Económicamente hablando ese paradigma perfecto viene definido por: trabajo con sueldo de lujo, la yipeta del año, un apartamento en una torre lujosa, el celular último modelo, estudios en colegios bilingües para los hijos, una villa en La Romana, ropa de marca, vacaciones en hoteles playeros (resorts), viajes a Disney World, almorzar y cenar en restaurantes caros los fines de semana, en pocas palabras, un full todo completo impregnado del mejor confort.
Por Iván Ottenwalder
No tengo ánimos de exagerar ni de juzgar a toda la población dominicana como un absoluto, es decir, de meterla en un mismo saco, pero, de todos modos, aprovecharé la oportunidad que me ofrece el ciberespacio para destacar en este capítulo cuáles son las ambiciones sociales y económicas más notorias, al menos en la mayoría de dominicanos y dominicanas.
Constantemente somos bombardeados por las publicidades que crean hábitos de consumo, deseos de tener cada vez más y más y a cualquier precio. Nos venden el sueño perfecto, el paradigma del éxito absoluto.
Económicamente hablando ese paradigma perfecto viene definido por: trabajo con sueldo de lujo, la yipeta del año, un apartamento en una torre lujosa, el celular último modelo, estudios en colegios bilingües para los hijos, una villa en La Romana, ropa de marca, vacaciones en hoteles playeros (resorts), viajes a Disney World, almorzar y cenar en restaurantes caros los fines de semana, en pocas palabras, un full todo completo impregnado del mejor confort.
Nos han programado nuestro cerebro para que comprendamos que debemos ser ambiciosos y pensar a lo grande, todo bajo la cacareada consigna de que nuestro límite debe ser cielo. Y en verdad, no me opongo a que la gente piense en gigante y defina su escala de valores o prioridades. De hecho, la vida de muchos seres humanos está cargada de grandes sueños. Desafortunadamente, no todos los alcanzan.
¿Qué están haciendo muchos dominicanos para conseguir sus sueños dorados?
Por obra y gracia de los bancos hoy en día mucha gente puede acceder a jugosos y estratosféricos préstamos personales, hipotecarios o de vehículos. Así de simple, un trabajador/a con un salario, digamos superior a los 50 mil pesos mensuales, puede adquirir a través de cualquier entidad financiera el monto necesario para ir ganando tiempo y comprar la yipeta y un apartamento nuevo y decente. Eso sí, ya ese cliente bancario estará condenando a unos largos años, dos o tres décadas, pagando grandes cuotas mensuales por la vivienda. La deuda de la yipeta la podría liquidar quizás en menos de seis años. Supongamos ahora que ese asalariado consiga un ascenso en su trabajo o una mejor oferta en el mercado y su sueldo pase a ser 90 o 100 mil mensuales. ¿Qué piensa usted que ocurrirá? Posiblemente, si tiene uno o dos hijos querrá inscribirlo en una gran escuela bilingüe, con todos los estándares de calidad para asegurar el mañana de sus críos. En ese caso empezará a sacar cuentas y tratará de buscar otro gran préstamo, ya no con el banco que le prestó lo del jeep y la vivienda, sino con otra entidad bancaria. Esa otra entidad chequea su historial crediticio y le calcula cuánto le puede facilitar. Si no le conviene entonces cogerá para otro banco. Si para conseguir lo que desea debe deshacerse de su vehículo, seguro que lo venderá para así eliminar uno de los dos préstamos anteriores, quedándole solo uno, el del apartamento. Gracias a ese rejuego ahora tendría menos dificultades para meterse en otro lío, o sea, préstamo, y alcanzar el sueño para sus hijos y de paso comprarse par de yipetas modernas, una para él y otra para su mujer. Toda una riqueza artificial en base al gran endeudamiento, a una burbuja. Pero, mientras él y la esposa puedan mantener sus puestos laborales y ganar mucho dinero, podrán mantener viva esa fantasía. Fíjense, que solo estoy tomando como referencia las deudas del hombre, no las de la mujer, y esto así partiendo de la premisa machista y paternalista dominicana, en que el hombre quiere costearlo todo y no dejar que la mujer asuma muchos gastos.
