martes, 26 de enero de 2021

¿Derrotó el covid-19 a los Gigantes del Cibao?

A mi juicio, las Águilas Cibaeñas de ninguna manera se iban a entregar así de fácil, iban a batallar hasta morir, pero considero, que tanto Valdez como Espino las hubiesen frenado en el sexto o séptimo desafío.

Por Iván Ottenwalder

El pasado lunes 18 de enero del presente año un gran coloso del béisbol dominicano se coronó campeón de la temporada 2020-2021. Y ese coloso posee nombre, apellido y lugar de residencia: Águilas Cibaeñas, equipo que tiene su domicilio en Santiago de los Caballeros, la más desarrollada y pujante provincia de toda la región norte del país.

Ganó su corona número 22 que lo iguala con los Tigres del Licey como los conjuntos más ganadores de toda la pelota dominicana. ¡Y de qué manera lo han hecho! Remontando un déficit de 1–3 en una serie final que estuvo pactada al mejor de un 7-4. Ya en la final de la estación 1987-88 lo habían realizado los Leones del Escogido, cuando vencieron a las Estrellas Orientales en un séptimo y decisivo choque, también viniendo de atrás de un 1-3.

Los fans de las Águilas lo gozaron y lo celebraron, quebrantando el toque de queda establecido por el gobierno dominicano debido al covid-19. Una inmensidad de gente, aguiluchos desde chiquiticos, se lanzaron a las calles y avenidas de la Ciudad Corazón hasta el amanecer. De nada sirvió el protocolo sobre el distanciamiento social dispuesto desde mediados de marzo por las autoridades de Salud Pública. La hinchada de las Águilas dio riendas sueltas a la euforia y al desacato.

La 2020-2021 fue una temporada corta y anómala precisamente por el coronavirus, pandemia que tiene en pánico a casi todos los habitantes del mundo. La contienda regular inició el 15 de noviembre del 2020 con un calendario de juegos muy reducido. No bien transcurrieron cuatro o cinco días y ya muchos jugadores de los Tigres del Licey y Gigantes del Cibao habían dado positivo al covid-19. ¡Una lástima! La cuarentena provocó que ambos equipos no vieran acción por dos semanas. Al regresar tuvieron que apostar al corre y corre, al todo o nada, en búsqueda de un puesto clasificatorio hacia los playoffs. Los de la capital se quedaron alicortos, sin embargo, los francomacorisanos alcanzaron la tierra prometida.

En las eliminatorias, dos series pactadas a 7-4, los Gigantes descalificaron a las Estrellas Orientales y se clasificaron a la gran final; las Águilas sepultaron a los Toros del Este y también obtuvieron su boleto a la finalísima.

La inédita serie final cibaeña, ansiada por muchos norteños desde hacía varios años, por fin se llevó a cabo. Claro, no en las condiciones que los hinchas aguiluchos y gigantistas hubiesen deseado. Años atrás, cuando la soñaban, jamás imaginaron que un día alguna pandemia aterradora se establecería en República Dominicana y el mundo, que devendrían los toques de queda, el uso de mascarillas, gel desinfectante y distanciamiento social como medidas sanitarias para evitar contagios y muertes de ciudadanos. Y entre esas medidas sanitarias estaría la de no permitir la entrada de público a los estadios donde se efectúen eventos deportivos. Con esa realidad chocaron. Jamás pensaron que ese momento llegaría, a pocos meses de iniciar el año 2020, y que vendría en forma de un terrible virus para quedarse un largo tiempo.

Desde sus casas, a través de la televisión o Internet, tuvieron que conformarse los fans de uno u otro conjunto para mirar aquella serie final que por años anhelaron. No tenían opciones, o la disfrutaban así o se la perdían.

Los Gigantes del Cibao fueron considerados favoritos a ganar el playoff final acorde al vaticinio de la mayoría de expertos en crónica deportiva. Pero una cosa son las apuestas y otras los resultados. Y otra, por qué no, la fatalidad.  Y esta última no avisa, puede llegar cuando menos se espera. Y cuan si fuese una película de terror esta le cayó encima al equipo de San Francisco de Macorís cuando comandaba la serie con ventaja de 3-1. Poca cosa faltó para que aniquilaran a sus rivales, tan solo un juego para coronarse monarcas del béisbol criollo. Pero ese uno no llegó. El sábado 16 de enero las Águilas ganaron y se mantuvieron con vida, acercándose 2-3 en la serie. Entonces, el domingo 17 el covid-19 hizo su presencia. La gerencia de los Potros, con mucho pesar, anunciaba que los lanzadores Paolo Espino, Yerry de los Santos y Edgar Santana habían dado positivo al coronavirus y que César Valdez, un cazador de águilas, estaba aquejado por una pequeña lesión y se perdería el resto de la final. Los nordestanos tampoco pudieron salir airosos en el sexto desafío escenificado en Santiago de los Caballeros. Las envalentonadas Águilas empezaban a volar alto. La batalla se igualaba 3-3. Temprano en la mañana del 18 de enero los directivos de los Gigantes informaban que el dirigente Luis Urueta también había dado positivo al covid-19 y que sería sustituido por el cubano Bryan Peña, exjugador de la franquicia para dirigir el último choque. También que Moisés Sierra, peligroso bateador y gran jardinero, no jugaría en el juego siete, víctima de una lesión. Si eso no es fatalidad seguro que yo debería ser el amo de la fortuna.

