sábado, 9 de octubre de 2021

Los años caóticos de Dominicana de Aviación; episodios de viajes aéreos

No fueron pocos, quizás la mayoría, los dominicanos que por primera vez viajaron en avión gracias a Dominicana de Aviación, empresa nacida en el conservadurismo de la dictadura de Trujillo (1944) y, que dejó de volar para siempre jamás en 1995, postrimería de otro gobierno conservador, como fue el de Joaquín Balaguer (1986-1996)

Por Iván Ottenwalder

Desde niño siempre me ha fascinado volar en avión. Anhelaba con pasión, durante aquel primer lustro de los años 90 del siglo pasado, la llegada de los diciembres. Sin embargo, mi primer viaje a bordo de una aeronave, ocurrió durante el inicio de otoño de 1988.

Me tocó ser pasajero ya en el ocaso de Dominicana de Aviación, antigua línea aérea estatal de la República Dominicana que cayó en la bancarrota por el año 95.

Aquella compañía aérea, últimamente, destacaba por los retrasos en sus vuelos. Sus demoras, de largas horas y hasta un día completo, significaban una constante pesadilla para sus fieles viajeros. Y cierto, eran fieles, ya fuese por el precio económico de sus boletos o, simplemente, por amor a la Línea Bandera Nacional.


No fueron pocos, quizás la mayoría, los dominicanos que por primera vez viajaron en avión gracias a Dominicana de Aviación, empresa nacida en el conservadurismo de la dictadura de Trujillo (1944) y, que dejó de volar para siempre jamás en 1995, postrimería de otro gobierno conservador, como fue el de Joaquín Balaguer (1986-1996).

El vuelo otoñal del 88, junto a mi madre, salió puntual a las 11 de la mañana. Los impuntuales fueron los de diciembre de 1990 y 1992. La historia es digna de relato.

Diciembre de 1990

El maltrecho matrimonio de mis padres iba de mal en peor. Apenas conversaban lo meramente necesario, pero ni siquiera dormían juntos. Entre ellos primaba el respeto. Ella lo había dejado de querer paulatinamente desde 1986; él, aunque a su manera, sin galanterías ni muchos detalles todavía la amaba. Mi padre la quería al estilo hombre fiel y serio, sin ser expresivo ni comunicativo. También hubo incompatibilidad de caracteres: el temperamento soñador y alegre de ella contra el apagado, inexpresivo y de recogimiento en el hogar de él. Él era y ha sido siempre un hombre honrado, trabajador, pero alicorto de ambiciones.

Para mediados de diciembre de 1990 ella había decidido, firmemente, disfrutar la nochebuena y año nuevo en Miami, junto a su madre Fineta (mi abuela) y un par de hermanos (mis tíos) que residían, uno en aquella cosmopolita estadounidense, y el otro, en New York, y que estaría en Florida para esas navidades.

Paralelamente a su plan también se motivó Yolanda Checo, una tía política casada con mi tío Luis Núñez, ambos con domicilio en Santiago de los Caballeros.

Tomada la decisión, mi progenitora decidió llevarme consigo; lo mismo hizo Yolanda llevándose a dos de sus hijos, Emilia María y Alejandro Luis. Su marido y el pequeño Luis Emilio se quedarían en Santiago ya que la plata no alcanzaba tanto.

Partiríamos, desde el Aeropuerto Internacional Las Américas, a bordo de Dominicana de Aviación, la flamante e histórica Línea Bandera Nacional, como rezaba su eslogan.

El vuelo estaba supuesto a despegar a las diez de la mañana, pero se retrasó; eso nos dijeron en el área de recepción de equipajes donde depositamos las maletas. Tendríamos que esperar a las seis de la tarde, para abordar un aeroplano, que nos transportaría a Miami, Florida.


Llovieron los desesperos y quejas entre casi todos los viajeros de la aerolínea dominicana, sacando en cara, y con toda la razón el dinero que habían gastado por el boleto de viaje, y la impuntualidad de la compañía que ciertamente les afectaba. La cola del check-in counter de Dominicana de Aviación era un mar agitado de voces enfurecidas.

Lo hecho hecho estaba y no valdría la pena atormentarse durante las siguientes ocho horas. Yolanda y sus críos así como mi madre y yo, decidimos tomar las cosas con calma, convertir esa larga espera en un momento agradable y llevadero.

A las 12 meridiano nos picó el hambre y fuimos a almorzar comida criolla al restaurante del aeropuerto. Luego visitamos varias tiendas, sin comprar nada, solo a ver, tal como puros observadores. Nos retirábamos, y a ratos, nos sentábamos a descansar, conversar de esto o aquello. Llegada las 4:30 p.m. cruzamos la puerta de migración, pasamos por el chequeo de inspección y nos encaminamos a la sala de espera, repleta de pasajeros. Allí esperamos, hasta las 5:40 p.m., momento en que una voz femenina, empleada de la aerolínea, nos indicó que hiciéramos la cola para el abordaje del avión que nos transportaría a Miami. Emilia y Alejandro no podían contener la emoción; era la primera vez que volarían en avión y viajarían a los Estados Unidos. Su madre, también vivía la misma experiencia. En mi caso, sería el tercer viaje. Además del primero, realizado en el 88, también había ido a San Juan (Puerto Rico), en noviembre del 89. Mi progenitora ya tenía muchas horas de vuelo y había perdido la cuenta de todos sus periplos.

Poco después de los viajeros haber ocupado sus asientos y prestar atención a las orientaciones de seguridad, a cargo del personal competente, incluyendo aquella sobre el hipotético pero indeseado caso de emergencia, el avión se puso en marcha y, finalmente, despegó en pocos minutos.

La nave tocó suelo miamense alrededor de las nueve de la noche.

Diciembre de 1992

En el verano de 1992 quedó sellado, mediante papeles legales, el divorcio de mis padres. Para el otoño mi madre y yo nos mudamos de barrio. Ella alquiló un piso de tres habitaciones en El Millón. Y tuvo que ser de tres porque la sirvienta se fue a vivir con nosotros y necesitaría su dormitorio aparte.

En la casa número 13 de la Jesús Salvador del barrio Los Maestros, se quedaron mi padre y hermano Carlos.

