miércoles, 18 de agosto de 2021

Del CEDI al San Juan Bautista, decisión que me valió la pena

A pesar del desastroso y vergonzoso año lectivo 1993-94, tengo que admitir que, con el ISAJUBA gané más de lo que perdí. Gané en gramática, redacción y lectura comprensiva.

Hice muchas amistades en el San Juan, pero, al día de hoy, es mucho más lo que comparto, en lo presencial y virtual con los antiguos chicos CEDI.


Por Iván Ottenwalder

Cada decisión que se tome, desde la más simple hasta la más arriesgada, ha de traer consecuencias, nuevas experiencias de vida, éxitos y fracasos, sorpresas, que pueden marcar o no nuestro destino.

Imaginemos por un momento un entramado de carreteras que, aunque todas se entrecruzan entre sí, cada una de manera independiente te lleva a un destino distinto. Pues así son las decisiones, como todas esas autovías que, durante nuestra existencia, decidimos escoger, por la razón que fuese.

Casi siempre solemos tomar una decisión X o Y en función de que las cosas nos salgan bien, obvio, no para que salgan mal, pues, como consabido entendemos, que las decisiones mal analizadas al final terminarán en descalabro. Sin embargo, puede darse una situación en que la decisión mal analizada, o pobremente argumentada, termine resultando acertada, y productivamente exitosa, a la corta, mediana o larga. ¿De verdad qué es posible? Lo es.
Con los viejos amigos del CEDI, en el bar Dos Maderas.


La vida está llena de casualidades favorables o carambolas, de loterías del destino que pueden cambiar o no la realidad del ser humano. La puede cambiar dependiendo de la actitud y buen aprovechamiento, que las personas sepan darles a esas coyunturas.

El pasado 10 de agosto de nuestro presente año estuve compartiendo con algunos compañeros de estudios del Centro de Educación Integral (CEDI), con amigos del ayer y, que gracias a la tecnología de WhatsApp, pude desde el año pasado (2020) reencontrarme con la mayoría de ellos. En aquel encuentro desarrollado en Dos Maderas, un bar del sector Bella Vista de mi Distrito Nacional, estuvimos Virginia Guzmán, Álvaro Feliz y su esposa, Pablo Liriano, Eduardo (El Filósofo) y su pareja, Joselyn Estrella y el autor de este relato. Ya antes, como tres meses atrás, nos habíamos reunido un grupo más numeroso en el bar restaurant Titi Cerdos, del Mirador Sur.

Eran como las siete de la noche. La temperatura en Dos Madera era agradable. El ambiente de pura conversación y recuerdos. Aquellos niños de los 80, hoy profesionales dedicados a distintos oficios, hombres y mujeres adultos con notables canas, pero todos en el círculo de la cuarentena, degustábamos nuestras bebidas, las mías obvio sin alcohol, ya que soy abstemio desde finales del 2012.

A través del cristal de la puerta y ventana del bar miraba hacia afuera, específicamente al Instituto San Juan Bautista de la Salle, colegio donde realicé mis últimos cuatro grados y me gradué de bachiller en Ciencias y Letras. Joselyn, sentada a mi lado me observa y pregunta “¿qué pasa, recordando los años del San Juan?” Asentí con la cabeza. “Como adivinas, si supieras, cuando venía para acá y vi las edificaciones del viejo colegio, fue como si me atrapasen dos fantasmas del pasado, dos nostalgias por separadas. Tú y yo estamos en este bar, compartiendo ahora con algunos viejos amigos del CEDI, colegio que dejamos atrás en los ochenta para irnos al San Juan Bautista, ese que vemos allá afuera”. En efecto, Joselyn y yo dejamos legiones de amistades en ambas entidades académicas. Ella, me recordaba, se había marchado al ISAJUBA (acrónimo del Instituto San Juan Bautista) en 1989; yo, a finales de 1990. Ella había regresado a la vieja casa del CEDI para el período 1993-94, su último año; en cambio, yo, a duras penas, pude terminar en el prestigioso instituto de la calle Helios, en Bella Vista.

