con mi familia y mis niños el 24. No voy a estar donde mi hermana, sino en Haina, que es donde vive mi madre”, me dejó saber.

Diciembre de 2018 llegaba a su fin y supe que Yaya la había pasado feliz con sus seres queridos. El 2019, año del nada a cambio, empezaba pero ella no me escribía. Así transcurrió enero hasta que, en febrero, recibí una llamada suya a mi celular. “Oh, y esa sorpresa, no contaba con ella”, exclamé. “Yo te dije que te llamaría. Mira, estoy acá en el apartamento de la Caonabo. Ven para que hablemos un rato ...y mira, ¿tú le puedes traer media cajetilla de Nacional mentolado a mi mamá? Por favor”, me pidió. “Claro que sí, y te llevaré una Coca Cola, como la última vez que hablamos, que me pediste una”, le contesté.

Me vestí, fui primero al cafetín de la estación Texaco a comprar lo prometido y luego caminé rumbo al parqueo del edificio donde vivía Yajaira. Ella no había bajado. Voceé hasta la ventana del tercer piso donde asomó su madre: “¿tú ere Iván?”, me preguntó. “Si señora, estoy aquí”, le respondí. “Espera, que ella se está bañando y se va a vestir”, me explicó

Quién bajó primero fue Steven, un chico de 15 años, sobrino de Yaya e hijo de Alejandra. Fue muy simpático y se sentó a hablar conmigo. Para ser honesto, ese niño me cayó bastante bien.

Finalmente bajó Yajaira. Nos saludamos con un efusivo abrazo y, de la emoción, hasta la levanté un poco. Luego nos dimos un beso, pero no de lleno en la boca, sino en la orilla de nuestros labios. Le entregué la funda con la media Nacional y la Coca Cola. “Steven, ve y llévale los cigarrillos a mami, Iván y yo nos bebemos el refresco”, le ordenó al sobrino. Por fin me sentía cerca de mi chica favorita. Hablamos, le eché mi brazo por las espalda. Me contó que no regresaría a Puerto Plata, que prefería estar cerca de su familia. Le robé un beso en la mejilla. “Sabes que me gustas mucho y me muero por ti”, le confesé por enésima vez. “Me atraen tus piernas, tus tatuajes, toda tu figura. Eres la mujer perfecta”, le expresé mis subjetivos sentimientos, pues, a decir verdad, Yajaira es una flacucha, coqueta, es verdad, pero nada de cuerpo atractivo ni hermosas piernas. Lo que sucede es que ella me gustaba y quería conquistarla. Mientras seguíamos platicando, bien juntitos, le moví parte de su blusa y le besé uno de sus hermosos tatuajes. “No he visto tatuajes más seductores que los tuyos”, le manifesté. “Mira, ya, que viene mi niña, tranquilízate, me pidió. En efecto, en ese preciso instante esta hizo presencia. “Ella es mi hija, Lya”, me la presentó. Madre e hija platicaron un pequeño rato y luego la pequeña se marchó. Finalmente, Yajaira me dijo que se regresaría para Haina a eso de las 7 de la noche y que necesitaba pasaje. Le dije que solo contaba con cien pesos. “Sí, ven dámelos. Mira, nos volvemos a ver pronto, ¿okey? Voy a hablar un rato con la vecina. Cuídate”. Nos abrazamos de nuevo y nos besamos en la comisura de los labios. La levanté nuevamente de la emoción.

Me marché a casa y vine a saber de ella un mes después, en marzo. Le había escrito por whatsapp. “Estoy aquí en la Caonabo, donde mi hermana. Estoy sola con los niños”, me dijo. “Y mira a vé lo que tú hace que aquí no hay gá pa’ cociná y no tenemo qué comé”, me exigió en tonó mandón. Le pregunté si con 500 pesos era suficiente y me dijo que sí. “¿Cuándo tú me lo va a traé?”, me preguntó y le dije que por la tarde.

A eso de los cuatro de la tarde, sonó mi celular y era ella. “Mira, ¿tú no dique venía pacá a traeme el dinero del gá? Yo te estoy eperando. Tú sabe que aquí no hay na que comé”, me recodó en tono imperativo.

Me vestí y tomé rumbo hacia el norte de la avenida Caonabo, hasta llegar al parqueo de su casa. Allí me esperaba. Nos abrazamos y la besé en la comisura de sus labios. Conversamos un rato, coqueteamos con el roce de cuerpo y manos. La besé en la mejilla y me dijo “mira, mi niño está allí sentado en la escalera, aquí no”. Le di los 500 pesos y le pregunté qué iba a comer. “No sé, cómprame un picapollo con papas”, me pidió. Le sugerí que fuéramos a Pollo Victorina y aceptó, con la condicionante de que invitara a Lya y Alexander, sus pequeños vástagos. “De acuerdo, andando”, la animé. Llamó a sus niños para que fuéramos a comer a Victorina. A pura dificultad cruzamos la 27 de febrero ya que el tránsito vehicular estaba insoportable. Caminamos hasta llegar al famoso restaurante. Yaya y yo vimos el menú y sugerí un combo de 900 pesos con refresco. El pedido tardó como 10 minutos. Una vez entregado lo llevé a la mesa y empezamos a comer. Yajaira se divirtió con unas ocurrencias bien graciosas de su hija que hasta yo me reí. “Muy bonita tu niña, amor”, le susurré a Yaya. “Claro, eso es lo que se busca, se parece a su mamá”, me respondió. “Y eso, que tú estás buenísima”, le devolví el susurró. “Mira, cállate, aquí no”, me dijo suavemente, golpeándome levemente con su pierna.

Al terminar de digerir los alimentos empacamos los residuos. “Se lo vamo a llevar a Kalimán”, le dijo ella a sus niños. “¿Quién es Kalimán?”, pregunté. “Es el perro que tenemos en la casa de Haina”, respondió Alexander. “Siempre le llevamos comida”, agregó.

Salimos del restaurante, cruzamos la avenida y llegamos al parqueo de su casa. Una vez allí Yayaira se despide de mí: “Iván, nos vemos, voy a subí con los niños. Yo te tiró por el celular, me prometió”. Me tendió su mano y se la besé; ella se sonrió como asombrada. “Tú sabe que tengo que resolvé lo del gá. Yo te tiro por whatsapp”, me prometió, pero no lo cumplió. Yajaira no volvió tirarme por whatsapp hasta mediados de mayo, mes en que tuvo un accidente que le fracturó la pierna derecha, la pelvis y pie derecho. Primero lo hizo por Facebook. “Hola, ¿cómo estás?”, me saludó. “¿Qué quieres, fantasma del pasado? Me dijiste la última vez que me tirarías por whatsapp y nunca lo hiciste. Me quedé esperando”, le reclamé. “Oye, tuve un accidente en un motor y estoy con un yeso en la pierna. Te voy a mandar una foto por Facebbok para que la veas”, y de inmediato me llegó la imagen. Era verdad lo del yeso. “Necesito un favor tuyo. Quiero que me consigas 1,000 pesos y me los envíes por Caribe Express, como la otra vez, ¿te acuerdas? Es que tengo que comprar algunas medicinas y no tengo mucho dinero; además, debo ir a la consulta la semana que viene y no tengo seguro médico. Por favor, corazón”, me rogó tras explicame su situación. Le pregunté qué pasaba con su celular y me dijo que se lo habían robado pero que ya tenía otro y, de inmediato, me dio su nuevo número. “De acuerdo, te pondré la plata pero quiero que sepas que no me gustó que dejaras de hablarme todo este tiempo”, le hice saber. “Yo te expliqué ya, corazón lo que me pasó”, se defendió pero sin convencerme.

Al otro día de la conversación le envié la remesa de mil pesos. “Ya tienes tu dinero, vé y búscalo”, le dije. “Gracias corazón, le diré a mami que lo pase a recoger. Tú verá que nos vamos a juntá pronto”, me garantizó.

Una semana más tarde, me escribió por whatsapp: “corazón, mándame mil pesos más, please”, me rogó. Y así pasaron varias semanas en las que yo le enviaba giros del mil pesos y, en una ocasión, hasta 1,500.

En el mes de julio, ya le habían quitado el yeso, pero cojeaba al caminar. Me llamaba constantemente para que le comprara un paquetico de internet para su celular. Yo, gentilmente lo hacía. Una noche de julio me telefoneó desde Haina para pedirme que le comprara una cena a sus niños. “Amor, ¿tú puede comprale una cena a mis hijos, a Lya y Alexander? Ellos tienen hambre, están solos en el apartamento de mi hermana y no tienen nada que comer. Tú va y toca la puerta, ellos te abren”, me pidió en tono penoso. “Amor, ahora estoy atrapado en la lluvia, ni siquiera estoy en casa, lo siento, con mucho gusto lo hiciera, pero la lluvia no me deja avanzar”, le mentí a propósito, aunque fuera verdad la situación de sus niños. No me había llegado la fecha de pago aún.

Días más tarde, un domingo como a las 12 del mediodía, Yaya me llama por whatsapp para decirme que ella y Alexander no han comido nada, que por favor les comprara algo de comer en Jade. “Estoy aquí, en el apartamento de la Caonabo”, me explicó. Así lo hice: les compré un chofán y un sandwish de jamón y queso y se los llevé a piso de Alejandra.

Yajaira estaba sentada en un mueble de la sala y al lado tenía las muletas. Me senté a su lado y le dije: “por fin te puedo ver”, y le besé la mano dos veces. Hablamos un ratito, pero luego ella me dijo que tenía que marcharme, porque su hermana podía llegar y que a ella no le gustaría ver un hombre en su casa. “Por favor, no dejes de llamarme”, le imploré. “Tranquilo corazón, yo te tiro pa que tú vuelva esta tarde y hablemos mucho. Mira, tenemos que hablá seriamente de nuestra relación, tenemo que sentano a hablá, ¿oíste?. Yo te tiro a tu celular”, me prometió pero, como en tantas ocasiones, tampoco cumplió.

Transcurrieron varios días hasta llegar el mes de agosto. Fue ahí cuando me escribió por Facebook para pedirme que nos viéramos en La Sirena del kilómetro 12 de la Independencia. “Mañana corazón. Yo te aviso”, me informó. Llegó el día y le escribí: “me dijiste que por la mañana, voy saliendo”. Ella respondió: “ahora no amor, mejor esta tarde, como a las siete, en la entrada principal”. Perfecto, a las siete estaba esperándola en la puerta principal de La Sirena y no llegaba. La esperé como por dos horas, y eso porque soy paciente y generoso. Al dar las ocho de la noche y no aparecer me regresé a mi casa.

Semanas más tarde, mientras descansaba en mi habitación a eso de las 11 de la noche, sonó mi celular y era ella: “corazón, ¿cómo te va? Soy yo, Yajaira. Te estoy llamando del celular de una amiga. Me fui de la casa de mi mamá, me pel con ella y estoy viviendo en casa de una amiga, se llama Yuri. Mira, voy a vé si me consigo un trabajo y me mudo sola a viví, así tú podrá visitame to las veces que tú quieras y te puedo prepará una comida y atendete bien. Mira, yo quiero, por favor, que tú me haga una compra en el supermercado, mañana, pa ayudá un poco a mi amiga. Tú puede vení el domingo y yo te cocino algo pa ti. Quiero que nos veamos en el Olé de Haina. Es cerca, tú coge una guagua en el 12 y le dice al chofer. Él te deja ahí mismo”. Le dije que sí, que aceptaba, pero el día pautado, jueves 29 de agosto, me inventé una excusa de que tenía fiebre para no acudir al compromiso. Entendía que Yajaira había sido muy ingrata e injusta después de lo bien que me había comportado con ella. Así lo pensé el jueves, pero, el viernes 30, cambié de opinión y le pregunté si podíamos vernos en La Sirena del 12 después de las 10 de la mañana. “Ok, corazón, voy a ver si consigo el dinero de pasaje”, me dijo. Más tarde me anuncia que sí, que allá me esperaría. Como a las 11 de la mañana llegué al famoso mall y allá estaba ella, desarreglada y algo feíta. Nos saludamos con un abrazo y beso en la mejilla. Me explicó que había llegado en un motor, que el marido de Yuri la había traído pero que él cobraba porque era motoconchista y que eran doscientos pesos. Fui a un cajero automático a retirar los docientos y dárselos. El motoconchista o lo que fuese se marchó y me quedé a solas con la chica de mis sueños. Yajaira y yo entramos al supermercado, ella tomó un carrito de compras y anduvimos por los pasillos. En el área de ropa de hombre tomé unos pantaloncillos y medias; ella tomó unas medias para llevárselas a su niño. Seguimos andando y ella se antojaba de muchos artículos, eso sí, siempre buscando los más baratos, supuestamente para no afectar mucho mis bolsillos. La pasamos divertidos. Le echaba el brazo y se dejaba; discretamente le tocaba su trasero y también se dejaba; le robaba algunos besitos por la mejilla y a ella le gustaban. Se reía de mis finos piropos: “eres una chica de ensueño sacada de un cuento de hadas”, “tienes un cuerpo de modelo al estilo miss universe”, “eres lo mejor que ha pasado por mi vida”; “mis parejas anteriores no te dan ni por los pies”, entre otros. A veces la besaba por el cuello y me decía “oye, delante de la gente no, ¿tú no vé que aquí hay mucha gente? Tate tranquilo, en otro lugar sí, pero aquí no”.

Al terminar de abastecerse fuimos al área de caja y pagué. La cuenta hizo como 2,300 pesos. Ella pidió una funda gigantesca para empacar lo que le había comprado. Le invité un café y aceptó. En el cafetín de La Sirena nos sentamos a tomarlos. Le dije que pensaba mucho en ella. “Sí, quiero que sigas soñando conmigo todas las noches”, me respondió con desgano. “Yaya, ¿hay algo en mí que no te gusta? Eres libre de decírmelo, no me molestaría en nada. Sabes que siempre te lo he preguntado”, le dije. Ella solo atinó a decir: “habla más bajito, ¡tú no vé que hay mucha gente y nos oyen!”

Terminado el café nos fuimos. Ya afuera, llamó a un motoconchista para que la llevara a la parada de guaguas que estaba bien cercana. Nos despedimos, me abrazó y nos besamos en la comisura de los labios. El momento de los besitos de lleno en la boca aún no había llegado, pero llegaría.


El sábado 31 de agosto Yajaira me tiró por el whatsapp de Yuri. “Corazón, ¿cómo te va? Mira, quiero que vengas a comer este domingo después de las doce. Yo voy a estar aquí y mi amiga te a va dá la dirección. Quiero que nos veamos”, me pidió con voz dulce. Me entusiasmé tanto, no lo niego: por vez primera iba a probar la comida de Yaya. Aquello no ocurrió. El domingo 1 de septiembre a eso de las 10 de la mañana le escribí por whatsapp a Yuri, primero preguntando por Yajaira y luego por su dirección. Yuri me dijo que Yajaira había salido desde temprano pero que regresaría pronto. “Venga pacá Iván, ella viene en cualquier momento. Mi casa está a su disposición y Yaya quiere cocinale algo de comé. Es fácil llegá: toma una guagua en el kilómetro 12 de la Independencia y tú me tira a mi celular pa yo decile al chofer donde dejate”, me explicó.

Tal como me instruyó Yuri así lo hice. Llegué a la parada de guaguas del 12 de la Independencia, la telefoneé, le pasé el celular al cobrador y ella le explicó a éste. Al terminar de hablar el chofer me devolvió mi teléfono y me invitó a subir: “suba, patrón, ya yo sé donde dejalo”.

El trayecto duró como 30 minutos debido a los tapones. Al llegar el chofer me indicó: “mire patrón, ahí en ese salón está la amiga suya esperándolo. Vaya con Dio”.

