sábado, 5 de julio de 2014

Prefiero a mi enemigo ideológico que a mis amigos entre comillas

Sin proponérselo me ha dado a conocer en el mundo del scrabble. Por eso, se ha ganado mi respeto.

Por Iván Ottenwalder



Quiero empezar la ocasión haciéndome varias preguntas: ¿Qué es mejor, una pandilla de amigos oportunistas o un enemigo ideológico que me acosa como fiero detractor? ¿Quién me suma, quién me resta? ¿Quién me está dando más importancia? ¿Quién, sin proponérselo, me da a conocer en un entorno que en gran medida es compatible conmigo? ¿Quién, si no es que ya lo ha hecho, me está sacando del anonimato?



La respuesta a todas esas inquietudes: el enemigo e implacable detractor.



¿Y esta locura? ¿De dónde ha salido este tipo? Esas son las preguntas que seguramente saldrán del pensamiento de quienes me están leyendo en este instante.



Para que conozcan mejor sobre mi filosofía de vida es preciso dejar claro que, más que amigos tengo conocidos, o personas con uno o varios puntos de vista en común. Lo que entendemos como amistad, no es más que una forma de interacción o convivencia, si se quiere, entre personas, movidas por un fin o fines específicos. Amistad es la nomenclatura que le hemos dado a esas interacciones humanas. A juicio de muchos escépticos la amistad ha sido una temática de constante debate y no son pocos quienes la entrecomillan.


Sobre mi caso particular puedo confesar haber vivido momentos agradables y desagradables en cuanto a interacciones sociales. En varios instantes me he creído poseedor de un bastión de amigos, de gente que me quería mucho, cuando, en verdad, todo aquello era pura interacción circunstancial, como de circunstancias está lleno este mundo. Muchos fueron amigos entre comillas, así: “amigos”. A esos entrecomillados les endoso el mote de oportunistas, pero no voy a perder horas innecesarias de tecleo relatando sus falsedades y cinismos, mejor prefiero loar al mejor de mis enemigos históricos.

No quiero decir con esto que dicho enemigo ideológico, como señalé al inicio, sea en el trasfondo un gran amigo. No lo es. Al fin y al cabo, es mi terrible detractor, un trapiche contra todo cuanto comento.

¿Y quién es ese enemigo ideológico al que tanto protege Iván?

Invito a la escasa concurrencia de mis lectores a que me hagan esa pregunta. Como respuesta les dejo el suspenso. Me reservaré su nombre, pero si diré lo necesario sobre el personaje en cuestión.


La historia empezó a inicios del 2008, consecuencia de un tema que elaboré, y que fue producto de un eterno debate: No abolir la Q. En aquel tema justificaba el mantenimiento intacto de la Q tal cual, sin ningún tipo de modificación en el juego de scrabble, contrario a lo que opinaban otros, de que esta letra representaba un problema para los atriles de los jugadores, ya que, para formar palabras con ella, era necesario contar con la U y una vocal como la E o la I. Los que disentían alegaban que la lógica sería unificar la Q con la U, creando así un dígrafo QU, para acabar, de una vez por todas, con el eterno trauma que nos produce esta letra que, además de cambiarla constantemente, cuando no la podemos jugar, en innumerables ocasiones se nos queda al final de la partida, restándonos 5 puntos. Añadían, que con el dígrafo QU, que solo existe en la versión catalana de scrabble, aquel tormentoso nivel de dificultad desaparecería, pues, con una E o I, fáciles de ubicar en el tablero o de conseguir en la bolsa de fichas, lo podríamos colocar con más facilidad

Aquel tema fue publicado en el portal www.scrabble-santandreu.com, cuyo editor es el español y apreciable amigo Santiago Rosales. De inmediato, y como era de esperarse, aparecieron los detractores. Octavian Mocanu, (rumano y experto en scrabble español y catalán) fue uno de ellos. El innombrable, que luego se convertiría en mi enemigo ideológico, fue el más implacable.



Pese a que fui víctima de un cerco de ataques, también recibí elogios por parte de gente que respaldó mi tesis. Mi emergente enemigo, con argumentos bien articulados aunque desenfrenado en la forma, se dio a la tarea de rebatir mi postura. Era natural que, basándome en que no existen postulados absolutos, me defendería. Ese fue nuestro primer debate, pero no sería el último.