Debido a que los demás amigos escuchaban la plática y, haciéndose los desentendidos preguntaban qué hablábamos, me sinceré y les conté. Les filosofaba – aunque el mote de filósofo lo llevaba Eduardo, no yo – sobre los caprichos y enigmas del destino, del hecho de encontrarme por segunda vez en el año compartiendo con los viejos compañeros de clases del CEDI, a quienes había dejado atrás en 1990 cuando me mudé de colegio “para ese que ustedes ven allá afuera”, y les señalaba la fachada del ISAJUBA. Les relataba las razones, aunque no la verdadera de aquella histórica decisión. “Buscaba excelencia académica, y la encontré, no lo niego. Gané en gramática y calidad educacional, aunque perdí a los mejores y más íntegros amigos del momento, que eran ustedes”, les dejé saber. No mentía. Ciertamente que en el San Juan aprendí las verdaderas reglas de juego de la gramática castellana, cómo acentuar las palabras, la correcta escritura, buen uso de los signos y, además, mejor desarrollo en lectura comprensora. El régimen de enseñanza de ISAJUBA me puso a trabajar a mil kilómetros por hora mis neuronas, y eso lo agradezco eternamente. ¡Larga vida por siempre al Hermano Antonio! ¡Mil gracias a aquellos profesores del 90 al 94!
Antiguos alumnos del CEDI en Dos Maderas.


Lo dicho era verdad, pero, el verdadero motivo por el que cambié de escuela en el 90 había sido Carlitos, vecino de mi edad, que vivía al lado de mi casa. Desde 1983, y aún en 1984, antes incluso de haber entrado en el CEDI por decisión de mis padres, aquel amigo me hablaba mucho de su colegio, que era bien chulo, muy aperísimo, lo mejor que había por todos estos lados, así como otro sinnúmero de bellezas que no recuerdo ahora.

“Eso no e na, Iván, lo importante es que siempre haya momenticos como este para compartir. Tú como quiera eres parte de nosotros. Mira que Joselyn también nos dejó pero luego volvió y se graduó con nosotros”, intervenía Virginia, quien hacía pocos días había llegado de los Estados Unidos, donde reside, a pasarse unas dos semanas con familiares en Santo Domingo.

Para ser honesto en la actualidad mantengo más contacto – presencial y virtual - con las viejas amistades del CEDI que con las buenas y valiosas que hice en ISAJUBA. De verdad que la vida tiene sus enigmas, misterios, caprichos o como prefiramos denominarle. El destino actúa, acorde a su lógica, no necesariamente a la nuestra.

No solamente fuimos Joselyn y yo, para los años 92 y 93, se habían marchado del CEDI, por diferentes razones, Marcos Ventura, Michelle Lora, Kenneth, Manuel Natera y otros pocos.

Un sueño a punto de ser quebrado

1989-90 fue mi último año lectivo en el CEDI. Cursaba el octavo grado, la antesala al bachillerato. Ya para ese entonces en mi cabeza maquinaba la idea del cambio de colegio. El lavado de cerebro paulatino desde años anteriores por parte de Carlitos había surtido efecto. Lo demás, ya dependería de mí. Para principios de 1990 le había confesado a doña Dignora Báez, antigua profesora del CEDI que se había ido para el ISAJUBA y, que además, era propietaria de una sala de tareas en su vivienda, a la que asistía desde hacía un lustro, mi intención de mudarme al San Juan Bautista, ya que deseaba mejoría académica-estudiantil. Ya no era el mismo de años anteriores, ni siquiera, aquel brillante cerebro de séptimo curso, por citar un ejemplo. En 1989-90 no rendía tanto en las asignaturas. En materias como Ciencias Sociales y Lengua Española había descendido a un nivel penoso, como si pasase de lo sublime a lo ridículo. En Ciencias Naturales fui un horror. En Matemáticas sí logre una labor digna; en inglés, promedio. Me había corrompido y dado a la chercha en horas de clases, contrario al chico bueno que le echaba ganas al 100% en cursos anteriores. Para ser sincero, a final de año escolar (mayo 1990) las disciplinas de Ciencias Naturales y Ciencias Sociales me las aprobaron por mandato de la dirección del colegio. En términos de legalidad las había reprobado. Nunca me lo dijeron, pero estuve consciente de los tollos de exámenes que venía teniendo en el segundo cuatrimestre. Incluso, el profesor de Naturales, al ver que trampeaba, fijándome del estudiante de al lado, me arrancó la hoja del examen final, e indicó salir del aula. Creo, que tan solo un punto realicé bien de aquella prueba. Nunca fui idiota, por eso, en junio, cuando fui a buscar mis calificaciones finales y ver que había obtenido B en Sociales y C en Naturales, supuse que me tendieron un salvavidas desde arriba, o sea, desde la dirección. Con relación al resto de las asignaturas: Matemáticas, Lengua Española, Educación Física (nada de ejercicio físico hacía), Moral y Cívica e Inglés, sí las pasé por méritos propios. Sé lo que gané limpio y lo que no.

