jueves, 3 de noviembre de 2016

Amigdalectomía en tiempos de huelga (parte 7)



Le expliqué al galeno, con el cual debí haberme operado en junio pasado, toda la situación; desde la elevada cotización de la clínica que me hizo cambiar de planes y operarme en otro centro hospitalario hasta el error cometido por el especialista que me practicó la amigdalectomía el 14 de julio. 


Por Iván Ottenwalder

Temprano, en la mañana del 7 de septiembre, tomé rumbo al Centro de Otorrinolaringología y Especialidades. Había solicitado permiso en mi trabajo el día anterior. No era la primera vez. Por culpa de mis recurrentes amigdalitis no han sido pocas las veces que he recurrido a consultas médicas. Ya por mi mente solo pensaba en llegar al final de esta pesadilla, que había nacido a finales de enero del año actual.

Le expliqué al galeno, con el cual debí haberme operado en junio pasado, toda la situación; desde la elevada cotización de la clínica que me hizo cambiar de planes y operarme en otro centro hospitalario hasta el error cometido por el especialista que me practicó la amigdalectomía el 14 de julio. Como bien ya había señalado antes, más bien se trató de una cirugía incompleta.

También le conté sobre las molestias persistente en mi tonsila lingual derecha y las halitosis constantes. Él lo comprendió todo y me checó la garganta nuevamente. La vio muy inflamada y me habló sobre la necesidad de que me hiciese de un aparato irrigador faríngeo nasal: el SinuPulse Elite Nasal Sinus Irrigation Systen SP100. Se trataba de una máquina eficaz para la realización de duchas nasales y de faringe, pero para adquirirla, había que pedirla por encargo vía Internet ya que en República Dominicana no estaba a la venta. 

Por el momento el doctor no contempló la necesidad de operación y me pidió que regresara a consulta una vez comprara el aparato para enseñarme a utilizarlo. Salí del consultorio con buenas esperanzas cuando me dijo “quedaron muy bien operadas las amígdalas”. Obviamente se refería a las palatinas.

Cultivo de faringe negativo

Tres días después recibí por correo electrónico el resultado del cultivo de faringe que me realizaron en el laboratorio. Todo normal, ninguna anomalía.  De todas formas mantuve mis dudas, pues la halitosis aún no cesaba. Por eso, una semana después, fui personalmente a otro laboratorio a que me realizaran una prueba de Estreptococo A Rápido, evaluación en la que había arrojado positivo en abril. Para mi fortuna, también negativo. Aparentemente la bacteria aquella había sido eliminada, sin embargo, por alguna causa que no entendía la hediondez en mi garganta no terminaba de decir de adiós. La bioanalista que me tomó la muestra me recomendó utilizar un enjuague llamado Septicon, para que hiciera gárgaras todos los días. En los primeros días aquel antiséptico me ayudó bastante, pero la presencia mortificadora del mal aliento regresaba una y tantas veces. 

Pero había otros malestares mayores. Algunos miembros de mi familia no me creían un ápice o mostraban alguna indiferencia cuando les contaba sobre mi caso. ¡PAPI, PERO YO NO ENTIENDO ESA VAINA, POLQUE CUANDO A UNO LE SACAN ESA DO PELOTA UNO SE SANA!, le exclamaba Carlos a mi padre delante de mí, con tono de imponer su opinión. Él simplemente se negaba a entender lo que hartamente ya le había explicado por la vía verbal y digital. Hasta el personal de la aseguradora SENASA, a quienes había visitado en solicitud de un plan médico, ya que era el único que la mayoría de otorrinolaringólogos aceptaban, entendieron mis explicaciones, sobre todo lo acaecido en el antes y después de mi cirugía. Lo único malo es que debido a esa situación tan suis géneris, con una cirugía incompleta, que para fines de lugar catalogaron como PENDIENTE, me explicaron que no podían facilitarme el traspaso del plan médico que tenía hacia uno contributivo del SENASA. Sin embargo, pocos días más tarde me telefonearon para que fuera a llenar la solicitud de traspaso de plan. La representante me informó que me llamarían en un plazo de 40 días para notificarme si me concederían el seguro o no.

