domingo, 17 de agosto de 2014

¡Iván 8 en línea!



La Autoridad le vuelve aplicar la escoba a Bodden en scrabble. Lo vence en 3 partidas.


Por Iván Ottenwalder

Los cinco últimos desafíos, tres en Bella Vista Mall (2012) y dos en plaza Central (2013), habían sido victorias para Iván Ottenwalder. Casi todos con autoridad. Esta tarde, del 16 de agosto, sumó tres victorias más sobre su histórico rival Guillermo Bodden, en el área de comida de la gigantesca plaza de Bella Vista. La pesadilla de la barrida volvió a perseguir a Bodden quien, amén de haber ofrecido una loable resistencia, en todas se quedó corto. Ottenwalder supo sacar la cabeza en las rectas finales.

Los resultados de los enfrentamientos fueron 437–396 en la primera, 519–509 la segunda y 464–431 la tercera.  La Autoridad promedió entre todas 473 y El Profesor  445 (cifras decimales redondeadas).

Bajo puntaje en la primera

En el único instante que Bodden estuvo arriba en el marcador fue al inicio (18-0), luego de ambos cambiar fichas en sus primeros turnos. Después de esa pírrica ventaja todo fue para Ottenwalder, quien llegó a mitad de partida a sacar una diferencia de 102 puntos (273-171). Su oponente creyó y lo intentó, recortando distancias, a 32 y 14 en recta final pero, ya cuando no quedaba nada en la bolsa, su atril no le ayudó y, peor aún, descontó 8 puntos con la H y V, válidos para Iván, quien terminó ganándola 437-396.

Público de gente curiosa

Durante ese match se asomaron curiosos a la mesa de juego. Bien temprano, a poco más de las tres de la tarde, una joven promotora de Jardín Memorial, una empresa de planes fúnebres, se acercó a los jugadores. Primero, para preguntarles de qué trataba aquel pasatiempo, tan extraño para ella. Después, para platicarles sobre los servicios fúnebres que ofrecía aquella compañía. No logró convencerlos y se marchó. Minutos después, el guardia de seguridad de la zona se acercó, solo a mirar. Iván le convidó a que observara e hiciese cualquier pregunta sobre el juego. Tampoco quiso y se fue. Pero en ese momento pasó a toda prisa una señora, parecía mayor de sesenta años y exclamó: “¡Dios mío, scrabble, mi juego favorito!”. Ottenwalder intentó animarla: “señora, venga por favor. Si gusta le dejamos nuestros números de teléfono y así puede llamarnos para jugar con nosotros”. La dama solo atinó a responder un “a mi me gusta, me fascina, pero es que no tengo tiempo”. Y por si fuera poco alguien más pasó por el lado de los contrincantes escrableros. Era el doctor Leonardo de Moya, encargado del departamento jurídico de la Oficina Nacional de Estadística. Reconoció a Ottenwalder, le saludó y se despidió rápido.

La Q echa perder a Guillermo

La que más parecía para El Profesor al final no se la pudo llevar. Encontró el bonus para remontar en varias ocasiones hasta que llegó el tramo final. Iván supo manejar la presión y virar un 363-410 en contra para ponerse arriba, 450-410, gracias a una formación más bono que le totalizó 87 tantos. Faltando una sola ficha en la bolsa y en ventaja 466-425, La Autoridad aprovecha su turno para pasar y acierta. Era la Q la que restaba. Bodden no tenía más opciones que colocar las siete buenas letras de su atril para formación con bono, pues, de irse a los pases para evitar la Q, tenía todas las de perder. La palabra PÓNTICAS, en zona triple de palabra le valió para 89 puntos y la delantera, 514-466. Pero ya el daño estaba consumado, la única restante de la bolsa, la para muchos siniestra Q le tocaba. Ella fue su cementerio. En lo restante, Bodden tuvo que conformarse con observar como Iván colocaba sus últimas letras mientras él pasaba. Formaciones de 22, 13 y 13, más los 5 añadidos por el descuento de la Q, terminaron de inclinar la balanza final a favor de Ottenwalder, 519-509.