Francamente, mi papá, quien me pagaba la colegiatura, no estaba de acuerdo en cambiarme de institución. Pero yo lo quería. Carlos también se puso del lado de mi progenitor. Mi hermano intentó por los codos convencerme de que me quedara en el CEDI. Me contaba sobre las rigideces del ISAJUBA, los severos castigos propios de colegios dictatoriales que le imponían a los estudiantes; del profesor Aceves, “un degraciao que pol cualquiel cosa deja a uno de castigo la tarde completa y hasta los sábados”. De nada le sirvieron sus consejos, pues, yo estaba dispuesto a dar el salto, hacia una transición académica a la que apostaba mi éxito. “Regenérate en el CEDI. El colegio no hace al estudiante, es el estudiante quien hace el trabajo. En todos los colegios y universidades hay alumnos buenos y malos”, me exhortaba mi hermano sin malicia alguna y con mejores argumentos que los míos.
Instituto San Juan Bautista


Paralelamente a la negativa de mi padre, intervino la opinión de doña Dignora, la maestra de sala de tareas, apostando a que me iría bien en el San Juan. Fue un gran espaldarazo, una bendición. Mi madre, se puso del lado de Dignora, lo que equilibró la balanza de opiniones. A regañadientes, totalmente en desacuerdo, mi padre cedió y me inscribió en el ISAJUBA.

Antes de ser aceptado en ISAJUBA tuve que pasar por unos exámenes de admisión, que los reprobé, al igual que todos los aspirantes. Pero no nos despacharon a nuestras casas como derrotados, sino, que después, nos impartieron un cursillo de un mes, para así poder ser admitidos. En pocas palabras, aquello de los exámenes de admisión no era más, si se quiere, un disfraz. La institución escolar, como toda empresa privada, busca el afán de lucro y, para ello, se vale de muchos mecanismos prácticos. El Instituto San Juan Bautista no era ajeno a esa práctica. En el ámbito de capitales privados siempre se buscará la vuelta razonable, la lógica económica.

Viendo las cosas de una manera crítica, fue un milagro que mi padre aceptase inscribirme en el San Juan. De haberse mantenido reacio, duro en su posición de dejarme en el CEDI, pues allí me hubiese quedado. Solo faltaba un NO definitivo e inapelable para que mi sueñito de estudiar en ISAJUBA se me volviera humo. Ahora, analizándolo como adulto, me doy cuenta lo dichoso que fui.
Con los amigos del CEDI en Titi Cerdos.


El primero de bachillerato

Empecé con buen pie en el nuevo colegio, debutando a lo grande para el año lectivo 1990-91. Al principio, hubo un pequeño tropiezo (septiembre del 90) en Lengua Española, pero que posteriormente pude subsanarlo hasta el final. También me llevé un susto en Inglés, asignatura a la que tuve que ponerle de tripas corazones en el segundo cuatrimestre (enero-abril 1991) para pasarla sobre los 80 puntos. Las cosas me salieron viento en popa, pero a un costo que jamás me lo hubiese imaginado antes: una larga rutina de horas de estudios, día a día, incluyendo varios trasnoches, dada esa dinámica académica del San Juan, basada en un régimen de tareas y lecturas demoledores. Deseaba mejor calidad académica y me encontré con la verdad. El cambio del CEDI al ISAJUBA fue como un traslado de un mundo a otro, un avance de años luces, una transición sin coherencia, de golpe, de la liga infantil a la liga mayor de béisbol.

