domingo, 21 de agosto de 2016

Estrellas Orientales: a 20 outs de ser campeonas en la contienda 1987-88 y a 24 en la 1999-2000.


Ambos escenarios ocurrieron en séptimos y decisivos partidos y jugando en la ruta. En el 1988 frente a los Leones del Escogido en el Estadio Quisqueya y en el 2000 contra las Águilas en el Estadio Cibao.


Por Iván Ottenwalder

Desde la consecución de su último campeonato en el béisbol dominicano en la campaña 1967-68 las Estrellas Orientales han disputado 12 series finales, todas con la mala fortuna de perderlas. Sin embargo, a pesar de aquella seguidilla de fracasos, en par de ocasiones los paquidermos se han visto comandando, aunque de manera fugaz, en el último choque del playoff final.

El 1 de febrero de 1988 el combinado de San Pedro de Macorís estuvo a 20 outs de titularse campeón de la pelota otoño – invernal dominicana, mientras que el 30 de enero del 2000, a 24. Ambos escenarios ocurrieron en séptimos y decisivos partidos y jugando en la ruta. En el 88 frente a los Leones del Escogido en el Estadio Quisqueya y en el 2000 contra las Águilas en el Estadio Cibao.

Aquellos momentos como ya se explicó fueron muy fugaces, apenas por una carrera de margen. Ventajas tan efímeras que en ambos escenarios los equipos locales les empataron y tomaron la delantera en las conclusiones del mismo inning.

A 20 outs de la corona en 1987-88

Mark Carreon deslizándose quieto en la segunda base.
En la serie final de aquel campeonato otoño-invernal pactado al mejor de un 7-4, los paquidermos aventajaban 3 juegos contra uno y solo necesitaban una victoria para titularse campeones y romper una sequía de 20 temporadas sin ganar la copa. Pero la noche del sábado 30 de enero en Santo Domingo, gracias al lanzador José Núñez, y la tarde del 31 en San Pedro de Macorís, por cortesía del pitcher José de León, los Leones del Escogido consiguieron par de triunfos e igualaron la serie 3-3, provocando un séptimo partido a disputarse en el Estadio Quisqueya, de Santo Domingo.

El 1 de febrero sería la decisión final. Estarían en juego la esperanza del Escogido de volver a campeonar, tras la obtención de su último cetro en la campaña 1982-83, y la de los Orientales, de consagrarse campeones veinte años después de haber obtenido su última corona (1967-68). La suerte y el talento estaban echados para el desafío aquella noche crucial.


Por las Estrellas lanzaría Adam Peterson (derecho) y por los Leones Brad Havens (zurdo), ambos estadounidenses. Durante la tarde de aquella cita con el destino llovió fuertemente en todo Santo Domingo, pero el agua cesó a eso de las seis, permitiendo que dos horas después se pudiera jugar béisbol.

El serpentinero del conjunto verde fue castigado en el cierre de la primera entrada con dos anotaciones y fue sustituido por Jeff Gray. Los de Macorís del Mar anotaron una en el inicio del segundo episodio y en el tercero marcaron dos y tomaron la delantera del encuentro, 3-2. Estas carreras del tercer inning se produjeron de la siguiente manera: Después de un out, Joe Orsulak pegó hit. Miguel Sabino también conectó inatrapable y el defensor del bosque derecho, Ralph Bryant, pifió la pelota y los corredores llegaron hasta  la tercera y segunda bases. Alfredo Griffin dio un toque magistral, inalcanzable para todo el infield, anotando Orsulak con la del empate, llegando Sabino a tercera y Griffin a la inicial. El dirigente de los rojos, Phil Regan, sustituyó al pitcher Havens por Bill Brennan, quien fue recibido con un imparable del bate de Mark Carreon, impulsando a Sabino con la tercera vuelta de los elefantes. Ese fue el único momento del partido en que las Estrellas Orientales estuvieron comandando. Los aficionados estrellistas, que eran muchos en el Quisqueya, enardecían de pura euforia; los escogidistas, ahora callaban …hasta que llegó el cierre del tercer episodio, cuando el ruido ensordecedor cambió de protagonismo.
 