Niño inquieto y mirón

Durante algunos momentitos del trayecto de este segundo match un niño, de entre 8 a 10 años, les hizo compañía a los jugadores. Llegaba, tomaba asiento y enfocaba su mirada en el tablero y las fichas puestas. Sus visitas eran ocasionales: de momento andaba con sus padres, compartiendo una mesa; y, de repente, enfilaba rumbo hacia la mesa de los escrableros, para ver la reñida partida.

…Y la tercera para apuntillar

En scrabble no todo es bonificar, sino también conseguir mucho puntaje con formaciones cortas o medianas, usando pocas fichas o las necesarias. Esa fue la clave para que Iván Ottenwalder diera el palo de la gata y termina barriendo a su adversario en la tercera y última partida de la jornada, 464-431. Con ventaja a favor 412-352 y con cero fichas en la bolsa, aprovechó su turno, no sin antes calcular las siete que le restaban a su oponente, pues se dio cuenta que era un buen atril y bonificable. Ottenwalder no pretendía tirar su ventaja por la borda. De sus siete fichas utilizó cinco para colgar un soberbio BRILLÉ en vertical con un EA horizontal, en zona triple tanto de palabra. Ambos vocablos triplicaron su valor, 57 puntos. El marcador también aumentó, 469-352. El margen, de 117 tantos, ya era cuesta arriba para Guillermo. Al fin de cuentas, prefirió perder con dignidad. Colocó sus siete letras para un DONACIÓN  horizontal en zona de doble tanto de palabra, que le granjeó 74 puntos. Cinco más, agregados por el descuento de Iván, y fin de la partida: 464-431.

Mientras en varios países del orbe el scrabble es una cultura, un modo de diversión y competencia, en la República Dominicana aún sigue siendo muy desconocido. Muchos no saben que el juego de Alfred Mosher Butts tiene más de 60 años de existencia. Durante la escenificación de la tercera partida chicos musculosos, de esos que levantan pesas y chicas atractivas, de esas que están como ellas quieren (expresión dominicana que hace referencia a la belleza femenina), merodeaban cerca de los competidores para echar ocasionalmente el ojo. Miraban pero no entendían de qué trataba ese tablero cargado de formaciones horizontales, verticales y paralelas. Uno de los jevitos pasó mirando de reojo y se alejó.

viernes, 8 de agosto de 2014

Águilas Cibaeñas, campeones temporada 1992-93

Por Iván Ottenwalder

Las Águilas Cibaeñas conquistaron su trofeo de campeón número 11 al vencer a unos Toros del Este que les pusieron buena resistencia, en una final definida en seis partidos (4-2).

Peloteros de las Águilas se bañan en cerveza.













Carmelo Castillo (izq) y Félix Fermín (der) festejaron en grande.
























Los campeones del 93 y al fondo el trofeo.




















July Ramírez, madrina de las Águilas, celebró con los campeones





































Periódico El Nacional de la época.
























Águilas Cibaeñas ganaron la corona en el play de los Toros.



















FUENTE: Periódico El Nacional, 31 de enero de 1993.

Azucareros del Este a la final, gracias al 1-0 histórico felizmente recordado por su hinchada


Aquel sábado 23 de enero del 1993 el Francisco Micheli estalló de algarabía. El equipo de casa, Toros del Este, pasaba a la serie final.

Por Iván Ottenwalder

El sábado 23 de enero de 1993 es una fecha con un valor incalculable para los fanáticos de los Toros del Este. Habían logrado un sueño: clasificaron a la final del béisbol dominicano, tras vencer en un partido de desempate a los míticos Tigres del Licey, con pizarra de 1-0.

Alegría en el camerino romanense.
El Estadio Francisco Micheli fue un lleno total aquella tarde del sábado 23. El partido había empezado a las 4:00 p.m., se vio parado por la lluvia en un momento y los lanzadores abridores de ambos conjuntos, Miguel Jiménez, por Licey y el veterano José Ventura, por los Toros, mostraron un efectivo control de pitcheo.

La noche del día anterior, en el Quisqueya, el equipo capitalino impuso su ofensiva y ganó con un 12-9. Los bates romanenses asustaron y por poco les remontaban. Ese resultado provocó un empate en el segundo puesto del Round Robin (10-8) y hubo que echar el definitivo, pero ya no en el Quisqueya, sino en el Micheli de La Romana.