El aparato y de vuelta a la consulta

Para la adquisición del aparato de irrigaciones faríngeas nasales le pedí a Carlos Eduardo, un sobrino, que me lo comprara por Internet. Le pagué el dinero en efectivo por adelantado y, en la primera semana de octubre, me lo llevó a mi casa.

El martes 11 de octubre, en horas de la tarde, volví al consultorio del otorrino para mostrárselo. Éste me dio unas vegas instrucciones sobre su uso. Le conté que tenía secreciones nasales desde hace días, lo que le hizo variar sus recomendaciones. Me sugirió que primero hiciese las duchas nasales hasta el martes próximo y me prescribió una lisozima de 250 mg. para tomar junto con el desayuno. El martes 18 acordamos vernos de nuevo, otra vez llevando el irrigador con la solución salina preparada para observar cómo lo estaba haciendo.

Duré una semana realizando las irrigaciones nasales, solo que con el adaptador para ducha equivocado. La lisozima me sentaba bien en los primeros días pero la irritación de la garganta se mantenía. La sentía, además de hedionda, como si tuviese pelada e hinchada. 


El martes 18 por la tarde regresé a la consulta con aparato en manos y la fórmula dentro de un envase plástico. “Prepáralo tú mismo Iván a ver como lo haces”, me pidió el doctor. Saque la máquina de un maletín, la conecté al toma corrientes, vertí el líquido en el recipiente correspondiente, ajusté la manguera que creí era la adecuada, encendí la máquina y me pegué la duchita en una de las fosas nasales. El otorrino notó que el líquido que me entraba por un lado de la nariz no salía por el otro. Me pidió que desajustara ésa y utilizara la de color azul. Apagué el aparato, conecté la manguerita azul y probé. Dio resultados. “Ves, esa es la que sirve para la nariz, la otra era para la garganta. Mira como ahora el líquido te sale por el otro lado”, explicó. Luego de la prueba me checó la garganta. Me palpó las amígdalas con una paleta. En la izquierda no sentí molestia, en la derecha sí. Mucho dolor. Me indicó Etopan de 400 mg., un antiinflamatorio no esteroideo, bueno para mitigar dolores e inflamaciones. Acordamos vernos el próximo martes 25 de octubre, de nuevo con el aparato, pero esa vez para mostrarme cómo irrigar mi garganta. Me sugirió continuar con las duchas nasales durante una semana más. 

Hice acopio de las recomendaciones. Las secreciones nasales empezaron a disminuir, aunque la zona derecha de la garganta mantenía los síntomas de irritación. Si una persona cualquiera me preguntara qué era lo que sentía, podía explicarle perfectamente lo siguiente: amígdala derecha irritada, exudada, mal oliente y sensación de líquido tibio como si quisiera estallar. ¿Podría ser una placa de pus  solidificada? ¿Pus líquida desesperada por salir sin hallar cómo? ¿Cálculos? Lo desconozco, ya que no soy otorrino, pero si lo fuese, ¡tamaña jodienda esta!

Llegada la fecha de la cita, martes 25 de octubre, llevé la máquina irrigadora faríngeo-nasal al consultorio. La conecté, preparé y vertí la infusión de manzanilla en el recipiente. Le mostré cómo me estaba practicando las duchitas para la garganta, pero el médico notó que el procedimiento me producía náuseas. Me ayudó un poco, mostrándome un método mejor. “No te la pegues tanto a la garganta, mejor así, de lejitos”, me instruyó. Luego, me checó las fosas nasales y también las amígdalas linguales. La nariz estaba bien, las secreciones eran tan solo por un proceso alérgico. La lingual derecha aún estaba un poco inflamada, aunque menos que la semana anterior. Me prescribió un spray nasal y una desloratadina llamada Despeval.

Mi próxima cita se pautó para el 25 de noviembre. Todo para seguimiento sobre mi evolución clínica.

