Ambos escenarios ocurrieron en séptimos y decisivos partidos y jugando en la ruta. En el 1988 frente a los Leones del Escogido en el Estadio Quisqueya y en el 2000 contra las Águilas en el Estadio Cibao.
Por Iván Ottenwalder
Desde la consecución de su
último campeonato en el béisbol dominicano en la campaña 1967-68 las Estrellas
Orientales han disputado 12 series finales, todas con la mala fortuna de
perderlas. Sin embargo, a pesar de aquella seguidilla de fracasos, en par de
ocasiones los paquidermos se han visto comandando, aunque de manera fugaz, en
el último choque del playoff final.
El 1 de febrero de 1988 el
combinado de San Pedro de Macorís estuvo a 20 outs de titularse campeón de la
pelota otoño – invernal dominicana, mientras que el 30 de enero del 2000, a 24.
Ambos escenarios ocurrieron en séptimos y decisivos partidos y jugando en la
ruta. En el 88 frente a los Leones del Escogido en el Estadio Quisqueya y en el
2000 contra las Águilas en el Estadio Cibao.
Aquellos momentos como ya se
explicó fueron muy fugaces, apenas por una carrera de margen. Ventajas tan
efímeras que en ambos escenarios los equipos locales les empataron y tomaron la
delantera en las conclusiones del mismo inning.
A
20 outs de la corona en 1987-88
Mark Carreon deslizándose quieto en la segunda base. |
En la serie final de aquel
campeonato otoño-invernal pactado al mejor de un 7-4, los paquidermos
aventajaban 3 juegos contra uno y solo necesitaban una victoria para titularse
campeones y romper una sequía de 20 temporadas sin ganar la copa. Pero la noche
del sábado 30 de enero en Santo Domingo, gracias al lanzador José Núñez, y la
tarde del 31 en San Pedro de Macorís, por cortesía del pitcher José de León,
los Leones del Escogido consiguieron par de triunfos e igualaron la serie 3-3,
provocando un séptimo partido a disputarse en el Estadio Quisqueya, de Santo
Domingo.
El 1 de febrero sería la
decisión final. Estarían en juego la esperanza del Escogido de volver a
campeonar, tras la obtención de su último cetro en la campaña 1982-83, y la de
los Orientales, de consagrarse campeones veinte años después de haber obtenido
su última corona (1967-68). La suerte y el talento estaban echados para el
desafío aquella noche crucial.
Por las Estrellas lanzaría
Adam Peterson (derecho) y por los Leones Brad Havens (zurdo), ambos
estadounidenses. Durante la tarde de aquella cita con el destino llovió
fuertemente en todo Santo Domingo, pero el agua cesó a eso de las seis,
permitiendo que dos horas después se pudiera jugar béisbol.
El serpentinero del conjunto
verde fue castigado en el cierre de la primera entrada con dos anotaciones y
fue sustituido por Jeff Gray. Los de Macorís del Mar anotaron una en el inicio
del segundo episodio y en el tercero marcaron dos y tomaron la delantera del
encuentro, 3-2. Estas carreras del tercer inning se produjeron de la siguiente
manera: Después de un out, Joe Orsulak pegó hit. Miguel Sabino también conectó
inatrapable y el defensor del bosque derecho, Ralph Bryant, pifió la pelota y
los corredores llegaron hasta la tercera
y segunda bases. Alfredo Griffin dio un toque magistral, inalcanzable para todo
el infield, anotando Orsulak con la del empate, llegando Sabino a tercera y
Griffin a la inicial. El dirigente de los rojos, Phil Regan, sustituyó al
pitcher Havens por Bill Brennan, quien fue recibido con un imparable del bate
de Mark Carreon, impulsando a Sabino con la tercera vuelta de los elefantes.
Ese fue el único momento del partido en que las Estrellas Orientales estuvieron
comandando. Los aficionados estrellistas, que eran muchos en el Quisqueya, enardecían
de pura euforia; los escogidistas, ahora callaban …hasta que llegó el cierre
del tercer episodio, cuando el ruido ensordecedor cambió de protagonismo.