Aquel épico inning inició cuando Nelson Liriano alcanzó la primera base. Aunque se había ponchado, al cátcher oriental Mark Parent se le escapó la bola, dándole tiempo al corredor de llegar quieto a la inicial. Juan Samuel falló de pitcher a primera y avanzó Liriano a segunda. Rufino Linares se embasó por infield hit al short stop y Liriano llegó a la tercera. Con los corredores en primera y segunda almohadillas el bateador zurdo Ralph Bryant disparó soberbio jonrón entre los jardines central y derecho que puso delante a su equipo 5 carreras por 3. El estadio capitalino, repleto a toda capacidad y con mayoría de fans escogidistas, era un pandemonio de alegría. El ánimo de los fanáticos de las Estrellas cambió radicalmente. Muchas caras preocupadas y con visos de depresión empezaban a reflejarse. Entre los jugadores de la escuadra que ahora estaba debajo en la pizarra se podían observar rostros tiesos.

Tristeza en el camerino oriental tras la derrota en el séptimo juego.
El fantasma de la fatalidad hacía su aparición entre la novena del elefante verde. Es verdad que la historia de esta franquicia por lo regular siempre ha estado marcada por una impronta traumática, pero esto era ya peor que un infierno. Primero, estar dominando la final 3-1, no poder ganar en el quinto juego, tampoco en el sexto disputado en su hogar, y ahora, perder la ventaja en el último choque. Pero lo más malo estaba por venir. Para colmo de los colmos el pitcher Brennan empezaba a afinar su brazo y a tornarse dominante. No pudieron aprovecharle una entrada en que le llenaron las bases con solo un out, pues apareció la doble matanza salvadora para los locales y frustrante para los visitantes.

En la octava entrada con el match ahora 6-3 los espectadores orientales, completamente desesperanzados y en silencio, abandonaban masivamente el estadio rumbo a San Pedro de Macorís.

Seis carreras contra tres. Así terminó el partido que coronó a los melenudos como los monarcas del béisbol dominicano.

A 24 outs de la corona en 1999-2000

Para la serie final de la estación 1999-2000, última del decenio de los 90 y de todo el siglo XX, las Estrellas de Oriente se clasificaron a la finalísima. Ya lo habían conseguido en la contienda 1991-92 y en la de 1995-96, ambas con rotundos fracasos, perdiendo la primera ante los Leones del Escogido (barrida de 4-0) y la segunda ante las Águilas Cibaeñas (4-1).
Las Estrellas Orientales ganaron el sexto juego y empataron la serie (3-3)

Históricamente a las Estrellas les ha ido pésimo en los enfrentamientos de series finales ante los Leones, quienes les han derrotado en seis ocasiones y tan solo han vencido a este verdugo en una sola oportunidad (el harto y mentado 1967-68). Ante las Águilas Cibaeñas se habían enfrentado tres veces en la finalísima, sucumbiendo en todas. Tanto el conjunto de la capital como el de Santiago se habían convertido en dos escollos en las aspiraciones de la escuadra verde.

El destino quiso que para la final 1999-2000 el adversario de los elefantes fuese el mismo conjunto que le había derrotado en 1974-75, en 1986-87 y 1995-96 y que para desgracia siempre terminaba coronándose campeón en Tetelo Vargas. Ese destino tenía un nombre y contra él tendrían que pelear: Águilas Cibaeñas.

En aquel recordado playoff final las Águilas, cuan depredadoras lo habían sido en el pasado contra sus oponentes, estuvieron liderando la serie 3-1. El quinto partido sería disputado el viernes 28 de enero en Santiago de los Caballeros. La pesadilla y el espanto no podían ser peores. Pero los jugadores de las Estrellas, a duro sufrimiento, pudieron ganar en entradas extras 7 carreras por 6 y mantenerse con vida.