Mientras los bancos tengan abierto el grifo de los préstamos más personas se animarán a las opciones de financiamiento, con tal de hacer realidad sus sueños dorados y de que sus hijos puedan vivir el cuento de hadas perfecto. Exactamente lo que se nos ha vendido como el paradigma del éxito.
¿Pero qué pasa si la burbuja explota?
La vida financiera de cada persona está llena riesgos. Una pareja que se haya enriquecido a base del endeudamiento puede verse afectada por la pérdida de empleo de uno de los cónyugues, por una crisis económica que traiga consigo una devaluación exagerada de la moneda nacional y de paso la pérdida del poder adquisitivo de la población. Dicha crisis sería una tragedia financiera para la mayoría de los ciudadanos, sobre todo para aquellos que lo apostaron todo al endeudamiento con tal de disfrutar una vida de ensueño. Serían muchos los ciudadanos que caerían en la pobreza, cosa que les dejaría severos traumas emocionales. Las posibilidades de una ola suicidio podrían ser elevadas. Las migraciones hacia los Estados Unidos, también.
Me acuerdo perfectamente una noche de verano de 2010 en que compartía unas cervezas con José Luis Suárez, un entrañable amigo de la infancia y otras viejas amistades de antaño. Mientras comíamos y tomábamos José Luis observa a un grupo de jóvenes que se deleitaba en una calle frontal. Ellos oían música estruendosa y estaban en plena bebentina. Nos dijo lo siguiente: “Hey, muchacho, ¿ustedes ven toda esa juventud loca, desacatá y dada a lo malo? Esa gente no está ahorrando ni un chele. Si aquí en este país ocurriese una crisis como la que está viviendo España ahora, esos riquitos que ven ahí, son los primeros que se van a joder”. Entendí por qué lo decía. Si la burbuja estalla, adiós clase social, adiós lujo, adiós confort, adiós dinero, adiós todo.
Pero lo cierto es que la naturaleza humana es de por sí ambiciosa, lo quiere casi todo. En la República Dominicana son menos aquellos que desean una riqueza moderada complementada con la intelectual. El full de to es lo que impera en el chip de casi todos los dominicanos/as. ¿Y yo que quiero? Me hago esta pregunta porque he notado que casi nadie en esta sociedad se toma al menos unos segundos en preguntarnos qué queremos o andamos buscando en la vida. No siempre la cosmovisión ha de ser la yipeta, el piso en una torre, la villa en La Romana, ropas caras, viajes costosos y la escuela bilingüe para los críos. Puede haber personas, como yo, que buscamos otro rumbo en la vida. Cosas diferentes.
Mis ambiciones ni tan exageradas son. Me conformaría con poder viajar todos los años al extranjero a jugar scrabble con mis amigos, disponer de un buen salario, aunque no una fortuna pero tampoco una basura; poseer una vivienda buena, pero modesta, de apenas un dormitorio, cocina, baño y sala de estar; tener plata para costearme mis medicinas; comprar varios libros y revistas de ciertos temas especializados (historia o ciencia) junto a mis pequeñas compras semanales en el supermercado y, por último, terminar de saldar la deuda del apartamento de mi madre.
Deseo un pasaporte que me dignifique como ser humano
El viernes 12 de julio, en horas de la mañana, abordé un carro público en ruta a mi trabajo. Me encontré con un joven de contextura fornida y pelo teñido de rubio. El me saluda: “¿Cómo te va? Hace mucho que no te veía”. De veras que no sabía quién era, traté de recordar y nada. De todos modos, fui amable con él. Le conté donde trabajaba, mis funciones laborales y demás etcéteras. Él me reveló que laboraba para el Ministerio de Educación Superior Ciencia Tecnología (MESCyT), que ya llevaba equis tiempo allá y que pronto le iba a salir un proyecto que le generaría mucha plata y que con ella compraría una yipeta del año, no recuerdo ahora la marca y el modelo. Le felicité por anticipado y luego nos pusimos a platicar sobre otros temas. El tipo era un gay, de mente ágil, actualizado y manejaba un montón de informaciones. Luego, ya en confianza, le comenté que en mi caso no deseaba yipeta ni vehículo alguno, sino un pasaporte que me dignificara como persona y ser humano, tal como el de Estados Unidos o alguno de la Unión Europea, que así podría viajar al resto del mundo sin la necesidad de visa. Me respondió “te entiendo, y sé por qué lo dices. A los dominicanos nos maltratan en los consulados, sobre todo en el de Estados Unidos. Nos ven como ganado”. Me contó que precisamente estaba casado con un estadounidense y que conocía algunos estados del país norteño. Sin embargo, en cuanto a las limitaciones del pasaporte dominicano, ambos terminamos reconociendo la muy buena gestión de Miguel Vargas al frente de la cancillería, ya que ha logrado, a través de negociaciones, que los dominicanos no necesitemos visa para viajar a varios países”.
El diálogo llegó a su fin cuando el chófer me dejó en mi destino.
Volviendo al tema central vemos que en la República Dominicana de hoy muchas personas caen en situaciones depresivas por no haber logrado el paradigma del éxito. Muchos dejan de verle sentido a su existencia, cayendo en adicciones como el alcoholismo y la drogadicción; otros, que no tienen para pagarse consultas psiquiátricas, prefieren buscar refugio en alguna iglesia evangélica, donde el pastor hace las veces de buen terapeuta, valga reconocer.
La vida en la tierra, como bien había explicado en uno de los capítulos anteriores, no es más que una pieza teatral, donde triunfan quienes mejores actúen. Claro, que esto no aplicaría para personas que vinieron al mundo con desventajas, por ejemplo, con algún tipo de discapacidad psicomotora. Recientemente, leí en uno de los periódicos nacionales, que la República Dominicana no había conseguido para los discapacitados la cuota porcentual que les corresponde en el mundo laboral. Una lástima.
Sin embargo, ya se han visto algunos casos de personas discapacitadas laborando para el supermercado Carrefour y algunas telefónicas, pero, a decir verdad, en la mayoría de emporios comerciales de República Dominicana no los están empleando.
Mi reflexión final
En lo particular respeto la filosofía de vida o la falta de ella en cada quién. Yo no mando en los deseos y sueños de cada persona. El que quiera ser austero, o sea, comedido en el gasto, le aplaudo; quien prefiera endeudarse con todos los bancos para tener full de to y aparentar así una riqueza artificial, del mismo modo, le respeto. Cada cabeza es un universo y dueña de sus propias decisiones. Estoy plenamente de acuerdo con las charlas sobre educación financiera impartida por los bancos, pero ya dependerá de cada persona el educarse o no en el manejo de sus finanzas. Yo viviré mi vida acorde a mis convicciones, les parezcan equivocadas o no a lo demás. Hasta ahora, en mis 44 años de existencia, puedo sentirme orgulloso de algunas cosas en mi vida: ser un buen lector, un subcampeonato y un campeonato en scrabble, haber aprendido a ser más ahorrativo y austero en mis gastos, y tener un blog como este, con un buen número de visitantes quienes me leen semanalmente. Y quiero destacar en este instante, que desde el verano de 2017, mis lectores más asiduos y numerosos han sido italianos. Lo digo porque tengo los datos. El sistema de Blogger me permite indagar sobre ese tipo de información.
No conozco a estos numerosos y apreciados lectores, no les he visto ni en retrato, nunca nos hemos dado un apretón de manos, pero se han comportado como mis seguidores más fieles y consistentes en los últimos dos años. Para ellos, donde quiera que estén, mis agradecimientos y afectos.