sábado, 21 de junio de 2014

Liceísta, egoísta del ayer; aguilucho, egoísta de hoy



Antes los liceístas no apoyaban a las Águilas en la Serie del Caribe; ahora son los aguiluchos que le pagan a Licey con la misma moneda.


Por Iván Ottenwalder

Durante mucho tiempo en la República Dominicana ha sido muy común escuchar comentarios tales como “si Licey va a la Serie del Caribe yo no lo apoyo”, “para que ganen las Águilas allá afuera que gane otro equipo, pues yo no quiero saber de esos malditos aguiluchos”. Es un odio deportivo pero ancestral, que data de los años 70, fecha en que se retoma la celebración de la Serie del Caribe, evento que se había interrumpido entre 1960 y 1970.

Supongamos que en este momento un extranjero cualquiera, español, nicaragüense o mexicano me preguntase el por qué de ese rencor cuando se trata de representar a su propio país. Para responderle a su interesante inquietud tendría que apelar precisamente a la historia, al génesis de todo.

Ese génesis al parecer podría remontarse a los años 70, una verdad a medias, pero del todo no es así. El origen es más antiguo y hay que buscarlo en los 50, específicamente a partir de 1952, cuando las Águilas Cibaeñas y Tigres del Licey se enfrascaron en una emocionante final la cual fue ganada por los cibaeños. Era la primera vez que un conjunto de béisbol de Santiago de los Caballeros vencía a uno de la capital en series finales. Nadie lo podía creer y esto causó mucho asombro. Los fans aguiluchos no solo celebraron su corona obtenida sino que se dieron a la tarea de mortificar y burlarse de los derrotados hinchas liceístas. Los aficionados a Licey nunca lo perdonarían.

Al año siguiente, en 1953, aquellos equipos volvieron a enfrentarse en la gran final. Esa vez el triunfo fue para los liceístas; las cuerdas y burlas la recibieron los vencidos aguiluchos. Once años transcurrirían para que Águilas y Licey volvieran a verse las caras en la final. Aquello ocurrió en la temporada 1963-64. En una serie pactada al mejor de un 9-5 el equipo santiaguense ganó los primeros tres partidos. Sus entusiastas aficionados ya se creían ganadores. Se lo creyeron pero no lo consiguieron. Licey remontaría y ganaría cinco juegos consecutivos y alzaría el título. El desconsuelo fue enorme para los aguiluchos, desconsuelo que alimentaría sed de venganza.

Década del 70

El decenio de los años 70 representó el regreso de la Serie del Caribe y el renacer de la rivalidad aguilucho-liceísta. Pero lo más lejos y patético que se podía pensar era que los fanáticos de uno y otro conjunto llegaran al extremo de odiarse y desearse lo peor en caso de que uno representase al país en el clásico caribeño.

En seis ocasiones durante esa década los archienemigos se enfrascaron cara a cara en el playoff final de la pelota dominicana, con tres coronas para cada uno. En el clásico caribeño los Tigres del Licey obtuvieron 4 cetros y las Águilas cero. A partir de las dos primeras contiendas caribeñas ganadas por los azules, 1971 y 1973, la prensa liceísta, radicada en Santo Domingo, conjuntamente con la gerencia de Relaciones Públicas de los Tigres, desplegaron todo un aparataje mediático con el objetivo de hacerles ver a los dominicanos que Licey era el único equipo nacional que nos representaba con dignidad en playas extranjeras, trayéndole al país el título de la Serie del Caribe. Además, aprovecharon las malas actuaciones de las Águilas en dicho evento, sobre todo cuando el país fue anfitrión en 1972 y 1976, para vender la imagen de que las Águilas era un conjunto que nos hacía pasar vergüenza y que un equipo así no era digno de representarnos en la llamada pequeña serie mundial latinoamericana. Esta campaña jugó su papel y provocó la indisposición de muchos fans liceístas de apoyar a la República Dominicana si el representante eran las Águilas Cibaeñas. La cuestión era peor si los aguiluchos les ganaban la final a los Tigres, como sucedió en 1971-72, 1975-76 y 1977-78. Como toda acción provoca una reacción los hinchas de las cuyayas también pagaron con la misma moneda. El odio se recrudecía dependiendo de quien de los dos ganara el campeonato local y posteriormente asistiera a la Serie del Caribe. Se degeneró en el infantil absurdo de que "si tú no quieres que mi equipo gane por el país yo tampoco quiero que gane el tuyo". Era muy común ver a los dominicanos liceístas respaldar al representante campeón de Venezuela, México o Puerto Rico y no a las Águilas Cibaeñas de la República Dominicana. Si los representantes del país eran los felinos entonces los aguiluchos se ponían a favor de los demás contrincantes latinos.

