martes, 20 de octubre de 2020

Excelente aficionado, pésimo actor, eso fui en el béisbol

 

Por Iván Ottenwalder


Mi familia, como casi todas la de República Dominicana, llevan el béisbol en la sangre. Este pasatiempo es una cultura muy ancestral que se remonta al año 1886 (siglo XIX) cuando fue introducido en el país por los marinos cubanos del buque María Herrera. Recuerdo, cuando siendo un chiquillo de tres o cuatro años de edad, mi padre, cada vez que las Águilas Cibaeñas venían a San Pedro de Macorís, nos llevaba al estadio Tetelo Vargas. Lo acompañábamos mi madre, mi hermano, la sirvienta y yo. Eran los años 1978, 79 y 80, que fueron parte de mi primera infancia en aquella provincia oriental. Para ser honesto, casi siempre me dormía en mi butaca, y nunca terminaba de presenciar el final de los partidos. Mi hermano Carlos, mi madre y la sirvienta sí lo disfrutaban al máximo. Mi padre también, pero a su manera pasiva y silente, sin bulla ni aplausos. Eran todos aguiluchos, excepto la trabajadora doméstica, que simpatizaba con el equipo local las Estrellas Orientales.

En aquellos años citados nunca me preocupaba por los resultados. El béisbol, el torneo otoño-invernal, las Águilas Cibaeñas y demás equipos me eran materia irrelevante. Para mí toda aquella realidad beisbolera nacional pasaba desapercibida.

Para el verano de 1980 nos mudamos a Santo Domingo, dejando atrás aquellos años vividos en Macorís, los once de mis padres (1969-1980), los ocho de Carlos (1972-80) y los cinco míos (1975-80). También nos trajimos a la sirvienta, quien duró pocos meses en la nueva vivienda y, finalmente, terminó regresándose a su pueblo.


Todo había cambiado para la familia. Nuevos vecinos, nuevos amigos, escuelas diferentes para Carlos y para mí y un nuevo trabajo para mi madre. Mi padre seguía laborando para el Banco Agrícola, con la ventaja de que ahora le quedaría más cerca. Antes, cuando residíamos en Macorís, mi progenitor tenía que conducir todos los días, temprano en la mañana, por la autopista Las Américas el trayecto San Pedro – Santo Domingo para llegar a su trabajo. Luego, manejar de noche por la misma autopista para regresar a casa.

Lo que nunca cambió fue la cultura beisbolera de mi familia. Carlos y mi padre seguían por la televisión o radio los juegos que disputaban las Águilas Cibaeñas frente a sus adversarios. En aquellos tiempos solamente eran televisados los partidos escenificados en Santo Domingo y Santiago de los Caballeros. Aquellos que se jugaban en San Pedro había que escucharlos por la radio. No había de otra.

Todavía mi curiosidad y eventual pasión por el béisbol no se había producido. De modo qué, todo ese mundo vinculado al béisbol aún me era indiferente. Sin embargo, mi padre quería inculcármelo a toda costa. Una vez le pidió a los amiguitos de Carlos que me pusieran a jugar a pesar de haberme negado. Quisieron probarme como bateador pero aquello no me inspiraba ni gustaba y, finalmente, hice el ridículo ponchándome. Simplemente, no me provocaba deseo aquel deporte del bate, la bola y las bases.

Carlos sí era talentoso en ese deporte. Asombrosamente genial. Mi padre lo había inscrito en la liga infantil del Banco Agrícola. Yo le vi jugar en aquel escenario con apenas 9 y 10 años de edad. Era un chico beisbolero de pies a cabeza, siempre enfocado en hacerlo extremadamente bien. Bateaba lanzamientos rápidos, corría con agilidad y era un gran defensor tanto de los jardines como del cuadro interior. Tenía instinto para ese juego.

Todavía en el verano del 83 la palabra béisbol me sonaba indiferente. Era como si aquel concepto jamás existiese en mi cabeza. El entorno, familiar y social, se encargaría pocos meses después, de cambiar esa realidad. Los primeros en inculcármelo fueron Carlos y mi padre. Lograron su objetivo, pero no de la manera que hubiesen deseado. Ellos se pasaban días y semanas comentándome de que nuestro equipo, las Águilas, había ganado este o aquel partido. Eso, fue lo que en verdad me molestó: ¿nuestro equipo? ¿Acaso lo consultaron antes conmigo? ¿Por qué nuestro? ¿Por qué no me dieron a elegir? ¿Porque yo tenía que ser igual a ellos? De modo que preferí tomarme unos días para pensarlo con calma.

Por la calle Jesús Salvador, del barrio Los Maestros, la mayoría de vecinos eran liceístas; otros, escogidistas y aguiluchos. Una tarde, Carlos, muy orgulloso de su equipo, me mostró en el periódico la tabla de posiciones en la que figuraban las Águilas en primera posición. Los Tigres del Licey en segundo y no recuerdo el resto del standing. Él, ahora más que mi padre, insistía en continuar lavándome el cerebro para convertirme en un aguilucho empedernido. Aquel plan le salió mal y terminé fijando mi posición como liceísta. Así las cosas, Licey fue el primer equipo deportivo alguno con el que simpaticé en mi infancia. Pero, de igual manera, el béisbol aún seguía sin motivarme mucho. Yo diría que fue su enfermiza obsesión, ya por venganza, de rivalizar y discutir con un niño inocente a quien el béisbol le importaba poca cosa, lo que terminó destapando mi curiosidad y posterior entusiasmo por ese pasatiempo. De tanto odiar y despotricar al bendito Licey terminó por convertirme en liceísta.

Era un liceísta de la boca para afuera, pero sin conocimientos de béisbol. Ni siquiera me conocía el nombre de los jugadores de mi equipo. Sin embargo, ya empezaba a integrarme con los amiguitos del barrio y jugar pelota con ellos. Carlos se empecinaba en debatir inútilmente conmigo, cuando bien podía discutir con gente conocedora y experta. Para hacer peor el asunto, los Tigres del Licey se titularon campeones en las contiendas 1983-84 y 1984-85, creándole una profunda tristeza el simple hecho de reconocer que la escuadra del niño inocente que no sabía prácticamente nada de béisbol y que no mostraba talento para deporte alguno, terminara llevándose la victoria. Era el colmo de los colmos. Sin embargo, para la estación 1985-86, sus Águilas del Cibao ganaron y pudo ser feliz.

Fue en esa temporada 1985-86 en que comencé a prestarle atención por radio y televisión a los partidos del béisbol dominicano. A interesarme un poco por el nombre de los jugadores y las estadísticas. Fue realmente en aquella época en que nació mi verdadera pasión por el béisbol. Fue durante esa temporada en que vi a mi equipo, los Tigres, perder un campeonato. Conocí, como aficionado, el significado de la derrota. Aprendí lo que era ser objeto de burlas por parte de los hinchas ganadores, entre los que se encontraba Carlos. ¿Alguien me dijo alguna vez que tendría que estar preparado para ganar y perder?