Desde la cita del 25 he seguido llevando a pie juntillas todo el tratamiento. En los primeros días las secreciones nasales se habían ido. Por otro lado, la lingual derecha se me había desinflamado bastante, sin embargo, un enemigo, ya jurado desde hacía nueve meses, seguía causando malos estragos: la halitosis. 

La hediondez detrás de mi lengua, específicamente en la tonsila lingual derecha, se tornaba más que apestosa. Un hedor que no solo me molestaba, también me avergonzaba. Me producía asco. Luego de las ráfagas de besos con Maribel, en los días finales de enero y principios de febrero, no he querido volver a besar a otra chica o mujer. Y así lo he decidido por cuestiones de principios, por temor a contagiar alguien que no ha tenido algo que ver en esto. No me lo perdonaría jamás.  

Aún sigo sospechando de Maribel como la responsable de aquel estreptococo que pillé en el primer trimestre de año y de todas las inflamaciones de garganta que me han devenido. A veces pienso que he pagado justo castigo por culpa de mi historial de enamorador de tipas que no han valido la pena. ¿Y todo para qué? Para que al final culminasen en aventuras efímeras de no más de una o dos semanas. Jamás debí haberme alejado de Rosina Ubiera, una preciosa y atractiva mulata con la experimenté uno de los capítulos amorosos más lindos de mi existencia. Aquel episodio en la Plaza Sambil lo conservo aún vivo en mi memoria: besos continuos, abrazos y palabras de amor parecidas a las de chiquillos adolescentes. Solo nos faltó el solemne juramento de sangre propio de las parejas que, movidas por la locura, se prometen el más enfermizo amor eterno.

Una semana después Rosina no aceptaba salir conmigo debido a una difícil situación por la que atravesaba. Tampoco quiso en las dos siguientes. Esa fue la causa por la que me desesperé y decidí aventurar con la primera loquita que se atravesara en mi camino. Ya lo que me importaba era el sexo, divertirme y que la tipa no luciera tan mal. Y por ese estúpido proceder he terminado pagando la trágica cuenta de este largo camino de vicisitudes en un año que bien debió haberme pintado rosa y no gris. Un mes más tarde, ya después de haber metido la pata con otra, Rosi me explicó que su indisposición había sido por causa de su menstruación. Luego, como si se tratase de una jugarreta del destino, ella volvería a entusiasmarse en que volviéramos otro fin de semana a Sambil. Pero ya era tarde. La severa amigdalitis, junto con los síntomas de abatimiento, anemia y caída de los glóbulos blancos, se había apoderado de mi garganta. En febrero, aunque desconocía la magnitud del problema, no me atrevería a exponerme, no fuese que le contagiara alguna infección, como suponía que podía tener y que terminó siendo cierto en una de las pruebas bucofaríngeas que me realizaron en abril.

Este año Rosina obtuvo la residencia para irse a vivir a los Estados Unidos junto a sus hijas. Me comentó la última vez que platicamos que se marcharía en diciembre. Le deseo una vida plácida, muchísima suerte y éxitos.

Por mi parte yo seguiré con mi tratamiento basado en antiinflamatorios y antialérgicos, desconociendo lo que noviembre y diciembre me depare.

Continuará…

sábado, 15 de octubre de 2016

Caimanes del Sur, tan cerca, tan lejos de la serie final



En sus primeras tres campañas (desde la 1983-84 hasta la 1985-86) registraron 99 victorias frente a 91 derrotas, un dato muy halagador para un equipo joven.
 

Por Iván Ottenwalder

Con la ley de la expansión del béisbol dominicano emergieron dos nuevos conjuntos en la liga otoño-invernal a partir de la temporada 1983-84: los Azucareros del Este y los Caimanes del Sur.


Los Caimanes tenían su sede en la ciudad de San Cristóbal y su estadio era el Municipal de aquella urbe. En esa primera contienda, la de 1983-84, obtuvieron marca de 35 victorias con igual cantidad de reveses, ocupando la tercera posición de la vuelta regular y clasificando a las semifinales.

En aquella eliminatoria pactada al mejor de un 7-4 se enfrentaron a los míticos y emblemáticos Tigres del Licey, quienes habían alcanzado el segundo lugar. En la otra semifinal se midieron los ganadores de la serie regular, Águilas Cibaeñas, contra los ocupantes del cuarto, Estrellas Orientales.