Aquel épico inning inició
cuando Nelson Liriano alcanzó la primera base. Aunque se había ponchado, al
cátcher oriental Mark Parent se le escapó la bola, dándole tiempo al corredor
de llegar quieto a la inicial. Juan Samuel falló de pitcher a primera y avanzó
Liriano a segunda. Rufino Linares se embasó por infield hit al short stop y
Liriano llegó a la tercera. Con los corredores en primera y segunda
almohadillas el bateador zurdo Ralph Bryant disparó soberbio jonrón entre los
jardines central y derecho que puso delante a su equipo 5 carreras por 3. El
estadio capitalino, repleto a toda capacidad y con mayoría de fans
escogidistas, era un pandemonio de alegría. El ánimo de los fanáticos de las
Estrellas cambió radicalmente. Muchas caras preocupadas y con visos de
depresión empezaban a reflejarse. Entre los jugadores de la escuadra que ahora
estaba debajo en la pizarra se podían observar rostros tiesos.
Tristeza en el camerino oriental tras la derrota en el séptimo juego. |
El fantasma de la fatalidad
hacía su aparición entre la novena del elefante verde. Es verdad que la
historia de esta franquicia por lo regular siempre ha estado marcada por una
impronta traumática, pero esto era ya peor que un infierno. Primero, estar
dominando la final 3-1, no poder ganar en el quinto juego, tampoco en el sexto
disputado en su hogar, y ahora, perder la ventaja en el último choque. Pero lo
más malo estaba por venir. Para colmo de los colmos el pitcher Brennan empezaba
a afinar su brazo y a tornarse dominante. No pudieron aprovecharle una entrada
en que le llenaron las bases con solo un out, pues apareció la doble matanza
salvadora para los locales y frustrante para los visitantes.
En la octava entrada con el
match ahora 6-3 los espectadores orientales, completamente desesperanzados y en
silencio, abandonaban masivamente el estadio rumbo a San Pedro de Macorís.
Seis carreras contra tres. Así
terminó el partido que coronó a los melenudos como los monarcas del béisbol
dominicano.
A
24 outs de la corona en 1999-2000
Para la serie final de la
estación 1999-2000, última del decenio de los 90 y de todo el siglo XX, las
Estrellas de Oriente se clasificaron a la finalísima. Ya lo habían conseguido
en la contienda 1991-92 y en la de 1995-96, ambas con rotundos fracasos,
perdiendo la primera ante los Leones del Escogido (barrida de 4-0) y la segunda
ante las Águilas Cibaeñas (4-1).
Las Estrellas Orientales ganaron el sexto juego y empataron la serie (3-3) |
Históricamente a las Estrellas
les ha ido pésimo en los enfrentamientos de series finales ante los Leones,
quienes les han derrotado en seis ocasiones y tan solo han vencido a este
verdugo en una sola oportunidad (el harto y mentado 1967-68). Ante las Águilas
Cibaeñas se habían enfrentado tres veces en la finalísima, sucumbiendo en
todas. Tanto el conjunto de la capital como el de Santiago se habían convertido
en dos escollos en las aspiraciones de la escuadra verde.
El destino quiso que para la
final 1999-2000 el adversario de los elefantes fuese el mismo conjunto que le
había derrotado en 1974-75, en 1986-87 y 1995-96 y que para desgracia siempre
terminaba coronándose campeón en Tetelo Vargas. Ese destino tenía un nombre y
contra él tendrían que pelear: Águilas Cibaeñas.
En aquel recordado playoff
final las Águilas, cuan depredadoras lo habían sido en el pasado contra sus
oponentes, estuvieron liderando la serie 3-1. El quinto partido sería disputado
el viernes 28 de enero en Santiago de los Caballeros. La pesadilla y el espanto
no podían ser peores. Pero los jugadores de las Estrellas, a duro sufrimiento,
pudieron ganar en entradas extras 7 carreras por 6 y mantenerse con vida.