Si en 1983 su intento de lavado de cerebro salió mal, para el otoño de 1986, faltando pocos días para el inicio de la próxima temporada, le salió a la perfección. Después de tanto joder y joder pudo convertirme en aguilucho. Pero la buena parte de todo aquello fue, que mientras pasaban los días, me iba puliendo más y más en materia beisbolera. Discutía en defensa de las Águilas con aquellos liceístas que antes habían sido mis aliados. Jugaba béisbol en las horas de recreo del colegio con algunos compañeros de clases. Solíamos jugar en un patio con una bola de goma o tenis, la cual estrellábamos contra una pared y luego salíamos corriendo en dirección hacia unas bases improvisadas mientras los jugadores de la defensa tenían que evitar que alcanzáramos dichas bases y, más aún, impedir que anotáramos en carrera. Pero también, en los días de Educación Física, jugábamos con bates de verdad, tratando de hacer contacto a pitcheos lanzados con mucha fuerza. Aquellos, fueron tiempos inolvidables.


Los mejores jugadores fueron: Erick Radamés Almonte, José Luis Suárez, Pablito Liriano, Winston y Álvaro Féliz. El primero de estos, Erick Almonte, que también jugaba en la liga del Banco Agrícola, terminó debutando a finales de los 90 del siglo pasado con los Tigres del Licey y, posteriormente, firmado para el béisbol de las Grandes Ligas de los Estados Unidos. Sin embargo, analizándolo con justicia, el más atlético y completo de todos era José Luis Suárez. Era talentoso, no solo en béisbol, sino también en baloncesto, su pasión favorita. Jugaba casi perfecto ambos deportes. Yo le vi jugar y puedo dar testimonio de ello. En béisbol, era un gran defensor y consistente bateador; en basket, un tremendo anotador y pasador de bola. Era habilidoso manejando el balón, haciendo buenas fintas y llegando a la canasta. Erick solo descolló en el béisbol, pero en la práctica ganó la batalla, ya que pudo ser firmado y jugar algunos años en las Grandes Ligas. José Luis Suárez prefir sacrificar su doble talento deportivo por una profesión académica.

Mis años en la liga del Bagrícola, tiempo perdido

Carlos había jugado tres años en la liga del Banco Agrícola (1981, 1982 y 1983). Cada sábado, temprano en la mañana, un bus de la liga lo pasaba a recoger a casa y, a eso de la una de la tarde, lo transportaba de regreso.

Puedo testimoniar, aunque solo lo acompañé una vez al campo de béisbol del Bagrícola, que aquellos tres años fueron muy productivos para él. Era capaz, después de los diez años de edad, de batear lanzamientos duros y maliciosos, de atrapar elevados profundos con mucha elegancia, de marcharle con seguridad y valentía a cualquier roletazo contundente. Todo eso gracias a esa vasta experiencia alcanzada en la liga del Bagrícola. ¿Por qué la dejó en el 83? No lo sé y nunca se lo pregunté, sin embargo, pude ser testigo ocular las veces en que lo vi jugar béisbol con sus amigos del barrio. Era exageradamente bueno, muy superior en bateo y defensa a casi todos, y competía prácticamente de igual a igual con los chicos más altos y de mayor edad que la suya. Tenía agallas para ese deporte. Pero como casi todos sus amigos, el béisbol no era más que un desafío o una sana diversión propia de la niñez y adolescencia dominicana, no un norte a seguir u oficio del que fueran a ganarse la vida en la adultez.

En la primavera de 1987 mi padre me preguntó si deseaba jugar béisbol en la liga del Bagrícola. Le respondí que sí. Además, estaba ansioso por estrenar mi nuevo guante, uno que me había regalado mi madrina para mi cumpleaños. Pero siendo honesto, no era mi madrina quien debió haber asumido el compromiso de darme ese regalo, sino mi padre. Como tampoco era la obligación de la familia Luna, unos vecinos del barrio, de llevarme al estadio Quisqueya a ver los partidos del Licey frente a cualquier otro conjunto, sino de mi progenitor. Él siempre fue muy tacaño y, aunque es verdad que no devengaba una fortuna, tampoco es que su salario fuera una mierda. ¿Si podía llevarnos al estadio cuando vivíamos en San Pedro como no iba a poder en Santo Domingo? Considero que sí podía, aunque hubiesen sido pocas las ocasiones.

Mostré mucho entusiasmo con la idea de jugar pelota en una liga, conociendo de antemano mis limitaciones. No era capaz de batear lanzamientos rápidos ni de capturar la bola con seguridad. Mi defensa dejaba mucho que desear. En pocas palabras, era un mediocre que jugaba de manera asustadiza.

Recuerdo que duré en aquella liga cerca de un año, desde la primavera del 87 hasta la del 88. Empecé en una categoría de bajo nivel, compuesta por niños incapaces de batear lanzamientos rápidos o atrapar disparos incómodos a las bases. En ese nivel me mantuve hasta la claudicación. Siempre le tuve miedo a los pitcheos rápidos, razón por la que no quise avanzar de categoría. El director y entrenador, el señor López, era un gran ser humano, pero no poseía el carácter y la paciencia que debe tener todo coach en materia beisbolera. Nunca se preocupó por enseñar a los más pequeños a batear pitcheos rápidos o atrapar elevados profundos e incómodos. ¿Qué hubiera hecho un verdadero coach? Por ejemplo, me hubiese dicho algo así como “Iván, quiero enseñarte a batear pitcheos duros y a mejorar tu defensa tantos en rolatas como elevados difíciles. Quiero verte dos días extras a la semana, durante dos meses, para ayudarte a superar esas lagunas y te quites ese miedo. Sé que lo lograremos”. Desafortunadamente, nunca me tocó un entrenador de esa naturaleza, sino un analfabeto funcional que apenas había alcanzado un octavo grado académico.

Robo del guante

Para principios del 88, durante un pequeño receso en el que fui a la cafetería a comer un sandwish y tomar un refresco, mi guante se me desapareció en algún momento de distracción. Después de aquel refrigerio fue que vine a caer en la cuenta de que ya no lo tenía. Le di vueltas al asunto, hablé con el señor López, con el encargado del cafetín, con algunos de los muchachos de mi categoría, con algunos del nivel superior. Nadie supo ni vio nada. Me sentía frustrado, consciente del tremendo boche que recibiría de mi padre una vez en casa. En efecto, así fue. Me regañó brutalmente, sin concederme el derecho a la defensa para al menos escuchar mi versión de los hechos. Al sábado siguiente, el señor López dispuso que se realizara una colecta entre todos los muchachos de la liga con tal de reunir el dinero suficiente para que se me comprara un guante aunque fuese de medio uso. Pasaron dos o tres meses y nada. Cada sábado me producía una gran vergüenza el hecho de tener que pedir prestado un guante cada vez que me tocaba jugar defensa en el infield o los jardines. Me estaba hartando de esa costumbre. Mis padres, según me iba dando cuenta, no estaban en la disposición de comprarme un guante nuevo. Tomé una determinación bien pensada. Durante una semana de mayo, sin importarme el boche de mierda que luego me cayera encima, decidí no volver más a esa liga. Fui sincero en mi reflexión. Me sabía un derrotado que nunca alcanzaría un nivel superior. Ya no tendría razón de ser permanecer en una liga, siempre estancado en un mismo nivel, sin mostrar significativos progresos.

El tiempo se encargaría de demostrar que mi protagonismo en el béisbol estaría mejor en las gradas y no en el terreno de juego. En un futuro contaría con los atributos suficientes de buen investigador y estudioso en la materia pero jamás como pelotero. ¿Acaso hoy no es así?