Yuri me voceó desde el balcón de un segundo piso donde estaba su saloncito de belleza. “Iváaaaannnnn, aquí arriba”, me indicó. Subí y nos saludamos. “¿Cómo le va señor Iván? Venga, siéntese. Yajaira no ha llegado tovadía y son la una de la talde, pero yo le voy averiguá, tranquilo”, me explicó. Le dije que la esperaría solo una hora. Yuri marcó a los whatsapps de algunas amistades preguntando por Yajaira, a mengano, a fulano, y nada de Yaya. “Mira, ¿tú sabe dónde ta Yaya? ¿Tú no la ha vito por casa de Yolanda?”, preguntaba insistentemente pero nada de información. El reloj marcó las dos de la tarde y le dije a Yuri que esperaría una hora más, pero dieron las tres y nada se sabía de la mujer a quien definía como chica de ensueño sacada de un cuento de hadas.

Finalmente me fui. Abordé un motoconcho que me dejó en la parada de guaguas. El cobrador me dijo que eran 25 pesos y le dejé 40. “Déjelos así, vayan en paz”, le dije. “Gracia patrón, Dio le bendiga”, me agradeció el motorista. Tomé una guagua rumbo al 12 de la Independencia. Al llegar, entré a La Sirena y almorcé. Luego, me marché hacia mi casa.

A eso de las seis de la tarde recibí un mensaje de whatsapp. Era Yajaira. “Ay corazón, peldóname, se me presentó un problema con la niña que está donde mami en Haina, peldóname Iván”, se excusó en tono desesperado.


La rabia que yo tenía no era pequeña. Le reclamé todo el tiempo de espera y la culpé por el plantón. “Yaya, duré dos horas en el salón de tu amiga. Ella preguntando a diestra y siniestra dónde tú estabas y yo, como un estúpido. Me hiciste quedar como un perfecto idiota, como un comemierda. Mira, mañana lunes, un avión espera por mí, me voy para Cuba, me voy a desentender por dos semanas de este país y para colmo no pude verte hoy, y tanto que me prometiste que me ibas a cocinar este domingo”, le expliqué en tono airado. No era para menos.

Al día siguiente, 2 de septiembre, volé hacia La Habana. Dos días después, revisando mi whatsapp, veo un mensaje de Yaya y lo escucho: “amor, ya te expliqué lo que pasó, no te ponga así, tú verá, cuando tú venga vamo a hablá. Tú sabe que yo te quiero”.

No sabía si creerle o no. De todos modos me sentí más relajado.

Retorné a Santo Domingo el domingo 15 de septiembre como lo tenía planeado. Aquella tarde no pude dormir en el apartamento de mi padre ya que Hilton Cabral, su compadre, estaba ocupando mi habitación y aún le faltaban unos días para regresarse a Florida. De tal manera que dormí cinco noches en el sucio apartamento de mi madre. Al menos allí había internet, menos mal. Podía conectarme y platicar con Yaya vía whatsapp. Me informó que ya tenía un celular pero no chip, de modo que seguiría usando el de Yuri hasta nuevo aviso.

Día de las Mercedes, 24 de septiembre

El martes 24 de septiembre es feriado en la República Dominicana. Se celebra el Día de la Virgen de las Mercedes. Un día antes, lunes 23, había cobrado mi sueldo y decidí ir a Jumbo a comprarme algunas cosas. Yajaira me había enviado varios mensajes días antes. Me pedía que le hiciera otra compra para llevar a casa de Yuri. “Tú sabe corazón, que la mamá de Yuri me está exigiendo que colabore con algo en su casa. Hata me quiere cobral el alquiler de la habitación donde estoy dulmiendo. Quiero que nos veamos en Jumbo. Dime si quiere que yo vaya”, me preguntó. “Claro amor, yo estaré acá en Jumbo, pero por favor, no vengas en un motor, mira que tuviste un accidente y tu pierna no está del todo recuperada. No quiero que te pase algo malo”, le expresé mi preocupación. “Ta bien, yo voy a vé si consigo pasaje”, me dijo. Ella, de todas formas, hizo el viaje de Haina a Jumbo en un motor. La esperé sentado en el área de comida de esa plaza por cerca de 30 minutos. Finalmente, se apareció, supuestamente con un primo de Yuri, un moreno simpático, medio atolondrado, pero simpaticón.

Yaya y yo nos abrazamos y me besó en la mitad de mis labios. “¿Cómo te siente? Déjame sentame un rato pa que hablemos”, se acomodó. También lo hizo el motoconchista. “No te preocupe, que él me trajo de gratis, no tienes que pagarle nada”, me informó. Ella, al igual que la vez en La Sirena, estaba desarreglada y feíta. De todos modos le correspondí cuando agarro mis manos entre las suyas. Después de unos minutos entramos al supermercado. Ella tomó un carrito de los grandes y andamos por los pasillos. Le dijo al motorista que andaba con nosotros “mira, enamórate, que aquí hay mucha mujere”. Yo le tomé la palabra a mi chica: “si amigo, enamórese, usted está solo, mientras que yo estoy amarrao”, lo insté. El muchacho se sonrió y nos dejó solos por un instante. Mientras andábamos por los pasillos Yajaira se antojaba a diestra y siniestra de un montón de cosas. Le compró un set de champú y acondicionador, una caja de lasaña y un cereal de Kellogg´s a su adorable Lya. “Pa hacele una pasta a mi niña, corazón”, me explicó. De las góndolas agarró embutidos, arroz, habichuelas, dos galones de champú, jugos, cervezas Presidente, pan, plátanos, yucas, papas, una lata de leche en polvo y otros tantos artículos.

Cierto también fue que mientras ella se animaba a coger artículos de las góndolas yo me dedicaba a abrazarla por detrás, a besarle sus mejillas, a decirle “quiero casarme contigo”. Ella me respondía “cómprame el anillo, nos casamos y me mudo contigo”. Le decía “eres la chica perfecta, estás como tú quieres” y se reía de incredulidad y asombro.

Como la vez anterior ella se dejaba tocar de mí: su espalda, sus delgaditos brazos, la besaba en el cuello y le repetía que era la chica de ensueño sacada de un cuento de hadas. Tres meses más tarde, en diciembre, llegué a decirle que era una princesa del mundo mágico de Disney. Pero no nos adelantemos aún, pues estamos todavía en septiembre.

Ya al final, cuando ella no tenía más que escoger, fuimos al área de caja. ¿La cuenta? 5,100 pesos, tres mil pesos más que la otra vez. Con un largo suspiro pasé la tarjeta de crédito y pagué la compra. Ella pidió una funda gigantesca para entrar todos sus artículos. Luego marchamos al área de comida porque mi chica de ensueño tenía hambre. Le compré un pequeño combo en la pizzería Papa John´s, del cual comieron ella y el motorista. Me había sentado a su lado y le acariciaba una de sus piernas. “Me gustan tus piernas amor”, le dije, aunque en verdad eran dos canillas bien flacas.

Ven come, coge de mi plato”, me animaba Yajaira. “Sílvete refreco también”, me convidaba, como si fuese ella quien lo hubiese comprado todo.

Mientras masticaba pizza, le echaba el brazo por atrás, y le besaba la mano. Ya al terminar, agarramos rumbo al sótano, área de parqueo, donde estaba estacionada la moto del supuesto pariente de Yuri. Una vez en el aparcamiento a Yaya se le ocurre la idea de buscar otra funda gigantesca y para ello se inventó la excusa de que la que la que tenía se le había roto. Yo fui su cómplice, lo mismo que el motorista. Mientras mi chica subía de nuevo al supermercado, a buscar otra funda grandota, el motorista y yo nos quedamos platicando. “¿Uté e venezolano, patrón?”, me preguntó. Le respondí que no, que era dominicano, solo que mi acento era diferente. Me preguntó también cómo había conocido a Yajaira. Le conté parte de la historia y se echó a reír. “Ella e buena gente, e bacana con to el mundo. Bueno, ojalá y se case con ella”, me expresó en un tono que noté sincero.

Yajaira (su nombre, se me olvidaba decir, es sin h intercalada, porque así la declararon al nacer) regresó con otra funda de las grandotas y el motorista aprovechó para buscar su moto. Ayudé a Yaya a acomodar algunos artículos en la nueva funda. Ya todo listo me dijo “abrázame”, y nos besamos por primera vez de lleno en los labios. Nos dimos dos besos más y nos abrazamos fuerte por largos segundos. La iniciativa esta vez había sido suya.

Luego de los besos, Yaya me había dicho que quería arreglarse en el salón, que por favor le consiguiera 500 pesos. Subí al cajero automático y los retiré. Bajé y se los entregué. “Te quiero amor”, la besé y me correspondió.

Cuando el motorista llegó, la ayudé a levantar la pesada fundota de la compra. Yajaira se montó en el motor, con la funda encima de sus cansadas piernas, pero antes, nos repetimos otra dosis de besos: dos más en la boca. ¡Cuánto me había costado besar a mi preciosa chica por primera vez!

¿No te pesa mucho amor?”, le pregunté. “No corazón, estoy acostumbrada a esto”, me dijo. El motor se puso en marcha y se fueron. Yaya me soltaba besos desde lejos. Yo también hice lo mismo.

Finalmente regresé a mi casa, con mi funda en manos.

Durante aquella tarde de compras en Jumbo Yajaira me había revelado que el papá de Alexander había muerto joven. También me había mostrado fotos de su tercer hijo, el que tuvo con un hombre en Bonao, en 2012.

En los días siguientes, Yajaira y yo conversábamos todos los días por whatsapp. Finalmente, pudo conseguir un chip para su teléfono y ya no dependía del de Yuri. Poco tiempo después, para inicio de octubre, había vuelto a casa de su madre en Haina. “Corazón, volví a casa de mi mamá. Mi papá me llamó de Nueva Yol y me pidió que volviera. Él estuvo enfermo pero ya está mejor. Mi mamá también tenía mucho dolore en una de su pierna, pero ya está mejor”, me explicó. “Oye, si Yuri te llama y te pregunta si yo me junté contigo, dile que sí. Yo le dije que me había juntao contigo y que vivíamos juntos”, me reveló. “De acuerdo preciosa, así le diré si llama”, le prometí.

Tú sabe mi amol, en casa de Yuri son uno degracio. La compra que tú me hicite en Jumbo se la comieron en esa casa y a mí no me dejaron casi na. Son uno muelto e hambre. Cuando yo quería buscá algo no encontraba pa mí”, me confesó en tono de tristeza.

Donde tú mamá esa compra hubiese rendido más”, le dije. “Si mi amol, son uno hijo e la gran puta. ¿Tú conoce a mi mamá?”, me preguntó. “Si preciosa, la conocí en febrero de este año cuando fui a verte al apartamento de tu hermana y ella me saludó por la ventana. Aquella vez le llevé, porque me lo pediste, una cajetilla de cigarrillos”, le recordé. “Wao, que memoria tú tiene”, se sorprendió.

Días más tarde volvíamos a conversar por whatsapp. Cada cinco días le compraba un paquetito de internet que me costaba 150 pesos. El servicio le duraba cinco días. Una tarde le confesé mis deseos y le pregunté: “Preciosa, ¿tú no consideras que ya que nos conocemos mejor, que nos tenemos más confianza, sea la hora de que lo hagamos? Quiero que hagamos el amor”.

Iván, tú sabe lo que me pasó. A mi se me había fracturao una pierna, el pie, la pelvis y, aunque no tenga el yeso, todavía se me hincha el pie a cada rato y me dan esos dolores fuelte en la pielna. Hace pocos días tuve fiebre y me dolía mucho la cabeza. Tú y yo lo vamos hacer pero no ahora”, me garantizó.

Otro día me habló de que no tenía un colchón cómodo para dormir, que sí le podía comprar uno. “¿Cuánto cuesta?”, quise saber. “Mi amol, como 7 mil u ocho mil pesos”, me contestó. “Eso es demasiado Yaya, he gastado mucho últimamente y, no te lo quería decir, pero la compra de cinco mil pesos que te hice en Jumbo le dio muy duro a mi tarjeta”, me sinceré con ella. “Mi amol, pue tu me hubiera dicho pa cogé meno en el supermercado. ¿Pol qué no me lo dijite?”, se defendió.

Al final de cuentas le prometí ayudarla con tres mil pesos para cuando cobrara mi sueldo. “Okey corazón, lo que tú pueda”, y aceptó mis términos.

En octubre pagaron bien tarde en mi trabajo y Yajaira se desesperaba porque no tenía sus tres mil a manos. Finalmente, un día después del pago, le avisé y nos juntamos en La Sirena del 12 a eso de las siete de la noche. Ella llegó puntual, nada arreglada y muy feíta. “Hola Iván” y nos abrazamos. Caminamos y entramos al supermercado, pues le quería dar el dinero pero en el cafetín. Así lo hice. Ella me besó dos veces en mis labios. “Tengo que irme corazón, el motorista me está cobrando 200 pesos y si lo hago esperar me cobra más. Él está allá afuera”, me explicó y salimos del cafetín. “Déjame ver algunas ropas, amor, solo a ver”, se antojó. “Mira que lindo este vestido. Quiero que me lo compres en diciembre, ¿okey? El vestido y el reloj para diciembre, ya tú sabe” y me besó de nuevo. “Te ves riquísima amor, tengo ganas de comerte”, le expresé. “Qué va, no he ido al salón y estoy fea”, se quejó. “Mira, acompáñame allá afuera que el motorista me está esperando y si lo hago esperar me cobra más”, me recordó de nuevo.

La acompañé a la salida. Nos despedimos con un abrazo y besitos en los labios. Ella abordó el motor y se marchó. Con la moto en movimiento ella no se cansaba de lanzarme más besos de lejitos. Yo también me regresé a mi casa.

Un día después Yaya me escribe por whatsapp para decirme que su celular estaba defectuoso, que la pantalla pestañeaba mucho y que lo mandaría a reparar. Al día siguiente ella me escribe por whatsapp a eso de las 10 de la mañana. “Amor, disculpa, te hablo en una hora, estoy elaborando unas cartas en este momento”, le dije. “Okey corazón”, fue su respuesta.

Esa misma tarde, ya desesperado por el constante pedir y pedir de Yajaira, fui a la iglesia de por mi casa. Hablé con Dios en privado y le dije “Padre, ella me gusta, y mucho, pero si tú consideras que debes alejarla de mi vida, por favor, hazlo. Tú eres el soberano y yo acepto tu decisión, sea cual sea”.

Pasaron como quince días y Yajaira no había vuelto a dirigirme la palabra. Pensé que el Creador había escuchado mi petición que hasta las gracias por anticipado se las dí. Pero, dos días después, sonó mi celular. Era ella pero no cogí la llamada. Al otro día, un sábado, me escribe por el chat de Facebook: “te he estado llamando a tu celular. El mío se dañó y estoy usando el de la niña que me vino a visitar el fin de semana”. La saludé y ella me reclamó: “¿qué te pasa conmigo, ya ni siquiera me llamas?” Luego me explicó su problema: “necesito 500 pesos. Tengo que imprimir unos currículos, me están haciendo gestiones por conseguirme trabajo. Mi hermana también me quiere ayudar, pero necesito los currículos y fotocopias de mi cédula. Dime si me vas ayudar o no”, quiso saber con exactitud. Le dije que sí, que contara con ello. “Okey, nos juntamos en La Sirena del 12. Primero me voy a bañar y, cuando esté lista, te tiro a tu celular para que vayas saliendo”, me explicó.

Pasaron veinte minutos y llegó su mensaje: “voy saliendo, nos vemos en La Sirena”. Salí de casa en ruta al famoso mall. Llegué primero, pero, unos minutitos después, ella hizo presencia. Estaba arregladita y bien maquillada. Su pelo también lucía diferente. “Fui al salón ayer y por eso el pelo está más bonito”, me dijo. “Oye, quiero me brindes dos pequeñas (cervezas Presidente) que estoy un poco estresada y quiero relajarme”, agregó.