Años 80, etapa no superada

A pesar de todo hubo una minoría de aguiluchos, como mis padres, que supo perdonar y respaldar, aunque sin mucho entusiasmo, a la escuadra azul en el clásico de febrero de 1983, 1984 y 1985. Mi hermano Carlos, aguilucho furibundo, no. Me acuerdo como se alegraba de la derrota liceísta en la Serie del Caribe del 84. Aún me quedaba mucho por ver en la vida.

En los torneos de 1985-86 y 1986-87 las Águilas volvieron a ser campeones y a representar a la nación en el Caribe. Recuerdo perfectamente como mis amiguitos liceístas del colegio y muchos vecinos del barrio Los Maestros gozaban con saña los reveses aguiluchos en las del Caribe del 86 y 87. Aún no olvido como mi profesora de quinto de primaria, Moraima Mora, tras la derrota aguilucha en el 87 me decía “ves, Iván, que las Águilas lo único que saben hacer es pasar vergüenza allá afuera, si fuera Licey de seguro hubiésemos puesto al país en alto y traído el título”. Tampoco borro de mi memoria cuando en febrero de ese año, Ricardo, un amigo de infancia, fue a casa a mostrarme, en tono burlón, una caricatura de un periódico en la que figuraba un águila golpeada y desplumada. En la prensa capitalina resucitó el manido de que las Águilas solo iban a la del Caribe a perder y pasar vergüenza, que el nuestro era un equipo fucú y que no merecía ganar siquiera el torneo local.

Confieso, fui creciendo en ese entorno, sin poder entender tantas incongruencias de aguiluchos y liceístas. El odio entre unos y otros en la pelota de patio podía ser explicable, pero no cuando se trataba de representar la bandera nacional.

Para colmo de los colmos, cuando los Leones del Escogido ganaron la del Caribe (en 1988) que se había efectuado para la ocasión en Santo Domingo, los aficionados liceístas nos sacaron en cara, a los aguiluchos claro, que hasta el Escogido era capaz de triunfar en la Serie del Caribe y nosotros no. No bastaba solamente festejar el triunfo dominicano, sino mortificar a los fans de las Águilas.

El Escogido volvió a ganar el cetro caribeño en 1990 y la absurdez liceísta contra los aguiluchos, además de innecesaria, se hacía más insoportable.

Década de los 90, del trauma a la gloria

En 1991 Licey volvió a representar a la nación en la del Caribe, celebrada en Miami, y la ganó. Se puso de moda en las juventudes simpatizantes de los azules y rojos, obviamente que con la ayuda certera de la prensa mediática, que Licey y Escogido eran los equipos más asperísimos y bacanos y que las Águilas eran los más chopos. Lo sorprendente de todo es que los aguiluchos no teníamos cómo defendernos de esos ataques, pues en efecto, nunca ganábamos la del Caribe.

Llegó el 1993, las Águilas habían ganado el campeonato nacional y regresaban al clásico caribeño, celebrado en México. A pesar de haber perdido sus dos primeros partidos lograron remontar y ganar cuatro en línea y forzar a los Cangrejeros de Santurce, de Puerto Rico, a un partido decisivo para determinar el campeón. Santurce campeonó y las Águilas tuvieron que conformarse con el segundo puesto. Los ataques y burlas de los “patriotas” liceístas continuaban. Ricky, un compañero de estudios en tercero de bachillerato, se pasó el resto del año dándome cuerda por el revés cibaeño.

Licey ganó la del Caribe del 1994 de forma invicta. Las Águilas, representando al país en el clásico del 1996, y con un equipo muy poderoso al que le llamaban el Dream team dominicano, perdió en territorio quisqueyano, quedando en tercer lugar. Ya me la estaba creyendo, que nuestro equipo era chopísimo, que solo Licey y Escogido podían ganar la del Caribe por el país. Aquella máxima, sostenida por la poderosa prensa capitalina y las juventudes liceístas y escogidistas, cada vez ganaba más credibilidad. Resignadamente lo aceptaba.

Lo más lejano que tenían los aficionados azules y rojos, pero mucho más los azules, era que la pesadilla aguilucha estaba por llegar a su final. Así ocurrió en febrero de 1997, pero el camino no fue fácil.