Con aquella indiscutible demostración que puso a prueba mi cerebro, logré aprobar todas las asignaturas, la mayoría, sobre los 90 puntos.

El segundo de bachillerato (1991-92) fue otro episodio halagüeño y más convincente que el anterior. No había dudas de que yo estaba a la altura del San Juan Bautista. No pude convencer a mi familia dos años atrás, los argumentos de Carlos y mi padre, habían sido mejores que los míos, pero el tiempo, como todo un ente caprichoso y misterioso, pero también sabio, falló a mi favor.
Exalumnos del CEDI posan para una foto.


Lo que afortunadamente me perdí

Paralelamente a mi éxito estudiantil en ISAJUBA en el CEDI se desataron algunos capítulos indignantes que, de haber sido testigo de ellos, seguro me hubiesen afectado emocionalmente. De dichos capítulos me enteraría 30 años después, en 2020, en el foro de WhatsApp de los viejos amigos del CEDI.

El profesor de Ciencias Sociales, que también lo fue de Historia en el bachillerato, Manuel Henríquez Fernández, había sido cancelado en el 92 por acoso sexual contra algunas alumnas. El asunto llegó a mayores cuando una estudiante le pegó una bofetada y aquello, unido a otras denuncias, terminó provocando su despido.

Siempre recordaba al profesor Manuel como un hombre honesto, incorruptible, íntegro y decente. Fue aquel maestro quien, un domingo de junio de 1990, cuando fui a buscar mis notas de final de año, las de octavo curso, me colgó un cintillo de honor en el pecho y elogió diciéndome: “Iván, usted merece eso, ¡y mucho más! Me entero que se va para el San Juan Bautista. Le deseo todos los éxitos del mundo. Estoy seguro, que le irá muy bien”.

Creo que el haberme ahorrado presenciar, un fatídico episodio como el narrado, fue un gran favor que me hizo el destino. El shock emocional hubiese sido muy fuerte e insoportable.

Con los amigos del CEDI también me enteré que el profesor de Álgebra, Michelle, era otro propasado con las alumnas. Tendré que sincerarme de nuevo: Una vez más, ¡gracias Destino, gracias miles! Me quedo mil veces con los boches de doña Nancy, que con aquellas escenas de mal gusto que, gracias a Dios, no tuve que presenciarlas.

Otras anécdotas recabadas mencionan las constantes peleas entre alumnos, la expulsión de dos revoltosos, por un supuesto robo de exámenes, que se encontraban en la Dirección. Esto no quiere decir que en el San Juan no se produjeran broncas de puñetazos y estrellones, pero, en el CEDI, eran más comunes.
Con los amigos del ISAJUBA, en Cinnamon Café, año 2009.


Pero también digno es de mencionar la cara positiva. Aunque el CEDI se degradaba con el pasar de los años, a tal punto de ganarse el mote de “El basurero”, estudiantes como: Pablo Liriano, Félix Miguel, Olga y Yoandi, descollaron como las mentes más brillantes, llevándose honores de graduación en 1994.

Tercero y cuarto de bachillerato

Para el año escolar 1992-93 continuaba forjando amistades en el ISAJUBA que, al día de hoy, aún conservo. Desafortunadamente reprobé dos materias, las cuales tuve que recuperarlas en junio para así optar al cuarto y último año. Esas asignaturas fueron Biología y Trigonometría. No es que me quiera exculpar del todo, pero, en el caso de Biología me afectó la metodología del nuevo docente. En cuanto a la Trigonometría sí me declaro culpable absoluto, ya que, venía promediando buenas notas en esa materia mes tras mes. No le dediqué el tiempo de estudio necesario previo al test final.