Primero pasé por un cajero automático a retirar ochocientos pesos, los quinientos de ella, más trescientos por las cervecitas que les compraría más el pasaje para su retorno. Pensamos qué sitio sería el ideal para las cervezas. Ella sugirió un colmadón al cruzar la avenida; yo sugerí un lugar más tranquilo: el segundo piso del multicentro. De modo que subimos por la escalera eléctrica agarraditos de mano. La besé y ella me correspondió. “Te quiero mucho”, le manifesté. Encontramos una mesa y nos sentamos. “Déjame entrar al billar y preguntar por los precios de las cervezas”, le dije, pero ella me siguió atrás. Al entrar y preguntar por los precios el dependiente de mostrador me dice: “ciento veinte la pequeña y ciento sesenta y cinco la grande”. Le expliqué a Yaya que era preferible la grande ya que rendía más. Ella aceptó y pagué por la bebida. Salimos del billar y nos sentamos en la mesa que habíamos ocupado antes. “Sabes que no tomo alcohol, de modo que te la tomas tú sola”, le dije. Hablamos un buen rato. Nos besamos mucho. “Tu boca huele a cigarrillo, ¿tú fumas?”, le pregunté. “Sí, pero uno o dos al día, ¿por qué, eso te molesta?”, se inquietó. “Para nada muñeca, no tengo problemas con eso. Sabes que me gustas y te quiero de igual manera”, le hice saber.

Ella me habló de su hermana, que era cabo del ejército, de sus hijos, de sus deseos de trabajar el año próximo (2020). “Tú sabe que toy desempleada corazón, y necesito trabajá pa ayudá a mi hermana y mi mamá con los niños. Los hijos míos viven en casa de Alejandra pero ellos me visitan todas las semanas en Haina”, me informó. “Mira, quiero que antes de irme me le compres un helado a Lya, es que quiero llevarle algo a la niña”, añadió. Le dije que le daría cien pesos más, para que se lo compre por su casa, pues, si lo compraba en La Sirena, se le derretiría en el camino. Seguimos platicando y la besaba por su mejilla; también le moví un poco su blusa y me preguntó: “qué quieres ver, mi tatoo?”. “Si amor, me fascinan tus tatuajes”, le respondí. Ella me dijo que pronto se haría otro: de un ancla, “que representa estabilidad”. Logré moverle un poco su atuendo y encontrar su tatoo detrás del hombro derecho. Se lo besé. “Me lo hice en honor a mi hermanito que murió a los quince años. Era muy enfermizo”, me explicó. “Desde los veintisiete años uso tatuajes”, me confesó. Nos besamos de nuevo. Ella tomó el celular y nos tiramos dos selfies, uno de ellos, besándonos. “Quiero que me las mandes a mi Facebook, por favor”, le pedí. “Voy a ver como lo hago”, me respondió. “Quiero que nos juntemos de nuevo aquí mañana, ¿crees que puedas?”, me hizo la invitación. “Ya veré, pues tengo un compromiso con mi madre en la tarde”, le informé. “Pero después del compromiso tú vienes y nos juntamos de nuevo aquí, por favor”, insistió. “Tú me dejas saber y me tiras por Facebook”, agregó.

Ella terminó de ingerir su cerveza y nos fuimos echados del brazo. Bajamos las escaleras y nos besamos nuevamente. “Mira, el helado de Lya, acuérdate”, me recordó. Le di cien pesos: “se lo compras allá” y agregué: “amor, quiero que le hables bien de mí a tus hijos. Diles que soy buena gente”. “Ya lo hice amor y ellos hablan muy bien de ti, sobre todo la niña”, me reveló.

Caminamos hasta la Luperón. Nos despedimos con un tierno abrazo y un lindo besito. “Iván, hasta aquí. Yo llegó sola a la parada, nos vemos” y me besó de nuevo.

El domingo 24 de noviembre vi unos mensajes perdidos en mi celular y era de ella. El 25 me llamó desde el celular de su hermana Alejandra. “Iván, es Yajaira, hola. Te te estaba llamando ayer para que vinieras a verme a la casa de mi hermana y pasáramos un rato pero no me respondiste. Mira, me quiero regresá a Haina pero necesito el dinero del taxi”. Le pregunté cuánto le cobraba un taxi hasta Haina y me dijo que setecientos pesos, cosa que me hallé exagerada ya que ese poblado no queda tan lejos desde la calle Caonabo. “Iván, eso es lo que siempre cobran desde aquí, anda y pregunta para que veas”, afirmó. “Mira, le voy a preguntar a mi hermana que está aquí conmigo: ´Alejandra, ¿cuánto es que cobra un Uber hasta la casa de mami en Haina, setecientos no es verdad?´”, y Alejandra la secundó respondiendo “setecientos Yaya, dile eso a Iván”.

Le expliqué a Yajaira que no había cobrado mi sueldo, cosa que era verdad, que por favor le pidiera el dinero a su hermana y que yo se lo pagaba cuando cobrase. “Okey corazón, le voy a pedí mil pa quedame con algo ...¡tú sabe que no tengo trabajo!”, sentenció el asunto.

Me dijo que fuera a verla un ratito antes de irse, cosa que hice. Cuando llegué al parqueo nos abrazamos. “Dime ¿y no le trajite na a Lya? Ella siempre me pregunta ´¿mami, Iván no me va a traé algo?´” Le recordé que no había cobrado todavía. “Mira, cómprame uno Converse pa diciembre”, me pidió de regalo, y me dijo que hablara con su hermana, que ella los vendía a buen precio. “Llámala al mismo número por el que te tiré orita. Ese es su whatsapp”, me explicó. “Hablaré con Alejandra a ver que precio me pone”, le prometí. “Si amol, pol favol, te quiero”, me abrazó, le correspondí y nos dimos un besito.

Me marché a casa y agregué el número de whatsapp de Alejandra a mi celular. Entonces la saludé, identificándome y dejándole saber que le pagaría los mil pesos a más tardar cuando cobrara. También le pregunté por los tenis y ella me habló de los precios y que les llegarían muy pronto. Le platiqué sobre mi relación con Yajaira, lo mucho que la quería y que jamás haría algo que la dañe o perjudique. Le confesé que si algún día formase un hogar me gustaría que fuera con ella y sus niños. Alejandra me reveló que estaba ansiosa porque Yaya trabajara para así poder ayudar a los niños porque ella estaba cargando sola con su propio hijo y los dos de su hermana. Me informó sobre la tienda de ropas que pensaba montar y que también vendería prendas de vestir de hombres. Le hablé sobre mi profesión, lugar de trabajo, picoteos extras y de los 3,000 pesos en bonos de compra que le regalaría a Yajaira para diciembre. “Ay, gracia Iván, Yaya no tiene trabajo y eso me tiene preocupada”, me expresó. Le dije de lo que sabía sobre su hermana que, a pesar de los errores cometidos, y de que no fuera universitaria, al menos ella podía hacer varios oficios, como cajera, vendedora de ropa, cocinera y asuntos relacionados con salones de belleza. “Yajaira me ha contado parte de su vida, tres matrimonios reventados, tres niños, uno en Bonao, fracasos laborales y desempleo. Ella ha sufrido mucho Alejandra”, me sinceré.

Alejandra, como ya lo sabía, me había dicho que era cabo del ejército y que apenas tenías tres años en el ejercicio. Luego, a través de su madre, Yolanda, supe que tenía otro trabajo en una empresa.

Por la noche Yajaira me llamó a través del móvil de una amiga para que conversáramos. Le dije lo que había hablado con su hermana, que ya me había informado sobre el precio de los tenis. “Cuando me caiga el doble sueldo te los compraré. También te regalaré tres mil pesos. Confía en mí”, le aseguré. “Gracia corazón. Mira, quiero que tú venga a la cena del 24 aquí en Haina. Va a estar mi familia: mami, los niños, Alejandra y Steven. No me haga plane pa ese día”, me comprometió.

Amor, sabes que te voy a ayudar dentro de mis posibilidades, pero quiero que trabajes. De todos modos te seguiré ayudando, amén de mis limitaciones económicas, pero quiero que te hagas de un empleo”, me sinceré con mi chica favorita. “Amén, corazón. Dios mediante”, me respondió.

Mira corazón, ¿tú me va a comprá el vestido y los areticos, no es verdad”, me preguntó. “Claro que sí, amor, pero llévame suave. Todo eso va, pero llévame suave”, le aseguré. “Claro mi amol, cuando tú pueda, claro”, me respondió en tono meloso.

El miércoles 27 pasé en horas de la tarde a llevarle los mil pesos a Alejandra. Lya me abrió la puerta del apartamento y le dije que venía a traerle los mil pesos a su tía. “Ella no está ahora”, contestó. “Mi niña, disculpa”, intervino su abuela. “Oh, señor Iván, venga y entre, démelos, yo se los guardo. Alejandra no está aquí ahora. Ella tuvo que salir por asuntos de trabajo. Venga entre y siéntese”, me invitó. Conversamos buen rato sobre Yajaira y sobre mí. Le dejé saber mis buenas intenciones todo este tiempo que he compartido relación sentimental con Yaya. Yolanda me habló de los niños, de Alejandra, del accidente que había tenido Yajaira, “que no fue en un motor, fue que ella se cayó por la escalera”, me explicó, y de inmediato hizo una señal de silencio, con su dedo índice, porque no quería que Lya supiera toda la verdad.

Yolanda me relató que era de Bonao, al igual que el papá de Yaya y Alejandra, pero que sus hijas nacieron y se criaron en Haina. Me dijo que tuvo un primer matrimonio, del cual tuvo otros hijos. “De Yajaira te puedo decir que nació en 1984, Alejandra años después. Yaya tuvo su primer hijo joven, a los 18 años ...bueno usted lo conoce, Alexander. Su padre murió de un cáncer, un enfisema pulmonar. Después, ella volvió a casarse con otro muchacho, y tuvieron a Lya. Se divorciaron y su último matrimonio fue con un tipo de Bonao, con el que tuvo hasta ahora su último hijo. Pero ese vive en Bonao, con el papá y la madrastra. Ella todavía es fértil, no se ha operado aún. Cocina muy bueno, no sé si usted ha probado su comida”, me preguntó, terminando su relato.

La señora Yolanda también me contó que su esposo vivía en los Estados Unidos y que pronto a ella le saldrían sus documentos de residencia. “Espero irme el año que viene, Dios mediante”, expresó. Me dijo que la niña era muy buena estudiante pero el varón no tanto, que este había repetido un curso porque había reprobado. Me habló de Steven, el único hijo de Alejandra. “Ellos son buenos muchachos, Iván, Alejandra y yo los hemos críado, tanto al de ella como a los de Yajaira. Le hemos dado mucha formación de hogar. Ellos me obedecen cuando les hablo, lo mismo que a Alejandra”, me explicó e hizo una pausa para buscarme un poco de café. “Está recién colado”, me dijo. Mientras tomaba mi café apareció Alexander quien me saludó: “¿cómo te va, Iván?” “Todo bien chico, y ese basquet ¿cómo va?”, le pregunté. “Arrollando, durísimo”, me contestó y salió fuera de la casa. “Su vida es el basquetbol, eso es lo que más le gusta, me informó Yolanda.

Después de un rato le pregunté si necesitaban que la próxima vez le trajera algo, ya fuese un jugo, cigarrillos, vegetales, lo que fuese. “Si usted quiere, lo que pueda. Yo solo fumo Nacional mentolado”, me contestó. Le prometí visitarla al día siguiente, jueves 28, y llevarle un jugo de naranja, apio, algunas verduras y sus cigarrillos. “Gracia mijo, Dio te lo pague”, me agradeció. Finalmente me despedí y salí del apartamento. Bajé las escaleras y, ya caminando por el parqueo veo la mano de Alexander levantada, diciéndome adiós. Estaban los tres niños, Alexander, Steven y Lya sentados en los bancos de cementos. Atiné a escuchar cuando Alex le decía a su hermanita y al primito: “él es buena gente, se puede confen él”.

Esa noche Yajaira no me llamó. Me había dicho anteriormente que su celular no tenía arreglo y tenía que valérselas usando alguno prestado, fuese el de una amiga o el de Johnny, su primo hermano. La última vez que estuvimos en La Sirena del 12 nos habíamos lamentado de no poder vivir juntos. “Tú sabes preciosa, no puedo meter una pareja en el apartamento de mi padre, no me lo aceptaría; en el de mi madre, menos, esa es más intransigente. De vivir solo hace ratos nos hubiésemos juntado. Qué chulo sería que nos bañemos en la misma ducha, durmamos en la misma cama. Siempre me preocuparía por ti, también de los niños; te tendría tus botellas vinos y cervezas todas las noches ...también tus cigarrillos que, aunque fumas poco, pero sé que te gustan”, le expliqué. “Diablo sí, que injusticia, yo hace rato que quiero mudame contigo, pero tú no puede llevame”, se lamentó.

Conocía sobre los achaques de Yaya, no solo los intensos dolores musculares como consecuencias del accidente de mayo que la tuvo en muletas por algo más de un mes, también su sinusitis frontal y las arañitas en los ojos, asunto que me lo confesó ella misma cuando nos conocimos en 2018. Para ser honesto, la sinusitis, aunque medicable, nunca se le sanaba, quizás por su condición de tomadora empedernida. La misma Yolanda, su madre, me lo confesaría dos semanas después: “Yajaira es una alcohólica enferma”.

El jueves 28 de noviembre, en horas de la tarde, fui al supermercado a comprar el jugo de naranja, los vegetales y luego, en otro negocio, la cajetilla de Nacional mentolado. Se las llevé a Yolanda. En ese momento tenía una visita, pero, de igual manera, me invitó a entrar. “Siéntate, él es un viejo amigo”, me lo presentó. “Mira, él es un amigo de Yajaira”, le dijo al visitante. “Gracia mijo, voy a dejá lo que trajite en la cocina”, y puso la funda de la compra en una despensa. Luego regresó y nos pusimos los tres a hablar: el señor invitado, la señora Yolanda y yo. Tras unos veinte minutos el invitado se marchó y quedamos platicando Yolanda y yo. Alexander salió de su habitación, “hola Iván”, y se marchó. Lya también me saludó y, finalmente, Steven. Le mencioné a la señora sobre algunas personalidades de Bonao que he conocido en mi vida y ella también las conocía a la perfección con muchos detalles. Minutos más tarde me dijo que llamaría a Yajaira para anunciarle que yo estaba en su casa. Así lo hizo. Marcó un número y preguntó “Johnny, ¿Yajaira ta ahí? Pónmela por favor”. “Aló, Yaya, aquí ta el amigo tuyo, Iván. Anjá, sí, epera”, y me pasó el teléfono. “Ella quiere hablá contigo”. Agarré el celular y me lo pegué al oído: “corazón, ¿cómo tú ta? Mira, ven pacá pa Haina. Quiero que venga ahora pa que me haga compañía que toy sola”, me pidió Yajaira. “Preciosa, mira, ya es muy tarde, está por oscurecer, mejor otro día”, le respondí. “No no no no, quiero que tú venga pacá ahora. Ven pacá, te toy diciendo. Quiero que tú te conmigo. Oye, ven acá, te toy diciendo, mami te va a decí donde cogé la guagua y quedate, ven pacá ahora”, me ordenó con insistencia y terminé aceptando. “Vaya, aproveche, que las oportunidades son calvas”, me animó Yolanda y de inmediato me anotó en un papel un número para llamar a Yaya cuando llegara a la parada del 17 de Haina.

En Haina

Eran las 6:40 de la tarde cuando salí en ruta a la estación de guaguas del kilómetro 12 de la Independencia. Antes pasé por el cajero automático a retirar doscientos pesos y por un colmado a comprar una tarjeta de llamada. Una vez en la parada de minibuses le digo al chófer que voy a la parada del 17 de Haina. “Suba señol, allá lo dejamo. Yo le aviso”, me contestó con la amabilidad característica de los chóferes y cobradores de guaguas.

El trayecto fue largo, debido a los endemoniados tapones. Yaya me telefoneó del celular de Johnny: “¿Pol dónde tú va?” Le dije que todavía no había llegado y que había un fuerte tapón. “Mira, acuéldate, en la parada del 17, como te dijo mami”, me lo recalcó.