Los Caimanes no llegaron a la gran final, pero no tan lejos estuvieron de alcanzar la meta. Estuvieron a 21 outs de ganar aquel recordado partido ante los Tigres, el 26 de enero de 1984, en el Estadio Quisqueya. Los bengaleses les derrotaron en 10 entradas, dos carreras por una.

Para 1984-85 fueron los segundos en la tabla de posiciones (32-27), solo detrás de sus fieros rivales de la campaña anterior, Tigres del Licey (40-20). La buena temporada les valió para clasificarse a las semifinales y medirse contra los Azucareros del Este, escuadra que ocupó la tercera plaza con récord de 31-29. Los Tigres rivalizarían contra las Estrellas Orientales, dueños del cuarto lugar.

Tan motivados en ganar estaban los peloteros del conjunto sancristobero y más animada su hinchada con verlos llegar a la final, para que unos Toros del Este, que en verdad son exclusivamente de La Romana, les aguaran la fiesta y les eliminasen en 5 partidos (4-1). De nada les valió que la prensa nacional los diera como ligeros favoritos para avanzar a la finalísima. ¡Pronóstico fallido!

La de 1985-86 fue otra dignificante actuación para la novena sureña. Su foja en la regular culminó en 31-29, justo para el tercer lugar. En la semifinal se vieron las caras con otro rival diferente pero históricamente muy difícil de vencer: las Águilas Cibaeñas. Otro adversario que también les eliminaría  …y de la forma más vergonzosa. ¡Barrida de 4-0!

Todo parecía como una ilusión óptica, mientras más cercana la posibilidad de llegar a la finalísima, más lejos se les ponía. Tres temporadas muy buenas. La de primer año casi un cuento de hadas, la del segundo un hermoso sueño que terminó en estercolero y la del tercero, un suelo fértil, listo para la buena cosecha pero estropeado por la maleza. La cosa no pudo ser de otra manera. Se perdieron aquellos tres playoffs y los vencedores, como ganadores al fin, se lo llevaron todo (The winner takes it all).

Sin embargo, cuando se analiza fríamente la actuación de aquella antigua franquicia en sus primeras tres contiendas, las estadísticas no mienten. En sus primeras tres campañas (desde la 1983-84 hasta la 1985-86) registraron 99 victorias frente a 91 derrotas, un dato muy halagador para un equipo joven.

Lo que en verdad sacó de competencia al conjunto sureño fueron sus dificultades financieras. Aquella fue la razón por la que tuvieron que recesar en la estación 1986-87 y, aunque regresaron al terreno de juego para los torneos 1987-88 y 1988-89, ya la historia no volvería a ser igual. Unas ridículas actuaciones con récords de 16-44 y 22-36 en la penúltima y última temporada, respectivamente, marcaron el fin de esta franquicia. Después de la de 1988-89 los problemas económicos regresaron con más fuerza y terminaron retirándose definitivamente de la liga otoño-invernal. Además, ya su fanaticada se había alejado del estadio y las ventas de taquillas cayeron estrepitosamente. Los caimanistas se habían alejado del béisbol.

137 partidos ganados y 171 reveses, tres participaciones en eliminatorias y serios problemas financieros, fueron los factores más determinantes que definieron la efímera existencia de los Caimanes del Sur.
 
Primer partido ganado en temporada regular

El 20 de octubre de 1983 los Caimanes ganaron su primer partido como locales. El Estadio Municipal de San Cristóbal, hoy Temístocles Metz, fue un lleno absoluto y los dueños de casa alegraron a su joven fanaticada al vencer a las Águilas del Cibao 2 carreras por 1. José Reyes fue el lanzador que escribió aquella memorable historia.