Aquello no solo parecía un debate, sino una carnicería textual. Recibí del enemigo respuestas como “tonto”, “tu coeficiente intelectual no llega ni a 85”, “te odio” y “basura”. Al final, terminé pagándole con la misma moneda y, días más tarde, el editor de la página borró todos los comentarios ofensivos entre nosotros.



En 2010 volví a publicar otro tema en Santandreu: Cerrado o abierto ¿Cómo es mejor jugar? Lo que menos imaginaba ocurrió: quien me tenía como su jurado enemigo regresó de ultratumba para opinar. Respondió, ante todos los foristas, que hasta que no se tuvieran estrategias de quackle las opiniones como las del autor del tema no tendrían fundamentos. Cualquier cosa que dijera era bombardeada sin piedad.



Terminamos siendo los enemigos más extraños. Conversábamos, jugábamos scrabble online en ReDeLetras y debatíamos. Cuando disentía me denostaba de la manera más humillante y delante de todos los foristas escrableros de Facebook. Ni siquiera los elogios que le dispensaba los aceptaba. Expresiones como “subnormal”, “basura”, “demente”, “eres un comemierda”, las he recibido en los últimos años por parte de este genio nacido en una de las ciudades más importantes de España.

Paradojas de la vida, ha sido este opositor quien una vez me enseñó estrategias para jugar mejor al scrabble, quien me ha explicado como son los costos para competir en un mundial, cuánto cuesta el hotel, el taxi, en fin, cuánto es el promedio que yo debería gastar si un día me decidía a volar hacia el torneo mundialista. Es el enemigo quien, desde el otoño del 2013, me ha desafiado a resolver un complicado reto de palabras cruzadas partiendo de un escenario en que jugador A, de toda forma legal posible, debe vencer al jugador B, sin que haya la más mínima posibilidad de que B pueda triunfar. Ese reto lleva cuatro años y un mes. NADIE lo ha resuelto. He logrado avances, me lo ha manifestado, pero cuando creo tener la solución, me ha dicho, como siempre: “esa no es la respuesta correcta”.

Es un enemigo excepcional. Me ha recomendado buenas películas para verlas en el  Youtube, pues de cine tiene buen gusto. Hemos conversado sobre filosofía, ciencia, religión y ateísmo (es ateo furibundo y me llama “subnormal” cuando afirmo ser un creyente moderado). No tienes excusas, creyente = subnormal, me ridiculiza cuando le toco el asunto.

Es un ducho intelectual, experto en cálculos matemáticos y probabilidades estadísticas, capaz de determinar la frecuencia en que un número determinado de letras del scrabble o palabra específica pueda salir en el atril de un jugador.

Esos no son mis amigos

A pura simpleza mucha gente dirá que tener amigos es una mejor opción que tener enemigos. En la mayoría de los casos es así, pero hay situaciones suis generis, dignas de estudio, que rompen con esa lógica.

En la República Dominicana, donde vivo, nos venden como axioma que poseer muchos panas es lo mejor del mundo, por el coro, la gozadera, la bebedera de alcohol, la búsqueda de mujeres, ver el juego de pelota con los tígueres en la pantalla del colmadón, etc. Esos son panas que van y vienen. Cuando alguien cae en desgracia financiera o lo corren del trabajo o padece problemas de salud, la mayoría toma las de Villadiego y no te conozco.

Prefiero mil veces a mi enemigo, pues, aunque me odia, siempre me toma en cuenta cuando opino. Prefiero mil veces a mi enemigo que, sin proponérselo, me ha dado a conocer en el mundo del scrabble, convirtiéndose de paso en mi mejor relacionista público. Prefiero mil veces a mi enemigo que, sin darse cuenta y gracias a nuestros épicos debates, termina dándome ideas creativas. Por eso le admiro y se ha ganado mi respeto.

Antes que cegarme y odiarlo con desenfreno prefiero apelar a cuatro elementos: convicción, justicia, razonamiento y prudencia (C-J-R-P).

jueves, 3 de julio de 2014

Iván Ottenwalder, La Autoridad que más ama el SCRABBLE.