En la final de la campaña 1996-97 las Águilas habían vencido por barrida de 4-0 a los Leones del Escogido. El destino a disputar la Serie del Caribe de 1997 era el Estadio Héctor Espino, en Hermosillo, México. En ese mismo escenario, diez años atrás (1987), a las Águilas se les había escapado el campeonato de las manos. Luego de haber ganado sus primeros cuatro desafíos perdieron tres seguidos, el último ante los Criollos de Caguas, que de paso se alzó con el cetro.

Pero la del 97 no sería la del 87 y la historia se escribiría de otra manera. Las Águilas iniciaron sufriendo, perdiendo sus dos primeros desafíos. Algunos de mis amigos liceístas ya celebraban, el consabido de “ustedes solo pasan vergüenza” volvía aflorar. A pesar de la adversidad, los aguiluchos creíamos. Tendríamos que perder tan solo un juego más para ser eliminados, pero ese UNO, para beneplácito nuestro, no llegó; todo lo contrario, hicimos el milagro. Pudimos regresar y, con una bestial ofensiva de los bates aguiluchos y un pitcheo que ya iba mejorando, nuestro equipo triunfó en los últimos cuatro partidos y se consagró campeón caribeño. El drama de terror había terminado. La hinchada aguilucha se lanzó a la calles a celebrar. No era para menos. Era el fin de la pesadilla, de las burlas, de los ataques, del sambenito en la espalda.

Hay que reconocer que al día siguiente la prensa capitalina se comportó con altura. Los nuevos monarcas del Caribe recibieron todos los elogios y los mejores titulares en las secciones deportivas de los diarios. En la televisión y radio, por igual. Enojarse por la victoria del enemigo, también dominicano, hubiese sido el peor de los sinsentidos.

Los aguiluchos fuimos al aeropuerto a recibir a nuestros campeones. Algunos liceístas y fans de otros equipos también se nos unieron en la celebración. Varios liceístas, sin proponérselo, estaban expresando sus disculpas a las Águilas del Cibao.

Las Águilas volvieron a repetir en la del Caribe del 1998 y se convirtieron en la única escuadra en la historia en ganar este evento por dos años consecutivos. Los liceístas ya eran más comprensivos, aunque la rivalidad de patio seguiría siendo igual de titánica como hasta hoy.

Siglo XXI, más odian los aguiluchos

Cuando parecía que con los triunfos caribeños de las Águilas del 97 y 98 las heridas habían cicatrizado, la situación se tornó más ridícula. Muchos liceístas, exceptuando a una minoría, no tenían problemas en apoyar a las Águilas en la Serie del Caribe, pero la reciprocidad no se reflejaba en el bando contrario. Cuando en 2004 Licey fue el representante caribeño por el país, una avalancha de aguiluchos decidió no respaldar al equipo dominicano. “Yo a ese equipo no lo voy apoyar”, “Ay, ojalá Licey pierda”, solían expresar los fans de las Águilas, que ya no tenían por qué sentirse tan dolidos, pues su novena beisbolera también había señoreado en las del Caribe del 2001 y 2003. Los Tigres ganaron en 2004 y los aguiluchos decidieron no participar en el festejo de sus compatriotas. Ni siquiera los felicitaron.

Licey representó a los dominicanos en el clásico del 2006, el cual perdieron ante los Leones de Caracas, de Venezuela. Mayoría aplastante aguilucha lo vitoreó en grande. En el 2007 las Águilas triunfaron en Puerto Rico y muchos liceístas celebraron en bares y colmados el triunfo del país con sus archienemigos locales. No sucedió lo mismo en 2008, cuando la del Caribe fue escenificada en Santiago de los Caballeros. Para aquella ocasión, República Dominicana, como país sede, tuvo dos representantes, debido a que en Puerto Rico no se celebró torneo otoño-invernal en la estación 2007-2008. Por tal motivo se completó el hueco faltante con el conjunto subcampeón dominicano, que había sido Licey. En efecto, esto fue un golpe de suerte y coyuntural que benefició a la escuadra felina.

Los Tigres ganaron el título caribeño, llegando a vencer en dos importantes partidos a sus compatriotas Águilas del Cibao. Durante la serie fue notable observar como la hinchada aguilucha vitoreaba a las selecciones mexicana y venezolana cuando estas enfrentaban a Licey.

Partiendo del 2014, y como pinta el panorama, no sería errado suponer que estas dos tradicionales fanaticadas seguirán rivalizando en el béisbol local. Pero cuando se trate de representar a la nación en la del Caribe, los aguiluchos tendrán que aprender a dejar un poco atrás el infantilismo.

domingo, 11 de mayo de 2014

Águilas Cibaeñas, campeones nacionales temporada 1985-86

Por Iván Ottenwalder

Galería de imágenes del campeonato que las Águilas Ciabeñas ganaron en la temporada 1985-86 ante los Tigres del Licey (4-1).