Ambas escuadras se daban por ganadoras horas antes del choque del sábado. Los Tigres tenían a su favor la historia: la mística ganadora, saber ganar los partidos cruciales y, sobre todo, clasificarse en condiciones precarias, pues su historial estaba repleto de hazañas así. Los Toros, hombre a hombre inferiores a su adversario, pero de corazones gigantes, solo tenían como ventaja jugar en casa el juego de decisivo. Y la casa les llegó al corazón.

Los Toros, también llamados Azucareros del Este, habían disputado su primera final en 1985, en su segunda temporada de existencia. Fueron derrotados por los Tigres en cinco juegos (4-1). Ahora el destino se ponía antojadizo y los enfrentaba de nuevo, no en una final, pero si en un culminante para llegar a ella.
Bañados en cerveza.

Al arranque de aquel memorable juego todo fue cero a cero. Completado apenas el primer tercio el cielo se rajó en aguas. Hubo que poner lonas hasta que la lluvia cesó. Jiménez y Ventura lanzaban bien. Llegó el quinto de Licey, que según dice la leyenda no hay quintos malos para los azules, pero Ventura les pegó el cero. Si para alguien fue buena la quinta entrada sería para los Toros. En el cierre de esta ligaron una carrerita, y esa UNA terminaría marcando un hito para la historia de la franquicia azucarera y del béisbol dominicano. ¿Cómo la hicieron? Pues se la fabricaron a Jiménez. El lanzador azul boleó a Víctor Rosario. Una vez corriendo en la primera base Rosario se fue al robo. El receptor liceísta Gilberto Reyes dejó escapar el pitcheo de Jiménez y Rosario no solo se estafó la segunda, sino que llegó a la tercera. A Lou Frazier le tocaba su turno de batear, pero falló, y de manera ridícula, con rodado de pitcher a primera. Rosario, anclado en tercera, no podía anotar. Pero llegó el momento para un hijo del pueblo: Domingo Cedeño. Sentía un compromiso con su afición  y lo quiso cumplir. En efecto lo hizo. Disparó un sencillo remolcador al jardín derecho y Rosario esta vez si pudo pisar la goma. Los de casa tomaban la delantera 1-0 y el público enloquecía. Ellos, como sus jugadores, querían el boleto a la final para disputarla contra las Águilas Cibaeñas.

Al centro, el vicepresidente dominicano Carlos Morales.
No hubo más carreras para los Toros, pero los episodios pasaban y los Tigres tampoco anotaban, y ese simple 1-0 podría ser suficiente para que se quedaran fuera. Los fans azules, que desde Santo Domingo fueron en masas a presenciar ese juego, empezaban a mortificarse. Su equipo era poderoso pero el poderío no les estaba sirviendo de nada. José Ventura los mantenía en cero hasta el octavo. En esa entrada Ventura fue sustituido por el relevista Pedro Martínez Aquino. El dirigente taurino, Rafael “Prendalinda” Santana, había tomado esa decisión.

Noveno del susto

Licey, cuando aún creía, pero la derrota le llegó.
Los Tigres del Licey tuvieron su última hora en el noveno. Su historia siempre ha estado llena de milagros y a eso apostaban para el final. El drama comenzó contra Martínez Aquino. El fino bateador zurdo, José Offerman, pegó hit al prado derecho. La hinchada azul se paraba de los asientos, aplaudía y se emocionaba. Félix José, hombre de poder, iba al bate. A Martínez Aquino no le quedaba de otra que lanzarle. Para ser más exactos, no tenía más opciones que inspirarse y sacar temple de donde fuese …Y lo consiguió. Dominó al peligroso José con rodado a tercera base, para una doble matanza de las buenas, vía 5-4-3. Dos OUTS, los fans liceístas ahora se sentaban y se deprimían  …los de los Toros, la gran mayoría, ensordecían con su bulla.

Aún quedaba juego. Faltaba un out para eliminar a los felinos. Henry Rodríguez, zurdo, no quiso entregarlo y disparó indiscutible por la derecha. Aplausos paulatinos de los fanáticos azules, medio cabizbajos pero medio creyentes todavía. Quedaba vida en el bate de Silvestre Campusano, buen chocador de bolas. Martínez Aquino tuvo que volver a su auto terapia. Trabajó a Campusano con varios lanzamientos, hasta que le tiró el incómodo que lo abanicó. Los Toros lo habían logrado. Avanzaban a la gran final. El público romanense estalló en euforia y se lanzó al terreno de juego a festejar con sus peloteros. La emoción era enloquecedora.