Temporada 1983-84 y semifinal ante los Tigres del Licey

Históricamente se ha demostrado lo difícil que es, para no decir imposible, que un equipo deportivo clasifique a una postemporada en su primer año como franquicia. Los Caimanes quizás hayan sido uno de los pocos casos en la historia deportiva dominicana y mundial en quebrar esa barrera de dificultad. Los grandes expertos de la crónica por lo regular nunca suelen pronosticar en favor de un equipo bisoño. Mejor inclinan sus predicciones por las escuadras con vastas experiencias, en lugar de apostar sus palabras por las principiantes.

Con palmarés de 35-35, tercer puesto en la temporada regular, se clasificaron a la semifinal en la campaña 1983-84. Sus adversarios fueron los Tigres del Licey (40-29), ocupantes de la segunda plaza.

La épica batalla semifinalista entre Caimanes y Tigres constituyó unos de los capítulos más sensacionales y asombrosos de nuestra liga beisbolera profesional. Nadie imaginó que el emergente conjunto sureño le daría tanto tormento al emblemático y mítico Licey. Pero así fue.

En aquella inolvidable lucha feroz tuvieron que disputarse los siete partidos de un playoff pactado al mejor de un 7-4. Los acontecimientos fueron dignos de justa recordación tanto para la hinchada caimanista como para la liceísta de aquella época.

El 19 de enero de 1984 arrancó la semifinal en el Estadio Quisqueya de Santo Domingo. Los Caimanes salieron por la puerta ancha con su primera victoria, 6-4. Los pitchers Gary Lance y Ernesto Borbón contribuyeron con sus excelentes actuaciones monticulares para que así sucediera.

La serie se trasladó a San Cristóbal para el segundo choque. Los fans de la envalentonada escuadra sancristobera repletaron el parque la noche del 20 de enero. Todo el pueblo, pobres y ricos,  jóvenes con sus chicas, adultos, niños y ancianos estaban en sintonía con los Caimanes. El ambiente que se respiraba era de béisbol, dentro o fuera del Estadio Municipal.

La hinchada esperó la victoria de su conjunto, pero el resultado fue un revés de 5-4. Los Tigres igualaron la serie, 1-1.

En el tercer desafío, jugado el domingo 22 de enero en Santo Domingo, los Caimanes vencieron a sus oponentes con pizarra de 4-3. El lanzador Rickey Keeton se encargó de controlar a los bates liceístas.

Al día siguiente, por la noche, los endemoniados pitcheos de Alejandro Peña blanquearon a los reptiles en su propio patio. La victoria fue por la mínima diferencia de 1-0, pero, como los partidos también se ganan por una carrera, eso fue suficiente para que los felinos empataran de nuevo el playoff, 2-2.

El martes 24 los Tigres, que aún no habían ganado en casa, pudieron imponerse 4-2 sobre sus oponentes, tomando así el liderato de la serie 3-2.

Hasta la séptima entrada de aquel importante juego efectuado en el Quisqueya, los Caimanes estaban dominando el encuentro, dos carreras por cero, sin embargo, los Tigres vinieron de menos a más, igualaron el marcador y, gracias a un cuadrangular de dos anotaciones de Cesarín Gerónimo, tomaron la ventaja definitiva de 4-2, suficiente para el triunfo.

El miércoles 25 por la noche los felinos salieron al terreno del Municipal de San Cristóbal con la intención de finalizar la serie y avanzar a la final. Los locales no se dejaron torcer el pulso, vencieron a los capitalinos 2-1 y forzaron a un séptimo partido. La ovación y griterío de los aficionados en el estadio eran inauditos. La simple hazaña de haber empatado la semifinal a tres partidos y obligar a un decisivo choque al día siguiente, fue celebrada como si se hubiese ganado el título de campeonato.

El pitcher responsable de la victoria y de crear ese ambiente de júbilo y ensueño fue Frank Wills.

El match decisivo se efectuó el jueves 26 de enero, día del patricio Juan Pablo Duarte, en el Estadio Quisqueya. Antes de iniciar aquel partido la dirigencia liceísta cometió un error letal al no incluir a un bateador designado en su alineación de jugadores; por tal motivo, el pitcher Paul Voigt tuvo que hacer las veces de bateador en el line up azul. Lo peor de todo fue que dicha alineación ya se le había entregado al árbitro principal de juego, el de home. Infortunadamente los Caimanes no supieron aprovechar esta pifia garrafal del dirigente bengalés, Manuel Mota, para vencer sus oponentes.
 