Treinta y dos años después, aún resuena en mis oídos aquellas palabras duras y brutales de mi padre cuando, un sábado del mes de mayo del 88, temprano en la mañana, le dijo al chófer del autobús de la liga en un tono muy alto y severo: “NO, NO, VÁYASE, QUE EL SINVERGÜENZA ESE NO QUIERE VOLVER MÁS”.

Los hechos transcurrieron como tuvieron que ser. Como aficionado, sentado en las gradas, he aportado mucho a la historia del béisbol dominicano. Este blog tiene las pruebas, los temas con qué demostrarlo.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Los evangélicos, un bien necesario en la República Dominicana

Desde un enfoque, podríamos entender que las iglesias evangélicas han propagado su fe al extremo de rayar en un fanatismo religioso, apoyándose en un dogmatismo igual o peor de intolerable al de otras creencias. Desde la óptica de los evangélicos estos nos dirán que el mundo sería un mejor lugar si todos los humanos nos rigiéramos por los principios bíblicos y, sobre todo, por las enseñanzas de Jesucristo, hijo de Dios.

 

Por Iván Ottenwalder

No existen las verdades absolutas. No hay mal que por bien no venga. Todo depende del cristal con que miremos las cosas. Hay situaciones en que mayoría podemos estar equivocados. Unos ven el vaso medio vacío; otros, lo ven medio lleno. Todas esas expresiones nos resultan muy familiares ya que las hemos escuchado cientos y miles de veces en nuestras vidas. Yo agregaré una propia: Las divisiones, no tienen por qué ser del todo malas.

Las divisiones pueden traer caos pero también equilibrio. Esto lo podemos observar en diferentes esferas: política, social, científica y, para el caso que nos ocupa en este tema, la religión.


La Reforma Protestante de Martín Lutero por el siglo XVI terminó provocando a mediano y largo plazo que el Cristianismo, que antes era sinónimo absoluto de Catolicismo, se fragmentara, dando paso a distintas religiones y sectas, la mayoría de estas poseedoras de un dogma de fe que, dependiendo del punto de vista de sus practicantes, podría tratarse de la verdad indiscutible. De esta manera vemos como los evangélicos se autodefinen como los verdaderos cristianos, y lo mismo ocurre con los testigos de Jehová, adventistas, mormones, anglicanos, episcopales, católicos y todos los practicantes de pequeñas sectas cuya esencia y doctrina emanan de la Sagrada Biblia, especialmente de los cuatro evangelios del Nuevo Testamento.

La Biblia se presta a numerosas interpretaciones y por ello es que cada denominación religiosa cristiana se cree dueña de la razón, considerando equivocadas a las demás. Todas tienen elementos comunes pero también notables diferencias dogmáticas. Unas prohíben el alcohol y el tabaquismo; otra la celebración de fiestas sagradas y transfusiones sanguíneas; alguna guarda el sábado y no el domingo y una considera ilícito ante los ojos de Dios la ingesta de café y tés artificiales. Increíblemente y puede que nos cause asombro, pero la menos rígida y severa de todas es la católica. Podrán muchos lectores no estar de acuerdo conmigo, pero, si lo analizamos con justicia y la cabeza fría, caeremos en la cuenta que la Iglesia Católica es la menos exigente y más relajada en su dogma. Esto quizás se deba a su propia naturaleza de respetar el libre albedrío de cada ser humano. Siendo la iglesia más antigua del Cristianismo es la única que ofrece culto, o misa para ser más exactos, los siete días de la semana, facilitándole la vida a sus feligreses que, en caso de no poder asistir el domingo, como establece el dogma, lo puedan hacer cualquier otro día de la semana. Es la única que no nos exige el diezmo a rajatabla, solo la cantidad que podamos dar. En la práctica no menoscaba los gustos o preferencias del individuo, permitiendo además que cada quien sea libre y afronte las consecuencias de sus actos.

Precisamente, la Iglesia Católica Apostólica y Romana, por ser una de las más tolerables y permisibles, es que las demás les han caído encima, sobretodo las iglesias evangélicas y sus sectas, quienes la acusan de manera inmisericorde de ser la culpable de las grandes tragedias y descarríos del ser humano.

Todas las confesiones derivadas del Cristianismo, como ya se explicó anteriormente, toman como patrón a la Sagrada Biblia y a las enseñanzas de Jesucristo. Incluso, lo mormones, quienes se rigen por el Libro de Mormón, en algunas ocasiones, dentro de sus cultos, recurren a la Biblia como material de referencia. Así de sencillo.

Cada religión y secta cristiana se rige por severas normas de conductas que emanan tanto del Viejo como del Nuevo Testamento. Estas dependerán de las interpretaciones que cada iglesia le dé al sagrado libro.

Quiérase o no, cada vez más las iglesias cristianas no católicas aumentan su número de adeptos. En el caso de la República Dominicana el catolicismo ha experimentado una drástica y alarmante reducción porcentual. Hace treinta años, en 1990, la población católica rondaba el 90%; para el 2008, según la encuesta Barómetro de las Américas, bajó a un 67.6% y en 2019 el desplome fue mayor, cayendo a un 49.2%. Los evangélicos, en cambio, han crecido como la espuma. Han pasado de un modesto 12.1% en el 2008 a un respetable 26% en el 2019. Siguen siendo minoría, pero ahora más numerosa y con más voz y voto en la sociedad.

El restante 24.8% se lo reparten otras religiones así como los que se consideran no religiosos y ateos.  

Crecimiento evangélico ¿Bueno o malo para la Rep. Dom?

Históricamente lo que entendemos como bueno o malo viene determinado por los valores morales y la ética establecidos en una sociedad. Sin embargo, se pueden producir situaciones o realidades, como prefiramos llamar, tan discutibles y complejas, que debido al afán de cada una de las partes por defender sus posiciones, se nos haría un quebradero de cabeza juzgar quién o quiénes tienen la razón o si ésto o aquéllo es correcto o incorrecto. Todo dependerá de como miremos las cosas.

Desde un enfoque podríamos entender que las iglesias evangélicas han propagado su fe al extremo de rayar en un fanatismo religioso, apoyándose en un dogmatismo igual o peor de intolerable al de otras creencias. Desde la óptica de los evangélicos estos nos dirán que el mundo sería un mejor lugar si todos los humanos nos rigiéramos por los principios bíblicos y, sobre todo, por las enseñanzas de Jesucristo, hijo de Dios. Ellos alegarían, basado en algunos capítulos y versículos de la Biblia, que el adulterio, fumar y tomar alcohol es pecado y que si cumpliéramos estrictamente con los mandatos divinos, colocando a Dios en el centro de nuestras vidas, se acabarían gran parte de los males de este mundo. ¿Quién cree ustedes que tenga la razón? ¿Difícil, cierto? Todo dependerá de como lo miremos y analicemos.


En lo particular, no soy evangélico, ni tampoco quiero llegar a serlo. Estoy plenamente convencido acerca de lo que busco en la vida y cuál sería mi decisión y proceder en el mejor o peor de los casos. Creo en Dios sin dogmas ni protocolos.