Gilberto Reyes, agobiado por la tristeza.
Domingo Cedeño, el hombre del hit de la victoria no pudo contener la alegría en el camerino. “No podría definir la emoción que siento, soñaba con hacer algo grande para esta tierra y me salió ese sencillo impulsador”, declaró ahogado de júbilo a periodistas del vespertino El Nacional. “Pues soy de La Romana y mi pueblo necesitaba de mí”, agregó el jugador al prestigioso medio capitalino.

Aquella noche La Romana pareció ser el pueblo más feliz de la República Dominicana. Su gente no durmió y la gozadera señoreó por todos sus rincones. 










FUENTE: Periódico El Nacional, 24 de enero de 1993.


jueves, 7 de agosto de 2014

Temporada baloncesto del Distrito Nacional 1975

Por Iván Ottenwalder

Imágenes de acción de la temporada de baloncesto distrital del año 1975.


Pura intensidad debajo del tablero.




















Jugada de donqueo.




















Tiro a distancia.




















Adrenalina pura.




















Volcada soberbia.




















Se quiere deshacer del balón.





















Fotos del equipo Eugenio Perdomo en aquella campaña del 1975.




A encestar la bola.




















Pifias.




















Agresividad ofensiva.




















Eugenio Perdomo ataca; San Lázaro defiende.





















FUENTE: Periódico El Nacional, julio y agosto del 1975.

Astros de Montecarlo, campeones baloncesto distrital 1975

Por Iván Ottenwalder

La temporada de baloncesto del Distrito Nacional de 1975 tuvo un dueño: los Astros de Montecarlo.

Al prinicipio, este equipo criollo no tenía una sede fija, eran algo así como los Trotamundos de Harlem. Luego de que campeonaran en septiembre del 75, fijaron su sede en el barrio de Ciudad Nueva.

El primer paso fue clasificar a la final.

Jugdores Astros festejan su pase a la final.





























...Y en la final derrotaron a Naco en 6 partidos (4-2).



Acción defensiva por parte de Naco.



















Astros a la ofensiva y Naco a la defensa.






























Campeones Astros de Montecarlo, frente al Palacio de los Deportes.















Nadie mejor que el campeón.




















Se la lucieron por lo alto.



















Publicidad de la época.
























FUENTE: Periódico El Nacional, septiembre de 1975.

sábado, 26 de julio de 2014

Águilas Cibaeñas y la Serie del Caribe de 1997. Tony Peña se sacó de la alineación


Ocurrió durante la Serie del Caribe de 1997 y también lo hizo Félix Fermín. Ambos entendían que era la mejor manera para que el equipo de las Águilas ganara.

Por Iván Ottenwalder

Técnicamente fue Mike Quade, mánager de las Águilas Cibaeñas, representantes de la República Dominicana en la Serie del Caribe del año 1997, quien sacó de la alineación del equipo a Tony Peña, sustituyéndolo por un novato que apenas empezaba a dar sus primeros pasos en el béisbol, Guillermo García. Pero lo cierto es que fue el mismo Peña, una leyenda de la pelota dominicana y valioso catcher de las Grandes Ligas, quien le pidió a su dirigente que lo sentara en la banca. ¿La razón? En los primeros dos partidos de aquel clásico, en que las Águilas perdieron ambos, no estaba produciendo para su equipo …peor aún, daba la impresión de que el bate le pesaba, cuando en 8 turnos se fue en blanco, para un penoso promedio de .000. Félix Fermín, su compañero de escuadra de muchísimos años, quien pasaba por una situación parecida, también hizo lo mismo.

Félix Fermín y Tony Peña con el trofeo del Caribe.
Tony Peña, receptor y Félix Fermín, shortstop, ya en el ocaso de sus carreras beisboleras, habían llegado como defensores titulares de sus posiciones a aquella serie caribeña que se disputó en la ciudad de Hermosillo, México.