El sábado 29 la serie retornó a San Pedro de Macorís y esta vez los Orientales evitaron la tragedia de perder el campeonato en casa. Derrotaron a las Águilas 6 vueltas por 3, empatando la final 3-3 y de paso, forzando a un séptimo y último juego, pero ahora en el hogar del verdugo: el Estadio Cibao de Santiago de los Caballeros.

Ya no importaba el dónde se jugara la decisión final, sino en derrotar al monstruo, al fantasma de la fatalidad, a 32 años de fracasos sin ganar una corona, a más de tres décadas de sufrimientos para toda una afición y sus nuevas generaciones que, estoica y valientemente, seguían apoyando a su equipo.

En San Pedro de Macorís la gente empezaba a creer en el imposible de los sueños, en las utopías de las utopías, en que sus adoradas Estrellas Orientales vencerían a las Águilas Cibaeñas y plasmarían uno de los capítulos más míticos y asombrosos del béisbol nacional.

Aquel compromiso con la historia se escenificaría el domingo 30 de enero del 2000 a las cuatro de la tarde. Miles y miles de los inseparables fans de las Estrellas enrumbaron para la principal ciudad cibaeña en autobuses, carros, camiones, yipetas o patanas. Si sus peloteros tenían la encomienda de devolverles la felicidad como aficionados, estos al menos tenían el compromiso de no dejarles solos, sino acompañarles, vitorearles y apoyarles.

Aunque el público que colmó el Estadio Cibao era aplastantemente aguilucho, la bulla de la afición oriental se dejaba sentir. Ampliación, palco y preferencia del lado izquierdo contaban con numerosos hinchas estrellistas.

Los veteranos Josías Manzanillo, por Macorís, y Fernando Hernández, por Santiago, fueron los pitchers abridores.

En la primera entrada ambos conjuntos se fueron en blanco. En el segundo episodio los elefantes anotaron una, despertando las esperanzas de toda su hinchada, la que asistió al estadio y la que se quedó en San Pedro siguiendo las incidencias del encuentro por televisión y radio. Dicha anotación se produjo así: bases en bolas a Héctor Roa y al prospecto Abraham Núñez. Luego, el veterano Manny Alexander, con la misión de tocar, no pudo mover los corredores ya que la bola le quedó cerca al cátcher Alberto Castillo quien lanzó a tercera donde forzaron de out a Roa. Pablo Ozuna conectó una rolata a las manos del intermedista quien tiró al short stop Miguel Tejada para forzar de out al jugador que corría desde la primera. Tejada, en intento de completar la doble matanza, lanzó un poco alto al inicialista J.R. Phillips, quien dejó escapar la pelota, dándole tiempo a Abraham Núñez para anotar la carrera. Fue la única anotación de ese inning que puso a las Estrellas a 24 outs de campeonar. Pero faltaba mucho por jugar.

En el cierre del segundo capítulo fue la fanaticada amarilla la que vibró de emoción cuando los dueños de casa marcaron dos anotaciones. Mario Encarnación conectó soberbio cuadrangular sobre la valla izquierda que igualó las acciones (1-1). Alberto Castillo disparó doblete al jardín izquierdo y luego Félix Martínez hit al cuadro, colocando hombres en tercera y primera. El dirigente de los verdes, Alfredo Griffin, retiró del montículo a Manzanillo y trajo a lanzar a Chris Michalak. El refuerzo Darrell  Sherman elevó fly al bosque central y Castillo aprovechó para anotar desde tercera la segunda carrera aguilucha. Esas fueron las únicas vueltas del episodio por los amarillos.
 
El marcador se mantuvo inalterable hasta el final. Sin embargo fueron mayores las amenazas de las Estrellas por anotar que las de sus oponentes. Hubo entradas donde dejaron dos o tres corredores en posición de anotar. Pegaban batazos bien conectados pero de frente o cercano a las manos de los defensores aguiluchos. En fin, varios momentos desaprovechados.