Aquel lunes 18, en San Francisco de Macorís, se disputó el último y decisivo enfrentamiento entre los colosos cibaeños. El de Santiago se impuso con score de 7-4 y levantó el trofeo de campeón otoño-invernal 2020-2021. Los representantes de la provincia Duarte no hallaron la fórmula mágica para ganar ese único juego que les faltaba, lo que hubiese significado su segundo campeonato como organización. No pudieron celebrar a lo grande como lo hicieron en la 2014-15. Las Águilas, en cambio, obtuvieron su 22da y empataron con los Tigres del Licey, sus enemigos jurados, como los más ganadores de nuestro béisbol.

No pretendo restarle crédito al empuje y a la gran remontada aguilucha que los llevó al triunfo, sin embargo, es justo destacar lo siguiente: tanto César Valdez como Paolo Espino habían lanzado muy bien frente a las Águilas, siendo responsables de dos de las tres victorias que obtuvieron los Gigantes en la final. Los bateadores del equipo amarillo tuvieron serias dificultades ante esos dos lanzadores del team nordestano. En pocas palabras, no pudieron descifrar los pitcheos de esos serpentineros. Edgar Santana y Yerry de los Santos, pitchers de relevo, también habían hecho un trabajo digno.

Cuando la serie se hallaba 3-1 en favor de los francomacorisanos, esos monticulistas, que habían hecho eficiente trabajo, se vieron obligados a cesar en sus labores. Tres de ellos enviados a la cuarentena por obra y gracia de un coronavirus inmisericorde que puede atacar a cualquiera, sin importar nombres, apellidos, raza, edad, condición social, profesión o estatus laboral. Otro, como fue César Valdez, por una inesperada lesión.

¿Hubiesen perdido de igual manera los Gigantes del Cibao de haber contado con esos lanzadores en buena salud hasta el final? No lo sabemos, pero la pregunta se nos puede convertir en un quebradero de cabeza. Desde el punto de vista de los simpatizantes y expertos analistas de los Gigantes la victoria del team nordestano hubiese sido un hecho; desde la perspectiva de la crónica deportiva santiaguera las Águilas hubiesen ganado de igual forma. La prensa aguilucha quizás argumentaría que un solo jugador no hace el equipo, sino un conjunto de varios jugadores. Esto último puede ser verdad, un jugador no es todo el equipo, pero sí puede ser determinante para la consecución de victorias importantes. Y, en el caso de los Gigantes, no se trató tan solo de un jugador, sino de cinco, entre ellos dos pitchers abridores de altos quilates como Valdez y Espino, dos relevistas que estaban realizando buen rol y un bateador de fuerza, capaz de producir buenos palos como Moisés Sierra.

Con lo bien que habían lanzado estos serpentineros hasta el cuarto partido, cuando el match se había puesto 3-1, nadie hubiese dudado por un instante de un triunfo contundente para los representantes de la Ciudad del Jaya, ya fuese en un sexto o séptimo juego.

Por último, los vencidos tampoco pudieron contar con su mánager, Luis Urueta, para el decisivo choque en el Julián Javier. Otra víctima más cortesía del covid-19.

A mi juicio, las Águilas del Cibao de ninguna manera se iban a entregar así de fácil, iban a batallar hasta morir. Considero, que tanto Valdez como Espino, así como los relevistas intermedios Santana y De los Santos, las hubiesen frenado en el sexto o séptimo desafío. Esos lanzadores, especialmente el par de abridores, tenían el arsenal y el sigilo necesarios para enfriar esos bates aguiluchos que habían hecho explosión en el quinto partido.

¿Y usted amigo lector qué cree?

sábado, 26 de diciembre de 2020

Iván Ottenwalder, amo y señor en Bella Vista Mall

Le pasa la escoba a Guillermo Bodden venciéndolo en cuatro desafíos de scrabble

Por Iván Ottenwalder

La mañana del 29 de noviembre del 2020 estuvo radiante y sin amenazas de lluvia.  Caminaba por la calle con un bolso ecológico en manos. Dentro de este mi tablero de scrabble, uno comprado en septiembre del 2019, pues el anterior, aquel que me acompañó por tanto tiempo, desde el verano del 2015 para ser exacto, lo había regalado a Charlie Castillo, un amigo cubano e integrante del Grupo Promotor de Scrabble de Cuba a quien conocí en septiembre del 2019, durante mi estadía por dos semanas en La Habana.