Fanáticos de AC celebran victoria.

















Cecilio Guante.



















Celebración en el camerino aguilucho.















Jugadores de las Águilas emocionados.











Dirigente Winston Llenas recibe trofeo de campeón.















Tony Peña.



















Todo era pura alegría.
































Hinchas de las Águilas preparando el ataud del tigre.















Kevin Mitchell, bateador de poder de la Águilas en la temporada 1985-86.



















Tony Peña y sus compañeros lo festejaron a lo grande.















Winston Llenas se retrató con sus familiares.

















FUENTE: Periódicos El Nacional, Última Hora y La Noticia, febrero del 1986.

sábado, 3 de mayo de 2014

Estrellas Orientales y su último campeonato. Al final nadie recordará la historia



En San Pedro de Macorís son menos los que tienen memoria de la última corona de las Estrellas Orientales. Muchos han muerto.


Por Iván Ottenwalder

Hace 46 años que las Estrellas Orientales, equipo de San Pedro de Macorís, no gana un campeonato de béisbol otoño-invernal. Cuando lo consiguieron por última vez, la noche del 14 de febrero de 1968, los niños que tenían 8 años de edad ahora tienen 54, los que contaban con 10 hoy suman 56, los de 15 hoy son de 61, los de 20 tienen 66 y los de 30 o más cuentan en este momento, si es que hay algunos vivos, con 76 y más edad.

Estamos hablando de que en San Pedro, una provincia al día de hoy con algo más de 290 mil habitantes, el segmento poblacional y aficionado al béisbol que vivió y recuerda aquel momento que su equipo se tituló campeón, corresponde al grupo de personas mayores de 54 años.

Mery “la peleona”, petromacorisana que reside en Santo Domingo y dueña de una cafetería ubicada en un edificio de oficinas del Estado, recuerda la alegría vivida en Macorís la noche del campeonato. “Cuando las Estrellas ganaron yo era una niña chiquita y andaba con una rama de un árbol ondeándola mientras pasaban los vehículos tocando bocina. Así estaba mucha gente”, relató en enero del 2011 ante un grupo de clientes.

Como ella, que pueden atestiguar de aquella hazaña, aún quedan miles en su pueblo natal y en todo el país, pero también es cierto que otros numerosos miles hace tiempo fallecieron. De los que quedan vivos muchos fueron al Estadio Tetelo Vargas el 14 de febrero del 68 a presenciar ese memorable partido de campeonato; otros lo escucharon por radio.

Analicemos ahora la edad que tendrá toda esa gente viva y lúcida mayor de 54 años dentro de 30. El de 54 tendrá 84, el de 61 tendrá 91, el de 65 contará con 95 y el de 70 con 100. Tomando como premisa la esperanza real de vida de los dominicanos, que es de 72 a 73 años, casi seguro que todos esos testigos habrán perecidos.

En una ocasión escuché a un amigo decir que “ser estrellita era ser más que un fanático”. Nada lejos de la realidad. A pesar de las frustraciones de niños, adolescentes y adultos que no han visto nunca ganar a su equipo, y los más mayores, que pueden contar la historia del último cetro, todos ellos, aficionados al fin, se sienten felizmente orgullosos de ser estrellitas. Esa frustración y tristeza solo puede ser superada y convertida en felicidad si las Estrellas logran conquistar la añorada corona. Si el “año verde” deja de ser una fantasía y pasa a un hecho real. Eso evitaría que los hoy adolescentes, mayores de veinte, treinta y cuarenta años mañana se vayan de este mundo sin haber visto campeonar a su equipo.

La novena beisbolera de Macorís tiene dos derroteros: o ganan cuanto antes el campeonato o prolongan, indefinidamente, su agonía perdedora. En caso de ocurrir lo último, no quedará una estirpe viviente que recuerde la historia de aquel febrero del 1968.
 

domingo, 27 de abril de 2014

Protejamos a nuestros estudiantes corruptos



Hay que sanear los entornos universitarios retirando los drinks y colmadones.

Por Iván Ottenwalder
 

En la República Dominicana, como ya es común, toda tendencia negativa nace un día. Al principio, por no ser de gran magnitud, no se le presta la debida atención. Esta va, con el  pasar de los años, tomando cuerpo y, finalmente, llega un momento que se convierte en una fea problemática.