En segundo de bachillerato me fue súper bien en Biología, aquella vez impartida por el profesor Claudio. Desgraciadamente Claudio fue cancelado en el verano del 92 y la administración de ISAJUBA empleó otro profesor, uno apellidado Alcéquiez, de caras al período 1992-93. Y fue en tercero de bachillerato que tuvo que tocarme ese docente a cuya metodología de enseñanza no me pude adaptar. Lo primero que hizo al empezar las clases en septiembre del 92, fue cambiarnos el libro de texto, ya que estaba en desacuerdo con el establecido por la administración del colegio. “Ese folletico que le indicaron a ustedes, no sirve para nada. Vamos a utilizar mejor el libro, Biología Humana, del doctor Dihigo”, sentenció el primer día de clases. Aquel libro no me fue fácil hallarlo. Gracias a Raymundo Monegro, quien trabajaba en la misma empresa donde mi madre era gerente, Veterinaria del Norte, pude hacerme de aquel texto dos o tres meses después. Ya para entonces había obtenido triplete de mediocridades en las calificaciones de septiembre, octubre y noviembre. No pude adecuarme a su metódica, diferente a la de Claudio, su predecesor, basada en largos cuestionarios de preguntas que fácilmente eran halladas en nuestro libro de texto. ¿Y qué era diferente en Alcéquiez? Su método de enseñanza, como bien lo expliqué. Este no era muy dado a ponernos las cosas en bandeja, no se guiaba de los cuestionarios fáciles de completar yéndonos al libro, no, prefería mandarnos a leer de la página tal a la cual, cada semana, siempre. En caso de dictarnos un cuestionario casi nunca pasaba de siete o seis preguntas, que de nada nos servían para fines de estudio, debido a que estas, nunca salían en las pruebas mensuales o cuatrimestrales. Allí estuvo mi revés, haberme acostumbrado a la fácil metodología de Claudio que, todo lo que nos dictaba o explicaba en la pizarra, iba sí porque sí para los exámenes. En el caso de Alcéquiez solo podíamos fiarnos, de los extensos capítulos del libro del doctor Dihigo que nos dejaba como tarea para leer.
Exalumnos del ISAJUBA en Cinnamon Café, año 2009.


En cuarto de bachiller, mi último año (1993-94), ocurrió lo que los dioses del conocimiento quizás nunca imaginaron: caí del estrellato a la cloaca. Sí, me degradé a un nivel de dejadez, charlatanería y bajeza, que dejó estupefactos, a familiares, profesores, amigos y simples conocidos.

Terminé dejando todas las materias para junio, y luego, dos para agosto. Las pruebas nacionales, implementadas en aquel 1993-94 por la Secretaría de Educación, durante el gobierno de Joaquín Balaguer, las vine a tomar en enero de 1995. Fue increíble mi retroceso: de haber pertenecido al núcleo de lo mejor para luego descender al mismo nivel de los peores.

Finalmente, aprobé aquellas pruebas estatales, y recibí mi certificado como bachiller en Ciencias y Letras.

Conclusiones finales

A pesar del desastroso y vergonzoso año lectivo 1993-94, tengo que admitir que, con el ISAJUBA gané más de lo que perdí. Gané en gramática, redacción y lectura comprensiva, aunque me aturdiesen las largas páginas del libro del doctor Dihigo, lo que no me ocurrió con las de Historia.
Reunidos con los del CEDI, en el 2010.


Creo, que en el CEDI jamás hubiese alcanzado esos logros. Quizás no hubiese nacido mi pasión por la escritura ni despertado el hábito de lectura. Pero también, hubo otros factores determinantes que se conjugarían luego a mi favor: Listín Diario (2004-2007; 2009 y 2010), los correctores de estilo Élbido Guzmán y Yolanda Soler; la profesora Aurelina y, el periódico El País, gran desencadenante, cuyas horas de lecturas a sus páginas (del año 2013 al 2016) realmente terminaron puliéndome como mejor redactor y bloguero. Simplemente, hice los ajustes necesarios, adoptando en cierta medida el esquema de aquel diario español, de redactar las noticias en forma de relato o cuento literario, cosa que en efecto me funcionó. 

Hice muchas amistades en el San Juan, pero, al día de hoy, es mucho más lo que comparto, en lo presencial y virtual con los antiguos chicos CEDI. No entiendo el cómo y el porqué, lo cierto es, que me siento más protagonista, con los viejos compañeros de clases de los 80, que con aquellos del cuatrienio estudiantil 1990-94.

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