En lo único que me parezco a los evangélicos es que ni ellos ni yo fumamos ni tomamos alcohol. Ellos, por razones bíblico religiosas y yo por asuntos de salud. No quiero ser evangélico debido a lo absorbente de su doctrina religiosa. Al cristiano evangélico se le exige demasiado, incluso, pienso que en ocasiones hasta más de lo que realmente pueda dar de mismo. Y no me estoy refiriendo únicamente a los diezmos y las ofrendas, no, sino también a otros aspectos. A los evangélicos, sus líderes les exigen encarecidamente predicar el mensaje cristiano por doquier, incluyendo de paso la repartición de volantes con literatura bíblica. Se les insta a leer diariamente la Biblia, a asistir dos o tres veces a la semana a la iglesia. Y esto último es importante que se explique. Los evangélicos, además de asistir al obligatorio culto cristiano de los domingos, también deben estar presentes los sábados, para recibir las enseñanzas de la Biblia, y cualquier otro día aleatorio, dedicado a alabar a Dios y tratar asuntos de interés sobre la congregación. Muchos se han visto en la necesidad de sacrificar algunas de sus actividades favoritas, incluso, hasta claudicar a ellas, para poder abrazar permanentemente el evangelio cristiano. Ser evangélico, en muchos casos, puede conllevarnos a la renuncia total del conocimiento, para seguir exclusivamente la palabra de Dios y de su hijo Jesús. Miles y millones lo han logrado, pero ¿podré yo? Conociéndome muy bien, mi respuesta sería NO. He reflexionado durante años sobre cómo sería mi vida siendo evangélico y, al sacar conclusiones, estas podrían ser aterradoras. Mi temor no radica en el diezmo, para nada, sino más bien en otras cuestiones, aquellas relacionadas a mis pasiones. Quizás, si en el mañana me veo siendo evangélico, tendría que robarle parte del tiempo a mis lecturas de libros y revistas para dedicárselos a la Biblia y a la congregación. Seguramente, tampoco podría dedicarle tiempo suficiente al canal de Youtube, el cual utilizo para ver películas y documentales. También se verían afectadas otras actividades como escribir en este blog y las investigaciones sobre temas deportivos en la hemeroteca. Y, por último, quizás tenga que bajarle la intensidad a mi gran pasión, el scrabble, así como a mis viajes al extranjero para competir en los torneos de esta disciplina de la mente. ¿Sería feliz en esas condiciones? NO. ¡Claro que no lo sería! Siendo evangélico tendría que vivir muy apegado a la Biblia y a la iglesia. Tendría que predicarle a otros, lavarles el cerebro hasta convertirlos también en evangélicos. Tal vez tenga, con el dolor de mi alma, que decirle NO a la lectura de novelas literarias, revistas de historia y ciencia. Quizás tenga que decirle NO al Youtube y a todo ese deseo por el conocimiento. Quién sabe si tenga que decirle NO a mi devoción bloguera y escritora. Es posible que tenga que despedirme definitivamente de la hemeroteca y decirle NO al juego que se ha convertido en el número uno de mi vida, que me ha brindado grandes satisfacciones y que tal vez sea el único que algún día me pueda garantizar la obtención de esa medalla o trofeo que durante toda mi infancia, adolescencia y adultez se me ha negado. Saben que me refiero al eterno y maravilloso SCRABBLE.


Aunque ser evangélico no vaya conmigo no puedo dejar de reconocer el bien que estos religiosos cristianos han representando para la República Dominicana. ¿Un bien? Sí, como lo acaban de leer, un bien. Nos guste o no ese 26% de población evangélica significa algo muy bueno y saludable para el país, un equilibrio necesario. Analicemos las cosas con calma y objetividad. Todos estamos al tanto sobre la pérdida de valores en nuestra sociedad, el irrespeto a la leyes, el incumplimiento de los deberes, los divorcios prematuros debido a tantas y tantas relaciones escasas de sentimientos; la falta de hábito por la lectura de nuestros niños, jóvenes y adultos; el poco interés de la gente por el cultivo intelectual en áreas del saber como la ciencia, la historia, economía y literatura y el desenfreno de la población por el alcoholismo. La mayoría de dominicanos le dan duro a la botella, especialmente a las de whiski, cerveza, ron y vino. Las embriagueces se producen, no solo los fines de semana, ya esos tiempos quedaron en el pasado, sino hasta cuatro y cinco días a la semana, siendo los lugares más comunes la casa, el bar, la discoteca, el billar, el drink y el colmadón. ¿Se imaginan ustedes lo que fuera de la RD si no existiera esa gran población evangélica? Seguramente la sociedad estuviera peor de lo desenfrenada y desacatada de lo que está ahora. Ese 26% de evangélicos, que no ingiere alcohol, que no fuma, que es fiel a su pareja, que se preocupa por cumplir sus deberes, que respeta las leyes, al menos le hace un fuerte contrapeso a esa parte podrida y enferma de nuestro territorio. ¿Acaso es eso malo? No lo es. Tal vez, si la RD no ha llegado todavía al extremo de convertirse en ciudades del eterno pecado como Sodoma y Gomorra, ha sido gracias a ese segmento poblacional, legado del Protestantismo de Martín Lutero, que con mucho amor y pasión predica constantemente el mensaje de Cristo.

Estoy plenamente seguro que entre los católicos, personas de otras confesiones y no religiosos, también habrá gente de muy correcto proceder, pero, con mucha tristeza me atrevo a asegurar, que son los menos. El mayor grueso de personas, con sus defectos y virtudes, pero que aún preservan elevados valores morales y férreas normas de comportamiento, lo compone ese 26% de evangélicos. Son los menos viciados de la RD, quizás los menos expuestos a padecer de los cánceres que produce el tabaquismo y alcoholismo, convirtiéndolos así en perfectos candidatos a gozar de muy buena salud. Tal vez, sean los menos propensos a la infidelidad, al divorcio, las drogas y enfermedades de transmisión sexual. Quizás, ellos sean la razón principal para pensar que el país no está del todo malogrado.

Cada ser humano es libre de sus actos, así como de elegir la religión o filosofía de vida que más le parezca, pero, ante todo, es importante tener en cuenta un factor vital: estar plenamente convencido, de lo contrario, es preferible no dar el salto.

¡Gente del planeta Tierra, vivamos la vida acorde a nuestras convicciones!

 

Fuente: Encuesta Barómetro de las Américas

https://n.com.do/2019/11/22/mas-del-50-en-rd-ya-no-se-identifica-con-iglesia-catolica-y-el-26-prefiere-la-evangelica/

miércoles, 15 de julio de 2020

Iván Ottenwalder pasa balance a su 2020 (1)

(Enero – julio 2020)

 
Por Iván Ottenwalder

Otro año en el que no esperaría nada a cambio sería el naciente 2020. De eso estaba plenamente convencido durante los primeros días de enero. Aunque, debo ser honesto y reconocer que, al menos en 2019, sí me ocurrieron algunas cosas buenas. Eso quedó explicado en el capítulo titulado Iván Ottenwalder pasa balance a su 2019.