Recuerdo, cuando estudiaba en la Universidad Católica de Santo Domingo, en el segundo lustro de la década de los años 90, a los universitarios que frecuentaban el colmado El Dogaut, cercano a dicha universidad. A partir de las seis de la tarde llegaban estudiantes a tomarse sus tragos, cervezas y ron, mayormente. Esto no ocurría solamente los viernes, sino cualquier día de la semana. Podía ser un miércoles, martes o hasta un lunes.

El Dogaut fue ganando cada vez más adeptos dentro del estudiantado de la universidad. “Vamo pal Dogaut”, era el grito de moda, aunque no de todos, si de una gran representación estudiantil. Ya en otras instituciones universitarias de la capital se reflejaba la misma situación, aunque no a niveles preocupantes como los de hoy.

Con la llegada del siglo XXI se ponen de moda en el país las tiendas de bebidas alcohólicas, conocidas como drinks. Los estudiantes, ya corrompidos por culpa de la proliferación de colmadones en las cercanías de sus universidades, se convirtieron rápidamente en  target o blanco de público ideal. De modo que, los drinks, comenzaron a asentarse por los alrededores de estas academias de estudios.

Desde hace prácticamente un mes el periódico El Caribe viene publicando una serie de reportajes denunciando la magnitud de este mal. Y cierto que es un mal, pues todo ente racional, dominicano o de cualquier otro rincón del mundo, debe entender que la universidad es una entidad educativa creada para investigar, para producir conocimiento y nuevas ideas, en fin, para formar profesionales competentes e innovadores que respondan a las exigencias del presente y futuro.

Los entornos universitarios deben producir entes de soluciones y cambios, no alcohólicos y borrachos, que nada le aportarán a la nación.

Ahora el gobierno analiza y discute el tema, las instituciones del Estado se echan la culpa unas a otras. En lo que se pierde el tiempo los colmadones y drinks siguen en su mismo lugar.

Es cierto que una mayoría aplastante de nuestra juventud estudiantil está podrida, mucha de ella sin una dosis de juicio. Los dueños de los centros de bebidas podrán alegar que los muchachos de las universidades son adultos y responsables de sus actos. No deja de ser cierto, pero tampoco lo deja de ser que toda autoridad gubernamental o stablishment político tiene como misión proteger a su gente, a sus estudiantes universitarios incluidos, de toda degradación o putrefacción social. No estoy proponiendo con esto el fomento de seres angelicales, que no los existen en ninguna parte, pero si de seres humanos mejor orientados y con las herramientas necesarias para generar un país de luces y avances y no de atraso.

Lo más idóneo por parte del Estado sería tomar una decisión oportuna cuanto antes. Hay varias alternativas: llegar a un acuerdo con los propietarios de colmadones y drinks, comprándoles sus locales; motivarlos a que se muden para otros espacios, siempre alejados de las universidades o, en caso extremo (ojalá no suceda), cerrarles sus negocios si se oponen al diálogo.

Cada ciudadano debería hacer un ejercicio sencillísimo. Plantearse cual será el derrotero de la República Dominicana, de los niños de hoy, de los nietos y biznietos del mañana. Si dejamos todo tal cual está, diez, veinte, treinta, cuarenta y cincuenta años después, el caos será peor y los países del primer mundo, con toda la razón, seguirán considerándonos “Estado Fallido”, país incapaz de resolver sus propios desórdenes.

Pareciera, o da la impresión, de que vivimos en una sociedad donde todos nos conocemos y nadie puede abrir la boca porque cada quien tiene cola que pisar. No somos más que infelices víctimas producto de la podredumbre engendrada de antaño. Claro está, podredumbre a la que nunca se le ha prestado la debida atención.

Estamos ante un momento cumbre para tomar cartas en el asunto. Tenemos un gobierno con una gran aceptación ciudadana, sin parangón en la historia. No tomar las medidas necesarias, AHORA, podría cobrarnos terribles facturas en el porvenir.

jueves, 10 de abril de 2014

La palabra inconducta simplemente no existe



A pesar de eso los dominicanos la siguen empleando.


Por Iván Ottenwalder

Desde hace pocos años, quizás un lustro, la población dominicana, entre ellos periodistas, profesores, abogados, sociólogos, psicólogos, entre otros, vienen utilizando consistentemente el vocablo inconducta para referirse, especialmente, a las malas conductas de los ciudadanos.

Pasarse el semáforo en rojo, arrojar basura en las calles, irse a las trompadas con el prójimo o amenazarlo con una pistola por algo que bien pudo resolverse vía el diálogo, robar, matar, violar, festinar los dineros del Estado, no hacer la fila, todos esas malas acciones en la República Dominicana son llamadas inconductas.