En el inicio del noveno los paquidermos salieron a batear su última oportunidad. El estelar cerrador aguilucho Antonio Alfonseca tenía en sus manos el compromiso de sacarle cero a las Estrellas y ganar el campeonato para su escuadra. Inició ponchando a Pablo Ozuna. Dominó de short a primera a César Devárez. El estadio era un total pandemonio. Los fans esperaban el último out para la celebración, pero aún faltaba realizarlo. Adrián Beltré conectó una rolata lenta por el campo corto, el defensor Miguel Tejada lanzó rápido a la inicial, pero el corredor llegó quieto gracias a un extraordinario deslizamiento en esa almohadilla. En el turno de Desi Wilson descansaban ahora las ilusiones de sus compañeros de conjunto. No los defraudó. En conteo de dos bolas y dos strikes disparó un soberbio doble entre los prados central y derecho, anotando Beltré la raya del empate (2-2). Los jugadores de las Estrellas salieron raudos del camerino a brincar y festejar como si hubiesen ganado la corona, incluyendo su presidente Manuel “Tete”, Antún, quien parecía un eufórico maniático. Algunos integrantes del equipo bañaron con cervezas a otros, y todo apenas por un empate.

El partidazo no era apto para personas impulsivas ni depresivas. Tras el empate, se podrían observar rostros angustiados y rígidos entre la mayoría del público aguilucho. Pero ese drama no duraría mucho tiempo.

En la conclusión del noveno acto las Águilas salieron dispuestas a dar lo mejor que podían. Si era posible, no el cien, sino hasta el quiniento por ciento. Sus adversarios les habían demostrado que no estaban en planes de rendirse.

La entrada comenzó con sencillo de Diony César al prado derecho, ante los envíos del veterano serpentinero Julián “Satanás” Heredia. Alberto Castillo fue ponchado. El mánager de las Estrellas sustituyó a Heredia y trajo a lanzar al importado Kelly Wunsch. El dirigente aguilucho, Tony Peña, trajo a un corredor emergente en lugar de César. Su nombre, Patricio Claudio.

El nuevo lanzador oriental tenía la encomienda de evitar a toda costa que las Águilas anotaran y los dejaran en el terreno. Éste, en un intento de sorprender a Claudio, que se había despegado bastante de la primera base, hizo un mal disparo al inicialista Héctor Roa, botando la bola y permitiendo que el corredor aguilucho llegara, no tan solo a la segunda, sino a la tercera almohadilla. Félix Martínez fue boleado intencionalmente con el objetivo de colocar corredores en primera y tercera para tratar de buscar el doble play con el siguiente bateador. Para desgracia de los paquidermos esto no ocurrió. Darrell Sherman bateó elevado al jardín central que permitió que el veloz Claudio anotara desde tercera la carrera que coronó campeonas por 15° ocasión en su historia a las Águilas del Cibao. El parque de béisbol era una absoluta algazara, la tensión se había ido y la fanaticada cibaeña lo festejó lanzándose al terreno de juego. Santiago de los Caballeros no dormiría esa noche y la fiesta de celebración se extendió por varios días. Para la Estrellas el campeonato tendría que esperar una vez más.

Los Orientales simplemente no supieron capitalizar varios momentos importantes que se les presentaron durante el partido. No fueron capaces de  rematar a un Fernando Hernández que se mostró titubeante en las primeras tres entradas, aunque luego afinó su control. No pegaron el batazo oportuno cuando colocaron hombres en segunda y tercera en diferentes innings. No produjeron carreras cuando llenaron las bases con solo un out en el octavo capítulo. No aprovecharon el haber disparado más hits, 7 a 6, y cometido menos errores que sus contrarios, 2 contra 5. El desaprovechamiento le pasó la trágica cuenta al final.



 Fuentes: Periódicos El Nacional, Última Hora, Listín Diario y Hoy, enero del 2000.

1 comentario:

  1. Iván me podrías decir cómo pasaron los otros cuatro juegos en Score , por favor

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