martes, 15 de noviembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 8)



Después de mi última consulta con el otorrinolaringólogo, en el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades, me he tomado al pie de la letra los medicamentos y me he practicado las duchas faríngeas con el aparato irrigador faríngeo nasal. ¿El resultado? Todo igual. Las mismas inflamaciones o irritaciones sin control y la molestosa hediondez. 


Por Iván Ottenwalder

En esta nueva entrega quiero dejar claro un asunto. La razón de publicar esta sucesión de capítulos no obedece a ningún afán compulsivo por joder. Tampoco comercial, pues no ando buscando que algún estudio cinematográfico me compré esta historia a cambio de una buena millonada suma de dinero. Honestamente, no es ese mi objetivo. Mi único propósito es que estas continuas inflamaciones de mi amígdala lingual lleguen a su fin. Desde hace casi diez meses he tomado diferentes tipos de antibióticos y antiinflamatorios, he hecho gárgaras de todo tipo (manzanilla, bicarbonato de sodio, agua salada con vinagre), enjuagues bucales con distintas soluciones, etc. El resultado, NADA.

Quiero apelar además a la sinceridad y manifestar por esta vía que mi mayor deseo, con todas mis fuerzas lo digo, es que esta pesadilla culmine y poderle dar un fin definitivo a toda esta saga de capítulos que ya van por el octavo. Pero mientras este tormento continúe, no me quedarán más opciones que seguir escribiendo y publicando más capítulos.

Dicha pesadilla, porque no puedo llamarle de otra manera, tiene diferentes nombres: amigdalitis lingual, inflamaciones e irritaciones recurrentes y descontroladas en la tonsila lingual derecha junto a una halitosis apestosa que emana precisamente de esa región bucofaríngea y no cesa. Y no solo eso, también otros síntomas acompañantes: sensaciones de fatiga y abatimiento. Así mismo, como si me sintiera un hombre sin fuerzas y abatido por el tiempo. Estos síntomas son ocasionales y pueden llegar en el momento que menos lo espero.

Después de mi última consulta con el otorrinolaringólogo, en el Centro de Otorrinolaringología y Especialidades, me tomado al pie de la letra los medicamentos y me he practicado las duchas faríngeas con el aparato irrigador faríngeo nasal. ¿El resultado? Todo igual. Las mismas inflamaciones o irritaciones sin control y la molestosa hediondez.

El domingo 6 de noviembre mi hermano Carlos me telefoneó a mi viejo celular para preguntarme cómo me sentía. Le detallé todas mis afecciones sin esconderle nada. Me preguntó que si no había pensado visitar a un odontólogo, pues la halitosis podría tratarse de un problema bucal. Le respondí que lo había contemplado con anterioridad y que visitaría algún especialista de la odontología la semana próxima, o sea, la del 7 al 13 del mismo mes. Lo haría al menos, para descartar alguna posibilidad.

Visita al centro odontológico

El lunes 7 de noviembre, en horas de la tarde, visité el centro odontológico Amerident, una moderna clínica dental situada en la Plaza Merengue. Alegué que iba por un chequeo dental. Me mandaron al área de rayos X para que me realizaran una radiografía panorámica completa a toda mi dentadura. Luego, tuve que esperar a que una especialista me llamara por un número.

Llegado el momento de entrar al consultorio una odontóloga me checó la dentadura completa. Me contó que la radiografía en sentido general no estaba mal, pero que había algunas plaquitas bacterianas y un poco de sarro alrededor de una coronita que me habían implantado en otra clínica dental el año pasado. Me dijo que mi caso ameritaba de una periodoncia profunda en toda mi dentadura, la cual se practicaría en dos citas.

Pude pactar la primera consulta para el día siguiente en horas de la mañana. La doctora inició con los maxilares inferiores izquierdo y derecho, es decir, la parte dental de abajo. Le estuve hablando sobre mi eterna halitosis que ya se prolongaba por casi diez meses sin nada que la erradicase. También le expliqué sobre mis consultas con los distintos otorrinolaringólogos a los que había visto en este año y acerca del tratamiento actual, el cual no estaba logrando los efectos sanatorios sobre mi resentida amígdala lingual derecha. Me preguntó si había visitado a un gastroenterólogo y le contesté que me habían practicado endoscopía el pasado mes de marzo y no hubo helicobácter pylori, solo un pequeño reflujo gástrico.  Con la de marzo era la tercera endoscopía que me realizaban en toda mi existencia. Solo en la primera, el 31 de enero de 2015, di positivo al helicobácter, pero después de ahí, nunca más. Por cierto aquella bacteria fue exitosamente eliminada en apenas un mes de tratamiento.
 
Al terminar la primera sesión de la periodoncia me prescribió una receta consistente en un enjuague bucal llamado Perio-Clor, una pasta dental de nombre Pyodent y el uso de hilo dental a emplear luego de cada comida. “Ya verás como con este tratamiento por 21 días vas a mejorar de tu halitosis”, me aseguró. Le creí a ciegas, suponiendo que quizás tuviera la razón.

Una semana después, martes 15 de noviembre en horas de la mañana, volví a su consultorio. Antes de empezar a trabajarme la dentadura de arriba le confesé que la halitosis aún seguía viva. “Ah, pue entonce uté debe visitá a un gastroenterólogo”, me expresó. Le conté que no creía que mi mal aliento viniese del estómago, ya que la halitososis estomacal por lo regular huele a excremento, a heces fecales, pero que la mía hedía más bien a algo parecido como la gingivitis. Parece que la facultativa no recordaba cuando 8 días antes le conté que me habían practicado endoscopía en marzo del presente año y no había hecho positivo al pylori.

Me retocó nuevamente la parte inferior de la dentadura y luego inició con la zona superior, derecha e izquierda. Volvió a insistir en que usara el hilo dental todos los días luego de las comidas. Lo he comprado y lo utilizaré, aunque esta vez no pienso creer como un ciego. Al terminar todo el proceso me deseó suerte con mi próxima consulta al otorrino.

Salí del consultorio cabizbajo, pues la esperanza que abrigaba de que tal vez el problema de halitosis hubiera sido únicamente dental se había desplomado. Mi mal aliento sigue en pie de guerra y ahora la única explicación que hallo es que éste sea  exclusivamente de garganta.

Diagnóstico clínico del otorrino en junio de 2016.
Sobre la posibilidad de que la hediondez pueda emanar del estómago, la descarto, y quiero ser una vez más reiterativo. En enero de 2015 salí positivo al pylori; en octubre del mismo año en que me hicieron de nuevo endoscopía, salí negativo pero con un pequeño reflujo gástrico y, en marzo del 2016, otra vez salí negativo a esa bacteria. La halitosis y problemas de amígdalas ya estaban haciendo sus efectos días antes de mi última exploración estomacal. Entonces, ¿para qué, si ya estoy muy evaluado de estómago, volver a la sala de endoscopía? ¿Y si salgo negativo una vez más al helicobácter? Otra vez tendré que rallar en lo mismo y aclarar que mi malestar radica exclusivamente en la amígdala lingual derecha, que esa es la región que siempre se me inflama e irrita y de la cual proviene la halitosis.

De mi parte seguiré medicándome hasta que se me agoten los fármacos, no quiero quedar luego como un terco o cabeza dura, como se dice en buen dominicano.  Pero ahora aprovecho para plantearme las siguientes preguntas obligadas: ¿Pasaré el resto de mi vida medicado sin resultados satisfactorios? ¿Duraré el resto de mis días, que no sé si serán muchos o pocos, practicándome irrigaciones faríngeas que apenas me desinflaman un poco la garganta para luego regresar a su estado de inflamación con halitosis incluida? ¿Quiero yo eso? Por supuesto que no.

¿Acaso no sería más sensato regresar a un quirófano y ponerle fin de una vez por todas a irritación, inflamación y hediondez de amígdala derecha? ¿Al final de cuentas no sería más recomendable que estar comprando medicamentos a cada momento, endeudándome y teniendo que perder jornadas laborales?

Tengo pruebas físicas y auténticas, originales y copias, para demostrar que el especialista que me trató las amígdalas durante los meses de abril, mayo y junio, había diagnosticado mi caso como amigdalitis crónica y recomendado la cirugía lingual y palatina, o sea, para las cuatro tonsilas. Dicha cirugía no me la pude practicar con ese galeno por los elevados costes que me había presupuestado la administración del Centro de Otorrinolaringología y Especialidades donde labora. Al final, me la practicaron en otro hospital, donde el facultativo que me operó cometió el error de extirparme solo las palatinas, dejando las linguales intactas. Precisamente por culpa también de las linguales esta agobiante saga, cuyo protagonista y víctima he sido yo, aún no termina.

En verdad he sido víctima dos veces: primero, de la huelga de los otorrinos, que no me permitió por razones económicas operarme con quien en verdad debía, y segundo, por el tonto descuido del médico de la Gómez Patiño que, aunque recibía mi plan médico, no me efectuó un estudio completo de garganta la primera vez que le consulté. Apenas me checó las palatinas con el foquito de un celular smartphone y más nada.

No le temo a un quirófano

Le puedo tener miedo a muchas cosas en la vida, pero jamás a un quirófano. Si el fin de todo esto dependiera de otra amigdalectomía, pues estoy dispuesto a que me la practiquen. Después de la operación incompleta cometida por aquel eficiente pero despistado otorrino de la Clínica Gómez Patiño, he estado ahorrando mes tras mes, contemplando la posibilidad de que tenga que regresar de nuevo a la sala de cirugía.

El viernes 25 del presente mes tengo consulta con el otorrino, precisamente con el mismo que me había diagnosticado el procedimiento de cirugía lingual y palatina en junio. Desde octubre, cuando le consulté de nuevo, ha considerado que con la medicación e irrigaciones faríngeas pueda sanar definitivamente. Sin embargo, han seguido pasando los días y cayendo muchas lluvias en Santo Domingo y mi garganta no termina de ceder.

Ojalá esto acabe, diez meses ya está bueno, pero en caso contrario seguirán llegando más capítulos, siempre con el no deseado final de,


Continuará…

domingo, 6 de noviembre de 2016

Licey eliminó a los Caimanes del Sur en semifinal temporada 1983-84

En una épica y reñida serie semifinal los Tigres del Licey eliminaron a los Caimanes del Sur.  Para lograrlo tuvieron que emplearse bien a fondo en el séptimo choque de aquel inolvidable playoff de la temporada 1983-84. En ese decisivo partido los azules se llevaron la victoria 2 carreras por 1, en el Estadio Quisqueya (Hoy Juan Marichal).

Por Iván Ottenwalder 

Primer juego: Estadio Quisqueya
Caimanes ganaron 6-4.

















































































  
Segundo juego: Estadio Municipal de San Cristóbal 
Licey empató serie al vencer 5-4.


Tercer juego: Estadio Quisqueya
Caimanes tomaron la delantera en la serie. Ganaron 4-3.

 









Cuarto juego: Estadio Municipal de San Cristóbal
Tigres ganaron 1-0 y empataron de nuevo la serie.
Jugada de acción
Quinto juego: Estadio Quisqueya
Licey volvió y ganó, 4-2, y tomó comando de la serie.
Larry White y César Gerónimo.

Sexto juego: Estadio Municipal de San Cristóbal
Caimanes derrotaron a Licey 2-1 y forzaron a un séptimo desafío.





Séptimo juego: Estadio Quisqueya
Licey avanzó a la serie final. Vencieron a los Caimanes 2-1.














































































Fuentes: 
Periódicos El Nacional de ¡Ahora! y Última Hora, enero de 1984.

Agradecimientos:
- Hemeroteca de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña
- Archivo General de la Nación (AGN)

jueves, 3 de noviembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 7)



Le expliqué al galeno, con el cual debí haberme operado en junio pasado, toda la situación; desde la elevada cotización de la clínica que me hizo cambiar de planes y operarme en otro centro hospitalario hasta el error cometido por el especialista que me practicó la amigdalectomía el 14 de julio. 


Por Iván Ottenwalder

Temprano, en la mañana del 7 de septiembre, tomé rumbo al Centro de Otorrinolaringología y Especialidades. Había solicitado permiso en mi trabajo el día anterior. No era la primera vez. Por culpa de mis recurrentes amigdalitis no han sido pocas las veces que he recurrido a consultas médicas. Ya por mi mente solo pensaba en llegar al final de esta pesadilla, que había nacido a finales de enero del año actual.

Le expliqué al galeno, con el cual debí haberme operado en junio pasado, toda la situación; desde la elevada cotización de la clínica que me hizo cambiar de planes y operarme en otro centro hospitalario hasta el error cometido por el especialista que me practicó la amigdalectomía el 14 de julio. Como bien ya había señalado antes, más bien se trató de una cirugía incompleta.

También le conté sobre las molestias persistente en mi tonsila lingual derecha y las halitosis constantes. Él lo comprendió todo y me checó la garganta nuevamente. La vio muy inflamada y me habló sobre la necesidad de que me hiciese de un aparato irrigador faríngeo nasal: el SinuPulse Elite Nasal Sinus Irrigation Systen SP100. Se trataba de una máquina eficaz para la realización de duchas nasales y de faringe, pero para adquirirla, había que pedirla por encargo vía Internet ya que en República Dominicana no estaba a la venta. 

Por el momento el doctor no contempló la necesidad de operación y me pidió que regresara a consulta una vez comprara el aparato para enseñarme a utilizarlo. Salí del consultorio con buenas esperanzas cuando me dijo “quedaron muy bien operadas las amígdalas”. Obviamente se refería a las palatinas.

Cultivo de faringe negativo

Tres días después recibí por correo electrónico el resultado del cultivo de faringe que me realizaron en el laboratorio. Todo normal, ninguna anomalía.  De todas formas mantuve mis dudas, pues la halitosis aún no cesaba. Por eso, una semana después, fui personalmente a otro laboratorio a que me realizaran una prueba de Estreptococo A Rápido, evaluación en la que había arrojado positivo en abril. Para mi fortuna, también negativo. Aparentemente la bacteria aquella había sido eliminada, sin embargo, por alguna causa que no entendía la hediondez en mi garganta no terminaba de decir de adiós. La bioanalista que me tomó la muestra me recomendó utilizar un enjuague llamado Septicon, para que hiciera gárgaras todos los días. En los primeros días aquel antiséptico me ayudó bastante, pero la presencia mortificadora del mal aliento regresaba una y tantas veces. 

Pero había otros malestares mayores. Algunos miembros de mi familia no me creían un ápice o mostraban alguna indiferencia cuando les contaba sobre mi caso. ¡PAPI, PERO YO NO ENTIENDO ESA VAINA, POLQUE CUANDO A UNO LE SACAN ESA DO PELOTA UNO SE SANA!, le exclamaba Carlos a mi padre delante de mí, con tono de imponer su opinión. Él simplemente se negaba a entender lo que hartamente ya le había explicado por la vía verbal y digital. Hasta el personal de la aseguradora SENASA, a quienes había visitado en solicitud de un plan médico, ya que era el único que la mayoría de otorrinolaringólogos aceptaban, entendieron mis explicaciones, sobre todo lo acaecido en el antes y después de mi cirugía. Lo único malo es que debido a esa situación tan suis géneris, con una cirugía incompleta, que para fines de lugar catalogaron como PENDIENTE, me explicaron que no podían facilitarme el traspaso del plan médico que tenía hacia uno contributivo del SENASA. Sin embargo, pocos días más tarde me telefonearon para que fuera a llenar la solicitud de traspaso de plan. La representante me informó que me llamarían en un plazo de 40 días para notificarme si me concederían el seguro o no.

El aparato y de vuelta a la consulta

Para la adquisición del aparato de irrigaciones faríngeas nasales le pedí a Carlos Eduardo, un sobrino, que me lo comprara por Internet. Le pagué el dinero en efectivo por adelantado y, en la primera semana de octubre, me lo llevó a mi casa.

El martes 11 de octubre, en horas de la tarde, volví al consultorio del otorrino para mostrárselo. Éste me dio unas vegas instrucciones sobre su uso. Le conté que tenía secreciones nasales desde hace días, lo que le hizo variar sus recomendaciones. Me sugirió que primero hiciese las duchas nasales hasta el martes próximo y me prescribió una lisozima de 250 mg. para tomar junto con el desayuno. El martes 18 acordamos vernos de nuevo, otra vez llevando el irrigador con la solución salina preparada para observar cómo lo estaba haciendo.

Duré una semana realizando las irrigaciones nasales, solo que con el adaptador para ducha equivocado. La lisozima me sentaba bien en los primeros días pero la irritación de la garganta se mantenía. La sentía, además de hedionda, como si tuviese pelada e hinchada. 


El martes 18 por la tarde regresé a la consulta con aparato en manos y la fórmula dentro de un envase plástico. “Prepáralo tú mismo Iván a ver como lo haces”, me pidió el doctor. Saque la máquina de un maletín, la conecté al toma corrientes, vertí el líquido en el recipiente correspondiente, ajusté la manguera que creí era la adecuada, encendí la máquina y me pegué la duchita en una de las fosas nasales. El otorrino notó que el líquido que me entraba por un lado de la nariz no salía por el otro. Me pidió que desajustara ésa y utilizara la de color azul. Apagué el aparato, conecté la manguerita azul y probé. Dio resultados. “Ves, esa es la que sirve para la nariz, la otra era para la garganta. Mira como ahora el líquido te sale por el otro lado”, explicó. Luego de la prueba me checó la garganta. Me palpó las amígdalas con una paleta. En la izquierda no sentí molestia, en la derecha sí. Mucho dolor. Me indicó Etopan de 400 mg., un antiinflamatorio no esteroideo, bueno para mitigar dolores e inflamaciones. Acordamos vernos el próximo martes 25 de octubre, de nuevo con el aparato, pero esa vez para mostrarme cómo irrigar mi garganta. Me sugirió continuar con las duchas nasales durante una semana más. 

Hice acopio de las recomendaciones. Las secreciones nasales empezaron a disminuir, aunque la zona derecha de la garganta mantenía los síntomas de irritación. Si una persona cualquiera me preguntara qué era lo que sentía, podía explicarle perfectamente lo siguiente: amígdala derecha irritada, exudada, mal oliente y sensación de líquido tibio como si quisiera estallar. ¿Podría ser una placa de pus  solidificada? ¿Pus líquida desesperada por salir sin hallar cómo? ¿Cálculos? Lo desconozco, ya que no soy otorrino, pero si lo fuese, ¡tamaña jodienda esta!

Llegada la fecha de la cita, martes 25 de octubre, llevé la máquina irrigadora faríngeo-nasal al consultorio. La conecté, preparé y vertí la infusión de manzanilla en el recipiente. Le mostré cómo me estaba practicando las duchitas para la garganta, pero el médico notó que el procedimiento me producía náuseas. Me ayudó un poco, mostrándome un método mejor. “No te la pegues tanto a la garganta, mejor así, de lejitos”, me instruyó. Luego, me checó las fosas nasales y también las amígdalas linguales. La nariz estaba bien, las secreciones eran tan solo por un proceso alérgico. La lingual derecha aún estaba un poco inflamada, aunque menos que la semana anterior. Me prescribió un spray nasal y una desloratadina llamada Despeval.

Mi próxima cita se pautó para el 25 de noviembre. Todo para seguimiento sobre mi evolución clínica.

Desde la cita del 25 he seguido llevando a pie juntillas todo el tratamiento. En los primeros días las secreciones nasales se habían ido. Por otro lado, la lingual derecha se me había desinflamado bastante, sin embargo, un enemigo, ya jurado desde hacía nueve meses, seguía causando malos estragos: la halitosis. 

La hediondez detrás de mi lengua, específicamente en la tonsila lingual derecha, se tornaba más que apestosa. Un hedor que no solo me molestaba, también me avergonzaba. Me producía asco. Luego de las ráfagas de besos con Maribel, en los días finales de enero y principios de febrero, no he querido volver a besar a otra chica o mujer. Y así lo he decidido por cuestiones de principios, por temor a contagiar alguien que no ha tenido algo que ver en esto. No me lo perdonaría jamás.  

Aún sigo sospechando de Maribel como la responsable de aquel estreptococo que pillé en el primer trimestre de año y de todas las inflamaciones de garganta que me han devenido. A veces pienso que he pagado justo castigo por culpa de mi historial de enamorador de tipas que no han valido la pena. ¿Y todo para qué? Para que al final culminasen en aventuras efímeras de no más de una o dos semanas. Jamás debí haberme alejado de Rosina Ubiera, una preciosa y atractiva mulata con la experimenté uno de los capítulos amorosos más lindos de mi existencia. Aquel episodio en la Plaza Sambil lo conservo aún vivo en mi memoria: besos continuos, abrazos y palabras de amor parecidas a las de chiquillos adolescentes. Solo nos faltó el solemne juramento de sangre propio de las parejas que, movidas por la locura, se prometen el más enfermizo amor eterno.

Una semana después Rosina no aceptaba salir conmigo debido a una difícil situación por la que atravesaba. Tampoco quiso en las dos siguientes. Esa fue la causa por la que me desesperé y decidí aventurar con la primera loquita que se atravesara en mi camino. Ya lo que me importaba era el sexo, divertirme y que la tipa no luciera tan mal. Y por ese estúpido proceder he terminado pagando la trágica cuenta de este largo camino de vicisitudes en un año que bien debió haberme pintado rosa y no gris. Un mes más tarde, ya después de haber metido la pata con otra, Rosi me explicó que su indisposición había sido por causa de su menstruación. Luego, como si se tratase de una jugarreta del destino, ella volvería a entusiasmarse en que volviéramos otro fin de semana a Sambil. Pero ya era tarde. La severa amigdalitis, junto con los síntomas de abatimiento, anemia y caída de los glóbulos blancos, se había apoderado de mi garganta. En febrero, aunque desconocía la magnitud del problema, no me atrevería a exponerme, no fuese que le contagiara alguna infección, como suponía que podía tener y que terminó siendo cierto en una de las pruebas bucofaríngeas que me realizaron en abril.

Este año Rosina obtuvo la residencia para irse a vivir a los Estados Unidos junto a sus hijas. Me comentó la última vez que platicamos que se marcharía en diciembre. Le deseo una vida plácida, muchísima suerte y éxitos.

Por mi parte yo seguiré con mi tratamiento basado en antiinflamatorios y antialérgicos, desconociendo lo que noviembre y diciembre me depare.

Continuará…