Investigando y dando una mirada al Diccionario de la Real Academia Española (RAE) se puede apreciar que inconducta no es una palabra válida. La respuesta ofrecida por el diccionario principal de la lengua española cuando escribí en su buscador este término fue:

La palabra inconducta no está registrada en el Diccionario, según el RAE.

Confieso que no tengo el mínimo propósito de ridiculizar a una colectividad que, como la dominicana, ha sido mal orientada sobre este asunto. ¿Quién la mal orienta? Los mismos actores dominantes de siempre, los poderes fácticos y protagónicos que gobiernan esta nación. Ellos son los que nos han dicho toda la vida que es lo correcto y lo incorrecto, que es verdad y que es mentira, que se aprueba y que no. Son los entes poderosos del país y dominan la cultura, sistema educativo privado, medios de comunicación y la economía. Lamento decirles a estos poderes que, los incorrectos y equivocados han sido ellos.

En la República Dominicana del 2014 mucha gente sigue pronunciando guandul, cuando lo correcto es decir gandul; estrallar, cuando el verbo real es estrellar. Estos malos usos gramaticales pueden ser corregidas desde la escuela, si los maestros les enseñan a sus estudiantes a utilizar los términos correctos.

Para finalizar dejo este vínculo como constancia de mi búsqueda. Si les parece presionen este: http://lema.rae.es/drae/?val=inconducta.

miércoles, 9 de abril de 2014

Propongo al scrabble como tema central de una película



Por Iván Ottenwalder

Hace más de dos décadas el scrabble, pasatiempo de palabras más vendido y jugado del mundo, dio un salto significativo, cuando alcanzó nivel de profesionalismo. En 1991 se disputó el primer mundial de este juego en la ciudad de Londres, Inglaterra, y en el idioma inglés. Anteriormente solo se disfrutaba a nivel hogareño, entre los miembros de la familia o con amigos.

En 1993, en Nueva York, Estados Unidos, el inventor de este juego gramatical, Alfred Mosher Butts, estuvo presente en el mundial disputado en esa ciudad. Mosher Butts estaba siendo testigo ocular de un campeonato del pasatiempo que él mismo había creado. Poco tiempo después, este valioso ciudadano estadounidense falleció.

En ese mismo decenio de los 90 se llevaron a cabo los primeros mundiales de scrabble en los idiomas francés y español. Las competiciones comenzaban a llover. Naciones con lenguas diferentes al inglés, francés y español tampoco se quedaban atrás. Empezaron a formarse clubes en muchos rincones del planeta. El maravilloso juego de palabras cruzadas ganaba su propio espacio en esa era. El legado de Butts se convirtió en un conquistador de corazones y un éxito de ventas. A la fecha, en 2014, más de 150 millones de unidades de juegos de scrabble se han vendido en el mundo.

Son muchas las vivencias que hoy podemos contar. Cada quien tiene su propia historia que relatar. Las vicisitudes que pasaron Alfred Mosher Butts y James Brunot para convertir al scrabble en un sueño hecho realidad, son dignas de un filme. Y eso es precisamente lo que quiero proponer, un filme. Considero que el scrabble, mi juego favorito y de millones de gente en la Tierra, ha jugado su papel estelar como pasatiempo educativo de la humanidad y, por consiguiente, es merecedor de un rol protagónico en una película.

No voy a negar las varias apariciones de nuestro juego en diferentes películas, pero no como tema central, sino más bien de manera fugaz. La mayoría de las veces, en una escena en la que vemos un tablero de scrabble, con muchas palabras ya colocadas, pero aislado sobre una mesa solitaria. Cuando no, dos actores secundarios jugándolo, durante un guión de escasos segundos.

Montones de filmes con papeles protagónicos para el béisbol, baloncesto, fútbol, ciclismo, tenis, Fórmula Uno, Náscar y ajedrez hemos observado en el cine. Esas competiciones, debido a que poseen un gran número de aficionados, lo merecen y sería mezquino no reconocerlo. ¿Y nosotros los del scrabble, acaso no somos hoy en día un público numeroso? Millones de gente adoran nuestro juego, incluyendo personalidades famosas como cantantes y actores de cine.