Foto de archivo.
En el trayecto hasta tomar el carro público que me depositaría en una calle muy cercana a Bella Vista Mall, donde me esperaría Guillermo Bodden para varios duelos de palabras cruzadas, meditaba, llegando a la conclusión siguiente: quien gane la primera, empezará ganando la guerra psicológica y, quién sabe, si la mayoría de las partidas. Sembrado en esa conclusión, arribé al punto de destino. 

El área de comida de la famosa plaza capitalina lucía con buen público, todos con tapabocas y manteniendo cierto distanciamiento para evitar roces continuos e innecesarios que pudiesen poner en riesgo sus estados de salud.

Guillermo Bodden, maestro escrablero por los años 2007, 2008 y 2009, cuando a mucha honra era el mejor de todos, esperaba sentado frente a una mesa desierta y limpia. Pude divisarlo, llegar hasta él para luego saludarnos con choque de puños.

Después de platicar por varios minutos preparamos el tablero, los atriles, hojas de apuntes y bolsa de fichas. Todo impecablemente ordenado y en su lugar.

Primera partida

Con un RODASES que me puntuó 71 tantos arrancó la primera de las batallas. Otras formaciones de altos puntajes como DESEAIS (32), CALCINAN (74), SALTEES (70) y ÉXODO (63) me pusieron al mando 364-258. Nada estaba liquidado aún. Más tarde, ATREVAN (94) y JU (57) le dieron la delantera a mi duro rival, 409-392. Aquel fue el único instante en que pudo soñar con la victoria, pues, la pesadilla, no tardaría en hacer presencia. Y la hizo, con ATERRÓ (60) y RUMBA (40), vocablos con los cuales me hice con el timón, 492-409. El resto, se puede relatar, pero en nada cambiaría la tendencia: Mi DEY de 25, su PUÑETE de 38; CUI de 12, QUI de 5, GEL (8) y MI (4). El opositor sumó tres puntos de mi descuento, pero, de igual manera, soberana paliza recibió. El marcador final fue de 534-459.

Bonifiqué tres veces gracias a RODASES (71), CALCINAN (74) y SALTEES (70). Mis cortas que más puntuaron fueron DESEAIS (32), ÉXODO (63), ATERRÓ (60) y RUMBA (40). Bodden tuvo en RETORCIÓ (68), ADOSARAN (94) y ATREVAN (94) su tripleta de scrabbles, mientras que, en CHE (34), BEZO (35), JU (57) y PUÑETE (38), sus pequeñas letales.

Segunda partida

En un solo instante mi oponente estuvo al frente, 16-0, al colocar OHM (16) en su segundo turno. ¿Qué pasó después? La avalancha le cayó encima y jamás pudo recuperarse. HORNEASE (83), DESCREYÓ (74), AUDITARÉ (77), ARRICÉ (66) y un ELUIRAIS, conjugación errónea que no objetó, lo pusieron fuera de competencia rápidamente (230-370). LAGUNERO (86) y CHIPEN (42) se las hicieron más difícil, pero más halagüeña para mí (498-315). Tuvo en GUIÑA (63), AX (50) y ZAS (48) un despertar pero ya insignificante (476-569). Su sentencia estaba firmada y con adverso score de 516-591 perdió.

HORNEASE (83), DESCREYÓ (74), AUDITARE (77), el falso ELUIRAIS (70) y LAGUNERO (86) fueron mis cinco bonus. ARRICÉ (66) y CHIPEN (42) mis pequeñas gigantes. El derrotado tuvo en ADOCENE (72), ENTELARA (77) y COLABORA (62) sus tres bonificaciones. BUJE (62), GUIÑA (63), AX (50) y ZAS (48), sus cortas asesinas.

Tercera partida

Reñida es el calificativo con el cual se pude catalogar a esta batalla. Tuve un mejor inicio cortesía de ANOLEIS (66), ZACEO (52) y DESERTÓ y pude verme al frente 203-140. Varios turnos después DESCOGIÓ (92) adelantó a Bodden 295-231 y, aunque nunca he sido SOEZ, este vocablo me granjeó 39 tantos, válidos para acercarme 270-295. Pero fueron los ANUARIOS de los 70 puntos quienes me devolvieron nuevamente a la cima (362-300) para jamás perderla. COCIERAS (86) fue como un balde de agua fría para mi adversario pero este supo responder con BANDEREA (76). El duelo se encontraba 458-404 a mi favor. Lo ocurrido después fueron jugadas de poco valor que en nada alterarían mi tendencia ganadora. Triunfé con pizarra de 505 a 474.

En mi haber tuve cuatro scrabbles: ANOLEIS (66), DESERTÓ (85), ANUARIOS (70) y COCIERAS (86). Mis cortas letales ZACEO (52) y SOEZ (39). El vencido bonificó tres veces al colocar OPACASEN (70), DESCOGIÓ (92) y BANDEREA (76) y, entre sus cortos mejor puntuados, sobresalieron EX (36), JA (34) y BORRÓ (48).