Para diciembre de 1992, al igual como hicimos en el 91, mi madre y yo volaríamos a Miami, Florida. Para la ocasión, Luis Núñez y Luis Emilio, que no pudieron viajar en el 90, harían el viaje en familia junto a Yolanda, Emilia y Alejandro. Ellos, por el Aeropuerto Internacional Gregorio Luperón, en Puerto Plata, y nosotros, por el Internacional Las Américas.

Mi madre y yo llegamos temprano al aeropuerto, a las nueve de la mañana. Nos recibieron los equipajes en el check-in, y también nos dieron la mala nueva, de que el vuelo de Dominicana, supuesto a despegar a las 11:00 a.m., lo haría a las tres la tarde. Las quejas no se hicieron esperar. Los pasajeros, boletos en manos, empezaron a sacar en cara el sacrificio, el ahorro de todo un año o préstamo tomado para adquirirlos, para que al final “¡nos hagan esta vaina, coño!”. Unos lamentaban no haber comprado sus tickets en American Airlines, mientras otros, juraban no volver a viajar por Dominicana de Aviación. Protestas iban y venían pero ya nada se resolvería.

Paralelamente, desde el Gregorio Luperón, Luis, Yolanda y sus críos, que también tenían pautado volar temprano en la mañana, fueron víctimas del retraso.

A las doce y treinta del mediodía, mi madre y yo subimos a almorzar al restaurante, mientras mirábamos, por la gigantesca ventana de cristal, los aterrizajes y despegues de muchos aviones. Ninguno era el nuestro.

Saciado el apetito, reposamos una hora. A eso de las 2:00 p.m., caminamos al área de chequeo de la aerolínea. Preguntamos si la nave de vuelo ya estaba lista. La respuesta fue negativa. Nos contaron que el asunto era para las siete de la noche. No hubo de otra que apostar a la calma, no íbamos a tirar los pasajes al hoyo del retrete y jalar de la cadena.


Anduvimos dos horas visitando tiendas. Mi madre compró una revista y se sentó a leer. En aquel entonces yo aún no había desarrollado el hábito de la lectura con la asiduidad que luego adquirí a finales del 98. El tiempo corrió y, a las cinco de la tarde, cruzamos la puerta de migración. En unos minutos ya estábamos en la sala de espera …de una larga espera que se prolongaría más, debido a que no tuvimos avión para partir a las siete.

Nos encontramos con un cubano a quien habíamos visto y entablado conversación en horas de la mañana. Un señor, seguro no mayor de 40 años y que también viajaría en Dominicana, en el mismo vuelo que nosotros. Otro de los tantos afectados condenado a llegar tarde, muy tarde.

Conversamos un poco con aquel caballero. Mi madre le contaba sobre nuestra familia en Miami y él acerca de su esposa y hermano en Tampa, otra ciudad floridense. Se trataba de un exiliado salido de Cuba hacía menos de dos años que también tenía un pariente en Santo Domingo.

De vez en cuando mi madre, tal como lo venía intentado desde hacía horas, telefoneaba desde su celular a la casa de su hermano, en Santiago, para averiguar si éste, su esposa e hijos habían llegado a Miami. La trabajadora doméstica de la familia Núñez Checo siempre le respondía “ellos están en Miami”. Mi progenitora, ya a las ocho de la noche, en otro intento desesperado le preguntó: “¿pero ellos la llamaron para informarle que ya estaban en Miami?” La sirvienta se sinceró. Le dijo que no habían hecho ninguna llamada. Mi madre no sabía que pensar, si se les había retrasado el avión o había ocurrido algo que, lo mejor sería ni pensarlo.

A las nueve, a través de la ventana de cristal vimos el arribo de un Boeing. Era de la línea aérea. Pero al rato de desmontarse todos los viajeros, la nave, de un color achocolatado fue transportada a un taller de reparación del mismo aeropuerto. “Esto va para más largo”, nos dijo el cubano, quien se paró un rato para ir al cafetín. Tenía que complacer a su hambriento estómago. Poco después, mi madre también hizo lo mismo. Compró dos sándwiches crudos de jamón y queso. “Toma, tienes que comer”, me entregó uno.

Arreciaron las quejas de los ansiosos y afectados pasajeros que habían perdido prácticamente el día completo. Críticas a la aerolínea, al Gobierno, al presidente Joaquín Balaguer y, hasta Yaqui Núñez del Risco, prestigioso comunicador social de nuestra nación, que había defendido a Dominicana de Aviación semanas atrás, catalogando de “infundadas” las quejas de los viajeros y los comentarios de algunos periodistas, llevó lo suyo en ese momento sin darse cuenta.

Una dominicana, pasada de los cincuenta años, exclamó en perfecto espanglish: “Yo amo mi país, pero I´m sorry Dominican Republic, llevo 25 años viviendo en California y de allá no me saca nadie”. Un señor de más de sesenta ya había comprado hacía poco un ticket de American Airlines porque “yo, no me voy en uno de esos avione de este paí, no señor”. Otra confesó que tenía 30 años sin ver a su padre y que ya esperaría “porque el que espera lo mucho, también puede esperar lo poco”.

Seguía tronando el descontento a la vez que transcurría el tiempo. Entonces, el reloj marcó la una de la madrugada. Ya era otro día y otro avión acaba de llegar. Pero, ¿algún problema? Sí, uno de esos que le hacen perder la chaveta a cualquiera.

El aeroplano que acababa de arribar debió haber aterrizado en el Gregorio Luperón de Puerto Plata, pero, según reveló la aerolínea, las luces de la pista de aterrizaje y despegue de aquel aeropuerto, se habían dañado. Por eso aquel avión ahora descansaba en Las Américas. Por eso los hombres y mujeres allí dentro, todos residentes en el Cibao, no querían salir y se negaban como fieras. En Puerto Plata tendrían a sus amigos y familiares que les recogerían; en Santo Domingo, a nadie.

Hubo que recurrir a un personal militarizado para sacarlos. Los viajeros de aquella aeronave que bien pudo haber sido luego la nuestra, salieron, pero antes, sembraron la destrucción. Malograron asientos, quebraron ventanillas y dañaron luces y conductos del aire acondicionado. El interior de ese avión quedó patas para arriba. Afortunadamente, se pudo llegar a un acuerdo, al transportar a los pasajeros norteños a un hotel, donde pernoctarían y, a las diez de la mañana, serían llevados, en cómodos buses, a Puerto Plata.

