Le
expliqué al galeno, con el cual debí haberme operado en junio pasado, toda la
situación; desde la elevada cotización de la clínica que me hizo cambiar de
planes y operarme en otro centro hospitalario hasta el error cometido por el
especialista que me practicó la amigdalectomía el 14 de julio.
Por Iván
Ottenwalder
Temprano, en la mañana
del 7 de septiembre, tomé rumbo al Centro de Otorrinolaringología y
Especialidades. Había solicitado permiso en mi trabajo el día anterior. No era
la primera vez. Por culpa de mis recurrentes amigdalitis no han sido pocas las
veces que he recurrido a consultas médicas. Ya por mi mente solo pensaba en llegar
al final de esta pesadilla, que había nacido a finales de enero del año actual.
Le expliqué al galeno,
con el cual debí haberme operado en junio pasado, toda la situación; desde la
elevada cotización de la clínica que me hizo cambiar de planes y operarme en
otro centro hospitalario hasta el error cometido por el especialista que me
practicó la amigdalectomía el 14 de julio. Como bien ya había señalado antes,
más bien se trató de una cirugía incompleta.
También le conté sobre
las molestias persistente en mi tonsila lingual derecha y las halitosis
constantes. Él lo comprendió todo y me checó la garganta nuevamente. La vio muy
inflamada y me habló sobre la necesidad de que me hiciese de un aparato
irrigador faríngeo nasal: el SinuPulse Elite Nasal Sinus Irrigation Systen
SP100. Se trataba de una máquina eficaz para la realización de duchas nasales y
de faringe, pero para adquirirla, había que pedirla por encargo vía Internet ya
que en República Dominicana no estaba a la venta.
Por el momento el doctor
no contempló la necesidad de operación y me pidió que regresara a consulta una
vez comprara el aparato para enseñarme a utilizarlo. Salí del consultorio con
buenas esperanzas cuando me dijo “quedaron muy bien operadas las amígdalas”. Obviamente
se refería a las palatinas.
Cultivo
de faringe negativo
Tres días después
recibí por correo electrónico el resultado del cultivo de faringe que me realizaron
en el laboratorio. Todo normal, ninguna anomalía. De todas formas mantuve mis dudas, pues la
halitosis aún no cesaba. Por eso, una semana después, fui personalmente a otro
laboratorio a que me realizaran una prueba de Estreptococo A Rápido, evaluación
en la que había arrojado positivo en abril. Para mi fortuna, también negativo. Aparentemente
la bacteria aquella había sido eliminada, sin embargo, por alguna causa que no
entendía la hediondez en mi garganta no terminaba de decir de adiós. La bioanalista
que me tomó la muestra me recomendó utilizar un enjuague llamado Septicon, para que hiciera gárgaras
todos los días. En los primeros días aquel antiséptico me ayudó bastante, pero
la presencia mortificadora del mal aliento regresaba una y tantas veces.
Pero había otros
malestares mayores. Algunos miembros de mi familia no me creían un ápice o
mostraban alguna indiferencia cuando les contaba sobre mi caso. ¡PAPI, PERO YO
NO ENTIENDO ESA VAINA, POLQUE CUANDO A UNO LE SACAN ESA DO PELOTA UNO SE SANA!,
le exclamaba Carlos a mi padre delante de mí, con tono de imponer su opinión. Él
simplemente se negaba a entender lo que hartamente ya le había explicado por la
vía verbal y digital. Hasta el personal de la aseguradora SENASA, a quienes
había visitado en solicitud de un plan médico, ya que era el único que la
mayoría de otorrinolaringólogos aceptaban, entendieron mis explicaciones, sobre
todo lo acaecido en el antes y después de mi cirugía. Lo único malo es que
debido a esa situación tan suis géneris, con una cirugía incompleta, que para
fines de lugar catalogaron como PENDIENTE, me explicaron que no podían
facilitarme el traspaso del plan médico que tenía hacia uno contributivo del SENASA.
Sin embargo, pocos días más tarde me telefonearon para que fuera a llenar la
solicitud de traspaso de plan. La representante me informó que me llamarían en
un plazo de 40 días para notificarme si me concederían el seguro o no.
El
aparato y de vuelta a la consulta
Para la adquisición del
aparato de irrigaciones faríngeas nasales le pedí a Carlos Eduardo, un sobrino,
que me lo comprara por Internet. Le pagué el dinero en efectivo por adelantado
y, en la primera semana de octubre, me lo llevó a mi casa.
El martes 11 de octubre,
en horas de la tarde, volví al consultorio del otorrino para mostrárselo. Éste me
dio unas vegas instrucciones sobre su uso. Le conté que tenía secreciones
nasales desde hace días, lo que le hizo variar sus recomendaciones. Me sugirió
que primero hiciese las duchas nasales hasta el martes próximo y me prescribió
una lisozima de 250 mg. para tomar junto con el desayuno. El martes 18
acordamos vernos de nuevo, otra vez llevando el irrigador con la solución
salina preparada para observar cómo lo estaba haciendo.
Duré una semana
realizando las irrigaciones nasales, solo que con el adaptador para ducha
equivocado. La lisozima me sentaba bien en los primeros días pero la irritación
de la garganta se mantenía. La sentía, además de hedionda, como si tuviese
pelada e hinchada.
El martes 18 por la
tarde regresé a la consulta con aparato en manos y la fórmula dentro de un
envase plástico. “Prepáralo tú mismo Iván a ver como lo haces”, me pidió el
doctor. Saque la máquina de un maletín, la conecté al toma corrientes, vertí el
líquido en el recipiente correspondiente, ajusté la manguera que creí era la
adecuada, encendí la máquina y me pegué la duchita en una de las fosas nasales.