Guillermo García, el novato que hizo hizo historia.
Ambos veteranos ya tenían una amplia experiencia en Series del Caribe anteriores. Nunca la ganaron con las Águilas. Esas Águilas, campeonas de patio, que cuando ganaban el torneo de aquí (de su país), no ganaban el de allá (el del Caribe). La del 97 Peña y Fermín la querían, la deseaban de corazón, pero al final, más pudo la lógica de la razón y ¿por qué no? también el sentido común, si se puede decir, que el afán desmedido de jugar para echar a perder. Ellos amaban como locos a las Águilas, jugaban por la franela, eran emblemas de este equipo, pero entendieron que les había llegado su tiempo, la vida útil de peloteros se les había agotado.

Para Quade la decisión no fue fácil, pero accedió a la petición de los veteranos. A partir del tercer juego de la serie colocó en la receptoría a Guillermo García y a Neifi Pérez en el campocorto. Los ídolos Peña y Fermín, otrora bateadores productivos y brillantes defensores en sus posiciones, pasaban a ser relegados a la banca, como cualquier otro prospecto común y corriente cargado de sueños y ambiciones por jugar.

“No pude batear en cuando estuve jugando, entonces yo mismo recomendé al mánager Quade para que me dejara en la banca. Lo mismo hizo Félix Fermín. Solo queremos ganar y si así es la mejor manera, entonces que sea”, había explicado Tony Peña a la prensa dominicana.
Luis Polonia, cargado en hombros.

A partir del tercer partido el equipo comenzó a producir como una maquinaria demoledora. Todo encajaba a la perfección. García tronó con el madero y jugó una defensa fuera de serie, haciendo recordar los batazos de poder y la receptoría guante de oro del Tony Peña de los 80. Neifi Pérez, con su espectacular defensa, parecía el Félix Fermín de las magistrales atrapadas en las paradas cortas. Otros se desenvolvieron como si fuesen envidiables figuras de las Grandes Ligas. José Offerman, jugaba como el más fino y confiado primera base; Tony Batista, cuando bateaba, era el poderoso Chipper Jones y Luis Polonia, de baja estatura, el gigante y peligroso Paul O’Neill.

Fans aguiluchos recibieron a su equipo en el aeropuerto.
Después de las dos primeras derrotas ante Puerto Rico y Venezuela, las Águilas de la República Dominicana triunfaron en su últimos cuatro desafíos y se coronaron campeonas por primera vez en la Serie del Caribe. Aunque el equipo despertó en materia ofensiva (bateo colectivo de .306), pues de su mal pitcheo mejor ni hablar (5.77 de efectividad en sus lanzadores), lo cierto es que el sacrificio de Peña y Fermín, de sacarse del equipo, fue determinante. Si Tony Peña no salía de la alineación, Guillermo García, quien produjo 3 jonrones, 8 remolcadas y .348 de bateo, no hubiese jugado y, por ende, esos impresionantes números, además de no haber existido, hubiesen hecho falta para ganar. Si Fermín no pedía banca, Neifi no habría salvado al equipo quisqueyano con una jugada inolvidable en el quinto partido ante Venezuela.

Tal vez sea difícil para muchos entenderlo de esa manera, pero si Peña y Fermín decidían jugar el torneo caribeño hasta el final, probablemente la anemia ofensiva de ambos se hubiese extendido y generado terribles complicaciones a las Águilas de Dominicana. La llave para abrirle las puertas al campeonato aguilucho la tenían ellos. Con ellos se ganaba o se perdía. Prefirieron el rumbo de la banca. Quade eligió a los suplentes.

FUENTE: Periódicos El Nacional y Última Hora, febrero del 1997.

jueves, 24 de julio de 2014

¿Qué ves, pelota dominicana o de Grandes Ligas?



Por Iván Ottenwalder

Si existe un conglomerado humano aficionado al béisbol y que sabe mucho sobre este deporte, es el dominicano. En la República Dominicana el juego de pelota, como también se le conoce a esta disciplina, es sinónimo de religión. Es cultura, idiosincrasia.

En la mayor parte de la población el tiempo de ocio gira en torno al béisbol. Se puede decir que vivimos en un medio social beisbolcéntrico. Si vamos a una fiesta encontramos puesto en el televisor un partido de béisbol. Lo mismo ocurre en la casa del amigo, de un familiar, en un colmado, en un bar o cualquier centro de diversión.