Los relojes, no importa si análogos o digitales seguían corriendo. A las dos y treinta de la madrugada, un capitán de Dominicana, a través de un altoparlante, nos avisaba de que por fin estaba listo el avión y era hora de abordarlo. Sí, había llegado el momento de abordar la aeronave color chocolate, apodada como el Milky Way. Aquel mismo Boeing, llegado a las nueve de la noche, y que fue llevado al taller de reparación, donde duró cinco horas por un pequeño –no sabemos si fue del todo así- desperfecto, se encontraba ahora listo para partir.

Una retahíla de preguntas arropó al capitán: qué si el avión había quedado bien reparado, qué si era del todo seguro volar en esa máquina, que si esto que si aquello. Él que sí, “esa aeronave ha sido reparada, por mecánicos que saben lo que hacen y es completamente seguro volar en ella”. Mi mamá, también quiso hacer las veces de pasajera-reportera. “Señor, disculpe, ¿pero usted cree que es muy segura? Mire que tengo miedo de un accidente, ay yo no sé, pero díganos la verdad, por favor”. Y el capitán: “el avión está en óptimas condiciones señora, ya lo otro serían cosas de Dios, que estoy seguro no permitirá que nos pase una tragedia en el aire”.

Asombrosamente, nadie desestimó de sus intenciones de viajar. Todos hicimos la cola, mostramos nuestras boletas y fuimos ordenadamente entrando al Boeing. Finalmente, la nave tomó vuelo a las 3:00 a.m.

Las dos horas y veinticinco minutos de viaje, fueron calmosas, maravillosas y placenteras. El avión, había superado con éxito la prueba de reparación. A las 5:25 de la mañana, aterrizamos en la pista del Aeropuerto Internacional de Miami. Pasajeros y tripulantes aplaudimos con júbilo.

Tras el chequeo por el área de inmigración, la recogida de nuestras maletas y, finalmente, la aduana, mi tío y hermano de madre, Juan Omar Núñez, nos recibía en la zona de espera de pasajeros. Tomó nuestras valijas, y le acompañamos hasta donde tenía su carro aparcado. Lo encendió y enrumbamos hasta el precioso residencial donde vivía mi abuela, en el condado de Davis.

Mi tío nos contó que Luis y Yolanda se habían comunicado con él, que no hubo vuelo para traerlos a Miami, que la aerolínea los hospedó en un hotel y que hoy, a las once de la mañana, llegarían. “Todos están bien, sus niños por igual; Rossy y yo pasaremos a recogerlos. Ya tú sabes Marisol, volver para acá orita. Así es la vida, pero por mi familia, doy el alma”, nos informó.

En efecto, a las once de la mañana, Luis, Yolanda y los críos arribaron a suelo miamense y, alrededor de las 12:30 p.m. estaban en casa de abuela Fineta. Nos abrazamos y platicamos largo y tendido sobre lo vivido en los aeropuertos el día anterior. Nos reímos de todo lo ocurrido sin visos de enojo. Era el mes de la Navidad; no había espacio para la angustia.

Un año después

Para diciembre de 1993 volvería a Miami. Otra vez por Dominicana de Aviación.

Aquella vez viajé solo ya que mi madre decidió quedarse en casa. El vuelo salió justo a la hora, puntualmente a las once de la mañana. Pude defenderme muy bien, tanto en el aeropuerto de aquí y de allá.

Para ser mi primer viaje en solitario, y último por la longeva línea aérea, no estuve mal.

sábado, 11 de septiembre de 2021

Scrabble en República Dominicana: Guillermo me ha vencido al mejor de un 5-3

Ganó tres partidas; el autor esta crónica, dos

Por Iván Ottenwalder

El último sábado de agosto fue un 28, número de los locos, acorde a la superstición y numerología dominicana. La creencia surgió a raíz de la construcción del hospital psiquiátrico Rodolfo de la Cruz Lora en el kilómetro 28 de la autopista Duarte durante los años de la férrea dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961). Debido a que en aquel hospital se encontraban internos de forma permanente los enfermos mentales (orates) desahuciados por la psiquiatría, la mayoría de los dominicanos se dio a la costumbre de definir el 28 como “el número de los locos”. Ese centro de salud, ubicado en el mismo lugar, lleva hoy por nombre Hospital Psiquiátrico Padre Billini. 

Aquel sábado, que desconozco si trajo algo de locura para algunos de mis paisanos, sí trajo de especial para mí: una larga y emocionante jornada matutino – vespertina de scrabble, escenificada contra mi apreciable amigo y respetado rival Guillermo Bodden.

Previo a la jornada recreativa, cercano a las nueve y treinta de la mañana, salí a caminar hasta la esquina, donde confluyen las avenidas Bolívar y Caonabo, directamente hacia la estantería de los periódicos. Para mi sorpresa me encontré con Guillermo quien caminaba en ruta opuesta, rumbo hacia mi apartamento. “Dímelo, cómo te va. Ven y acompáñame a comprar el periódico, es allí en la esquina”. Al llegar allí, como siempre, estaba la muchacha mulata, a cargo de la venta de los diarios. Le compré el Hoy y el Listín Diario. Mi adversario y yo, caminamos, hacia mi morada.

Una vez en casa, preparamos la mesa del área de comedor, desplegamos el tablero, la bolsa de fichas, atriles y la hoja de anotación que, como siempre, era yo quien la llenaba.

Poco después de las 10.00 a.m., dimos inicio a la primera de las batallas.

Primera partida

Por lo regular el mayor deseo de todo jugador, no importa deporte o pasatiempo alguno, es arrancar con buen pie, a todo vapor. Así fue mi inicio en este primer desafío. Unos contundentes REPRIMA (74), ZALLA (66), OVOIDES (84) y AMASADA (64), en mis primeros cuatro turnos, me colocaron bien rápido en delantera, 298 – 122. Aventajaba, por 176 tantos.

Me había confiado demasiado, talvez me creí ganador antes de tiempo. Cometí la torpeza de bajar la guardia y no apretar la muñeca; en lugar de seguir apostando a jugadas de mucho puntajes, cortas o largas, opté por vocablos de pocos valores numéricos con el objetivo de mejorar el atril, estrategia que no salió bien. Pude haber apelado a uno o, si se quiere, hasta dos cambios estratégicos con tal de pillar mejores letras, incluyendo algunas de altos valores puntuales que luego pudiese optimizar a mi favor y en contra de mi oponente que ya venía de menos a más.  