Caimanes salieron adelante

Los sureños mandaron un mensaje en la tercera entrada a sus rivales cuando marcaron una carrera y tomaron el  comando de la pizarra 1-0. Corriendo Melanio Pozo en tercera y Ron Reynolds en segunda, Jesús Figueroa bateó un roletazo por la inicial que remolcó a Pozo con la primera carrerita. En ese momento la afición liceísta, que había colmado el Quisqueya de extremo a extremo, enmudeció de golpe. No fueron pocos los rostros que delataban preocupación en las áreas de palcos, preferencias y gradas. Fueron unos minutos de silencio tan parecidos al de un entierro solemne. Cualquier cosa podría ocurrir, no había mañana para ninguno de los dos equipos. El que perdiese, chaíto para su casa.

Lo que sí hubiese sido muy vergonzoso para los liceístas era la posibilidad de que  su glorioso conjunto perdiera aquel juego crucial ante una escuadra de primer año. Gerencia y fanáticos azules nunca se lo perdonarían. Y peor aún, las burlas serían eternas en caso de que los reptiles los eliminasen y ridiculizasen ante su fiel y ferviente fanaticada. También se les reirían en sus caras los fans aguiluchos y escogidistas, sus jurados y odiados archienemigos. Pero lo más sorprendente de todo es que eso podía ocurrir, pues con el 1-0 del inicio del tercero los reptiles se colocaron a 21 outs de avanzar a la final y de crearle una pesadilla fantasmal al equipo más ganador y excitante de la pelota dominicana.

Afortunadamente, para tranquilidad de la fanaticada azul su novena empató a una vuelta en el cierre del tercer capítulo. César Gerónimo falló con rolata a segunda que empujó a Radhamés Mills que estaba corriendo en la antesala. Para buena suerte de los fans liceístas el pitcher Voigt también se tornó dominante e indescifrable ante los bates caimanistas, quienes no volvieron a anotarle más.

La guerra se mantuvo igualada 1-1 hasta el cierre de la décima entrada, hasta que los Tigres finalmente ganaron el partido, dejando en el cuadro, tristes y derrotados, a los jugadores de los Caimanes.

Después de un out Rafael Landestoy conectó sencillo y posteriormente se estafó la segunda almohadilla. Rafael Santana se ponchó y vino al bate Cesarín Gerónimo, quien bateó un elevado profundo, con mucha brisa a favor, al jardín central. El defensor de esa posición, Jesús Figueroa, corrió y corrió hacia atrás y por más que lo intentó jamás le llegó a la bola. Esta lo voló y Landestoy, que había salido con el batazo, anotó sin dificultad. Fin del partido y de la pesadilla, Licey ganó 2-1. Avanzó a la finalísima para medirse a las Águilas Cibaeñas.

La brisa, en el batazo de Gerónimo, pudo haber sido la causa de la descalificación de los Caimanes. Eso puede ser discutible. También pudo haberlo sido el desperdicio de los sureños en no ganar el quinto partido cuando estuvieron liderando 2-0 a la altura de la séptima entrada. Otra causa, también digna de análisis, no haberse aprovechado del error infantil de la dirigencia liceísta cuando no seleccionaron a un bateador designado antes de iniciar el séptimo encuentro. Paul Voigt, lanzador al fin, tuvo que fungir como bateador gran parte del partido. En fin, unas fueron de cal y otras de arena.

Semifinal temporada 1984-85

Los Caimanes volvieron cargados de mucha energía para la estación 1984-85. Querían mostrarles a sus fanáticos que la actuación del año anterior no había sido pura casualidad.
 
Con foja de 32-27 se clasificaron en segunda posición y se enfrentaron a los Azucareros del Este, dueños del tercer puesto (31-29). La prensa nacional dio a los reptiles como ligeros favoritos para despachar a los romanenses, pero los acontecimientos en aquel playoff revelaron otra realidad.