El sábado 29 la serie retornó
a San Pedro de Macorís y esta vez los Orientales evitaron la tragedia de perder
el campeonato en casa. Derrotaron a las Águilas 6 vueltas por 3, empatando la
final 3-3 y de paso, forzando a un séptimo y último juego, pero ahora en el
hogar del verdugo: el Estadio Cibao de Santiago de los Caballeros.
Ya no importaba el dónde se
jugara la decisión final, sino en derrotar al monstruo, al fantasma de la
fatalidad, a 32 años de fracasos sin ganar una corona, a más de tres décadas de
sufrimientos para toda una afición y sus nuevas generaciones que, estoica y
valientemente, seguían apoyando a su equipo.
En San Pedro de Macorís la
gente empezaba a creer en el imposible de los sueños, en las utopías de las
utopías, en que sus adoradas Estrellas Orientales vencerían a las Águilas
Cibaeñas y plasmarían uno de los capítulos más míticos y asombrosos del béisbol
nacional.
Aquel compromiso con la
historia se escenificaría el domingo 30 de enero del 2000 a las cuatro de la
tarde. Miles y miles de los inseparables fans de las Estrellas enrumbaron para
la principal ciudad cibaeña en autobuses, carros, camiones, yipetas o patanas.
Si sus peloteros tenían la encomienda de devolverles la felicidad como
aficionados, estos al menos tenían el compromiso de no dejarles solos, sino
acompañarles, vitorearles y apoyarles.
Aunque el público que colmó el
Estadio Cibao era aplastantemente aguilucho, la bulla de la afición oriental se
dejaba sentir. Ampliación, palco y preferencia del lado izquierdo contaban con
numerosos hinchas estrellistas.
Los veteranos Josías Manzanillo,
por Macorís, y Fernando Hernández, por Santiago, fueron los pitchers abridores.
En la primera entrada ambos
conjuntos se fueron en blanco. En el segundo episodio los elefantes anotaron
una, despertando las esperanzas de toda su hinchada, la que asistió al estadio
y la que se quedó en San Pedro siguiendo las incidencias del encuentro por
televisión y radio. Dicha anotación se produjo así: bases en bolas a Héctor Roa
y al prospecto Abraham Núñez. Luego, el veterano Manny Alexander, con la misión
de tocar, no pudo mover los corredores ya que la bola le quedó cerca al cátcher
Alberto Castillo quien lanzó a tercera donde forzaron de out a Roa. Pablo Ozuna
conectó una rolata a las manos del intermedista quien tiró al short stop Miguel
Tejada para forzar de out al jugador que corría desde la primera. Tejada, en
intento de completar la doble matanza, lanzó un poco alto al inicialista J.R. Phillips,
quien dejó escapar la pelota, dándole tiempo a Abraham Núñez para anotar la
carrera. Fue la única anotación de ese inning que puso a las Estrellas a 24
outs de campeonar. Pero faltaba mucho por jugar.
En el cierre del segundo
capítulo fue la fanaticada amarilla la que vibró de emoción cuando los dueños
de casa marcaron dos anotaciones. Mario Encarnación conectó soberbio
cuadrangular sobre la valla izquierda que igualó las acciones (1-1). Alberto
Castillo disparó doblete al jardín izquierdo y luego Félix Martínez hit al
cuadro, colocando hombres en tercera y primera. El dirigente de los verdes,
Alfredo Griffin, retiró del montículo a Manzanillo y trajo a lanzar a Chris
Michalak. El refuerzo Darrell Sherman
elevó fly al bosque central y Castillo aprovechó para anotar desde tercera la
segunda carrera aguilucha. Esas fueron las únicas vueltas del episodio por los
amarillos.
El marcador se mantuvo
inalterable hasta el final. Sin embargo fueron mayores las amenazas de las
Estrellas por anotar que las de sus oponentes. Hubo entradas donde dejaron dos o
tres corredores en posición de anotar. Pegaban batazos bien conectados pero de
frente o cercano a las manos de los defensores aguiluchos. En fin, varios
momentos desaprovechados.