Cuarta partida

Si la anterior fue reñida está lo fue aún más, pero no al principio, sino al llegar a la última curva y, posteriormente, a la recta final. En el inicio y la mitad iba recibiendo una fuerte zurra. Con holgadas anotaciones de 180-79, 208-123, 272-172, 303-199, y 309-214, se vio Guillermo dominando cómodamente, quizás no pensando en una hipotética remontada de su opositor. Pero las batallas no se acaban hasta que no se terminan y aquello, que muchas veces damos por imposible, puede en efecto llegar a ocurrir. ¡Y ocurrió! Mi mala arrancada inicial quedó finalmente SALDADA (68) metiéndome en pelea al descontar margen (282-317). Un poquitín más tarde MULLAS (33) me situaba al frente, 350-337. ESTAÑOS (15) precariamente le devolvía la cima (352-350), pero QUITÉ (18) la diferencia de dos tantos y me adelanté 368-352. Con VUELEN (18) volvió a comandar por dos (370-368) pero una jugada que CLAMA 9 puntos me sitúa adelante, 377-370. ERROR de 12 y se fue arriba por cinco (382-377); RUE (9) me regresa al timón (386-382) y UNGE de 6 lo pone al control (388-386). Me quedaban menos de cinco fichas pero no había espacio ni jugada visible para colgarlas todas. Pensé antes de jugar y me fui por lo que entendí era lo más seguro, un CU de 10. Lideraba 396 a 388 y Bodden tendría la última palabra, un DA de solo 3 tanticos que por milagro no me causó el revés. Se quedó corto y ni siquiera mi descuento de 2 puntos le pudo servir, aunque confieso, me llevé un sustito. Gané, pero por tan solo uno de diferencia, 394-393.

Dos bonos para cada uno. Lo suyos GORJEEN (84) y CASERAS (78), los míos PRECEDO (58) y SALDADA (68). Sus cortas mejor puntuadas HECHOS (38), FREÍ (28), AÑO (28) y DEY (26); las mías ZOO (44), OX (38), RUGABA (35) y MULLAS (33).

Estadísticas

Ganadas y perdidas:

Iván Ottenwalder, 4 - 0

Guillermo Bodden, 0- 4

Puntos por partidas:

Iván Ottenwalder, 506

Guillermo Bodden, 460.5

Scrabble por partida:

Iván Ottenwalder, 3.5

Guillermo Bodden, 2.75

jueves, 26 de noviembre de 2020

Regresa la guerra del scrabble después de siete meses; Bodden gana dos, y yo también

Escenificamos cuatro desafíos, los dos primeros cargados de mucho suspenso; los dos restantes, soberanas palizas. No hubo vencedor ni vencido, sino empate a dos en los matches sostenidos.

Por Iván Ottenwalder

Casi siete meses habían transcurrido desde la última vez que mi amigo Guillermo Bodden y yo disputamos una serie en scrabble. En aquel duelo él se llevó los mayores honores al ganar dos de las tres partidas disputadas. Todas en mi propio hogar, un 19 de marzo.

En mi morada volvimos a encontrarnos un 31 de octubre desde las 10 de la mañana. Escenificamos cuatro desafíos, los dos primeros cargados de mucho suspenso; los dos restantes, soberanas palizas. No hubo vencedor ni vencido, sino empate a dos en los matches sostenidos. Él la primera; yo la segunda; él la tercera y yo la cuarta.

Primera partida

El primero de los duelos fue un toma y daca al principio. Con ROEDORAS (68) y SEXAD (50) él comandaba temprano (143-87). Luego respondí con TIRONEE (73) y me fui al frente 160-143. VISTÁIS (14) y ESPAÑOLA (71) lo situaron de nuevo arriba 228-160 pero MANUDOS de 106 me devolvió a la cima (266-228). Esa fue la última vez en que tuve comando del timón, aunque siempre amagaba con la remontada. Mi rival dominaba, pero siempre por escasa diferencia: 286-266, 337-313, 355-334. Tuve que cuidar bien de algunos flancos y no abrir mucho campo; él, también se vio obligado a lo mismo. Tuve las fichas para el scrabble, varias veces, pero no encontré el espacio para colocarlos. Realizamos cambios estratégicos, todo por el miedo a no cargarnos la Q en recta final. Llevaba bien mis cuentas y preferí jugar conservador, cuestión de no ser sorprendido con un contragolpe letal. Llegaba la curva final y Guillermo dominaba 378 -364. Era su turno y pudo zafarse de la Q, jugándola en QUID (31) y ampliando el marcador 419-364. BAR (34) me acercó 398-419. El bolso ya estaba vacío. Colgó un GAL de solo seis tantos (425-398). Tenía cuatro fichas por jugar. Observé bien el tablero, busqué opciones salvadoras y ganadoras pero no las hallé. Finalmente me decidí por MOLE (14) y, sumando cuatro tantos descontados a mi adversario, perdí la partida 416 a 421. Asusté pero no gané.