El 18 de enero de 1985, en el Estadio Municipal de San Cristóbal, inició la semifinal entre los dos conjuntos de la expansión, ambos en su segundo año de historia en la liga otoño-invernal. Los Azucareros, también denominados Toros, batieron a sus oponentes en el primer duelo, 6-1.

En el segundo choque, en La Romana, los Caimanes volvieron a resbalar, y esta vez por una zurra de 10-1 que les propinaron los Toros. Los bates de Rick Leach, Freddy Tiburcio y Ricky Nelson se ocuparon de molerlos a batazos.

La serie regresó a San Cristóbal para el tercer choque. Esta vez el pitcheo de los reptiles hizo buena labor, pero de nada les sirvió, pues el de los bovinos fue mejor y volvieron a morder el polvo de la derrota, 3-2. 

Con la eliminatoria a favor de los Azucareros, 3-0, esta regresaba a La Romana para el cuarto partido. Los Caimanes pudieron sacudirse y ganar su primer desafío, 5-1. Denis Powell en el pitcheo y Melanio Pozo en el bateo fueron piezas garantes del triunfo.
 
El 22 de enero se jugó el quinto partido en San Cristóbal. ¿El resultado? Golpiza recibida para los Caimanes y pase a la final de los Toros. 11-5 terminaron las acciones. Los sureños ¡a esperar un año más!

Postemporada torneo 1985-86. Barridos por las Águilas

Luego de otra loable temporada y un bonito tercer puesto (31-29) los saurios regresaban una vez más a las semifinales. Midieron sus fuerzas, aunque con poco éxito, ante unas Águilas Cibaeñas que habían terminado a todo vapor la vuelta regular y culminado en segunda posición (31-29). Aunque la marca de victorias y derrotas fue la misma para ambas escuadras, la segunda plaza fue de los cibaeños debido a que le ganaron la serie particular a los sancristoberos.

Freddy Machuca
El 18 de enero en el Estadio Cibao de Santiago de los Caballeros empezó la batalla. Las Águilas se llevaron el primer triunfo 6 carreras por 4. Los reptiles desaprovecharon una ventaja de 3-1 en el cuarto episodio y no pudieron ganar.

En el segundo match, en el Municipal de San Cristóbal, los amarillos volvieron a vencer. En esta oportunidad, 7-4.

De vuelta al Estadio Cibao las Águilas masacraron a sus oponentes 14 vueltas a 4.

Las cuyayas, como también les llaman, terminaron de aniquilar a los Caimanes al derrotarlos por blanqueada de 5-0, en San Cristóbal. Así terminaba la temporada para el equipo marrón quien no pudo oponer una digna resistencia a los norteños. Los de Santiago avanzaban a la finalísima.

El desastre de sus dos últimas campañas. Los problemas financieros.

Luego de un receso en la contienda 1986-87, por serios problemas financieros, los Caimanes del Sur regresaron para las estaciones 1987-88 y 1988-89. A diferencia de sus primeras tres actuaciones en series regulares, que fueron buenas, en estas dos últimas brillaron por la mediocridad y el ridículo. No volvieron a ser ni espejo de aquellos aguerridos del 83 al 86 que asustaron y mortificaron. No hubo pizca de un pitcheo de clase ni espíritu luchador. Las precarias finanzas de esta franquicia no les permitieron hacerse de peloteros importados de calidad, a diferencia de los primeros tres años en que se contó con un buen material de jugadores extranjeros.

El palmarés de sus últimas dos campañas fue 38 juegos ganados y 80 perdidos. En esas penosas condiciones se despidieron para siempre de la liga otoño-invernal dominicana. No conocieron jamás el Round Robin, formato de postemporada establecido a partir del torneo 1986-87.

Descansen por siempre en paz, Caimanes del Sur.











Fuentes: Periódicos El Nacional de ¡Ahora!, Última Hora y Listín Diario.
Fechas: enero 1984 y 1985. Noviembre y diciembre 1985 y enero 1986.

Agradecimientos:
Área de hemeroteca de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña
Archivo General de la Nación (AGN).