Mi secreción salivosa nasal por semanas disminuye, por semanas se recrudece. Vivo el día a día solo apostando a que el tiempo ponga las cosas en su lugar y termine en algún momento destapando el asunto. Mantengo el uso de spray nasal, pero solo en ocasiones, no todos los días. Con lo costosa de la medicina hoy en día apenas me valgo del Hyderax 25 mg, Feltran (haloperidol en gotas) y la crema de Clobetazol. Una buena nueva, no recuerdo si ya lo había dicho en otra entrega, es que llevo más de dos años sin la necesidad de tomar Omeprazol. La gastritis y el reflujo gástrico de aquellos años 2015, 2016 y 2017 han dicho adiós por siempre. Puedo confesar que aquellos fantasmas se han ido.

En el ámbito laboral he seguido en el mismo lugar de trabajo y devengando el mismo salario. Trabajé en tres procesos electorales como sustituto de secretario por parte de la Junta Central Electoral: el interrumpido de febrero y los exitosos de marzo y julio. Me pagaron por mis servicios.

Para el mes de febrero me fue entregada la tableta digital que me saqué en la rifa de la fiesta navideña en diciembre de 2019. He pensado venderla, postura que aún mantengo. Entiendo que, con mi laptop y celular Samsung Galaxy J6, me basta para lo que realmente necesito.

Aún no la he vendido, pero no me desesperaré. Las cosas ocurrirán como tengan que ocurrir y punto.

Desde mediados de marzo, y debido a la pandemia del coronavirus, he estado laborando desde casa. Mando mis tareas laborales por correo electrónico y listo. La empresa para la que laboro me sigue pagando mi mensualidad con toda normalidad. Pago mis cuentas vía digital sin necesidad de hacer colas en los bancos.

Relación turbulenta con Yajaira

El 10 de enero Yaya y yo nos habíamos arreglado. Todo por iniciativa mía, cosa de la que al final terminaría lamentándome. Cada vez que ella quería algo, sobre todo monetario, me lanzaba algún que otro mensaje por whatsapp. Nunca le interesó ir a mi casa y, cada vez que le tocaba el asunto de sexo, se escudaba en la excusa de las secuelas que le habían dejado el accidente de la primavera de 2019. “No sea pendejo, no sea maricón, si ella no le dá la nalga, déjela”, me aconsejó su madre en enero.

Le había confesado a doña Yolanda que la razón por la que regresaba con Yajaira era porque todavía una parte de mí la quería. “Bueno, usted es un héroe pa seguí con ella, sabiendo que no le ha dado el culo, jejejeje”, se destornilló de la risa mientras tomábamos café una tarde.

La reconciliación con Yajaira aparentaba ir de viento en popa. Aunque seguía sacándome dinero por cualquier cosa se mostraba cariñosa y amorosa. Volvieron los besos y abrazos, conocí a su hermana Alejandra, quien fue muy simpática. Ella, militar del ejército, estudia Relaciones Públicas y posee una boutique de ropas y otros artículos. Llegué a comprarle una bonita lámpara eléctrica y un paquete de buenas medias deportivas. A finales de enero, Yajaira se antojó de un vestido y tuve que comprárselo. Asimismo, se antojaba de otros atuendos de la boutique. Cada vez que le pillaba uno de sus frecuentes malestares, ya fuera estomacal, fiebre, sinusitis, tenía que hacerme cargo de los gastos. Cuando fue al nutricionista y le indicaron análisis, también tuve que correr con la cuenta. Asombrosa o milagrosamente siempre me quedaba un pequeño margen para el ahorro. De no haber Yajaira el dinero en depósito hubiese sido mayor.

Previo al día de los enamorados se antojó de unos brackets dentales. Me mostró una oferta de brackets que había en la clínica Dental Chic por tan solo 3,500 pesos. “Tú sabe que ante yo usaba bracket dentales, tú lo has visto en mis fotos de hace muchos años, lo que pasa que me los quité porque me molestaban mucho”, me explicó. Muy bien, le prometí que sí, que le daría su regalo.

Telefoneé a Dental Chic y programé la cita para el sábado 15 de febrero a las 10 de la mañana. Nos vimos a las nueve en el parqueo del edificio donde reside su hermana. Ese día, y aún esto me sigue dando vueltas en la cabeza, ella amaneció con un humor de perra. Inventó que yo había checado los mensajes por whatsapp de una conversación con su madre un día antes cuando en verdad lo que sucedió fue que doña Yolanda telefoneó desde su móvil a Yajaira y me la puso al oído. Aquella maña, en que nos encontramos, me habló como fiera, no quería que me le acercara mucho. Me pidió en tono mandón que le comprara unos platanitos y una botella de agua en un colmado cercano. Cuando le pedí un poco de platanitos me contestó con muy mal genio que no me daría nada. “¡TÚ NO DESAYUNATE, COÑO!”. Por más que intenté explicarle que no era cierto aquello de revisar sus mensajes nunca me creyó, de nada valió mi defensa. Pedí un taxi cerca de la calle Caonabo y este arribó en cinco minutos. Entramos y le expliqué la dirección al taxista. El vehículo se puso en marcha. Durante el trayecto y bajo el consabido de que ella era mi novia, le puse mi mano encima de una de sus piernas. “¡NO ME JODA COÑO, NO ME PONGA LA MANO!”, me gritó, me miró mal y volteó su cara de amargura. Nos pasamos toda la ruta sin dirigirnos la palabra hasta que al final llegamos a la clínica dental.

Para no cansar el cuento tengo para decir que se pasó toda la bendita mañana con una carota del culo. Por cualquier cosa me insultaba delante de la gente y me avergonzaba. Le pagué la panorámica dental, una doctora la evaluó y le halló como seis caries. También le diagnosticaron otro problema por el cual habría que practicarle dos pequeñas cirugías, no tan costosas pero que correrían por mi cuenta en una próxima cita. Nos fuimos en otro taxi. Dentro del vehículo otra vez mostró su carota de culo. Solo por hacer un chiste me amenazó con pegarme par de bofetadas. “Iván, te doy do galleta. ¡Ayyyy coooño!”, me amenazó con su habitual lenguaje barrial.

En el camino se antojó de comer pollo en Kentucky. Le dije al taxista que se detuviera en un fast food de la avenida Núnez de Cáceres y, después de pagarle su tarifa, nos desmontamos. Entramos, mi amargada novia y yo, al restaurante de pollo. Pedimos nuestros servicios, los pagué con tarjeta de crédito, ubicamos una mesa y nos sentamos. La desgraciada no dejaba de mirar a cada hombre, fornido o aparente que entraba al restaurante, haciéndome quedar como un perfecto comemierda.

Ese momento de almuerzo nos la pasamos discutiendo. Yo, tratando de bajar lo más posible mi voz; ella, elevando su tono. Terminó de comer y salió de primero; yo la seguí después. Tomamos un carro público y nos encaminamos hasta Downtown Center. Entramos al famoso mall. Ella aprovechó para comprar un chip para su celular, ese que yo le había regalado de navidad. Luego se antojó de entrar al supermercado Carrefour y escoger una funda de pan y una caja de cereal para su adorada Lya, artículos que terminé pagando. Mientras anduvimos caminando por la plaza no se cansaba de echarle el ojo a los chicos de la high class, vergüenza que a veces no entiendo como aguanté. Ella se empecinó en tratarme ese día como a una mierda. Finalmente, salimos y tomamos otro vehículo público en ruta hacia la Caonabo. Luego caminamos hasta el parqueo del edificio. Nos sentamos en un banco y de nuevo empezó la discusión. Me pidió 100 pesos y le dije que no tenía. Ella, toda una arrogante, subió al apartamento. Yo, me marché hacia mi morada.

