viernes, 1 de enero de 2016

Los Toros y el out en la goma que les negó el pase a la final de 1997


Aquel partido decisivo lo perdieron en casa ante los Leones del Escogido 7-2.

Por Iván Ottenwalder

Hace casi 19 años el equipo de béisbol de La Romana, los Toros del Este, escenificó uno de sus partidos más dramático e intenso de toda su vida. En juego estaba el boleto a la serie final de la temporada 1996-97 para medirse a las Águilas Cibaeñas, quienes se habían clasificado tres días antes. 

José Lima (izq) y Ricky Pickett, pitchers.
Aquel inolvidable desafío contra los Leones del Escogido se disputó el jueves 23 de enero de 1997, en el Francisco Micheli, estadio de los romanenses. La concurrencia acariciaba los diez mil fanáticos. Y fue un partido de desempate, pues ya se habían jugado los 18 encuentros de la serie Round Robin, conocida como Todos contra Todos. Ambas escuadras culminaron con récord de 9 victorias y 9 derrotas, pero solo uno podía continuar con vida para enfrentar a los cibaeños en la gran final. El que perdiera, pues simplemente se despedía del torneo. Los eternos gloriosos, Tigres del Licey, habían sido descalificados y ocuparon la última posición, con palmarés de 6 – 12, de modo que, ya el problema no era con ellos, sino entre leones y bovinos.
Un día antes de aquella cita con la historia (22 de enero) los Toros humillaron al Escogido en el Estadio Quisqueya, con pizarra de 16-5. La hinchada roja, dueña de casa, que había pagado la boleta para ver clasificar a su equipo, tuvo que conformarse con soportar la zurra. Pero al menos quedaba un mañana, solo uno, ahora en casa del contrario y sin márgenes para errores.

Aires ganadores y euforia se respiraban en la afición taurina. Dos años atrás, contienda 1994-95, su equipo se había titulado campeón ante las Águilas. Dos más atrás (1992-93), contra el mismo rival, fueron finalistas. Desde la estación 1990-91 la novena morada se mantenía clasificando hacia las eliminatorias, ofreciendo loables y titánicas batallas a sus oponentes, excepto la de 1995-96, en que terminaron última posición y el Round Robin se les negó. 

Una épica batalla

Ruddy Pemberton, cargado por sus compañeros.
A las ocho de la noche, como era la costumbre habitual en los partidos de béisbol otoño-invernal en los años 90, inició aquella épica batalla en el Francisco Micheli. No cabía nadie en el parque, el lleno fue absoluto. Gran parte de la hinchada tuvo que ver el encuentro de pie. El 16-5 del día anterior creó expectativas y puso a los aficionados de los Toros, obviamente mayoría, a creer en lo imposible. Antonio Alfonseca, héroe de la victoria que campeonó a La Romana en el sexto juego de la final 1994-95 ante las Águilas, dos carreras por cero, fue el pitcher abridor. Por los melenudos lo era el bocón de José Lima, quien había lanzado muy bien en los playoffs. Se trataba de un compromiso con el destino para ambos. En el caso de Alfonseca, reeditar un capítulo más de grandeza, dejando su corazón en el terreno para catapultar a su novena a otra final frente al equipo santiaguero. Para Lima, demostrar en la práctica y no con palabras desbocadas, su disposición y empeño en ayudar a los rojos a llegar a la finalísima. 

Alfonseca no cumplió su misión. En el inicio de la segunda entrada boleó al novato David Ortiz Arias y al joven sensación José Guillén. Luego, Arquímedez Pozo tocó de sacrificio y avanzó a sus compañeros escarlatas. El dirigente taurino, Del Crandall, caminó al montículo y cambió de lanzador. Trajo a Wilson Heredia para lanzarle a Ángelo Encarnación, quien le hizo contacto a uno de sus pitcheos y le conectó hit remolcador de dos carreras. Los Leones tomaban el comando del desafío; la hinchada de los Azucareros, pues así les llamaban a los Toros en la década de los 80 y principios de los 90, callaba. Pero todo, de momento. 

Los dueños de casa acortaron ventaja en el cierre del cuarto capítulo, 2-1, por obra y gracia de Danny Bautista que pegó doble al jardín izquierdo, y de Jorge Brito, que lo empujó con sencillo. Los fans romanenses empezaban a entusiasmarse, pero José Lima volvió a retomar su control y mantuvo en delantera al Escogido hasta que se completaron seis innings de juego.

En el cierre del octavo sí de verdad llegó el entusiasmo al Micheli, esta vez ensordecedor, cuando los Toros empataron el match 2-2. Junior Félix, con un sólido imparable que remolcó a Wilton Guerrero (corría en segunda base), puso a vibrar de emoción a todos los fanáticos bovinos. Ahora que nadie estaba ganando ni perdiendo de repente el duelo se tornaba en una cuestión de honor, en una cruenta obsesión por fabricar al menos una carrerita que pusiera a uno de los dos en ventaja.