En el inicio del noveno los
paquidermos salieron a batear su última oportunidad. El estelar cerrador
aguilucho Antonio Alfonseca tenía en sus manos el compromiso de sacarle cero a
las Estrellas y ganar el campeonato para su escuadra. Inició ponchando a Pablo
Ozuna. Dominó de short a primera a César Devárez. El estadio era un total
pandemonio. Los fans esperaban el último out para la celebración, pero aún faltaba
realizarlo. Adrián Beltré conectó una rolata lenta por el campo corto, el
defensor Miguel Tejada lanzó rápido a la inicial, pero el corredor llegó quieto
gracias a un extraordinario deslizamiento en esa almohadilla. En el turno de
Desi Wilson descansaban ahora las ilusiones de sus compañeros de conjunto. No
los defraudó. En conteo de dos bolas y dos strikes disparó un soberbio doble
entre los prados central y derecho, anotando Beltré la raya del empate (2-2).
Los jugadores de las Estrellas salieron raudos del camerino a brincar y festejar
como si hubiesen ganado la corona, incluyendo su presidente Manuel “Tete”,
Antún, quien parecía un eufórico maniático. Algunos integrantes del equipo bañaron
con cervezas a otros, y todo apenas por un empate.
El partidazo no era apto para
personas impulsivas ni depresivas. Tras el empate, se podrían observar rostros
angustiados y rígidos entre la mayoría del público aguilucho. Pero ese drama no
duraría mucho tiempo.
En la conclusión del noveno
acto las Águilas salieron dispuestas a dar lo mejor que podían. Si era posible,
no el cien, sino hasta el quiniento por ciento. Sus adversarios les habían
demostrado que no estaban en planes de rendirse.
La entrada comenzó con
sencillo de Diony César al prado derecho, ante los envíos del veterano
serpentinero Julián “Satanás” Heredia. Alberto Castillo fue ponchado. El mánager
de las Estrellas sustituyó a Heredia y trajo a lanzar al importado Kelly
Wunsch. El dirigente aguilucho, Tony Peña, trajo a un corredor emergente en
lugar de César. Su nombre, Patricio Claudio.
El nuevo lanzador oriental
tenía la encomienda de evitar a toda costa que las Águilas anotaran y los
dejaran en el terreno. Éste, en un intento de sorprender a Claudio, que se
había despegado bastante de la primera base, hizo un mal disparo al inicialista
Héctor Roa, botando la bola y permitiendo que el corredor aguilucho llegara, no
tan solo a la segunda, sino a la tercera almohadilla. Félix Martínez fue
boleado intencionalmente con el objetivo de colocar corredores en primera y
tercera para tratar de buscar el doble play con el siguiente bateador. Para
desgracia de los paquidermos esto no ocurrió. Darrell Sherman bateó elevado al
jardín central que permitió que el veloz Claudio anotara desde tercera la
carrera que coronó campeonas por 15° ocasión en su historia a las Águilas del
Cibao. El parque de béisbol era una absoluta algazara, la tensión se había ido
y la fanaticada cibaeña lo festejó lanzándose al terreno de juego. Santiago de
los Caballeros no dormiría esa noche y la fiesta de celebración se extendió por
varios días. Para la Estrellas el campeonato tendría que esperar una vez más.
Los Orientales simplemente no
supieron capitalizar varios momentos importantes que se les presentaron durante
el partido. No fueron capaces de rematar
a un Fernando Hernández que se mostró titubeante en las primeras tres entradas,
aunque luego afinó su control. No pegaron el batazo oportuno cuando colocaron
hombres en segunda y tercera en diferentes innings. No produjeron carreras
cuando llenaron las bases con solo un out en el octavo capítulo. No aprovecharon el haber disparado más hits, 7 a 6, y cometido menos errores que sus contrarios, 2 contra 5. El
desaprovechamiento le pasó la trágica cuenta al final.
Fuentes: Periódicos El Nacional, Última Hora, Listín Diario y Hoy, enero del 2000.