La próxima vez que nos vimos fue el jueves 20 de febrero. Nos encontramos en el parque del edificio donde reside su hermana. Andaba acompañada de sus dos hijos, Alex y Lya, y su sobrina Yazmín. Aquella tarde, la recuerdo como un maremoto de personas. Oleadas de gente de todas las edades venían de una de las tantas manifestaciones de protestas que durante toda la semana se realizaban en la Plaza de la Bandera, frente al edificio de la Junta Central Electoral. Caminar con desahogo era prácticamente imposible en aquellos días. La ciudadanía protestaba masivamente contra la JCE, por haber anulado las elecciones municipales del 16 de febrero.

Yajaira apenas me saludó con un beso en la comisura de mi labio. Habíamos acordado que le haría una compra en el supermercado y luego iríamos a Downtown Center a cenar. Nos fuimos caminando. Un escuadrón, compuesto por Yazmín, Lya, Alex, Steven y otro grupo de niños, nos acompañaba. Llegamos al supermercado Bravo. Yaya empezó a coger productos y arrojarlos en el carrito de compras. Le había anticipado de favor que la compra no superara los 2,500 pesos. Al final, cuando fui a pagar, el monto hizo poco más de 3,200. Una vez más se había pasado de lista.

El batallón de niños nos ayudó a cargar con las fundas. De nuevo a pie fuimos andando. Ya cuando íbamos a medio camino Yaya me dice que yo pude haber pedido un taxi, que le duele el pie, que no le gusta caminar mucho. Tratando de hacer un chiste simpático y, sabiendo lo poco dada al ejercicio físico que era ella, le respondí que caminar le haría bien, que lo tomara como ejercicio para sus pulmones. Aquello fue como provocar al mismísimo demonio. “¡MAMAGUEEEEEEEVOOOOOOO! COÑO, MAMAGUEVO, CÓMO TÚ ME DICE ESO, COÑO, DEGRACIAO. ALÉJATE DE MÍ, COÑO. NO TE QUIERO VE CELCA, MAMAGUEVO”. Escuchar aquella sinfonía de insultos me hizo entrar en pánico y silencio. Tuve que alejarme de ella y dejarla sola. Como 10 minutos más tarde ya todos habíamos llegado. Yaya y su escuadrón subieron las cargadas fundas de compra, incluyendo la que traía en mis manos. Minutos después bajaron todos. Los amigos de Lya y Alex se marcharon. Yaya se había calmado, y llamó a un taxi de la compañía InDriver. Lo abordamos. Del escuadrón solo vendrían sus hijos, la sobrina y Steven. Llegamos a Downtown Center. Una vez allí subimos al área de restaurantes. Yajaira y yo pedimos en Kentucky mientras que los niños ordenaron hamburguesas en Wendy’s. Cenamos. Una vez saciados los apetitos nos quedamos mirando las vitrinas de las tiendas. Luego abordamos un taxi que nos llevó hasta nuestro destino. Le pagué al chófer y nos desmontamos. Me despedí de la mala novia y sus pequeños familiares. Al llegar a casa me duché y luego, más relajado, le mandé varios mensajes por whatsapp. Le expresaba lo mal que me había sentido por su maltrato hacia mí. Discutimos y luego nos despedimos hasta el otro día. Estaba plenamente decidido a terminar con ella.

El viernes 21 de febrero, tras finalizar varias tareas en mi trabajo, aproveché para enviarle otro mensaje por whatsapp, expresándole mi determinación a romper mi relación con ella. Me telefoneó para pedirme, de favor, que mejor habláramos, que “por teléfono no es la manera adecuada de acabar una relación”. Acordamos reunirnos por la Caonabo, cercano al apartamento de su hermana, a eso de las seis de la tarde.

Dadas las seis platicamos en el lugar acordado. Ella se ha defendido y me ha pedido perdón por los insultos de ayer. Llegamos a un acuerdo. Le dije que mensualmente le daría 1,500 pesos mensuales para su compra de alimentos así como también terminaría de pagarle todo su tratamiento dental en proceso. Hicimos las paces. Nos dimos par de besitos. “Lo de hacer el amor será pronto, no te preocupes”, me prometió. Nos despedimos y me marché tranquilo a casa.

El sábado 22 nos juntamos temprano en el piso de su hermana. Habíamos acordados ir al dentista. Yajaira debía acudir al odontólogo para la pequeña cirugía en una de sus encías. Lya, Stevens y Yazmín para un simple chequeo. Tanto la operación de Yaya como las evaluaciones a Lya y Stevens serían pagadas de mi bolsillo. El chequeo a Yazmín iría por cuenta de su padre. Tomamos un taxi de InDriver camino a Dental Chic.

Jamás olvidaré aquel hecho tan vergonzoso que desencadenaría días más tarde en otra discusión verbal. Yajaira le había dado su número de whatsapp al taxista. Al principio pensé que solo lo haría para que éste tuviera su número de contacto en caso de emergencia. Así lo creí y hasta expresé: “claro amor, es bueno que tengas el número de un taxista por cualquier emergencia”. Ella, en vez de secundarme, respondió lo siguiente: “No, no es por eso, lo que pasa que él es un hombre muy dinámico y divertido y me agradan los hombres dinámicos y divertidos”. Me sentí en ese instante el comemierda más grande del universo.

Al llegar a la clínica dental hablamos con la recepcionista. Yaya entró de primero, poco después Lya, Stevens y Yazmín. A mi novia le practicaron la cirugía prevista; los críos recibieron la buena noticia de que sus dientes estaban en perfecto estado. Una hora duraron con Yaya en el quirófano dental. Al terminar, ella no podía casi hablar. Salimos de la clínica. Ella me pasó la receta para que me hiciera cargo de los medicamentos, cosa que hice cuando regresamos a la vivienda de su hermana. Fui a una farmacia y se los compré. También un pequeño helado. Se los llevé dentro de un bolso plástico. Yolanda, su madre, me lo agradeció eternamente. Eran más de las doce meridiano. La buena señora me invitó a que me quedara a comer. Acepté, a sabiendas de que tenía comida en casa. Almorcé y le di las gracias.

Me marché a casa. Antes de salir Yaya me dijo que me llamaría por whatsapp para que regresara en la tarde.

A eso las cinco y treinta volví a casa de Alejandra. Yaya me esperaba. Llamó por whatsapp al mismo taxista de la mañana quien pasó a recogerla. Lya y Yazmím le acompañarían en su viaje de regreso a Haina. Cargaron con la compra de supermercado que les hice dos días antes y, por supuesto, también pagué el taxi.

Al marcharse yo también hice lo mismo.