El otorrino notó que el líquido que me entraba por un lado de la nariz no salía
por el otro. Me pidió que desajustara ésa y utilizara la de color azul. Apagué el
aparato, conecté la manguerita azul y probé. Dio resultados. “Ves, esa es la
que sirve para la nariz, la otra era para la garganta. Mira como ahora el
líquido te sale por el otro lado”, explicó. Luego de la prueba me checó la
garganta. Me palpó las amígdalas con una paleta. En la izquierda no sentí
molestia, en la derecha sí. Mucho dolor. Me indicó Etopan de 400 mg., un antiinflamatorio
no esteroideo, bueno para mitigar dolores e inflamaciones. Acordamos vernos el
próximo martes 25 de octubre, de nuevo con el aparato, pero esa vez para
mostrarme cómo irrigar mi garganta. Me sugirió continuar con las duchas nasales
durante una semana más.
Hice acopio de las
recomendaciones. Las secreciones nasales empezaron a disminuir, aunque la zona
derecha de la garganta mantenía los síntomas de irritación. Si una persona
cualquiera me preguntara qué era lo que sentía, podía explicarle perfectamente
lo siguiente: amígdala derecha irritada, exudada, mal oliente y sensación de
líquido tibio como si quisiera estallar. ¿Podría ser una placa de pus solidificada? ¿Pus líquida desesperada por
salir sin hallar cómo? ¿Cálculos? Lo desconozco, ya que no soy otorrino, pero si
lo fuese, ¡tamaña jodienda esta!
Llegada la fecha de la
cita, martes 25 de octubre, llevé la máquina irrigadora faríngeo-nasal al
consultorio. La conecté, preparé y vertí la infusión de manzanilla en el
recipiente. Le mostré cómo me estaba practicando las duchitas para la garganta,
pero el médico notó que el procedimiento me producía náuseas. Me ayudó un poco,
mostrándome un método mejor. “No te la pegues tanto a la garganta, mejor así,
de lejitos”, me instruyó. Luego, me checó las fosas nasales y también las
amígdalas linguales. La nariz estaba bien, las secreciones eran tan solo por un
proceso alérgico. La lingual derecha aún estaba un poco inflamada, aunque menos
que la semana anterior. Me prescribió un spray nasal y una desloratadina
llamada Despeval.
Mi próxima cita se
pautó para el 25 de noviembre. Todo para seguimiento sobre mi evolución
clínica.
Desde la cita del 25 he
seguido llevando a pie juntillas todo el tratamiento. En los primeros días las
secreciones nasales se habían ido. Por otro lado, la lingual derecha se me había
desinflamado bastante, sin embargo, un enemigo, ya jurado desde hacía nueve
meses, seguía causando malos estragos: la halitosis.
La hediondez detrás de
mi lengua, específicamente en la tonsila lingual derecha, se tornaba más que
apestosa. Un hedor que no solo me molestaba, también me avergonzaba. Me
producía asco. Luego de las ráfagas de besos con Maribel, en los días finales
de enero y principios de febrero, no he querido volver a besar a otra chica o
mujer. Y así lo he decidido por cuestiones de principios, por temor a contagiar
alguien que no ha tenido algo que ver en esto. No me lo perdonaría jamás.
Aún sigo sospechando de
Maribel como la responsable de aquel estreptococo que pillé en el primer trimestre
de año y de todas las inflamaciones de garganta que me han devenido. A veces
pienso que he pagado justo castigo por culpa de mi historial de enamorador de
tipas que no han valido la pena. ¿Y todo para qué? Para que al final culminasen
en aventuras efímeras de no más de una o dos semanas. Jamás debí haberme alejado
de Rosina Ubiera, una preciosa y atractiva mulata con la experimenté uno de los
capítulos amorosos más lindos de mi existencia. Aquel episodio en la Plaza
Sambil lo conservo aún vivo en mi memoria: besos continuos, abrazos y palabras
de amor parecidas a las de chiquillos adolescentes. Solo nos faltó el solemne juramento
de sangre propio de las parejas que, movidas por la locura, se prometen el más enfermizo
amor eterno.
Una semana después Rosina
no aceptaba salir conmigo debido a una difícil situación por la que atravesaba.
Tampoco quiso en las dos siguientes. Esa fue la causa por la que me desesperé y
decidí aventurar con la primera loquita que se atravesara en mi camino. Ya lo que
me importaba era el sexo, divertirme y que la tipa no luciera tan mal. Y por ese
estúpido proceder he terminado pagando la trágica cuenta de este largo camino
de vicisitudes en un año que bien debió haberme pintado rosa y no gris. Un mes
más tarde, ya después de haber metido la pata con otra, Rosi me explicó que su indisposición
había sido por causa de su menstruación. Luego, como si se tratase de una
jugarreta del destino, ella volvería a entusiasmarse en que volviéramos otro
fin de semana a Sambil. Pero ya era tarde. La severa amigdalitis, junto con los
síntomas de abatimiento, anemia y caída de los glóbulos blancos, se había
apoderado de mi garganta. En febrero, aunque desconocía la magnitud del
problema, no me atrevería a exponerme, no fuese que le contagiara alguna
infección, como suponía que podía tener y que terminó siendo cierto en una de
las pruebas bucofaríngeas que me realizaron en abril.
Este año Rosina obtuvo
la residencia para irse a vivir a los Estados Unidos junto a sus hijas. Me
comentó la última vez que platicamos que se marcharía en diciembre. Le deseo
una vida plácida, muchísima suerte y éxitos.
Por mi parte yo seguiré
con mi tratamiento basado en antiinflamatorios y antialérgicos, desconociendo
lo que noviembre y diciembre me depare.
Continuará…