Ya propuse, en un párrafo anterior, la gran hazaña lograda por Butts y Brunot de hacer del scrabble una realidad. ‘¿Tienes alguna otra propuesta Iván?’, me pueden preguntar ahora con total libertad. Claro, la tengo. A continuación la planteo:

Un joven estudiante de una escuela secundaria acaba de perder en la segunda ronda del campeonato de scrabble, cayendo eliminado. Pasado unos días el joven derrotado aún sigue afligido por aquel revés y trata de pensar como ser mejor en este juego. Es cuando aparece el barrendero de la escuela y, al ver al chico preocupado, decide entablar conversación con él. Le cuenta que tiene 48 años y de lo habilidoso que fue en scrabble en su época estudiantil, llegando a ganar varios trofeos. Le promete al joven entrenarlo, preparándolo para un mayor conocimiento de la gramática y repertorio de vocabulario. La única condición será la de prometer que asistirá a los fuertes entrenamientos semanales. El estudiante acepta el desafío.

El torneo de scrabble regresa al año siguiente. El chico sale a la batalla más seguro de sí mismo, pues, además de haberse preparado hasta la médula en cuanto a estrategia, vocabulario y gramática, aprendió a superar el miedo, a entender que la presión es parte del juego y que había que dominarla. Maduró en carácter. Todo ello le ayudó para exhibir una actuación espectacular en las primeras dos rondas. Y no todo quedó ahí, siguió jugando un scrabble de muy buena calidad en las rondas posteriores hasta que, ante el asombro de todos, avanzó a la semifinal. Una mística ganadora se apoderaba del él. Se sentía gigante, amo y señor del tablero. Todo salió bien y se clasificó hasta la finalísima. Su oponente sería una hermosa chica, genio de la gramática, matemáticas y, por supuesto, del juego de palabras cruzadas.

La final, como cada año, tendría que disputarse al mejor de 3 partidas y en una sala privada donde solo estuvieran los finalistas y los jueces. Los celulares de ambos jóvenes, en vista de que no deberían ser distraídos por nada, debían ser entregados al juez principal. El público, sentado en las graderías, observaría los acontecimientos por pantalla gigante.

La genio arrancó triunfando en la primera, 452-439. La segunda fue para el inspirado muchacho, 500-469, y de esa manera se empataba el match. Todo se decidiría en una tercera y decisiva.

Durante el descanso la chica talentosa era motivada por su familia y parte de la muchedumbre; el chico también era animado por su familia y otra buena tajada del público.

Los finalistas entran de nuevo a la sala. La puerta, para fines de seguridad, era cerrada con llaves, los celulares nuevamente entregados al juez principal.

Esta partida, ya en la recta final, favorecía al envalentonado estudiante por un margen  de 71 puntos. Un sueño estaba a punto de convertirse en realidad, solo era cuestión de aplicar todo lo aprendido y dominar los nervios.

La genio coloca un bonus, válido para 63 puntos, que la pone en competencia. Luego  de dos turnos jugados por ambos se agotan las fichas de la bolsa. En lo adelante habrá que jugar con las fichas que quedan de los atriles. Restándole dos fichas al chico, la C y L, y aventajando por 26, su brillante adversaria hace una valiosa formación, colocando todas las letras que les quedaban de su atril, aportándole 22 puntos y terminando la partida. Con los valores de las letras que se le quedaron al chico, 3 puntos de la C más uno de la L, se produce un dramático empate 479-479. Nadie se ha titulado campeón. Hay que ir al receso y luego jugar de nuevo. Los fans de las gradas tendrán que ahorrar energía para el próximo desafío.

Ya listos para el duelo, ambos se preparan para dar lo mejor de cada uno, si es posible, hasta el 500%. No desean otro empate. A la mitad del desafío el marcador iba muy ajustado, aventajando la chica 301-297. Faltando poco en la bolsa la genio pone las siete de su atril en el tablero para un bono espectacular. Aventaja por 69. El chico presiona colgando par de monosílabos que le suman 36 tantos gracias a la J. Su bella rival le sonríe y le coloca una formación de 31. Ya no queda letras en la bolsa. El estudiante observa su atril a ver si tiene para bonificar. No tiene. Apela a palabras cortas de buen puntaje pero que no surten efecto contra la talento. Es el turno de ella, juega cuatro fichas de las cinco que le restan y aumenta más su ventaja. El chico juega y se queda corto. La genio, en su último turno, le dice a su oponente ‘eres admirable, pero me he llevado la copa’ y coloca su última letra. Resultado final 491-456. La talentosa y aventajada alumna es la campeona. Le pide al subcampeón ‘quiero que seas mi amigo. Podemos jugar en mi casa siempre que lo desees’.

Al final de la partida la concurrencia, todos de pie, dedicó 3 minutos de aplausos a los finalistas. Luego de la entrega de trofeos el barrendero entrenador se acerca al joven y le dice ‘para mí, hoy tú fuiste campeón. Estoy más que orgulloso’.