Ambos colocamos dos bingos: él ROEDORAS (68) y ESPAÑOLA (71); yo TIRONEE (73) y MANUDOS (106). Sus cortas letales fueron SEXAD (50), JU (45), ZAS (29) y QUID (31); las mías FELPAR (30), HALLEN (32), HENOS (47) y BAR (34).

Segunda partida

La más dramática de las partidas fue sin dudas la segunda. Un toma y daca absoluto de principio a fin. Si VEDADAS (82) me situaba al frente iniciando el match, él era capaz de responder con CAREASES (90) para adelantarse 90-82. Con sus CURROS (30) dominaba 181 a 161. TORNEADO (77) me puso arriba 238 – 181, para que luego Guillermo virara la pizarra con BUCEADOR (82), 263-238. LOBATAS (73) y JE (52) lo mantuvieron al frente 388 – 356 pero llegó mi AX de 49 que me puso a comandar 405-388. Sostuve el mando (505-447) con palabras como LEY (22), PINOS (24), BINEN (22) y HUMA (32) y, entonces ...suspenso ...llegó RETACEA (77), que puso a creer a mi oponente con la victoria (524-505)

, pero no contaba con el RESULTES (77), cuando ya la bolsa estaba vacía. Aquel bonus, más los puntos añadidos (10) por el descuento, definieron la partida a mi favor, 592-514.

Mi adversario bonificó cinco veces: CAREASES (90), INDECORO (61), BUCEADOR (82), LOBATA (73) y RETACEA (77). Sus cortas letales fueron CURROS (30) y JE (52). De mi parte hubo cuatro bingos: VEDADAS (82), TORNEADO (77), POLLEARAN (100) y el ganador RESULTES (77). Mis pequeñas gigantes HIZO (65), AX (49) y HUMA (32).

Tercera partida

En este desafío solo me vi al frente en tres ocasiones: al inicio con HORREN (38), después con DATEARON (80), 118-100 y, finalmente, con LLAR (36), 154-134. Todo fue muy efímero,

muy pasajero. Después que RENEGARE (63) lo puso al frente en el score, 197-154, la partida fue absolutamente suya. Poco a poco iba sacando más ventajas hasta que terminó ganando con holgura, 494-362.

CAMELIA (100), RENEGARE (63), ARÁCNIDO (67) y ACULADAS (63) fueron sus cuatro scrabbles. Sus duras asesinas JO (34), VEZÁIS (36), SOÑÁ (31), YODO (27) y GUSTE (25). Yo en cambio tan solo un solo bonus: DATEARON (80). Mis cortas que mejor puntuaron fueron HORREN (38), LLAR (36), AXIS (41) y RECHINO (44). Todo el crédito para mi vencedor.

Cuarta partida

Si recibí una paliza en la anterior, ahora me tocó a mí propinársela a mi rival. Bodden empezó a todo vapor, tomando la cima bien temprano, 196-186, gracias a PEZ (28), REBUZNES (68), ASOMARÍA (68),

CUBITO (18) y LAUREL (14). Solo hasta ahí. Luego viré el marcador con HOLLÉ (49), OCUPARA (77) y RECITAL (82), consolidándome con una cómoda ventaja de 146 tantos, 394-248. La tendencia no cambió y al final me llevé el desafío, 522-409.

Por Guillermo hubo tres bonus: REBUZNES (68), ASOMARÍA (68) y RELIGADO (61). Sus cortas más valiosas fueron SEXTA (52), UÑE (35) y BOJ (43). De mi lado hubo cuatro bonificaciones: INSTARÁN (66), ASEASEN (77), OCUPARÁ (77) y RECITAL (82). Entre mis pequeñas gigantes estuvieron MIDO (43), HOLLÉ (49) y AFEADO (36).

Estadísticas finales

Ganadas y perdidas:

Guillermo Bodden 2 y 2; Iván Ottenwalder 2 y 2

Promedio de puntos por partidas:

Guillermo Bodden 458.75; Iván Ottenwalder 473

Scrabble por partidas:

Guillermo Bodden 3.5; Iván Ottenwalder 2.75

martes, 20 de octubre de 2020

Excelente aficionado, pésimo actor, eso fui en el béisbol

 

Por Iván Ottenwalder


Mi familia, como casi todas la de República Dominicana, llevan el béisbol en la sangre. Este pasatiempo es una cultura muy ancestral que se remonta al año 1886 (siglo XIX) cuando fue introducido en el país por los marinos cubanos del buque María Herrera. Recuerdo, cuando siendo un chiquillo de tres o cuatro años de edad, mi padre, cada vez que las Águilas Cibaeñas venían a San Pedro de Macorís, nos llevaba al estadio Tetelo Vargas. Lo acompañábamos mi madre, mi hermano, la sirvienta y yo. Eran los años 1978, 79 y 80, que fueron parte de mi primera infancia en aquella provincia oriental. Para ser honesto, casi siempre me dormía en mi butaca, y nunca terminaba de presenciar el final de los partidos. Mi hermano Carlos, mi madre y la sirvienta sí lo disfrutaban al máximo. Mi padre también, pero a su manera pasiva y silente, sin bulla ni aplausos. Eran todos aguiluchos, excepto la trabajadora doméstica, que simpatizaba con el equipo local las Estrellas Orientales.