Ya en casa empecé a reflexionar sobre esa conducta tan anómala de Yajaira. Tomé mi celular y, con cierto dejo de frialdad macabra, le mandé varios mensajes de voz.
Le decía que si ella decidía empatarse con el taxista aquel “no contara más conmigo ni con mi ayuda monetaria”. Le recordé una vez más el trato basura que ella venía dándome. “Si te vas de parranda con ese taxista, ten por seguro que será él quien cargue con todos tus gastos. Si él te lo mete por el trasero, olvídate de que existe Iván Ottenwalder. Te conozco Yayita, sé que siempre buscas argumentos idiotas para no hacerlo conmigo. Bien bien, pues estás advertida. Jamás te levantaría la mano para pegarte, eso nunca. Pero que te quede claro, si te vas con él, Iván se larga de tu vida para siempre. No te lo repito más”.

Yajaira no volvería a dirigirme la palabra hasta tres días después.

El martes 25 de febrero estaba realizando mis tareas laborales con toda normalidad cuando sonó mi celular. Era ella. Me habló en tono enojado. Estaba irritada conmigo por la retahíla de mensajes de voces del pasado sábado. Me dijo que Lya, su niña, escuchó todo lo que le había dicho. “Lo siento por la niña, ella no tiene la culpa, solo tú la tienes”, le contesté. “No me arrepiento de haberte dicho todo aquello. No sabes lo basura que me hiciste sentir la semana anterior, desde la vez del supermercado hasta cuando te pusiste a flirtear con el taxista delante de mí, como si acaso yo fuera pura mierda”, agregué. Ella se defendió por los codos. “Iván, ese tipo es ordinario. Yo no me voy a meté en amore con un tipo así. Además, a mí no me gustan los hombre negro”, argumentó. No le creí y salí con un contraargumento: “¿Si no te gustan los negros como entonces tienes dos hijos morenos cuyos padres también lo eran?” Volvió a la defensiva, esta vez explicando que los papás de Alex y Lya no eran muy negros, que eran negros claros. ¡Tamaña estupidez!

Volví a retomar el asunto del sexo y le hice saber que si me hubiese empatado con otra hace mucho lo hubiese conseguido. ¡PUE BÚCATE OTRA COÑO, MAMAGUEVO!”, me gritó. “Muy bien, así lo quieres. Lo nuestro se acaba y me buscaré otra. Sabes también, que si lo prefiero, puedo visitar una casa de cita, pagarle a una y me la follo como si nada del mundo”, le respondí con mucha calma.

MAMAGUEVO, TÚ TE TA VOLVIENDO LOCO. ¡TÚ NO SABE QUE YO SOY TU NOVIA PA TÚ VENÍ A HABLAME ASÍ! NO TE APURE, QUE YO SÉ DONDE TÚ VIVE. TÚ Y YO NOS ENCONTRAMO COÑO. ¿TÚ QUIERE QUE VAYA A TU CASA Y TE DE DO GALLETA, COÑO?” Así, cargada de ira y amenazas, fue su contestación.

No estaba dispuesto a aguantar más. Le dejé saber que, si no teníamos sexo, le cortaría el agua y la luz, es decir, que dejaría de regalarle dinero. Fue entonces cuando cedió. Me propuso que lo hiciéramos, pero dentro de una cabaña y que me protegiera con un condón. Ya nos pondríamos de acuerdo, pero tendría que esperar que ella se recuperara del dolor aún persistente por la cirugía dental de días atrás.

El sábado 29 de febrero volvimos a Dental Chic. Esta vez en compañía de Lya y Stevens. A Yaya le descosieron los puntos de sutura. Se sentía mejor. A los niños, que también deseaban ponerse brackets, hubo que realizarles panorámicas dentales. Yo las pagué las dos. El dinero por la de Stevens me sería reembolsado por su madre, Alejandra. Según los médicos, la dentadura de los críos estaba en óptimas condiciones, pero, por razones que ahora no recuerdo, explicaron que aún no era el momento de colocárselos. Le recordaron a Yajaira sobre las caries a erradicar. Dijo que se las trataría en otra clínica, pero que los brackets se los haría con ellos. Finalmente, nos regresamos en un taxi al apartamento de la Caonabo. Yo no subí. Nos despedimos hasta la tarde.

A eso de los seis de la tarde nos encontramos en el apartamento. Le regalé el dinero para el taxi y nos despedimos. Apenas un abrazo.

Cuatro días después, el miércoles 4 de marzo, tuve cita en el consulado americano. Todo salió como lo deseaba: obtuve el visado por 10 años.

Ese mismo día, en horas de la tarde, vía whatsapp, Yaya me pide de favor que le pagué el recibo de la luz. “Tú sabe corazón, que yo toy aquí, en la casa de Haina. Me llegó la factura de quinientos y pico de peso. Yo no tengo trabajo y si no la pago me la coltan”, me explicó y me envío una foto de dicha factura. Me dirigí a una estación de EDESUR cercana a mi casa y se la pagué. Fotografié el recibo de pago y se lo remití a su whatsapp. “Gracia mi amol, te amo”, me respondió junto a unos emoticones de besos. Lo que no me imaginaba era, que a partir de ese entonces, me haría cargar con esa factura todos los meses. Ya, desde principio de año, también le pagaba el gas de cocina. Todo eso con el argumento de que su familia no la ayudaba, de que me tenía solo a mí.

La querían echar de la casa

Desde febrero Yajaira y Osvaldo estaban de riña. Su hermano, que en el pasado había construido la casa de Haina, se fue a pasar varios días allí. Le exigía encarecidamente a su hermana que se largara de la vivienda. Le contaba a su padre, don Alejandro, vía whatsapp, que Yajaira no hacía el más mínimo esfuerzo por superarse, que se las pasaba con amigotes de colmado bebiendo alcohol todas las noches y juntándose con unos tipejos drogadictos. Yajaira me rogaba que le consiguiera al menos cinco mil pesos para comprar 100 blocks y un saco de cemento y así construir una habitación donde dormir. Le prometí regalarle 20 mil. “Con esa plata, puedes hacerte de muchos más materiales: más blocks, sacos de cemento, varillas... no dará para todo, pero sí para un gran avance. Eso sí, la mano de obra tendrá que pagarla tu familia, no yo”, le dije bien claro.

La promesa de los 20 mil pesos la cumplí. Se los conseguí a finales de marzo, en tiempos de cuarentena por el coronavirus. “Espero, que una vez reabran las ferreterías, hagas una buena compra de materiales de construcción. Será el gran inicio para que construyas una habitación y un baño bien decentes. Después, para 2021, yo te conseguiré otra partida de dinero”, le garanticé.

Días antes de que en el país se decretara el estado de emergencia por el Covid -19, Yajaira tuvo una entrevista de trabajo, así me contó, en una compañía de productos de belleza. Me aseguró que le había ido bien y que luego le darían respuesta. Pero, la respuesta nunca llegó porque, dos o tres días después, se decretó la cuarentena nacional y muchos negocios cerraron temporalmente.

Los últimos meses, antes de la ruptura, me las pasaba pagándole sus cuentas. A continuación el desglose:

- RD$1,500.00 mensuales para su comprita en el supermercado
- RD$500.00 mensuales para el pago del cilindro de gas
- Casi 600 pesos mensuales por la tarifa de electricidad
- Un paquetito de internet semanal para su celular (150 pesos x 4 semanas = RD$600.00)

En mayo se antojó de tener telecable y me pidió dos mil quinientos pesos para abrir un contrato. Se los conseguí a finales de ese mes. Me pidió que le regalara cinco mil pesos para comprar un paquete de ropas y revenderlas. Se los negué, y esto porque ya su hermana la estaba ayudando en ese sentido. Como también le negué un mueble, que le estaban vendiendo en cinco mil quinientos pesos. “No puedo darte más de lo que puedo. No soy un hombre rico, y ya te conseguí, por un micro préstamo de 20 mil pesos, el dinero para los materiales de tu casa, que espero me los muestres cuando los compres”.