Cuando el vehículo llegó a Haina le pregunto al cobrador si había llegado y este me respondió “todavía no, falta. Yo le aviso”. Ya cuando se habían desmontado casi todos los pasajeros el chófer me dice “venga pacá lante patrón, póngase cómodo, que ya casi tamo llegando. Así lo hice, moviéndome al asiento delantero, al lado del chófer. “¿E la primera vé que uté viene a Haina?”, me pregunta. Le respondí que hace unos meses había venido, pero que no recordaba mucho. “Mi novia me está esperando”, le expliqué. “Ahhh, ¿y uté e venezolano? Se lo pregunto por el acento, por la folma como habla”, se interesa en saber. Le respondo que no, que es mi acento y que me sentaba cómodo hablar así. “Ahhh, okey, pero uté parece de allá afuera, no de este paí”, comentó. “Así me dicen todos”, le contesto.

Finalmente llegamos a la parada del 17. “E aquí patrón, llegamo”, me dijo. “Gracias amigo”, me despido y desmonto. Marqué al celular del primo de Yaya para dejarle saber que había llegado. Como cinco minutos después una voz me llama: “Iváaaaaannnn, aquí”. Era ella. Venía acompañada de su primo y de un perro realengo y demacrado. Nos saludamos con un beso en la boca y un fuerte abrazo. Su primo me saludó y nos dimos un apretón de manos. Caminamos hacia la casa de mi pareja. “¿Ese es Kalimán?”, le preguntó a Yajaira, señalando al perro. “Siii, ese mimo. Siempre viene detrá de mí, pa donde quiera que coja”, me contesta muerta de risa. “Me acuerdo cuando lo mencionaste aquella vez en Pollo Victoria”, le recuerdo. Tras caminar unos minutos, doblamos una esquina. Johnny se quedó en su casa y ella, Kalimán y yo seguimos hacia nuestro destino.

Yajaira vivía en una casa de un piso que lucía muy abandonada. Las paredes estaban descascaradas. Me invitó a sentar y me dijo que no me brindaba algo porque no tenía. Nos acomodamos en dos mecedoras, nos dimos par de besos y platicamos un poquito. “Ay Dio, no he cenao na eta noche. Tengo hambre. ¿Tú no tiene dinero pa yo compra algo?”, me preguntó. Le dije que apenas había venido con doscientos pesos y que los necesitaba para el pasaje de estos días. “Coño, Iván, ¡y tú viene aquí y no me trae dinero!”, se quejó en tono molesto. “Mi amor, si tú quieres vamos a un cajero y yo te busco algo de plata para que comas”, traté de tranquilizarla. Aceptó, pero con la condición de que fuéramos en un motoconcho porque sería peligroso ir a pie hasta allá.

Mira coño, yo te palto to lo diente aquí mimo. Ven, vamo a salí y a bucá a un motorita”, me riño y salimos. Mientras anduvimos le eché el brazo por la espalda y me lanzó otro boche: “Mira, no quiero besito de hombre arrancao, coño. Dépegate de mí”. Luego se rió y me dijo “tú sabe que te quiero, pero toy quillá contigo.

Caminamos hasta una calle y ella llamó a un amigo motorista. Le pidió que nos llevara a donde estaban los cajeros automáticos. “Okey, pero déjame cambiame de ropa, voy primero a mi casa y regreso”, nos dijo.

Durante la espera, como de diez minutos, le dije a Yaya: “mi amor, coño, este barrio me asusta, me da miedo ...y más a esta hora. ¡Cómo tú me haces venir aquí de noche!”. Ella me clava la mirada y me grita: “¡MIRA, COÑO, CÁLLATE, SI NO QUIERE QUE TE DO GALLETA DELANTE DE LA GENTE AQUÍ MIMO”. Luego suaviza la voz para calmarme: “mira, ese motoconchita e evangélico, yo lo conozco”.

El motorista evangélico llegó. Yaya se subió a la moto y se sentó en el medio; yo, detrás de ella. “Agárrate de mí, agarra a tu mami por atrá, que ya vamo a arracá”, me ordenó mi chica. El motor se puso en marcha. Con la moto en movimiento, besaba la mejilla de Yaya, lo mismo que su cuello y hombro. Ella, con su tigueraje característico, le dice al motoconchista: “mira, él es mi novio, nos vamo a casá pronto, él y yo nacimo el uno para el otro, yo soy la chica de su sueño, ¿no e veldá corazón?”, voltea la cara y me pregunta. “Estás riquísima amor; estás como tú quieres”, la halago, aunque en verdad estaba muy desarreglada. Llegamos a una zona de cajeros automáticos, me desmontó de la moto, pero antes, Yaya me pregunta: “Iván, ¿cuánto tú va a retirá y cuánto tú me va a da?”. Le digo “mil pesos”. Estuvo de acuerdo y fui a un cajero de Banreservas a retirar la plata, mientras ella y el motoconchista me esperaban. Retiré como 1,500 pesos: mil para ella y quinientos para mi.

Regresé, me senté en la moto y arrancamos. El motorista me preguntó si yo era venezolano. Le dije que no, que era mi acento que sonaba así. Una vez que llegamos y nos desmontamos Yaya me dice: “tiene que dale cien peso: lo do pasaje tuyo y mío de ida y los dos de vuelta”. Abrí mi billetera y se los entregué. El motorista me dio las gracias y nos deseó que la pasáramos bien.

Ven, vamo al colmado, que voy a comprá un vino”, me ordena. Dentro del establecimiento me manda a sentar en una silla: “SIÉNTATE AHÍ, SIÉNTATE AHÍ HATA QUE YO TE DIGA”. Entonces le dirige la palabra a uno de los colmaderos: “Oye tú, dame un vino ahí, rápido”. El colmadero le entrega un vino de mala calidad, uno llamado Vino tinto La Fuerza. Luego me mira y me dice en tono mandón: “saca lo cualto, rápido, que tengo que pagá, pa no rompete to lo diente aquí mimo”.

Me entrega la botella y me pide que la lleve. “No la deje caé pa no matate, agárrala bien” y caminamos hasta su maltrecha casa.

Viéndolo desde un punto de vista simpático y gracioso a veces he pensado que Dios, desde lo más alto de su morada, permitió esta relación para así tener con qué divertirse y reírse a carcajadas. Ahora quizás entienda por qué aquella vez no me quiso alejar a Yaya de mi camino.

Una vez en su casa Yaya guarda la botella de vino y toma una silla. Me invita a que agarre otra y nos sentemos en el patio. “Vamo a sentano aquí corazón”, me dice. Beso sus labios de nuevo y ella me corresponde y abraza. Le digo que la quiero mucho, pero que no me gustó la forma como me habló. “Era relajando mi amol. E que me siento bien contigo y te quiero”, me expresa. “Este barrio me da miedo querida, debí haber venido más temprano, no tan tarde”, le digo una vez más. “Mi amol, ¡pero aquí es que yo vivo! ¿Qué tú quiere? ¡Tú no tiene tampoco donde mudame!”, me explica y con toda la razón.

Ella regresa al balcón y busca una botella de mamajuana, una bebida alcohólica muy famosa en este país. Se sienta a mi lado y me pide que le preste el celular para llamar a una amiga. Luego de terminar de hablar me lo devuelve. Me cuenta también que su hermana Alejandra le consiguió algunas ropas de paca para vender. “La gente ha venido hoy a comprar, pero tú sabe, quiere que se lo dejen fiao hasta el 15 o el 30”, me explica. “Quiero que tú venga el domingo a pásate el día conmigo. Vamo a ir a una playita cerca por aquí”, me ruega. Le digo que mi madre estará de cumpleaños ese día. “Ay Dio, pue yo te digo cuando vuelva, ta bien”, se lamenta. Me recuerda lo del 24 de diciembre: “mira, quiero que tú te conmigo el 24 en la noche. No sé donde será la cena si aquí o en la casa de Alejandra, pero yo te aviso”.

Platicamos por más tiempo. Le eché el brazo y ella se me pegó. Nos dimos más besos. Colocaba mi mano sobre sus piernas. “Me gusta mucho tu cuerpo, amor. Tu figura es bonita, tus pies, tus senos, todo, eres una mis universo”, la halagué. Ella se sonrojo y me mostró sus pequeñas tetas. Se las toqué. “Yo pensaba que tú me habías invitado acá porque querías tener un momento más íntimo, en tu habitación, por ejemplo”, le dije. “Mi amol, yo te dije que mi colchón no silve y yo no puedo metete en la habitación de mi mamá, porque su cama es de ella. Un día, cuando yo vaya a tu casa, lo hacemo en la habitación tuya”, me explicó y besó de nuevo.

Llegaban de momento escasos clientes a preguntarle a Yaya por la ropa que estaba vendiendo. Ella se las mostraba. Luego llegó Johnny, su primo, y se sentó a hablar con nosotros. Él me decía que trabajaba como chófer de un camión para una zona franca y que vivía con su esposa e hijos. Me mostró en su celular la foto de su primera mujer y luego la de la actual. Yajaira llenaba otra vez su vaso de mamajuana y bebía. Le brindó también a Johnny. “A Iván no le brindo porque él no toma”, le explicó. “Entonce, ¿no va a vení el domingo, corazón?”, me preguntó de nuevo. “Tengo compromiso, yo te lo dije”, le recordé. Le conté a su primo sobre mi profesión, lugar de trabajo, donde vivía y otros detalles. Ya a eso de las nueve y media le dije a mi pareja que me tenía que ir porque se me hacía tarde y tenía que trabajar mañana viernes. Ella y Johnny me acompañaron hasta la parada del 17. En el trayecto Yaya se agarraba de mi brazo, supongo que quería lucírsela delante de toda la gente del barrio. Luego nos agarramos de manos. Llegamos a la parada de minubuses, con Kalimán detrás de nosotros. Me besé con mi chica y nos abrazamos por unos largos segundos. Pasó una guagua y se detuvo. “Mira chofel, él va pal 12, déjalo allá mismo”, le pidió Yaya al conductor. Nos despedimos y nos dimos otro beso en los labios. Me monté en la destartalada guagua y esta se puso en marcha. Llegué en pocos minutos al 12. Ya no había tapones. Luego abordé un carro público en la avenida Isabel Aguiar hasta llegar a la Esquina Caliente. Allí tomé otro hasta la San Pío X y, finalmente, caminé hasta casa.

Luego de bañarme y ponerme el pijama le escribí un mensaje a Yolanda. “Mire señora, buenas noches. Le voy a ser honesto: a mi me gusta estar con Yaya, yo la quiero, pero Haina es un lugar que me da miedo. Tanto motores y ruidos que enloquecen a cualquiera. Por eso yo no quería ir de noche. Hubiese preferido que fuese otro día y más temprano, pero Yaya no lo entendió así. No tengo problemas en ir allá, solo que prefiero que la próxima vez sea por la mañana o temprano en la tarde”.

Doña Yolanda me respondió: “Tranquilo Iván. Lo que pasa que usted no estaba acostumbrado a ese lugar. El motoconcho es el medio de transporte más común en Haina y la gente vive muy en bulla, pero no es tan así de peligroso como lo pintan. Es verdad, la próxima vez usted va más temprano y sale más temprano. Lo que pasa que cuando a Yajaira se le mete algo en la cabeza se pone arrogante y le gusta imponerse sobre la gente. Pero usted la conoce y la ha comprendido mejor que muchos”. Las palabras de su madre me tranquilizaron y me relajé.

A los pocos minutos Yaya me telefoneaba del celular de Johnny. “Corazón, ¿llegaste bien?”, se interesó en saber. Hablamos por cerca de 20 minutos. Me dijo que a Johnny le había caído muy bien y que deseaba que fuéramos al cine, él junto a su esposa e hijos y yo con ella. “Tú solamente tiene que pagame a mí, corazón; Johnny le paga a su esposa y sus hijos”, me explicó. Me preguntó cuándo le entregaría los bonos de compra que le prometí, que cuándo me pagarían el doble sueldo y la iguala que tenía con otra empresa porque quería resolver muchas cosas. “Tú ere mi marío, amol, tú lo sabe. Tengo que comprale regalos a mis niños, a Lya y a Alexander, polque Alejandra no puede sola”, me hizo saber. Le expliqué que siempre la ayudaría dentro de mis posibilidades, que no era un ricachón o millonario y que deseaba con vehemencia que se consiguiera un trabajo para el 2020. “Siempre te ayudaré dentro de mis limitaciones, pero quiero que trabajes, querida. Y quiero que sepas, que no importa lo mal que te haya ido en la vida, lo desgraciada que haya sido esta contigo, pero quiero que entiendas, y medítalo, que siempre hay un mañana. Siempre hay algo por qué luchar y en qué creer. Tú estás viva, no estás acabada todavía. A pesar del tiempo, de tus problemas y achaques, aún conservas tu belleza”, le dije, tratando de hacerla razonar. “Gracia corazón, amén. Tú sabe, a mí me da mucha gripe y muchos dolores de cabeza bien fuelte. También en el pie y mi pierna. Cuando me pongo así, me tiró en la cama y me acueto. Tomo mucho calmantes pa los dolores”, se sinceró conmigo. Le recordé que siempre sería mi chica de ensueño sacada de un cuento de hadas. “Te amo, mi amol. Tú y yo vamo a viví momentos muy felice”, me ilusionó.

Las cosas de la vida suelen ser muy extrañas. Tuvo Yajaira que tener el accidente aquel en que se le jodió la pierna, la pelvis y el pie, para ella meterse en amores conmigo. En caso contrario, quizás jamás hubiese ocurrido. Aunque ya no tiene el yeso y camina bien, en ocasiones cojea, producto de las secuelas. Cuando le pillan esos terribles dolores, se malhumora, y es capaz de ofender a cualquiera.

Terminada la conversación con Yajaira, me fui a dormir hasta el otro día. Volvimos a platicar por whatsapp el sábado 30 de noviembre y domingo 1 de diciembre. Me había dicho el sábado que estaba muy agripada. Volvimos a chatear el sábado 7 de diciembre por la tarde. Esta vez ella usó el celular de Lya, su hija.

Le pregunté cuándo le llegarían los tenis a su hermana. Me dijo que muy pronto y que me los dejaría en buen precio. “Oye corazón, la niña quiere también unos, no sé si tú se los puedas comprar”, me dijo. “De acuerdo, compraré dos pares, unos para ti y otros para la niña. También te regalaré tres mil pesos para que te compres algo. Pero, quería preguntare si no le vas a comprar nada a Alexander. Él también querrá un regalo. ¿Por qué no le compras algo con los tres mil que te daré?”, le pregunté. “Claro que sí, corazón, yo le voy a comprá su regalo, pero también falta el regalo del pai. Cómprale tú también un regalo”, me lanzó la directa. Le dije que no había problemas y le pregunté que quería Alexander. “El está aquí conmigo, tú sabe que mis niños vinieron desde ayel a visitame. Déjame preguntale”, y le preguntó a Alex. “Corazón, a mi niño se le dañó su celular y tiene mucho tiempo si uno. Él me dice que está juntando el dinero pa comprá uno y que le faltan como cuatro mil peso”, me contó. Le dije que solo podía ayudarlo con mil quinientos ya que gastaría mucha plata para diciembre. “Ta bien mi amol, Alex dice que sí, que le regale lo mil quiniento”, me respondió. “Dile a tus niños que ellos pueden ver en mí a un gran amigo y que les doy las gracias por haberme aceptado”, le expresé. “Ay gracia, corazón. Ello tan aquí, oyeron lo que tú dijite. Ellos también te dan las gracia”, y en seguida escuché la voz de Alex y Lya: “gracia Iván, gracia Iván”.

Le dejé saber a mi chica que cuando me depositaran el doble sueldo la llamaría al celular de Johnny. Le daría sus tres mil pesos y los cuatro mil por los dos pares de tenis. “Todo lo que te he prometido, te lo daré, cuenta con mi palabra”, le garanticé. “También, corazón, acuéldate del vestido y los areticos que te dije”, me recordó. “Sí, todo eso va, puedes dormir tranquila”, le aseguré. Así, luego de un “te quiero mi amol” y un “te quiero muñeca” terminó la ciber conversación.