La abismal desventaja tempranera no desmotivó a mi digno rival. El 122 – 298 jamás lo amilanó. Con unas garras admirables fue descontado y, asombrosamente, gracias a: ZETA (39), RETOMADA (76), SERRUCHADA (80), CALAÑA (31) y JU (32) le dio vueltas al marcador, 387-365. Nunca más recuperé la cima.

OX (36), otra de sus cortas valiosas, lo adelantó aún más, 423-365. Ya se nos venía encima la recta final y todavía quedaba la Q en el bolso. En situaciones como esa nadie desea quedársela, por eso, ambos apostamos al ritmo conservador. El juego bajó su intensidad, los puntajes de sus jugadas y las mías degeneraron en lo pírrico.  El momento era comprensible. Él seguía arriba, 442-399, el instante le beneficiaba. Para fortuna, cuando le salió la Q ya hacía ratos contaba con una valiosa U en su acomodador, lo que le facilitó el panorama para colocar TIQUE (10). Mi respuesta fue BISE (21) y me acerqué 420-452. Él se deshizo de dos letras que brotaron poca PUS (05); yo reí con JU (15) y él dijo VEN (06). Mi última esperanza fue ID de 14 tantos, pero de igual manera me quedé corto, 449-463. Sumé un punto del descuento de su atril, pero ya la victoria era suya, 462-450.

El ganador bonificó tres veces: ENDORSÓ (92), RETOMADA (76) y SERRUCHADA (80). Entre sus pequeñas gigantes destacaron ZETA (39), CALAÑA (31), JU (32) y OX (36). Mis bonus fueron REPRIMA (74), OVOIDES (84) y AMASADA (64); la única corta valiosa ZALLA (66).

Segunda partida

Hay lecciones que quedan aprendidas. Eso me quedó claro tras la derrota en el primer match. En el segundo también empecé a toda velocidad, con jugadas de altos valores como ASEASEN (77), TECLADOS (72) y DIJO (59), que me pusieron en ventaja 214 – 153. No bajé el ritmo, todo lo contrario, lo mantuve consistente. ODA (24), CORRAS (28), BORRE (26) y un contundente MENEARA (73) me afincaron en la cima 365 – 192. Jamás me alcanzó Bodden, a quien nunca di tregua. Iba por más con: SUMID (27), HIÑA (63) y REFUTAN (77). Me alejaba de manera estratosférica y aferraba al timón, 532 – 391. No fue puro azar, supe cambiar cuando era necesario (cuatro cambios en total). Me equivoqué de vocablo en dos ocasiones, lo que fue bien objetado por mi adversario, pero, la inteligencia aplicada pesó más que mis errores. Por eso muchos expertos solemos hablar de los márgenes de maniobra. Mi contendor tuvo que conformarse con verme ganar con apabullante score de 565 – 412.


Mis cuatro bonus fueron ASEASEN (77), TECLADOS (72), MENEARA (73) y REFUTAN (77). Las cortas mejor valoradas DIJO (59), HIÑA (63), CORRAS (28) y SUMID (27). Mi contendiente puso tres bingos. Estos fueron SELECTOS (74), CÁNIDOS (67) y RECLINEN (70). Sus cortos de más puntajes CHIP (32) y REY (39).

Tercera partida

En un lento arranque, marcado por cambios y errores de ambas partes, apenas me vi al frente una sola vez, 87-42. Después vino su recio ataque, gracias a jugadas de mucho valor como DESANILLO (96), QUEMASE (26), APODERAD (83) y AMOLARES (68). Ya estaba muy arriba, 325 a 193. Más tarde se me alejó 400 a 298. En recta final, con los cortos PIRREN (45) y SOCAZ (32) amagué y asusté, descontando ventaja 375 – 415. Pero vino su contragolpe, TRIPLICA (36), en zona triplera superior izquierda, matando mis esperanzas de remontada y triunfo. Con la anotación 451 – 375 ya todo estaba definido. Jugué TACHA (18) y él terminó con NACÍA (13). Sumaba tres puntos de mi atril y se llevaba la contienda, 467 – 390.

Solo bonifiqué dos veces, cortesía de TOREASTE (77) y JODIERAN (84). Mis cortas letales fueron ANEXOS (63), PIRREN (45) y SOCAZ (32). El vencedor tuvo a DESANILLO (96), APODERAD (83) y AMOLARES (68) como sus tres bingos. Sus cortas de más valor fueron DOPE (32), FASES (33) y TRIPLICA (36).


Cuarta partida

Las más dramática de todas las batallas, sobre todo por su final, fue la cuarta. Los acontecimientos, sin dudas, son dignos de la más detallada narración.

Como en el match anterior, el inicio de este estuvo caracterizado por algunos cambios de fichas y errores de ambas partes. Hasta la séptima jugada el marcador se hallaba 99 a 89, favoreciéndome. Con RAUDALES (80) me favoreció más, 179-89. Su respuesta, ASEASEN (63), lo acercaría, 152-179. GIRADOS de 79 me alejaba de nuevo, 258-152, pero ECHADOS de 39 lo mantenía en pelea, 191-258. Con QUÍO (24) y EVO (26) me acomodaba bastante, 308-191. Pocos turnos después, con ENGARRÓ (45), aún seguía liderando con holgura, 367 – 234. Bodden no estaba del todo liquidado. En su atril había jugada para bono, la cual tuvo espacio en el tablero, para unos no tan PRECARIOS 89 tantos. Se acercaba, 323-367. La distancia se achicaba a tan solo 44 puntos. El momento de la curva final se aproximaba.