Doña Yolanda me advierte de nuevo

Para finales de junio Yajaira me contaba que se había peleado con su madre y que pensaba irse de la casa, que por favor la ayudara con el alquiler de una pieza . Le respondí que mi presupuesto no aguantaría para tanto, de modo que no podría tenderle una ayuda. “Trata de arreglarte con ella. Mira que ahora estás vendiendo ropa por tu casa, estás haciendo algo más de dinero. Dale calor a ese negocio que tienes junto con tu hermana”, le aconsejé. Me pidió que no le mencionara a su mamá, que ella no la aguantaba más y que se iría de la casa. No volví a tocarle más el asunto.

Días antes de aquel último encuentro, durante un cursillo impartido por la JCE de caras a las elecciones del 5 de julio, conocí a otra mujer. Su nombre, Fiordaliza. De 40 años de edad y piel mulata. Nos amistamos tras una larga conversación al finalizar aquel cursillo. Divorciada y con tres hijos. Se había convertido a evangélica por la depresión que le produjo el divorcio hacía varios años y, desde hacía cinco, laboraba para la compañía eléctrica EDESUR. ¡Para la misma EDESUR en la que venía pagando las facturas de electricidad de Yajaira! ¡Cuántas coincidencias tiene la vida!

Ya por mi cabeza rondaban otros planes. Pensaba reducirle la partida de dinero a Yajaira, con el objetivo de que esta se desanimara, terminara mandándome a la mierda y así tener el campo abierto para enfocarme en la otra amiga. Una jugada maestra muy bien calculada.

Para principios de julio, antes de las elecciones, me había comunicado con Yolanda, vía whatsapp. Por curiosidad quería saber qué había ocurrido entre ella y Yajaira, por qué se habían peleado nuevamente. La buena señora se sinceró y lo sopló todo. Me había revelado que Yajaira estaba viviendo con otro hombre, “con un chulo que le dá dinero”, que singaba todas las noches con ese tipo, solo cuando le llevaba dinero u otra cosa de valor. “No sea pendejo Iván, no sea maricón, Yajaira no sirve, e una lacra. Es una tipa antisocial. Se la pasa bebiendo y metiendo droga con unos tipos raro que la vienen buscar to las noches. No sea pendejo, no le dé un chele más”. Me contó que, últimamente, Yajaira no estaba pagando la luz ni el gas, que me estaba robando mi dinero. Cuando le informé sobre los 20 mil pesos que le había regalado a su hija para los materiales de construcción me respondió: “ella no ha comprao na. Seguro se lo metió en droga”. Y volvió a recordarme: “ella lo está engañando. No quiere darle la nalga porque usted no le gusta. Así me lo dijo, que solo quería pelarlo. Abra los ojos, no se deje engañá, Yajaira no es buena mujer para usté”.

Me contó que Yaya le había lanzado una pedrada que le lastimó el brazo. Que iría a la Policía a denunciarla, a solicitar una orden de alejamiento contra ella. Finalmente, me pidió que no dijera nada de lo hablado, que borraría todos los mensajes de voces de la conversación y me instó a hacer lo mismo. Le di mi palabra.

Yo, de lo más calmado, contaba ahora con la coartada perfecta para romper definitivamente con aquella que una vez llamé chica de ensueño sacada de un cuento de hadas. Me frotaba las manos y saboreaba mi tranquilidad.

La ruptura

Un día después de las elecciones, lunes 6 de julio, Yajaira ha telefoneado a mi celular. Eran más de la siete de la tarde. Me ha dicho que estaba en el apartamento de su hermana, que Lya me quería saludar. Me la pasa. Le pregunté a la chiquilla cómo le iba en sus estudios. Me respondió que había aprobado el curso. Quise saber si se estaba cuidando bien durante el tiempo de pandemia. También pregunté por su hermano Alex y su primo Stevens. Me asegura que sí y que su hermano y primo estaban muy bien. Después de felicitarla por aprobar el curso le deseé todo lo mejor en la vida. Yajaira vuelve al teléfono, solo para decirme “ya tú sabe, toy aquí en el apartamento, cuando tú quiera ven”. Colgué.

No bien pasó un minuto cuando le escribí rápidamente par de mensajes por whatsapp: “No vuelvas a llamarme más”, “Ni me escribas”. Al poco rato sonó mi teléfono. Era ella. Estaba airada. “¿TÚ HABLATE CON MI MAMÁ? ¿QUÉ FUE LO QUE TE DIJO?”. Le contesté que no había hablado en lo absoluto con ella. “Oye lo que te voy a decí, mi mamá ta enemiga mía y de Alejandra. ¿Qué fue lo que ella te dijo?”. Con una calma pasmosa volví a responderle no haber hablado nada con Yolanda. Trancó el teléfono. Otro mensaje mío por whatsapp: “Solo tú sabrás si tienes tu consciencia limpia”. Luego el de ella: “Piense lo que uté quiera mamaguevazo, qué me importa a mí”. Por último, le mandé otra nota de voz, para dejarle saber que le cortaba definitivamente el agua y la luz, que si quería plata que se buscara un chulo que se la diera. También le conté que desde hace dos semanas venía empatándome con otra chica, con más criterio de lo que debe ser una relación y un hogar, “no como tú, que no tienes criterio”.

De esa manera acabó por siempre mi fallida e infuncional relación con Yajaira. No más ella en mi vida, hasta nunca.

Otra buena noticia durante lo que va de 2020 es que la deuda de mi madre con la Administración de Bienes Nacionales ha seguido achicándose. Cuando la asumí en verano de 2016 se debía poco más de 206 mil pesos por su apartamento. Hoy, julio de 2020, apenas se deben 50 mil y pico. Sin discusión alguna, ¡un gran bajón! Y ese gran bajón tiene una explicación: mi determinación inquebrantable por saldar hasta el último céntimo que se deba por esa vivienda. ¡Si Dios quiere!

A mi juicio, mis mejores ases jugados fueron, primero, la obtención de la visa americana, dos semanas antes de que el Consulado Americano cerrase sus puertas debido al Covid-19 y, segundo, haber roto con Yajaira, una mujer que no me aportaría nada constructivo a mi vida. Haber conocido a Fiordaliza fue como el principio del fin en mi relación con la hainera.

En verdad todavía no hay nada en concreto entre Fior y yo. Apenas hemos salido dos veces. La primera, a Plaza Acrópolis, y la segunda, a Ágora Mall. Solo roces y cogederas de manos. Los besos y lo que pueda venir después, quizás tengan que esperar. Esperar a que la pandemia pueda ser mitigada en República Dominicana. Otro factor a tomar en cuenta es que ni ella ni yo seamos despedidos de nuestros empleos. Una buena relación sentimental debe ir de la mano con la productividad económica de ambos. El trabajo y los ingresos dan sostén y buen desarrollo a la relación. Lo demás, cuento de camino.

Padre Tiempo, sabio al fin, hablará.