Ya para febrero y marzo casi todos añoran que llegue abril, el inicio de la temporada de Grandes Ligas. Para septiembre, los fans piden a gritos octubre, que es el mes de arranque de la temporada otoño-invernal de béisbol dominicano. Tanto uno como otro evento se sigue con una pasión desbordante.

Cada quien tiene su equipo, allá como acá. Los que nunca han viajado a los Estados Unidos de Norteamérica tienen como sueño, presenciar un juego en uno de los estadios de las Mayores, en el que sea. Ese es un anhelo al que muchos aspiran; para conseguirlo, deben viajar.

Desde finales de 1983 he seguido las incidencias del béisbol dominicano y desde 1986 hasta la actualidad, el de Grandes Ligas. En lo que a mí concierne, considero que toda esa experiencia como seguidor del béisbol tuvo un balance positivo. Gracias a este adquirí conocimientos, vivencias, amigos, laboré en una revista deportiva (desde 2006 fuera de circulación), me metí en debates en los que gané y perdí, obtuve alegrías y lágrimas. Para ser honesto, no me arrepiento de lo aquello vivido. Lo viví y es lo que importa.

Cuando retrocedo en la máquina del tiempo y me traslado a la década de los 80 (siglo XX) recuerdo aquellos niños y jóvenes que solían renegar del béisbol dominicano en favor del de las Grandes Ligas. Ellos no eran unos verdaderos renegados. Fueron unos liceístas, aguiluchos o escogidistas que, cuando a sus equipos les iba muy mal, daban como respuesta, a todo aquel que les mortificara con alguna cuerda, “yo no veo pelota dominicana, solo veo la de Grandes Ligas”. No fueron una ni dos veces que escuché de labios de amigos míos un “Iván, tú sabes que yo no veo la pelota de aquí. La pelota de aquí es una porquería. Yo miro la buena, la de allá afuera, la de Grandes Ligas”. Si por el contrario, a sus equipos les iba de viento en popa, se convertían en los fans más furibundos del béisbol dominicano. De repente surgía el amor a la escuadra.

¿Y qué explicación puede tener este tipo de actitud que aún perdura?

La más simple de todas: al fanático dominicano no le gusta perder. Es como si dijera, por ejemplo “si, soy liceísta hasta la tasa, pero si me equipo va mal, para que no se burlen de mí, diré que no veo la pelota de acá”. Un tanto igual actúa el hincha escogidista, aguilucho y, en menor proporción, el de los Toros, las Estrellas y los Gigantes. Este tipo de actitud también la reflejan en cuanto al béisbol de las Grandes Ligas y el baloncesto de la NBA. Los aficionados quisqueyanos se alinean en torno al o los conjuntos que, en un momento dado, van ganando. En los años 80 era muy común verlos apoyar a los Dodgers de Los Ángeles y Azulejos de Toronto, pero aquella vez no porque fueran escuadras ganadoras, sino por la cantidad de peloteros dominicanos que militaban allí. A medida que la presencia de jugadores dominicanos se fue haciendo más notoria y común en casi todos los conjuntos, post 1990 hasta el presente, la preferencia de la afición nuestra también cambió. Atlanta ganó muchos adeptos desde 1991, los Medias Rojas de Boston y Yanquis de Nueva York un tanto igual al final de ese decenio. Hasta la fecha, estas dos últimas son las novenas beisboleras con más público en el territorio dominicano.

En la NBA la realidad no ha sido distinta. Cuando los Ángeles Lakers y Boston Celtics señoreaban en los 80, los dominicanos se volcaron hacia ellos. Con los emergentes chicos malos de Detroit Pistons (1989-1990) la afición de dividió y, entre 1991-1998, la era en que los Chicago Bulls y Michael Jordan ganaron seis títulos, se produjo un fenómeno interesante: la fanaticada estaba prácticamente 50/50 por ciento entre los pros y anti Jordan. ¡Vaya, ese es el precio de la fama por ser el mejor!

Para el período 2000-2010, como los Lakers fueron los más ganadores, para allá cogió el fanático dominicano promedio; aunque debemos reconocer, que también ganaron simpatías los Celtics, Heats y Spurs. En 2013 y 2014 Heats y Spurs concitaron los mayores vítores, producto de las finales que ambos conjuntos disputaron en esos años.

Dime quién es el que más gana y te diré de quién soy.