Por Iván Ottenwalder

Como todo una AUTORIDAD de su juego.
























































FUENTE: Mi cámara fotográfica.

domingo, 29 de junio de 2014

El éxito de EUA, creer en el mito y lo imposible



Por Iván Ottenwalder

Recuerdo a la edad de 11 años, en octubre de 1986, como aquellos milagrosos Mets de Nueva York se salvaron de la derrota en el sexto juego de la Serie Mundial. Si perdían aquel memorable partido se acababa todo y los Medias Rojas de Boston hubiesen sido los campeones. No ocurrió así, el equipo neoyorquino ganó, forzó un séptimo juego en su parque del Shea Stadium y, con un empuje y envalentonamiento indescriptibles, se impusieron ante los bostonianos, titulándose campeones mundiales. Aquel famoso clásico de octubre de las Grandes Ligas me lo tiré por televisión, ya que mis padres me habían dejado solo en casa.

Aquello era la década de los 80 del siglo XX y los Estados Unidos de Norteamérica eran la potencia número uno prácticamente en todo. Inteligentemente sus medios de comunicación se encargaron de vender, al igual que hoy, sus grandes hazañas políticas, deportivas, artísticas, tecnológicas, educativas y de todo el quehacer profesional, como símbolo de poder y grandeza. Los boxeadores Marvin Hagler, Sugar Ray Leonard, Thomas Hearns y Mike Tyson; los Boston Celtics de Larry Bird y Los Ángeles Lakers de Magic Johnson; sus estrellas del Tenis; de Fútbol Americano; los cantantes Michael Jackson y Madonna; los famosos actores de Hollywood; las ropas de marca; juegos educativos; Disney World; sus famosas y acreditadas universidades, las computadoras de Apple e IBM, entre un bastión de cosas más, era considerado como lo mejor del mundo. Para ser más exactos, aquello, no solo en EUA, sino para gran parte de la humanidad, era el mundo.

¿Y acaso todo eso era cierto?
 
Para ser sinceros, es difícil dudar que no lo fuera. Casi toda actividad en EUA cuenta con un gran respaldo logístico y financiero. Los gobiernos y empresas estadounidenses invierten en su gente y lo hacen con apego y responsabilidad. Eso puede explicar el por qué de tantos genios, de tanta calidad y excelencia, de tanto predominio.

La historia de EUA, en diversos géneros, está llena de grandezas. Por ejemplo, en deporte, el dominio absoluto en juegos olímpicos durante muchas décadas; en literatura, los grandes escritores y premios Pulitzer. En cada aspecto que se analice los estadounidenses brillan por su dominio y presencia.

Creer en el mito, en lo imposible

¡Vivan los sueños! ¡Arriba las utopías! Todo es posible de alcanzar, hasta lo más impensable. El horizonte no tiene límites. En EUA la mayoría de profesionales de la conducta humana, entrenadores deportivos, políticos y gerentes empresariales llevan esto como una máxima. El “pon los pies sobre la tierra” de América Latina no tiene cabida en el sueño americano. En el país del Tío Sam lo que vale es soñar, ser creativos, locos emprendedores. Al más de lo mismo hay que derrotarlo con nuevas ideas. Es ahí donde deriva el mito de los Estados Unidos.
 
Es obvio que en una nación donde los ciudadanos posean un espíritu tan competitivo, así de competentes y espectaculares se reflejarán sus resultados.

En el deporte

No pensar jamás, mientras aún haya posibilidad, que la causa está perdida. La serie mundial ganada por los Mets a Boston es tan solo un botón. Andre Agassi y Pete Sampras, en el Tenis, nunca dieron una batalla por perdida y por eso, en la década de los 90 del siglo pasado, dominaron el escenario tenístico mundial. Las hermanas Venus y Serena Williams, en esta centuria, han dejado impresa su gallardía en el Tenis femenino. Michael Jordan, considerado el mejor baloncestista de todos los tiempos de la NBA, ayudó a los Bulls de Chicago a ganar seis campeonatos. Tiger Woods fue amo y señor del Golf. ¿Y quién no recuerda a los Bravos de Atlanta (The Americas Team) de los 90?
 