El martes 10 de diciembre por la noche le mandé un mensaje de voz a Lya, diciéndole que ya tenía los 3,000 pesos de Yajaira, que se los daría mañana, día 11. Pero quien respondió fue Alexander. Me informó que Yaya estaba en Haina y que Lya y su abuela andaban por el supermercado. “Yo le doy el mensaje a mi abuela cuando llegue pa que hable contigo”, me aseguró.

Alex, como bien había señalado en párrafos anteriores, era huérfano de padre. Fue la misma doña Yolanda, días después, quién me relató sobre aquel pasado. “El papá de Alex era un drogadicto y lo golpeaba muchísimo cuando este era muy pequeñito. Él y Yaya no vivían juntos. Ese tipo fumaba droga como cosa loca y golpeaba de manera inmisericorde al niño. Alejandra y yo lo hemos criado; lo mismo que a Lya. Nosotras le hemos criado los hijos a Yajaira. El de Bonao, como le conté, vive con su papá y la madrastra”.

Le pregunté a Alex cómo andaba en el colegio, si le iba bien. Le aconsejé que por nada de la vida dejara sus estudios, que él podía disfrutar su vida al máximo haciendo todo lo que le gustara, pero que jamás descuidara sus notas. Él me lo agradeció y me dijo que este año le estaba yendo bien en la escuela. En ese instante llegó su abuela y le dijo: “mamá, Iván quiere hablá contigo, él ta conectao ahora”.

Le conté a Yolanda que ya tenía listo para mañana el dinero que le prometí a Yaya y que por favor le avisara. “Ta bien, ta bien, yo le digo”, y nos quedamos hablando un rato más.

El miércoles 11 de diciembre, en horas de la tarde, fui al supermercado a comprarme algunas cosas. Recordé que a Yaya le gustaba el vino tinto y le compré uno español, pero de los más asequibles a mi bolsillo. De algo estaba seguro: ese vino sería mucho mejor que el Tinto La Fuerza que ella compraba en el colmado de por su casa.

Regresé a casa y almacené mi compra, una parte en la nevera y otra en la despensa. Después tomé el celular y hablé con Yolanda. Ella me dijo que no sabía nada aún de Yajaira, que le preguntaría a una amiga en Haina. Poco tiempo transcurrió y su madre me dijo que la estaban localizando. “Si uté quiere puede ir a Haina ahora y llevarle el dinero”, me sugirió. Le respondí que no tenía el más mínimo problema en ir hasta allá, pero que deseaba estar seguro para no dar un viaje en balde. “Ah, pue déjeme vé si logro localizala. Yo le digo en un rato”, me contestó.

Media hora después suena mi teléfono y era Yolanda. “Mire, ella ta aquí, acaba de llegá, venga”, me informa. “Muy bien, voy para allá. Le llevo también una botella de vino, voy saliendo”, le respondo. Antes de colgar el celular escucho la voz de Yajaira que interrumpe: “¿qué e lo que él ta diciendo?”, y le quita el teléfono a su madre. “Hola, ¿tú ta en tu casa? Mira, ven pacá, toy aquí en la casa de mi helmana”, me dice. “Oye, yo quiero pizza”, agregó después. Le prometí que sí, que comeríamos pizza también.

En unos minutos arribé. Yolanda me abrió la puerta y entré. Yajaira, que estaba sentada, se paró del sofá y me abrazó. Esta vez solo me puso la comisura de sus labios, pero la besé de igual forma. Tomé asiento y pedí un vaso de agua. Le mostré a Yaya la botella de vino que le había traído. “¿Ese vino e de buena calida?”, me preguntó en tono severo. “Claro, es bueno, lee la etiqueta. Es un vino español”, le respondí.

Yolanda me sirvió una tasa de café y le di las gracias. Le dije que aún no había conocido a su otra hija, Alejandra. “Ella trabaja mucho y llega tarde, pero uté la va a conocé pronto. Ella tiene un caractel fuerte, pero es muy simpática”, me explicó.

Mira, ¿y no le trajite na a Lya?”, me preguntó Yaya. Le recordé que le regalaría unos tenis Converse muy pronto. “Más te vale coño, polque te caigo a galleta aquí mimo”, me respondió. “Tus galletas serían delicias para mí”, contesté muerto de risa. Yolanda también se rió, lo mismo que Yaya. “Tú sabe que e relajando Iván”, me dijo mi chica y se sentó a mi lado. Le eché el brazo y se dejó. La besé en el hombro, en su mejilla. Ella recostó su cabeza sobre mi hombre izquierdo. “Te quiero mucho”, le dije.

Alexander salió de su habitación y me saludó: “dime, Iván, cómo va to”. Le respondí que todo bien y nos dimos un pequeño abrazo. “Y ese básquet, cómo anda”, le pregunto. “Bien bien”, responde. Le pregunto en qué aspecto de juego es mejor, si anotando o defendiendo. Me dice: “bajando bola y metiéndosela en la cara a to el mundo”. Va a la cocina a buscar jugo y regresa a su habitación.

Mira ¿y a qué pizzería vamo ahí?”, me pregunta Yajaira. Sugerí Papa John’s de la avenida Bolívar, que no era tan lejos, aunque había que coger carro público para llegar. “Quiero que pasemo primero por Downtown Center. Solo a mirá no a comprá na”, me explica, tratando de convencerme. Le dije que la complacería.

Yaya le pide a Lya que se aliste para salir, lo mismo que a Alex. Este último se niega. “Yo no voy pallá coño, no voy a salí”, contesta en tono violento e incómodo. No sé por qué. De lo que siempre me he dado cuenta es que Alexander nunca le dice mami o mamá a Yajaira, simplemente la llama por Yaya.

Yajaira me enseña unos relojes digitales por el internet del celular de la niña y me pide que le compre uno de setecientos cincuenta pesos. “Lo voy a pedí ahora mismo. Mañana tú viene aquí y me trae el dinero. Mira, ya lo pedí”, y pincha un botón que dice buy.¡E pa que tú me vea bonita con ese relojito Iván!”

En lugar de Alex fue Steven, hijo de Alejandra, quien nos acompañó. Yajaira, Lya, Steven y yo habíamos decidimos hacer el viaje. Cuando íbamos cerca, por la Caonabo, Yaya me pregunta si no era más cómodo ir a Jumbo, pues, allí también había un restaurant de Papa John’s. Lo pensé bien y le concedí la razón. Así que caminamos hasta llegar a la Luperón. Allí esperamos una guagua por cerca de 15 minutos. Cuando divisamos una la detuve con una seña de mano. La abordamos. En poco rato habíamos llegado a Jumbo. Yo, como es obvio, había pagado los pasajes. Nos desmontamos y entramos al famoso mall. “Iván, vamo a entrá primero a las tiendas ...solo a ver ...a ver”, me dijo Yajaira, agarrándome del brazo, pero en su mirada conocía perfectamente su astucia. Ella quería que le comprara unas luces de adorno navideñas, pero no vio alguna que le gustase. Observamos un montón de baratijas por diferentes pasillos. “En caso de que coja algo será algo barato”, me prometió. Cerca de un árbol de navidad había un pote de spray de espuma blanca. Ella lo tomó y empezó a retozar rociándonos de espuma a todos. Primero llevó la niña, luego Steven y, de último, yo. “Jajajajajajajajaja, mira como se ven, jajajajajaja”, se destornillaba de risas.

Los niños se fueron a andar por otro pasillo mientras mi chica y yo nos quedamos solos. Le eché el brazo y se dejó. Ella se me pegaba a mi cuerpo e intenté robarle un besito. Me volteó la cara. “Mira, tú ta loco, los niños pueden andar por ahí viéndonos”, me dijo. Seguimos caminando y ella se preguntaba por Lya y Steven. Finalmente los encontramos. Vimos el área de juguetes. Yaya, Steven y la niña se alejaron a ver otras góndolas de adornos baratos. De repente llega Lya y me dice que su mamá me busca. “Qué tú ta viendo, Iván?”, me pregunta la niña. “Miro aquellos juegos de scrabble. No sé si ya sabías que ese es mi pasatiempo favorito”, le digo. “Ah, se ven chulos. Mi favorito es el monopolio”, me responde. “Vamos a ver si los vemos”, la animo a que los busquemos. “Míralo aquí, ese”, me lo muestra. Lo miro y checo el precio: 1,500 pesos. “¿Tú no tienes en tu casa?, le pregunto. “No”, me responde. “Hagamos algo, para enero yo te lo voy a comprar. Te lo prometo”, le aseguré y nos fuimos hasta donde estaban Yaya y Steven.

Yaya quiso que la acompañara al área de calzados. Vio unas chancletas estilo hawaianas que les fascinaron. Observó varios colores y preguntó mi opinión. “Me gustan las amarillas para ti”, opiné. “Esas son las que en verdad me gustan”, concordó conmigo. Se me pegó y me agarró del brazo. “Mira, y son baratas, solo cuestan 795. Las voy a coger”, y de inmediato las puso dentro del carrito de compras. Me llevó agarrado de manitos por otros pasillos y cogió otras baratijas. Luego vio un especial de dos por uno en champú head and shoulders y me convenció para que los comprara. “Uno para ti y uno para mí”, los cogió y entro al carrito. Se me pegó nuevamente a mi cuerpo y puso una de sus manos sobre mi pecho. La abracé y ella se dejó. Algo en mi interior me decía que ella había sufrido mucho en sus antiguos matrimonios, cosa que luego constaté por información de la señora Yolanda.

Anduvimos por otro pasillo y Yaya se animó de unos jabones Dove. Los vio todos y me preguntó cuáles serían los mejores. “Siempre uso el Dove white, porque es el mejor para mi piel”, comenté. Ella agarró tres Dove white y los depositó en el carrito. Se antojó también de unos areticos de mala muerte, de 90 pesos. Finalmente nos dirigimos al área de caja a pagar. “Iván, me ta doliendo la cabeza y el pie otra vez, me toy sintiendo mal. Vamo a pagá, depué compramo la pizza y nos la llevamos”, me dijo con preocupación. Pagué la cuenta. Entre las chucherías, las chancletas, los jabones y los champúes, me hizo 1,800 pesos. Caminamos hacia la pizzería Papa John’s y pregunté por alguna oferta. El dependiente de mostrador me dijo que había un dos por uno en pizza mediana con refresco incluido por solo 900 pesos. Yajaira y los niños estuvieron de acuerdo y lo pagué. “En quince minutos estará lista”, me dijo el vendedor.

Vamo a sentano en una mesa que toy cansada y me duele la cabeza”, indicó Yajaira. Le entregué los tres mil pesos prometidos y le dije que bajaría al cajero a buscar el dinero del taxi. “Mira, Lya quiere helado”, me pidió con exigencia Yaya. Le dije que cuando regresara del cajero. Bajé al sótano y retiré como trescientos pesos. Cuando regresé no encontré a mi grupo en la mesa y estuve buscándolos con la mirada. Los divisé por Helados Bon. Mi chica me hizo una seña con la mano. Fui hasta allá. “Ya le pagué el helado a los niños”, me contó. Volvimos otra vez hacia Papa John’s. La pizza ya estaba lista. El vendedor nos las mostró en sus cajas y las tapó de nuevo. “Llévala tú Iván, me voy a sentá otro rato”, me pidió Yajaira. Así lo hice, sin embargo, una vez en la mesa, sentí el deseo de abrir de nuevo las cajas para verlas. Así lo hice. Yaya se incomodó conmigo y me echó un boche delante de los niños: “COÑO IVÁN, PA QUE TÚ ABRE LAS CAJA DE NUEVO, ¿TÚ NO VITE ESA DO PIZZA YA? Vengan muchacho, vamono y vamo a dejalo solo, coño”, les indicó a Steven y Lya, haciendo alarde de que se iba. ¡Cómo si acaso fuera ella la que iba a pagar el taxi!

Les caí atrás, cargando las dos cajas de pizza y nos juntamos de nuevo en una estafeta de Apolo Taxi. Pregunté por el precio de una ruta hasta la Caonabo. Yaya intervino: “dile que es en la Caonabo, pero hasta el restaurant Machu Pichu”. Un señor nos dijo que eran 200 pesos. Yajaira me preguntó si me parecía bien y le dije que sí. Entonces salimos al parqueo para abordar el carro. “Móntate alante Iván, que yo me voy con los niños atrás”, me indicó Yaya. Así lo hicimos. Yaya le repitió al taxista que nos dejara en el restaurant Machu Pichu y me preguntó: “¿tú has comido ahí alguna vez Iván?”. Le dije que una sola vez en mi vida, hacía como ocho años. “Nosotro hemos comido mucho allí: mi hermana, Steven y mis hijos. Antes, Alejandra nos invitaba”, me contó. Yajaira volvía a quejarse del pie y la cabeza. “Ay, me duele. Mira Iván, tú va a subí con nosotro. Le voy a decí a mi mamá que te dé dos pedazo de pizza y luego te va. Yo me voy a acotá. Alejandra puede llegá y a vece se pone muy aburría”, me sugirió.

Llegamos al parqueo del edificio. Pagué al taxista y nos desmontamos. Subimos al tercer piso. “Cuando entre le dice a mami que te dé dos pedazo de pizza y te va. Es que Alejandra e muy aburría”, me recalcó. Una vez dentro del apartamento Yajaira se sentó en el sofá aquejada del dolor. “Mami, no aguanto este dolor. Dale do pedazo de pizza a Iván que él se va”. Le ordena.

Mientras Yolanda parte dos pedazos de pizza para entrarlos en una funda plástica, me siento al lado de Yaya y le echó el brazo por la espalda. “Recuesta tu cabeza sobre mi hombro”, le pido y lo hace. Le acaricio la cabeza y la espalda. “Venga Iván, acá están los pedazos de pizza”, me dice la madre de Yaya. Me paro del sofá, tomo la funda con las pizzas y regreso donde Yaya a despedirme. Me abraza por unos segundos, y luego un beso en la comisura de los labios. Termino yéndome. Ya cuando iba por el parqueo doña Yolanda me hace una señal de adiós con la mano.

El jueves 12 en horas de la mañana le escribí a Yajaira por whatsapp. Le pregunté cómo se sentía y me dijo que algo mejor. Le recordé que pasaría en la tarde por casa de su hermana a dejarle los 750 pesos del reloj del cual se había antojado. También le hice saber lo mal que me sentí en el Jumbo cuando me dio el boche delante de los niños y me respondió: “Ay, peldóname corazón, es que me dolía la cabeza y el pie y eso me pone de mal humol”. Me dijo que iría al salón por la tarde y que luego nos veríamos para que le entregara el dinero. Le pregunté por los dos selfies que nos habíamos tirado aquella vez en La Sirena del 12 y me contestó: “tú sabe que ese celulal se dañó y se peldió todo, mi amol. Yo no tengo teléfono y siempre estoy usando uno prestado”. Después me dijo que iba a desayunar y se tendería de nuevo en la cama para descansar el pie.

Por la tarde, luego de salir del trabajo, pasé por la casa de su hermana. Solo estaban Yolanda y los niños. “Yajaira y Alejandra están ahora en un salón por aquí cerca. Ellas no tardan en venir”, me aseguró la madre de Yaya. Fue a la cocina y me buscó una tasa de café recién hecho. Se sentó nuevamente en un mueble y me habló sobre Alejandra. Me contó que ella también era divorciada y que Steven era su único hijo. “Alejandra tiene dos trabajos, uno en el Ejército y el otro en una compañía. Ella fue operada de la vesícula en octubre, no sé si lo sabía”, me explicó. Le dije que Yajaira me lo había contado. “Alejandra fuma mucho, como un murciélago, pero bebe moderado; Yajaira es lo contrario, fuma poco pero bebe mucho. Ella es una alcohólica y arrogante, nunca dura mucho con los hombres pol prepotente que es ...y ningún celular le dura mucho. Yo no sé por qué. Yo le he regalao vario celulare y nunca le duran. No sé si es que ella lo vende por dinero. Yo la ayudo con dinero a cada rato; Alejandra también. El papá, que vive en Nueva Yol, me manda remesa y yo siempre le doy algo a Yajaira. Esa mujel ha tenío un montón de celulare y todo dique se le dañan. Mire, yo tengo tres años con el mío y no se me ha dañao nunca”, me relató. “Déjeme vé si Yajaira ta en el salón todavía”, y le puso un mensaje. “Mira, aquí ta Iván, vino a traete un dinero de un reloj que tú quiere, que sé yo”, le dijo a su hija.