En aquellos años citados nunca me preocupaba por los resultados. El béisbol, el torneo otoño-invernal, las Águilas Cibaeñas y demás equipos me eran materia irrelevante. Para mí toda aquella realidad beisbolera nacional pasaba desapercibida.

Para el verano de 1980 nos mudamos a Santo Domingo, dejando atrás aquellos años vividos en Macorís, los once de mis padres (1969-1980), los ocho de Carlos (1972-80) y los cinco míos (1975-80). También nos trajimos a la sirvienta, quien duró pocos meses en la nueva vivienda y, finalmente, terminó regresándose a su pueblo.


Todo había cambiado para la familia. Nuevos vecinos, nuevos amigos, escuelas diferentes para Carlos y para mí y un nuevo trabajo para mi madre. Mi padre seguía laborando para el Banco Agrícola, con la ventaja de que ahora le quedaría más cerca. Antes, cuando residíamos en Macorís, mi progenitor tenía que conducir todos los días, temprano en la mañana, por la autopista Las Américas el trayecto San Pedro – Santo Domingo para llegar a su trabajo. Luego, manejar de noche por la misma autopista para regresar a casa.

Lo que nunca cambió fue la cultura beisbolera de mi familia. Carlos y mi padre seguían por la televisión o radio los juegos que disputaban las Águilas Cibaeñas frente a sus adversarios. En aquellos tiempos solamente eran televisados los partidos escenificados en Santo Domingo y Santiago de los Caballeros. Aquellos que se jugaban en San Pedro había que escucharlos por la radio. No había de otra.

Todavía mi curiosidad y eventual pasión por el béisbol no se había producido. De modo qué, todo ese mundo vinculado al béisbol aún me era indiferente. Sin embargo, mi padre quería inculcármelo a toda costa. Una vez le pidió a los amiguitos de Carlos que me pusieran a jugar a pesar de haberme negado. Quisieron probarme como bateador pero aquello no me inspiraba ni gustaba y, finalmente, hice el ridículo ponchándome. Simplemente, no me provocaba deseo aquel deporte del bate, la bola y las bases.

Carlos sí era talentoso en ese deporte. Asombrosamente genial. Mi padre lo había inscrito en la liga infantil del Banco Agrícola. Yo le vi jugar en aquel escenario con apenas 9 y 10 años de edad. Era un chico beisbolero de pies a cabeza, siempre enfocado en hacerlo extremadamente bien. Bateaba lanzamientos rápidos, corría con agilidad y era un gran defensor tanto de los jardines como del cuadro interior. Tenía instinto para ese juego.

Todavía en el verano del 83 la palabra béisbol me sonaba indiferente. Era como si aquel concepto jamás existiese en mi cabeza. El entorno, familiar y social, se encargaría pocos meses después, de cambiar esa realidad. Los primeros en inculcármelo fueron Carlos y mi padre. Lograron su objetivo, pero no de la manera que hubiesen deseado. Ellos se pasaban días y semanas comentándome de que nuestro equipo, las Águilas, había ganado este o aquel partido. Eso, fue lo que en verdad me molestó: ¿nuestro equipo? ¿Acaso lo consultaron antes conmigo? ¿Por qué nuestro? ¿Por qué no me dieron a elegir? ¿Porque yo tenía que ser igual a ellos? De modo que preferí tomarme unos días para pensarlo con calma.

Por la calle Jesús Salvador, del barrio Los Maestros, la mayoría de vecinos eran liceístas; otros, escogidistas y aguiluchos. Una tarde, Carlos, muy orgulloso de su equipo, me mostró en el periódico la tabla de posiciones en la que figuraban las Águilas en primera posición. Los Tigres del Licey en segundo y no recuerdo el resto del standing. Él, ahora más que mi padre, insistía en continuar lavándome el cerebro para convertirme en un aguilucho empedernido. Aquel plan le salió mal y terminé fijando mi posición como liceísta. Así las cosas, Licey fue el primer equipo deportivo alguno con el que simpaticé en mi infancia. Pero, de igual manera, el béisbol aún seguía sin motivarme mucho. Yo diría que fue su enfermiza obsesión, ya por venganza, de rivalizar y discutir con un niño inocente a quien el béisbol le importaba poca cosa, lo que terminó destapando mi curiosidad y posterior entusiasmo por ese pasatiempo. De tanto odiar y despotricar al bendito Licey terminó por convertirme en liceísta.