Jugué OX (18) y él BUM (07). La partida se hallaba 385-330, aún comandaba. De nuevo mi turno. Cambio fichas porque algunas de mi atril me perjudicaban; no podía tirar este duelo por el inodoro. Mi oponente coloca un PLAZO de 16; yo apenas un DEL de 4, pero en zona triplera superior céntrica, para negarle la posibilidad de un bonus que le permitiera remontar. De igual manera, mi oponente se las ingenió para remontar por otro lado. Vio que SUDANTE (77) cabía por algún espacio y lo colgó. Viraba la pizarra, 423-389. Ahora la presión estaba de mi lado. Ya no quedaba nada en la bolsa. Guillermo tomó las últimas tres letras que quedaban. Llegaba mi now or never, ese tipo de momento, en el que puedes quedar como idiota o como héroe. Mi acomodador tenía siete buenas fichas, una de ellas comodín (R E T E I A *), solo era cuestión de mirar bien el tablero y buscar el dónde y cómo colocarlas. No podía permitirme echar el asunto a perder. Tras unos pocos segundos por fin se me prendió el foco. Tenía el bingo para ganar. ¿Dónde? En las coordenadas L1. ¿Cómo? Colocando la palabra RETENÍAN, aprovechando una N de puente, que había puesto Bodden cuando jugó SUDANTE en forma vertical en su turno anterior. Mi comodín, haría la función de la última N. Pues, finalmente con RETENÍAN, ganaba la partida. Sumé doce puntos del descuento de mi adversario. El resultado: 467 – 411.

RAUDALES (80), GIRADOS (79) y RETENÍAN (66) fueron mis tres bingos. Mis cortas asesinas AHÓ (31) y ENGARRÓ (45). Guillermo tuvo igual número de bonificaciones con ASEASEN (63), PRECARIOS (89) y SUDANTE (77). Sus pequeñas mejor puntuadas ECHADOS (39), LAZO (33) y ALEJÓ (28).

Quinta partida 

Ya las manecillas del reloj marcaban las seis de la tarde. Este sería el último combate. Ambos teníamos dos victorias.

Este último match no se quedaría corto en emoción pero jamás superaría al anterior. Al inicio todo fue un toma y daca. La ventaja solía cambiar de protagonista de un momento a otro. Podía verme arriba 44 a 32 y luego abajo 44-64. Con un BANDEREO (89) de sus letras Bodden se afianzaba por poco tiempo (153-44) hasta que yo contratacara con ASAETEAN (78) y ESCAMÁIS (65), y cogiera la cima (187-153). Con VAHE (41) me apeaba del mando (194-187) pero volvía a contraatacar, esta vez con ASOLEARON (61), que me ubicaba al frente (248-194). TINTINEA (64) lo situó en la cúspide, 258-248; NUÑO (33) me devolvió el timón (281-258). Con tres de sus letras se hizo la LUZ (54). Tomaba la delantera, 312 a 281.

Ya la partida entraba en calor. QUI (09) me acercaba (290-312) pero GRIPO (10) lo mantenía arriba (322-290). Con LARDEE (24) amagué de nuevo (314-322); MORES (21) lo adelantaba un poco más (343-314). Hice un cambio. Mi oponente cuelga HE (31) y se aleja más (374-314). ACOPEN (33) es mi respuesta (347-374). Él cambia y aprovecho para un FI de 13 que me acerca peligrosamente, 360-374. DA solo le dio tres (377-360). YAL me dio seis (366-377). Estamos en el trecho final, no hay márgenes para errores.


Es su turno. Juega XI (38), apremiante para él pero demoledor para mí. La anotación, 415 – 366. Coloco GUAS (13) y aún sigo abajo (379-415). MUDES (27) es otro balde de agua fría (442-379). Una jugada no tan BELLA, de 15 tantos, es lo único que puedo dar (394-442). Bodden termina el duelo, con DO (3). Añade un puntito de mi descuento. Triunfa (446-393).

El ganador colgó dos scrabbles: BANDEREO (89) y TINTINEA (64). Sus cortas letales fueron CHORROS (32), JO (32), VAHE (41), LUZ (54), HE (31), XI (38) y MUDES (27). De mi parte hubo tres bonos: ASAETEAN (78), ESCAMÁIS (65) y ASOLEARON (61). Mis mejores cortos CHUECO (32), NUÑO (33), LARDEE (24) y ACOPEN (33).

Estadísticas finales

Ganadas y perdidas:
Iván Ottenwalder 2-3; Guillermo Bodden 3-2
Puntos por partida (PPP)
Iván Ottenwalder 453; Guillermo Bodden 439.6
Scrabbles por partida (SPP)
Iván Ottenwalder 3; Guillermo Bodden 2.8

Curiosidades

Aunque Guillermo ganó la serie (3-2) pude superarlo en promedio de puntos por partidas (453 contra 439.6) y en bonus por partidas (3 frente a 2.8). Estas son las cosas que pueden ocurrir en un juego como las palabras cruzadas.

miércoles, 18 de agosto de 2021

Del CEDI al San Juan Bautista, decisión que me valió la pena

A pesar del desastroso y vergonzoso año lectivo 1993-94, tengo que admitir que, con el ISAJUBA gané más de lo que perdí. Gané en gramática, redacción y lectura comprensiva.

Hice muchas amistades en el San Juan, pero, al día de hoy, es mucho más lo que comparto, en lo presencial y virtual con los antiguos chicos CEDI.


Por Iván Ottenwalder

Cada decisión que se tome, desde la más simple hasta la más arriesgada, ha de traer consecuencias, nuevas experiencias de vida, éxitos y fracasos, sorpresas, que pueden marcar o no nuestro destino.

Imaginemos por un momento un entramado de carreteras que, aunque todas se entrecruzan entre sí, cada una de manera independiente te lleva a un destino distinto. Pues así son las decisiones, como todas esas autovías que, durante nuestra existencia, decidimos escoger, por la razón que fuese.

Casi siempre solemos tomar una decisión X o Y en función de que las cosas nos salgan bien, obvio, no para que salgan mal, pues, como consabido entendemos, que las decisiones mal analizadas al final terminarán en descalabro. Sin embargo, puede darse una situación en que la decisión mal analizada, o pobremente argumentada, termine resultando acertada, y productivamente exitosa, a la corta, mediana o larga. ¿De verdad qué es posible? Lo es.
Con los viejos amigos del CEDI, en el bar Dos Maderas.


La vida está llena de casualidades favorables o carambolas, de loterías del destino que pueden cambiar o no la realidad del ser humano. La puede cambiar dependiendo de la actitud y buen aprovechamiento, que las personas sepan darles a esas coyunturas.