Yajaira llegó en poco rato y nos saludó. Solo me besó en la comisura de mis labios. “Ando rápida polque toy bucando una redecilla pa mi pelo que tengo que volvé al salón”, me explicó. Le preguntó a Lya dónde estaba su redecilla y ella no supo. Luego entró a la habitación y tampoco la halló. Solo encontró una que estaba un poco rota. “Na, me llevo eta”, me dirigió la palabra. “Mira, Alejandra me invitó eta noche a la fiesta de su trabajo y no tengo un vestido. Ella dice que me va a bucá uno. A mi no me gutan ninguno de eso que tan ahí sobre la silla”, me dijo. Luego de contarle que tenía el dinero para su reloj me pidió que la acompañara abajo para que se lo diera. Le dije que tenía un billete de mil y que lo cambiaría en el colmado. Ella me dijo que no eran 750, sino 850, porque había que pagar cien pesos por el envío. Entré al colmado, cambié el billete y les di los 850. Nos despedimos. Esta vez no quiso abrazo ni beso. “No quiero beso aquí delante de la gente. Mira, yo te tiro eta tarde por whatsapp”, me prometió. “Pero si irás a la fiesta de tu hermana será imposible que nos veamos”, le respondí. “Eso no e ahora, eso e eta noche. De aquí a la sei yo te tiro”, volvió a asegurarme.

Yaya no me puso mensajes durante la tarde del jueves. Fue el viernes, como a las siete de la noche, a través del celular de la mamá, que me habló. Esa vez solo para decirme que ya Alejandra había mandado a encargar los dos pares de Converse y que le podía dejar el dinero lo más pronto posible. “Son cuatro mil, dos mil cada pal. Si ella no está, tú se lo deja a mi mamá”, me indicó.

Ciertamente que ya notaba algo diferente en Yajaira. Ni siquiera había vuelto a invitarme a su casa en Haina. Tampoco le pedía prestado el celular a Johnny para chatear conmigo, cosa que a finales de noviembre y principios de diciembre sí solía hacer.

El domingo 15 de diciembre, como a las seis de la tarde, me telefoneó desde el celular de su madre para decirme si al menos le podía comprar un celular barato, aunque fuese de dos mil o tres mil pesos, y así poder hablar todos los días. Le prometí que se lo compraría para después del 20. Volvimos a platicar a partir de las ocho de la noche, pero esta vez ella usaría el celular de Johnny, ya que Yolanda se había regresado al apartamento de su otra hija. Volvió a preguntarme si le compraría el celular. Le dije que sí, que uno barato como me había dicho. “Mi amol, mejol cómprame un aparato bueno, que valga la pena, algo que sea como tú”, me dijo en tono salamero. “¿Y cómo soy yo, amor?”, quise saber. “Tú ere una pelsona muy especial, de larga duración, pa to mi vida. ¿Polque tú va a sé pa to mi vida, no e veldá corazón?”, me preguntó con insistencia. “Quiero ser para toda tu vida, ando buscando estabilidad y quiero encontrarla contigo”, le comenté. “Yo también mamol, yo también quiero estabilidad. A mí me fue muy mal con los hombre que tuve ante, pero tú ere diferente, tú ere muy especial y quiero que seas mío hasta que me muera”, me dijo. “¿Te hicieron daño los hombres de tus matrimonios anteriores? ¿Te agredieron físicamente?”, le pregunté tratando de indagar. “No mi amol, no me dieron golpe pero no era lo que yo esperaba, no era lo que yo creía. Y, pol favol, no me pregunté eso polque me trae mal recueldo. Mira, ya me toy sintiendo triste recordando cosas pol tú ta haciéndome esa pregunta. No me vuelva a preguntá eso, pol favol. En lo adelante solo seremo tú y yo. Ese pasado ya no cuenta. Solo cuentas tú para mí. Dime si puedo confiá en ti, dímelo ahora, polque toy en ti ¿oíste?”, me preguntó. “Si amor, puedes confiar en mí para toda tu vida. Nosotros podremos tener un millón de defectos, pero siempre quiero que nos entendamos bien y que nos aceptemos tal cuales somos”, le contesté. “Mi amol, en una relación no importan los defectos, lo que hay que hacé es buscar soluciones”, respondió. Le recordé que aunque no gane un gran salario siempre buscaría la forma de ayudarla y que le pedía a Dios un trabajo para ella en 2020. “Gracia, corazón, pero tú sabe, yo te quiero a ti. A mi no me impolta tu salario, eres tú”, me dijo. Le dije que le buscaría un celular que valga la pena pero que no me fuese tan costoso. “Si mi amol, puede sé un celulal de cuatro o cinco mil peso, pero cómpralo en una tienda de Claro, y quiero ir contigo a compralo. No vaya sin mí”, me exigió. Le pedí que me enviara una foto suya y me mandó dos: una de ella sola y otra de ella con su primo Johnny.

Le recordé que para enero le compraría el juguete que le prometí a la niña, “así como el vestido que viste en La Sirena en octubre. Te quedará lindo”. Me dijo que me amaba y que jamás se separaría de mí. Le dejé saber que me gustaría formar un hogar con ella. “Claro corazón, pero para toda la vida”, me respondió.

A eso de las 11 de la noche Yajaira se despediría de mí porque Johnny iría a buscar el celular.

Lunes 16 de diciembre: Yolanda me cuenta toda la verdad

El lunes 16 de diciembre por la mañana doña Yolanda me envía un preciosísimo mensaje amistoso por whatsapp. Le pregunto cómo se ha sentido de su pierna, pues ella también padece de fuertes dolores, pero es debido a sus várices, en cambio, los de Yaya, han sido secuelas de su accidente, en mayo de 2019.

Me había contado que cuando el día está lluvioso y húmedo el dolor se le agudiza aún más. Le dije lo preocupado que estuve aquella noche que Yajaira estuvo muy aquejada de los dolores del pie, la pierna y la cabeza y que temía que su problema fuera para largo. En ese instante ella y yo intercambiamos varios mensajes de voz.

Mire, Yajaira es una alcohólica, se la pasa bebiendo y así nunca se va a saná. Esa muchacha ni siquiera hace oficio. Se acuesta tardísimo, bebiendo, y siempre me deja mi cama con ese maldito olor a alcohol. Ya uté le ha regalao mucho, le va a regalá los bonos de compra, unos tenis ...que no se lo merece, porque esa muchacha es una malcriada ...¿y también le va a regalá un celular? Dígale que no, que su presupuesto no aguanta más. No le regale más nada, ya uté ha hecho mucho por ella, y yo se lo agradezco, Iván. No le siga dirigiendo la palabra. Yajaira lo que quiere es su dinero. Abra los ojos ...y mire, que es mi hija y sufro mucho por ella. Alejandra y yo le hemos criados sus dos hijos. Y el que ella tuvo en Bonao la Fiscalía se lo quitó porque es una alcohólica enferma. A ella le abrieron un expediente como alcohólica empedernida allá en Bonao, y por eso, su otro hijo, vive con el papá y la madrastra. No se le ocurra casase con Yajaira ni formar un hogar con ella: Yajaira no es mujer de un hogar. A esa muchacha le gusta mandar a los hombres y es una prepotente. A mí me ha volado encima pa dame golpe. Mire, no quiero que uté le diga a ella que yo le dije todo esto. Por favor, no me meta en problema con esa muchacha, Iván. Yo le digo todo esto polque usted es un caballero y se le nota que es un hombre serio”, me pidió Yolanda luego de su breve relato.

Yolanda, duerma tranquila, no le diré nada de esta conversación a Yajaira. Puede confiar en mí. Y gracias por contarme la verdad, aunque me duela. Yo terminaré con ella en enero, pero, todo lo que le había prometido, se lo voy a regalar en este diciembre. Los verdaderos amigos son aquellos que se dicen la verdad. Déjeme hacer las cosas a mi manera, por favor. Yo le daré lo prometido. En enero, terminaré con ella, aunque me duela”, le manifesté.

Mire, esa muchacha se levanta tardísimo y e pa ise a bebé ron y llega a la casa borracha. Ese accidente que ella tuvo, no fue en un motor como ella le dijo, sino que taba borracha y se cayó por la escalera. Ella vivía aquí donde Alejandra y a vece se iba de noche y llegaba a la hora que le daba la gana. Yo vivía en Haina e hice un acueldo con ella: que se quedara a viví en mi casa de Haina y yo me vine a eta, donde Alejandra. Mire Iván, lo peol de todo es que el primo, Johnny, y otro amigo, Kelvin, en vé de ayudala la invitan a bebé to la noche. Cuando ella se fue de mi casa, en agosto, que se fue a la casa de Yuri, un maldito cuerazo, fue porque yo la aconsejaba de que no tomara tanto, de que a la larga eso le iba hacé daño. Pero se incomodó conmigo y se fue a la casa de la vagabunda de Yuri. Despué, como en octubre, yo la fui a buscar y me la llevé a mi casa. Fue ahí que yo le propuse dejala sola en la casa de Haina y yo venime a viví con Alejandra. Esa mucha es una víbora Iván, no se la recomiendo como esposa ni a uté ni a ningún hombre. Mire, el papá de la niña, de Lya, le daba mucho golpe a Yajaira, la golpeaba mucho y eso eran uno maldito escándalo. Al final ella lo paltía en la cara y él se iba con otra mujel que tenía”, me confesó la buena señora y en ese momento se me salieron algunas lágrimas por los ojos.

El marido que ella tuvo en Bonao, tampoco era muy buena espina. Ese le pegaba cuelno y también la dejó por otra, y la Fiscalía le quitó el hijo a Yaya por alcohólica. Y bien que se le dijo que ese tipo no era bueno”, me reveló.

Yajaira ya no tiene arreglo, eso es un palo torcío. Ella no quiere superarse”, agregó.

Le sugerí a Yolanda velar por el cuidado de su hija, que entre ella y Alejandra trataran de convencerla y llevarla a Alcohólicos Anónimos, una institución que ha rescatado a muchas personas de la adicción al alcohol. “Pero ella tiene que estar convencida de que lo necesita, nada es obligado”, le dije.

No sé si Yolanda tenía conocimiento alguno de Alcohólicos Anónimos, de todos modos, le hablé sobre lo poco que sabía de aquella institución, regeneradora de enfermos alcohólicos. Le dije lo que ya sabía de algunos achaques de Yaya, su sinusitis eterna y arañitas en sus ojos. “Mire Yolanda, si Yaya sigue dándole duro a la botella es muy difícil que sus males se curen o aminoren. Por eso le sugiero que usted, como madre, y Alejandra, como su hermana, traten de ayudarla en lo que puedan”, me sinceré.

Alejandra me ha dicho que Yajaira ya está alcoholizada. Sus hijos son el alcohol”, me reveló.

Cuando le hice la observación de que Alexander nunca le decía mamá, sino Yaya, doña Yolanda me contestó que no solo era el niño, sino también la niña. “Ellos, los dos, la llaman por su nombre, no le dicen mami”, me confesó.

Me contó que para noviembre Alejandra le había mandado mil pesos a Yaya para que esta cambiara su cédula con otra dirección. “Alejandra había hablado con unos amigos en el Ayuntamiento del Distrito para conseguirle un empleo a Yajaira en el que solo tenía que ir dos o tres veces a la semana y firmar unos papeles, pero, para eso, Yaya tenía que cambiar la dirección de su cédula. Eso costaba mil pesos. ¿Sabe usted lo que hizo Yajaira con esos mil pesos? Se los bebió de alcohol”, me relató Yolanda en tono indignado.

Termine con ella, por favor. Si después de lo que le conté usté quiere seguí junto con ella, allá a uté, pero depué no diga que no se lo dije”, se sinceró la señora. “Yajaira no le para a ningún hombre, cuando dice ‘me voy andá’ no hay quien la pare. Esa muchacha no e buena pa uté formá un hogar. Mejor no lo haga. No se la recomiendo a uté ni a nadie. Alejandra y yo hemos luchado mucho por ella”, me reiteró la señora.

Esa tarde, luego del trabajo, pasé al apartamento de Alejandra a entregarle a Yolanda los cuatro mil pesos por los dos pares de tenis, los de Yaya y los de Lya. Yolanda, aunque no estuvo muy de acuerdo, me los recibió. Saludé a Steven, que estaba allí y, más tarde, a Lya. La señora me tenía preparada una gran tasa de café y conversamos como por veinte minutos. Luego me despedí, ya que tenía que irme a casa. Yolanda me quiso retener por más tiempo. “Pero no se vaya todavía, quédese un rato más”, me pidió. Le contesté que tenía que ir a comer y resolver otras cosas durante la tarde. De modo que, con un “feliz tarde Steven” y otro “feliz tarde Lya”, me marché.

El martes 17 de diciembre recibo un “hola” por escrito de un número de teléfono desconocido. “¿Cómo estás? Es Yajaira”. Le respondo que bien y le pregunto “¿y tú?”,toy bien”, me contesta y agrega: mira, te estoy llamando del whatsapp de una amiga. Ella me prestará su teléfono pa yo podé hablé contigo”. Me contó que su hermana le aconsejó no comprar el reloj de 750 pesos ya que, según ella, eso era un fraude. “Alejandra me dijo que me lo compraría y que usara los 850 que me diste para pagar la luz de la casa, acá en Haina. Teníamos como sei mese de atraso y fui a la compañía pa hacé un contrato de pago. Ya debemos menos, y tenemos luz en la casa”, me informó.

Es increíble que, sin habérmelo propuesto, le haya resuelto un problema a la familia de Yajaira, asunto que, no estaba en mi libreto. Todo comenzó con los 850 pesos que le regalé a mi chica para que comprara el relojito digital del cual se había antojado. No compró el reloj, por el consejo de su hermana, y la posterior sugerencia de esta de que usara esa plata para pagar algunos meses de atraso.

Le dije a Yaya que visitaría Altice y Claro a ver algunos modelos de celulares. “Yo quiero ir contigo, corazón”, me pidió. Claro que sí”, le dije. También le conté que el miércoles 18 sería la fiesta navideña en mi trabajo, que trataría de conectarme para hablar con ella. Seguimos la plática por un rato más hasta que tuvo que devolverle el celular a su amiga. “Adiós chica de ensueño. Eres una princesa del mundo mágico de Disney. Te quiero”, me despedí. Ella me respondió con dos emoticonos virtuales: uno de besitos y otro de corazones.

Al día siguiente, durante la fiesta del trabajo, mi chica y yo conversamos por whatsapp. Ella me pedía que le pusiera un paquetico de cinco días de internet al celular de Carolina. “Es de Altice”, me dijo. “Cuando salga de la fiesta paso por una tienda de Altice y se lo pongo”, le prometí. Así lo hice. También aproveché para ver algunos modelos de celulares a los cuales les tiré fotos con la cámara de mi móvil. Al llegar a casa chateé con Yaya y le mostré las fotos de los modelos que había visto. No le gustaron ni el Alcatel ni el ZTE. Ella prefería LG o Huawei. “Amor, cómprame algo que valga la pena para que hagas una buena inversión”, me sugirió. La convencí de que le compraría algún modelo valorado entre cuatro mil a cinco mil pesos. Ella estuvo de acuerdo. “Y si no encuentras lo que yo quiero me puedes comprar lo que tú puedas amor”, me dejó saber. Entre otras cosas que platicamos ese día le dije que jamás le levantaría la mano, que nunca la golpearía, y que no me molestaba en lo absoluto que ella me controlara o reclamara. Que todo eso lo aceptaba porque la amaba. Terminamos de hablar como a las 11 de la noche cuando me dijo que tenía que poner el celular a cargar.