Cinco días después, saliendo de la biblioteca de la escuela, dos alumnos, agarrados de manos, van tomando rumbo por una de las calles principales. Encuentran el lugar que buscaban y entran. Deciden que es buen sitio para ellos. Son recibidos con mucha cordialidad por la gente de allí. Quieren probar suerte en el club, donde ahora sus rivales serán gente adulta.

Si alguien tiene una propuesta diferente donde el scrabble sea tema principal de una película, bienvenida sea.

martes, 8 de abril de 2014

Hora dominicana: la impuntualidad de la que todos somos víctimas



Por Iván Ottenwalder

Quiero llegar temprano a todos los sitios. Me lo impongo, pero la situación llega a un punto en que, mayoría aplastante, fiel a la tardanza, me desanima.

Lo medito nuevamente. Pienso que no hay razones para imitar la impuntualidad, a pesar de ser una cultura imperante y dominante de los dominicanos.
 
El encuentro puede tener fecha y hora, pero un ciudadano promedio piensa que todos, como dominicanos al fin, llegarán tarde a la actividad. ‘Eso es la siete de la noche, pero nadie va a estar ahí a esa hora; mejor llego una hora más tarde, que es cuando eso va empezar’, pensaría un dominicano común.

No sorprende que mi compatriota tenga razón: todos los dominicanos partimos de la premisa que los demás harán presencia tardía. La impuntualidad se ha impuesto entre nosotros y ya es un común denominador. Aún así, me sigo preguntando, si todo esto es correcto, si la tardanza puede hablar bien de mí, si ese mal hábito no sería capaz de pasarme factura en cualquier momento que menos lo espere. ¿Soy un tonto y ridículo si llego muy temprano? ¿Acaso la impuntualidad es una verdad absoluta y mayoría tiene la razón aún siendo esto una irresponsabilidad? ¿Tengo que llegar tarde como los demás para caer bien y no temprano para caer mal? ¿Vine a este mundo llamado República Dominicana sin más opciones que hacer lo mal hecho? ¿Es mi misión en la vida doblegármele a un stablishment social acostumbrado al desorden? Si es así entonces no sé cual es mi propósito en la vida.

Continúo rebelde, tratando de llegar lo más temprano posible, arribando de primero o entre los muy escasos primeros. En mi trabajo, la mayoría de veces, suelo llegar antes de la hora de apertura, en varias ocasiones más temprano de la cuenta. ¿Gano algo con esto? Daría la impresión de que no, de que en República Dominicana esto ni me suma ni resta. Cualquier ser humano llegaría a pensar que esta nación, declarada como Estado Fallido en la década pasada, seguirá igual por los siglos de los siglos, ‘porque este es el mejor país del mundo y aquí está Dios’, reza una frase popular de pueblo.

Admito que he resbalado muchas veces. ‘Tío, es que Santo Domingo daña a la gente’, recuerdo haberle comentado a mi tío Juan Omar en un estadio de béisbol, en Florida, en el verano de 1997, cuando éste me llamó la atención por no haber hecho la fila al pagar unos perritos calientes. Su repuesta, agradable y tierna, ‘yo lo sé, pero estamos en Estados Unidos y acá eso no se perdona. Debemos hacer un esfuerzo’.

Entiendo también que no todos en República Dominicana tenemos vehículos, que los taponamientos son insoportables, que la mayoría de hombres y mujeres, casados unos  y divorciados otros, tienen muchas responsabilidades en sus hogares y, por eso, se les dificulta ser puntuales. Cierto. ¿Pero acaso en otras sociedades no hay dificultades parecidas a las nuestras y la ciudadanía hace un esfuerzo por estar a tiempo?

Estoy seguro que en cada niño y niña dominicano (a) abunda alguna pizca de deseo en hacer los correcto. ¿Quién los daña? ¿Quién les parte la boca o manda a callar cuando quieren opinar para aportar alguna solución? ¿Los papás? ¿De quién aprenden las malas conductas? ¿Está afectando a nuestro niños (aunque yo no tengo ni uno) la ola de divorcios en estos tiempos? ¿Y qué decir de la corrupción dominicana en todos los aspectos? No es anormal que, con tantas desventajas, cortesía de nuestro entorno, los niños dominicanos alcancen la adolescencia y adultez con todos esos defectos característicos del país actual.

No tengo certeza si habrá alguna solución a corto o mediano plazo. Por el momento vivimos en una sociedad en la que, si no nos acostumbramos y somos partes del desorden, o nos vamos del país o viviremos frustrados por toda la eternidad, ‘porque este es el mejor país del mundo y aquí está Dios’, reza una frase popular de pueblo.