El pasado 10 de agosto de nuestro presente año estuve compartiendo con algunos compañeros de estudios del Centro de Educación Integral (CEDI), con amigos del ayer y, que gracias a la tecnología de WhatsApp, pude desde el año pasado (2020) reencontrarme con la mayoría de ellos. En aquel encuentro desarrollado en Dos Maderas, un bar del sector Bella Vista de mi Distrito Nacional, estuvimos Virginia Guzmán, Álvaro Feliz y su esposa, Pablo Liriano, Eduardo (El Filósofo) y su pareja, Joselyn Estrella y el autor de este relato. Ya antes, como tres meses atrás, nos habíamos reunido un grupo más numeroso en el bar restaurant Titi Cerdos, del Mirador Sur.

Eran como las siete de la noche. La temperatura en Dos Madera era agradable. El ambiente de pura conversación y recuerdos. Aquellos niños de los 80, hoy profesionales dedicados a distintos oficios, hombres y mujeres adultos con notables canas, pero todos en el círculo de la cuarentena, degustábamos nuestras bebidas, las mías obvio sin alcohol, ya que soy abstemio desde finales del 2012.

A través del cristal de la puerta y ventana del bar miraba hacia afuera, específicamente al Instituto San Juan Bautista de la Salle, colegio donde realicé mis últimos cuatro grados y me gradué de bachiller en Ciencias y Letras. Joselyn, sentada a mi lado me observa y pregunta “¿qué pasa, recordando los años del San Juan?” Asentí con la cabeza. “Como adivinas, si supieras, cuando venía para acá y vi las edificaciones del viejo colegio, fue como si me atrapasen dos fantasmas del pasado, dos nostalgias por separadas. Tú y yo estamos en este bar, compartiendo ahora con algunos viejos amigos del CEDI, colegio que dejamos atrás en los ochenta para irnos al San Juan Bautista, ese que vemos allá afuera”. En efecto, Joselyn y yo dejamos legiones de amistades en ambas entidades académicas. Ella, me recordaba, se había marchado al ISAJUBA (acrónimo del Instituto San Juan Bautista) en 1989; yo, a finales de 1990. Ella había regresado a la vieja casa del CEDI para el período 1993-94, su último año; en cambio, yo, a duras penas, pude terminar en el prestigioso instituto de la calle Helios, en Bella Vista.

Debido a que los demás amigos escuchaban la plática y, haciéndose los desentendidos preguntaban qué hablábamos, me sinceré y les conté. Les filosofaba – aunque el mote de filósofo lo llevaba Eduardo, no yo – sobre los caprichos y enigmas del destino, del hecho de encontrarme por segunda vez en el año compartiendo con los viejos compañeros de clases del CEDI, a quienes había dejado atrás en 1990 cuando me mudé de colegio “para ese que ustedes ven allá afuera”, y les señalaba la fachada del ISAJUBA. Les relataba las razones, aunque no la verdadera de aquella histórica decisión. “Buscaba excelencia académica, y la encontré, no lo niego. Gané en gramática y calidad educacional, aunque perdí a los mejores y más íntegros amigos del momento, que eran ustedes”, les dejé saber. No mentía. Ciertamente que en el San Juan aprendí las verdaderas reglas de juego de la gramática castellana, cómo acentuar las palabras, la correcta escritura, buen uso de los signos y, además, mejor desarrollo en lectura comprensora. El régimen de enseñanza de ISAJUBA me puso a trabajar a mil kilómetros por hora mis neuronas, y eso lo agradezco eternamente. ¡Larga vida por siempre al Hermano Antonio! ¡Mil gracias a aquellos profesores del 90 al 94!
Antiguos alumnos del CEDI en Dos Maderas.


Lo dicho era verdad, pero, el verdadero motivo por el que cambié de escuela en el 90 había sido Carlitos, vecino de mi edad, que vivía al lado de mi casa. Desde 1983, y aún en 1984, antes incluso de haber entrado en el CEDI por decisión de mis padres, aquel amigo me hablaba mucho de su colegio, que era bien chulo, muy aperísimo, lo mejor que había por todos estos lados, así como otro sinnúmero de bellezas que no recuerdo ahora.

“Eso no e na, Iván, lo importante es que siempre haya momenticos como este para compartir. Tú como quiera eres parte de nosotros. Mira que Joselyn también nos dejó pero luego volvió y se graduó con nosotros”, intervenía Virginia, quien hacía pocos días había llegado de los Estados Unidos, donde reside, a pasarse unas dos semanas con familiares en Santo Domingo.

Para ser honesto en la actualidad mantengo más contacto – presencial y virtual - con las viejas amistades del CEDI que con las buenas y valiosas que hice en ISAJUBA. De verdad que la vida tiene sus enigmas, misterios, caprichos o como prefiramos denominarle. El destino actúa, acorde a su lógica, no necesariamente a la nuestra.

No solamente fuimos Joselyn y yo, para los años 92 y 93, se habían marchado del CEDI, por diferentes razones, Marcos Ventura, Michelle Lora, Kenneth, Manuel Natera y otros pocos.

Un sueño a punto de ser quebrado

1989-90 fue mi último año lectivo en el CEDI. Cursaba el octavo grado, la antesala al bachillerato. Ya para ese entonces en mi cabeza maquinaba la idea del cambio de colegio. El lavado de cerebro paulatino desde años anteriores por parte de Carlitos había surtido efecto. Lo demás, ya dependería de mí. Para principios de 1990 le había confesado a doña Dignora Báez, antigua profesora del CEDI que se había ido para el ISAJUBA y, que además, era propietaria de una sala de tareas en su vivienda, a la que asistía desde hacía un lustro, mi intención de mudarme al San Juan Bautista, ya que deseaba mejoría académica-estudiantil. Ya no era el mismo de años anteriores, ni siquiera, aquel brillante cerebro de séptimo curso, por citar un ejemplo. En 1989-90 no rendía tanto en las asignaturas. En materias como Ciencias Sociales y Lengua Española había descendido a un nivel penoso, como si pasase de lo sublime a lo ridículo. En Ciencias Naturales fui un horror. En Matemáticas sí logre una labor digna; en inglés, promedio. Me había corrompido y dado a la chercha en horas de clases, contrario al chico bueno que le echaba ganas al 100% en cursos anteriores. Para ser sincero, a final de año escolar (mayo 1990) las disciplinas de Ciencias Naturales y Ciencias Sociales me las aprobaron por mandato de la dirección del colegio. En términos de legalidad las había reprobado. Nunca me lo dijeron, pero estuve consciente de los tollos de exámenes que venía teniendo en el segundo cuatrimestre. Incluso, el profesor de Naturales, al ver que trampeaba, fijándome del estudiante de al lado, me arrancó la hoja del examen final, e indicó salir del aula. Creo, que tan solo un punto realicé bien de aquella prueba. Nunca fui idiota, por eso, en junio, cuando fui a buscar mis calificaciones finales y ver que había obtenido B en Sociales y C en Naturales, supuse que me tendieron un salvavidas desde arriba, o sea, desde la dirección. Con relación al resto de las asignaturas: Matemáticas, Lengua Española, Educación Física (nada de ejercicio físico hacía), Moral y Cívica e Inglés, sí las pasé por méritos propios. Sé lo que gané limpio y lo que no.