El viernes 20 volvimos a conversar. Le había contado que vi dos modelos LG, uno valorado en 3,200 pesos y otro en 4,200, pero este último, de una versión más reciente. Le mostré las imágenes de los dos modelos. Ella me reiteró “quiero ir contigo a la tienda para verlo y escogerlo”. Estuve de acuerdo. También me recordó que su niño, Alexander, estaba de cumpleaños, que le felicitara porque estaba esperando el regalo que le había prometido, o sea, los 1,500 pesos. Le escribí a Lya por whatsapp preguntando sobre Alex. Ella me dijo que él estaba en su casa, “pero yo estoy donde mi papá ahora y me voy a pasar unos días por aquí. Llama a mi abuela porque Alex está de cumpleaños hoy. Felicítalo”.

Al día siguiente, sábado 21 de diciembre, Yajaira me escribió temprano en la mañana para preguntarme si felicité a su niño. También me contó que se sentía con mucha gripe y no tenía ganas de salir, que mejor le comprara el celular, pero que antes le tirara una foto y se la enviara. Por la tarde me dirigí a una tienda de Claro en Bella Vista Mall a comprar el celular para Yaya. Me lo probaron para que verificara que estaba funcionando bien. Le tomé una foto con la cámara de mi celular y se la envié a mi chica. “Está bien, me gusta. Está bonito”, sentenció. Lo pagué. Le expliqué a la vendedora que mi novia quería un duplicado de su número anterior y me contestó: “para eso tiene que venir ella misma a una tienda principal y comprar un chip más un duplicado”. Eso mismo le expliqué a Yajaira y lo entendió. Le dije que otro día le compraría el protector de pantalla y un forro para su nuevo teléfono. También le pareció buena la idea. Pagué la cuenta y me hizo 4,200 pesos. Luego, subí al segundo piso, a un área especial para que me envolvieran en un papel de regalo el móvil de mi pareja. Escogí una envoltura de papel roja, y compré una tarjetita. En esta escribí Feliz Navidad y, al abrirla, unas cortas palabras: Yaya: Gracias por los momentos bonitos, aunque pocos, han sido maravillosos. Te quiero, Iván.

Retiré del cajero automático mil quinientos pesos, el regalo prometido a Alexander. Salí de la plaza y me dirigí a mi vivienda. Le escribí por whatsapp a Yaya para informarle que ya había llegado y tenía su regalo en mis manos. También le dije que la semana próxima me entregarían los bonos de compra de Jumbo y le regalaría el equivalente a tres mil. “También quiero pasar por casa de tu hermana a dejarle los 1,500 pesos a Alex”, agregué. “Ve ahora, que mi hermana está ahí. Tú se lo deja a ella”, me indicó.

Me dirigí al apartamento de la Caonabo. Toqué el timbre y nada. Toqué la puerta y tampoco. Con celular en mano le puse un mensaje a Yajaira diciéndole que nadie me abría la puerta. Ella marcó al teléfono de su hermana y después me dijo: “no te vaya, ya te van abrí”. En poco rato alguien abrió la puerta. Era Alejandra, envuelta en una toalla y descalza. Parece que había salido del baño al recibir la llamada de Yaya. La saludé: “soy Iván. ¿Tú eres Alejandra?” Ella me respondió con una bella sonrisa: “sí, cómo está?”, me devolvió el saludo. Me disculpé por haber llegado en ese momento, por ser tan inoportuno cuando ya estaba lista para la ducha y me dijo “eso no es nada”, con otra bella sonrisa. Le conté que había venido a traerle los mil quinientos pesos prometidos a Alexander. “¿Puedo pasar?”, le pregunté. “Si claro”, me contestó. Entré a la sala y me senté en el mueble. Abrí mi billetera, saqué los 1,500 pesos y se los entregué en sus manos. “Déselos a Alex y dígale que le felicito dos veces, por su cumpleaños y por la navidad. Y me disculpa otra vez por haber llegado en este momento tan inadecuado”, le expresé. “No es nada”, me respondió, mostrándome de nuevo su bella sonrisa. Salí de su apartamento. “Chao, gracias” y me retiré.

Llegué a casa, tomé mi celular y me puse a platicar de nuevo con Yaya.

Amor, te he cumplido al pie de la letra. No te he fallado”, le expresé. “Sí, vas bien, vas bien ...pero mira, ¿tú no me va a comprá algo de ropa? Falta el vestido todavía...”, me recordó. “Claro que el vestido te lo compraré amor, pero dame tiempo. Eso va pronto”, también le recordé. Le dije que nunca en mi vida le había comprado un celular a una chica y que ella había sido la primera. “Si, ¡no me digas!”, me contestó en tono incrédulo. “Bueno, preciosa, ya eso de creerlo o no depende de ti. Yo no puedo obligar a que me crean, ya eso depende del otro si me quiere creer o no”, le expliqué en tono calmoso. “Okey, okey ...mira, ¿y cuándo vamo hacé el amol, cuándo será la primera vé?”, me sorprendió con la pregunta que desde hace tiempo andaba esperando. Si en octubre fui yo quién se lo planteé, esta vez, fue ella.

Amor, lo haremos muy pronto”, le aseguré. Quizás mi respuesta no fue la adecuada. Ella quizás esperaba una más contundente, algo para hoy, en el right now. Tal vez debí haberle dicho “toma un taxi hasta La Sirena del 12 y desde ahí caminamos hasta la cabaña”. Obvio, que no podía ser en su casa de Haina porque doña Yolanda estaba allí pasándose el fin de semana.

Seguimos conversando por unos minutitos hasta que tuvo que devolverle el celular a su amiga Carolina.

El lunes 23 de diciembre me entregaron los bonos de compra de Jumbo, un total equivalente a RD$6,500.00. Pocos minutos después Yajaira se había comunicado conmigo por whatsapp y le di la buena nueva. Ella me pidió que nos viéramos en Jumbo de la Luperón en horas de la tarde. Pero no contenta del todo me pidió que le comprara un vestido y le pagara el salón porque quería pasar la noche del 24 de diciembre en Bonao con algunos miembros de su familia. Le dije que el vestido tendría que esperar para enero debido a toda la plata que había gastado durante el mes. Fue allí donde supongo comenzó el principio del final. Nos fuimos en discusión. Ella fue capaz de decirme que yo NUNCA la había ayudado con dinero. Tuve que llenarme de paciencia y recordarle todas las veces que la socorrí económicamente, a pesar de mi limitado presupuesto. Le recordé como, gracias a mi generosidad, le conseguí mil pesos en diciembre de 2018 para que se viniera de Puerto Plata a Santo Domingo a pasar las navidades con sus seres queridos; cuando le regalé el dinero del gas para la casa de su hermana en marzo del 2019 y, de paso, la invité a ella y sus niños a cenar. Le refresqué la memoria cuando, a raíz de su accidente, en mayo, me comporté como todo un caballero y nunca escatimé para enviarle dinero por Caribe Express. Nunca le dije NO cuando ella me pedía plata para comprar medicamentos o pagar una consulta médica, ya que no tenía seguro médico. Le recordé las dos compras de supermercado, una en La Sirena (más de dos mil pesos) y la otra en Jumbo (5,100 pesos), a finales de agosto y de septiembre de 2019. Le refresqué su cerebrito cuando le mencioné sobre los tres mil pesos que le regalé a finales de octubre, los RD$500.00 para imprimir unos currículos vitaes más otros RD$1,000.00 para un taxi y algo más en el mes de noviembre. También los tres mil pesos que le regalé cuando cobré mi doble sueldo; la compra de 1,800 que le hice en Jumbo cuando fuimos acompañados de Lya y Steven; los 850 pesos por un reloj digital que se antojó y que luego no compró; los tres mil pesos en bonos de compra y un celular marca LG valorado en RD$4,100.00. Y después de todo eso, ¿merecía que ella me dijera aquel soberano disparate de que nunca la había ayudado con dinero? Yajaira se irritó y me gritó. Me dijo que me devolvería todo lo que le había regalado, que eso era malo estar sacándole en cara a una mujer todo lo dado y amenazó con romper la relación amorosa que teníamos. De nuevo me llené de paciencia y le dije: “Mira Yaya, si quieres botarme, lo puedes hacer ahora mismo, soy un buen perdedor. Si es tu decisión, pues tómala, y te agradezco por los momentos bonitos, aunque pocos, fueron maravillosos. Me siento agradecido por el trato que me ha dado tu familia. Tu madre es una dama, lo mismo que tu hermana, y me siento también agradecido de tus hijos por haberme aceptado, pero de verdad, si quieres botarme, lo puedes hacer ahora mismo, soy un caballero y buen perdedor. La vida continúa”. Su respuesta, previamente haberse contradicho, ralló de nuevo a la defensiva: “no e eso Iván, es que eso se ve feo andá sacando en cara lo que tú le regala a tu pareja, eso es malo. Me sentí muy triste con lo que me dijiste”. Mi contesta, casi al borde del llanto y tratando de que retornara la calma, fue la siguiente: “está bien amor, perdona por lo que dije, de verdad lo siento, pero por favor, no digas que yo no te he regalado nada, que eso me hizo sentir muy mal. Sabes que te quiero y te lo he demostrado, sobre todo en los momentos más difíciles que has tenido en este año, pero no vuelvas a decirme eso que me partes el alma”. Su respuesta fue un mísero “Ok”.

En horas de la tarde, a eso de las cinco, volvimos a conversar. Acordamos vernos en Jumbo de la Luperón como a las 7 de la noche. Le había sugerido de favor que no viniese en un motor, que mejor lo hiciera en dos guaguas. “Sabes como te pones cuando te dan esos dolores en la pierna y el pie; no quiero que te pase algo malo. No me lo perdonaría”, le expliqué. “No ta bien, voy a vé si le pido dinero prestao a alguien ...pero Iván, ¿si yo quiero ir en un motol o en un taxi, ¿cuál e el problema, dime? ¿tú me va a decí que no lo puede pagá?”, me contestó con enojo. “No amor, no es eso, pero considera mi bolsillo, por favor”, quise hacerla entrar en razón pero me devolvió soberano boche: “ya sé por donde ibas, ya sé por donde ibas: MIRA, SI A MI ME DA LA GANA DE IME EN UN MOTOL O EN TAXI, ME VOY EN UN TAXI O EN UN MOTOL, ¿OKEY?”. Me serené para responderle: “vale, vale, está bien, retiro lo dicho”. Entonces vino su respuesta intimidante: “AH, MENOS MAL, MENOS MAL”.

Media hora más tarde Yaya me escribe desde el celular de su amiga para preguntarme si puedo ir al Hipermercado OLE de Haina “... y no olvides llevar el celular y los bonos”, me exige. “Claro que los llevaré. Esa es la razón por la que voy para allá”, le dije. “Okey, cuando llegues me avisas”, me responde.

Me alisté, me encaminé a la parada de minibuses del kilómetro 12 de la Independencia y abordé uno. Le dije al cobrador que me quedaría en el OLE de Haina. “Allá lo dejamo jefe”, me dijo.

Checo mi celular y leo un mensaje: “¿Ya llegaste?”, me pregunta Yaya. “Aún no”, respondo. Arribé como en veinte minutos a mi destino. La estuve esperando por cerca de media hora con su regalo en manos. Finalmente, la alcanzo a ver en un motoconcho, pero no sola. Lya, su niña, venía con ella.

Me lució muy graciosa aquella escena, muy a lo funny: el motorista conduciendo; Lya, muy alegre y sonriente en el medio, y Yajaira, su madre, detrás. Ambas, hija y madre, se desmontan. La niña me saluda: “hola Iván”, y le extiendo mi mano; Yaya me abraza y me besa en la comisura de mis labios. Yajaira le dice al motorista que no se marche, que las espere un buen rato, en lo que conversábamos. Mi chica se quería sentar, pero estaba indecisa y no sabía dónde. Yo sugerí que ocupáramos una de las mesas de Pala Pizza. “No importa, amor, si hay que consumirles algo, pues yo lo compro. No tenemos otro sitio mejor”, le expliqué. Entramos a Pala Pizza y ordené una pizza de seis pedazos. Luego, Lya, Yaya y yo ocupamos una mesa al aire libre. Ya cómodos en nuestros asientos le hice entrega de mi regalo: tres mil pesos en bonos de compra en Jumbo y el celular. “Feliz navidad, muñeca. Gracias por los bonitos y divertidos momentos”, le expresé. Yaya, sonriente, abrió el sobre donde estaban los bonos y se los mostró a la niña: “mira Lya, mañana le voy a comprá ropa a ti y a Alex”. Mientras platicábamos Yaya rosaba mi pierna con la suya y colocaba su brazo sobre el mío. Puse mi mano sobre la suya y se dejó. Nos las agarramos. Después me paro de la silla y voy al mostrador a preguntar cuántos minutos le faltaba a la pizza: “quince minutos”, responde una empleada. Voy a mi mesa y le digo a Yaya que faltan 15 minutos.

Durante toda mi vida siempre he dicho que no quiero tener hijos, posición que aún mantengo, sin embargo, voy a reconocer que cuando estoy con Yaya, su niña y, en raras ocasiones, Alexander, siento el deseo de formar un hogar, pero junto a ellos. He llegado, no solo a adorar a mi chica, sino también a sus críos. Jamás en mi puta y fracasada existencia pensé que esto me ocurriría. Así es la vida, burla del destino o lo que fuese, pero así es y nomás.

Yajaira no ha sido la mejor de las pocas novias que he tenido, pero ha sido a la quien le he expresado mis mayores sentimientos, la única a la que le he hecho regalos, a la que he apoyado en momentos difíciles. Sus hijos, Alexander y Lya, que no son sangre de mi sangre, he llegado a quererlos como se quiere a un amigo, como un buen padrastro puede llegar a querer a unos hijastros ...y no es verdad que todos los padrastros tengan que ser necesariamente malos. Nunca en mi vida le había hecho regalos de navidad a unos niños, NUNCA. Y lo hice de buena fe, todo por el amor que le profeso a una mujer que no me dedica tanto tiempo. No entiendo por qué a Padre Tiempo se le antojó en 2019 ponerme este tipo de prueba, darme esta dura lección. ¿Qué buscaba con ello?

Transcurrido los 15 minutos nos entregaron la pequeña pizza, la pagué en efectivo y nos retiramos. Yaya fue a buscar al motorista y me dijo “tiene que dale 150 peso, los dos pasaje de Lya y mío de ida, los dos de vuelta y cincuenta peso por el tiempo que él tuvo que esperar”. Le entregué los ciento cincuenta al motoconchista. “Gracia patrón”, me contestó este. Yaya me besó en la comisura de mis labios y me abrazó. Le extendí la mano a Lya para despedirme de ella. “Mira, ¿pol qué tú no me da algo más pa comprale un refreco a Lya?”, me preguntó Yaya en tono mandón. “Ya lo que me queda es de pasaje”, le respondí con suavidad.

La niña se montó de nuevo en la moto, luego Yajaira. Le robo a mi chica un besito en plena mejilla. En verdad, ella se lo dejó dar. Con el motor en marcha Lya me sonríe, y me hace la señal de adiós con la manita. Le hago la señal de adiós con mi mano a ella y a su mamá. Camino hacia una de las calles y abordo una guagua, de retorno al 12 de la Independencia.

Yaya no volvió a dirigirme la palabra hasta el jueves 26 de diciembre. Ni siquiera me envió un “Feliz Navidad” desde algún celular prestado la noche del 24 de diciembre. Ella siempre ha querido que todo se haga a su medida. Cuando se le antoja ponerme como una mierda lo hace; cuando quiere ser cariñosa, también. Siempre ha decidido dónde y cuándo nos veremos, cada vez que necesita algo. Sabe que soy débil con ella, por eso se las ingenia en como manipularme, incluso, utilizando a su bella Lya. Siempre he tenido la palabra y el tono perfecto cuando me riñe, la excusa adecuada, aunque la culpable haya sido ella. Sabe que no soy patán, que jamás le levantaría la mano para lastimarla; quizás por eso se me impone, con su malcriadez o astucia, pero se impone.