Es evidente que mientras más atletas sean entrenados para creer en lo imposible y en la magia, habrá más equipos de místicas ganadoras. Al deportista de cualquier competición no solo basta con trabajarle las habilidades y pulirle el talento, sino también la parte emocional. Por eso es que en EUA siempre veremos jugadores y equipos fuera de serie. En este mundial de fútbol pudimos observar como una selección estadounidense venció a la de Ghana 2-1 y estuvo muy cerca de vencer a la de Portugal cuando apenas faltaban algunos segundo para finalizar el partido. Aquel juego finalizó empatado 2-2.

Si ahora, en octavos de finales, el onceno de los Estados Unidos logra vencer en su disputa al favorito de Bélgica, de seguro que los medios de comunicación del gigante norteño venderán esta proeza como epopeya histórica …no importa si luego los eliminen en cuartos de finales. Las plumas más brillantes de EUA se jactarán en resaltar ese hecho, de explicarle al mundo algo así como “vencimos a un gigante y avanzamos a cuartos de finales. Somos una selección en evolución y, es posible, que un gran sueño como la copa del mundo no esté tan lejos como otros piensan. Si podremos”.


El soccer, como le llaman al fútbol los gringos, cada vez gana más terreno entre el público y los que gustan practicar este deporte en EUA. Muchas escuelas públicas y universidades poseen campos para este deporte. La Major League Soccer (MLS), que nació en 1993, se consolida como una de las ligas futbolísticas más fuertes y rentables del continente americano.

Estados Unidos, además, ha ganado en cinco ocasiones la Copa de Oro de la Concacaf (1991, 2002, 2005, 2007 y 2013) y disputó, en 2009, la final de la Copa FIFA Confederaciones ante Brasil. El revés fue por un gol, 2-3.

¿Acaso no refleja todo esto mística ganadora? Naturalmente que sí. Independientemente de que seamos pro o anti EUA, el raciocinio no se debe perder. Esos campeonatos, en un deporte como el fútbol, que no es el más popular entre los estadounidenses, es otra buena explicación.

El atleta promedio de EUA, en cualquier deporte, ha sido entrenado para la excelencia, para la perfección, pero sobre todo, para creer, soñar en lo imposible, en el We still believe (Aún creemos). Esa es la razón de los milagros, de los mitos y ensueños de esa gran potencia mundial.

Yo también creo en el mito: sueño con ganar muchos premios, trofeos y medallas en el scrabble en español. Por cierto, este maravilloso juego de palabras, del cual se han vendido más de 150 millones de unidades en todo el mundo y en varios idiomas, fue obra maestra de dos genios estadounidenses que trascendieron, que vieron más allá del horizonte, que creyeron y soñaron: Alfred Butts y James Brunot. Gracias a ellos, hoy tengo un pasatiempo favorito. El scrabble es el número uno de mi vida.

I believe, too.

martes, 24 de junio de 2014

Scrabble regalo en mi 39° aniversario



En mi 39° aniversario, el 22 de abril del 2014, mis compañeros de labor me regalaron este bonito presente


El scrabble es el número UNO de mis juegos.
















                                                                                      
Un majestuoso presente de mis compañeros de labor el 22 de abril del 2014.













Soy hijo del scrabble.











sábado, 21 de junio de 2014

Liceísta, egoísta del ayer; aguilucho, egoísta de hoy



Antes los liceístas no apoyaban a las Águilas en la Serie del Caribe; ahora son los aguiluchos que le pagan a Licey con la misma moneda.


Por Iván Ottenwalder

Durante mucho tiempo en la República Dominicana ha sido muy común escuchar comentarios tales como “si Licey va a la Serie del Caribe yo no lo apoyo”, “para que ganen las Águilas allá afuera que gane otro equipo, pues yo no quiero saber de esos malditos aguiluchos”. Es un odio deportivo pero ancestral, que data de los años 70, fecha en que se retoma la celebración de la Serie del Caribe, evento que se había interrumpido entre 1960 y 1970.

Supongamos que en este momento un extranjero cualquiera, español, nicaragüense o mexicano me preguntase el por qué de ese rencor cuando se trata de representar a su propio país. Para responderle a su interesante inquietud tendría que apelar precisamente a la historia, al génesis de todo.