El out en la goma y otras oportunidades desperdiciadas

Si hubo uno que estuvo más cerca de pasar a la final fueron los Toros. Posibilidades de dejar en el terreno a sus contrarios tuvieron varias. Una de ellas, en el cierre de la novena entrada, cuando los Azucareros colocaron corredores en tercera y primera base con tan solo un out. No anotaron; el lanzador Ricky Pickett, quien había entrado en rol de relevo por los Leones, retiró con rodado al pitcher a Wilton Guerrero y con rolata al campo corto al veterano Juan Tito Bell. 

Celebración en el camerino escogidista.
Pero el momento más crucial fue en el final de la undécima entrada. Todo aconteció de la siguiente manera: Domingo Cedeño se embasó con bases por bolas del pitcher Pickett. Avanzó a segunda por toque de Carlos Febles. Después arribó a la tercera por un wild pitch del lanzador. En ese instante y bateando Jovino Carvajal, Pickett lanza una bola que se le escapa al receptor Sergio Méndez, pero esta no le quedó tan lejos; de todos modos ya Cedeño se había embalado hacia el home con el propósito de anotar la del gane, pero el cátcher tuvo tiempo suficiente para buscar la pelota y hacer un disparo al lanzador Pickett quien inteligentemente se había apresurado a cubrir la goma. El disparo de Méndez llegó rápido y con tiempo. Pickett lo atrapó y puso out a Cedeño. Ya con dos bateadores fuera y las bases limpias Jovino Carvajal hizo buen contacto a un pitcheo del relevista y pegó un fortísimo inatrapable entre tercera base y short stop. Ya era tarde. Carvajal había hiteado en balde. El out en home a Cedeño lo había estropeado todo. Y lo cierto es, que después de ese terrible susto, Ricky Pickett fue otro lanzador. Llegó a retirar diez bateadores por la vía de ponche, siete de ellos en forma consecutivas. 

¡Hasta las bailarinas de los rojos gozaron!
Después sucedieron los innings 12 y 13 y ninguno de los equipos se animaba a tomar la delantera. El pitcheo de relevo de ambos realizaba estupendas labores. 

Episodio 14. Escogido explota su ofensiva

Cuando el reloj marcaba más de la una de la madrugada al equipo oriental se le habían agotado sus mejores lanzadores. Los que les quedaban eran mediocres. El dirigente Crandall ya no tenía para más y tuvo que confiar en uno de esos serpentineros no confiables. Le entregó la bola al inexperto Jesús Aquino para encargarse de la situación. Primero se le embasó Neifi Pérez y después enfrentó con poco éxito al novato Juan Melo, quien le conectó un contundente triple por la banda derecha, impulsando a Pérez y poniendo a los rojos a la delantera 3-2. Crandall lo dejó en el montículo, pero solo para transferir intencionalmente al peligroso Raúl Mondesí, solo a ese hombre. Luego lo sustituyó por otro pitcher ineficiente: Américo Peguero. Lo había traído para enfrentar a Ruddy Pemberton y fue éste quien, sin sentirse subestimado, le pegó un cruel jonrón por el bosque izquierdo, válido para tres vueltas y aumentar la distancia, 6-3 a favor del equipo capitalino. 

La humillación no se detuvo ahí. Se extendió. Peguero transfirió a David Ortiz y a José Guillén. El mánager de los vapuleados romanenses se llevó a Peguero y trajo a Felipe Castillo, otro mal lanzador. Castillo fue recibido con sencillo de Sergio Méndez que remolcó a Ortiz con la séptima raya del Escogido. El partido ahora estaba 7 a 2. 

Así quedó la pizarra. Los Toros fueron al bate a agotar su última oportunidad, pero nada, Pickett, como un valeroso caballo de guerra o cuan glorioso titán, los dominó sin dificultades cuando se cumplían 5 horas y 25 minutos de partido. Eso duró el desafío. Las manecillas del reloj daban la 1:45 de la madrugada.

El Escogido, dirigido por Samuel Mejía, se había clasificado hacia la final con foja de 10 partidos ganados y 9 perdidos.

Domingo Cedeño y su sentimiento de culpa

“Admito que me tocó antes de poder anotar. Fue un error de mi parte”, fueron las palabras de lamento del infielder Domingo Cedeño a los reporteros del diario Última Hora (medio desaparecido desde hace muchos años).

Domingo Cedeño.
En verdad Cedeño no estaba contento consigo mismo por su mal corrido de base. Al igual que todos sus compañeros la frustración se había apoderado de él. Durante varias temporadas había sido un pelotero entregado por la mejor causa de su conjunto. Era de los que sufría por la franela. En un decisivo partido del Round Robin de 1993, ante Licey, empujó la carrera ganadora que llevó a su escuadra a la final; en 1995, en la final que ganaron ante las Águilas, bateó sobre los .500 puntos de promedio y, en la campaña 1995-96, fue líder en bateo con .419. Pero ahora, dentro del dogaut de su equipo, el recargo de culpa le arropaba la consciencia. Con las hazañas de años anteriores Cedeño fue todo júbilo, ahora, era la tristeza personificada. Sea como sea un error humano lo comete cualquiera, hasta los más heroicos atletas.


Fuentes: Periódicos El Siglo, El Nacional y Última Hora, enero de 1997.

No hay comentarios:

Publicar un comentario