Ella tuvo una infancia difícil. Veía como su padre golpeaba a su madre inmisericordemente durante los años 80 y 90 del siglo pasado. Su primera pareja, el padre de Alex, era un drogadicto. Yolanda me cuenta que Yaya y él no vivían juntos. Su segundo esposo, el padre de Lya, la golpeaba sin compasión y le pegaba los cuernos con otra. Su tercer marido, un tipo de Bonao, también le era infiel con otra. Y eso ha sido lo que le ha tocado vivir a la chica de ensueño sacada del cuento de hadas. Ella puede ser venenosa, malvada, pero su historia, sobre todo la sentimental, nunca ha sido color de rosas. De repente, surge un Iván Ottenwalder, diferente a todo lo anterior, y quizás no lo sabe asimilar. No estaba preparada para ello.

El 26 de diciembre, desde el whatsapp de Carolina, Yaya se comunica conmigo. Yo estaba en ese momento en Jumbo, haciendo la compra con mis bonos.

- Hola, me saluda.
- Hola, estoy ahora en Jumbo. Feliz navidad, le respondo.
- ¿Qué haces en el Jumbo?, me pregunta
- De compras, usando mis bonos, le explico
- Veo que estás muy indiferente conmigo. Si no quieres hablar conmigo, no hables, bye, se enoja y volvimos a platicar horas más tarde.

Cuando llego a casa se lo hago saber y le digo que me iba a dar una ducha. “¿Qué me compraste?”, me pregunta y luego agrega: “¿fuiste a comprar con tus bonos, ya los gastaste o qué?”. Le cuento que los gasté todos y le preguntó que hizo con los suyos. Su respuesta: “le compré ropa a mis hijos, no me compré NADA para mí, todo a mis hijos”.

Le prometí que para enero le compraría algún vestido o pantalón. “Iván, ¡pero tú me dijiste que para el 31 me lo ibas a comprar! Yo pasaré el 31 donde mi familia en la Caonabo y necesito algo que ponerme”, me recuerda. “¿Y qué hiciste el 24?”, le pregunto. “En Bonao. Me fui así con lo que tenía, sin ningún vestido, ni siquiera pude ir al salón”, me contesta en tono de inconformidad y reclamo.

Cuando le pregunté por qué en Bonao no tomó un celular prestado para llamarme y al menos desearme feliz navidad, me dijo que estaba enojada y con mucha gripe. Lo entendí todo: por no haberle comprado su vestido ni pagarle el salón, se la desquitó la noche del 24, decidiendo no llamarme.

El domingo 29 de diciembre ella vuelve a hablar conmigo. Esta vez por el messanger de Facebook, desde el celular que le había regalado.

- Hola, me dice.
- Hello, ¿qué cuentas?, le respondo.
- Bien ¿y tú?, me contesta.

Le cuento como me había ido en la semana, que iba a trabajar en las elecciones del 16 de febrero y en las de mayo y que me las iban a pagar. Le prometí que la ayudaría en cada picoteo que consiguiese. Al ver que no me respondía le pregunté por qué se quedaba callada. Ella me dice que tiene problemas familiares pero que no se lo cuente a nadie. Le pregunté si se había peleado de nuevo con su madre y me responde que no. En ese instante le explico: “es posible, que un deudor, me pague algo que me debe. De ser así, te compro el vestido. Créeme, Yaya. No sé si haya sido una de tus mejores parejas, pero siempre te he dicho la verdad, y dentro de mis limitaciones te he ayudado. Y sí me enamoré de ti, y lo digo con orgullo”.

Entonces, rompe con su silencio y me cuenta que una amiga le está vendiendo un vestido y unas zapatillas por dos mil pesos. “¿Tú tienes para eso?”, me pregunta. Le dije que le daría dos mil quinientos “para que te quedes con alguito de dinero”. Me pide que se los entregue mañana, lunes 30.

- ¿Y qué harás esta noche? ¿Cómo están los niños?, me preocupo saber.
- Nada, me voy acostar, que le estaba echando comida al perro. Los niños están bien, gracias a Dios, me responde.
- Mis sentimientos hacia ti no han cambiado. A veces, cuando duras dos o tres días sin hablarme, pienso lo peor. Me habías preguntado la semana pasada que cuándo haríamos el amor por primera vez. Te dije que cuando tú lo desees. Y para que veas lo mucho que te quiero y protejo, me haré una prueba de VIH para que veas que soy un hombre sano y que jamás te haría daño, le expresé.
- Ok, fue su mísera respuesta.

30 de diciembre

El lunes 30 de diciembre, bien temprano en la mañana, saludo a la chica de ensueño. También le preguntó por lo que pasó con su familia ya que me había contado que tenía problemas con ella. “Después te digo”, me contesta.

Entre lo tanto que hablamos me había contado que iría al mercado con su madre para comprar los alimentos que llevarían el 31 a casa de Alejandra. También me había pedido que le dejara los dos mil quinientos pesos con su hijo Alexander hoy por la tarde.

Ya con la ciber conversación en calor me antojo en decirle lo siguiente:

- Yaya, tu me decías la semana pasada que yo estaba indiferente contigo, y eso no era verdad, sin embargo, yo noto que quién está indiferente conmigo eres tú.

- No digas eso. Sabes que te quiero, me respondió.

Por la tarde, a eso de las siete, pasé por la Caonabo a entregarle los 2,500 pesos a Alex, quien andaba en compañía de un amigo. Hablamos un rato. “¿Cómo anda ese básquet?”, le pregunto. “Mal, le fue malísimo hoy”, responde su amigo en tono jocoso. “Sí, me fue mal, no metí mi una”, me contesta. “Oye, ella viene pacá mañana, ya tú sabe”, me informa, refiriéndose a su madre. Le digo: “si ella quiere hago mi presencia mañana por aquí”, y me despido. “Ya tú sabes, chau, nos vemos”, y me marcho.

Por la noche Yaya y yo platicamos un poquito más. Me preguntó si había cenado y qué haría mañana, a lo que le contesté que sí y que el 31 la pasaría con mi familia. Ella me dijo que no estaba segura si cenaría en casa de su hermana. “En caso de que no podamos vernos, al menos felicítame de año nuevo”, le pedí como si se tratase de un favor aunque, en el fondo, lo que deseaba era compartir con ella al menos dos o tres horas el 31 de diciembre, independientemente me invitara a su cena navideña o no.

Le había manifestado mis tres desos para el 2020: “que me den la visa americana, que no me boten de mi trabajo y que Yajaira consiga un buen empleo”. Me respondió con un amén como agradecimiento.

En verdad, de un ser humano tan bipolar como Yajaira, cualquier cosa era posible. Podía olvidarse de mi por unos buenos días así como volverme a buscar por alguna que otra necesidad económica. A veces dudaba mucho de sus sentimientos; en otras, confiaba. No sé si sus besos fueron fingidos, pero, quiérase o no, en ese sentido me igualé con sus tres maridos anteriores. En lo único que llevaba desventaja era que aquellos la habían follado varias veces, mientras yo NI UNA. Todavía no había concretado mi fantasía. Es cierto que deseaba realizar el amor con ella, pero jamás dejarla.

31 de diciembre y otra vez quedo como idiota

El martes 31 de diciembre la pasé mayormente en casa. Yajaira, que me había dicho que me tiraría por el chat de Facebook, jamás lo hizo, ni por la mañana ni por la tarde.

A eso de las cinco de la tarde salí a echar una caminata, más bien a platicar con el viejo año 2019 que ya casi agonizaba y manifestarle mi agradecimiento por todas las cosas buenas que me dio, a pesar de haberle llamado, desde su inicio, el año del nada a cambio. Pues bien, ese año del nada a cambio, del que nada esperaba, me trajo algunas sorpresas inesperadas: un pírrico aumento salarial, otro viaje a La Habana, en el cual pude satisfacer metas que en 2016 habían quedado inconclusas; buenos ahorros y reducciones de deudas; una iguala de 10 mil pesos, aunque trimestral, qué pena que no fue mensual, con otra empresa; una tableta digital obtenida en una rifa y, obvio, haberme empatado sentimentalmente con Yajaira.

En verdad, el año 2019 se había ganado algo de mi respeto, no así el anterior 2018, al que con toda mi razón pudiera llamarle ¡HIJO DE PUTA! Sin embargo, amén de lo bien que 2019 se comportó conmigo, no todo terminó muy bien la noche del 31 de diciembre. A Yaya no le importé siquiera una mierda aquel día. Ni siquiera se dignó en chatearme, en invitarme a pasar dos horas por su casa, fuese en Haina o en la Caonabo, en pocas palabras, en saber de mí. Al ver que daban las 10 de la noche y no me escribía le solté unos mensajes de textos, no ofensivos, pero sí bien duros. A continuación los mensajes:

- Yaya, no sé dónde tu estés ahora, pero si tú ya no deseas ver más mi cara, pudiste habérmelo dicho antes. Ni siquiera un feliz navidad me dijiste el 24 y tampoco me has dirigido la palabra hoy 31 de diciembre. Si ya no te intereso ni te gusto me lo puedes dejar saber ahora mismo.

- Te dije una vez, sé perder y no me importa que me boten. Eso sí, tampoco me pidas que quedemos como amigos, que no lo voy a aceptar.

Luego, a las 12:31 minutos de la madrugada, fue que ella me envío un mensaje: “Feliz año nuevo”. Mi próximo fue: “Ni 24 ni 31 lo pude pasar contigo. O tú no quisiste”.

- Estoy del pie. Estoy acostada, fue su simple respuesta.

Poco después arrecié con otros mensajes de reclamo:

- Pudiste haberme llamado por la mañana o por la tarde y al menos cubrir las apariencias.

- Y no te pido que me devuelvas nada, no soy ese tipo de gente, solo que fueras más sincera.

- Mira, feliz año nuevo, me respondió ella como por salirme del paso.

Y he aquí, quizás, el más duro de todos, el que tal vez pude habérmelo ahorrado, pero dada la cólera e impotencia que sentía, lo solté sin reparo alguno:

- Tú no quieres a nadie. En ti no hay sentimientos. Juegas con los hombres. Ayer fueron otros; hoy, soy yo.

Yajaira no volvería a responderme hasta el 10 de enero de 2020, luego de ofrecerle una disculpa por mis duras palabras el pasado 31 de diciembre de 2019. Eso sí, mantuve mis argumentos anteriores, dejándole saber lo ofendido que me sentí por no haberme tenido más en cuenta la víspera del año nuevo. A seguidas, el mensaje reconciliador:

- Después de reflexionarlo durante toda una semana, me he dado cuenta que mis palabras fueron muy duras hacia ti. Lo siento y perdóname, pero me sentí indignado e incómodo. Al menos pudiste haberme invitado, no digo a la cena, pero sí a pasar un rato por la mañana o por la tarde. Con eso me hubiese conformado. Sé que yo también pude haberte llamado por la mañana y por la tarde, pero tampoco lo hice. De nuevo te digo, lo siento y perdóname si mis palabras te hirieron en algo.

Sorprendentemente Yajaira, que aquella tarde estaba en cama, aquejada de una terrible diarrea, aceptó mis disculpas con todo el cariño del mundo, sin ningún tipo de enfado. Me había explicado que el 31 no fue a casa de su hermana y que los dolores del pie le habían regresado con fuerza aquella noche. Me preguntó por mi padre, a quien nunca ha visto ni en retrato y me habló de los dos días con problemas estomacales que no soportaba. Me dijo que necesitaba de un suero y algunas pastillas que le había indicado el doctor. Naturalmente, la pobre mujer desempleada, víctima en gran parte de sus propios errores, rechazada por gran parte de su propia familia y, para colmo, ahora enferma de otro achaque, recurría nuevamente a Supermán, personaje que, por obra de La Providencia o no sé qué, aparecía nuevamente para socorrerla. Y así mismo fue, a través de Lya, su preciosa adorada que iría esa tarde a visitarla, le hice llegar 400 pesos. Doña Yolanda, que me había visto por el balcón me llamó: “pero mijo, ven sube a darme el abrazo de año nuevo, tú me tienes botada, no te quedes ahí”. No le podía decir que no a la buena señora. Subí, nos saludamos con un abrazo y platicamos. Y fue cierto, según me lo explicó Yolanda, aquello de que Yaya no estuvo en el piso de Alejandra el 31 de diciembre, como también lo de la diarrea. “Esa muchacha bebe sin control, por eso e que nunca se sana”, me confesó una vez más. Dos semanas más tarde también me enteraría que Yajaira padecía de problemas con los riñones. ¡Otro achaque más en su score y todavía quedaba una parte de mí que la seguía queriendo!

La vida loca puede traer sus consecuencias. Yaya, desde muy joven, ha llevado un estilo de vida muy desenfrenado: ha gozado al máximo, ingerido alcohol a diestro y siniestro y sin comedimiento, ha tenido sexo desmedido, un sinnúmero de trasnoches, cero universidad y hoy en día, pocas ganas por insertarse al mundo laboral. Sus años dorados de desenfreno hoy se reflejan en sus problemas de salud: migrañas severas, sinusitis frontal, arañitas en los ojos, malestares en los riñones y dolores en el pie como consecuencias del accidente en la primavera pasada.

Yajaira, la chica de ensueño sacada del cuento de hadas, creció en un hogar disfuncional. La misma Yolanda me lo confesó el 10 de diciembre:

El que era eposo mío, Alejandro, me daba mucho golpe, polque no quería que yo trabajara. Y me daba delante de las niña y del hijo varón que tuvimos. Yo me había dejado de él pero nunca nos divolciamo. Él vive en Nueva Yol y me dice que este año me saldrán los papele para ime a viví a Etados Unido ...Pero yo no voy a viví con él, sino en casa de un amigo de la familia de hace muchos año”.

No solo haber crecido en un hogar disfuncional afectó el sano desarrollo de mi pareja, para su desgracia, su primer esposo fue un drogadicto ...y ella también fue adicta, según su madre. El tipo murió de un enfisema pulmonar. Luego, vino su segundo marido, el padre de Lya, quien la golpeaba mucho. Por último, el marido de Bonao, que terminó engañándola con otra.

Yajaira todavía es una mujer joven, 35 años, aunque no con el brillo de antes pero aún conserva parte de su belleza. Víctima de sus propios errores, de los duros golpes de la vida y de los propinados por los puños salvajes de sus parejas del pasado. Enemiga de los estudios y amante del desenfreno, sin embargo, sus mortificadores achaques hoy le han torcido un poco el pulso. Quiérase o no, poco a poco la van doblegando.

He venido tratando con una mujer bipolar, cuyos signos, he percibido sin ser médico, podrían estar casi rallando en la esquizofrenia. Solo me doy cuenta en la forma como me trata y habla en ocasiones, haciéndome sentir como una basura.

Cuando he pensado en dejarla, algo me detiene, o mi consciencia diciéndome que no me aloque, que de nada me serviría buscarme otra si tengo a Yaya entre ceja y ceja, que del mismo modo voy a sufrir; que me de un tiempo, que me lo piense dos veces, que nada me garantiza que luego dure dos o tres largos años sin conseguir alguna hembra que valga la pena.

Debo sopesarlo muy bien, con mucho cuidado. Yo fui el que la enamoró, el que luchó por conquistarla, conociendo casi todos sus defectos. Soy, al menos ella me dice, el que no le debe fallar, el diferente a los anteriores, el chico especial que desea para toda su vida. Su intensidad amorosa ya no me parece la misma, sin embargo, el 24 de enero, en Haina, ha besado mis labios, antes de que yo abordara el minibús de regreso al kilómetro 12 de la Independencia. No quiero creerle, pero se las juega, como si me conociera tal como la palma de su mano.

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