Era un liceísta de la boca para afuera, pero sin conocimientos de béisbol. Ni siquiera me conocía el nombre de los jugadores de mi equipo. Sin embargo, ya empezaba a integrarme con los amiguitos del barrio y jugar pelota con ellos. Carlos se empecinaba en debatir inútilmente conmigo, cuando bien podía discutir con gente conocedora y experta. Para hacer peor el asunto, los Tigres del Licey se titularon campeones en las contiendas 1983-84 y 1984-85, creándole una profunda tristeza el simple hecho de reconocer que la escuadra del niño inocente que no sabía prácticamente nada de béisbol y que no mostraba talento para deporte alguno, terminara llevándose la victoria. Era el colmo de los colmos. Sin embargo, para la estación 1985-86, sus Águilas del Cibao ganaron y pudo ser feliz.

Fue en esa temporada 1985-86 en que comencé a prestarle atención por radio y televisión a los partidos del béisbol dominicano. A interesarme un poco por el nombre de los jugadores y las estadísticas. Fue realmente en aquella época en que nació mi verdadera pasión por el béisbol. Fue durante esa temporada en que vi a mi equipo, los Tigres, perder un campeonato. Conocí, como aficionado, el significado de la derrota. Aprendí lo que era ser objeto de burlas por parte de los hinchas ganadores, entre los que se encontraba Carlos. ¿Alguien me dijo alguna vez que tendría que estar preparado para ganar y perder?

Si en 1983 su intento de lavado de cerebro salió mal, para el otoño de 1986, faltando pocos días para el inicio de la próxima temporada, le salió a la perfección. Después de tanto joder y joder pudo convertirme en aguilucho. Pero la buena parte de todo aquello fue, que mientras pasaban los días, me iba puliendo más y más en materia beisbolera. Discutía en defensa de las Águilas con aquellos liceístas que antes habían sido mis aliados. Jugaba béisbol en las horas de recreo del colegio con algunos compañeros de clases. Solíamos jugar en un patio con una bola de goma o tenis, la cual estrellábamos contra una pared y luego salíamos corriendo en dirección hacia unas bases improvisadas mientras los jugadores de la defensa tenían que evitar que alcanzáramos dichas bases y, más aún, impedir que anotáramos en carrera. Pero también, en los días de Educación Física, jugábamos con bates de verdad, tratando de hacer contacto a pitcheos lanzados con mucha fuerza. Aquellos, fueron tiempos inolvidables.


Los mejores jugadores fueron: Erick Radamés Almonte, José Luis Suárez, Pablito Liriano, Winston y Álvaro Féliz. El primero de estos, Erick Almonte, que también jugaba en la liga del Banco Agrícola, terminó debutando a finales de los 90 del siglo pasado con los Tigres del Licey y, posteriormente, firmado para el béisbol de las Grandes Ligas de los Estados Unidos. Sin embargo, analizándolo con justicia, el más atlético y completo de todos era José Luis Suárez. Era talentoso, no solo en béisbol, sino también en baloncesto, su pasión favorita. Jugaba casi perfecto ambos deportes. Yo le vi jugar y puedo dar testimonio de ello. En béisbol, era un gran defensor y consistente bateador; en basket, un tremendo anotador y pasador de bola. Era habilidoso manejando el balón, haciendo buenas fintas y llegando a la canasta. Erick solo descolló en el béisbol, pero en la práctica ganó la batalla, ya que pudo ser firmado y jugar algunos años en las Grandes Ligas. José Luis Suárez prefir sacrificar su doble talento deportivo por una profesión académica.

Mis años en la liga del Bagrícola, tiempo perdido

Carlos había jugado tres años en la liga del Banco Agrícola (1981, 1982 y 1983). Cada sábado, temprano en la mañana, un bus de la liga lo pasaba a recoger a casa y, a eso de la una de la tarde, lo transportaba de regreso.

Puedo testimoniar, aunque solo lo acompañé una vez al campo de béisbol del Bagrícola, que aquellos tres años fueron muy productivos para él. Era capaz, después de los diez años de edad, de batear lanzamientos duros y maliciosos, de atrapar elevados profundos con mucha elegancia, de marcharle con seguridad y valentía a cualquier roletazo contundente. Todo eso gracias a esa vasta experiencia alcanzada en la liga del Bagrícola. ¿Por qué la dejó en el 83? No lo sé y nunca se lo pregunté, sin embargo, pude ser testigo ocular las veces en que lo vi jugar béisbol con sus amigos del barrio. Era exageradamente bueno, muy superior en bateo y defensa a casi todos, y competía prácticamente de igual a igual con los chicos más altos y de mayor edad que la suya. Tenía agallas para ese deporte. Pero como casi todos sus amigos, el béisbol no era más que un desafío o una sana diversión propia de la niñez y adolescencia dominicana, no un norte a seguir u oficio del que fueran a ganarse la vida en la adultez.