Francamente, mi papá, quien me pagaba la colegiatura, no estaba de acuerdo en cambiarme de institución. Pero yo lo quería. Carlos también se puso del lado de mi progenitor. Mi hermano intentó por los codos convencerme de que me quedara en el CEDI. Me contaba sobre las rigideces del ISAJUBA, los severos castigos propios de colegios dictatoriales que le imponían a los estudiantes; del profesor Aceves, “un degraciao que pol cualquiel cosa deja a uno de castigo la tarde completa y hasta los sábados”. De nada le sirvieron sus consejos, pues, yo estaba dispuesto a dar el salto, hacia una transición académica a la que apostaba mi éxito. “Regenérate en el CEDI. El colegio no hace al estudiante, es el estudiante quien hace el trabajo. En todos los colegios y universidades hay alumnos buenos y malos”, me exhortaba mi hermano sin malicia alguna y con mejores argumentos que los míos.
Instituto San Juan Bautista


Paralelamente a la negativa de mi padre, intervino la opinión de doña Dignora, la maestra de sala de tareas, apostando a que me iría bien en el San Juan. Fue un gran espaldarazo, una bendición. Mi madre, se puso del lado de Dignora, lo que equilibró la balanza de opiniones. A regañadientes, totalmente en desacuerdo, mi padre cedió y me inscribió en el ISAJUBA.

Antes de ser aceptado en ISAJUBA tuve que pasar por unos exámenes de admisión, que los reprobé, al igual que todos los aspirantes. Pero no nos despacharon a nuestras casas como derrotados, sino, que después, nos impartieron un cursillo de un mes, para así poder ser admitidos. En pocas palabras, aquello de los exámenes de admisión no era más, si se quiere, un disfraz. La institución escolar, como toda empresa privada, busca el afán de lucro y, para ello, se vale de muchos mecanismos prácticos. El Instituto San Juan Bautista no era ajeno a esa práctica. En el ámbito de capitales privados siempre se buscará la vuelta razonable, la lógica económica.

Viendo las cosas de una manera crítica, fue un milagro que mi padre aceptase inscribirme en el San Juan. De haberse mantenido reacio, duro en su posición de dejarme en el CEDI, pues allí me hubiese quedado. Solo faltaba un NO definitivo e inapelable para que mi sueñito de estudiar en ISAJUBA se me volviera humo. Ahora, analizándolo como adulto, me doy cuenta lo dichoso que fui.
Con los amigos del CEDI en Titi Cerdos.


El primero de bachillerato

Empecé con buen pie en el nuevo colegio, debutando a lo grande para el año lectivo 1990-91. Al principio, hubo un pequeño tropiezo (septiembre del 90) en Lengua Española, pero que posteriormente pude subsanarlo hasta el final. También me llevé un susto en Inglés, asignatura a la que tuve que ponerle de tripas corazones en el segundo cuatrimestre (enero-abril 1991) para pasarla sobre los 80 puntos. Las cosas me salieron viento en popa, pero a un costo que jamás me lo hubiese imaginado antes: una larga rutina de horas de estudios, día a día, incluyendo varios trasnoches, dada esa dinámica académica del San Juan, basada en un régimen de tareas y lecturas demoledores. Deseaba mejor calidad académica y me encontré con la verdad. El cambio del CEDI al ISAJUBA fue como un traslado de un mundo a otro, un avance de años luces, una transición sin coherencia, de golpe, de la liga infantil a la liga mayor de béisbol.

Con aquella indiscutible demostración que puso a prueba mi cerebro, logré aprobar todas las asignaturas, la mayoría, sobre los 90 puntos.

El segundo de bachillerato (1991-92) fue otro episodio halagüeño y más convincente que el anterior. No había dudas de que yo estaba a la altura del San Juan Bautista. No pude convencer a mi familia dos años atrás, los argumentos de Carlos y mi padre, habían sido mejores que los míos, pero el tiempo, como todo un ente caprichoso y misterioso, pero también sabio, falló a mi favor.
Exalumnos del CEDI posan para una foto.


Lo que afortunadamente me perdí

Paralelamente a mi éxito estudiantil en ISAJUBA en el CEDI se desataron algunos capítulos indignantes que, de haber sido testigo de ellos, seguro me hubiesen afectado emocionalmente. De dichos capítulos me enteraría 30 años después, en 2020, en el foro de WhatsApp de los viejos amigos del CEDI.

El profesor de Ciencias Sociales, que también lo fue de Historia en el bachillerato, Manuel Henríquez Fernández, había sido cancelado en el 92 por acoso sexual contra algunas alumnas. El asunto llegó a mayores cuando una estudiante le pegó una bofetada y aquello, unido a otras denuncias, terminó provocando su despido.

Siempre recordaba al profesor Manuel como un hombre honesto, incorruptible, íntegro y decente. Fue aquel maestro quien, un domingo de junio de 1990, cuando fui a buscar mis notas de final de año, las de octavo curso, me colgó un cintillo de honor en el pecho y elogió diciéndome: “Iván, usted merece eso, ¡y mucho más! Me entero que se va para el San Juan Bautista. Le deseo todos los éxitos del mundo. Estoy seguro, que le irá muy bien”.

Creo que el haberme ahorrado presenciar, un fatídico episodio como el narrado, fue un gran favor que me hizo el destino. El shock emocional hubiese sido muy fuerte e insoportable.

Con los amigos del CEDI también me enteré que el profesor de Álgebra, Michelle, era otro propasado con las alumnas. Tendré que sincerarme de nuevo: Una vez más, ¡gracias Destino, gracias miles! Me quedo mil veces con los boches de doña Nancy, que con aquellas escenas de mal gusto que, gracias a Dios, no tuve que presenciarlas.

