Desde un enfoque, podríamos entender que las iglesias evangélicas han propagado su fe al extremo de rayar en un fanatismo religioso, apoyándose en un dogmatismo igual o peor de intolerable al de otras creencias. Desde la óptica de los evangélicos estos nos dirán que el mundo sería un mejor lugar si todos los humanos nos rigiéramos por los principios bíblicos y, sobre todo, por las enseñanzas de Jesucristo, hijo de Dios.
Por Iván Ottenwalder
No existen las verdades absolutas. No hay mal que por bien no venga. Todo depende del cristal con que miremos las cosas. Hay situaciones en que mayoría podemos estar equivocados. Unos ven el vaso medio vacío; otros, lo ven medio lleno. Todas esas expresiones nos resultan muy familiares ya que las hemos escuchado cientos y miles de veces en nuestras vidas. Yo agregaré una propia: Las divisiones, no tienen por qué ser del todo malas.
Las divisiones pueden traer caos pero también equilibrio. Esto lo podemos observar en diferentes esferas: política, social, científica y, para el caso que nos ocupa en este tema, la religión.
La Reforma Protestante de Martín Lutero por el siglo XVI terminó provocando a mediano y largo plazo que el Cristianismo, que antes era sinónimo absoluto de Catolicismo, se fragmentara, dando paso a distintas religiones y sectas, la mayoría de estas poseedoras de un dogma de fe que, dependiendo del punto de vista de sus practicantes, podría tratarse de la verdad indiscutible. De esta manera vemos como los evangélicos se autodefinen como los verdaderos cristianos, y lo mismo ocurre con los testigos de Jehová, adventistas, mormones, anglicanos, episcopales, católicos y todos los practicantes de pequeñas sectas cuya esencia y doctrina emanan de la Sagrada Biblia, especialmente de los cuatro evangelios del Nuevo Testamento.
La Biblia se presta a numerosas interpretaciones y por ello es que cada denominación religiosa cristiana se cree dueña de la razón, considerando equivocadas a las demás. Todas tienen elementos comunes pero también notables diferencias dogmáticas. Unas prohíben el alcohol y el tabaquismo; otra la celebración de fiestas sagradas y transfusiones sanguíneas; alguna guarda el sábado y no el domingo y una considera ilícito ante los ojos de Dios la ingesta de café y tés artificiales. Increíblemente y puede que nos cause asombro, pero la menos rígida y severa de todas es la católica. Podrán muchos lectores no estar de acuerdo conmigo, pero, si lo analizamos con justicia y la cabeza fría, caeremos en la cuenta que la Iglesia Católica es la menos exigente y más relajada en su dogma. Esto quizás se deba a su propia naturaleza de respetar el libre albedrío de cada ser humano. Siendo la iglesia más antigua del Cristianismo es la única que ofrece culto, o misa para ser más exactos, los siete días de la semana, facilitándole la vida a sus feligreses que, en caso de no poder asistir el domingo, como establece el dogma, lo puedan hacer cualquier otro día de la semana. Es la única que no nos exige el diezmo a rajatabla, solo la cantidad que podamos dar. En la práctica no menoscaba los gustos o preferencias del individuo, permitiendo además que cada quien sea libre y afronte las consecuencias de sus actos.
Precisamente, la Iglesia Católica Apostólica y Romana, por ser una de las más tolerables y permisibles, es que las demás les han caído encima, sobretodo las iglesias evangélicas y sus sectas, quienes la acusan de manera inmisericorde de ser la culpable de las grandes tragedias y descarríos del ser humano.
Todas las confesiones derivadas del Cristianismo, como ya se explicó anteriormente, toman como patrón a la Sagrada Biblia y a las enseñanzas de Jesucristo. Incluso, lo mormones, quienes se rigen por el Libro de Mormón, en algunas ocasiones, dentro de sus cultos, recurren a la Biblia como material de referencia. Así de sencillo.
Cada religión y secta cristiana se rige por severas normas de conductas que emanan tanto del Viejo como del Nuevo Testamento. Estas dependerán de las interpretaciones que cada iglesia le dé al sagrado libro.
Quiérase o no, cada vez más las iglesias cristianas no católicas aumentan su número de adeptos. En el caso de la República Dominicana el catolicismo ha experimentado una drástica y alarmante reducción porcentual. Hace treinta años, en 1990, la población católica rondaba el 90%; para el 2008, según la encuesta Barómetro de las Américas, bajó a un 67.6% y en 2019 el desplome fue mayor, cayendo a un 49.2%. Los evangélicos, en cambio, han crecido como la espuma. Han pasado de un modesto 12.1% en el 2008 a un respetable 26% en el 2019. Siguen siendo minoría, pero ahora más numerosa y con más voz y voto en la sociedad.
El restante 24.8% se lo reparten otras religiones así como los que se consideran no religiosos y ateos.
Crecimiento evangélico ¿Bueno o malo para la Rep. Dom?
Históricamente lo que entendemos como bueno o malo viene determinado por los valores morales y la ética establecidos en una sociedad. Sin embargo, se pueden producir situaciones o realidades, como prefiramos llamar, tan discutibles y complejas, que debido al afán de cada una de las partes por defender sus posiciones, se nos haría un quebradero de cabeza juzgar quién o quiénes tienen la razón o si ésto o aquéllo es correcto o incorrecto. Todo dependerá de como miremos las cosas.
Desde un enfoque podríamos entender que las iglesias evangélicas han propagado su fe al extremo de rayar en un fanatismo religioso, apoyándose en un dogmatismo igual o peor de intolerable al de otras creencias. Desde la óptica de los evangélicos estos nos dirán que el mundo sería un mejor lugar si todos los humanos nos rigiéramos por los principios bíblicos y, sobre todo, por las enseñanzas de Jesucristo, hijo de Dios. Ellos alegarían, basado en algunos capítulos y versículos de la Biblia, que el adulterio, fumar y tomar alcohol es pecado y que si cumpliéramos estrictamente con los mandatos divinos, colocando a Dios en el centro de nuestras vidas, se acabarían gran parte de los males de este mundo. ¿Quién cree ustedes que tenga la razón? ¿Difícil, cierto? Todo dependerá de como lo miremos y analicemos.
En lo particular, no soy evangélico, ni tampoco quiero llegar a serlo. Estoy plenamente convencido acerca de lo que busco en la vida y cuál sería mi decisión y proceder en el mejor o peor de los casos. Creo en Dios sin dogmas ni protocolos.
En lo único que me parezco a los evangélicos es que ni ellos ni yo fumamos ni tomamos alcohol. Ellos, por razones bíblico religiosas y yo por asuntos de salud. No quiero ser evangélico debido a lo absorbente de su doctrina religiosa. Al cristiano evangélico se le exige demasiado, incluso, pienso que en ocasiones hasta más de lo que realmente pueda dar de sí mismo. Y no me estoy refiriendo únicamente a los diezmos y las ofrendas, no, sino también a otros aspectos. A los evangélicos, sus líderes les exigen encarecidamente predicar el mensaje cristiano por doquier, incluyendo de paso la repartición de volantes con literatura bíblica. Se les insta a leer diariamente la Biblia, a asistir dos o tres veces a la semana a la iglesia. Y esto último es importante que se explique. Los evangélicos, además de asistir al obligatorio culto cristiano de los domingos, también deben estar presentes los sábados, para recibir las enseñanzas de la Biblia, y cualquier otro día aleatorio, dedicado a alabar a Dios y tratar asuntos de interés sobre la congregación. Muchos se han visto en la necesidad de sacrificar algunas de sus actividades favoritas, incluso, hasta claudicar a ellas, para poder abrazar permanentemente el evangelio cristiano. Ser evangélico, en muchos casos, puede conllevarnos a la renuncia total del conocimiento, para seguir exclusivamente la palabra de Dios y de su hijo Jesús. Miles y millones lo han logrado, pero ¿podré yo? Conociéndome muy bien, mi respuesta sería NO. He reflexionado durante años sobre cómo sería mi vida siendo evangélico y, al sacar conclusiones, estas podrían ser aterradoras. Mi temor no radica en el diezmo, para nada, sino más bien en otras cuestiones, aquellas relacionadas a mis pasiones. Quizás, si en el mañana me veo siendo evangélico, tendría que robarle parte del tiempo a mis lecturas de libros y revistas para dedicárselos a la Biblia y a la congregación. Seguramente, tampoco podría dedicarle tiempo suficiente al canal de Youtube, el cual utilizo para ver películas y documentales. También se verían afectadas otras actividades como escribir en este blog y las investigaciones sobre temas deportivos en la hemeroteca. Y, por último, quizás tenga que bajarle la intensidad a mi gran pasión, el scrabble, así como a mis viajes al extranjero para competir en los torneos de esta disciplina de la mente. ¿Sería feliz en esas condiciones? NO. ¡Claro que no lo sería! Siendo evangélico tendría que vivir muy apegado a la Biblia y a la iglesia. Tendría que predicarle a otros, lavarles el cerebro hasta convertirlos también en evangélicos. Tal vez tenga, con el dolor de mi alma, que decirle NO a la lectura de novelas literarias, revistas de historia y ciencia. Quizás tenga que decirle NO al Youtube y a todo ese deseo por el conocimiento. Quién sabe si tenga que decirle NO a mi devoción bloguera y escritora. Es posible que tenga que despedirme definitivamente de la hemeroteca y decirle NO al juego que se ha convertido en el número uno de mi vida, que me ha brindado grandes satisfacciones y que tal vez sea el único que algún día me pueda garantizar la obtención de esa medalla o trofeo que durante toda mi infancia, adolescencia y adultez se me ha negado. Saben que me refiero al eterno y maravilloso SCRABBLE.
Aunque ser evangélico no vaya conmigo no puedo dejar de reconocer el bien que estos religiosos cristianos han representando para la República Dominicana. ¿Un bien? Sí, como lo acaban de leer, un bien. Nos guste o no ese 26% de población evangélica significa algo muy bueno y saludable para el país, un equilibrio necesario. Analicemos las cosas con calma y objetividad. Todos estamos al tanto sobre la pérdida de valores en nuestra sociedad, el irrespeto a la leyes, el incumplimiento de los deberes, los divorcios prematuros debido a tantas y tantas relaciones escasas de sentimientos; la falta de hábito por la lectura de nuestros niños, jóvenes y adultos; el poco interés de la gente por el cultivo intelectual en áreas del saber como la ciencia, la historia, economía y literatura y el desenfreno de la población por el alcoholismo. La mayoría de dominicanos le dan duro a la botella, especialmente a las de whiski, cerveza, ron y vino. Las embriagueces se producen, no solo los fines de semana, ya esos tiempos quedaron en el pasado, sino hasta cuatro y cinco días a la semana, siendo los lugares más comunes la casa, el bar, la discoteca, el billar, el drink y el colmadón. ¿Se imaginan ustedes lo que fuera de la RD si no existiera esa gran población evangélica? Seguramente la sociedad estuviera peor de lo desenfrenada y desacatada de lo que está ahora. Ese 26% de evangélicos, que no ingiere alcohol, que no fuma, que es fiel a su pareja, que se preocupa por cumplir sus deberes, que respeta las leyes, al menos le hace un fuerte contrapeso a esa parte podrida y enferma de nuestro territorio. ¿Acaso es eso malo? No lo es. Tal vez, si la RD no ha llegado todavía al extremo de convertirse en ciudades del eterno pecado como Sodoma y Gomorra, ha sido gracias a ese segmento poblacional, legado del Protestantismo de Martín Lutero, que con mucho amor y pasión predica constantemente el mensaje de Cristo.
Estoy plenamente seguro que entre los católicos, personas de otras confesiones y no religiosos, también habrá gente de muy correcto proceder, pero, con mucha tristeza me atrevo a asegurar, que son los menos. El mayor grueso de personas, con sus defectos y virtudes, pero que aún preservan elevados valores morales y férreas normas de comportamiento, lo compone ese 26% de evangélicos. Son los menos viciados de la RD, quizás los menos expuestos a padecer de los cánceres que produce el tabaquismo y alcoholismo, convirtiéndolos así en perfectos candidatos a gozar de muy buena salud. Tal vez, sean los menos propensos a la infidelidad, al divorcio, las drogas y enfermedades de transmisión sexual. Quizás, ellos sean la razón principal para pensar que el país no está del todo malogrado.
Cada ser humano es libre de sus actos, así como de elegir la religión o filosofía de vida que más le parezca, pero, ante todo, es importante tener en cuenta un factor vital: estar plenamente convencido, de lo contrario, es preferible no dar el salto.
¡Gente del planeta Tierra, vivamos la vida acorde a nuestras convicciones!
Fuente: Encuesta Barómetro de las Américas
https://n.com.do/2019/11/22/mas-del-50-en-rd-ya-no-se-identifica-con-iglesia-catolica-y-el-26-prefiere-la-evangelica/
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