En la primavera de 1987 mi padre me preguntó si deseaba jugar béisbol en la liga del Bagrícola. Le respondí que sí. Además, estaba ansioso por estrenar mi nuevo guante, uno que me había regalado mi madrina para mi cumpleaños. Pero siendo honesto, no era mi madrina quien debió haber asumido el compromiso de darme ese regalo, sino mi padre. Como tampoco era la obligación de la familia Luna, unos vecinos del barrio, de llevarme al estadio Quisqueya a ver los partidos del Licey frente a cualquier otro conjunto, sino de mi progenitor. Él siempre fue muy tacaño y, aunque es verdad que no devengaba una fortuna, tampoco es que su salario fuera una mierda. ¿Si podía llevarnos al estadio cuando vivíamos en San Pedro como no iba a poder en Santo Domingo? Considero que sí podía, aunque hubiesen sido pocas las ocasiones.

Mostré mucho entusiasmo con la idea de jugar pelota en una liga, conociendo de antemano mis limitaciones. No era capaz de batear lanzamientos rápidos ni de capturar la bola con seguridad. Mi defensa dejaba mucho que desear. En pocas palabras, era un mediocre que jugaba de manera asustadiza.

Recuerdo que duré en aquella liga cerca de un año, desde la primavera del 87 hasta la del 88. Empecé en una categoría de bajo nivel, compuesta por niños incapaces de batear lanzamientos rápidos o atrapar disparos incómodos a las bases. En ese nivel me mantuve hasta la claudicación. Siempre le tuve miedo a los pitcheos rápidos, razón por la que no quise avanzar de categoría. El director y entrenador, el señor López, era un gran ser humano, pero no poseía el carácter y la paciencia que debe tener todo coach en materia beisbolera. Nunca se preocupó por enseñar a los más pequeños a batear pitcheos rápidos o atrapar elevados profundos e incómodos. ¿Qué hubiera hecho un verdadero coach? Por ejemplo, me hubiese dicho algo así como “Iván, quiero enseñarte a batear pitcheos duros y a mejorar tu defensa tantos en rolatas como elevados difíciles. Quiero verte dos días extras a la semana, durante dos meses, para ayudarte a superar esas lagunas y te quites ese miedo. Sé que lo lograremos”. Desafortunadamente, nunca me tocó un entrenador de esa naturaleza, sino un analfabeto funcional que apenas había alcanzado un octavo grado académico.

Robo del guante

Para principios del 88, durante un pequeño receso en el que fui a la cafetería a comer un sandwish y tomar un refresco, mi guante se me desapareció en algún momento de distracción. Después de aquel refrigerio fue que vine a caer en la cuenta de que ya no lo tenía. Le di vueltas al asunto, hablé con el señor López, con el encargado del cafetín, con algunos de los muchachos de mi categoría, con algunos del nivel superior. Nadie supo ni vio nada. Me sentía frustrado, consciente del tremendo boche que recibiría de mi padre una vez en casa. En efecto, así fue. Me regañó brutalmente, sin concederme el derecho a la defensa para al menos escuchar mi versión de los hechos. Al sábado siguiente, el señor López dispuso que se realizara una colecta entre todos los muchachos de la liga con tal de reunir el dinero suficiente para que se me comprara un guante aunque fuese de medio uso. Pasaron dos o tres meses y nada. Cada sábado me producía una gran vergüenza el hecho de tener que pedir prestado un guante cada vez que me tocaba jugar defensa en el infield o los jardines. Me estaba hartando de esa costumbre. Mis padres, según me iba dando cuenta, no estaban en la disposición de comprarme un guante nuevo. Tomé una determinación bien pensada. Durante una semana de mayo, sin importarme el boche de mierda que luego me cayera encima, decidí no volver más a esa liga. Fui sincero en mi reflexión. Me sabía un derrotado que nunca alcanzaría un nivel superior. Ya no tendría razón de ser permanecer en una liga, siempre estancado en un mismo nivel, sin mostrar significativos progresos.

El tiempo se encargaría de demostrar que mi protagonismo en el béisbol estaría mejor en las gradas y no en el terreno de juego. En un futuro contaría con los atributos suficientes de buen investigador y estudioso en la materia pero jamás como pelotero. ¿Acaso hoy no es así?

Treinta y dos años después, aún resuena en mis oídos aquellas palabras duras y brutales de mi padre cuando, un sábado del mes de mayo del 88, temprano en la mañana, le dijo al chófer del autobús de la liga en un tono muy alto y severo: “NO, NO, VÁYASE, QUE EL SINVERGÜENZA ESE NO QUIERE VOLVER MÁS”.

Los hechos transcurrieron como tuvieron que ser. Como aficionado, sentado en las gradas, he aportado mucho a la historia del béisbol dominicano. Este blog tiene las pruebas, los temas con qué demostrarlo.