Otras anécdotas recabadas mencionan las constantes peleas entre alumnos, la expulsión de dos revoltosos, por un supuesto robo de exámenes, que se encontraban en la Dirección. Esto no quiere decir que en el San Juan no se produjeran broncas de puñetazos y estrellones, pero, en el CEDI, eran más comunes.
Con los amigos del ISAJUBA, en Cinnamon Café, año 2009.


Pero también digno es de mencionar la cara positiva. Aunque el CEDI se degradaba con el pasar de los años, a tal punto de ganarse el mote de “El basurero”, estudiantes como: Pablo Liriano, Félix Miguel, Olga y Yoandi, descollaron como las mentes más brillantes, llevándose honores de graduación en 1994.

Tercero y cuarto de bachillerato

Para el año escolar 1992-93 continuaba forjando amistades en el ISAJUBA que, al día de hoy, aún conservo. Desafortunadamente reprobé dos materias, las cuales tuve que recuperarlas en junio para así optar al cuarto y último año. Esas asignaturas fueron Biología y Trigonometría. No es que me quiera exculpar del todo, pero, en el caso de Biología me afectó la metodología del nuevo docente. En cuanto a la Trigonometría sí me declaro culpable absoluto, ya que, venía promediando buenas notas en esa materia mes tras mes. No le dediqué el tiempo de estudio necesario previo al test final.

En segundo de bachillerato me fue súper bien en Biología, aquella vez impartida por el profesor Claudio. Desgraciadamente Claudio fue cancelado en el verano del 92 y la administración de ISAJUBA empleó otro profesor, uno apellidado Alcéquiez, de caras al período 1992-93. Y fue en tercero de bachillerato que tuvo que tocarme ese docente a cuya metodología de enseñanza no me pude adaptar. Lo primero que hizo al empezar las clases en septiembre del 92, fue cambiarnos el libro de texto, ya que estaba en desacuerdo con el establecido por la administración del colegio. “Ese folletico que le indicaron a ustedes, no sirve para nada. Vamos a utilizar mejor el libro, Biología Humana, del doctor Dihigo”, sentenció el primer día de clases. Aquel libro no me fue fácil hallarlo. Gracias a Raymundo Monegro, quien trabajaba en la misma empresa donde mi madre era gerente, Veterinaria del Norte, pude hacerme de aquel texto dos o tres meses después. Ya para entonces había obtenido triplete de mediocridades en las calificaciones de septiembre, octubre y noviembre. No pude adecuarme a su metódica, diferente a la de Claudio, su predecesor, basada en largos cuestionarios de preguntas que fácilmente eran halladas en nuestro libro de texto. ¿Y qué era diferente en Alcéquiez? Su método de enseñanza, como bien lo expliqué. Este no era muy dado a ponernos las cosas en bandeja, no se guiaba de los cuestionarios fáciles de completar yéndonos al libro, no, prefería mandarnos a leer de la página tal a la cual, cada semana, siempre. En caso de dictarnos un cuestionario casi nunca pasaba de siete o seis preguntas, que de nada nos servían para fines de estudio, debido a que estas, nunca salían en las pruebas mensuales o cuatrimestrales. Allí estuvo mi revés, haberme acostumbrado a la fácil metodología de Claudio que, todo lo que nos dictaba o explicaba en la pizarra, iba sí porque sí para los exámenes. En el caso de Alcéquiez solo podíamos fiarnos, de los extensos capítulos del libro del doctor Dihigo que nos dejaba como tarea para leer.
Exalumnos del ISAJUBA en Cinnamon Café, año 2009.


En cuarto de bachiller, mi último año (1993-94), ocurrió lo que los dioses del conocimiento quizás nunca imaginaron: caí del estrellato a la cloaca. Sí, me degradé a un nivel de dejadez, charlatanería y bajeza, que dejó estupefactos, a familiares, profesores, amigos y simples conocidos.

Terminé dejando todas las materias para junio, y luego, dos para agosto. Las pruebas nacionales, implementadas en aquel 1993-94 por la Secretaría de Educación, durante el gobierno de Joaquín Balaguer, las vine a tomar en enero de 1995. Fue increíble mi retroceso: de haber pertenecido al núcleo de lo mejor para luego descender al mismo nivel de los peores.

Finalmente, aprobé aquellas pruebas estatales, y recibí mi certificado como bachiller en Ciencias y Letras.

Conclusiones finales

A pesar del desastroso y vergonzoso año lectivo 1993-94, tengo que admitir que, con el ISAJUBA gané más de lo que perdí. Gané en gramática, redacción y lectura comprensiva, aunque me aturdiesen las largas páginas del libro del doctor Dihigo, lo que no me ocurrió con las de Historia.
Reunidos con los del CEDI, en el 2010.


Creo, que en el CEDI jamás hubiese alcanzado esos logros. Quizás no hubiese nacido mi pasión por la escritura ni despertado el hábito de lectura. Pero también, hubo otros factores determinantes que se conjugarían luego a mi favor: Listín Diario (2004-2007; 2009 y 2010), los correctores de estilo Élbido Guzmán y Yolanda Soler; la profesora Aurelina y, el periódico El País, gran desencadenante, cuyas horas de lecturas a sus páginas (del año 2013 al 2016) realmente terminaron puliéndome como mejor redactor y bloguero. Simplemente, hice los ajustes necesarios, adoptando en cierta medida el esquema de aquel diario español, de redactar las noticias en forma de relato o cuento literario, cosa que en efecto me funcionó. 

Hice muchas amistades en el San Juan, pero, al día de hoy, es mucho más lo que comparto, en lo presencial y virtual con los antiguos chicos CEDI. No entiendo el cómo y el porqué, lo cierto es, que me siento más protagonista, con los viejos compañeros de clases de los 80, que con aquellos del cuatrienio estudiantil 1990-94.

lunes, 16 de agosto de 2021

Galería de jugadores de las Águilas Cibaeñas y Estrellas Orientales en 1970

Por Iván Ottenwalder

A continuación algunos de los jugadores destacados de los equipos Águilas del Cibao y las Estrellas Orientales en enero de 1970.












































































Estadio Cibao en el 1970.








































































































































































Luis Tiant.



























Fuente: Periódico El Nacional de ¡Ahora! Enero de 1970.
Agradecimiento: Área de hemeroteca de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña.