jueves, 3 de noviembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 7)



Le expliqué al galeno, con el cual debí haberme operado en junio pasado, toda la situación; desde la elevada cotización de la clínica que me hizo cambiar de planes y operarme en otro centro hospitalario hasta el error cometido por el especialista que me practicó la amigdalectomía el 14 de julio. 


Por Iván Ottenwalder

Temprano, en la mañana del 7 de septiembre, tomé rumbo al Centro de Otorrinolaringología y Especialidades. Había solicitado permiso en mi trabajo el día anterior. No era la primera vez. Por culpa de mis recurrentes amigdalitis no han sido pocas las veces que he recurrido a consultas médicas. Ya por mi mente solo pensaba en llegar al final de esta pesadilla, que había nacido a finales de enero del año actual.

Le expliqué al galeno, con el cual debí haberme operado en junio pasado, toda la situación; desde la elevada cotización de la clínica que me hizo cambiar de planes y operarme en otro centro hospitalario hasta el error cometido por el especialista que me practicó la amigdalectomía el 14 de julio. Como bien ya había señalado antes, más bien se trató de una cirugía incompleta.

También le conté sobre las molestias persistente en mi tonsila lingual derecha y las halitosis constantes. Él lo comprendió todo y me checó la garganta nuevamente. La vio muy inflamada y me habló sobre la necesidad de que me hiciese de un aparato irrigador faríngeo nasal: el SinuPulse Elite Nasal Sinus Irrigation Systen SP100. Se trataba de una máquina eficaz para la realización de duchas nasales y de faringe, pero para adquirirla, había que pedirla por encargo vía Internet ya que en República Dominicana no estaba a la venta. 

Por el momento el doctor no contempló la necesidad de operación y me pidió que regresara a consulta una vez comprara el aparato para enseñarme a utilizarlo. Salí del consultorio con buenas esperanzas cuando me dijo “quedaron muy bien operadas las amígdalas”. Obviamente se refería a las palatinas.

Cultivo de faringe negativo

Tres días después recibí por correo electrónico el resultado del cultivo de faringe que me realizaron en el laboratorio. Todo normal, ninguna anomalía.  De todas formas mantuve mis dudas, pues la halitosis aún no cesaba. Por eso, una semana después, fui personalmente a otro laboratorio a que me realizaran una prueba de Estreptococo A Rápido, evaluación en la que había arrojado positivo en abril. Para mi fortuna, también negativo. Aparentemente la bacteria aquella había sido eliminada, sin embargo, por alguna causa que no entendía la hediondez en mi garganta no terminaba de decir de adiós. La bioanalista que me tomó la muestra me recomendó utilizar un enjuague llamado Septicon, para que hiciera gárgaras todos los días. En los primeros días aquel antiséptico me ayudó bastante, pero la presencia mortificadora del mal aliento regresaba una y tantas veces. 

Pero había otros malestares mayores. Algunos miembros de mi familia no me creían un ápice o mostraban alguna indiferencia cuando les contaba sobre mi caso. ¡PAPI, PERO YO NO ENTIENDO ESA VAINA, POLQUE CUANDO A UNO LE SACAN ESA DO PELOTA UNO SE SANA!, le exclamaba Carlos a mi padre delante de mí, con tono de imponer su opinión. Él simplemente se negaba a entender lo que hartamente ya le había explicado por la vía verbal y digital. Hasta el personal de la aseguradora SENASA, a quienes había visitado en solicitud de un plan médico, ya que era el único que la mayoría de otorrinolaringólogos aceptaban, entendieron mis explicaciones, sobre todo lo acaecido en el antes y después de mi cirugía. Lo único malo es que debido a esa situación tan suis géneris, con una cirugía incompleta, que para fines de lugar catalogaron como PENDIENTE, me explicaron que no podían facilitarme el traspaso del plan médico que tenía hacia uno contributivo del SENASA. Sin embargo, pocos días más tarde me telefonearon para que fuera a llenar la solicitud de traspaso de plan. La representante me informó que me llamarían en un plazo de 40 días para notificarme si me concederían el seguro o no.

El aparato y de vuelta a la consulta

Para la adquisición del aparato de irrigaciones faríngeas nasales le pedí a Carlos Eduardo, un sobrino, que me lo comprara por Internet. Le pagué el dinero en efectivo por adelantado y, en la primera semana de octubre, me lo llevó a mi casa.

El martes 11 de octubre, en horas de la tarde, volví al consultorio del otorrino para mostrárselo. Éste me dio unas vegas instrucciones sobre su uso. Le conté que tenía secreciones nasales desde hace días, lo que le hizo variar sus recomendaciones. Me sugirió que primero hiciese las duchas nasales hasta el martes próximo y me prescribió una lisozima de 250 mg. para tomar junto con el desayuno. El martes 18 acordamos vernos de nuevo, otra vez llevando el irrigador con la solución salina preparada para observar cómo lo estaba haciendo.

Duré una semana realizando las irrigaciones nasales, solo que con el adaptador para ducha equivocado. La lisozima me sentaba bien en los primeros días pero la irritación de la garganta se mantenía. La sentía, además de hedionda, como si tuviese pelada e hinchada. 


El martes 18 por la tarde regresé a la consulta con aparato en manos y la fórmula dentro de un envase plástico. “Prepáralo tú mismo Iván a ver como lo haces”, me pidió el doctor. Saque la máquina de un maletín, la conecté al toma corrientes, vertí el líquido en el recipiente correspondiente, ajusté la manguera que creí era la adecuada, encendí la máquina y me pegué la duchita en una de las fosas nasales. El otorrino notó que el líquido que me entraba por un lado de la nariz no salía por el otro. Me pidió que desajustara ésa y utilizara la de color azul. Apagué el aparato, conecté la manguerita azul y probé. Dio resultados. “Ves, esa es la que sirve para la nariz, la otra era para la garganta. Mira como ahora el líquido te sale por el otro lado”, explicó. Luego de la prueba me checó la garganta. Me palpó las amígdalas con una paleta. En la izquierda no sentí molestia, en la derecha sí. Mucho dolor. Me indicó Etopan de 400 mg., un antiinflamatorio no esteroideo, bueno para mitigar dolores e inflamaciones. Acordamos vernos el próximo martes 25 de octubre, de nuevo con el aparato, pero esa vez para mostrarme cómo irrigar mi garganta. Me sugirió continuar con las duchas nasales durante una semana más. 

Hice acopio de las recomendaciones. Las secreciones nasales empezaron a disminuir, aunque la zona derecha de la garganta mantenía los síntomas de irritación. Si una persona cualquiera me preguntara qué era lo que sentía, podía explicarle perfectamente lo siguiente: amígdala derecha irritada, exudada, mal oliente y sensación de líquido tibio como si quisiera estallar. ¿Podría ser una placa de pus  solidificada? ¿Pus líquida desesperada por salir sin hallar cómo? ¿Cálculos? Lo desconozco, ya que no soy otorrino, pero si lo fuese, ¡tamaña jodienda esta!

Llegada la fecha de la cita, martes 25 de octubre, llevé la máquina irrigadora faríngeo-nasal al consultorio. La conecté, preparé y vertí la infusión de manzanilla en el recipiente. Le mostré cómo me estaba practicando las duchitas para la garganta, pero el médico notó que el procedimiento me producía náuseas. Me ayudó un poco, mostrándome un método mejor. “No te la pegues tanto a la garganta, mejor así, de lejitos”, me instruyó. Luego, me checó las fosas nasales y también las amígdalas linguales. La nariz estaba bien, las secreciones eran tan solo por un proceso alérgico. La lingual derecha aún estaba un poco inflamada, aunque menos que la semana anterior. Me prescribió un spray nasal y una desloratadina llamada Despeval.

Mi próxima cita se pautó para el 25 de noviembre. Todo para seguimiento sobre mi evolución clínica.

Desde la cita del 25 he seguido llevando a pie juntillas todo el tratamiento. En los primeros días las secreciones nasales se habían ido. Por otro lado, la lingual derecha se me había desinflamado bastante, sin embargo, un enemigo, ya jurado desde hacía nueve meses, seguía causando malos estragos: la halitosis. 

La hediondez detrás de mi lengua, específicamente en la tonsila lingual derecha, se tornaba más que apestosa. Un hedor que no solo me molestaba, también me avergonzaba. Me producía asco. Luego de las ráfagas de besos con Maribel, en los días finales de enero y principios de febrero, no he querido volver a besar a otra chica o mujer. Y así lo he decidido por cuestiones de principios, por temor a contagiar alguien que no ha tenido algo que ver en esto. No me lo perdonaría jamás.  

Aún sigo sospechando de Maribel como la responsable de aquel estreptococo que pillé en el primer trimestre de año y de todas las inflamaciones de garganta que me han devenido. A veces pienso que he pagado justo castigo por culpa de mi historial de enamorador de tipas que no han valido la pena. ¿Y todo para qué? Para que al final culminasen en aventuras efímeras de no más de una o dos semanas. Jamás debí haberme alejado de Rosina Ubiera, una preciosa y atractiva mulata con la experimenté uno de los capítulos amorosos más lindos de mi existencia. Aquel episodio en la Plaza Sambil lo conservo aún vivo en mi memoria: besos continuos, abrazos y palabras de amor parecidas a las de chiquillos adolescentes. Solo nos faltó el solemne juramento de sangre propio de las parejas que, movidas por la locura, se prometen el más enfermizo amor eterno.

Una semana después Rosina no aceptaba salir conmigo debido a una difícil situación por la que atravesaba. Tampoco quiso en las dos siguientes. Esa fue la causa por la que me desesperé y decidí aventurar con la primera loquita que se atravesara en mi camino. Ya lo que me importaba era el sexo, divertirme y que la tipa no luciera tan mal. Y por ese estúpido proceder he terminado pagando la trágica cuenta de este largo camino de vicisitudes en un año que bien debió haberme pintado rosa y no gris. Un mes más tarde, ya después de haber metido la pata con otra, Rosi me explicó que su indisposición había sido por causa de su menstruación. Luego, como si se tratase de una jugarreta del destino, ella volvería a entusiasmarse en que volviéramos otro fin de semana a Sambil. Pero ya era tarde. La severa amigdalitis, junto con los síntomas de abatimiento, anemia y caída de los glóbulos blancos, se había apoderado de mi garganta. En febrero, aunque desconocía la magnitud del problema, no me atrevería a exponerme, no fuese que le contagiara alguna infección, como suponía que podía tener y que terminó siendo cierto en una de las pruebas bucofaríngeas que me realizaron en abril.

Este año Rosina obtuvo la residencia para irse a vivir a los Estados Unidos junto a sus hijas. Me comentó la última vez que platicamos que se marcharía en diciembre. Le deseo una vida plácida, muchísima suerte y éxitos.

Por mi parte yo seguiré con mi tratamiento basado en antiinflamatorios y antialérgicos, desconociendo lo que noviembre y diciembre me depare.

Continuará…

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