Ese génesis al parecer podría remontarse a los años 70, una verdad a medias, pero del todo no es así. El origen es más antiguo y hay que buscarlo en los 50, específicamente a partir de 1952, cuando las Águilas Cibaeñas y Tigres del Licey se enfrascaron en una emocionante final la cual fue ganada por los cibaeños. Era la primera vez que un conjunto de béisbol de Santiago de los Caballeros vencía a uno de la capital en series finales. Nadie lo podía creer y esto causó mucho asombro. Los fans aguiluchos no solo celebraron su corona obtenida sino que se dieron a la tarea de mortificar y burlarse de los derrotados hinchas liceístas. Los aficionados a Licey nunca lo perdonarían.

Al año siguiente, en 1953, aquellos equipos volvieron a enfrentarse en la gran final. Esa vez el triunfo fue para los liceístas; las cuerdas y burlas la recibieron los vencidos aguiluchos. Once años transcurrirían para que Águilas y Licey volvieran a verse las caras en la final. Aquello ocurrió en la temporada 1963-64. En una serie pactada al mejor de un 9-5 el equipo santiaguense ganó los primeros tres partidos. Sus entusiastas aficionados ya se creían ganadores. Se lo creyeron pero no lo consiguieron. Licey remontaría y ganaría cinco juegos consecutivos y alzaría el título. El desconsuelo fue enorme para los aguiluchos, desconsuelo que alimentaría sed de venganza.

Década del 70

El decenio de los años 70 representó el regreso de la Serie del Caribe y el renacer de la rivalidad aguilucho-liceísta. Pero lo más lejos y patético que se podía pensar era que los fanáticos de uno y otro conjunto llegaran al extremo de odiarse y desearse lo peor en caso de que uno representase al país en el clásico caribeño.

En seis ocasiones durante esa década los archienemigos se enfrascaron cara a cara en el playoff final de la pelota dominicana, con tres coronas para cada uno. En el clásico caribeño los Tigres del Licey obtuvieron 4 cetros y las Águilas cero. A partir de las dos primeras contiendas caribeñas ganadas por los azules, 1971 y 1973, la prensa liceísta, radicada en Santo Domingo, conjuntamente con la gerencia de Relaciones Públicas de los Tigres, desplegaron todo un aparataje mediático con el objetivo de hacerles ver a los dominicanos que Licey era el único equipo nacional que nos representaba con dignidad en playas extranjeras, trayéndole al país el título de la Serie del Caribe. Además, aprovecharon las malas actuaciones de las Águilas en dicho evento, sobre todo cuando el país fue anfitrión en 1972 y 1976, para vender la imagen de que las Águilas era un conjunto que nos hacía pasar vergüenza y que un equipo así no era digno de representarnos en la llamada pequeña serie mundial latinoamericana. Esta campaña jugó su papel y provocó la indisposición de muchos fans liceístas de apoyar a la República Dominicana si el representante eran las Águilas Cibaeñas. La cuestión era peor si los aguiluchos les ganaban la final a los Tigres, como sucedió en 1971-72, 1975-76 y 1977-78. Como toda acción provoca una reacción los hinchas de las cuyayas también pagaron con la misma moneda. El odio se recrudecía dependiendo de quien de los dos ganara el campeonato local y posteriormente asistiera a la Serie del Caribe. Se degeneró en el infantil absurdo de que "si tú no quieres que mi equipo gane por el país yo tampoco quiero que gane el tuyo". Era muy común ver a los dominicanos liceístas respaldar al representante campeón de Venezuela, México o Puerto Rico y no a las Águilas Cibaeñas de la República Dominicana. Si los representantes del país eran los felinos entonces los aguiluchos se ponían a favor de los demás contrincantes latinos.

Años 80, etapa no superada

A pesar de todo hubo una minoría de aguiluchos, como mis padres, que supo perdonar y respaldar, aunque sin mucho entusiasmo, a la escuadra azul en el clásico de febrero de 1983, 1984 y 1985. Mi hermano Carlos, aguilucho furibundo, no. Me acuerdo como se alegraba de la derrota liceísta en la Serie del Caribe del 84. Aún me quedaba mucho por ver en la vida.

En los torneos de 1985-86 y 1986-87 las Águilas volvieron a ser campeones y a representar a la nación en el Caribe. Recuerdo perfectamente como mis amiguitos liceístas del colegio y muchos vecinos del barrio Los Maestros gozaban con saña los reveses aguiluchos en las del Caribe del 86 y 87. Aún no olvido como mi profesora de quinto de primaria, Moraima Mora, tras la derrota aguilucha en el 87 me decía “ves, Iván, que las Águilas lo único que saben hacer es pasar vergüenza allá afuera, si fuera Licey de seguro hubiésemos puesto al país en alto y traído el título”. Tampoco borro de mi memoria cuando en febrero de ese año, Ricardo, un amigo de infancia, fue a casa a mostrarme, en tono burlón, una caricatura de un periódico en la que figuraba un águila golpeada y desplumada. En la prensa capitalina resucitó el manido de que las Águilas solo iban a la del Caribe a perder y pasar vergüenza, que el nuestro era un equipo fucú y que no merecía ganar siquiera el torneo local.

Confieso, fui creciendo en ese entorno, sin poder entender tantas incongruencias de aguiluchos y liceístas. El odio entre unos y otros en la pelota de patio podía ser explicable, pero no cuando se trataba de representar la bandera nacional.

Para colmo de los colmos, cuando los Leones del Escogido ganaron la del Caribe (en 1988) que se había efectuado para la ocasión en Santo Domingo, los aficionados liceístas nos sacaron en cara, a los aguiluchos claro, que hasta el Escogido era capaz de triunfar en la Serie del Caribe y nosotros no. No bastaba solamente festejar el triunfo dominicano, sino mortificar a los fans de las Águilas.

El Escogido volvió a ganar el cetro caribeño en 1990 y la absurdez liceísta contra los aguiluchos, además de innecesaria, se hacía más insoportable.

Década de los 90, del trauma a la gloria

En 1991 Licey volvió a representar a la nación en la del Caribe, celebrada en Miami, y la ganó. Se puso de moda en las juventudes simpatizantes de los azules y rojos, obviamente que con la ayuda certera de la prensa mediática, que Licey y Escogido eran los equipos más asperísimos y bacanos y que las Águilas eran los más chopos. Lo sorprendente de todo es que los aguiluchos no teníamos cómo defendernos de esos ataques, pues en efecto, nunca ganábamos la del Caribe.

Llegó el 1993, las Águilas habían ganado el campeonato nacional y regresaban al clásico caribeño, celebrado en México. A pesar de haber perdido sus dos primeros partidos lograron remontar y ganar cuatro en línea y forzar a los Cangrejeros de Santurce, de Puerto Rico, a un partido decisivo para determinar el campeón. Santurce campeonó y las Águilas tuvieron que conformarse con el segundo puesto. Los ataques y burlas de los “patriotas” liceístas continuaban. Ricky, un compañero de estudios en tercero de bachillerato, se pasó el resto del año dándome cuerda por el revés cibaeño.

Licey ganó la del Caribe del 1994 de forma invicta. Las Águilas, representando al país en el clásico del 1996, y con un equipo muy poderoso al que le llamaban el Dream team dominicano, perdió en territorio quisqueyano, quedando en tercer lugar. Ya me la estaba creyendo, que nuestro equipo era chopísimo, que solo Licey y Escogido podían ganar la del Caribe por el país. Aquella máxima, sostenida por la poderosa prensa capitalina y las juventudes liceístas y escogidistas, cada vez ganaba más credibilidad. Resignadamente lo aceptaba.

Lo más lejano que tenían los aficionados azules y rojos, pero mucho más los azules, era que la pesadilla aguilucha estaba por llegar a su final. Así ocurrió en febrero de 1997, pero el camino no fue fácil.

En la final de la campaña 1996-97 las Águilas habían vencido por barrida de 4-0 a los Leones del Escogido. El destino a disputar la Serie del Caribe de 1997 era el Estadio Héctor Espino, en Hermosillo, México. En ese mismo escenario, diez años atrás (1987), a las Águilas se les había escapado el campeonato de las manos. Luego de haber ganado sus primeros cuatro desafíos perdieron tres seguidos, el último ante los Criollos de Caguas, que de paso se alzó con el cetro.

Pero la del 97 no sería la del 87 y la historia se escribiría de otra manera. Las Águilas iniciaron sufriendo, perdiendo sus dos primeros desafíos. Algunos de mis amigos liceístas ya celebraban, el consabido de “ustedes solo pasan vergüenza” volvía aflorar. A pesar de la adversidad, los aguiluchos creíamos. Tendríamos que perder tan solo un juego más para ser eliminados, pero ese UNO, para beneplácito nuestro, no llegó; todo lo contrario, hicimos el milagro. Pudimos regresar y, con una bestial ofensiva de los bates aguiluchos y un pitcheo que ya iba mejorando, nuestro equipo triunfó en los últimos cuatro partidos y se consagró campeón caribeño. El drama de terror había terminado. La hinchada aguilucha se lanzó a la calles a celebrar. No era para menos. Era el fin de la pesadilla, de las burlas, de los ataques, del sambenito en la espalda.

Hay que reconocer que al día siguiente la prensa capitalina se comportó con altura. Los nuevos monarcas del Caribe recibieron todos los elogios y los mejores titulares en las secciones deportivas de los diarios. En la televisión y radio, por igual. Enojarse por la victoria del enemigo, también dominicano, hubiese sido el peor de los sinsentidos.

Los aguiluchos fuimos al aeropuerto a recibir a nuestros campeones. Algunos liceístas y fans de otros equipos también se nos unieron en la celebración. Varios liceístas, sin proponérselo, estaban expresando sus disculpas a las Águilas del Cibao.

Las Águilas volvieron a repetir en la del Caribe del 1998 y se convirtieron en la única escuadra en la historia en ganar este evento por dos años consecutivos. Los liceístas ya eran más comprensivos, aunque la rivalidad de patio seguiría siendo igual de titánica como hasta hoy.

Siglo XXI, más odian los aguiluchos

Cuando parecía que con los triunfos caribeños de las Águilas del 97 y 98 las heridas habían cicatrizado, la situación se tornó más ridícula. Muchos liceístas, exceptuando a una minoría, no tenían problemas en apoyar a las Águilas en la Serie del Caribe, pero la reciprocidad no se reflejaba en el bando contrario. Cuando en 2004 Licey fue el representante caribeño por el país, una avalancha de aguiluchos decidió no respaldar al equipo dominicano. “Yo a ese equipo no lo voy apoyar”, “Ay, ojalá Licey pierda”, solían expresar los fans de las Águilas, que ya no tenían por qué sentirse tan dolidos, pues su novena beisbolera también había señoreado en las del Caribe del 2001 y 2003. Los Tigres ganaron en 2004 y los aguiluchos decidieron no participar en el festejo de sus compatriotas. Ni siquiera los felicitaron.

Licey representó a los dominicanos en el clásico del 2006, el cual perdieron ante los Leones de Caracas, de Venezuela. Mayoría aplastante aguilucha lo vitoreó en grande. En el 2007 las Águilas triunfaron en Puerto Rico y muchos liceístas celebraron en bares y colmados el triunfo del país con sus archienemigos locales. No sucedió lo mismo en 2008, cuando la del Caribe fue escenificada en Santiago de los Caballeros. Para aquella ocasión, República Dominicana, como país sede, tuvo dos representantes, debido a que en Puerto Rico no se celebró torneo otoño-invernal en la estación 2007-2008. Por tal motivo se completó el hueco faltante con el conjunto subcampeón dominicano, que había sido Licey. En efecto, esto fue un golpe de suerte y coyuntural que benefició a la escuadra felina.

Los Tigres ganaron el título caribeño, llegando a vencer en dos importantes partidos a sus compatriotas Águilas del Cibao. Durante la serie fue notable observar como la hinchada aguilucha vitoreaba a las selecciones mexicana y venezolana cuando estas enfrentaban a Licey.

Partiendo del 2014, y como pinta el panorama, no sería errado suponer que estas dos tradicionales fanaticadas seguirán rivalizando en el béisbol local. Pero cuando se trate de representar a la nación en la del Caribe, los aguiluchos tendrán que aprender a dejar un poco atrás el infantilismo.

domingo, 11 de mayo de 2014

Águilas Cibaeñas, campeones nacionales temporada 1985-86

Por Iván Ottenwalder

Galería de imágenes del campeonato que las Águilas Ciabeñas ganaron en la temporada 1985-86 ante los Tigres del Licey (4-1).

Fanáticos de AC celebran victoria.

















Cecilio Guante.



















Celebración en el camerino aguilucho.















Jugadores de las Águilas emocionados.











Dirigente Winston Llenas recibe trofeo de campeón.















Tony Peña.



















Todo era pura alegría.
































Hinchas de las Águilas preparando el ataud del tigre.















Kevin Mitchell, bateador de poder de la Águilas en la temporada 1985-86.



















Tony Peña y sus compañeros lo festejaron a lo grande.















Winston Llenas se retrató con sus familiares.

















FUENTE: Periódicos El Nacional, Última Hora y La Noticia, febrero del 1986.

sábado, 3 de mayo de 2014

Estrellas Orientales y su último campeonato. Al final nadie recordará la historia



En San Pedro de Macorís son menos los que tienen memoria de la última corona de las Estrellas Orientales. Muchos han muerto.


Por Iván Ottenwalder

Hace 46 años que las Estrellas Orientales, equipo de San Pedro de Macorís, no gana un campeonato de béisbol otoño-invernal. Cuando lo consiguieron por última vez, la noche del 14 de febrero de 1968, los niños que tenían 8 años de edad ahora tienen 54, los que contaban con 10 hoy suman 56, los de 15 hoy son de 61, los de 20 tienen 66 y los de 30 o más cuentan en este momento, si es que hay algunos vivos, con 76 y más edad.

Estamos hablando de que en San Pedro, una provincia al día de hoy con algo más de 290 mil habitantes, el segmento poblacional y aficionado al béisbol que vivió y recuerda aquel momento que su equipo se tituló campeón, corresponde al grupo de personas mayores de 54 años.

Mery “la peleona”, petromacorisana que reside en Santo Domingo y dueña de una cafetería ubicada en un edificio de oficinas del Estado, recuerda la alegría vivida en Macorís la noche del campeonato. “Cuando las Estrellas ganaron yo era una niña chiquita y andaba con una rama de un árbol ondeándola mientras pasaban los vehículos tocando bocina. Así estaba mucha gente”, relató en enero del 2011 ante un grupo de clientes.

Como ella, que pueden atestiguar de aquella hazaña, aún quedan miles en su pueblo natal y en todo el país, pero también es cierto que otros numerosos miles hace tiempo fallecieron. De los que quedan vivos muchos fueron al Estadio Tetelo Vargas el 14 de febrero del 68 a presenciar ese memorable partido de campeonato; otros lo escucharon por radio.

Analicemos ahora la edad que tendrá toda esa gente viva y lúcida mayor de 54 años dentro de 30. El de 54 tendrá 84, el de 61 tendrá 91, el de 65 contará con 95 y el de 70 con 100. Tomando como premisa la esperanza real de vida de los dominicanos, que es de 72 a 73 años, casi seguro que todos esos testigos habrán perecidos.

En una ocasión escuché a un amigo decir que “ser estrellita era ser más que un fanático”. Nada lejos de la realidad. A pesar de las frustraciones de niños, adolescentes y adultos que no han visto nunca ganar a su equipo, y los más mayores, que pueden contar la historia del último cetro, todos ellos, aficionados al fin, se sienten felizmente orgullosos de ser estrellitas. Esa frustración y tristeza solo puede ser superada y convertida en felicidad si las Estrellas logran conquistar la añorada corona. Si el “año verde” deja de ser una fantasía y pasa a un hecho real. Eso evitaría que los hoy adolescentes, mayores de veinte, treinta y cuarenta años mañana se vayan de este mundo sin haber visto campeonar a su equipo.

La novena beisbolera de Macorís tiene dos derroteros: o ganan cuanto antes el campeonato o prolongan, indefinidamente, su agonía perdedora. En caso de ocurrir lo último, no quedará una estirpe viviente que recuerde la historia de aquel febrero del 1968.